Ilustración original de Andres Casciani
Hace casi un año, compartimos con ustedes una entrevista realizada por “El Talón de Hierro“ a uno de nuestros compañeros, Nicolás Torre Giménez, acerca del existencialismo dialéctico de Jean-Paul Sartre. Hoy le toca el turno a Federico Mare, quien recientemente fue invitado por el podcast cultural de Señal U, el canal de la Televisión Digital Abierta de la Universidad Nacional de Cuyo, a hablar sobre su último libro Goðlauss. Ateísmo, librepensamiento y existencialismo, editado por Grito Manso. Algunos ensayos de este libro ya han sido publicados en Kalewche, con una reseña de Pablo Scattiza titulada “La levadura del hombre rebelde“. El prólogo de la obra, “Con erudición, racionalismo temperado y sin sectarismo“, escrito por Salvador López Arnal, está disponible en Rebelión. Al final de esta publicación, y a modo de adenda, queremos compartir con ustedes el texto que el autor escribió como introducción al libro.
En la entrevista realizada por Lautaro Jiménez, Federico Mare nos cuenta sobre los orígenes del libro y su propósito de dar a conocer una concepción del ateísmo que, yendo más allá del carácter negativo –necesario pero no suficiente– que encierra la etimología del término, postule toda una cosmovisión y “un posicionamiento frente a las grandes preguntas existenciales“, es decir, un ateísmo positivo y propositivo. Se trata, pues, de una postura filosófico-existencial que contiene un momento necesario de crítica de la religión –pues se trata de un dato dado de la historia humana–, y otro momento, incluso más importante que el primero, de afirmación lúcida de la libertad y de la condición humana hasta sus últimas consecuencias. No por nada las reflexiones contenidas en “El mito de Sísifo“ de Albert Camus ocupan un lugar significativo en las ideas del entrevistado. Pero también el ateísmo y la crítica a la religión de Nietzsche, Feuerbach, Bakunin, Fromm tienen su lugar en la entrevista –y también en el libro, claro–, pero sobre todo el de Marx, con su comprensión de la religión como un fenómeno social, y también el del gran intelectual marxista español Gonzalo Puente Ojea.
En un historiador como Federico no podía faltar la recuperación histórica de los antecedentes del ateísmo en China, India, Grecia, Egipto y el mundo árabe, y de un marcado humanismo, sobre todo en los mitos griegos. Como explica, rara vez se trata de una negación explícita de la religión y la existencia de los dioses, sino más bien de atisbos o expresiones más seguras de escepticismo, irreligiosidad, rebeldía ante las creencias, prácticas religiosas y tradiciones, antidogmatismo o misoteísmo.
La entrevista termina con una reflexión sobre la actualidad y la pertinencia del ateísmo en el mundo contemporáneo, frente a fenómenos como el oscurantismo y el fundamentalismo religioso ligados a líderes de derecha o extrema derecha, y frente a los autoproclamados mesías del presente, que dicen actuar en nombre de «las fuerzas del cielo». El ensayista e historiador reconoce que el ateísmo puede ser para muchos un camino difícil de transitar –sobre todo al comienzo–, pero es necesario elegir entre “la libertad a la intemperie o la seguridad en cautiverio“.
GOÐLAUSS
(A MODO DE INTRODUCCIÓN)
Hay un término del inglés que me gusta mucho, tanto por su significado como por su sonoridad: godless. Podemos traducirlo, en algunos contextos específicos, como «impío» o «irreligioso», pero la traslación más adecuada, o más general, sería «sin dios». En alemán se dice gottlos; en holandés, goddeloos; en danés, gudløseen; en noruego, gudløse; en sueco, gudlös; en islandés, guðlaus… Como se advierte fácilmente, se trata de cognados, palabras de un mismo origen etimológico que, con el paso del tiempo, sufrieron variaciones regionales en su fonética y grafía. No podía ser de otro modo: a medida que los pueblos germanos, en su devenir histórico, se fueron diferenciando, diversificando, también sus lenguas tendieron a divergir, a diferir.
En la Islandia de la Alta Edad Media, la Islandia pagana o politeísta (vikinga) y protocristiana, donde se hablaba nórdico antiguo, la palabra usada es la que escogí de título para este libro: goðlauss (plural: goðlaussar). Puesto que se trata de una compilación de ensayos y otros escritos sobre ateísmo, la razón de dicha preferencia resulta bastante obvia. No obstante, juzgo conveniente dar algunas precisiones.
En su Mitología teutónica, publicada hacia 1835, el erudito alemán Jacob Grimm señaló: “merece destacarse que el antiguo legendario nórdico menciona ocasionalmente a ciertos hombres que, renegando con total disgusto y duda de la fe pagana, depositaron su confianza en su propia fuerza y virtud”1. Grimm enumeró, a continuación, unos cuantos ejemplos de estos curiosos personajes: Vêbogi y Râdey, el rey Haakon, un tal Balder, Hjörleifr, Hallr y Thôrir, el monarca Hrôlfr, Örvaroddr, Finnbogi. Mucho se ha escrito, conjeturado y debatido sobre ellos desde entonces. ¿Existieron realmente los goðlaussar en la Islandia pagana de los siglos IX y X? ¿O sólo se trató de una invención literaria tardía de la apologética cristiana, interesada en mostrar retrospectivamente la supuesta inanidad de la vieja fe politeísta, sus presuntas aporías y grietas, situación de crisis y descomposición que explicaría (al modo de una praæparatio evangelica) el éxito proselitista de los misioneros de la Iglesia durante el siglo XI? Imposible saberlo con certeza. Por lo demás, este problema historiográfico excede el propósito del presente texto.
Con frecuencia, se ha caracterizado al goðlauss como un ateo. ¿Es una exageración, un anacronismo, un exceso de optimismo modernizante? He aquí otra cuestión polémica que ha generado regueros de tinta entre los germanistas. ¿Goðlauss era quien, desilusionado o enfurecido por un grave infortunio (la prematura muerte de un ser querido, la pérdida del hogar en un incendio, una derrota militar que obliga al exilio, etc.), había dejado de venerar a las deidades paganas, sin que ello implicara escepticismo, incredulidad o pérdida de la fe? ¿O era quien, por el contrario, ya no creía en ellas, y por ende juzgaba absurdo e inútil rendirles culto? Lo segundo sería claramente ateísmo; lo primero, en cambio, misoteísmo. Al menos en el caso de la Saga de Hrafnkel, considero válido hablar de ateísmo. Veremos luego por qué.
Quisiera hacer aquí una digresión sobre el fenómeno del misoteísmo, a la luz del concepto camusiano de révolte métaphysique. En el capítulo II de su ensayo El hombre rebelde, Albert Camus escribió:
“La rebelión metafísica es el movimiento mediante el que un hombre se levanta contra su condición y contra la creación entera. Es metafísica porque discute los fines del hombre y de la creación. […] El rebelde metafísico [protesta] contra la condición que le es impuesta como hombre. […] Se declara frustrado por la creación.
[…] Se levanta sobre un mundo roto para reclamar su unidad. Opone el principio de justicia que hay en él al principio de injusticia que ve en el mundo. […] El rebelde metafísico no es pues seguramente ateo, como se pudiera creer, pero forzosamente es blasfemo.
[…] Si el rebelde metafísico se levanta contra un poder del cual, simultáneamente, afirma la existencia, no plantea esta existencia más que en el instante mismo en que la discute. Arrastra entonces a este ser superior a la misma aventura humillada que el hombre; su vano poder equivale a nuestra vana condición.
[…] Lo integra a la fuerza en una existencia absurda con relación a nosotros, finalmente lo saca de su refugio intemporal para meterlo de lleno en la historia […]. La rebelión afirma así que en su nivel toda existencia superior es por lo menos contradictoria.
La historia de la rebelión metafísica no puede pues confundirse con la del ateísmo. […] El rebelde desconfía más que niega. Primitivamente, por lo menos, no suprime a Dios; sencillamente le habla de igual a igual. Pero no se trata de un diálogo cortés. Se trata de una polémica que anima el deseo de vencer. El esclavo empieza por reclamar justicia y acaba por querer la realeza.“2
El goðlauss del Medioevo nórdico pagano, ¿era un rebelde metafísico como el que describe Camus, un misoteo, o era, por el contrario, un ateo con todas las letras? Dejemos en suspenso este interrogante.
La Saga de Hrafnkel fue compuesta en Islandia hacia fines del siglo XIII, cuando ya hacía tiempo que la isla había sido evangelizada. Pero la trama está ambientada en torno al 900, en plena era vikinga, durante la época que se conoce como Landnámsöld3, cuando el paganismo ancestral todavía era predominante. Su autoría sigue siendo materia de controversia entre los estudiosos, igual que muchos otros aspectos que aquí no vienen a cuento.
Hrafnkel, un joven islandés hijo de noruegos que habita en el oriente de la isla, decide afincarse en un valle virgen que algún día llevará su nombre: Hrafnkelsdalr. Allí construye su granja, Adalbol, donde vivirá con su esposa y dos hijos varones. Pronto consigue prosperar, y otras familias se establecen en el valle bajo su patronazgo. Hrafnkel se convierte así en goði, jefe y sacerdote de un nuevo ætt o clan: los Hrafnkelsniðjar.
Cuenta la saga que “cuando Hrafnkel hubo ocupado las tierras de Adalbol ofreció un gran sacrificio” a Frey, el dios de la lluvia y la fertilidad. “Hrafnkel no amaba a otro dios sino a Frey, y le daba la mitad de sus mejores productos”, motivo por el cual la gente le decía “el goði de Frey”4. Además, “tenía, entre los animales que poseía, uno al que apreciaba más que a cualquier otro. Era un caballo castaño con una franja oscura en el lomo, al que llamaba Freyfaxi”, Crines de Frey. “Le había regalado la mitad del caballo a su amigo Frey”, el dios. “Tenía tanto cariño a este caballo, que había hecho juramento de matar a quien lo montase sin su permiso”.
Un día, Hrafnkel recibe en su granja una visita: un tal Einar, de aspecto “robusto y fuerte”. Era un humilde joven del valle que buscaba trabajo. Hrafnkel lo contrata como pastor de ovejas y leñador. Y le dice: “Por lo alto del valle va Freyfaxi con su yeguada”, doce yeguas en total. “Lo cuidarás en invierno y verano. Pero te advierto una cosa: no quiero que montes nunca sobre él, por apremiante que sea la necesidad en que te encuentres”. Hrafnkel le revela el motivo de esta prohibición: “he jurado solemnemente que mataré a quien lo monte”. Y le aclara a su nuevo empleado que puede montar cualquiera de las yeguas que acompañan al semental.
Pero promediando el verano, Einar pierde cerca de treinta ovejas en una sola noche. Al darse cuenta, sale de inmediato en su busca. No las encuentra por ninguna parte. Transcurre una semana. Ninguna novedad. Su preocupación crece. Una mañana de neblina y llovizna, divisa a Freyfaxi y su manada. Intenta montar a las yeguas para agilizar la búsqueda, pero no lo consigue, pues jamás habían sido domadas. Urgido por la necesidad, se acerca al semental, y comprueba que es manso. Se sube a él y se lanza a cabalgar. Pronto encuentra a las ovejas perdidas. Einar se apea de Freyfaxi y conduce a las ovejas al aprisco. Pero el corcel, no bien recupera la libertad, se lanza a galope tendido cuesta abajo, en dirección a Adalbol. El pastor trata de detenerlo, pero no puede.
Hrafnkel oye potentes relinchos. Sale de la cabaña y ve a su amado corcel exhausto, lleno de sudor y todo manchado de barro. Se da cuenta de inmediato que Einar lo ha montado. “Me disgusta que te hayan hecho esto, pero hiciste bien en venir a casa a decírmelo: te vengaré. Vete ahora con tu yeguada”. Al día siguiente, Hrafnkel sube hasta el ovil, y le pregunta a Einar si ha montado a Freyfaxi. El pastor admite su culpa. Hrafnkel le dice: “Te perdonaría la ofensa porque has confesado, si no hubiera hecho un juramento tan solemne”. Y acto seguido, le da muerte de un hachazo.
El padre de Einar, Thorbjörn, al enterarse del crimen, se enfurece, y va a verlo a Hrafnkel. Le reclama un pleito, un juicio. Pero el goði se rehúsa con desdén, y le ofrece una compensación económica. Thorbjörn, que era un hombre orgulloso, la rechaza y se marcha. Con el apoyo de su sobrino Sam y otros aliados, consigue que el tribunal declare a Hrafnkel fuera de la ley. El condenado, que ha huido a su granja, es atrapado y sometido –igual que sus seguidores– a un feroz tormento: le perforan los talones y lo cuelgan de un poste con cuerdas. Le confiscan la granja y casi todos sus bienes, le arrebatan su jefatura clánica y lo destierran para siempre de la comarca.
Hrafnkel rehace su vida en otro sitio: el valle del Fljot. Compra tierras incultas a muy bajo precio, trabaja con tesón y sin descanso hasta acondicionarlas, y construye allí una nueva granja, a la que logra hacer prosperar en poco tiempo.
Entretanto, los enemigos de Hrafnkel, todavía sedientos de revancha, deciden matar a Freyfaxi y destruir los edificios de Adalbol. El corcel, sujetado con una soga al cuello y cegado con una capucha, es arrojado por un despeñadero. Las construcciones, prendidas fuego, acaban en cenizas. Ni siquiera el templo en honor a Frey se salva de las llamas, luego de que es despojado de todo su oro.
Y llegado a este punto del relato, el autor de la saga señala:
“Allá en el valle del Fljot, al este, Hrafnkel se enteró de que […] habían matado a Freyfaxi y quemado el templo.
Entonces dijo Hrafnkel:
«Me parece que es una tontería creer en los dioses», y añadió que nunca volvería a creer en ellos, y lo cumplió, pues no volvió a hacerles sacrificios.
Hrafnkel siguió […] acumulando riquezas. Consiguió una gran reputación en la comarca. […] Nadie podía instalarse sin su permiso, y todos tenían que prometerle su apoyo. Él, a su vez, les prometía su protección. Puso bajo su dominio todas las tierras que había al este de Lagarfjot y este distrito resultó enseguida más grande y poblado que el que había tenido antes. […] El temperamento de Hrafnkel había sufrido un cambio: era un hombre mucho más amigable que antes. Tenía la misma buena disposición para ayudar y ser generoso, pero era mucho más amable y benévolo que antes.“
Si Hrafnkel, disgustado con su desgracia, sintiéndose víctima de una injusticia, se hubiese limitado a interrumpir sus ofrendas al dios Frey en señal de represalia, de rebeldía, de desafío, podríamos hablar de misoteísmo, como el Prometeo de Goethe o el rebelde metafísico de Camus. Pero el caudillo islandés va más allá, y proclama su incredulidad. No sólo eso: afirma sin ambages que la fe le resulta “una tontería”. Su conciencia parece haber arribado al umbral del ateísmo.
Nos queda la duda, claro está, de si este vuelco del paganismo al ateísmo fue verídico, o una mera ficción de un escritor extemporáneo ansioso de llevar agua al molino de la apologética cristiana. Es imposible saberlo con certeza. Los eruditos tienen opiniones muy divididas al respecto. Pero hay consenso al menos en un punto: Hrafnkel existió realmente. Vivió durante la última década del siglo IX y los primeros decenios del X. El Landnámabók, la gran crónica de la colonización escandinava de Islandia, hace mención expresa a él.
¿Hubo de veras goðlaussar en la Islandia pagana del Medioevo? Tal vez sí, tal vez no… Pero si no me es posible rescatarlos del olvido como personajes históricos, permítaseme al menos reivindicarlos como arquetipos literarios, como metáforas o alegorías, vale decir, como precursores imaginarios del ateísmo.
Si eran ateos o misoteos, tampoco me importa demasiado. Porque el ateísmo no nació de golpe, por arte de magia, de la nada. Es el corolario de un largo proceso de maduración intelectual que tiene en el misoteísmo –la rebelión metafísica, al decir de Camus– un hito insoslayable. Sirva este ensayo de homenaje a todos los goðlaussar de la historia, nórdicos y de otras las latitudes.
Federico Mare
NOTAS
1 GRIMM, Jacob, Teutonic Mythology, vol. I. Londres, George Bell & Sons, 1882, p. 6. La traducción del inglés es mía.
2 CAMUS, Albert, Obras completas, II. México, Aguilar, 1959 (1951), pp. 719-721.
3 Landnámsöld es el nombre que se le da a la colonización de Islandia, llevada a cabo, mayormente, por inmigrantes y exiliados de Noruega. Este proceso se desarrolló durante el último tercio del siglo IX y el primer tercio del siglo X.
4 Sagas islandesas. Madrid, Espasa-Calpe, 1984, p. 46. Traducción, introducción y notas de Enrique Bernárdez.