Fotografía: manifestación popular en la Baixa (casco histórico) de Coímbra, el 25 de abril de 1974, jornada que quedaría en los anales de la historia portuguesa como la Revolução dos Cravos. Fuente: https://helderalmeidajournalist.wordpress.com
Dos días atrás, el viernes 25 de abril, se cumplieron 51 años de la Revolución de los Claveles, parteaguas del Portugal contemporáneo y uno de los grandes hitos mundiales de la turbulenta década del setenta, tan cercana y lejana a la vez de este presente distópico que habitamos. Aquella jornada decisiva, que no se redujo a un cuartelazo de jóvenes capitanes con ideas progresistas (multitudes de civiles salieron a las calles en Lisboa y otras urbes para apoyar la rebelión armada), sucumbió la larga dictadura del Estado Novo (1926-74 o 1933-74, según el criterio historiográfico que se adopte) pergeñada por el político nacionalista de ultraderecha António de Oliveira Salazar, uno de los mayores referentes internacionales del corporativismo de entreguerras, especialmente en su vertiente católico-integrista. Poco después del 25 de abril, una Lisboa democratizada se avino finalmente a reconocer la independencia de sus posesiones ultramarinas en África (Angola, Cabo Verde, Guinea-Bisáu, Mozambique, Santo Tomé) y Asia (Timor Oriental), en lo que fue la etapa más tardía del proceso de descolonización iniciado en la posguerra.
Desde la muy lusitana y todavía medieval ciudad de Coímbra, a orillas del legendario Mondego, donde está estudiando con fruición portugués –la lengua de sus lisboetas de cabecera Fernando Pessoa y Maria Teresa Horta, aunque también de su favorita brasileña Conceição Evaristo– en una de las universidades más antiguas de Europa, nuestra camarada chilena Sara Oportus, poeta y ensayista, doctoranda en Filosofía por la UBA y becaria del Instituto Camões, nos hizo llegar este texto de reflexión y rememoración recién salido del horno, en el que la filosofía dialoga con la historia y la política. La historia y la política de su Portugal adoptivo, por supuesto; pero también la historia y la política de su Chile natal, que no puede ni quiere olvidar (con paralelismos entre estas dos repúblicas iberoamericanas que la autora hace bien en subrayar: dictaduras muy prolongadas de signo anticomunista, tradiciones rebeldes con cenit setentista…). Todo ello sazonado por una subjetividad siempre a flor de piel, autobiográfica y sentipensante. Y un suplemento jugoso: una entrevista a Jorge Castilho, presidente de la Associação dos Antigos Estudantes de Coimbra (AAEC).
Agradecemos profundamente a Sara todo su esmerado esfuerzo de investigación y escritura contra reloj –en circunstancias de salud poco propicias– para que este anticipo de “Coímbra siempre abril” viera la luz antes que acabe abril, el mes de la Revolução dos Cravos, que en Portugal –justicia poética– es primavera. Decíamos “anticipo” porque el ensayo completo, todavía en proceso de redacción, lo publicaremos hacia mediados o fines de mayo, en el octavo número de Corsario Rojo, nuestra revista semestral en PDF.
Algunas líneas nos envió amablemente Sara para completar la presentación: “Este texto es un adelanto del artículo que será publicado en un breve tiempo. Y lo dejo a propósito de revoluciones, a propósito de Chile y sus revueltas últimas. A propósito de revueltas de conciencia, de suspensiones de tiempo y espacio. Pero la revolución que más me motiva a escribir esto hoy es una revolución que yo conocí por las fotos de fusiles con cañones coronados con claveles rojos. Una revolución donde 25 de abril é sempre, como la poesía.”

Revoluciones
Hablar de Portugal, y estar aquí es una ficción para mí, pero hoy es una ficción realizada. Estar en Coímbra, vivir aquí, es algo más lejano, pues no conocía esta ciudad hasta hace poco tiempo. Sí conocía Oporto, de nombre. Y de ahí proviene mi heterónimo Sara Oportus, que es el nombre de mi abuela paterna, y que no es portuguesa, pero yo hace años lo inventé, cuando una querida vecina en Angol decía de mi papá: Oportus es un apellido portugués, Teresita. De los navegantes y descubridores de otros tiempos. Y yo mi hermana éramos muy chicas, y veíamos a mi papá con más respeto, por su voz y por sus modos, porque era un hombre grande y muy respetado ante los demás en Angol, mi ciudad natal. Pero no vivo en Oporto, como hubiese sido natural para Sara Oportus. Cuando postulé a la beca de estudios, elegí Coímbra por tres razones: por su calidad de enseñanza y su antigüedad, que data del año 1290. Por su conectividad, pues queda cerca de Lisboa y Oporto; y la tercera razón, prefiero guardarla para comentarla, tal vez, en otra oportunidad.
Así es que, como les cuento, desde pequeña tuve la noción de que algo había afuera de Chile que me inquietaba y no solo por este hecho, y que hoy misteriosamente he podido ir revelando. Ciertos usos y costumbres muy cercanos, hasta gestos en la mesa, algunos dichos populares, una lluvia muy similar a la que yo conocí en Angol, y lo más importante, una cantidad de arbolitos que me hacen la ciudad muy querible y donde me siento muy en casa, aunque la casa de mi infancia quede a miles de kilómetros. O quizás es que yo la llevo conmigo, también puede ser eso. Y por esto, no sé qué relación existe entre Angol y Coímbra. Quizás ninguna en realidad, y soy yo quien actúo como una intermediaria, porque dispongo de una memoria afectiva y sensorial muy nutrida, y siento que toda la ciudad es mi casa, que es la palma de una mano que se me abre cuando camino, o como un salvavidas después de algunas muertes y de algunas violentas mareas. Y no fue fácil al principio. Llegué un 30 de septiembre a Coímbra, el año pasado. Sin saber mucho portugués, solo un poco escrito que estudié en el hospital –ya les comentaré de esto– y un poco leído, pero hablaba nada y escuchar me ha costado bastante. Llegué atrasada a mi curso de portugués. Curso que hago gracias a una beca del Instituto Camões. Llegué atrasada porque no me esperé pasar cerca de un mes en un hospital del sur de Chile. Llegué muy flaca, yo diría con otro cuerpo, muy anémica, pero sin miedo porque no podría haber renunciado a lo que amo, que es mi propia búsqueda de vida. No podría haberme dado por enferma y haberme ido a Angol o Santiago, de vuelta. Así es que llegué tarde a Portugal por esta razón, y me he ido poco a poco familiarizando con las personas de la universidad, de los distintos lugares de Coímbra, de sus conventos, iglesias, y también, de sus sonidos, de su propia acústica. Siento muy internamente el resonar de las campanas cada quince minutos, que me hacen también sentir en Angol. Hace muchos años que no sentía ese talán talán metálico. Casi, a veces, me siento en la Iglesia San Francisco de Angol, con todo esto que describo. Coímbra es una ciudad antigua, como antigua me he sentido yo toda mi vida. Es nostálgica, y yo a veces lo he sido en grado sumo. Coímbra es una ciudad que me gusta porque es pequeña, caminable y donde las personas en general son receptivas y empáticas, o eso he vivenciado yo: siempre ha aparecido alguien a tenderme una mano. Y voy agradecida. En la farmacia para comprar remedios, aun no teniendo receta portuguesa. En la misma universidad, en mi relación con las personas funcionarias y docentes. Y también con las personas que he conocido en el Seminario donde vivo, y de las cuales podría hablar muchas cosas hermosas.
Pero vamos de a poco, una cosa a la vez para no perdernos. Estábamos reflexionando sobre las revoluciones. Cuando era chica y vivía en Angol (yo soy de allá), hablaba con alguien de las revoluciones en general, de un pasado, ya sea en Chile o Francia, en México o Portugal, o en China; y esa persona era mayor que yo, se percibía en sus ojos cierta nostalgia, un sentir que yo notaba sin escuchar sus palabras, incluso. Solo sintiendo sus ojos. Hablar de revolución es muchas veces poco revolucionario, o no es lo que se nos viene a la mente de una revolución, pues, más bien, te quedas como joven. Esto que hablo lo hago muy desde mi persona, con una actitud de derrota y por lo mismo, quizás, eres más extrema en tus posturas políticas que tus compañeros de clase, así tengas dieciocho años y vivas en una pequeña ciudad retirada de la capital. Así lo viví yo siendo niña y luego adolescente, estando aún en Angol. Lo que ocurrió en septiembre del 73 y durante el periodo de la Unidad Popular, fue tan bien planificado foráneamente y terrible, que el golpe de Estado cívico-militar destruyó Chile, o sea a nosotros, al pueblo chileno, y dejó un par de generaciones miedosas o, en mi caso, con una mentalidad de derrota, pero jamás con una mentalidad vencida. Así es que a los veintidós años ya me declaré el fin de mis posibilidades como actriz, asumiendo la derrota como parte de mi vida, sintiendo que había que darlo todo, incluso estudiar cosas que “no necesitan mucha inteligencia” como el teatro. Así era visto el estudio del teatro en mi época en Angol por la mayoría de las personas mayores que yo. Una cosa para gente bohemia y drogadicta, para gente sin mucho cráneo. Un día le dedicare una reflexión a eso, que sería otro tema y que yo diría que es todo lo contrario.
Entonces, pensar en esa atmósfera nostálgica, de un pasado frustrado, de un tiempo maltrecho o definitivamente masacrado, involucra un gran dolor y también el cultivo de la vida según ese dolor, porque la angustia es de valientes, la angustia es parte de nuestra consciencia. Si hay personas desaparecidas y muertas, cómo no sentir valentía, por ellos y en su memoria. Lo mínimo es ir con todo al ruedo. “Con todo sino pa’ qué”, sería una traducción más actual, un dicho que escuchamos y pronunciamos durante la revuelta social de octubre de 2019. Al hablar de revoluciones hay dolor, hay una vida que se elige, hay una responsabilidad muy pesada que no sé por qué yo asumí desde niña. Creo que no lo elegí, más bien fui haciendo un rompecabezas, fui leyendo, conociendo un poco la historia de Chile y el contexto mundial, fui buscando coherencias. También me sacudió la música y hasta me fue salvando, como ahora; con sus melodías de vida, de una linda vida. También me impulsó leer teatro, aunque no veía mucho teatro en Angol, más bien lo intentábamos hacer. Me ilustré también internamente con muchas imágenes gracias a toda la Nueva Trova, a Silvio, y a la Nueva Canción Chilena, gracias a la guitarra y el cultrún de la Violeta y de Víctor, sintiéndome de otra época siempre. Hay dolor, carga, pero al hablar de revoluciones también hay comunidad, hay sentidos colectivos que triunfan. Al hablar de revoluciones, también existe la victoria. Hay derechos y luchas de pueblos cansados de ser atropellados, hay panes y peces para compartir, y hay el llamarse compañeros, o sea, quienes comparten el pan. Hay muerte y también vida, y mejores condiciones de vida para la mayoría. Y con el tiempo olvidamos el origen de lo que hoy somos como sociedades, con sistemas legales que surgen a partir de revoluciones. Entre paréntesis, la crisis de hoy, como crisis civilizatoria, también afecta a la institucionalidad toda heredada desde Europa y, fundamentalmente, desde la segunda posguerra mundial.
Me parece que en general, cuando hablamos de revoluciones, pensamos en hechos políticos, en sublevaciones masivas y, por ejemplo, poco hablamos de revoluciones científicas o filosóficas, o de revoluciones artísticas. Nos enfocamos más bien en la revolución cuando hablamos de ella de un modo social y, aparejadamente, político. Revolución es sinónimo, entonces, según lo comúnmente pensado, de quiebre, de violencia, de suspensión de un orden establecido, de insurrección como me decía un amigo poeta un día, que siendo pequeño le gustó tanto la palabra que tuvo que ir hasta el diccionario y revisar qué significaba ser un pueblo insurrecto en su propio contexto, al norte del Perú. Y claro, cómo no levantarse con fuerza si pasaste años o décadas sometido y resistiendo; cómo no conocer tu verdadera altura cuando te logras levantar, como decía Dickinson; cómo no ser insurgente después de una vida entera viviendo callado o aparentemente en silencio. Hay una acumulación, hay rabia, hay infortunios que van deslizándose gota a gota y subrepticiamente en las capas internas de la sociedad, como los afluentes o brazos de un río que buscan en el mar una salida, y finalmente hay insurgencia o un estallido, una rebelión que parece espontánea. Pero verlo así es un poco parcial y limitado. Una revolución es un proceso histórico, y como todo proceso sigue recorridos no siempre previsibles. Sin embargo, al conocer distintos procesos revolucionarios, podemos saber que existen ciertas tendencias, o figuras que se repiten en la historia. Y que esa historia que vimos en la escuela es un sucedáneo de lo que fue realmente. Sea cual fuere el gobierno de turno, no existe una objetividad en esa visión, con independencia del enfoque o de la escuela filosófica o histórica que predomine en el currículo escolar. Más aún si consideramos que la historia es una narrativa, como Hayden White propone, o la visión que rescata el acontecimiento pero que defiende una verdad, como es el caso de Paul Ricoeur. A este decir, es importante recordar que la oficialidad esta siempre vestida de victoria y que los vencedores siguen escribiendo la historia, como nos advertía en sus Tesis Walter Benjamin, quien murió huyendo, y es un valiente por lo mismo. Y no solo la escriben: son conscientes de la falsedad propalada a todos los vientos, y por lo tanto, quienes estudiamos bajo esos designios, vivimos presos de brillantes mentiras concertadas y de hace tiempo.
Entonces, es importante saber hoy qué es lo importante. Y tomar consciencia de las luchas diarias, aunque no parezcan grandes luchas. Es fundamental para sabernos animales, pero animales mamíferos y políticos. Somos animales y nuestro trabajo es una silenciosa conjugación de relaciones no inmediatas, donde la constancia es clave para seguir creciendo. Pues la generación espontánea no existe todavía. Por lo mismo, muchas veces todo lo que se hace soterradamente como esa juntura de gotas y de vertientes, de riachuelos que van juntándose poco a poco, son cientos y miles personas que resisten pese a que no hay retribución inmediata por todo el trabajo hecho, por todo lo entregado a la convicción y a las causas que unen y vivifican a los espíritus revoltosos de una época. Hablo de hacer una vida cotidiana desde el hecho de ser madre, o un padre presente, de aprender una lengua que nos guste, de dilucidar algo porque sí, la búsqueda de la verdad. Esas acciones, que parecen hasta absurdas, van urdiendo redes de vida, auténticas redes sociales. Todo esto me hace recordar un poema de Borges, Los justos. Hoy, vivir se ha vuelto un acto de resistencia; y querer lo natural, preferir el comercio local, la producción nacional son actos de resistencia, también.
Y claro que hay insurgencia en esos actos de resistencia. Y pareciera que eso no es lo que tenemos en mente cuando hablamos de una revolución. ¿Cuál es la relación o cuáles son las relaciones entre revolución y resistencia? Dejamos esa pregunta para que podamos pensar. En otro texto podemos compartir lo que pensamos acerca de estas preguntas.
Con todo, sí es cierto, hay revoluciones que pueden ser rememoradas según las fechas del calendario, las que aparecen en la historia oficial. También es cierto que hay las que existen como historias subalternas, que igualmente son conocidas por quienes se sienten pertenecer a dichos grupos. Y hay revoluciones también, digamos, revoluciones en minúsculas, que son las más, pues silenciosas y muchas veces ignoradas acontecen en los pequeños gestos y acciones diarias. Es una buena clase de matemática, es la señora del quiosco del barrio que te ayuda con una sonrisa, es una actividad que desarrollaste en una junta de vecinos. Todas estas acciones son las que justamente sostienen y abren paso a las revoluciones en mayúsculas. Y esto no es romantizar el instante, o decir, que la felicidad son momentos. No. Es solo apreciar una continuidad entre lo micro y lo macro, entre lo cotidiano o diario y lo que queda como una fecha histórica y conmemorativa.
Sin revoluciones sin prensa ni prisa, sin ruido y sin muchas portadas en los diarios o en internet, es ahí donde triunfa la vida. Solo precisamos que esa vida que triunfa no necesariamente es la vida que queremos vivir, que elegimos vivir, pues, no es lo mismo una vida digna que la mera vida o la vida al desnudo. Y esta distinción es importantísima de saber, esto es, que no es lo mismo bíos que zoé. Y un autor en cuya obra puede seguirse la huella de este problema es Giorgio Agamben. Cosa que no desarrollaremos aquí. Sin embargo, en conjunto con esa vida que triunfa como sobrevivencia o resistencia, que es la vida misma hoy, pareciera ser que acciones distintas a las que se espera cada día marcan una agenda propia, aún no confiscada por la agenda de redes sociales o de la institucionalidad oficial e internacional. No sé si se han fijado, pero vivimos una suerte de agenda previamente establecida. Hoy es mucho más notorio con las redes sociales: hay día para todo. Un día para el completo, un día de la voz, un día de la manicure, etc. Y con esa agenda, que obviamente entrega un orden, se puede conducir la opinión o direccionar lo que hablan las personas a través de los medios de comunicación, que son serviles a estas formas de control social, las cuales pasan desapercibidas para muchas personas. Con respecto a esto último, termino de escribir este texto en una semana en que celebramos el libro y el autor, pero ese nosotros tal vez no sea verdadero aún. Digo, hay mucho de esa agenda institucional que no llega a las personas; y si llega, llega solo como eslogan, como una foto de un libro sin alas propias, carente de libertad real. Solo es una foto atractiva para ponerle un like, y eso sería todo.
Por eso, me gusta observar eso cotidiano, eso invisible como el crecimiento lento y por años de las raíces de un árbol que dará paso a su crecimiento más visible. Me gusta detenerme en lo cotidiano porque me gusta vivir con los pies en la tierra y la conciencia. Soy de esas personas que habiendo estudiado uno y hasta dos oficios, y que siguen haciéndolo con posgrados, nos resulta difícil llegar a fin de mes, por mucho que digamos en redes: se vienen cositas. Y me pregunto qué o quién nos da existencia, visibilidad. Si hacemos esto para la prensa y ser conocidos y reconocidos, o porque realmente queremos mudar no solo las condiciones de otras personas, sino sobre todo la nuestra. Hay una cosa que necesitamos todos: ser reconocidos. Pero vivimos en una sociedad del descrédito. Hay poca confianza, prevalece la competencia por sobre la cooperación. Porque, seamos claros, los seres humanos somos actores por naturaleza. Llevamos la farsa y el fingimiento en la piel, y eso lo podemos apreciar de múltiples modos. Y muchos políticos, aunque parten con buenas intenciones, una vez dentro se ven obligados, para ser aceptados, a moverse ruinmente, pues la política es saber negociar, transar y ser estratégico para salvaguardar el bien común, la base de la democracia consensual que se defiende. Y si muchos políticos conservan sus intenciones de bien común, es solo mientras no toquen sus propios intereses personales. Entonces tratan de asegurarse primero ellos. Es lo que ocurre con los gobiernos en la mayoría de los países hoy gobernados por fuerzas progresistas.
Revolucionar nuestra conciencia
Creo muy saludable reflexionar acerca de qué significa una revolución hoy, y cómo también la propia lucha por defender una vida digna va dejando huellas en nuestro cuerpo de manera muy evidente (lo hablo desde mis propias dolencias). Y por lo mismo hablo de lo saludable. Entonces, si nos pensamos en conjunto, creo que no hay que tener pudor de sentirnos revolucionarios, aunque no hayamos lanzado ninguna molotov, aunque no seamos conocidos y tampoco estemos estampados en remeras aquí y allá, de Frida o del Che. Ser revolucionario y, por lo tanto, artífice de una revolución, hoy creo que tiene que ver más bien con un acto de conciencia primero, tal vez siempre. Una conciencia que tiene su raíz en nuestra responsabilidad de ser seres humanos, pero no como si esto significara algo que nos hace superiores y por lo tanto poderosos, controladores, sobreexplotadores y exterminadores de la naturaleza y de nosotros mismos. No. Justamente eso, no. Ser responsables es, más bien, sabernos como los únicos seres que, además de conciencia, tenemos la conciencia de que somos conscientes, que somos gracias a otros seres; que, en cuanto seres humanos, en nuestra memoria nos constituimos de otros, y en diferente medida. Somos seres humanos, somos conciencia histórica y, por tanto, podemos sacar buenas lecciones de algunos sucesos que vuelven a repetirse en algunos escenarios que ya hemos evidenciado y que son del todo evitables. Y serían evitables si es que acaso las nuevas generaciones contaran al menos con la información y con la posibilidad de hacer de ese pasado, con sus sombras y colores, algo propio. Que las nuevas generaciones pudieran saberse entre comillas, es decir, experimentarse, asimilando ese legado histórico como algo que llevan consigo, como la entrega de una historia que no es algo meramente oficial, sino que constituye un conocimiento constituido a partir de una memoria colectiva de hechos que, narrados en conjunto, nos permitan sentirnos parte de una tradición revolucionaria (que es la revolución de las conciencias, por decirlo así). Ese saberse sería tener una noción de la revolución como hecho diario que se prolonga en la historia, en nuestra conciencia histórica, donde existe una relación de tiempos y vivencias. La conciencia históricamente tiene diversos rostros, como diversos somos los seres humanos en nuestras identidades y diferencias. Por lo tanto, las revoluciones también se hacen cotidianamente y creo que de eso sabemos las personas, las madres, los pacientes de un hospital, los pacientes psiquiátricos también, las personas con hambre y las personas que están injustamente encerradas. Eso los sabemos, asimismo, quienes escribimos sin ninguna grandilocuencia. Lo saben muchos profesores y bibliotecarias de escuelas, y por supuesto que lo saben también quienes trabajan en las poblaciones, en los clubes deportivos, en las juntas vecinales, en las iglesias y en todo lugar donde podemos construir una comunidad más consciente.
Por lo tanto, si esto fuere así, conocer más allá de nuestras narices, mirar no sólo nuestro ombligo y conocer simplemente no solo mi propia situación, sino también la situación de los demás, nos abre la posibilidad real de estar más cerca de una conciencia que se nutre no únicamente de libros y bibliotecas, sino además de la sabiduría que hay en las calles, en los campos, en la naturaleza, en las personas que no han tenido la posibilidad de educarse en el marco institucional de una universidad, pero que sin duda saben cosas que nosotros no, y de las cuales podemos aprender, y mucho. Porque la segregación que crea, conserva y multiplica este capitalismo salvaje, no solamente es una segregación social, sino también cultural, pues sigue predominando una forma jerárquica de concebir el conocimiento.
Comienzos no temporales
La revolución comienza por casa, la revolución comienza en nuestra conciencia. Esto no significa que temporalmente seamos primero conciencia, sino que, como seres humanos responsables, debemos generar las condiciones para que los recién llegados tengan una comunidad que les resulte un entorno propicio para su desarrollo. Pero hay reciprocidad, pues si están las condiciones favorables para nuestro crecimiento, eso potenciara a nuestras facultades para que puedan alcanzar su máxima y más bella expresión. Hay un ida y vuelta entre la sociedad y nuestra consciencia. Está el influjo de la comunidad, pero también hay decisiones que podemos tomar, pues no estamos determinados socialmente de forma absoluta, aunque hoy siga pesando demasiado esta componente. Todo lo anterior, bajo el supuesto de que hay un adentro y un afuera de nosotros, y que es en esa relación, entre otras, que desarrollarnos nuestras actividades cognitivas y de distinta expresión.
La revolución necesita una antesala, necesita de una red de personas que urdan incluso en lo invisible. Por eso, al menos para mí, hay cierta mística revolucionaria. La revolución de nuestra consciencia es detenerse, es parar y quedarse sola en una habitación, como dijera Pascal. Todo esto no viene a negar al otro, no niega lo social. Somos personas sociales, seres gregarios. Necesitamos de otros y en esa otredad no estás solo tú. Existe otro ser humano, de otra nacionalidad, de otra etnia, de otro credo religioso. Y allí está también lo otro de nosotros, y está ese otro que llamamos naturaleza –de modo genérico– que nos alberga, que es nuestra casa, tan casa como lo somos nosotros en nuestro cuerpo, porque eso somos, también.
La Revolução dos Cravos, la Revolución de los Claveles, aconteció hace cincuenta y un años, este mismo día en que escribo, y en este país que me ha brindado generosamente una nueva casa. Esto, pues, lo estoy escribiendo un 25 de abril y es de madrugada. Termino de redactar esta parte del texto que decidimos junto a Federico Mare, nuestro editor en Kalewche, publicar íntegramente después. Hoy solo les dejo este adelanto, con una pequeña entrevista –traducida del portugués– a Jorge Castilho, actual presidente de la Associação dos Antigos Estudantes de Coimbra (AAEC), a quien conocí hace veinte días por ser lectora de la prensa y de las opiniones de un diario local. Me puse en contacto con él y tuvo la mejor de las disposiciones para invitarme a una actividad de la Asociación, donde fui muy bien acogida por todos sus integrantes. Se rindió un merecido y bello homenaje a la alumna más antigua de la Universidad de Coímbra, filóloga y respetada profesora de esta casa de estudios, señora Maria de Lourdes Velindro de Carvalho, quien cumplió en marzo 105 años, sin que imagináramos que pocas semanas después, por desgracia, habría de fallecer.
Sara Oportus

ENTREVISTA A JORGE CASTILHO
¿Cuál es su visión general de Portugal y Coímbra hoy, en términos educativos y políticos?
Después de casi medio siglo de dictadura (entre el golpe militar de derecha de 1926 y la revolución de 1974), Portugal es hoy un país democrático, que forma parte de la Unión Europea desde hace cuarenta años. Tras la revolución del 74, concedió la independencia a todas sus antiguas colonias: Angola, Mozambique, Guinea [Bisáu], Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Timor Oriental y Macao. Pero con ellos se formó la CPLP (Comunidad de Países de Lengua Portuguesa), que también incluye a otra excolonia, Brasil. La revolución puso fin al Estado corporativista, a la policía política violenta y represiva, a las detenciones por delitos de opinión, a la proscripción de los partidos políticos, a la censura previa de los medios de comunicación y de toda forma de cultura, a la guerra colonial que duraba trece años (desde 1961) y que estuvo en el origen de la revuelta de los jóvenes soldados, que defendían el establecimiento de un régimen democrático y una solución política al problema colonial. La revolución trajo libertad de expresión y libertad de prensa, igualdad de derechos y deberes para todos los ciudadanos, hombres y mujeres. Puso fin al servicio militar obligatorio, abolió la policía política, creó un Servicio Nacional de Salud gratuito para todos los ciudadanos y facilitó el acceso a la educación superior, que antes era casi sólo accesible para los hijos de la élite. Medio siglo después de la revolución, el país mantiene un régimen democrático, que ha alternado gobiernos liderados por el Partido Socialista y el Partido Socialdemócrata. Como ha sucedido en muchas partes del mundo, aquí también la extrema derecha viene creciendo desde hace algún tiempo y es ya la tercera fuerza política, mientras que el Partido Comunista y otras fuerzas más de izquierda pierden terreno en las elecciones parlamentarias. Portugal se destaca por ser uno de los países más seguros del mundo, con una rica diversidad de paisajes, un clima templado, cientos de kilómetros de playas, una gastronomía excelente, gente acogedora y un costo de vida moderado. Portugal es uno de los países donde el turismo ha asumido la mayor importancia en la economía. La desventaja es el enorme aumento de los costos de la vivienda, la congestión del Servicio Nacional de Salud, los salarios bajos en comparación con los países más ricos, la disminución de la población y la gran afluencia de migrantes, con los consiguientes problemas sociales. Aun así, el balance es profundamente positivo, ya que hay libertad y democracia, y condiciones sociales incomparablemente mejores que durante la dictadura.
En cuanto a Coímbra, sigue siendo una ciudad de educación y cultura, donde destaca la Universidad, con 735 años de antigüedad, una de las más antiguas y prestigiosas de Europa. Pero también hay una Escuela Politécnica estatal, así como escuelas superiores privadas. Los estudiantes representan aproximadamente un tercio de los 150 mil habitantes de la ciudad.
¿Cómo recuerda la Revolución de los Claveles? ¿Qué significado tiene para usted?
La Revolução dos Cravos fue un punto de inflexión para este país. Pasé alrededor de 4 años de servicio militar obligatorio, más de dos de ellos combatiendo en Angola, de donde regresé unos días antes de la revolución de abril, en la que participé activamente. Como periodista, fue una sensación maravillosa tener finalmente libertad de prensa y poder escribir sin preocuparme por la censura previa y la represión. Como ciudadano, me alegra ver a mi país finalmente convertido en una democracia, con respeto a los derechos, libertades y garantías, generando una sociedad más justa.
¿Cuál ha sido el papel del movimiento estudiantil en esta revolución? ¿Cuál es el papel hoy?
El movimiento estudiantil en Coímbra siempre se ha distinguido por su lucha por la libertad y la democracia, enfrentando la represión de la dictadura. Cabe destacar la llamada “Crisis Académica” de 1969, cuando varios dirigentes estudiantiles fueron detenidos y obligados a abandonar la Universidad para enrolarse en las Fuerzas Armadas. Muchos de estos estudiantes, con una formación y una conciencia políticas poco habituales, estaban concientizando a los militares profesionales sobre la necesidad de acabar con la guerra colonial y el régimen dictatorial, uniéndose a muchos oficiales que ya estaban cansados de sucesivas misiones en los distintos frentes de combate en las colonias del África. Fue aquel, por tanto, un importante aporte a la concientización que estuvo en el origen del Movimento das Forças Armadas (MFA) que derrocó a la dictadura el 25 de abril de 1974.
Actualmente, el movimiento estudiantil sigue jugando un papel muy importante en la formación ciudadana y política de las nuevas generaciones, en la denuncia de situaciones inadecuadas y en la exigencia de una gobernanza centrada en las necesidades reales de la población.
