Fotografía: prisioneros de guerra argentinos en Malvinas, tras la rendición. Puerto Argentino (Port Stanley), 16 de junio de 1982. Autor: Ken Griffiths, un marino escocés de la Royal Navy. Fuente: Wikipedia.


Nota.— En vísperas de un nuevo aniversario de la rendición argentina en Malvinas, publicamos un texto que aborda de manera frontal dos problemas incómodos y relacionados: ¿fue absurda la guerra? ¿Argentina pudo haberla ganado? El artículo, escrito por nuestro compañero Ariel Petruccelli, es una versión resumida y adaptada al contexto de Kalewche del capítulo suyo –el segundo– “Miradas sobre la guerra del Atlántico Sur (y un poco más allá)”, en el libro de F. Mare, A. Petruccelli, A. B. Rodríguez y A. Pennisi, Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogías, guerra, izquierdas (Bs. As., Red Editorial, 2022, colección Autonomía), cuya lectura aprovechamos la ocasión para recomendar. Recuérdese que en abril ya habíamos publicado el capítulo 4, “Izquierdas y Malvinas”, de otro compañero nuestro, Federico Mare. Ambos textos se complementan muy bien, tanto en términos de análisis histórico-factual como de valoración político-ideológica.

Durante muchos años mi representación del conflicto del Atlántico Sur, coincidente con una visión habitual, podría resumirse más o menos así: la guerra había echado por tierra años de acercamiento con la población isleña que abría la posibilidad de una recuperación de la soberanía, digamos, por seducción. Aunque era relativamente escéptico en relación a que esa política hubiera podido desembocar en la soberanía argentina sobre Malvinas a mediano plazo, me parecía que era del todo preferible a una recuperación por la fuerza, de éxito dudoso, costo elevado (en muchos sentidos) y beneficios escasos (exceptuando el dudoso beneficio de la acentuación del «orgullo nacional»). En cualquier caso, pensaba y pienso, esas islas no valen una guerra.1 Paralelamente, creía que un triunfo militar sobre Inglaterra era en 1982 cosa poco menos que imposible. La política de la Junta Militar de dar un golpe de mano y apostar todas las fichas a una solución negociada fue un acto irresponsable de militares prepotentes y engreídos, completamente ignorantes en cuestiones de geopolítica y diplomacia internacional. La dictadura llevó a la Argentina a una guerra que los generales jamás creyeron que podrían ganar y, por ello mismo, para la que nunca se prepararon. Tras las bravatas de ocasión y los discursos exaltados para la tribuna, los altos mandos argentinos libraron una guerra sin ninguna fe en el triunfo. Obviamente, luchar sin creer que se pueda vencer es casi una condena a la derrota. Por muchos años pensé que, aunque los cálculos geopolíticos en los que la Junta basó su decisión eran no solo errados a la luz de los hechos posteriores, sino sumamente implausibles de antemano, la estimación de que era imposible vencer a Inglaterra en un enfrentamiento bélico en el Atlántico Sur me parecía, por el contrario, una asunción fundamentalmente correcta.

No hay duda alguna que la Junta Militar no se preparó en lo más mínimo para una guerra. Lo cual tiene una explicación: Galtieri y compañía pensaban que no se podría vencer en un enfrentamiento militar abierto, pero, al mismo tiempo, creían que una reacción belicista por parte del Reino Unido era poco menos que imposible. Lanzar un golpe de mano y jugarse todas las cartas a que el Reino Unido prescindiera del uso de la fuerza era como mínimo una acción temeraria y peligrosa, que se convierte en algo cercano a una tontería si el único resultado posible de una eventual guerra era –y esto es lo que pensaban lo mandos argentinos– el triunfo inglés. Era apostar todo a que Margaret Thatcher, por evitar a la corona los gastos pecuniarios de una acción militar, cometiera un suicidio político personal prescindiendo de una guerra que los propios militares argentinos creían que sólo podría concluir con un triunfo de las tropas del Reino Unido.

Como políticos y diplomáticos, los militares argentinos habían sido por demás incompetentes, ingenuos y/o ignorantes. Pero su evaluación de las perspectivas en términos militares generales me parecía correcta: el conflicto bélico era imposible de ganar (y como corolario: no tenía sentido prepararse para su eventualidad).

Ahora bien: ¿era imposible que Argentina ganara una guerra en el Atlántico Sur? Durante años pensé que sí. Pero ahora me parece una idea errada o, cuanto menos, discutible. Las razones para este cambio de perspectiva son complejas, y todo este asunto se halla sobredeterminado por implicaciones ideológicas y razonamientos no demostrativos. Por ello, abordarlo adecuadamente requerirá un desarrollo relativamente extenso. Vamos a ello.

*                             *                             *

Parece indudable que la representación dominante de los sucesos de 1982 en la sociedad argentina pasó, para decirlo en los términos de Rosana Guber, de verlos como una “gesta” o “causa patriótica” a considerarlos una “guerra absurda”.2 Por supuesto, en ámbitos castrenses y en sectores políticos de la derecha nacionalista la visión de una “guerra absurda” tuvo menos receptividad e incluso fue rechazada de manera abierta y en ocasiones airada. Recientemente, la crítica a la representación de la guerra de Malvinas como cosa absurda ha tenido manifestación académica. En un artículo publicado en 2020 en Cuadernos de Marte. Revista Latinoamericana de sociología de la guerra, dependiente de la UBA, José Manuel Cisilino, Manuela García Larocca y Santiago Garriga Olmo someten a crítica las visiones de la guerra de Malvinas como un conflicto “absurdo”.3 Son temas pantanosos, en los que es particularmente difícil separar la paja del trigo; los componentes ideológicos de los científicos; las valoraciones, de los hechos comprobables; las implicaciones ético-políticas de la comprensión veraz. ¿Cómo debe abordarlos alguien que –como yo mismo– es políticamente un internacionalista socialista y que, a la vez, valora a la historia por lo que tiene de científica (sin menospreciar lo que tiene de arte y de política)? Seguramente no hay una única manera legítima. Pero a continuación expondré la que me parece más apropiada.

El argumento desplegado por Cisilino, García Larocca y Garriga Olmo es que Argentina pudo haber ganado la guerra de Malvinas. Y a ellos les parece que, si era ganable, entonces no fue absurda. Sin embargo, es evidente, su razonamiento falla. La mera realizabilidad no concede a un objetivo carácter sensato. Se puede exterminar a la humanidad toda detonando solo una parte del arsenal nuclear existente. Pero la inmensa mayoría de las personas piensa que ello es absurdo (aunque algunos líderes políticos estén ahora mismo jugando con fuego). Desde luego, no se puede demostrar científicamente que no se debe exterminar a la humanidad, lo cual no implica que no tengamos buenas razones –éticas, ante todo– para oponernos a semejante cosa.

Aunque Argentina hubiera podido ganar la guerra, ello no demuestra por sí solo que fuera un medio adecuado o sensato para conseguir los objetivos que se proponía, ni que esos objetivos fueran racionales e importantes. Para un pacifista a ultranza toda guerra es condenable. La mayoría de las personas, sin embargo, no son pacifistas a ultranza: hay guerras que pueden parecer legítimas (al menos en circunstancias extremas) en base a diferentes criterios éticos, políticos o religiosos. Por lo demás, un pacifista, incluso un pacifista a ultranza, no tiene por qué considerar como absurdas a todas las guerras. Puede comprender, sin compartir, las razones, causas e intenciones que las desencadenan. Puede hallar razonables, pues, algunas acciones militares, sin que por ello tenga que apoyarlas necesariamente, dado que bien puede creer que hay razones tan buenas o incluso mejores para prescindir de la lucha. Por otra parte, toda acción militar combina necesariamente aspectos de racionalidad instrumental (los medios adecuados a los fines) con componentes de racionalidad valorativa (los fines mismos). Una acción perfectamente racional en términos instrumentales puede resultar completamente irracional desde el punto de vista de los valores. Una discusión seria, pues, debe distinguir con sumo cuidado distintos planos, niveles y perspectivas.

Yo pienso que la guerra de Malvinas fue absurda. Pero pienso también (contra lo que creí por mucho tiempo) que Argentina pudo ganarla.4

La guerra me parece absurda por varias razones, cuyo peso varía de acuerdo con los principios ético-políticos de los que se parta. Aquí voy a prescindir de los argumentos que se podrían ofrecer contra la guerra desde perspectivas pacifistas «a ultranza» (que no comparto, pero son atendibles) o desde un ángulo socialista internacionalista (que es el mío): todo lo que yo podría decir al respecto lo ha dicho Federico Mare en un capítulo del mismo libro donde se publicó una versión más extensa de este escrito, y que vamos a reproducir en Kalewche más adelante, probablemente en abril del año próximo. Pero la guerra se presenta como absurda incluso –y esto es decisivo– tomando como base los principios y las creencias de la derecha nacionalista y de la Junta Militar encabezada por Galtieri. Que no es necesario ser pacifista ni socialista para hallar absurdo el enfrentamiento armado de 1982 lo demuestra el caso de Martín Balza, veterano de Malvinas y ex jefe del Estado Mayor del Ejército, quien ha hablado del “absurdo conflicto de 1982, que llevó a un país periférico –y desprestigiado internacionalmente por la violación a los derechos humanos– a un enfrentamiento con una potencia nuclear que contaba con el apoyo de los Estados Unidos”5. La guerra, pues, parece absurda no solo desde una perspectiva exógena, sino desde el punto de vista de los principios y creencias de la Junta Militar que la provocó.6

Por supuesto, se ha dicho que la Argentina fue “obligada a luchar”. Pero la afirmación carece de toda seriedad. El “incidente Davidof” que desencadenó la escalada bélica es una comedia de enredos basada en sucesos nimios que en ningún caso implicaron el uso de la fuerza. Tanto el Informe Rattenbach como su contraparte británica (Informe Frank) coinciden en que no hay indicios de que este incidente haya sido provocado deliberadamente por ninguna de las partes para provocar una guerra. Para quien no esté completamente cegado por la ideología, es indudable que las acciones militares de 1982 las inicia Argentina (como es igualmente indudable que las acciones militares de 1833 que culminaron con la ocupación británica de las islas las inició el Reino Unido). Sin embargo, la Junta Militar no deseaba una guerra, no se preparó para la misma y sus integrantes no creían que la pudieran ganar. Iniciaron, por consiguiente, una acción bélica pensando que el oponente no lucharía y que todo se solucionaría diplomáticamente por medio de negociaciones, en las que Argentina dispondría de una posición favorable. Pero, contra lo esperado, el oponente se dispuso a luchar. ¿Qué es esto sino una situación completamente absurda?

Si la Junta Militar se hubiera preparado para la guerra que provocó, podría considerarse, desde su perspectiva intrínseca, que la misma no era absurda (aun cuando lo fuera desde una perspectiva extrínseca). Pero esta preparación no existió ni a corto, ni a mediano ni a largo plazo. La Junta Militar nunca realizó ninguna evaluación seria de la situación militar de su eventual enemigo, como queda manifiestamente claro en el Informe Rattenbach: “Las capacidades del enemigo (…) han sido consideradas de forma poco profunda” (folio 31). De hecho,

“el planeamiento estratégico no se basó en capacidades del enemigo correctamente elaboradas. Las suposiciones no figuran en ningún documento expresadas como tal, pero hay dos de ellas, asumidas erróneamente por la Junta Militar, que afectarían todo el planeamiento y la toma de decisiones posterior: a) Gran Bretaña reaccionaría diplomáticamente ante la ocupación de las islas. Si eventualmente llegar a hacer uso del poder militar, sería sólo con intensiones disuasivas para cuidar su prestigio internacional. b) EE.UU. no permitiría la escalada bélica del conflicto y obligaría a las partes a encontrar una solución negociada (folio 39)”.

He aquí, pues, dos profundos yerros políticos que determinaron todo lo sucedido. Por otra parte, la carencia de confianza en el triunfo militar no encaja bien con el objetivo militar manifiesto de “conquistar, consolidar y asegurar el objetivo estratégico militar” (folio 32), considerado por el informe “No factible” (folio 33), salvo que se considere, como la Junta consideraba, que no habría reacción militar. Por último, todo el accionar estuvo signado por la improvisación y las contradicciones, expuestas con sumo detalle en el Informe, en donde se deja en claro cosas tan básicas como que “no existía en concreto un plan para su defensa (de las islas), en el caso de que Gran Bretaña decidiera recuperarlas por la fuerza” (folio 40). Como han dicho Fabián Nievas y Pablo Bonavena: “la guerra de las Malvinas, aunque provocada, no fue buscada y por ello no fue prevista”7. La Junta Militar ocupó las islas Malvinas pensando en dar un golpe de fuerza para negociar desde una posición favorable. “Ocupar para negociar”, esa era su perspectiva. Jamás se le ocurrió la posibilidad de “ocupar para defender”, que es lo que tuvo que hacer a pesar de sus expectativas y en medio de la mayor improvisación. No había un plan B, lo cual pone de manifiesto el alto grado de irresponsabilidad de la Junta, tratándose de una cuestión tan delicada donde muchas vidas y recursos estaban en juego.

En el Informe Rattenbach (cuya denominación oficial es Comisión Nacional de análisis y evaluación de las responsabilidades en el conflicto del Atlántico Sur. Informe Final) se puede leer: “En la obsesión de resguardar la sorpresa estratégica, se eligió el peor momento desde el punto de vista de la política internacional” (vol. I, fol. 22). En el folio 23, se deja constancia de “la errónea evaluación de la actitud que asumiría EE.UU. en caso de conflicto”, tanto o más incomprensible en la medida en que “se sabía que Gran Bretaña y EE.UU. tenían fuertes intereses comunes en la OTAN y que, en caso de conflicto, este último país apoyaría en forma ostensible al Reino Unido”. Subrayando en un pasaje escrito en mayúsculas: “El gobierno argentino tuvo, desde el primer momento (01-abr) la ratificación precisa de que EE.UU. apoyaría a Gran Bretaña en el caso de desatarse el conflicto armado”. Pero acaso el más contundente sea el inciso c del párrafo 282 (fol. 67):

“La Junta no estuvo en condiciones de controlar los acontecimientos ni de medir la probable reacción británica, ya que la ocupación de las Islas Malvinas, con el propósito de encaminar favorablemente las negociaciones, concluyó en una escalada militar. Tal situación trajo aparejadas una serie de medidas irreflexivas y precipitadas que la convirtieron en una aventura militar, sobre todo cuando se hizo efectiva la reacción bélica británica y no se tuvieron implementadas las alternativas diplomáticas para neutralizarla” (destacado en el original).

Por lo demás, no se puede hacer a un lado que en las Malvinas no había una población de connacionales que estuviera siendo oprimida; los recursos naturales de las islas no harían ninguna diferencia en la economía de la Argentina; su valor estratégico es como mínimo sumamente discutible, no siendo Argentina una potencia militar y ubicándose, en la geopolítica del momento dominada por la oposición OTAN/Pacto de Varsovia, en el mismo bando que el Reino Unido. La guerra de Malvinas provocó una cantidad de muertos y heridos que superaba el número de isleños, y pérdidas materiales que sobrepasaban el valor de los bienes e infraestructura malvinenses. Todos estos son elementos que entrañan, cuanto menos, fuertes elementos de «absurdidad», incluso desde una perspectiva nacionalista, y más allá de las circunstancias concretas y de las decisiones de la Junta en 1982.

Sin embargo, nada de esto implica que Argentina no hubiera podido ganar la guerra. De hecho, si era factible vencer, el no haberse preparado redobla el componente absurdo de los sucesos.

*                             *                             *

La tesis de que Argentina estuvo a punto de vencer en la guerra siempre tuvo algún grado de aceptación en círculos castrenses, aunque no como postura oficial o cuasi oficial. El Informe Rattenbach, como ya expusimos, consideraba “no factible” la defensa militar de las islas ante un ataque británico. Un estudio realizado por la Escuela Superior de Guerra Conjunta y publicado en 2013 desestima también la posibilidad de un triunfo militar. Se trata de un trabajo presentado explícitamente como de carácter académico, cuyos contenidos “no constituyen la visión oficial de la ESGC”. En todo caso, el texto afirma categóricamente:

“No tenía mayor sentido lógico pensar que la Argentina estaba en condiciones de derrotar militarmente al aliado más importante de EE.UU. en su confrontación contra el Pacto de Varsovia. Desde varios años atrás se había advertido que no había forma de oponerse a la amenaza de los submarinos nucleares, y eso iba a influir decisivamente en el necesario control del mar alrededor de las islas Malvinas”8.

Cabe presuponer que un segmento importante, posiblemente mayoritario, de los miembros de las FF.AA. debe coincidir con esta evaluación, pero es también indudable que muchos militares argentinos han manifestado su convicción de que estuvieron a punto de vencer (y algunos británicos afirmaron que su triunfo tuvo lugar al borde de sus capacidades). A veces, el sustento de los militares argentinos para defender la posibilidad de una victoria es puramente emocional o ideológico, pero no siempre.9 También entre sectores de la derecha nacionalista se ha sostenido la tesis de que Argentina hubiera podido obtener la victoria. Quizá la expresión más conspicua de este parecer sea la expresada en un libro y en varias entrevistas por Enrique Díaz Araujo, quien combina en partes iguales juicios ideológicamente motivados rayanos en la insensatez, con un abundante conocimiento militar.10

A priori, las pretensiones de militares y/o nacionalistas argentinos en torno a la posibilidad de la victoria son sospechosas de arbitrariedad y subjetivismo. En su texto, Cisilino, García Larocca y Garriga Olmo recurren a los testimonios de militares ingleses (como el almirante S. Woodward) que han sostenido que estuvieron a punto de ser derrotados. A los autores del artículo estos testimonios les parecen más concluyentes de lo que en verdad son. Los dichos populares como el que han elegido para el título de su texto (“Si quieres saber cómo te fue en la guerra, pregúntale a tu enemigo”) son más problemáticos de lo que a veces se piensa. Sobran las razones para que los vencedores en una acción bélica tiendan a magnificar las capacidades de sus enemigos: no hay mucho mérito en los «paseos» militares. Pero, en el caso específico de la guerra de las Malvinas, dado que por entonces se preveía un significativo recorte del gasto militar del Reino Unido auspiciado por el gobierno conservador y neoliberal de Margaret Thatcher, cabe presuponer que argumentar que habían vencido «por los pelos» a la Argentina servía muy bien para oponerse a tales reducciones presupuestarias. Los testimonios británicos, pues, deben ser tomados «con pinzas»: hay obvias y poderosas razones para que exageren la paridad bélica. Carecen, pues, del carácter concluyente que quienes los invocan parecen atribuirles. Aunque no sería correcto descalificarlos sin evaluar las pruebas y argumentos que ofrecen (ello sería incurrir en la falacia de la descalificación ad hominem), cabe señalar que, en general, los testimonios ingleses no ofrecen argumentos sólidamente entrelazados. Se basan más bien en afirmaciones relativamente impresionistas, en el sentido de que triunfaron al límite de sus recursos o de que no hubieran podido continuar combatiendo por mucho más tiempo.

Sin embargo, hay especialistas militares que no son ni británicos ni argentinos que han defendido la tesis de que Argentina pudo haber vencido en la contienda bélica. En algunas ocasiones han acompañado su evaluación con sólidas argumentaciones. Aquí me basaré en algunos de sus trabajos, deteniéndome en los argumentos que han ofrecido (que en última instancia es lo que verdaderamente importa).

Posiblemente, los argumentos mejor planteados sobre la posibilidad de un triunfo militar argentino en Malvinas sean los ofrecidos por el almirante estadounidense Harry Train. La suya es una opinión altamente calificada: era el comandante en jefe de la Flota del Atlántico de los EE.UU. y comandante supremo de la OTAN en el Atlántico, al momento de las hostilidades. Durante el conflicto, estuvo en contacto con oficiales británicos y argentinos y, según sus palabras, tenía “amigos que apreciaba en ambos lados”. Pero ante todo, como docente de la Universidad de Defensa Nacional de los EE.UU., empleó el caso de la guerra del Atlántico Sur como objeto de estudio. El análisis de Train merece un estudio cuidadoso. No se limita únicamente a los aspectos militares (táctica, estrategia, técnica, coordinación, aciertos, errores), sino también a los políticos, vistos desde las perspectivas de las dos partes en conflicto. Como se encarga de aclarar, su postura es relativamente heterodoxa dentro del ámbito militar de EE.UU. –mucho más anglófilo, y, a su entender, poco ecuánime en sus juicios–. Por último, Train aborda con cierto detalle los elementos azarosos, el componente de lo fortuito, que es parte ineludible –e imprevisible– de las acciones militares. Aquí tomaré únicamente los aspectos estrictamente militares que aborda, aunque subrayando que su análisis político es igualmente rico.

Train pertenece a ese segmento, minoritario en ámbitos castrenses, que tiene en muy alta estima la labor intelectual. La consigna que en los años 90 popularizara Aldo Rico –“la duda es la jactancia de los intelectuales”–, así como la nítida distinción entre intelectuales y hombres de armas que la misma presupone, le es completamente ajena. El almirante estadounidense comenzó un trabajo sobre la guerra de Malvinas con las siguientes palabras: “La profesión militar no es solo una vida de dedicación, sacrificio y frustración; es también una vida de desafío intelectual”.11

Train considera que la de Atlántico Sur fue una guerra que “nunca debió haber sucedido”. Su desencadenamiento y su resultado fue producto de serios errores políticos y militares cometidos por ambas partes. Sus reflexiones tienen por finalidad, en buena medida, detectar esos errores políticos y militares. Pero, cabría decir, Gran Bretaña no cometió ningún error militar equiparable en magnitud a lo que considera el gran yerro argentino en términos militares. En una conferencia brindada en Buenos Aires en 1986, Train manifestó:

“Como mi amigo Horacio Fisher, en aquel entonces oficial de Enlace argentino en mi Estado Mayor, nos podrá confirmar, nosotros no recibíamos mucha información sobre el curso de la guerra en mi Comando de Norforlk. Nuestras apreciaciones allí preveían la victoria argentina hasta las semanas finales de la lucha, ya que ignorábamos algunas decisiones cruciales, cuya adopción hizo que nuestro pronóstico fuera erróneo”12.

No hay ninguna razón para dudar de la veracidad de este testimonio, el cual indica que al menos para algunos importantes militares estadounidenses, una victoria argentina era no sólo posible, sino el resultado más probable. En su análisis, de hecho, Train procura entender por qué fallaron sus pronósticos en 1982. Su hipótesis fundamental es la siguiente:

“Se puede afirmar que Argentina perdió la guerra entre el 2 y 12 de abril, cuando no aprovechó la oportunidad que tenía para emplear buques de carga en el transporte de artillería pesada y helicópteros para sus fuerzas de ocupación, y equipo pesado para el movimiento de tierra, que hubiera permitido al personal en la isla prolongar la pista de Puerto Argentino para que pudieran operar sus A4 y Mirage. La indecisión basada en el preconcepto argentino de que era imposible derrotar a los británicos en un conflicto armado, fue el elemento dominante en el resultado final”13.

Si alguien piensa que Train exageró las cosas para halagar a su audiencia argentina, cabe señalar que la misma idea la expuso tiempo después en un artículo publicado en su país.14 En este texto también refuta el parecer del brigadier Lami Dozo, quien sostenía que no era materialmente posible prolongar la pista de aeronaves para que pudieran operar los cazas argentinos: el hecho de que ya a fines de junio los británicos pudieran hacer operar sus F4 Phantom desmiente esa afirmación.

Por lo demás, una visión semejante a la de Train ha sido defendida por otros especialistas militares, como el investigador español Diego Mayoral Dávalos y el oficial de infantería de marina del Reino de Holanda, Ronald Schepel. Train piensa incluso que, si la Argentina hubiera construido rápidamente una pista de aeronaves en las islas con capacidad para operar aviones de combate, entonces es altamente improbable que los británicos hubieran enviado una flota hasta las islas. En el intercambio posterior a su conferencia, esto fue objeto de una pregunta bastante directa:

—Sr. Almirante, me agradaría conocer su opinión sobre si, ante la posibilidad de que el gobierno militar argentino hubiese adoptado la estrategia de prolongar la pista de Puerto Argentino, y hubiera fortificado con artillería pesada las islas Malvinas, y tenido la disposición para defenderlas agresivamente, ¿hubiésemos llegado inclusive a la guerra?

—No, no creo que las fuerzas británicas hubiesen pasado más al sur de la isla Ascensión. Y este punto de vista ha sido expresado por varios de los líderes británicos. Esto habría implicado (sic) una amenaza tal a su Flota, que habría debido encarar la confrontación militar de otra manera. Posiblemente se hubiesen limitado a ataques con los Vulcan, y según cómo las fuerzas argentinas se hubiesen comportado frente a estos aviones, teniendo en cuenta la efectividad en sus incursiones, los británicos hubiesen continuado con estos golpes aéreos o no, tal vez llevando adelante una guerra de desgaste, submarina, pero nada tan decisivo. Esta es mi opinión. Creo que es correcta.15

Desde luego, el Reino Unido, aunque estaba muy lejos de ser una superpotencia militar como EE.UU. o como la URSS, era la segunda potencia de la OTAN. El carácter de potencia militar con una amplísima trayectoria y experiencia bélicas lleva fácilmente a pensar que un país como la Argentina no tendría ninguna posibilidad en un enfrentamiento militar. A Train esto le parece un preconcepto. Aunque no ofrece en los textos que analizamos una argumentación al respecto, podemos reconstruir sin dificultades su razonamiento implícito. Indudablemente, no había paridad militar entre la Argentina y el Reino Unido, pero ello no es necesariamente decisivo, por varias razones. La primera es que no siempre las potencias son capaces de vencer a adversarios manifiestamente menos poderosos: la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam y, más recientemente, de Afganistán, son dos muestras cabales de esto. Aunque el tipo de guerra que se libró en Vietnam y Afganistán es profundamente diferente al del Atlántico Sur, la analogía es válida para no sacar conclusiones de antemano, basadas en el presunto poderío militar previo. Sin decirlo explícitamente, quizá por considerarlo obvio, Train asume implícitamente que las naves argentinas no navegarían en aguas abiertas (donde serían vulnerables en exceso a los submarinos nucleares), pero que ello no sería necesario para la estrategia argentina. Su razonamiento, cabe suponer, asume que la evidente superioridad militar británica se vería relativizada por dos circunstancias muy importantes. La primera es tener que operar a más de 12.000 kilómetros de sus bases (no menos de 20 días de navegación continua); la segunda es la posición defensiva (siempre más sencilla que la ofensiva) de las tropas argentinas. Cabe destacar, por último, que todo el razonamiento de Train respecto a la guerra arranca desde tres premisas que, obviamente, antes del inicio de las hostilidades planteaban un margen considerable de incertidumbre: a) que no era previsible una guerra total en la que el Reino Unido atacara el continente o empleara armamento nuclear; b) que el apoyo de EE.UU. no implicaría una participación directa en el conflicto enviando tropas propias; c) que Chile no atacaría a la Argentina. Como es sabido, ninguna de estas posibilidades se realizó.

El no haber ampliado la pista de Puerto Argentino para que tuviera capacidad de emplear aviones de combate implicó, desde su punto de vista, que las posibilidades bélicas de Argentina se redujeran a un mínimo. Este fue el elemento decisivo. Train señala también algunos desaciertos británicos que pudieron tener grandes y negativas consecuencias para ellos. Pero no fueron decisivos. Comparados con el no establecimiento de una pista para cazas en el archipiélago, los restantes errores cometidos por uno u otro bando, así como los componentes más o menos fortuitos que también incidieron en los acontecimientos, tienen una importancia relativamente menor. Pero aun habiendo cometido un gran error estratégico, Train no considera que las posibilidades militares argentinas fueran nulas.

A pesar de los graves errores estratégicos de los mandos argentinos, consecuencia de no pensar que entrarían en guerra, Train considera (y en esto su perecer es coincidente con el de muchos militares británicos y argentinos) que el Reino Unido obtuvo la victoria al límite de sus capacidades y con pérdidas muy superiores a las previsibles, a lo que se debe agregar que “las 14 bombas sin explotar en los cascos de buques británicos pudieron fácilmente hacer que las pérdidas de buques fueran el doble, si las espoletas hubieran sido correctamente graduadas”. En su opinión, si las tropas británicas eran frenadas en tierra y/o debían evacuar las islas, la flota del Reino Unido no tendría demasiado resto, y las condiciones climáticas del Atlántico Sur en pleno invierno harían también su parte, con tormentas permanentes y fríos extremos que afectaban fuertemente a hombres y máquinas, y, en no pocas ocasiones, hacían inviables incluso operaciones sencillas, como ocurrió de hecho ya en otoño, cuando tuvieron lugar los enfrentamientos.

Train piensa además que, en dos oportunidades, durante los combates terrestres, las tropas argentinas estuvieron a punto de obtener victorias decisivas, pero sus mandos no supieron «cortar el hilo» de la situación. La primera fue en Groose Green, cuando las tropas argentinas se rindieron “justamente cuando el jefe británico se consideraba en el límite de su capacidad para seguir combatiendo”. La segunda fue en ocasión del desembarco británico en Bluff Cove y Fitz Roy, el cual “se convirtió en un desastre” para las fuerzas británicas y ofreció a los mandos argentinos una inesperada posibilidad de un contraataque factible y exitoso. Según su análisis, “la verdad es que por dos veces la victoria pendió de un hilo, en Groose Green y en Bluff Cove, y los argentinos no supieron cortar ese hilo”.

Que el triunfo militar británico se consiguió «al límite» es algo que han manifestado también –como ya hemos dicho– altos mandos británicos. Podría haber un espejismo en estas apreciaciones. Aunque el triunfo se obtuvo raspando, las tropas británicas, de ser detenidas, podrían haber relanzado sus ataques, o bien, el Reino Unido enviar nuevas fuerzas al teatro de operaciones. Podría pensarse que, aunque Argentina pudo haber vencido en un «primer round», no podría afrontar un «segundo round». Train no analiza la posibilidad de una segunda ronda de operaciones. Cabe suponer que la misma le parece improbable, tanto por razones políticas como militares. Aunque no lo dice explícitamente, se puede suponer que, políticamente, un gobierno como el de Margaret Thatcher podía afrontar y beneficiarse de una breve y exitosa guerra colonial; pero es improbable que hubiera sobrevivido a un prolongado enfrentamiento de resultado incierto y gran cantidad de bajas. En las condiciones políticas de 1982, guerreando por unas islas lejanas, no parece factible un apoyo popular masivo a algo equivalente al desembarco de Normandía. Militarmente, el Reino Unido había enviado más de la mitad de su flota de combate y casi la totalidad de sus fuerzas anfibias. A juicio de Train, lo único que hubiera podido volcar de manera decisiva la situación militar en caso de que la adecuada preparación bélica de la Argentina hubiera detenido el desembarco británico, era la intervención directa de EE.UU. con un portaaviones gigante de propulsión nuclear. Pero no cree que ello hubiera sucedido.

Ante una pregunta directa respecto a si creía que el resultado del conflicto pudo haber sido diferente, Train respondió:

“Si, pienso que sí. Pienso que, si los británicos hubiesen tenido que confrontar una fuerza aérea operando con base en las Malvinas, en Puerto Argentino, no habrían podido seguir adelante con su campaña de guerra naval, ni creo que el ejército británico que desembarcó en las Malvinas pudiese haber sobrevivido con una Fuerza Aérea y Aviación Naval argentina con base en las Malvinas. Pero si consideramos el otro lado de la moneda, si los británicos hubiesen tenido un portaaviones grande, bueno, por la parte británica la cosa también hubiese sido distinta. En un sentido o en otro, el resultado habría sido distinto; pero en las condiciones dadas, el desenlace fue dudoso hasta Groose Green, y subsiguientemente, en Fitz Roy, donde los argentinos no cortaron el hilo. No hubiese habido hilo, y la situación habría sido diferente”16.

En síntesis, haciendo a un lado pasiones y preconceptos, se puede concluir de lo expuesto que no era imposible un triunfo militar argentino en 1982. La guerra fue absurda en varios –y a mi juicio decisivos– sentidos, a los que ya me he referido. Pero, estrictamente, no era imposible de ganar para la Argentina.

Cuando se trata de las Malvinas, y en particular de los sucesos de 1982, es difícil separar lo emocional de lo racional. Un análisis como el del almirante Train resulta incómodo para la mayoría de las perspectivas argentinas sobre la guerra. A los nacionalistas más fervientes (aquellos que, basados en una racionalidad de los fines o valores, no repararían en costos, con tal de alcanzar los objetivos nacionales), les desnuda sin cortapisas la impericia, la desidia, la improvisación y la irresponsabilidad de la Junta Militar, tanto o más manifiestas en la medida en que frustraron un objetivo alcanzable y legaron un escenario peor. Pero a las perspectivas nacionalistas más inclinadas hacia una racionalidad instrumental, más apegadas al principio de prudencia, también les complica las cosas, dado que anula el expediente sencillo de dictaminar que un triunfo militar quedaba descartado de antemano. Quizá por ello el texto de Train sigue siendo hoy una pieza poco conocida y, ante todo, casi nunca discutida. En cualquier caso, un sitio internacionalista y socialista como Kalewche, que intenta honrar la ciencia y la racionalidad crítica, es un espacio muy apropiado para analizar sin prejuicios este espinoso tema, independientemente de que consideremos –como de hecho consideramos– que la guerra de Malvinas fue, en términos políticos y éticos, muy absurda y reprobable.

Ariel Petruccelli



NOTAS

1 Y no es que sea incondicionalmente pacifista. Hay guerras justas o necesarias; otras que son inevitables. Deben ser evaluadas caso por caso. En lo personal, la guerra de Espartaco contra Roma, la de los guerrilleros yugoslavos de Tito contra los ocupantes nazis o la del Vietcong en contra de USA, por poner tres ejemplos al azar, me parecen completamente legítimas. Pero en la guerra de Malvinas, que es la que nos ocupa, hay que considerar lo siguiente: podía implicar demasiadas muertes por un territorio remoto y marginal, que no le iba a cambiar la ecuación macroeconómica a la Argentina. Pero, sobre todo, Malvinas es un territorio irredento sin población irredenta. No había compatriotas oprimidos a los que liberar. Si México, por ejemplo, hubiese querido reconquistar California y Texas durante la segunda mitad del siglo XIX, podría haber alegado, con razón, la existencia de población mexicana irredenta en esos territorios. No mayoritaria quizás, pero sí al menos minorías muy grandes. Argentina, en cambio, no podía en 1982 alegar nada parecido.
2 Rosana Guber, ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda, Bs. As., FCE, 2012.
3 A decir verdad, también someten a crítica la concepción de la guerra como mera continuidad de los “crímenes de la dictadura” y la visión de los ex combatientes como víctimas casi en pie de igualdad que los desaparecidos.
4 Desde posiciones de izquierda, Fabián Nievas y Pablo Bonavena han defendido la tesis de un posible triunfo argentino: “La guerra se perdió por imprevisión y falta de profesionalidad en su conducción, no por inferioridad tecnológica”, Cuadernos de Marte, n° 3, 2012, p. 33. Sin embargo, ofrecen una serie de argumentos que, aunque atendibles, parecen menores, en tanto que omiten el que a mi juicio es el argumento principal. Alan Woods, marxista galés, miembro de la corriente The Militant hasta 1992 y autor de un muy conocido texto sobre la guerra, también ha sostenido que “desde un punto de vista militar, Argentina podría y debería haber ganado la guerra”.
5 Martín Balza, “Malvinas es conflicto, no hipótesis”, en Clarín, Bs. As., 11 de noviembre de 2016. Para una visión completa del conflicto desde la perspectiva de quien fuera jefe del Estado Mayor del Ejército, véaseM. Balza, Malvinas. Gesta e incompetencia, Bs. As., Atlántida, 2003.
6 Desde una perspectiva británica, la guerra también tiene componentes poco sensatos, y hubo voces que cuestionaron que esas islas merecieran una aventura militar. La disposición belicista del Reino Unido tuvo mucho de coyuntural. Es posible que en otro momento o con otro gobierno se hubiera evitado una salida puramente militar.
7 F. Nievas y P. Bonavena, “Una guerra inesperada: el combate por Malvinas en 1982”, Cuadernos de Marte, n° 3, 2012, p. 28.
8 Véase “Análisis del nivel operacional en el conflicto del Atlántico Sur”, investigación coordinada por el contralmirante (R) VGM Rafael L. Sgueglia, Escuela Superior de Guerra Conjunta, 2013, p. 212.
9 Un ejemplo de defensa no puramente emocional, sino razonada (se compartan o no sus razonamientos), es el del Vicealmirante (RE) Benito Rótolo. Ver García Enciso, Enrique y Rótolo Benito, Malvinas: cinco días decisivos, Buenos Aires, Sb Editorial, 2021.
10 Vid. ante todo Enrique Díaz Araujo, Malvinas, 1982. Lo que no fue, Mendoza, El Testigo, 2001. También se puede consultar, para una exposición más breve del mismo análisis, Omar Alonso Camacho y José Luis Tello, “A veinte años de la guerra de Malvinas. (1982-2002). Entrevista al Dr. Enrique Díaz Araujo”, Revista de Historia Americana y Argentina, UNCuyo, n° 39, 2002. Sostiene Díaz Araujo que se debía asumir que el conflicto bélico era “indefectible”, que la “guerra sería forzosa”. Véase Díaz Araujo, Malvinas, 1982. Lo que no fue, pp. 38, 27 y 36. Pero este parecer no se sustenta en nada más sólido que presupuestos puramente ideológicos de perspectiva nacionalista, que hubieran sido válidos en cualquier momento y circunstancia a lo largo de bastante más de un siglo, y que nada dicen sobre la pertinencia o la urgencia por modificar manu militari la situación en 1982. Su pretensión de que Argentina debía prepararse para afrontar una guerra que “sería forzosa” en un escenario en el que el Reino Unido contaría con el auxilio de EE.UU. y de la OTAN, en tanto que Chile (o algún otro vecino) se aprestaría a sacar provecho de la situación, pero que, aun así, sería posible vencer en un enfrentamiento armado si se adoptaba la correcta mentalidad, roza lo lunático. Una muestra cabal de fanatismo ideológico completamente irrealista.
11 Harry Train, “An Analysis of the Falkland/Malvinas Islands Campaign”, en Naval War College Review, vol. 41, 1988, p. 33.
12 Train, “Malvinas: un caso de estudio”, en Boletín del Centro Naval, n° 748, 1987, republicado en el año 2012 en un número especial del mismo boletín dedicado al conflicto del Atlántico Sur, que es de donde tomamos las citas: Boletín del Centro Naval, n° 834, 2012, p. 232. El texto de Train se basa en una conferencia que dictó los días 26, 27 y 28 de noviembre de 1986. Incluye las preguntas y respuestas que tuvieron lugar al final de cada sesión. Ratificando lo dicho por Train, Woodward, el almirante que condujo a la flota británica en el conflicto, sostuvo en sus memorias que, para la Marina de los Estados Unidos, antes de que comenzara el conflicto, la posibilidad de que Gran Bretaña retomara el control sobre las islas era una “imposibilidad militar”. Véase S. Woodward, Los cien días. Las memorias del comandante de la Flota Británica durante la guerra de Malvinas, Bs. As., Sudamericana, 1992, p. 15.
13 Train, “Malvinas: un caso de estudio”, p. 234. La clave de esta conducta de los mandos argentinos la proporciona el propio Train en los siguientes términos, que son coincidentes con lo que, al respecto, sostiene el Informe Rattenbach: “En ningún momento previo al envío de fuerzas militares argentinas a Puerto Argentino el 2 de abril de 1982, la Junta Militar consideró que los británicos iban a responder con la fuerza militar. Tampoco, en ningún momento previo o durante el conflicto de Malvinas, los jefes militares creyeron que la Argentina podía prevalecer en una confrontación militar con Gran Bretaña. Estas dos creencias dominaron el proceso de toma de decisiones de la conducción política y militar argentina antes y durante el conflicto” (p. 233). Por consiguiente: “Entre la ocupación de las islas el 2 de abril y el hundimiento del crucero ARA Gral. Belgrano, el 2 de mayo, las autoridades argentinas actuaron en la convicción de que estaban envueltas en el manejo de una crisis diplomática. Los británicos lo hicieron en la convicción de que estaban en guerra” (p. 234). Cabe consignar que Train observa que “el vuelco a una participación activa de los EE.UU. se produce cuando ya es imposible que se efectúe la prolongación de la pista de Puerto Argentino” (p. 237).
14 Train, “An Analysis…”, p. 38.
15 Ibid.
16 Train, “Malvinas: un caso de estudio”, p. 262.