El intelectual ecosocialista belga Daniel Tanuro –ingeniero agrónomo, ensayista lúcido y prolífico, militante infatigable– ha escrito un nuevo libro de temática insoslayable y urgente, con gran valor estratégico: Écologie, luttes sociales et révolution (París, La Dispute, 2024, col. Entretiens). La obra todavía no ha sido editada en castellano, pero desde Kalewche nos ocupamos de mitigar la espera traduciendo una reseña que salió en la revista francesa de izquierdas Contretemps, con fecha 21 de junio y firma de Douglas Sepulchre: « Écologie, luttes sociales et révolution. À propos d’un livre de Daniel Tanuro ».
El libro consta de dos extensas entrevistas a Tanuro, realizadas por Alexis Cukier y Marina Garrisi. Cada entrevista está dividida en dos partes: 1) “Lo que sabemos”, donde Tanuro hace un análisis totalizador de la catástrofe ambiental en curso; y 2) “Lo que hay que hacer”, donde el autor belga reflexiona sobre las diversas formas de afrontarla y esboza una estrategia de transformación ecosocialista.
Daniel Tanuro es un pensador central en la comprensión de las crisis ecológicas de nuestro tiempo. Sus libros anteriores, entre los que se destaca L’impossible capitalisme vert [hay trad. castellana: El imposible capitalismo verde, Madrid, La Oveja Roja, 2011], han contribuido a difundir un análisis marxista no dogmático de los peligros que amenazan las condiciones de vida humana y no humana en nuestro planeta. Sin embargo, Écologie, luttes sociales et révolution constituye un capítulo aparte en la obra del autor. Aquí, su ambición es mucho más vasta: en primer lugar, porque se propone echar un vistazo crítico a la mayoría de los debates que animan el mundo intelectual y militante de la ecología social; en segundo lugar, y sobre todo, porque dedica una parte mayor que en el pasado a cuestionar las estrategias de desarrollo de una conciencia ecológica de clase.
“Lo que sabemos”
En la primera parte del libro, el autor pasa revista al estado actual de los conocimientos sobre la catástrofe ecológica. Esto le permite retomar una demostración ya desarrollada en El imposible capitalismo verde, luego afinada en Trop tard pour être pessimistes ! [hay trad. castellana: ¡Demasiado tarde para ser pesimistas!, Barcelona, Sylone, 2020]: la imposibilidad de abordar la gran catástrofe de nuestro tiempo sin cuestionar el sistema capitalista. Podemos alegrarnos de que tal revelación parezca menos revolucionaria en nuestro tiempo y de que una parte de la izquierda se la haya apropiado. Por otra parte, es lamentable que, más de quince años después de su primera formulación, sea aún más actual y que, mientras que la catástrofe climática ya está aquí, el cataclismo parezca más cercano que nunca.
El autor toma como punto de partida la crítica de Marx a la economía política y defiende su pertinencia para comprender los trastornos ecológicos. Este enfoque marxiano no se opone al del movimiento por el decrecimiento, que ha demostrado cómo la búsqueda de crecimiento infinito es imposible en un mundo de recursos limitados.1 Al contrario, la crítica marxiana “ofrece una explicación materialista de la naturaleza ‘crecentista’ del sistema” (p. 64). Demuestra que el capital, como relación social de explotación destinada a la renovación permanente de la ganancia, multiplica las mercancías y, por lo tanto, fomenta la lógica del “producir más” y “consumir más” (p. 64).
La defensa que hace el autor de un enfoque marxiano de la catástrofe ecológica es fértil y no dogmática. No ignora los numerosos debates en los círculos intelectuales y militantes marxistas sobre la presunta ecología de Karl Marx. También muestra cierto interés por las investigaciones de intelectuales (como John Bellamy Foster y Paul Burkett, y más recientemente Kohei Saito) que han demostrado cómo puede encontrarse un pensamiento ecológico en la obra de Marx.
El autor sostiene, sin embargo, que estas investigaciones reflejan a veces un enfoque demasiado apologético de la obra de Marx, que no aborda las nuevas cuestiones ecológicas. Pero el autor no pretende realmente entrar en este debate, que en última instancia es más bien exegético, tratando de determinar, como hizo en su momento Daniel Bensaïd, si Marx era un “ángel verde” o un “demonio productivista”. El enfoque marxiano defendido por Daniel Tanuro pretende en cambio situar la crítica marxiana del capitalismo en el centro del análisis de la catástrofe ecológica.
Esta crítica permite al autor examinar con matices los diferentes lugares de producción del conocimiento ecológico. El autor se interesa por el IPCC [Panel Intergubernamental del Cambio Climático, por sus siglas en inglés], cuya importancia reconoce, afirmando que sus publicaciones “representan la mejor síntesis científica existente para comprender el cambio climático” (p. 37). No obstante, se muestra muy crítico: nos enteramos de que los gobiernos y sus representantes interfieren en el funcionamiento del IPCC (nombrando a sus responsables), y también en sus publicaciones (tienen derecho de revisión sobre los resúmenes publicados para los responsables de la toma de decisiones). Por supuesto, estas intervenciones están destinadas a defender los intereses del capitalismo fósil. Sobre todo, el autor señala que para la mayoría de los miembros del IPCC “no hay salvación fuera del crecimiento del PBI, y por tanto del capitalismo” (p. 41).
Esta creencia en el carácter natural y permanente del capitalismo explica por qué las políticas de mitigación promovidas por el IPCC se basan tan a menudo en las tecnologías (en particular, las tecnologías de emisiones negativas), incluso cuando su eficacia no ha sido probada. Dicho de otro modo, en palabras del autor, un “espectro tecno-utópico sigue rondando los debates” en el seno del IPCC (p. 42). A pesar de ello, el autor constata que se están abriendo brechas y que, entre los científicos, el consenso capitalista y expansionista ya no es tan fuerte como en el pasado. La presencia de varios decrecentistas «justos» o «sociales» en el IPCC es un ejemplo de ello.
El enfoque marxiano defendido por el autor también le permite echar un fecundo vistazo antropológico a otro lugar de producción del conocimiento, esta vez no institucionalizado: el conocimiento ecológico popular tradicional. El enfoque marxiano nos ayuda a comprender una extraña paradoja señalada por varios arqueólogos y antropólogos: ¿por qué “los conocimientos ecológicos tradicionales, con su componente de creencias y de magia”, han demostrado ser “más eficaces que los conocimientos científicos modernos” frente a las diversas catástrofes ecológicas que han jalonado el curso de la historia? (El autor utiliza el ejemplo de las poblaciones indígenas de la isla de Pascua que se han enfrentado a crisis ecológicas)
Una vez más, la razón reside en el desarrollo del capitalismo. Éste ha privado a las clases trabajadoras de los conocimientos ecológicos desarrollados y transmitidos a lo largo de muchas generaciones. La Revolución Industrial y el desarrollo de las fábricas transformaron a los trabajadores en “apéndices de las máquinas, sin una visión global de la actividad productiva” (p. 54). El trabajo, como actividad que implica la extracción y transformación de materia y energía, y a través del cual la humanidad regula su relación con la naturaleza, se ha vuelto opaco, y las clases trabajadoras han perdido todo control sobre él. La naturaleza está ahora en manos del capital, con toda la irracionalidad que ello conlleva (competencia, innovación, secreto empresarial) y los peligros que suscita.
“Lo que hay que hacer”
En la segunda parte del libro, el autor analiza diferentes estrategias para intentar responder a la pregunta de “qué hacer”. En este sentido, el libro de Daniel Tanuro es tanto más importante cuanto que desarrolla sus reflexiones estratégicas de forma muy lograda.
Empecemos por darle la razón al autor sobre las pistas falsas. Identifica tres principales: el capitalismo verde, el ecofascismo y el tecnosolucionismo.
Por supuesto, el capitalismo verde no puede presentarse como una solución, y el autor presenta este concepto como un oxímoron, ya que “no hay compatibilidad entre la dinámica intrínseca de la acumulación de capital y la gestión racional del intercambio de materia, tanto dentro de la sociedad humana como entre ésta y el resto de la naturaleza” (pp. 83-84). Así, pues, todas las nuevas actividades denominadas “verdes” (el desarrollo de la industria del hidrógeno, la economía circular, etc.) no son en el fondo más que nuevas fuentes de ganancias y no pueden en modo alguno responder a la catástrofe ecológica en curso. Además, el capitalismo verde se inscribe en una lógica imperialista marcada por la competencia por el acceso a nuevos recursos, la mayoría de las veces localizados en el Sur Global (litio, etc.).
Huelga decir que el ecofascismo, como proyecto autoritario, racista, antimigratorio y malthusiano, tampoco puede presentarse como una solución. Sin embargo, el autor no cree que constituya una amenaza inmediata y duda de la capacidad actual de la ultraderecha para movilizar a ciertos sectores de las clases trabajadoras contra las minorías en nombre de la ecología. Los acontecimientos actuales muestran que la extrema derecha, ya sea en Argentina (Javier Milei), en los Países Bajos (Geert Wilders) o en Estados Unidos (Donald Trump), está más interesada en movilizar a las clases trabajadoras contra la ecología, principalmente jugando con las contradicciones del capitalismo verde. El callejón sin salida creado por el capitalismo verde es evidente: aparte de que no funciona,2 “da pábulo” a las reivindicaciones antiecológicas de la extrema derecha, que “explota demagógicamente las consecuencias antisociales” de tales políticas (p. 100).
Por último, el autor aborda su “campo social” evocando el tecnosolucionismo, es decir, la creencia en que la catástrofe ecológica puede resolverse mediante el uso de determinadas tecnologías (desarrollo masivo de nuevas energías descarbonizadas, tecnologías de emisiones negativas de carbono, etc.). Sostiene que no es sorprendente que los capitalistas recurran a ello en la medida en que la fe en la tecnología es “la única respuesta compatible con la dinámica de la acumulación” (p. 101). Sin embargo, el autor hace una advertencia a los marxistas que creen que las tecnologías resolverán el problema una vez que escapen a la lógica del mercado y de la competencia. El desarrollo de estas nuevas tecnologías –argumenta el autor– requeriría enormes cantidades de energía. Incluso la transición a las energías renovables sería muy intensiva en energía y provocaría por sí misma un fuerte aumento de las emisiones de CO2. Por ello, el autor sostiene que, si bien hay que defender un uso racional de la tecnología, una política ecológica y social no puede prescindir de una reducción radical de la producción y el consumo:
“Es cierto que las tecnologías digitales y los nuevos materiales ofrecen grandes posibilidades, pero tenemos más que suficientes para detener la catástrofe, siempre que rompamos con la acumulación. Las soluciones son políticas, no tecnocráticas: eliminar la producción y el consumo innecesarios, combatir radicalmente las desigualdades sociales, garantizar la participación democrática en la toma de decisiones. La urgencia absoluta de la situación no deja ninguna otra alternativa realista” (p. 101)
Puesto que ni el capitalismo verde ni el tecnosolucionismo de izquierdas son soluciones [ni mucho menos el ecofascismo], y puesto que necesitamos “eliminar la producción y el consumo innecesarios”, surge la pregunta: ¿cómo podemos conseguirlo? ¿Qué sectores de la población deben implicarse? El autor dibuja un espectro con dos perspectivas en cada extremo, que considera insostenibles. En un extremo del espectro se sitúan intelectuales como Bruno Latour y Nikolaj Schultz, que consideran que la clase trabajadora ha sido moldeada por un imaginario productivista y no puede ser sujeto del desafío ecológico.
Según estos últimos, que ignoran bastante lo que es una clase social (que es más que una construcción social o política), se trata de construir una nueva clase ecológica que lidere la lucha contra la catástrofe. Daniel Tanuro no menciona a Andreas Malm, quien, aunque se declara adversario de Bruno Latour, desconfía del mundo del trabajo casi en la misma medida. Para él, la clase obrera está demasiado asociada al compromiso productivista del siglo XX y empantanada en la búsqueda del reparto de los frutos del crecimiento. En la estrategia de “leninismo ecológico” que desarrolló, Andreas Malm no concedió ningún papel al mundo del trabajo: toda la batalla se libraría entre activistas muy politizados partidarios de la acción directa, incluso del sabotaje, y el Estado.3
En el otro extremo del espectro, encontramos una estrategia esbozada por el geógrafo estadounidense Matthew Huber. Para él, la clase obrera sigue siendo, y más aún en tiempos de catástrofe ecológica, el sujeto revolucionario por excelencia. El autor no se opone a esta idea. La catástrofe ecológica (o su evitación) está ante todo determinada por las opciones de producción de una minoría capitalista. Así, pues, luchar contra la catástrofe significaría permitir a la clase obrera apropiarse de los medios de producción, y luego garantizar que la clase obrera tome las decisiones correctas para evitar males mayores.
Según Daniel Tanuro, este enfoque es pertinente en la medida que reconoce la centralidad del mundo del trabajo. Sin embargo, según el autor, Matthew Huber no pretende “ayudar al mundo del trabajo a romper con la estrategia sindical tradicional de compartir los ‘frutos del crecimiento’, que encierra a los trabajadores en un marco productivista y bloquea cualquier perspectiva política” (p. 109). En otras palabras, Matthew Huber no propone una estrategia para desarrollar una conciencia de clase que tenga en cuenta las limitaciones ecológicas. No podemos sino estar de acuerdo con la crítica de Daniel Tanuro: la conciencia de clase no surge espontáneamente, y corresponde a una organización política (o sindical) desarrollar nuevas identidades.
Para compensar las debilidades del planteamiento de Matthew Huber, el autor propone a continuación reflexionar sobre el desarrollo de una conciencia de clase ecológica, pero también sobre los distintos obstáculos que hay en ese proceso. Identifica dos obstáculos principales para la formación de dicha conciencia.
El primero se deriva del hecho de que la fuerza de trabajo pertenece al capital (que la compra) y, por tanto, depende de él para garantizar su reproducción. Ni que decir tiene que un trabajador petroquímico que, como los jóvenes licenciados de AgroParisTech, decidiera «bifurcarse», ya no tendría lo suficiente para subsistir.
El segundo obstáculo, más sutil, es el resultado del desarrollo del capitalismo y, más concretamente, de la Revolución Industrial, de la que se sabe que ha descualificado profundamente a los trabajadores. Al enajenarlos de sus conocimientos, perdieron prácticamente todo control sobre las opciones de producción. Estos factores, sostiene el autor, “hacen extremadamente difícil pensar en otra sociedad no sólo como una utopía abstracta, sino como un proyecto concreto” (p. 112).
Tras haber identificado estos obstáculos, pero también tras haber reflexionado sobre diversos puntos débiles del capitalismo, el autor propone una estrategia para el desarrollo de una conciencia ecológica de clase. Señala que sólo se trata de una hipótesis, y que cualquier hipótesis puede corregirse. Esta última parte del libro es más discutible, ya que las hipótesis planteadas apenas se apoyan en ejemplos concretos.
Sin embargo, sería difícil responsabilizar de ello al autor, ya que la investigación sobre los vínculos entre los mundos del trabajo y las preocupaciones ecológicas es todavía relativamente reciente. Por el momento, sigue faltando una serie de estudios empíricos que puedan alimentar las estrategias ecosocialistas. No obstante, Daniel Tanuro propone trabajar para desvincular el movimiento obrero del productivismo, apoyándose en diversos elementos.
Por un lado, hay que prestar especial atención al sector de la reproducción social (los cuidados) donde “el trabajo tiene una dimensión relacional” (sanidad, transporte público, auxilios a personas, etc.) (p. 117). Según el autor, se trata de un terreno fértil para la movilización: difícil de deslocalizar, predominantemente femenino, inseguro y racializado. En su seno, “la idea de los cuidados podría constituir el hilo conductor de una ruptura obrera con el productivismo” (p. 117). El autor sostiene que las luchas antirracistas, ecologistas, campesinas, etc., que convergen en la cuestión de «cuidar», deberían tratar de situar la cuestión medioambiental en el centro de la conflictividad.
Por otra parte, el autor incita a intensificar los intercambios entre ecologistas, sindicalistas, etc., para “preparar las conciencias ante una crisis política y social de gran envergadura” (p. 129). No podemos sino estar de acuerdo con el autor que, refiriéndose a un texto de Lenin que pone de relieve los “prejuicios” o las “fantasías reaccionarias” de ciertos explotados, nos recuerda que la “lucha contra la hegemonía ideológica de la clase dominante” es “un proceso complicado, desigual y caótico de formación del sujeto”, que requiere debate y confrontación (pp. 115-116). Por ello, el autor anima a intensificar los intercambios con el mundo laboral, en particular participando en cursos de formación sindical.
Según el autor, la construcción de un nuevo sujeto obrero que rompa con el productivismo debe estar al servicio de un proyecto revolucionario, al que el militante intelectual y anticapitalista no ha renunciado. Para ello, sigue apoyándose en el método «transicional» desarrollado por León Trotsky. Este método permite “tender un puente” entre las “reivindicaciones inmediatas” y el proyecto de sociedad socialista. El autor actualiza el método, proponiendo adaptarlo a las limitaciones ecológicas de nuestro tiempo y someterlo a nuevas exigencias, como el decrecimiento justo.
Por supuesto, semejante programa4 representa una ruptura profunda con el estado de conciencia actual de los oprimidos del mundo. Pero para autor, si bien lo que “la situación exige no puede ser adoptado de inmediato por las clases trabajadoras, debe formar parte del programa” (p. 140).
Apertura
El último libro de Daniel Tanuro tiene un valor incalculable. En primer lugar, porque resume las décadas de investigación y experiencia del autor, y porque ofrece una mirada crítica sobre el desastre ecológico actual. En segundo lugar, porque –más que nunca– el autor emprende reflexiones estratégicas sobre cómo sacar al mundo del trabajo del productivismo y construir un nuevo sujeto revolucionario que tome nota de las limitaciones de las que no podemos escapar: la reducción global del consumo de materia y energía.
Las dos grandes pistas desarrolladas (apoyarse en el sector de la reproducción social con la estrategia de los «cuidados» y multiplicar los enfrentamientos y los intercambios en vistas a construir una nueva hegemonía) son ricas. Tales pistas allanan el camino a la investigación en ciencias sociales, investigación que debería poder ponerlas a prueba mediante estudios empíricos. Me gustaría sugerir una tercera vía que el autor no menciona. La catástrofe ya está en marcha y está dando lugar a numerosos fenómenos climáticos extremos, que también están generando movilizaciones. En Camboya, por ejemplo, los monzones especialmente violentos de 2013 y 2014 fragilizaron las cosechas de los agricultores.5 Las malas cosechas también afectaron a los trabajadores textiles de los centros urbanos, ya que son interdependientes de sus familias en el campo (a través del apoyo financiero y material, etc.). Por ello, las malas cosechas dieron lugar a una fuerte movilización de los trabajadores a fin de mejorar sus salarios, precisamente para compensar la falta de recursos de los padres en las zonas rurales. Aunque estas huelgas tienen lugar en el lugar de trabajo, ya están arraigadas en las catástrofes climáticas. Un terreno tanto más fértil para que las reivindicaciones trasciendan los muros del taller o la fábrica y se extiendan a la preservación de las condiciones de vida en el planeta.
Douglas Sepulchre
NOTAS
1 El prefacio del libro, escrito por el economista y teórico del decrecimiento Timothée Parrique, muestra el acercamiento entre los ecosocialistas y los defensores del “decrecimiento justo”.
2 En la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, las emisiones de CO2 no están disociadas del crecimiento en la mayoría de los países. Y cuando lo están, es a un ritmo demasiado lento y/o demasiado tímido para garantizar el cumplimiento del Acuerdo de París.
3 A. Malm, Comment saboter un pipeline ?, París, La Fabrique, 2020.
4 La Cuarta Internacional, corriente política a la que pertenece el autor, ha publicado después el Manifeste du marxisme révolutionnaire à l’ère de la destruction écologique et sociale du capitalisme, disponible en https://fourth.international/sites/default/files/2024-05/congres-bi-manifeste-fr.pdf.
5 S. Lawreniuk, “Climate change is class war: Global labour’s challenge to the Capitalocene”, en N. Natarajan y L. Parsons (dirs.), Climate Change in the Global Workplace, Londres, Routledge, 2021, pp. 172-188.