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Kamal W. E. B. Du Bois

Las raíces africanas de la Guerra

30 de junio de 202410 de septiembre de 2024
Kalewche

Ilustración: África, de Ana Audivert (detalle)


Nos complace publicar en Kamal, nuestra sección de teoría, un viejo artículo del intelectual afroamericano W. E. B. Du Bois, originalmente publicado en The Atlantic Monthly de Boston, allá por mayo de 1915, bajo el título de “The African Roots of War”. La traducción del inglés es de Macarena Marey, investigadora independiente del CONICET y profesora de Filosofía Política en la Universidad de Buenos Aires, quien dirige el Núcleo de Estudios Críticos y Filosofía del Presente (Instituto de Filosofía, FFyL, UBA). Es un texto de gran valor para la historia de las ideas contemporáneas, el antirracismo y la tradición antiimperialista de izquierdas, poco y nada conocido en el mundo hispanoparlante, y nunca antes traducido al castellano. Macarena tuvo la amabilidad de enviarnos estas líneas preliminares:
“William Edward Burghardt Du Bois (EE.UU., 1868 – Ghana, 1963) es uno de los pilares del pensamiento y de la militancia antirracistas, antiimperialistas y de teoría crítica de la raza. Si bien su producción es ineludible para comprender la historia de la lucha antirracista y antiimperialista, llamativamente sus textos no están traducidos al castellano, salvo por su obra quizás más conocida, The Souls of Black Folk, de 1903 (Las almas del pueblo negro, trad. de Héctor Arnau para Capitán Swing, Madrid, 2020); y el texto sociológico The Philadelphia Negro: A Social Study, de 1899 (Los negros de Filadelfia. Un estudio social; trad. de Sally Mizrachi, Sonia Muñoz y Pedro Quintín para Archivos del Índice, Cali, 2013).
La presencia del marxismo en su obra se hace fuerte unos años después de “Las raíces africanas de la Guerra” (1915), pero toda su producción se construye sobre el análisis de las condiciones concretas de las vidas de las personas negras. El texto que aquí presentamos por primera vez en castellano muestra muchos de los aportes centrales de Du Bois, como la idea de la “línea (o barrera) de color”, el énfasis en el aspecto global de lo que hoy llamamos “acumulación por desposesión (o expropiación)”, proceso históricamente continuo que es condición de posibilidad del capitalismo y que luego le permitirá a Cedric Robinson hablar de “capitalismo racial”, o la tesis del “despotismo democrático”. En suma, es un texto necesario para América Latina, quizás más que nunca en esta época.”
Quienes deseen leer o echarle un vistazo al artículo original en inglés, tal como lo mecanografió Du Bois hace más de cien años, hallarán una copia aquí. Es una digitalización realizada por las Bibliotecas de la Universidad de Massachusetts Amherst, institución que posee un extensísimo archivo con materiales de –y sobre– el autor afroamericano: los W. E. B. Du Bois Papers (MS 312), reservorio lleno de cartas, discursos, artículos, manuscritos de libros, relatos, poemas, apuntes, borradores, recortes de diarios, fotografías, registros fílmicos, etc.
Nuestra profunda gratitud con Macarena Marey por su traducción y presentación de “The African Roots of War”. Va también un agradecimiento a la artista Ana Audivert por su ilustración, que puede apreciarse en su totalidad en este enlace.



I

Semper novi quid ex Africa (“De África siempre surge algo nuevo”), exclamó el procónsul romano y expresó un veredicto de cuarenta siglos. Sin embargo, hay quienes escribirían la historia mundial y dejarían fuera a este continente tan maravilloso. Particularmente hoy en día la mayoría asume que África está lejos de los centros de nuestros ardientes problemas sociales y especialmente de nuestro problema actual, la Guerra Mundial*. Sin embargo, en un sentido muy real, África es una causa primordial de este terrible trastorno de la civilización que hemos vivido para ver. Estas palabras buscan mostrar cómo en el continente oscuro se ocultan las raíces no sólo de la guerra de hoy, sino también de la amenaza de las guerras del mañana.

África siempre nos está dando algo nuevo o alguna metempsicosis de algo antiguo. En su seno negro surgió una de las primeras (si no la primera) civilizaciones auto-protectoras y creció tan poderosamente que aún proporciona adjetivos superlativos a los hombres pensantes y hablantes. Si les creemos a varios científicos recientes, de sus más oscuros y más remotos bosques vino la primera forja de hierro y sabemos que la agricultura y el comercio florecieron allí cuando Europa era tierra salvaje.

Casi todos los imperios humanos que han surgido en el mundo (material y espiritual) han encontrado algunas de sus mayores crisis en este continente de África, desde Grecia hasta Gran Bretaña. Como dice Mommsen, “fue a través de África que el cristianismo se convirtió en la religión del mundo”. Fue en África que la última ola de invasiones germánicas se agotó al alcance del último suspiro de Bizancio y fue nuevamente a través de África que el Islam llegó a desempeñar su gran papel de conquistador y civilizador.

Con el Renacimiento y el mundo ampliado del pensamiento moderno, África llegó no menos repentinamente con su nuevo antiguo don. El Pistol de Shakespeare exclama:

A foutre for the world, and worldlings base!
I speak of Africa, and golden joys.

[¡Que se joda el mundo y los vulgares mundanos!
Hablo de África y de alegrías doradas.]

Pistol se hace eco de una leyenda de oro desde los días de Punt y Ofir hasta los de Ghana, la Costa de Oro y el Rand. Este pensamiento puso la avaricia del mundo a correr por las costas calientes y misteriosas de África hacia la Buena Esperanza de la ganancia, hasta que por primera vez nació un verdadero comercio mundial, aunque comenzó como un comercio principalmente de cuerpos y almas de hombres.

Hasta aquí el pasado; y ahora, hoy: la Conferencia de Berlín para repartir las crecientes riquezas de África entre los pueblos blancos se reunió el día 15 de noviembre de 1884. Once días antes, tres alemanes salieron de Zanzíbar (adonde habían ido secretamente disfrazados de mecánicos) y antes de que la Conferencia de Berlín terminara sus deliberaciones, habían anexado a Alemania un área más de la mitad más grande que todo el Imperio Alemán en Europa. Sólo por su dramático carácter repentino, este robo manifiesto de la tierra de siete millones de nativos fue diferente de los métodos por los cuales Gran Bretaña y Francia obtuvieron 1.035.995.244 hectáreas cada uno, Portugal 194.249.108 hectáreas, e Italia y España áreas más pequeñas pero sustanciales.

Los métodos por los cuales se robó este continente son despreciables y deshonestos más allá de la expresión. Tratados mentirosos, ríos de ron, asesinato, mutilación, violación y tortura han marcado el progreso del inglés, el alemán, el francés y el belga en el continente oscuro. La única manera en la que el mundo ha podido soportar el horrible relato es tapándose deliberadamente los oídos y cambiando el tema de conversación mientras continuaba la maldad.

Curiosamente, todo comenzó como la guerra actual: con Bélgica. Muchos de nosotros recordamos la gran solución de Stanley al enigma de África Central cuando siguió el curso del imponente Congo mil seiscientas millas desde Nyangwe hasta el mar. De repente, el mundo supo que aquí yacía la clave de las riquezas de África Central. Se revolvía inquietamente, pero Leopoldo de Bélgica fue el primero en ponerse manos a la obra y el resultado fue el Estado Libre del Congo –¡Dios nos libre! Pero el Estado Libre del Congo, con todo su grandilocuente pregón de Paz, Cristianismo y Comercio, degeneró en asesinato, mutilación y robo absoluto y difería sólo en grado y concentración de la historia de toda África en esta violación de un continente ya furiosamente destrozado por el comercio de esclavos. Ese tráfico siniestro, sobre el cual se construyeron en gran medida el Imperio Británico y la República Americana, costó al África negra no menos de 100.000.000 de almas, y la destrucción de su vida política y social, y dejó al continente en ese estado de indefensión que invita a la agresión y la explotación. El “color” se convirtió en el pensamiento mundial en sinónimo de inferioridad, “Negro” perdió su mayúscula y África se convirtió en otro nombre para la bestialidad y la barbarie.

Así, el mundo comenzó a invertir en el prejuicio de color. La “línea de color” comenzó a pagar dividendos. Porque, de hecho, mientras la exploración del valle del Congo fue la ocasión del desbande por África, la causa era más profunda. La Guerra Franco-Prusiana hizo desviar de Europa la mirada de quienes buscaban poder y dominio. Inglaterra ya estaba en África, limpiando los escombros del comercio de esclavos y de manera semiconsciente ya avanzando hacia el nuevo Imperialismo. Francia, humillada y empobrecida, miraba hacia un nuevo imperio en el norte de África que se extendía desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. Más lentamente, Alemania comenzó a ver el amanecer de un nuevo día y, al estar excluida de América por la Doctrina Monroe, miró hacia Asia y África en busca de colonias. Portugal buscó nuevamente renovar la antigua pretensión de su dominio africano; y así, un continente del que Europa reclamaba sólo una décima parte de la tierra en 1875 fue prácticamente absorbido en veinticinco años.


II

¿Por qué ocurrió esto? ¿Qué fue este nuevo llamado al dominio? Tuvo que ser un llamado fuerte. Consideremos por un momento las desesperadas llamas de guerra que se encendieron en África en el último cuarto de siglo: Francia e Inglaterra en Fachoda; Italia en Adua; Italia y Turquía en Trípoli; Inglaterra y Portugal en la Bahía de Lagoa; Inglaterra, Alemania y los holandeses en Sudáfrica; Francia y España en Marruecos; Alemania y Francia en Agadir; y el mundo en Algeciras.

Encontraremos la respuesta a este enigma en los cambios económicos en Europa. Recordemos qué significaron los siglos XIX y XX para la industria organizada en la civilización europea. Lentamente, el derecho divino de unos pocos a determinar el ingreso económico y distribuir los bienes y servicios del mundo fue cuestionado y restringido. Llamamos a este proceso “Revolución” en el siglo XVIII, “avance de la Democracia” en el siglo XIX y “Socialización de la Riqueza” en el siglo XX. Pero como quiera que lo llamemos, el movimiento es el mismo: más y más sucias manos en la bolsa de riqueza de la nación, hasta que hoy en día sólo los más tercos son incapaces de ver que la democracia en la determinación del ingreso es el inevitable paso próximo de la Democracia en el poder político.

Con el declive de la posibilidad de la Gran Fortuna acumulada a fuerza de salarios de hambre y la explotación ilimitada de los compatriotas más débiles y pobres, surgió de manera más magnífica el sueño de la explotación en el extranjero. Por supuesto, el comerciante individual siempre explotó bajo su propio riesgo y por su propia cuenta las riquezas de tierras extranjeras. Más tarde, los monopolios comerciales especiales entraron en el juego y fundaron imperios en ultramar. Sin embargo, pronto la masa de comerciantes en la patria empezó a exigir una parte de este flujo dorado. Finalmente, en el siglo XX, el trabajador en la patria demanda y comienza a recibir una parte de lo que le corresponde.

La teoría del nuevo despotismo democrático no ha sido claramente formulada. La mayoría de los filósofos ven la nave del Estado lanzada en la amplia e irresistible marea de la democracia, con algunos remolinos de demoras aquí y allá; otros, mirando más de cerca, están más perturbados. ¿Estamos, se preguntan, volviendo a la aristocracia y al despotismo –el gobierno de la fuerza–? Lloran y luego se frotan los ojos, pues ¿acaso no pueden ver claramente la democracia fortaleciéndose a su alrededor?

Esta es la paradoja que ha desconcertado a los filántropos, traicionado (curiosamente) a los socialistas y reconciliado a los imperialistas y capitanes de la industria con cualquier cantidad de “Democracia”. Esta es la paradoja que permite que en los Estados Unidos de América el avance más rápido de la democracia vaya de la mano, en sus mismos centros, con una abultada aristocracia y el odio hacia las razas más oscuras, y que excusa y defiende una inhumanidad que no se retrae ni ante la quema pública de seres humanos.

Sin embargo, la paradoja se explica fácilmente: al trabajador blanco se le ha pedido que comparta el botín de explotar a “chinos y negros”**. Ya no es simplemente el príncipe mercante, el monopolio aristocrático o siquiera la clase patronal quien está explotando el mundo: es la nación, una nueva nación democrática compuesta de capital y trabajo unidos. Los trabajadores, por supuesto, todavía no están recibiendo una parte tan grande como quieren o llegarán a tener, y todavía existen en el fondo grandes e inquietas clases excluidas. Pero se reconoce la participación accionaria del trabajador; y su parte justa es cuestión de tiempo, inteligencia y negociación hábil.

Así son las naciones que gobiernan el mundo moderno. Su vínculo nacional no es mero patriotismo sentimental, lealtad o culto a los antepasados. Es el aumento de la riqueza, el poder y el lujo para todas las clases en una escala que el mundo nunca antes había visto. Nunca antes el ciudadano promedio de Inglaterra, Francia y Alemania fue tan rico, con perspectivas tan espléndidas de mayores riquezas.

¿De dónde proviene esta nueva riqueza y de qué depende su acumulación? Proviene principalmente de las naciones más oscuras del mundo: Asia y África, América del Sur y Central, las Indias Occidentales y las islas del Pacífico Sur. Podemos creer, además, que todavía hay muchas partes de países blancos como Rusia y América del Norte, sin mencionar a Europa misma, donde la vieja explotación aún prevalece, aunque las campanas ya han doblado, si bien débiles y lejanas, incluso allí. Pero en las tierras de pueblos más oscuros ninguna campana ha doblado. Por consentimiento común, chinos, indios orientales, negros e indios sudamericanos existen para ser gobernados por los blancos y sujetos económicamente a ellos. Para fomentar este dictum económico altamente rentable se han traído todos los recursos disponibles de la ciencia y la religión. Así surge la asombrosa doctrina de la inferioridad natural de la mayoría de los hombres respecto de unos pocos y la interpretación del sentido de la “hermandad cristiana” como lo que sea que uno de los “hermanos” quiera que signifique en el momento en el que se le ocurra.

No obstante, como todo proyecto de alcance mundial, este proyecto no está del todo completo. Primero que nada, el amarillo Japón aparentemente ha escapado del cordón de esta barrera de color. Esto es desconcertante y peligroso para la hegemonía blanca. Si Japón se uniera de corazón y alma con los blancos contra el resto de los amarillos, marrones y negros, estaría todo bien. Incluso hay intentos bien intencionados de probar que los japoneses son “arios”, siempre y cuando se comporten como blancos. Pero la sangre es espesa y hay señales de que Japón no sueña con un mundo gobernado principalmente por hombres blancos. Este es el “Peligro Amarillo” y puede ser necesario, como piensan el Emperador alemán y muchos estadounidenses blancos, iniciar una cruzada mundial contra esta nación presuntuosa que exige un trato “blanco”.

Al mismo tiempo, también los chinos han mostrado recientemente signos inesperados de independencia y autonomía, lo que posiblemente haga necesario tenerlos en cuenta dentro de unas décadas. Como resultado, el problema en Asia se ha resuelto a sí mismo al convertirse en una carrera por “esferas” de “influencia” económica, cada una provista de una “puerta” más o menos “abierta” para oportunidades comerciales. Esto reduce el peligro de un conflicto abierto entre las naciones europeas y brinda a los pueblos amarillos la oportunidad de una resistencia desarmada desesperada, como la mostrada por China al rechazar las Seis Naciones de Banqueros. Aún hay esperanza entre algunos blancos de que la China conservadora del norte y la radical del sur puedan eventualmente enfrentarse y dar lugar a un dominio blanco real.

Sin embargo, una cosa es segura: África está postrada. Hay pocos signos de autoconciencia (por lo menos) a los que prestar atención en este momento. Es verdad que hay que adular a Abisinia. y que en América y las Indias Occidentales los negros han intentado pasos fútiles hacia la libertad. Tales pasos han sido detenidos bastante efectivamente (salvo a través de la culata del “mestizaje”), aunque según muchos los diez millones de negros en los Estados Unidos necesitan una vigilancia cuidadosa y una represión despiadada.


III

Así ha estado funcionando la mente blanca europea, y se afana todavía más en ese funcionamiento porque África es la Tierra del Siglo Veinte. El mundo sabe algo sobre el oro y los diamantes de Sudáfrica, el cacao de Angola y Nigeria, el caucho y el marfil del Congo, y el aceite de palma de la Costa Occidental. ¿Pero se da cuenta el ciudadano común de los extraordinarios avances económicos de África y, también, del África negra, en los últimos años? E. T. Morel, quien conoce África mejor que la mayoría de los hombres blancos, nos ha mostrado cómo la exportación de aceite de palma de África Occidental ha crecido de 283 toneladas en 1800 a 80.000 toneladas en 1913, lo que junto con los subproductos tiene un valor hoy en día de $60.000.000 anuales. Morel muestra cómo la mano de obra nativa de Costa de Oro, sin supervisión, ha llegado a encabezar los países productores de cacao del mundo con una exportación de 89.000.000 libras (de peso, no de dinero) anualmente. También muestra cómo el cultivo de algodón de Uganda ha aumentado de 3.000 fardos en 1909 a 50.000 fardos en 1914, y afirma que Francia y Bélgica no son más notables en el cultivo de sus tierras que la provincia negra de Kano. El comercio de Abisinia asciende a sólo $10.000.000 al año, pero su infinita posibilidad de crecimiento hace que las naciones se agolpen en Adís Abeba. Todas estas cosas no son más que comienzos, “pero el África tropical y sus pueblos son arrastrados cada año más irrevocablemente hacia el torbellino de las influencias económicas que dominan el mundo occidental”. No puede haber duda sobre las posibilidades económicas de África en un futuro próximo. No sólo están los productos conocidos y tradicionales, sino también oportunidades ilimitadas en cien direcciones diferentes; y sobre todo hay una multitud de seres humanos que, si alguna vez pudieran ser reducidos a la docilidad y la constancia de los culíes chinos o de los trabajadores europeos de los siglos XVII y XVIII, proporcionarían a sus amos un botín que superaría los sueños obsesionados por el oro del imperialista más moderno.

Este es el verdadero secreto de esa lucha desesperada por África que comenzó en 1877 y que ahora está alcanzando su punto culminante. La dominación económica fuera de África ha jugado, por supuesto, su papel y estábamos al borde de la partición de Asia cuando la astucia asiática lo evitó. Estados Unidos se salvó de la dominación política directa por la Doctrina Monroe. Así, los imperialistas se concentraron cada vez más en África.

Cuanto mayor es la concentración, más mortal es la rivalidad. Desde Fachoda hasta Agadir, se aplicó una y otra vez la chispa al polvorín europeo y la conflagración general se evitó por poco. Hablamos de los Balcanes como ojo de las tormentas europeas y causa de guerra, pero lo hacemos ya por simple hábito. Los Balcanes son convenientes en algunas ocasiones, pero la propiedad de materiales y hombres en el mundo más oscuro es el verdadero premio que hoy está poniendo a las naciones de Europa unas contra otras.

La guerra mundial actual es el resultado de celos engendrados por el reciente surgimiento de asociaciones nacionales de trabajo y capital armadas, cuyo objetivo es la explotación de la riqueza del mundo principalmente fuera del círculo europeo de naciones. Estas asociaciones, que abrigan celos y sospechas ante la división del botín del imperio comercial, luchan por ampliar sus respectivas partes; buscan la expansión, no en Europa sino en Asia y particularmente en África. “No queremos ni un centímetro de territorio francés”, le dijo Alemania a Inglaterra, pero Alemania era “incapaz de ofrecerle” a Francia garantías similares con respecto a África.

Las dificultades de este movimiento imperial son tanto internas como externas. Una agresión exitosa en la expansión económica exige una estrecha unión entre el capital y el trabajo en el país de origen. Actualmente, las crecientes demandas del trabajador blanco, no simplemente por salarios sino también por condiciones laborales y una voz en la conducción de la industria, dificultan la paz industrial. Los trabajadores fueron apaciguados por todo tipo de ensayos en socialismo estatal, por un lado, y por amenazas públicas de competencia por parte de trabajadores de color, por el otro. Amenazando con enviar capital inglés a China y México, amenazando con contratar trabajadores negros en América, así como con jubilaciones y seguros contra accidentes, logramos la paz industrial en casa a costa de la guerra en el extranjero.

Además de todos estos belicosos celos nacionales, hay un movimiento más sutil que surge del intento de unir el trabajo y el capital en el saqueo mundial. Aunque es un ideal reconocido, la democracia en la organización económica hoy se concretiza aceptando en la participación del botín del capital sólo a la aristocracia del trabajo: los trabajadores más inteligentes, astutos y sagaces. En los países avanzados, los ignorantes, los no calificados y los alborotadores todavía forman un grupo grande, amenazante y en creciente medida revolucionario.

Los celos y los amargos odios resultantes tienden continuamente a supurar a lo largo de la línea del color. Debemos luchar contra los chinos, argumenta el trabajador, o los chinos nos quitarán el pan. Debemos mantener a los negros en su lugar o los negros nos quitarán nuestros empleos. En todo el mundo, esa singular suposición de que si los hombres blancos no estrangulan a los hombres de color, entonces China, India y África harán a Europa lo que Europa les ha hecho y trata de hacerles a ellas, se transforma en un discurso articulado listo para la acción.

Por otro lado, en las mentes de los hombres amarillos, marrones y negros clarea la verdad brutal: un hombre blanco tiene el privilegio de ir a cualquier territorio donde la ventaja lo llame y de comportarse como le plazca; el hombre negro o de color está más confinado a aquellas partes del mundo donde la vida, por razones climáticas, históricas, económicas y políticas, es más difícil de vivir y más fácilmente dominada por Europa en beneficio de Europa.


IV

Entonces, ¿qué debemos hacer los que deseamos la paz y la civilización de todos los hombres? Hasta ahora, el movimiento por la paz se ha confinado más que nada a cifras sobre el costo de la guerra y a clichés sobre la humanidad. ¿Qué les importa a las naciones el costo de la guerra, si al gastar unos cuantos cientos de millones en acero y pólvora pueden ganar mil millones en diamantes y cacao? ¿Cómo puede convencer el amor por la humanidad como motivación para naciones cuyo amor por el lujo está construido sobre la explotación inhumana de seres humanos y que, especialmente en los últimos años, han aprendido a considerar a estos seres humanos como inhumanos? Hablé en la última reunión de sociedades para la paz en St. Louis con estas palabras: “¿No deberían discutir el prejuicio racial como causa principal de la guerra?”. El secretario dijo que lo lamentaba, pero que no estaba dispuesto a introducir temas tan controversiales en la agenda.

Entonces, nosotros, los que queremos la paz, debemos eliminar las verdaderas causas de la guerra. Hemos extendido gradualmente nuestra concepción de democracia más allá de nuestra clase social a todas las clases sociales de nuestra nación; hemos ido más allá y hemos extendido nuestros ideales democráticos no simplemente a todas las clases de nuestra nación, sino a las de otras naciones de nuestra sangre y linaje –lo que llamamos civilización “europea”. Sin embargo, si queremos una paz real y una cultura duradera, debemos ir más allá. Debemos extender el ideal democrático a los pueblos amarillos, marrones y negros.

Decir esto es provocar en los rostros de los hombres modernos una mirada de desesperanza absoluta. ¡Imposible!, nos dicen, y por tantas razones –científicas, sociales y cuántas más– que es inútil discutir. Pero no concluyamos demasiado rápido. ¿Qué tal si tuviéramos que elegir entre esta atrocidad indeciblemente inhumana contra la decencia, la inteligencia y la religión que llamamos “Guerra Mundial”; y el intento de tratar a los hombres negros como seres humanos, conscientes y responsables? Los hemos vendido como ganado. Los estamos tratando como bestias de carga. No desterraremos la guerra de este mundo hasta que los tratemos como ciudadanos libres e iguales en una democracia mundial de todas las razas y naciones. ¿Imposible? La democracia es un método para hacer lo imposible. Es el único método descubierto hasta ahora para hacer que la educación y el desarrollo de todos los hombres sean una cuestión de deseo desesperado de todos los hombres. Es poner armas de fuego en manos de un niño con el objetivo de obligar a los vecinos del niño a enseñarle no sólo los usos reales y legítimos de una herramienta peligrosa, sino los usos de sí mismo en todas las cosas. ¿Existen otras formas menos costosas de lograr esto? Podría haberlas en algún mundo mejor. Pero para un mundo que está recién saliendo de las duras cadenas de una pobreza casi universal y enfrentado a la tentación del lujo y la indulgencia por medio de la esclavización de hombres indefensos, no hay más que un único método adecuado de salvación: dar armas democráticas de autodefensa a los desamparados.

Tampoco necesitamos discutir sobre esas ideas –riqueza, educación y poder político–, suelo que hemos forestado con tantos argumentos y contraargumentos que ya no vemos nada.

Lo que los pueblos primitivos de África y el mundo necesitan y deben tener si se va a abolir la guerra está perfectamente claro:

Primero: tierra. Hoy en día, África es esclavizada por el robo de su tierra y recursos naturales. Hace un siglo, los hombres negros eran dueños de casi toda Sudáfrica. Llegaron los holandeses y los ingleses, y ahora 1.250.000 blancos tienen 106.837.009,551 hectáreas, lo que deja solamente 8.498.398,487 hectáreas para 4.500.000 nativos. Para asegurarse bien de esta situación, la Unión de Sudáfrica les negó a los nativos incluso el derecho de comprar tierras. Esto es un intento deliberado de obligar a los negros a trabajar en granjas, minas y cocinas por salarios bajos. En toda África prevalece esta vergonzosa monopolización de la tierra y los recursos naturales para forzar a las masas a la pobreza y reducirlas al estado de actividad laboral de ovejas sumisas.

Segundo: debemos entrenar a las razas nativas en la civilización moderna. Esto se puede hacer. Los métodos modernos de educación de los niños, aplicados de manera honesta y efectiva, convertirían en naciones modernas y civilizadas a la gran mayoría de los seres humanos en la Tierra. Esto rara vez lo hemos intentado. En su mayor parte, Europa hace todos los esfuerzos posibles para convertir a los hombres amarillos, marrones y negros en dóciles bestias de carga, y sólo a unos pocos incontrolables se les permite escapar y buscar (generalmente en el extranjero) la educación de hombres modernos.

Por último, el principio de autogobierno debe extenderse a grupos, naciones y razas. El gobierno de un pueblo por el capricho o la ganancia de otro pueblo tiene que terminarse. En los últimos tiempos, este tipo de despotismo se disfraza cada vez más hábilmente. Pero el hecho brutal sigue siendo que el hombre blanco está gobernando el África negra para el beneficio del hombre blanco; y hasta donde le es posible, está haciendo lo mismo con las razas de color en otros lugares. ¿Puede traer paz esta situación? ¿Podrá algún nivel de concordia o desarme en Europa resolver esta injusticia?

El poder político actual no es más que el arma para forzar al poder económico. En el futuro podría darnos visión espiritual y sensibilidad artística. Hoy, nos da o trata de darnos lo mínimo para la subsistencia; y aquellas clases, naciones o razas que carecen de ello se mueren de hambre, y la hambruna es el arma del mundo blanco para reducirlos a la esclavitud.

Hoy se llama a la concordia europea; pero en el mejor de los casos, la concordia europea significará satisfacción o aquiescencia con una división determinada del botín del dominio mundial. Después de todo, el desarme europeo no puede ir más allá de la necesidad de defender las agresiones de los blancos contra los negros, marrones y amarillos. De esto surgirán tres peligros perpetuos de guerra. Primero, renovada envidia ante cualquier división de colonias o esferas de influencia acordadas, si en algún momento futuro la división actual llega a parecer injusta. ¿A quién le importaba África a principios del siglo XIX? El resultado fue la guerra. Estas sobras le parecían demasiado tentadoras a Alemania. En segundo lugar, la guerra surgirá de la revuelta revolucionaria de los trabajadores más bajos. Cuanto mayores sean las envidias internacionales, mayores serán los costos correspondientes de armamento y más difícil será cumplir las promesas de democracia industrial en los países avanzados. Finalmente, los pueblos de color no siempre se someterán pasivamente a la dominación extranjera. Para algunos, esto es una verdad trivial. Cuando un pueblo merece libertad, lucha por ella y la consigue, dicen tales filósofos, haciendo así de la guerra un paso normal y necesario hacia la libertad. Los pueblos de color están familiarizados con este juicio complaciente. Soportan el trato despectivo dispensado por los blancos a aquellos que no son lo suficientemente “fuertes” como para ser libres. Estas naciones y razas que componen la amplia mayoría de la humanidad van a soportar este tratamiento tanto como deban, y ni un segundo más. Entonces van a luchar y la Guerra de la Línea del Color superará en inhumanidad salvaje cualquier guerra que este mundo haya visto hasta ahora. Porque la gente de color tiene mucho que recordar y no lo olvidarán.

Pero ¿esto es inevitable? ¿Debemos quedarnos quietos sin hacer nada ante este terrible panorama? Mientras planeamos el desarme de Europa y una policía mundial internacional europea como resultado del presente holocausto, ¿debe el resto del mundo quedar desnudo frente al inevitable horror de la guerra, especialmente cuando sabemos que es directamente en este círculo exterior de razas, y no en el hogar interior europeo, donde se encuentran las verdaderas causas de la guerra europea actual?

Nuestro deber es claro. La difamación racial debe desaparecer. El prejuicio racial le seguirá. Debe surgir una fe inquebrantable en la humanidad. La dominación de un pueblo por otro sin el consentimiento de los otros, sea el pueblo subyugado negro o blanco, debe terminar. La doctrina de la expansión económica forzada sobre pueblos sometidos debe desaparecer. La hipocresía religiosa debe terminarse. “Sediento de sangre”, Mwanga de Uganda mató a un obispo inglés porque temía que su llegada significara la dominación inglesa. Significaba dominación inglesa y el mundo y el obispo lo sabían, ¡y sin embargo el mundo estaba “horrorizado”! Esta hipocresía misionera debe desaparecer. Con manos limpias y corazones honestos, debemos enfrentar al Altísimo y rogar por la paz en nuestro tiempo.

¿Quién puede ayudarnos en esta gran obra? En el Oriente, los japoneses y los líderes de la Nueva China; en la India y Egipto, los jóvenes formados en Europa y los ideales europeos, que ahora son el material del que nace la Revolución. Pero, ¿en África? ¿Quién mejor que los veinticinco millones de nietos del comercio europeo de esclavos, dispersos por las Américas y ahora retorciéndose desesperadamente por la libertad y un lugar en el mundo? Y de entre estos millones, en primer lugar, los diez millones de personas de color de los Estados Unidos, ahora un problema, luego una salvación mundial.

*                             *                             *

Veinte siglos antes de Cristo, una gran nube barrió el mar y se posó sobre África, oscureciendo y casi borrando la cultura de la tierra de Egipto. Durante medio milenio, se quedó allí hasta que una mujer negra, la reina Nefertari, “la figura más venerada en la historia egipcia”, se alzó en el trono de los faraones y redimió al mundo y a su pueblo. Veinte siglos después de Cristo, África negra, postrada, violada y avergonzada, yace a los pies de los conquistadores filisteos de Europa. Más allá del terrible mar, una mujer negra llora y espera con sus hijos en su pecho. ¿Cuál será el fin? ¿Las temibles viejas cosas, Guerra y Riqueza, Asesinato y Lujo? ¿O será algo nuevo, una nueva paz y una nueva democracia de todas las razas, una gran humanidad de hombres iguales? “¡Siempre algo nuevo sale de África!”.

W. E. B. Du Bois


NOTAS

* El autor se refiere a la Primera Guerra Mundial. Recuérdese que el artículo fue originalmente publicado en mayo de 1915. La Primera Guerra Mundial había comenzado en julio de 1914. (Nota del Ed.)
** Entrecomillado en el original. Du Bois usa expresiones racistas a propósito aquí. (Nota de la T.)

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