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Ariel Petruccelli Krakatoa

Ecologismo y socialismo

6 de julio de 202520 de julio de 2025
Kalewche

Sembradores, ilustración original de Andrés Casciani.

Compartimos un nuevo fragmento de Ecomunismo1, el reciente libro de nuestro compañero Ariel Petruccelli, del cual ya hemos publicado con anterioridad otros pasajes (ver aquí). En el próximo número de nuestra revista Corsario Rojo –de pronta aparición– podrán leer la reseña del libro que acaba de entregarnos Santiago Díaz, atendiendo gentilmente a nuestro pedido.


Lo que tienen en común todas las diferentes variantes de ecosocialismo es asumir que el capitalismo es la fuente fundamental de la crítica situación ecológica de la humanidad; y tienen razón en creer esto. Sin embargo, como es obvio, solo una parte relativamente pequeña del activismo ecologista es decididamente socialista, e incluso dentro de ella, una fracción aún más diminuta considera al socialismo un objetivo alcanzable a corto o mediano plazo. Buena parte del ecosocialismo contemporáneo ve a la alternativa socialista como poco más que un telón de fondo: a efectos prácticos, las propuestas impulsadas consideran al sistema del capital “insuperable” por un lapso indefinido. Las políticas “verdes” impulsadas por el grueso de los gobiernos y por las corporaciones privadas (como el Green New Deal) se basan en la suposición de que los problemas ambientales son “fallos del mercado” que los mercados podrían corregir o, en todo caso, que deberán –y podrán– ser corregidos por una robusta intervención estatal sin modificar el sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción, la valorización del valor y la acumulación ilimitada de capital. Los movimientos ecologistas más visibles y las acciones ecologistas más masivas de los últimos años han buscado “sensibilizar” a las autoridades públicas y a los poderes privados incitándoles a “hacer algo”. Derrocar o expropiar a los principales responsables de la terrible situación en que nos encontramos ha estado significativamente fuera de agenda. Incluso entre la exigua minoría de quienes se atreven a imaginar una sociedad poscapitalista más o menos comunitaria o socialista, las vías por las que se llegaría a ella suelen perderse en las brumas, en tanto que la vinculación con una revolución social y política suele ser objeto de un incómodo silencio.

La reticencia a hablar de socialismo, de comunismo y de revolución es, desde luego, muy comprensible. El fracaso de los intentos socialistas del siglo XX no ha sido en vano. Sería políticamente ingenuo e intelectualmente irresponsable ignorar o minimizar las dificultades y los riesgos que entraña un proceso revolucionario orientado a erigir un modelo alternativo de sociedad. Pero si el capitalismo lleva al desastre a las grandes mayorías, sería ceguera o estupidez no intentar que esas mayorías rompan con él. Por lo demás, una cosa son las dificultades prácticas, reales, materiales del socialismo; otra muy distinta es lo que se crea sobre ellas. El final del “socialismo real” fue un acontecimiento –o más bien un proceso– de enorme alcance histórico mundial que, en términos subjetivos, marcó a fuego a toda una generación. Pero para las generaciones más jóvenes forma parte de un pasado que se pierde en la niebla del tiempo. Para quienes tienen menos de cuarenta años la caída de la URSS no es un recuerdo personal (y para quienes tienen menos de sesenta, los fracasos de las insurgencias izquierdistas de los años setenta tampoco forman parte de su experiencia). Si el liberalismo pudo recuperarse luego de los desastres ocurridos entre 1914 y 1945, ¿por qué no podría suceder lo mismo con el socialismo? Desde luego que podría. Después de todo, una forma extrema de neoliberalismo –un minarquismo libertariano– se impuso electoralmente en Argentina dos décadas después del estallido de 2001 provocado por las políticas neoliberales. En poco más de veinte años, el recuerdo de los desastres sociales de los noventa y de la crisis de 2001 fue barrido. Las nuevas generaciones votaron masivamente a Milei. Aunque ninguna política socialista responsable podría pasar por alto la experiencia de los “socialismos reales” ni tener una mirada indulgente sobre las mismas, en términos simbólicos el peso muerto de esos fracasos hoy en día cuenta poco, o en todo caso cuenta menos que hace algunos años. Si las nuevas generaciones carecen de horizonte socialista, ello no es consecuencia de su aguda conciencia del desastre de la URSS: poco y nada saben sobre ello. Hay, con todo, una diferencia importante entre el liberalismo y el socialismo. El primero cuenta con el respaldo de los grandes poderes económicos, con el aval de la clase capitalista. El socialismo no cuenta hoy en día ni siquiera con el respaldo de los sectores organizados de la clase trabajadora.


Ideología y política ecológica: una cartografía necesaria

Federico Ruiz ha cartografiado esquemática pero productivamente los principales posicionamientos político-ecológicos contemporáneos. Es un buen punto de partida que tomaré como marco de referencia:

a) Pro capitalismo y no colapsismo. Según Ruiz, esta perspectiva es la que caracteriza al establishment político y económico mundial. En términos de posicionamientos públicos puede ser así. Pero en privado las perspectivas colapsistas se hallan mucho más extendidas, sobre todo entre quienes se dedican a la acumulación privada de riquezas, sin compromisos políticos directos.

b) Ecologismo, no anticapitalismo y no colapsismo. Quienes se ubican en este arco preconizan una acción eficiente contra el cambio climático, manteniendo las relaciones capitalistas de producción. Según Ruiz, aquí se sitúa el conglomerado de posiciones que constituyen las diferentes variantes de lo que genéricamente podemos llamar Green New Deal. Sin embargo, aunque la retórica de estas posiciones no siempre sea entusiastamente pro capitalista, quizá sea excesivo considerarla “no capitalista”. Además, en las altas esferas económicas y las élites políticas esta perspectiva, en sus vertientes menos severas con el capital, se está volviendo dominante. El capital se está tornando discursivamente ecologista. Y esto altera el escenario y los alineamientos políticos.

c) Ecologismo, anticapitalismo y no colapsismo. Este espacio político se distingue del anterior por introducir el anticapitalismo, manteniendo el no colapsismo. Dicho genéricamente: una transición socialista a tiempo podría evitar la devastación ecológica y detener el cambio climático. Quizá la mayor parte del ecosocialismo se ubica en esta esfera de pensamiento. Y aunque Ruiz parece asumir que la perspectiva de decrecimiento económico es patrimonio de lo que podemos llamar “colapsismo”, lo cierto es que hay socialistas que no creen que el colapso sea inevitable, al tiempo que preconizan alguna forma de “decrecimiento”. La propuesta que desarrollo en este libro -y en la que me detendré con mayor detalle en el capítulo VIII- es una versión radicalizada dentro de este amplio arco: radicalizada en el sentido que plantea la necesidad actual (aunque se trate de una actualidad medida en lustros o décadas, antes que en meses o años) de abolir el sistema capitalista y construir una sociedad comunista como condición excluyente para enfrentar la crisis social y ecológica. Esto supone la construcción de un movimiento revolucionario con voluntad unitaria, el desarrollo de perspectivas estratégicas generales (que podrán ser diferentes en distintos sitios o circunstancias) y la elaboración de proyectos claros y viables de sociedad alternativa (no solamente experimentos a pequeña escala). No alcanza ni con la mera resistencia (de todos modos innegociable) ni con tener al socialismo como un lejano telón de fondo. La importancia concedida a estas tesis se expresa en la adopción del nombre “ecomunismo”, en medio de un panorama dominado por tendencias que, aun reconociéndose como ecosocialistas, se piensan a sí mismas, antes que nada, como “anticapitalistas”, en tanto que su relación con una revolución permanece en una suerte de limbo teórico.

d) Ecologismo, anticapitalismo (decrecentismo) y colapsismo. Aquí nos encontramos con el colapsismo, cuya tesis primordial es, obviamente, que lo que llaman “Colapso Social Contemporáneo” es inevitable. Políticamente minoritario en términos generales, este arco de opinión es muy fuerte en el movimiento ecologista de algunos países. Una previsión política y social sumamente sombría convive en él con ciertas dosis de esperanza utópica de connotaciones anarquistas: el colapso social podría dar lugar a guerras y respuestas autoritarias bajo diferentes formas de “ecofascismo”, pero también entrañaría, potencialmente, la merma del poder despótico estatal y abriría posibilidades a la organización democrática comunitaria a pequeña escala.

Ruiz no contempla una quinta posición que, sin embargo, debe ser incorporada en el mapeo político ecológico:

e) Pro capitalismo colapsista. Los super ricos que se entrevistaron con Rushkov se ubican en este segmento de opinión. Y distintas formas de ecofascismo están emergiendo sobre la base de estas premisas: un fenómeno sobre el que nos advirtiera hace más de veinte años Carl Amery en un libro fascinante, y cuya fisonomía actual y sus potencialidad futura ha sido explorada en una obra tan indispensable como inquietante: Ecofascismo, de Carlos Taibo. Tal y como vamos, una perspectiva así tendrá amplias posibilidades en el futuro. De hecho, ya en el presente, en el mundo de los llamados “preparacionistas” dominan las ideas de salvación individual –o familiar– en un escenario que se prevé marcado por la competencia despiadada en pos de la supervivencia, antes que por la organización social y la cooperación colectiva. La posibilidad de regímenes “ecofascistas” debe ser tomada en serio.

Por supuesto, hay también innumerables corrientes de derecha que simplemente niegan que haya un problema ecológico: en su mentalidad conspiracionista lo ven como un caballo de Troya, un discurso “verde” que oculta intenciones “rojas” y amenaza con desmontar el sistema desde dentro. Son opiniones que no tienen ninguna riqueza intelectual, aunque su capacidad de atracción, en un mundo tan infantilizado como el que habitamos, no puede ser desdeñada. En todo caso, hay que saber que los problemas son problemas, y si son reales hasta el más necio los termina viendo. Los sectores más lúcidos del capital y de la clase dominante no ignoran el problema. Lo que da un carácter de clase e ideológico determinado a sus propuestas es cómo lo abordan. Echarse en los brazos de los “capitalistas verdes” por temor a los “negacionistas” es el peor error que las clases populares y las izquierdas podrían cometer. La crisis ecológica debe ser afrontada con radicalidad e independencia.

Ariel Petruccelli

NOTAS

1 Ariel Petruccelli, Ecomunismo. Defender la vida: destruir el sistema, Bs. As., Ediciones IPS, 2025, cap. V, pp. 77-78 y 85-87.

Etiquetado en: comunismo crisis ecológica decrecentismo ecofascismo ecologismo ecologismo revolucionario Ecomunismo ecosocialismo

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