Nota.— La tripulación sobrenatural del Kalewche sigua haciendo de las suyas. No vamos a mentir a nuestro público lector: la tripulación «natural», humana, está llena de malandras, fugitivos, disidentes de todas las causas, delincuentes en general y revolucionarios de toda laya. Navegar con ellos y ellas no es cosa sencilla. Definir el rumbo cada día por medio de asamblea tiene su costado tedioso. No lo vamos a negar. Pero la tripulación sobrenatural es incontrolable, definitivamente. En el último plenario de duendes, brujas, íncubos y súcubos se decidió, bajo amenaza de motín, que debíamos publicar un texto sin pies ni cabeza. Se trata de un rejunte sin ton ni son de fragmentos de textos que se incluirán en el Corsario Rojo IV de este invierno, muy próximo a salir. Un verdadero galimatías. Intentamos explicarles que la «selección» –usamos ese eufemismo por razones de diplomacia– carecía de coherencia y cohesión, pero desestimaron nuestros argumentos diciendo que la coherencia es un vicio burgués; y la cohesión, una ilusión prefreudiana. La cosa se puso tensa y, ya con las espadas desenvainadas, negociamos al menos la inclusión de referencias autorales al final de cada fragmento. Esperamos sepan comprender y disculpar este nuevo desaguisado. En nuestra defensa, sólo podemos decir que una empresa revolucionaria se hace con los materiales humanos y no humanos disponibles, que no siempre son los que quisiéramos.


SECCIÓN BITÁCORA DE DERROTAS

El progresismo se declara democrático, y no es posible dudar de la sinceridad de estas declaraciones. Pero al no plantearse el problema del poder ni el carácter de clase de las actuales formas de democracia, no puede llevar adelante una lucha política efectiva para que la democracia sea realmente un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El progresismo se conforma en la práctica con formas limitadas de democracia, que no excluyen formas tecnocráticas de gestión. Se supone que los técnicos y especialistas progresistas serían más comprometidos y «sensibles» hacia los «vulnerables» y todos aquellos que están en peores condiciones, pero no dejan de hacer de la población un objeto pasivo de las políticas y no un sujeto activo de las mismas.

Pueden hacer cosas por el pueblo, pero sin el pueblo. Y tarde o temprano suelen desarrollar, como toda burocracia, sus intereses propios, que suelen no coincidir con los intereses generales. Y también tienden a subordinar los objetivos políticos a su propia perpetuación como estamento burocrático. El uso de términos como «vulnerables» y no «clase trabajadora», «pueblo» u otros, tiene todo un contenido político-ideológico que es muy indicativo de cómo se toma a una población como objeto de determinadas políticas y no como sujeto activo de las mismas, estando muy en sintonía con las omnipresentes «políticas focalizadas», a lo que se suma que es muy cuestionable que exista alguien «no vulnerable» en esta sociedad, a no ser aquellos que son parte del gran capital, lo cual parece develar un cierto optimismo sobre el capitalismo en general.

Este carácter limitado de la democracia en el marco de las políticas progresistas se ve en las fuertes resistencias que ha habido –por lo menos en el caso de Uruguay, aunque esto se encuentra mucho más extendido seguramente– a abrir espacios de participación real, a impulsar la participación activa de los trabajadores y de la sociedad en general en la gestión de las empresas públicas, o en el rechazo a ampliar las instancias de cogobierno y autonomía de la educación, que sí concedieron en el pasado sectores de la burguesía reformista.

Nos parece pertinente señalar aquí algo que, en general, es bastante soslayado, y es que la caída del socialismo real parece haber eclipsado otro fracaso: la socialdemocracia europea tampoco cumplió sus objetivos proclamados. Ningún régimen socialdemócrata europeo o de alguna otra parte del mundo logró superar el capitalismo como era su promesa inicial, menos aún construir una democracia socialista. Se aceptó en general, de forma bastante clara, los límites de las democracias electoral-representativas, y el protagonismo popular fue sustituido por un paternalismo estatal que no permitía el desarrollo de una participación activa del demos. Esos gobiernos, además, gestionaron países que salvo excepciones –y a diferencia de los regímenes del socialismo real– ocupaban un lugar central en la economía capitalista, y que, por tanto, se beneficiaban del flujo de riquezas que provenía de las economías periféricas (miremos, si no, la actual situación en África de las excolonias francesas, expoliadas por mecanismos neocoloniales que no permiten siquiera que manejen su propia moneda, y cuyas riquezas son adquiridas por precios irrisorios por parte de Francia, que estuvo gobernada más de una vez por el Partido Socialista). Asimismo, es relevante recordar que, para mantener ese estatus de dependencia, muchas veces se impulsaron golpes de estado y dictaduras sanguinarias a lo largo y ancho del «Tercer Mundo», con el objetivo de impedir todo proceso revolucionario que pusiera en cuestión el capitalismo y la subordinación al imperialismo. Gran parte del «bienestar» y la estabilidad de las democracias en el Norte global se explican por la pobreza e inestabilidad de las periferias capitalistas.

Alexis Capobianco Vieyto, “Algunas hipótesis sobre el progresismo latinoamericano y sus límites”


Los responsables sanitarios y políticos deberían promover estudios más válidos sobre la efectividad y seguridad de las vacunas Covid. Unos estudios que deberían contemplar la implicación de la comunidad científica en su diseño, análisis y evaluación, permitiendo un debate honesto basado en el respeto y la libertad. Queda mucho por conocer de los daños potenciales de las vacunas.

Las agencias reguladoras, por su parte, deberían facilitar información transparente y actualizada, sin retrasos injustificados. No seguir ocultando información esencial.

Es el momento de reclamar, mientras esos estudios no se completan, una suspensión cautelar de las vacunas Covid génicas hasta que su exacta relación beneficio/costo haya sido establecida de forma clara y fundamentada.

José Ramón Loayssa, “El Dr. Juan Erviti y las vacunas Covid-19. Un análisis sólido, completo y actualizado a la luz de las investigaciones científicas”


La desvalorización del conocimiento y de la noción de verdad, dos elementos centrales de la investigación y los estudios históricos, conduce a enfoques utilitaristas como la Historia aplicada, constituida en una disciplina o un campo, que prepara para consultorías bien remuneradas. La retribución exigible por esta aplicación es un asunto que se aborda explícitamente en algún paper, según una idea de acumulación de capital académico.

Hay ofertas de doctorados en la materia, frecuentemente online, y una maestría en UCR. Consecuentemente, el plan de estudios 2014 de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de UDELAR (FHCE) plantea “Ejercicios de investigación que permitan integrar la reflexión epistemológica a la generación de nuevos saberes en el campo de la Historia aplicada”.

Hayden White introdujo la categoría de practical past, aún más paradójica. En su línea de pensamiento, para la que no hay realidad histórica sino discursos históricos, sería más bien la producción de una narrativa sobre el pasado que atienda a los propósitos del presente. Así como Margaret Thatcher negó la sociedad, White cuestiona la realidad objetiva del pasado histórico. Podemos elegirlo, así como elegimos el presente, y viceversa.

María Luisa Battegazzore, “Una lanza por la Historia. ¿Hay lugar para Clío en el reino de las competencias?“


En una entrevista concedida a Rafael Aracil y Mario Bonafé, E. P. Thompson da un consejo al historiador social que quiere conferir voz a los que no la tuvieron o nunca se los escuchó. La cita es larga, pero tal vez puede llegar a interpelar a algún historiador o historiadora joven:

“Lo que los socialistas nunca deben hacer es entrar en la completa dependencia de instituciones establecidas: casas editoras, medios de comunicación comerciales, universidades, cargos. Los intelectuales socialistas deben ocupar un espacio propio sin condicionamientos, tener sus revistas propias y sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para obtener títulos o cátedras sino para la transformación de la sociedad; lugares donde la crítica y la autocrítica sean duras, pero donde haya también solidaridad en el intercambio de los conocimientos teóricos y prácticos; lugares que anticipen en cierto modo la sociedad del futuro”.

Es decir, en términos más criollos, no formar una asociación de compadres y comadres en dependencia de jefes locales, y con referentes en las universidades centrales, para escalar en los puestos políticos de la academia y tener acceso a los organismos de financiamiento, fomentando el sistema de la grieta, es decir, dividir a la comunidad universitaria en dos partes para mejor combatir a los adversarios y premiar a los obsecuentes.

Andreas L. Doeswijk, “¿Estado o cuestión indígena? Una velada legitimación de la conquista del «Desierto» y sus consecuencias”

SECCIÓN MAR DE LOS SARGAZOS

Tras la experiencia del nazismo, y en reacción al uso que había hecho del pasado, el mundo occidental fue más cauto a la hora de acercarse al objeto griego desde una noción de cercanía. El campo de la historiografía antigua asistió a un renacer del primitivismo, impulsado por el empleo de enfoques antropológicos que hicieron de la civilización griega clásica una «alteridad» respecto de la modernidad. Fue la era de lo que Nicole Loraux llamó la Atenas de los antropólogos, en oposición a la Atenas de los politólogos. Esa Grecia antropológicamente construida huía de cualquier forma de asimilación con el presente. Su apogeo entre los años sesenta y setenta del siglo pasado coincidió con la difusión internacional de la escuela de Annales, lo que contribuyó a su éxito. Pero la Atenas de los politólogos se abrió paso nuevamente a fines de los años ochenta con una agenda más preocupada por lo que la Grecia clásica podía aportar al presente que por sus diferencias con este. Autores ideológicamente enfrentados, como el liberal Josiah Ober y la marxista Ellen Meiksins Wood, recuperaron el viejo tópico decimonónico de la Atenas paradigmática. En otras palabras, Atenas y su democracia volvían a estar en el centro de las reflexiones sobre la política contemporánea.

Ese clima intelectual fue propicio para que, en Estados Unidos, confluyeran las aspiraciones políticas de un grupo de académicos con las expectativas desarrolladas por un sector del funcionariado, vinculado a la política exterior, respecto del fin de la guerra fría. El mundo unipolar se presentaba como una etapa ideal para moldear el mundo a imagen de Estados Unidos, y sentar las bases de un futuro de hegemonía sin límites temporales o espaciales. Un grupo en particular asumió la tarea de tamaña empresa: los neoconservadores.

El «fundador» del movimiento, Irving Kristol, había prestado atención a la historia y la filosofía griegas de manera marginal. De hecho, fue su esposa, la historiadora Gertrude Himmelfarb, quien lo conectó con la obra del filósofo Leo Strauss, y de allí con la filosofía antigua. Pero a principios de los años noventa, la segunda generación de neoconservadores fue más receptiva a la historia, como herramienta para instruir a sus miembros y al público en general. Entre sus miembros se encontraban historiadores de la talla de Francis Fukuyama y Donald Kagan. Este último, docente en Yale, era ya todo un referente dentro de los círculos neorrealistas en materia de relaciones internacionales, merced a su trabajo sobre la guerra del Peloponeso y su conocimiento de Tucídides. Pero la amistad de su hijo mayor, Robert Kagan, con William Kristol, el hijo de Irving, lo puso en la senda de los neocons. En 1997, los Kagan, Fukuyama y Kristol, junto a John Podhoretz, Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld y Jeb Bush, se encontraban entre los firmantes del Project for the New American Century, un think thank creado con el propósito de contribuir a que el siglo XXI sea también un siglo de hegemonía estadounidense. La presidencia del grupo recayó en Robert Kagan.

El gobierno de George Bush hijo marcó el ascenso de los neocons y la institucionalización de su programa en política exterior. En esa coyuntura, los Kagan consolidaron su posición dentro del movimiento. Robert fue designado asesor presidencial; su esposa, Victoria Nuland, asesora de Seguridad de la vicepresidencia; el hermano menor, Frederick, se desempeñaba como docente en West Point; mientras el patriarca cosechaba el reconocimiento público por su labor como helenista. De hecho, en 2002, Bush le entrega a Donald Kagan la Medalla Nacional de Humanidades, la máxima condecoración para un académico. El galardón, de algún modo, exhibía la trascendencia que la obra de Kagan tenía en los postulados neoconservadores, en especial el libro Sobre los orígenes de la guerra y la consecución de la paz, donde compara una serie de conflictos bélicos –entre ellos la guerra del Peloponeso– para concluir que la paz no es el estado natural de la humanidad y que, por tanto, a menos que se haga algo al respecto, la guerra nos consumirá. Ese algo resulta ser la preparación militar y la diplomacia. Retoma dicha idea en otro libro, coescrito con su hijo Frederick, donde aboga por un rearme militar y una actitud más ofensiva en política exterior.

Diego Alexander Olivera, “La Grecia clásica como paradigma en la modernidad occidental”


Estados Unidos, albores del verano de 1863. El país se hallaba en medio del gran drama histórico de la guerra de Secesión (1861-65), la cruenta guerra civil entre el Norte abolicionista, leal al presidente Lincoln, y el Sur esclavista rebelde, separado de la Unión bajo el nombre de Estados Confederados de América. Aún no se había librado la batalla de Gettysburg. Aún era incierto el desenlace de la contienda.

Un popular semanario de tendencia nordista y republicana publicó dos cartas muy llamativas de un ignoto militar de Sudamérica, argentino, recientemente incorporado al Union Army como oficial de infantería: Edelmiro Mayer, un joven unitario porteño con ideas liberales y antecedentes de periodista, veterano de las guerras civiles rioplatenses, quien había combatido con distinción en Cepeda y Pavón, y también intervenido en la campaña mitrista al Interior contra las montoneras federales, durante 1861-62. Frustrado por la poca heroicidad de esta «guerra de policía» –como la llamó Sarmiento–, y disgustado con Mitre porque le había denegado su ascenso a teniente coronel, Mayer había resuelto, por esas y otras razones más íntimas (un amor imposible, la muerte violenta del hermano menor), abandonar la Argentina y emigrar a Nueva York, donde tenía un pariente y esperaba poder proseguir su carrera marcial, poniendo en valor su talento y formación, su mediana veteranía, ciertos contactos influyentes y su excelente conocimiento del idioma inglés (era hijo de un marino británico).

Las cartas vieron la luz el sábado 27 de junio en el periódico neoyorquino The Harper’s Weekly, dentro de una sección llamada “The Lounger”, a cargo del periodista y escritor George William Curtis (1824-1892). Curtis era un republicano del ala radical, oriundo de Rhode Island, Nueva Inglaterra. Ardiente partidario de Lincoln, militaba en el movimiento abolicionista y defendía la causa unionista sin medias tintas. No solo eso: bregaba también por los derechos civiles y políticos de la comunidad afroamericana, igual que por la emancipación de las mujeres y la igualdad de género.

Las misivas de Mayer aparecen juntas en el periódico, una debajo de la otra. Cada epístola incluye una breve presentación de Curtis, que permite ponerlas en contexto. La primera se titula “Colored Troops”; la segunda, “Barcala”. En ellas, Mayer defiende la política de Lincoln de enrolar a libertos negros y mulatos en el Ejército de la Unión para combatir a los confederados en la guerra de Secesión; política que algunos sectores nordistas –incluso abolicionistas– cuestionaban y repudiaban con vehemencia, por considerarla una caja de Pandora que podía destruir el status quo de la sociedad estadounidense.

La estrategia retórica de Mayer ante el público lector yankee fue ingeniosa: rescatar los precedentes históricos sudamericanos de la guerra de Independencia, las guerras civiles rioplatenses y la guerra contra el Brasil, donde los afroargentinos habían tenido una participación masiva y decisiva, en especial, el mulato cuyano Lorenzo Barcala. Si allá la leva de pardos y morenos había resultado tan beneficiosa, ¿por qué aquí no también? Tal era, en pocas y simples palabras, el planteo de Mayer.

Aunque no hay razones para dudar de las convicciones antiesclavistas de Mayer, parece claro que su postura no dejaba de tener un componente de interés personal: deseaba intervenir en la guerra de Secesión. Anhelaba poder comandar tropas y probar su valía en la que era la mayor conflagración de ese momento en el mundo, y los regimientos afroamericanos que se estaban creando contra reloj en el Union Army (el verano del 63 era una coyuntura adversa para el Norte) representaban una excelente oportunidad, al menos para un oficial extranjero –y tan joven– recién llegado al país. Lo cierto es que Mayer tenía algo pertinente y oportuno para contar sobre la experiencia histórico-militar de su patria, y sobre la valía de los afrodescendientes como soldados; y Curtis, evidentemente, vio con muy buenos ojos sus aportes, tan en sintonía con la línea editorial del Harper’s Weekly (abolicionismo e igualdad racial).

Federico Mare, “Un oficial argentino en la guerra de Secesión. Las cartas de Edelmiro Mayer al Harper’s Weekly. ¿Abolicionismo u oportunismo?”


SECCIÓN AL ABORDAJE

Ahora, volviendo al socialismo, una cosa que puedo confesar es que me veo en el mismo tránsito de Cohen; es decir, cuanto más viejo me hago, más cariño le tomo a Rawls. Yo también me sentí desde un comienzo –y creo que en el propio libro de 1999 se ve bien– como un crítico amigable a Rawls y ahora me considero, digamos, cada vez más amigo. Cuando fue el homenaje por los cincuenta años de Teoría de la Justicia y cien del nacimiento de Rawls, escribí algunas cosas que eran como las cartas a un amigo [“John Rawls. Un siglo del pensador que soñó con la posibilidad de una «sociedad justa»”]. Veo mucha riqueza en su obra, en su modo muy honesto e igualitario de pensar. Entonces, como en ese tránsito que hizo Cohen al final de su vida, yo veo algo que me decían mis antepasados: a vos no te gusta el tango, pero el tango te espera. Uno podría decirle a un filósofo político: Rawls te espera; tranquilo, no te hagas problema, no te apures; Rawls te espera. Y a mí me estaba esperando, yo lo encontré. Si algo me acerca a Rawls desde la tradición de la que vengo es el hecho muy claro y central de que en el primer Rawls ya están presentes unos compromisos igualitarios radicalísimos. Por eso el trabajo de gente como Martin O’Neill y otros de esa línea ha sido muy importante. Aunque no se lo ha querido poner en primera línea y es algo así como su conclusión, Rawls dice de modo muy explícito que su teoría de la justicia es compatible con sólo dos arreglos económicos posibles: una democracia de propietarios y un socialismo de mercado o socialismo liberal. Esto es centralísimo, no es algo que se le escapó o dijo sólo al pasar.

Roberto Gargarella, “Rawls te espera, como el tango. Marxismo, izquierda liberal y diálogo entre iguales” (entrevista con Fernando Lizárraga)


La naturaleza es una invención de los tiempos modernos. Para el indio de la selva amazónica, o para el campesino francés de la IIIRepública, esa palabra carece de sentido. Porque tanto el uno como el otro siguen ligados al cosmos.

No hay naturaleza sin civilización: hay que vivir en el cemento de las ciudades para maravillarse del cielo y los árboles. Pero tampoco hay civilización sin naturaleza. (…) el amparo que la sociedad nos ofrece sólo conserva su valor si, al otro lado de las paredes de la casa, el viento sopla y la lluvia bate los cristales. ¿Dónde quedaría el esplendor del día si la noche no le diera todo su brillo?

El cielo azul sobre nuestra cabeza, y el agua clara corriendo entre nuestros dedos; nuestro corazón late y nuestros ojos se abren. ¿Qué más podríamos pedir? Lo más hermoso y lo más intenso de nuestra existencia, de lo más sencillo a lo más sublime, no lo ha inventado nadie: las nuevas invenciones, en el mejor de los casos, no son sino nuevos pretextos para viejas alegrías. Beber cuando se tiene sed y comer en el momento en que se tiene hambre; meterse en la ola y atrapar un pez, bromear con el amigo o besar los ojos de la amiga. Todo lo que podemos adquirir es un añadido, lo esencial nos fue dado el día en que nacimos.

La naturaleza ha sido vencida, por eso tomamos conciencia de ella. Nos hemos liberado de ella; lo que nos toca es seguir no sólo más allá de la naturaleza, sino del progreso. A nuestra fuerza le corresponde aceptar los límites que en otra época nos imponía nuestra debilidad. En el pasado, teníamos que defender la parte del hombre contra las potencias de la naturaleza; hoy, nos corresponde defender la de la naturaleza: respetar su juego, su misterio, en caso necesario.

La gran ciudad actual produce un tipo de hombre en los que el pensamiento y la conducta están disociados al máximo. Seres cada vez más sensibles, inteligentes, capaces de las diversiones más sorprendentes en el dominio de las ideas o de los sueños. Individuos cuyo pensamiento, para sobrevivir, debe separarse de su acción; que pagan el refinamiento absoluto con la impotencia absoluta. Otros han conseguido dejar de pensar. Los individuos más terriblemente solos –en medio de las masas más terriblemente masivas.

¿Cómo salir del paso? Si nos descuidamos, y suponiendo el mejor de los mundos, uno sin crisis ni guerras, acabaremos viviendo en una caverna climatizada, aislada en medio de sus propios residuos, en la que tendremos lo necesario: televisión en color y en relieve, y en la que nos faltará únicamente lo superfluo: el aire puro, el agua limpia y el silencio. Este mundo cerrado, sistemáticamente organizado para garantizar la supervivencia del hombre a pesar de sí mismo, se antoja inevitable a corto plazo. La marea de residuos del crecimiento económico y demográfico nos dejará ante una alternativa, cada vez más rígida, entre una anarquía forzosamente insostenible a la larga y el orden igualmente totalitario que permitirá evitarla.

En cualquier caso, la única posibilidad de escapar a un desastre final, sea en nombre de la salud o en el de la libertad de los hombres, consiste en encarar a tiempo la cuestión: el empleo a lo grande de los ingenios atómicos hará que muy pronto se vuelva urgente. Pero entonces tenemos que aprender a considerar los medios (la industria, por ejemplo) como secundarios con respecto a los fines: la vida y la felicidad; y reconocer, por escandaloso que resulte, que pasear a la orilla del río es tan vital como el trabajo en la oficina. ¿Para qué queremos un coche que nos permite escapar de la ciudad si sólo puede llevarnos a la orilla de otra cloaca?

Bernard Charbonneau, El Jardín de Babilonia. Cit. por Ariel Petruccelli en su reseña “En los orígenes de la ecología política”