Imagen: puente dañado de la represa de Kajovka, en Jersón. Fotografía de Valery Sturit (TASS).

Nota.— La retirada rusa de Jersón es la última gran novedad de la guerra, sobre un trasfondo de frentes relativamente estancados, acontecimientos anómalos de difícil evaluación (como la reciente caída de misiles en Polonia o el atentado al gasoducto Nord Stream) y la expectativa por el impacto de la movilización de reservistas rusos ya en marcha. Entre las presiones guerreristas de uno y otro lado, las posibilidades de una salida negociada a corto/mediano plazo parecen escasas. Aunque un triunfo militar completo tanto de Rusia como de Ucrania parece aún menos probable. Cabe suponer que hasta que las tierras se congelen –hacia enero– no habrá cambios territoriales importantes. Pero no es seguro tampoco que los haya cuando llegue el invierno en el hemisferio norte. La perspectiva más probable sigue siendo la de una guerra prolongada en el tiempo, y eventualmente una «semi-paz armada», con enfrentamientos a menor escala pero sin acuerdos de paz.
Fijamos nuestra posición sobre el conflicto Kiev-Moscú hace menos de dos meses, en un escrito de autoría colectiva intitulado “Escalada de la guerra en Ucrania”. En este texto, publicado el 25 de septiembre, intentamos aportar –desde la mesura crítica que tanto hace falta, sin anteojeras dogmáticas y anacrónicas de “Rocky vs. Drago”– algunas claves o coordenadas interpretativas sobre el proceso bélico en curso, recomendando una serie de libros, artículos y videos que nos parecían –y nos siguen pareciendo– rigurosos y esclarecedores, por distintas razones. Renovamos la invitación a leer dicho escrito.
Tres son los textos que hemos incluido en este dossier sobre la guerra de Ucrania. El primero de ellos, “La difícil elección de Surovikin. Rusia abandona Jersón”, vio la luz el 13 de noviembre en la plataforma Substack, bajo el título “Surovikin’s Difficult Choice”. Pertenece a la pluma de Gran Serge, “uno de los tuiteros rusos más conocidos que escribe sobre temas militares, y concretamente ahora sobre la guerra en Ucrania”, al decir de Carlos Valmaseda (Espai Marx), quien difundió una traducción castellana del artículo original en inglés dentro de su miscelánea del 14/11 para la página de Salvador López Arnal, de donde la extrajimos. En su presentación, Valmaseda comenta: “…interesante análisis sobre la retirada en Jersón. Quizá sea solo un ejercicio de hacer de la necesidad virtud, pero da buenos argumentos”. Acordamos con su juicio de valor.
El segundo artículo, “¿Quién está perdiendo la guerra en Ucrania?”, del analista español Fernando del Pino Calvo-Sotelo, fue originalmente publicado en el blog del autor, fpcs, el 11 de noviembre. “De creer a los medios de comunicación occidentales –señala Del Pino en el copete– las fuerzas rusas estarían siendo diezmadas mientras el ejército ucraniano avanza inexorable hacia la victoria. Sin embargo, una visión más sobria de la realidad muestra una situación diferente”. Acompañamos esta preocupación por la sobriedad –informativa y analítica– republicando el texto, que ha tenido escasa difusión.
El último artículo, “El keynesianismo militar de Rusia”, es del sociólogo ucraniano Volodymir Ishchenko (Universidad Libre de Berlín), uno de los intelectuales de izquierda más lúcidos, críticos y mejor informados que están escribiendo sobre la guerra de Ucrania, al que ya hemos tenido oportunidad de citar, elogiar y recomendar en nuestro artículo del 25/9. “Russia’s military Keynesianism” fue publicado por Al Jazeera el 26 de octubre de 2022, y reproducido al día siguiente por Salvador López Arnal en su página, de donde obtuvimos la traducción castellana. La tesis de Ishchenko nos parece convincente y estimulante, merecedora de difusión en nuestras latitudes australes.


LA DIFÍCIL ELECCIÓN DE SUROVIKIN. RUSIA ABANDONA JERSÓN

En enero de 1944, el recién reconstituido Sexto Ejército alemán se encontró en una situación operacionalmente catastrófica en el recodo sur del río Dniéper, en la zona de Krivoi Rog y Nikopol. Los alemanes ocupaban un saliente peligroso, que sobresalía precariamente en las líneas del Ejército Rojo. Vulnerables en dos flancos incómodos, y enfrentados a un enemigo con superioridad en hombres y en potencia de fuego, cualquier general que se precie habría tratado de retirarse lo antes posible. En este caso, sin embargo, Hitler insistió en que la Wehrmacht mantuviera el saliente, porque la región era la última fuente de manganeso que le quedaba a Alemania, un mineral crucial para fabricar acero de alta calidad.

Un año antes, en las primeras semanas de 1943, Hitler había intervenido en otra batalla más famosa, prohibiendo a la anterior encarnación del Sexto Ejército salir del cerco que se estaba formando a su alrededor en Stalingrado. Al prohibírsele la retirada, el Sexto Ejército fue aniquilado en su totalidad.

En ambos casos, hubo un choque entre la pura prudencia militar y los objetivos y necesidades políticas más amplios. En 1943, no había ninguna razón militar ni política de peso para mantener al 6º Ejército en la bolsa de Stalingrado: la intervención política en la toma de decisiones militares era tan insensata como desastrosa. En 1944, sin embargo, Hitler (por mucho que cueste admitirlo) tenía un argumento válido. Sin el manganeso de la zona de Nikopol, la producción bélica alemana estaba condenada. En este caso, la intervención política estaba quizás justificada. Dejar un ejército en un saliente vulnerable es malo, pero también lo es quedarse sin manganeso.

Estos dos trágicos destinos del Sexto Ejército ilustran la cuestión principal hoy en día: ¿cómo analizamos la diferencia entre la toma de decisiones militares y políticas? Más concretamente, ¿a qué atribuimos la sorprendente decisión rusa de retirarse de la orilla occidental del Dniéper, en la provincia de Jersón, después de anexionársela hace tan sólo unos meses?

Me gustaría analizar esta cuestión. En primer lugar, no se puede negar que la retirada supone una humillación política importante para Rusia. Sin embargo, la cuestión es si este sacrificio era necesario por motivos militares o políticos, y lo que puede significar sobre el curso futuro del conflicto.

Tal y como yo lo veo, la retirada de la orilla oeste de Jersón debe estar motivada por una de las cuatro posibilidades siguientes:

1) El ejército ucraniano ha derrotado al ejército ruso en la orilla occidental y lo ha hecho retroceder al otro lado del río.

2) Rusia está tendiendo una trampa en Jersón.

3) Se ha negociado un acuerdo de paz secreto (o al menos un alto el fuego) que incluye la devolución de Jersón a Ucrania.

4) Rusia ha tomado una decisión operativa políticamente embarazosa pero militarmente prudente.

Vamos a repasar simplemente estas cuatro y a examinarlas en secuencia.

Posibilidad 1: derrota militar.— La reconquista de Jersón está siendo bastante celebrada por los ucranianos como una victoria. La cuestión es qué tipo de victoria es: ¿de óptica política o militar? Resulta trivialmente obvio que es del primer tipo. Examinemos algunos hechos.

En primer lugar, en la mañana del 9 de noviembre –horas antes de que se anunciara la retirada– algunos corresponsales de guerra rusos expresaban su escepticismo sobre los rumores de retirada porque las líneas defensivas de vanguardia de Rusia estaban completamente intactas. No había ninguna apariencia de crisis entre las fuerzas rusas en la región.

En segundo lugar, Ucrania no estaba realizando ningún esfuerzo ofensivo intenso en la región en el momento en que comenzó la retirada, y los funcionarios ucranianos expresaron su escepticismo de que la retirada fuera siquiera real. De hecho, la idea de que Rusia estaba tendiendo una trampa tiene su origen en los funcionarios ucranianos, a los que la retirada parece haber cogido desprevenidos. Ucrania no estaba preparada para perseguir o aprovechar, y avanzó con cautela hacia el vacío después de que los soldados rusos se hubieran ido. Incluso con la retirada de Rusia, estaba claro que tenían miedo de avanzar, porque sus últimos intentos de atravesar las defensas de la zona se convirtieron en acontecimientos con víctimas masivas.

En general, la retirada de Rusia se llevó a cabo con gran rapidez y con una presión mínima por parte de los ucranianos; en este hecho se basa la idea de que, o bien es una trampa, o bien es el resultado de un acuerdo a puerta cerrada. En cualquiera de los dos casos, Rusia simplemente se deslizó hacia atrás a través del río sin que los ucranianos la persiguieran, sufriendo pérdidas insignificantes y sacando prácticamente todo su equipo (hasta ahora, un T90 averiado es la única captura ucraniana destacable). El resultado neto en el frente de Jersón sigue siendo un fuerte desequilibrio de bajas a favor de Rusia, y una vez más se retiran sin sufrir una derrota en el campo de batalla y con sus fuerzas intactas.

Posibilidad 2: es una trampa.— Esta teoría surgió muy poco después de que se anunciara la retirada. Se originó en los funcionarios ucranianos que fueron sorprendidos por el anuncio, y luego fue recogida (irónicamente) por los partidarios rusos que esperaban que se jugara al ajedrez 4D –no es así–. Rusia está jugando al ajedrez 2D estándar, que es el único tipo de ajedrez que existe, pero más adelante hablaremos de ello.

No está claro qué significa exactamente «trampa», pero intentaré llenar los espacios en blanco. Hay dos posibles interpretaciones: a) una maniobra convencional en el campo de batalla que implica un contraataque oportuno, y b) algún tipo de movimiento no convencional, como un arma nuclear táctica o la rotura de una presa en cascada.

Está claro que no hay ningún contraataque en el campo de batalla, por la sencilla razón de que Rusia voló los puentes detrás de ellos. Sin fuerzas rusas en la orilla oeste y con los puentes destrozados, no hay capacidad inmediata para que ninguno de los dos ejércitos ataque al otro con fuerza. Por supuesto, pueden bombardearse mutuamente a través del río, pero la línea de contacto real está congelada por el momento.

Eso deja la posibilidad de que Rusia tenga la intención de hacer algo no convencional, como utilizar una bomba nuclear de bajo rendimiento.

La idea de que Rusia atrajo a Ucrania a Jersón para hacer estallar un arma nuclear es… estúpida.

Si Rusia quisiera utilizar un arma nuclear contra Ucrania (cosa que no hace, por las razones que expuse en un artículo anterior) no hay ninguna razón sensata por la que elegiría una capital regional que se anexionó como lugar para hacerlo. A Rusia no le faltan sistemas de lanzamiento. Si quisieran bombardear Ucrania, sencillamente, no se molestarían en abandonar su propia ciudad y convertirla en el lugar de la explosión. Simplemente bombardearían Ucrania. No es una trampa.

Posibilidad 3: acuerdo secreto.— La noticia de que el consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., Jake Sullivan, ha estado en contacto con su homólogo ruso, y concretamente la sensación de que la Casa Blanca ha estado presionando para que se lleven a cabo las negociaciones, ha provocado esta posibilidad. Según una variante rumoreada del «Acuerdo Sullivan», Ucrania reconocería las anexiones rusas al este del Dniéper, mientras que la orilla oeste de Jersón volvería a estar bajo el control de Kiev.

Me parece poco probable, por varias razones. En primer lugar, un acuerdo de este tipo representaría una victoria rusa extremadamente pírrica: aunque lograría la liberación del Donbás (uno de los objetivos explícitos del Operación Militar Especial), dejaría a Ucrania en gran medida intacta y lo suficientemente fuerte como para ser una espina perenne en el costado, como un estado antirruso hostil. Se plantearía el problema de una probable mayor integración de Ucrania en la OTAN y, sobre todo, la entrega abierta de una capital regional anexionada.

En el lado ucraniano, la cuestión es que la recuperación de Jersón no hace más que aumentar la (falsa) percepción en Kiev de que la victoria total es posible, y que Crimea y el Donbás pueden recuperarse por completo. Ucrania está disfrutando de una serie de avances territoriales, y siente que está aprovechando su ventana de oportunidad.

En última instancia, no parece haber ningún acuerdo que satisfaga a ambas partes, y esto refleja que la hostilidad innata entre las dos naciones debe resolverse en el campo de batalla. Sólo Ares puede zanjar esta disputa.

En cuanto a Ares, ha estado trabajando duro en Pavlovka.

Mientras el mundo se fijaba en el relativamente incruento cambio de manos en Jersón, Rusia y Ucrania libraron una sangrienta batalla por Pavlovka, y Rusia ganó. Ucrania también intentó romper las defensas rusas en el eje de Svatove, y fue rechazada con grandes bajas. En última instancia, la principal razón para dudar de las noticias sobre un acuerdo secreto es el hecho de que la guerra continúa en todos los demás frentes, y Ucrania está perdiendo. Esto deja sólo una opción.

Posibilidad 4: una difícil elección operativa.— Esta retirada fue sutilmente señalada poco después de que el general Surovikin fuera puesto al frente de la operación en Ucrania. En su primera rueda de prensa mostró su descontento con el frente de Jersón, calificando la situación de «tensa y difícil» y aludiendo a la amenaza de que Ucrania volara las presas del Dniéper e inundara la zona. Poco después, comenzó el proceso de evacuación de civiles de Jersón.

Esto es lo que creo que Surovikin decidió sobre Jersón.

Jersón se estaba convirtiendo en un frente ineficaz para Rusia debido al esfuerzo logístico de suministrar fuerzas a través del río con una capacidad limitada de puentes y carreteras. Rusia demostró que era capaz de soportar esta carga de mantenimiento (manteniendo a las tropas abastecidas durante las ofensivas de verano de Ucrania), pero la cuestión es: a) con qué propósito, y b) durante cuánto tiempo.

Lo ideal sería que la cabeza de puente se convirtiera en el punto de lanzamiento de una acción ofensiva contra Nikolaiev, pero el lanzamiento de una ofensiva requeriría reforzar la agrupación de fuerzas en Jersón, lo que aumenta correspondientemente la carga logística de proyectar fuerzas a través del río. Con un frente muy largo para jugar, Jersón es claramente uno de los ejes más intensos desde el punto de vista logístico. Mi opinión es que Surovikin tomó el mando y casi inmediatamente decidió que no quería aumentar la carga de sostenimiento tratando de empujar sobre Nikolaiev.

Por lo tanto, si no se va a lanzar una ofensiva desde la posición de Jersón, la pregunta es: ¿por qué mantener la posición? Políticamente, es importante defender una capital regional, pero militarmente la posición carece de sentido si no se va a pasar a la ofensiva en el sur.

Seamos aún más explícitos: a menos que se planee una ofensiva hacia Nikolaiev, la cabeza de puente de Jersón es militarmente contraproducente.

Mientras se mantiene la cabeza de puente en Jersón, el río Dniéper se convierte en un multiplicador de fuerzas negativo, que aumenta la carga logística y de sostenimiento, y amenaza con dejar a las fuerzas aisladas si Ucrania consigue destruir los puentes o romper la presa. Proyectar fuerzas a través del río se convierte en una pesada carga sin ningún beneficio evidente. Pero al retirarse a la orilla oriental, el río se convierte en un multiplicador de fuerzas positivo al servir de barrera defensiva.

En el sentido operativo más amplio, Surovikin parece estar declinando la batalla en el sur mientras se prepara en el norte y en el Donbás. Está claro que tomó esta decisión poco después de asumir el mando de la operación: lleva semanas insinuándolo, y la rapidez y limpieza de la retirada sugiere que estaba bien planificada, con mucha antelación. La retirada al otro lado del río aumenta la eficacia de combate del ejército de forma significativa y disminuye la carga logística, liberando recursos para otros sectores.

Esto encaja con el patrón general ruso de tomar duras decisiones sobre la asignación de recursos, luchando en esta guerra bajo el simple marco de la optimización de las ratios de pérdidas y la construcción de la picadora de carne perfecta. A diferencia del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, el ejército ruso parece estar libre de interferencias políticas para tomar decisiones militares racionales.

En este sentido, la retirada de Jersón puede verse como una especie de anti-Stalingrado. En lugar de que la interferencia política obstaculice al ejército, tenemos a los militares liberados para tomar decisiones operativas incluso a costa de avergonzar a las figuras políticas. Y esto, en última instancia, es la forma más inteligente –aunque humillante en apariencia– de librar una guerra.

Gran Serge


¿QUIÉN ESTÁ PERDIENDO LA GUERRA EN UCRANIA?

De creer a los medios de comunicación occidentales, las fuerzas rusas estarían siendo diezmadas mientras el ejército ucraniano avanza inexorable hacia la victoria. Sin embargo, una visión más sobria de la realidad muestra una situación diferente.

Rusia nunca es tan fuerte ni tan débil como parece, y en este sentido la guerra entre EE.UU. y Rusia que se libra sobre territorio ucraniano, en la que Ucrania pone los muertos y Europa el suicidio económico, puede resumirse como la guerra en que ambos bandos infravaloraron al enemigo.

El primero en infravalorar al enemigo fue Rusia. En efecto, su Blitzkrieg inicial, cuyo objetivo nunca fue conquistar Ucrania sino quebrantar la voluntad de lucha ucraniana e intimidar a su gobierno para lograr una rápida capitulación, fracasó al encontrarse con una resistencia insospechada. La mayor sorpresa fue una Europa beligerante que facilitó la entrega masiva de armamento y acordó sanciones disparatadamente autolesivas. Sin duda, Putin no contaba con el suicidio de la UE (ni con el de Ucrania).

Como se deduce del escaso número de efectivos iniciales, la estrategia rusa no se centraba en consolidar ganancias territoriales sino en debilitar la capacidad ofensiva del ejército ucraniano y procurar su rendición con la menor lucha posible (Sun Tzu: “el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”).

Inicialmente la capitulación ucraniana probablemente implicaba no entrar en la OTAN, respetar los Acuerdos de Minsk suscritos bajo los auspicios de Francia, Alemania y la OSCE sobre la autonomía del Donbás (incumplidos por Ucrania, con el apoyo estadounidense) y aceptar como fait accompli la incruenta anexión de Crimea por parte de Rusia. Recordemos que en los últimos 250 años Crimea siempre perteneció a Rusia y sólo pasó a Ucrania en 1954 como regalo administrativo de Kruschev dentro de la propia URSS.

Putin contaba –y quizá siga contando– con un cambio de gobierno en Ucrania. Para ello era clave distinguir entre el pueblo ucraniano y el “régimen de Kiev” y minimizar las bajas civiles de un país eslavo tildado de “hermano”, evitando bombardeos indiscriminados o la destrucción de núcleos urbanos en la medida de lo posible.

Así, contrariamente a lo que afirmaron los medios occidentales, Rusia nunca entró en Ucrania a sangre y fuego, ni con una estrategia de conmoción y pavor –como sí hicieron EE.UU. en Irak y Afganistán, por ejemplo, o la propia Rusia en la segunda guerra de Chechenia.

Incluso ahora que ha empezado a mostrar que puede destruir en pocos días una parte importante de la infraestructura civil del país (y que si no lo había hecho hasta ahora era porque no quería), Rusia ha seguido utilizando bombardeos de precisión. No lo hace por humanidad, sino por estrategia.

Si Rusia infravaloró a su adversario al comienzo del conflicto, los EE.UU. han infravalorado la capacidad de resistencia rusa a su batería de sanciones.

En efecto, las sanciones impuestas por USA (United «Sanctions» of America) y por la UE, en su obediencia perruna al amo americano, no han propiciado el desplome de la economía rusa. A pesar de la ilegal congelación de sus reservas de divisas (un peligroso precedente), Rusia prevé tener una recesión de sólo el 3% del PBI, su inflación se mantiene en el 12% (inferior a la de la mitad de los países de la UE), su tasa de desempleo ronda el 4%, su déficit presupuestario previsto es del 2% del PBI con una deuda pública del 12% del PBI y el rublo sigue más alto que al comienzo de la guerra.

Estos daños pueden ser calificados de leves y el arsenal de sanciones está ya agotado: Rusia sigue vendiendo sus materias primas al resto del mundo que no ha apoyado a Occidente en este conflicto (90% de la población mundial), y las empresas rusas están comprando a precios de saldo los activos que las empresas occidentales se ven obligadas a abandonar por imperativo político.

El otro objetivo era debilitar a Putin y provocar un cambio de régimen, una especialidad tan norteamericana como la hamburguesa. Sin embargo, Putin sigue siendo enormemente popular en Rusia, donde el apoyo a la “operación miliar especial” supera el 72% aun tras la movilización. La xenófoba rusofobia puesta en marcha por Occidente parece haber servido para galvanizar dicho apoyo.

En conclusión, tanto las sanciones económicas (que han hecho mucho más daño a Europa que a Rusia), como la esperanza de que el autócrata ruso fuera defenestrado, han fracasado.

¿En qué situación bélica nos encontramos ahora? Las cifras de bajas reconocidas por uno y otro bando no son fiables, y las “estimaciones” de bajas rusas provistas por las autoridades occidentales deben tomarse con escepticismo, pues se ofrecen exclusivamente a efectos propagandísticos.

Esto no es nuevo. Cuando durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania arrolló a las tropas inglesas en Yugoslavia y Grecia en 1941, los periódicos británicos quisieron atenuar el efecto de la derrota en la opinión pública dando a entender que los alemanes habían pagado un elevadísimo precio por su victoria.

Así, “calcularon” las pérdidas alemanas en más de un cuarto de millón de hombres, mientras el gobierno británico reducía la cifra a “unos 75.000”. Las estadísticas mostraron posteriormente que los alemanes habían sufrido escasamente 5.000 bajas. Así de basta es la propaganda en tiempos de guerra.

Con el mismo escepticismo tenemos que tomar la retahíla de afirmaciones grotescas de los medios: las manifestaciones masivas en Rusia contra la guerra, la extrema debilidad del ejército ruso (que contradice la también ridícula afirmación de que Rusia pretendía conquistar media Europa del Este tras Ucrania) o el cáncer y el párkinson de un Putin desequilibrado por el aislamiento covid (¡un gélido coronel de la KGB perdiendo la cabeza por “aislarse” entre el Palacio del Kremlin y sus dachas!).

También entrarían en la misma categoría pueril la caracterización siempre malvada de los rusos frente a la santidad de los ucranianos, la posibilidad de usar armas químicas o nucleares, y un largo etcétera, una sarta de tonterías que, precisamente por serlo, logran el apoyo entusiasta de los periodistas.

 El potencial uso de un arma nuclear “táctica”, recientemente reciclado, no encaja. Antes veríamos bombardeos sistemáticos y la reducción a escombros de ciudades enteras para minar la voluntad de lucha ucraniana.

Además, los misiles nucleares no suelen tirarse justo al otro lado de la valla, es decir, al lado de tu frontera, ni contra un pueblo “hermano”, ni donde están tus propias tropas. Son armas disuasorias frente a enemigos lejanos y contra ataques que supongan un peligro existencial para el país, y son mucho más útiles como amenaza que como realidad.

En Ucrania los amplios frentes obligan a dispersar las fuerzas y permiten efímeras victorias si un bando las concentra adecuadamente. Aún así, se han mostrado más o menos estables desde hace meses, con la excepción de la pírrica “contraofensiva” ucraniana en el norte, que logró ganar unos pocos kilómetros de profundidad a costa de sufrir graves pérdidas, y el repliegue de Rusia al otro lado del río Dniéper en Jersón, adelantado ya hace semanas por el nuevo comandante en jefe ruso en Ucrania, general Surovikin[3].

Da la sensación de que Ucrania quiere ganar la guerra de la propaganda más que la guerra en sí misma. Rusia perdió la iniciativa hace meses, pero parece haber adaptado sus objetivos tácticos a una nueva estrategia más realista. En este momento no tiene prisa y parece aceptar el trueque de perder un poco de territorio a cambio de preservar sus tropas y “triturar” (sic) metódicamente las unidades ucranianas atacantes enviadas al matadero.

Con una estrategia defensiva, el ejército ruso es imbatible. Además, se acerca el invierno, que en esa zona implica máximas inferiores a los 0 grados durante casi tres meses, y Rusia siempre ha tenido al general invierno de su lado. ¿Quién tiene el fuel? ¿Cómo van a afrontar los ucranianos el frío estepario?

El fracaso de la estrategia inicial rusa y su lentitud en reconocerlo son cosa del pasado. Rusia ha llamado a filas a 300 mil reservistas, aunque la cifra real sólo la saben ellos. Se ha hablado en Occidente de la lógica impopularidad de esta leva, pero ¿creen ustedes que en Ucrania los jóvenes corren a alistarse en los centros de reclutamiento? ¿Qué porcentaje de la diáspora ucraniana ha vuelto a su país para defenderlo?

Al valiente le gana el temerario; al temerario, el impredecible; y al impredecible, el implacable. Resulta imposible creer en una derrota rusa definida como una retirada a las fronteras anteriores a febrero: si el implacable Putin no puede permitirse perder, no perderá.

Rusia goza de la ventaja de la proximidad, tiene una población tres veces superior a Ucrania, está considerada la segunda potencia militar del mundo (Ucrania era la número 22), posee muchas mayores reservas que Ucrania y tiene mucha mayor motivación que su verdadero adversario, Occidente, que ya sufre el cansancio de la guerra.

Además del general invierno, Rusia también cuenta con el general inflación y con la fragilidad de las mentiras en que se ha apoyado la intervención occidental. En definitiva, Rusia es menos débil de lo que aparenta y Ucrania menos fuerte de lo que nos hacen creer. El ataque al puente de Crimea es un ejemplo de la debilidad ucraniana: no pudo atacarlo con misiles, cohetes, aviones o helicópteros, sino con un patético camión bomba.

Contemplemos por un momento un hipotético escenario alternativo. Hace tiempo que el pico de ayuda militar occidental ha quedado atrás y una parte de las armas enviadas se ha perdido en el cenagal de corrupción ucraniana para acabar en manos de delincuentes y terroristas, como ha denunciado Finlandia.

Las tropas ucranianas están exhaustas y habrían llevado todas las reservas al frente para lograr una mínima victoria que les permitiera mejorar su posición negociadora y continuar cultivando una fatua esperanza de victoria en la opinión pública occidental.

En su propio país, el gobierno ucraniano, probablemente tan corrupto como los precedentes, se encontraría entre la espada y la pared. En un lado estarían los que quieren la paz, horrorizados ante la destrucción causada por la inmoral insensatez del gobierno, peón de EE.UU. En el otro estarían los fanáticos partidarios del “victoria o muerte”, cuyo pasado o presente neonazi quizá explique que Israel se haya negado reiteradamente a ayudar a Ucrania.

Las nuevas tropas rusas, frescas y bajo un nuevo mando, podrían estar concentrándose para realizar una contraofensiva invernal que extenuara al ejército ucraniano doblegando su voluntad de lucha y definiendo las nuevas fronteras. Probablemente el río Dniéper marcaría la frontera en el sur (dos tercios de la región de Jersón quedan al este del Dniéper).

Los EE.UU. serían conscientes de la posibilidad de un colapso del frente ucraniano en este escenario, y estarían presionando a los ucranianos para negociar. Simultáneamente, podrían estar amenazando a los rusos con enviar tropas a Ucrania si su contraofensiva es demasiado exitosa.

Para justificar ante su propia opinión pública una involucración directa tan peligrosa, los norteamericanos necesitarían de un empuje propagandístico como el de Bucha. Tienen mucha práctica, desde el hundimiento del Maine para la guerra de Cuba al incidente del golfo de Tonkín para la de Vietnam o el “descubrimiento” de armas de destrucción masiva en Irak.

Así cobraría sentido la denuncia preventiva de Rusia ante la ONU sobre la supuesta preparación de un atentado ucraniano de falsa bandera mediante una explosión con materiales radioactivos, del que se culparía a Rusia con la habitual algarabía mediática.

Ignoro si este será el estado real de las cosas, pues “el arte de la guerra se basa en el engaño” (Sun Tzu). En tiempos modernos, al engaño en la batalla se une la mentira constante de la propaganda, así que, como libertad y verdad van unidos, si queremos conservar nuestra libertad tendremos que mantener un escepticismo axiomático frente a las versiones oficiales del poder y los medios. Después del covid, ¿aún necesitan convencerse?

Fernando del Pino Calvo-Sotelo


EL KEYNESIANISMO MILITAR DE RUSIA

A finales de septiembre, el presidente ruso Vladimir Putin anunció una movilización «parcial» en Rusia, al forzar la anexión de cuatro regiones ocupadas en el sureste de Ucrania tras unos referendos falsos. Como muchos han señalado, el proyecto rompió un contrato social informal entre Putin y la población rusa, en el que el presidente ruso ofrecía un nivel de vida y una estabilidad no elevados, pero al menos tolerables, a cambio de la pasividad política.

Ahora, muchos esperan que el servicio militar obligatorio lo cambie todo. Pronto los cadáveres de los soldados mal entrenados, enviados como carne de cañón al campo de batalla para detener la contraofensiva ucraniana, comenzarán a regresar a sus familias, despertando la ira de la población. Según este razonamiento, esto, junto con el impacto económico de las sanciones, podría dar lugar a disturbios populares, que harían necesaria una mayor represión.

El Kremlin no podría durar mucho tiempo con la mera coacción. Para conseguir una victoria militar, Putin podría verse tentado a utilizar un arma nuclear táctica o alguna otra opción de escalada salvaje que probablemente le privaría de sus poco fiables aliados en el mundo. Entonces, o bien enterraría al mundo entero con él, o bien sería destituido por una élite rusa que teme por sus propias vidas.

El problema con esta línea de pensamiento es que más represión no es la única opción para Putin, ni la única base de su régimen. Para entender la otra dirección que podría tomar, es importante observar la dimensión de economía política de los últimos acontecimientos.

Al declarar la movilización «parcial», Putin hizo hincapié en que los soldados rusos reclutados recibirían la misma paga que los soldados contratados que han sido la columna vertebral de las fuerzas rusas en Ucrania hasta ahora. Esto significa que deberían cobrar al menos 3.000 dólares al mes, según el rango militar, bonificaciones, seguro y un generoso paquete de bienestar. Esto es entre cinco y seis veces más alto que el salario medio en Rusia. El reclutamiento de 300 mil, por no hablar de más de un millón de soldados –como algunos medios de comunicación han afirmado que puede ser el objetivo real– requeriría la redistribución de miles de millones de dólares del presupuesto estatal ruso.

En las primeras semanas desde el inicio de la movilización hubo informes sobre el caos en los acuerdos de pago. Sin embargo, en una reunión del Consejo de Seguridad de Rusia celebrada el 19 de octubre, Putin ordenó que se resolvieran todos los problemas relacionados con los salarios de los militares, lo que demuestra que la alta remuneración de los soldados movilizados y el apoyo a sus familias es una parte importante de su estrategia.

A esto hay que añadir el dinero que se destina a la reconstrucción de la arruinada Mariúpol y otras ciudades ucranianas fuertemente destruidas en las regiones recién anexionadas del sureste de Ucrania. En la actualidad, se contrata a trabajadores de toda Rusia para el esfuerzo de reconstrucción y se les ofrece el doble de lo que ganarían en su país. Incluso un trabajador de la construcción no cualificado recibe más de mil dólares al mes.

Recientemente, el viceprimer ministro ruso, Marat Jusnulin, dijo que más de 30 mil trabajadores rusos están empleados en la reconstrucción de los territorios ucranianos ocupados, y que el gobierno planea aumentar el número a 50/60 mil.

En los próximos tres años, se espera que el presupuesto ruso destine al menos 6.000 millones de dólares a la reconstrucción de los territorios ucranianos recién anexionados. Queda por ver qué parte no se perderá en manos del capitalismo de amiguetes ruso.

También hay muchos fondos que fluyen hacia el complejo militar-industrial. Como la demanda de armas y municiones ha aumentado considerablemente, el número de trabajadores, así como los salarios, han crecido. Al menos en parte, el crecimiento del complejo militar-industrial compensa el descenso de la producción en las industrias que dependen de los componentes occidentales y que sufren las sanciones. En otros sectores, los empleados que han sido reclutados por el ejército han dejado sus puestos de trabajo para ser ocupados por nuevos trabajadores, lo que disminuye el desempleo.

En total, el gasto estatal en «defensa nacional» ya ha aumentado un 43% del año pasado al actual y ha alcanzado los 74.000 millones de dólares. Se ha descartado un recorte previsto para 2023 y, en su lugar, Moscú planea gastar unos 80.000 millones de dólares. También se espera que los gastos de «seguridad nacional y aplicación de la ley» aumenten un 46%, hasta alcanzar los 70.000 millones de dólares el próximo año.

Si observamos todos estos acontecimientos, vemos que en Rusia está tomando forma algo parecido al keynesianismo militar. Millones de rusos movilizados para luchar en Ucrania, empleados en la reconstrucción o en la industria militar, o que participan en la represión de los disturbios en los territorios ocupados y en casa, o que son miembros de su familia, se han convertido en beneficiarios directos de la guerra.

Esto supone, entre otras cosas, la aparición de un bucle de retroalimentación positiva que antes no existía. La élite gobernante rusa inició la guerra para perseguir sus propios intereses y sólo consiguió el apoyo ritual y pasivo de la población rusa.

Sin embargo, esta redistribución de la riqueza estatal a través del esfuerzo militar está creando una nueva base para un apoyo más activo y consciente dentro de un sector importante de la sociedad rusa, que ahora tiene un interés material en el conflicto.

El hecho de que una invasión y ocupación a gran escala de una gran parte del territorio ucraniano requerirían algunos cambios fundamentales en el orden sociopolítico ruso, era predecible incluso antes del 24 de febrero. Poco después del inicio de la invasión, escribí lo siguiente “el estado ruso tendría que comprar la lealtad de los rusos y de las naciones subyugadas mediante políticas económicas menos conservadoras desde el punto de vista fiscal y más keynesianas. […] En lugar de la retórica vacía de la ‘desnazificación’, que ha sido claramente insuficiente para inspirar entusiasmo por la guerra dentro de la sociedad rusa, esto requeriría un proyecto imperialista-conservador más coherente que conectara los intereses de las élites rusas con los intereses de las clases y naciones subalternas”.

La estrategia del Kremlin de combinar la coerción con la cooptación de una parte importante de la población ha contribuido a que las protestas contra la guerra sean relativamente pequeñas, ya que la mayoría de los rusos han aceptado obedientemente la movilización. El número desproporcionado de personas reclutadas procedentes de las zonas más pobres de Rusia podría tener que ver no sólo con el temor del Kremlin a las protestas de los residentes de las grandes ciudades con mentalidad más opositora, sino también con su cálculo de que los incentivos monetarios que ofrece tendrían más valor para los residentes de las regiones periféricas más desfavorecidas.

La cuestión crucial, por supuesto, es durante cuánto tiempo será sostenible el keynesianismo militar en Rusia. Los bucles de retroalimentación positiva imperialistas clásicos se basaban en la producción industrial tecnológicamente avanzada. Los territorios y colonias conquistados proporcionaban nuevos mercados y suministraban las materias primas y la mano de obra barata para ampliar aún más la producción.

Los beneficios se repartían entonces con la «aristocracia obrera» en casa, que se beneficiaba de la expansión y el sometimiento imperialistas. El bloque formado entre las clases dominantes imperialistas y segmentos de las clases trabajadoras se convirtió en la base de los regímenes hegemónicos, e impidió las revoluciones sociales en las metrópolis occidentales.

Es muy cuestionable que Ucrania pueda aportar algo de lo anterior a la economía rusa. Además, muchos esperan que el impacto a largo plazo de las sanciones paralice la economía rusa y conduzca a su primitivización.

Eso deja el flujo de petrodólares como principal fuente de financiación para comprar lealtad. Eso, sin embargo, depende de la reorientación exitosa y del crecimiento suficiente de las economías de China e India para sostener la demanda de recursos energéticos rusos. No menos importante sería reformar las instituciones estatales rusas para gestionar los ingresos de forma más eficiente en lugar de perderlos por la incompetencia y la corrupción.

Pero si el régimen ruso es capaz de transformarse y fortalecerse en respuesta al desafío existencial, en lugar de derrumbarse, significa que Rusia podría estar preparada para una guerra más larga y devastadora.

El keynesianismo militar ruso contrasta fuertemente con la decisión del gobierno ucraniano de atenerse a los dogmas neoliberales de privatización, rebaja de impuestos y flexibilización laboral extrema, a pesar de los propósitos imperativos de la economía de guerra. Algunos economistas occidentales de primera línea han llegado a recomendar a Ucrania políticas que constituyen lo que el historiador británico Adam Tooze ha denominado «guerra sin estado».

En una larga guerra de desgaste, tales políticas dejan a Ucrania aún más dependiente no sólo de las armas occidentales, sino también del flujo constante de dinero occidental para sostener la economía ucraniana. Depender fundamentalmente del apoyo de Occidente puede no ser una apuesta segura, especialmente si tu adversario está en ello a largo plazo.

Volodymyr Ishchenko