Ilustración de Ajijchan para www.defenseone.com
El presente artículo de Eduardo Luque fue originalmente publicado en El Viejo Topo de España, el martes 15 de octubre.
La crisis ucraniana, el conflicto en el Lejano Oriente y el genocidio palestino anuncian, para el mundo occidental “basado en reglas”, el prólogo de una crisis social de proporciones épicas. El capitalismo neoliberal se enfrenta a una de sus mayores crisis existenciales. El mundo transita de un orden unipolar a otro multipolar, evidenciando la decadencia del imperio norteamericano. En este contexto, las élites dominantes y la burguesía trasnacional están implementando formas de control social sin precedentes. Los grandes conglomerados financieros, ante la amenaza de perder su hegemonía, han optado por restringir las libertades públicas. Promueven, por otra parte, movimientos de carácter mesiánico, el revisionismo histórico, pasando por falsos debates identitarios o el ecologismo reaccionario. Para asegurar el uso del poder, financian a partidos y movimientos de extrema derecha que se presentan en algunas ocasiones bajo la máscara de «europeístas» y, en otras, como populistas de derechas o izquierdas, dependiendo de las circunstancias. Estas fuerzas políticas, cuidadosamente moldeadas, permiten a los grupos financieros mantener su influencia política mientras neutralizan la resistencia popular. En este contexto de restricción de libertades y manipulación política, las tecnologías de vigilancia masiva y censura cobran un protagonismo central.
En agosto de 2024, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos (ODNI, por sus siglas en inglés) presentó un documento que, camuflado como un procedimiento burocrático más, en realidad representa un cambio profundo en la manera en que se lleva a cabo la vigilancia a nivel mundial. Bajo el nombre de “Intelligence Community Data Co-op” (ICDC), el proyecto propone la creación de una plataforma centralizada para recopilar y analizar enormes cantidades de información de cualquier individuo en todo el mundo. La imagen del Gran Hermano de Orwell da un enorme salto adelante. Este sistema recopila datos de fuentes comerciales y públicas: desde el historial de compras y geolocalización hasta la actividad en redes sociales y registros de salud. Lo preocupante es que el proyecto permite a las agencias de inteligencia estadounidenses «evitar las restricciones legales» mediante la compra de datos a empresas privadas, sin necesidad de pasar por procesos judiciales que podrían retrasar las investigaciones. Esta nueva arquitectura de vigilancia convierte al ICDC en un pilar central de la guerra cognitiva, pues ofrece una ventaja estratégica a las agencias de inteligencia, permitiendo incluso la manipulación preventiva del comportamiento a través del control sobre las ideas dominantes, las tendencias de voto… Los descubrimientos en psicología social sobre las identidades compartidas abren nuevos caminos para la proyección de líderes emocionales. La llamada psicología de las emociones, aliada a las bases de datos, amplía el horizonte para la creación de líderes sociales formateados por el propio sistema.
En este contexto, empresas tecnológicas como Apple y Microsoft han sido actores clave en facilitar la vigilancia masiva y, a partir de ella, crear o recrear los futuros líderes sociales. A esto se suma el hecho de que Microsoft recopila, desde hace años, grandes cantidades de información de los usuarios de Windows 10, como el texto que escriben en sus teclados, su ubicación geográfica e incluso imágenes captadas por las cámaras web, sin que los usuarios sean conscientes de ello. Estas acciones han generado una creciente desconfianza hacia las grandes tecnológicas occidentales.
Los atentados terroristas del régimen israelí en el Líbano en 2024 revelaron la extrema vulnerabilidad de las infraestructuras tecnológicas globales y cómo estas pueden convertirse rápidamente en armas de guerra. Las bombas en los smartphones y bíperes, igual que las instalaciones atacadas, han dejado al descubierto que, a pesar de los avances en seguridad informática, las infraestructuras tecnológicas globales son altamente susceptibles a ataques cibernéticos o actos terroristas coordinados. Este clima de incertidumbre y vulnerabilidad ha favorecido, paradójicamente, el ascenso de China como una alternativa tecnológica más confiable, sobre todo en mercados emergentes. El auge de empresas chinas como Huawei y Xiaomi, las grandes beneficiarias, se debe en parte al miedo que ha generado la fragilidad de las infraestructuras tecnológicas occidentales. Los atentados en el Líbano y los continuos problemas de ciberseguridad en Occidente han acelerado este cambio de percepción, lo que ha llevado a un aumento significativo en las ventas de productos chinos, especialmente en regiones en desarrollo. Pekín aprovechará estas circunstancias para consolidar su posición como líder en tecnología segura al margen de la intromisión de Occidente.
Guerra cognitiva: definición y estrategias
La guerra cognitiva es un concepto desarrollado por la OTAN para describir la manipulación de la percepción y el pensamiento colectivo con el fin de influenciar el comportamiento humano. A diferencia de la guerra convencional, donde los objetivos son territorios o recursos, la guerra cognitiva busca dominar la mente, moldear opiniones y controlar las narrativas. Este tipo de control no solo se limita a censurar puntos de vista contrarios, sino que busca anticiparse, evitando que las ideas opuestas a la narrativa oficial se formen en la opinión pública.
Para eso es imprescindible la censura sistemática de medios como Telegram, RT, Sputnik y muchos otros en Occidente. A raíz del conflicto entre Rusia y Ucrania, las plataformas tecnológicas y los gobiernos occidentales han bloqueado el acceso a estos medios para impedir la difusión de sus narrativas a las audiencias de Europa y América. Estas medidas, en muchos casos, no son resultado de decisiones judiciales, sino de órdenes administrativas que buscan limitar el acceso a puntos de vista divergentes y controlar el flujo de información.
En este sentido, es esencial reconocer la famosa frase atribuida a un asesor del ex presidente George W. Bush: “El poder genera la realidad. Y mientras tú estudias esa realidad… nosotros creamos otra”. Esta idea sintetiza la esencia de la guerra cognitiva: quienes controlan la narrativa, controlan la realidad misma. El poder reside no solo en influir sobre los hechos, sino en moldear la percepción de esos hechos antes de que otros puedan cuestionarlos. Asimismo, Michel Foucault, en su obra Historia de la sexualidad: La voluntad de saber (1976), afirmaba que, en definitiva, quien tiene el control sobre la narrativa tiene el control sobre cómo se percibe la realidad.
Expansión de smartphones y uso de algoritmos predictivos
La expansión del uso de smartphones, que ahora llegan incluso a manos de niños y niñas de corta edad, ha abierto una nueva frontera en el control de la información y la manipulación social. Mediante el uso de “algoritmos predictivos”, las grandes corporaciones tecnológicas y las oligarquías globales pueden recolectar y analizar grandes cantidades de datos personales desde una edad temprana. Esto permite que se definan las inclinaciones, tendencias y comportamientos de los usuarios, ofreciendo una visión precisa del futuro inmediato, que puede ser manipulado y controlado de acuerdo con los intereses de las transnacionales. El acceso a datos tan sensibles como las preferencias de consumo, los patrones de interacción social y el comportamiento online desde edades muy tempranas proporciona a las oligarquías las herramientas necesarias para moldear las percepciones y las decisiones de las generaciones futuras. En este contexto, los algoritmos no solo predicen lo que una persona hará, sino que influyen activamente en cómo verá el mundo y tomará decisiones. Este monitoreo continuo y la manipulación sutil de los comportamientos a través de las tecnologías de vigilancia digital convierten a los smartphones en una de las herramientas más poderosas para asegurar que las élites puedan mantener su control sobre el orden social y económico en las próximas generaciones.
El comportamiento de la casta dirigente abunda en esa idea. Muchos de los hijos de las élites crecen educados en ambientes donde el acceso a dispositivos digitales está restringido, conscientes de los peligros que estas herramientas pueden representar en términos de control y vigilancia. Como señala Manfred Spitzer en su libro Demencia digital, el uso intensivo de pantallas puede tener efectos devastadores en el desarrollo cognitivo de los niños, lo que explica por qué los «niños ricos» a menudo «no miran las pantallas», siendo educados lejos del alcance de las mismas tecnologías que las élites promueven para la población general.
Hacia una sociedad monitoreada
A medida que el control de la información y la vigilancia masiva se expanden, figuras políticas de alto nivel han comenzado a abogar por recortes a las libertades civiles en nombre de la “seguridad nacional” y el combate a la desinformación. Tanto el ex secretario de Estado John Kerry como la ex candidata presidencial Hillary Clinton han sido voces prominentes en esta discusión, sugiriendo que ciertos derechos –como los protegidos por la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana– deberían ser revisados para adaptarse a los tiempos actuales.
En declaraciones recientes, John Kerry argumentó que la libertad de expresión no debe ser un «cheque en blanco» que permita a los ciudadanos difundir desinformación o desafiar las narrativas oficiales en temas de seguridad. Kerry señaló que, en un mundo donde las fake news y la desinformación pueden desestabilizar sociedades, es necesario “limitar ciertas formas de discurso” para proteger la cohesión social y la estabilidad política. En su opinión, una sociedad más «monitoreada y controlada» sería menos vulnerable a influencias externas malintencionadas.
Por su parte, Hillary Clinton ha sido una defensora abierta de la necesidad de “combatir la desinformación”, y ha sugerido que el gobierno debería tener más poder para regular y monitorear lo que se publica en las redes sociales. Clinton argumenta que, aunque la Primera Enmienda es un pilar fundamental de la democracia estadounidense, su interpretación debe adaptarse a los desafíos del siglo XXI. Para Clinton, la “libertad de prensa” y la “libertad de expresión” deben ser compatibles con un sistema de “vigilancia y control” que garantice que solo se difunda información “responsable”.
Detrás de este discurso, sin embargo, subyace la influencia de los grandes grupos de poder. La clase política, obedeciendo a los intereses de estas élites, abre debates sociales sobre las libertades en abstracto, pero oculta su verdadero objetivo: la restricción progresiva de las libertades públicas, bajo el pretexto de la seguridad y la estabilidad social. Este proceso, por ahora, se lleva a cabo bajo el manto de una sub-democracia donde los ciudadanos son llamados a votar cada cierto tiempo, mientras que la casta política toma decisiones al margen de la voluntad popular, concentrando el poder en manos de unos pocos. Además, esta restricción de libertades se justifica utilizando el miedo al terrorismo, las preocupaciones por el cambio climático (que orientan el consumo social en direcciones que favorecen ciertos intereses) y las epidemias, que alimentan la soledad social. Este aislamiento refuerza el control, pues al romperse los lazos entre individuos, se debilita el tejido social dificultando la resistencia organizada.
Persecución de la disidencia y censura global
La guerra cognitiva no se libra únicamente en el ámbito digital. Aquellos que intentan desafiar el control de la información y ofrecen narrativas alternativas –ya sean periodistas, activistas o académicos– se enfrentan a persecución y censura. Ejemplos recientes incluyen las redadas en las oficinas de Jurgen Elsasser, jefe de redacción de la revista Compact en Alemania, y la persecución del ex inspector de armas de la ONU Scott Ritter en EE.UU., ambos acusados de tener conexiones con Rusia por sus críticas a las políticas occidentales.
Estas acciones forman parte de una estrategia más amplia para silenciar voces críticas y asegurar que la narrativa dominante prevalezca sin competencia. En muchos casos, las acusaciones de desinformación o “injerencia extranjera” se utilizan como pretexto para justificar la censura, cuando en realidad el objetivo es suprimir cualquier visión crítica que pueda desafiar el statu quo.
Conclusión
En resumen, el control de la información, los atentados terroristas en el Líbano y la guerra cognitiva están profundamente interrelacionados. A través de programas de vigilancia masiva como el ICDC y la estrecha colaboración con empresas tecnológicas, las agencias de inteligencia buscan dominar el flujo de información global. Este control no se limita solamente a la recopilación de datos. Va más allá, hacia la manipulación directa del pensamiento y las percepciones colectivas.
La vulnerabilidad de los sistemas informáticos, expuesta por los atentados en el Líbano, muestra cómo las infraestructuras tecnológicas globales son susceptibles de ser explotadas, lo que facilita la guerra cognitiva. Al mismo tiempo, China ha aprovechado las debilidades de los sistemas occidentales para consolidarse como la nueva potencia ganadora en la competencia tecnológica global, incrementando su influencia y poder blando.
La guerra cognitiva representa un desafío sin precedentes para las sociedades modernas. Al integrar la tecnología, el espionaje masivo y la manipulación de la información, las élites globales buscan no solo controlar lo que sabemos, sino también cómo pensamos. Como ciudadanos, es crucial ser conscientes de estas estrategias y defender activamente los derechos fundamentales, que peligran en esta nueva era de control y vigilancia.
Eduardo Luque