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Brulote Colectivo Kalewche

Kursk

18 de agosto de 202422 de septiembre de 2024
Kalewche

Fotografía de Viacheslav Ratynskyi para Reuters, 6 de agosto de 2024.



Hace muchos meses que en Kalewche no nos ocupamos de los pormenores de la guerra en Europa. La reciente incursión ucraniana en territorio ruso –más precisamente en la provincia de Kursk– parece un momento propicio para retomar someramente el análisis de este conflicto. El 24 de septiembre del año pasado, publicamos una traducción de un artículo en inglés de John J. Mearsheimer,1 donde este importante analista del establishment estadounidense explicaba las razones del fracaso de la muy anunciada ofensiva de Ucrania. Poco antes, el 18 de junio de 2023, habíamos ofrecido nuestro propio análisis al calor de los sucesos en “La ofensiva ucraniana en perspectiva”2. Escribiendo mientras los acontecimientos estaban en pleno desarrollo, expusimos allí, con la debida cautela, dos argumentos principales. Primero: que las posibilidades de éxito ucraniano eran casi nulas; el fracaso de la ofensiva era lo esperable. Segundo: que no parecía posible una rápida contraofensiva rusa. Como corolario, evaluábamos que lo más previsible era que, tras un breve interludio de guerra de maniobras, se impusiera el retorno a una lenta y costosa guerra de desgaste (o de posiciones) donde, a la larga, casi inexorablemente se impondría Rusia.

Entre la publicación de ambos textos ha trascurrido aproximadamente un año. El curso de la guerra se desarrolló por los senderos que preveíamos: predominio de guerra de desgaste, a lo largo de la cual, lenta y trabajosamente, pero de forma sostenida, las tropas de la Federación Rusa se van imponiendo. En los últimos meses, de hecho, los soldados del Kremlin habían conseguido sensibles avances en la región del Dombás. Es altamente posible que la sorpresiva incursión en Kursk (también hay refriegas con expedicionarios ucranianos en el óblast ruso de Bélgorod, más al sur, aunque muy marginalmente, en una escala militar y un radio geográfico mucho más reducidos) esté motivada por estos previos éxitos de Moscú, y a ello dedicaremos algunos párrafos. Pero antes de ir a ello quisiéramos hacer un planteo más general sobre la manera en que se está analizando en los medios de comunicación y en las redes sociales la política y la geopolítica contemporáneas.

*                             *                             *

Desde hace un tiempo, tenemos la sensación que los análisis y las previsiones políticas se hallan dominados por un inmediatismo corto de miras, y sobredeterminados por cierta ansiedad que no tolera las situaciones inciertas y espera «resoluciones» rápidas y claras ante situaciones que, bien miradas, no ofrecen muchas chances de ello. Cuando Rusia invadió Ucrania no faltaron los analistas que esperaban que, en cosa de días, las tropas de Putin ocuparan Kiev. Entre ellos, curiosamente, se contaban algunos a los que una invasión les parecía imposible apenas 48 horas antes. Tras cartón, no faltaron quienes supusieron que unos pocos meses de sanciones económicas serían más que suficientes para que Rusia estuviera de rodillas. No sucedió ni lo uno ni lo otro. Tampoco se verificó el tan temido escenario de que el cese de los envíos de combustible rusos colocara a Europa occidental ante una crisis pavorosa. Los precios aumentaron, desde luego, y la economía europea se resintió, mientras que los Estados Unidos hacían negocio con la exportación por mar del oneroso gas licuado a la UE. Pero nos hallamos lejos de un escenario de debacle o caos. Algo semejante sucedió con los acontecimientos recientes en Palestina/Israel. Hubo quienes creyeron ver el inicio del fin del sionismo y, a continuación, quienes esperaron que las tropas israelíes acabaran en cuestión de semanas con la resistencia palestina y/o que la incursión desembocara en la expulsión masiva de la población de la Franja de Gaza. Sin embargo, lo que se observa es un lento genocidio salpicado de barbaridades: no parece que Israel vaya a ser derrotado, tampoco parece que Hamás pueda ser aniquilado, y los gazatíes –predominantemente niños y mujeres– sufren penurias inenarrables, pero, en su gran mayoría, permanecen dentro de la Franja. Han muerto cerca de 50 mil personas (contando los cadáveres sin identificar bajo los escombros), lo que representa más del 2% de la población total. Sin embargo, no hubo un genocidio de dos dígitos, ni una «limpieza étnica» con centenares de miles de deportados al Sinaí egipcio, como muchos vaticinaban. Más recientemente, los intercambios de acciones armadas entre Irán e Israel hacen a muchos esperar una escalada indetenible. No obstante, lo más probable es que el conflicto escale lentamente y no se alcancen ni «soluciones» ni «victorias» decisivas, ni por un lado ni por el otro. El mismo inmediatismo, cabe recordarlo, dominó durante la crisis pandémica, afectando en este caso no solamente a los analistas, sino a las mismísimas autoridades políticas. Se impuso un encierro masivo bajo la presunción implícita de que una acción rápida solucionaría los problemas. El resultado fue una crisis que se prolongó por casi tres años (el exceso de mortalidad no bajó significativamente hasta 2023). La respuesta al virus ocasionó más perjuicios que beneficios.

Desde luego, hay también contraejemplos. A fines de 2022, por caso, Dylan Riley y Robert Brenner publicaron en la New Left Review un artículo que, a contrapelo de la inmediatez y la superficialidad al uso, hacía exactamente lo contrario: analizar una coyuntura inmediata con una perspectiva anclada en la larga duración. En “Siete tesis sobre la política estadounidense” (n°138),3 abordaban las elecciones estadounidenses de término medio con un bagaje teórico y una perspectiva histórica que suelen estar ausentes en las explicaciones políticas coyunturales. El texto generó un encendido y muy saludable debate. Con independencia de lo mucho o poco que se acuerde con la mirada de Riley y Brenner, no tenemos dudas de que es ese tipo de análisis –profundos y no impresionistas, con perspectiva histórica y rigor lógico– lo que necesitamos para tener alguna orientación certera en el convulsionado mundo que habitamos.

Ahora bien, una comprensión adecuadamente teórica e histórica del mundo actual debería hacernos prever, casi ineludiblemente, que se avecinan tiempos de crisis profunda en diferentes planos (político, geopolítico, ecológico, social, energético, económico), sin que se produzcan «soluciones» rápidas, «clarificaciones» repentinas, «virajes» profundos (no meramente cosméticos). Habrá que acostumbrarse a un mundo de ambigüedad e incertidumbres consustanciales. Quienes anhelamos un cambio radical de la vida social debemos estar preparados para actuar en un contexto de irresolución, de crisis que se superponen y rara vez se solucionan. Tiempos de gran agitación en la superficie, que no necesariamente repercutirán en las tendencias que emanan de las profundidades. No serán tiempos fáciles. Pero sólo tendremos una chace genuina de transformación si logramos comprender las marejadas estructurales y hallamos vías de acción coyuntural que nos permitan incidir –así sea a largo plazo– en las estructuras económicas y sociales.

Regresemos entonces a la invasión ucraniana en Kursk.

*                             *                             *

Comencemos por los hechos puros y duros. Luego de meses de una guerra de desgaste con epicentro en el Dombás desfavorable para las fuerzas ucranianas –las cuales poco a poco se veían obligadas a ceder territorios y, lo que es fundamental, abandonar sitios fuertemente fortificados–, de manera sorpresiva Ucrania llevo las acciones a territorio ruso. Con tropas del tamaño de al menos una brigada y con posiblemente unos 150 vehículos de maniobra, en un rápido avance lograron adentrarse unos 15/20 kilómetros empleando las carreteras y ocupando unas cuantas localidades pequeñas. Todo indica que se trata más de una «ofensiva» (en la que se trata de ocupar y sostener posiciones en territorio enemigo) que de una «incursión» (en la que el objetivo es penetrar el espacio rival, causar bajas, sembrar pánico y luego regresar a las posiciones de partida). La acción fue indudablemente bien planificada por el mando ucraniano, que logró ocultar a la inteligencia rusa la concentración de blindados y consiguió que sus tropas tomaran por sorpresa al adversario. Pero el avance ya se ha detenido, y es posible que los ucranianos estén intentando fortificar las posiciones ganadas. La respuesta rusa, lenta e ineficiente al comienzo, parece ir incrementándose. Entretanto, la guerra de maniobras en Kursk no parece haber afectado el desarrollo bélico en el Dombás, donde Rusia continúa un paciente trabajo de demolición militar por medio de una guerra de desgaste de manual.

Como no podía ser de otra manera, las interpretaciones oscilaron entre dos polos igualmente tremendistas. Hubo quienes vieron en la incursión una jugada maestra, que modificaría el curso de la guerra; y quienes no vieron en ella más que una acción desesperada, condenada a culminar en un desastre militar. Un análisis sereno y no impresionista, empero, sugiere que la incursión en Kursk muy difícilmente pueda alterar de manera significativa el curso estratégico de la guerra, aunque sí ha alterado parcialmente su desarrollo táctico por un tiempo difícil de prever.

Ni Ucrania ni Rusia se hallan al borde de un colapso militar. Pero la primera depende muy fuertemente de la ayuda militar extranjera. Si la misma cesara –como algunos temen o anhelan que sucediera con el eventual triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses– el destino de Ucrania estaría sellado. Sin embargo, no nos parece prudente dar por hecho que dicha ayuda se cortará repentinamente, incluso con los republicanos trumpistas al frente de la Casa Blanca.

Desde un punto de vista propagandístico y moral, la acción en Kursk es impactante. Basta con decir, para calibrar el peso simbólico de esta acción, que es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que el territorio ruso es penetrado y ocupado por fuerzas enemigas. Curiosamente, el nombre de Kursk tiene una densidad histórica fortísima para los rusos, pues allí el Ejército Rojo obtuvo una victoria decisiva de su Gran Guerra Patria contra los nazis, en 1943, después de la reconquista de Stalingrado. Una ofensiva extranjera sobre esta legendaria comarca del corazón de Rusia, llevada a cabo por un país al cual el Kremlin insiste en tildar de banderista y neonazi (o filonazi), con algo de razón y mucho de exageración, conlleva mucho morbo y humillación.

Sin embargo, aunque la moral y la propaganda son importantes, difícilmente puedan revertir la dinámica esencial de una guerra industrial: Rusia puede reponer a mayor velocidad sus pérdidas materiales, y esa es la clave de la incapacidad ucraniana para recuperar sus territorios, lo que explica que haya continuado perdiendo paulatinamente posiciones fortificadas. Las fuerzas rusas se sienten cómodas con el desarrollo de una lenta guerra de desgaste. Es comprensible que Ucrania busque mejorar sus chances pasando –cuándo y dónde pueda– a una guerra de maniobras. El problema es que el tipo de guerra se ve fundamentalmente impuesto por condiciones objetivas. No es algo que los contendientes puedan elegir de modo totalmente libre. Es muy dudoso que, tras la sorpresa inicial, los efectivos ucranianos puedan continuar «maniobrando» y avanzando con velocidad. Lo más factible es que se vean forzados a regresar a una guerra de posiciones, si quieren permanecer en los territorios ocupados. Incluso es probable que, sin abandonar el territorio ruso, opten preventivamente por replegarse un poco para abroquelarse mejor, reduciendo por propia iniciativa la zona ocupada del óblast de Kursk.

Hay varias teorías esgrimidas para explicar la acción ucraniana, las cuales no son necesariamente incompatibles entre sí. Algunas rayan en lo lunático, como la de quienes consideran que su objetivo sería desestabilizar al régimen de Putin. Si el mando ucraniano actuó bajo esta presuposición, es evidente que no calibra de manera adecuada la situación interna en Rusia. Aquí sólo atenderemos a las interpretaciones que tienen un mínimo de verosimilitud, a saber: 1) que se trata de una acción espectacular de Kiev tendiente a levantar la moral interna de las tropas y la sociedad, al tiempo que muestra a sus patrocinantes externos de la OTAN que podría ganar la guerra, o al menos empantanarla bastante y no perderla en un futuro cercano (sobre todo, de cara a las inminentes elecciones estadounidenses); 2) que Ucrania procura conquistar territorios para usarlos luego como prenda de cambio en hipotéticas negociaciones de paz, posibilidad sobre la cual circulan muchos rumores y especulaciones; y/o 3) que consistiría en un intento de forzar a los rusos a desplazar tropas desde el Dombás, debilitando su presión en este frente clave.

No es improbable que algunas o todas estas consideraciones hayan estado en los cálculos de los jefes ucranianos. De momento, sin embargo, Rusia no desplazó tropas del Dombás: si ese era al menos uno de los objetivos, no se habría alcanzado. El impacto sobre la futura ayuda estadounidense aún está por verse, y será sin dudas motivo de una incierta discusión de aquí en adelante. Esto es así porque se trata de algo difícilmente resoluble, por implicar de modo necesario un componente contrafactual: cuál hubiera sido la ayuda sin la incursión. La conquista de territorios rusos para intercambiarlos por territorios ucranianos ocupados por Rusia suena verosímil, pero hay que tener en cuenta que no se ven negociaciones en puerta y que es dudoso que Ucrania pueda mantener indefinidamente esas posiciones, al menos no en su extensión actual. En todo caso, habrá que ver qué sucede en las próximas semanas para tener un panorama algo más claro respecto a la posibilidad ucraniana de consolidar sus conquistas. A priori, nos parece imposible que pueda hacerlo. Tal vez no totalmente, pero sí parcialmente.

*                             *                             *

¿Es posible una salida puramente militar, vale decir, que uno de los bandos consiga completamente sus objetivos por medio del puro uso de la fuerza? No lo parece y, dado el equilibrio de fuerzas, es Rusia quien en principio se hallaría más próxima de este punto límite, aunque aún muy lejos de él. ¿Es posible una solución negociada? Difícil, difícil, al menos en un futuro previsible.

Para firmar la paz, el Kremlin ha dicho que quiere una Ucrania neutralizada (fuera de la OTAN), desmilitarizada y desnuclearizada, y también desnazificada (purgada de elementos fascistas o banderistas). Exige también que las minorías rusas o rusófonas del este y el sur del país sean respetadas, en un marco de cierta autonomía política y convivencia intercultural (reforma federal de la Constitución ucraniana y cese de las políticas de ucranianización y descomunización). Asimismo, Moscú ha dicho que no aceptará devolver los territorios anexionados a la Federación Rusa (Crimea, Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón). Ni los que ha declarado formalmente suyos sin haber logrado aún controlar, ni, menos que menos, los efectivamente ocupados. Incluso ha sugerido o dado a entender que, en el futuro, si la guerra se prolongara y agravara, podría ir por más anexiones punitivas e irredentistas en la región histórica de la Novorossia, como la del óblast de Járkov, que ya ha invadido, aunque mínimamente. Quizás también Nicolaiev, que alguna vez ocupó en parte, pero luego abandonó; y, más temerariamente, Odesa o Dnipró. Afirma, además, que no descarta el uso de armas nucleares, si se sintiera existencialmente amenazada por la OTAN.

Los sectores más chovinistas y belicistas de la sociedad rusa le reclaman a Putin por derecha que deje de lado todo escrúpulo moral o político, y que redoble la guerra contra Ucrania –en escala y ferocidad– para acelerar la obtención de una victoria estratégica definitiva, asumiendo los costos humanitarios que acarrearía un accionar menos quirúrgico y más brutal (incremento de la mortandad de soldados rusos y civiles ucranianos). Son esos sectores, por lo demás, los que fantasean con echar mano al arsenal nuclear para asustar y apaciguar a la OTAN, y con conquistar toda la antigua Novorossia desde Járkov hasta Odesa (y Transnistria), o incluso con ocupar media Ucrania (hasta el Dniéper).

¿Cuánto hay de verdad y cuánto de farol en todo esto? ¿Cuánto de lo que sinceramente se pretende resultaría objetivamente viable? Difícil saberlo… Pero nos parece poco probable que Rusia acepte la paz sin haberse asegurado una buena parte de los objetivos declarados o sugeridos. Cuando menos, lo siguiente: una Ucrania fuera de la OTAN y sustantivamente desmilitarizada, conservación de Crimea, control de todo el Dombás y el corredor Zaporiyia-Jersón, eliminación o marginación del banderismo filonazi, fin del etnonacionalismo desrusificador.

Y no hay que olvidarse de la cuestión de las sanciones contra Rusia. Es probable que Moscú, en las negociaciones de paz, exija su desmantelamiento, si no total, al menos parcial (una morigeración). Sanciones que, por cierto, no son solamente económicas (comerciales y financieras), sino también, por ejemplo, deportivas, como han ilustrado recientemente –con hipocresía, desvergüenza y escándalo– las olimpíadas de París, donde Rusia, superpotencia que ostenta el segundo medallero olímpico de la historia, ha estado cancelada por crímenes y fechorías que otros países participantes cometen o han cometido en igual o peor proporción, como Estados Unidos e Israel, Gran Bretaña y la propia Francia anfitriona de los juegos, sin haber sido castigados jamás por su barbarie de lesa humanidad.

¿Y qué hay de Ucrania? Sus condiciones para negociar la paz ¿son realmente tan elevadas como ha anunciado? ¿Lo siguen siendo? ¿Lo seguirán siendo, pase lo que pase? ¿Recuperación no sólo de Jersón y Zaporiyia, sino también del Dombás, y hasta de Crimea, amén de una plena incorporación a la OTAN? Tanto pero tanto no parece posible, a la luz del desarrollo de la guerra y sus hechos consumados. Guste o no guste, las tratativas diplomáticas de salón nunca pueden ignorar las relaciones de fuerza en el terreno.

Pero nadie tiene la bola de cristal. La guerra de Ucrania puede depararnos sorpresas, como la –por ahora– exitosa ofensiva de Kiev sobre la provincia rusa de Kursk.

Colectivo Kalewche


NOTAS

1 http://kalewche.com/con-las-de-perder-el-porque-del-fracaso-de-la-contraofensiva-ucraniana.
2 http://kalewche.com/la-ofensiva-ucraniana-en-perspectiva.
3 Hay trad. castellana: https://newleftreview.es/issues/138/articles/seven-theses-on-american-politics-translation.pdf.

Etiquetado en: análisis militar Brulote Colectivo Kalewche Dombás geopolítica guerra de Ucrania John J. Mearsheimer Kursk OTAN Putin Rusia Ucrania

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