Ilustración: detalle de Los pescadores valencianos, de Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, 1895, Galería Nacional de Londres.
El periodista y ensayista valenciano Pascual Serrano tiene una columna de análisis y opinión en Mundo Obrero de España, que se llama “Contra el Talón de Hierro”. Compartimos el último texto que publicó allí: “La política de los caladeros”, con fecha martes 1° de octubre.
En este escrito, Serrano pone en discusión uno de los fenómenos más característicos e inquietantes de la política de masas en la sociedad actual: la demagogia totalmente focalizada en el particularismo identitario, el marketing electoral que explota y exacerba el «tribalismo» de la Babel posmoderna y sus «batallas culturales». Hipertrofia de reivindicaciones simbólicas o minimalistas cada vez más minoritarias, subjetivas, moralistas, emocionalistas e inocuas en la superestructura del capitalismo neoliberal; al mismo tiempo que anemia de clasismo y de lucha de clases en la base material, con un consecuente declive del maximalismo universalista de izquierdas, anclado en los intereses objetivos de las mayorías trabajadoras y orientado hacia el horizonte utópico de una revolución socialista mundial.
Ni Serrano ni quienes hacemos Kalewche estamos en contra de las identidades emergentes y de los nuevos activismos identitarios. Muchas de sus demandas nos parecen muy justas, atendibles, progresivas y merecedoras de una solidaridad sin retaceos: estado plurinacional, despenalización del aborto, erradicación de la violencia de género, libertad sexual, remoción de monumentos asociados al genocidio o la esclavitud, legislación contra el maltrato animal, antirracismo, integración de las comunidades inmigrantes en un marco de interculturalidad, políticas de reparación material y simbólica con los pueblos originarios, etc. Nuestra crítica va dirigida puntualmente al identitarismo, es decir, a la absolutización woke de las identidades particulares en desmedro de los grandes clivajes económicos estructurales y del socialismo como utopía revolucionaria universal, como proyecto de transformación radical que asume en su estrategia política la centralidad de lo material. Se trata, pues, de lograr una convergencia equilibrada entre los activismos de las identidades emergentes y la militancia clasista de signo anticapitalista.
Una acotación final, a propósito del título, para quienes no son de España: el diccionario de la RAE define un caladero como un “Sitio a propósito para calar las redes de pesca”, pero también lo define –en tanto españolismo– como un “Ámbito apropiado para conseguir algo en gran cantidad”, por ej., “caladero de talentos” o “caladero de votos”.
Hace mucho que la política es marketing, buscar un tema que suponga un caladero de votos, un nicho de mercado y enfocar el discurso ahí para ver qué se pesca. Y, ojo, ocurre en derecha e izquierda. La derecha ve un caladero de votos en la caza, en la tauromaquia… Mientras tanto, hay una izquierda que ve el caladero en el movimiento LGTB o en la protección animal.
Más allá de lo que cada uno de nosotros podamos coincidir con esas «causas» o lo honorables que las consideremos, lo que es evidente es que son inocuas. Ninguna pone en crisis el modelo, ni siquiera plantearlas supone entrar en intereses enfrentados; para la mayoría de las personas, la caza, la tauromaquia, las mascotas o el respeto a la orientación sexual no es motivo de confrontación.
Pero es evidente que hay sectores para los que esas cuestiones forman parte de su inquietud, de modo que si algún colectivo levanta como bandera un tema que a un grupo social le despierta simpatía o logra ponerlo en la agenda informativa como casus belli, pues ya tienen una lucha que no molesta a empresarios, financieros, multinacionales, potencias geopolíticas; y que da rentabilidad.
Por otro lado, son temáticas muy atractivas para los gestores políticos, porque tampoco necesitan presupuesto económico. Son gratis. Haces leyes donde lanzas odas a los sectores afectados, dices que defiendes los derechos de los animales, de los gays, la fiesta de los toros, la caza y a pescar votos en el caladero.
Como no podía ser de otra manera, la agenda informativa marca el interés de los políticos por los asuntos/caladeros. Si una agresión sexual toma la primera página de la prensa, saldrán movilizaciones feministas pidiendo cambiar leyes antes de que se hayan aplicado esas leyes sobre algún acusado. Si aparecen imágenes del maltrato de un caballo en la Feria de Abril, se reactivarán las declaraciones políticas sobre los derechos de los animales, independientemente de que ya estén protegidos o no. Si unos inmigrantes cometen un delito, otros hablarán de que nos invade el islam para pescar en su caladero. Si hay una mala cosecha o sequía, otros políticos saltarán en ese momento y descubrirán la urgente necesidad de justicia para los agricultores.
El asunto es preocupante, porque si de algo servía la política era para tener una propuesta de sociedad, de legislación, de valores, de funcionamiento de las instituciones, pensada para las mayorías y de carácter duradero. No algo coyuntural o cambiante, a golpe de portadas de prensa e informativos.
El problema del parcelamiento social es que las políticas se han convertido en mercados y subastas que buscan su público específico, su target. Así como las empresas de automóviles tienen modelos dirigidos a determinados sectores donde consideran que hay un mercado potencial, los partidos están haciendo lo mismo: buscan sectores sociales a los que vender propuestas.
Esto sucede en un mundo individualista, donde se pierde cohesión social y sentido colectivo para desarrollar identidades con las que la gente se considera auténtica y comprometida con causas honorables y moralmente superiores a los demás. Ahora los partidos premian ese individualismo y lo convierten en estrategia política.
Pascual Serrano