Fotografía: Greek City Times



Nota.— Recientemente, nuestro compañero Arturo Desimone nos hizo llegar desde Aruba un artículo crítico suyo sobre MeRA25, escrito en inglés: «Game-Over Theory: What Drove the Defeat of a European Radical Movement». El texto salió publicado el 28 de mayo en Sublation Magazine. Compartimos aquí nuestra traducción.


En las elecciones griegas del 21 de mayo, MeRA25, el “movimiento europeo por la desobediencia realista” (antes conocido como “Diem25” o “Movimiento por la Democracia en Europa en 2025”), liderado por el economista neokeynesiano superestrella Yanis Varoufakis, perdió todos los escaños que le quedaban en el parlamento heleno. A su vez, Varoufakis condenó la “erdoganización” y la “orbanización” de Grecia, comparando el crecimiento de la derecha griega con los acontecimientos paralelos en Turquía y Hungría, a pesar de que otras entidades de centroizquierda, como SYRIZA (antiguo aliado de Varoufakis convertido ahora en rival, junto con el socialdemócrata PASOK), todavía permanecen en el gobierno, a pesar de ser empequeñecidos por los partidos más abiertamente oligárquicos del país balcánico. En un texto que parece ser un intento de «control de daños», titulado “Nuestra derrota en contexto”, Varoufakis explicaba la calamidad de la siguiente manera:

“MeRA25 parece haber sufrido porque intentamos inspirar a nuestra base con verdades contundentes y una llamada a las armas, en lugar de narrativas tranquilizadoras que afirmaban falsamente que podíamos cambiar las cosas sin coste alguno para muchos. (…) Resultó que los votantes no querían oír malas noticias, ni les interesaban las llamadas a las armas. (…) Esta es la montaña que MeRA25 debe escalar ahora: ¿cómo persuadir a los votantes marginales reacios a las malas noticias para que vuelvan a votarnos sin acosarlos con mentiras tranquilizadoras?”.

El lenguaje suena familiar: un desprecio displicente de la desdichada vox populi por parte de los políticos académicos progresistas, que prefieren fustigar las deficiencias morales del público en general, en lugar de someter su política de partido a un autoanálisis riguroso y necesario. Estos políticos parecen haber olvidado los orígenes de la izquierda como movimiento de conciencia social autocrítica.

El día después de que los comentarios sobre los votantes débiles de mente irritaran a parte de sus seguidores griegos en Internet, Varoufakis dio más explicaciones, ahora armado con Hannah Arendt: “Ayer me criticaron por decir que los votantes maltratados a menudo prefieren las mentiras tranquilizadoras a las verdades dolorosas. Hannah Arendt me defendió desde la tumba: ‘La huida de las masas de la realidad es un veredicto contra un mundo en el que se ven obligadas a vivir y en el que no pueden existir’”. Esta respuesta ejemplifica un patrón trágico de la carrera de Diem25. Sugiere una fórmula que comenzó antes de Diem25, dentro del Ministerio de Finanzas de SYRIZA, en 2015: en cada fracaso para tomar el poder o dar la talla de un organizador, estratega o representante político, simplemente adopta la voz de un intelectual público performativo, que observa la sociedad desde los márgenes; pronuncia el veredicto profético de las masas; insiste siempre en «decir la verdad al poder» (preferiblemente en el formato de una TED-talk o Google-lecture) en lugar de agarrar el poder por sus riendas sucias. ¿Quién ha escapado realmente a la realidad? ¿Los dirigentes de centroizquierda o los votantes? ¿Qué ha sido de este movimiento, antaño en expansión, que se postulaba a sí mismo como think tank y superglue que reinventaba la izquierda global?

Aunque los comunicados de prensa de Diem25 describen la aplastante victoria de la derecha como una sorpresa, la fragmentación estaba en marcha desde hacía tiempo, tanto en su base fundacional en Grecia como en su encarnación internacional anunciada como “movimiento progresista paneuropeo que pretende democratizar la UE antes de que se desintegre”, prometiendo una “revolución democrática” que crearía “una pesadilla para los oligarcas de Europa”, a más tardar en 2025. En el parlamento ateniense, las tendencias reales salieron a la luz a finales de 2022: cuando Angeliki Adamapolou se convirtió en la primera de los diputados griegos elegidos libremente en abandonar el ala griega del relativamente nuevo movimiento internacionalista paneuropeo. Inmediatamente se enfrentó a un coro acusador de excompañeros en su salida. Adamapoulou lo hizo al tiempo que difundía públicamente una demoledora carta de dimisión, en la que citaba el “autoritarismo interno” y el “gobierno familiar” (quizás en alusión al éxito de Varoufakis al apoyar a su esposa, Dana Stratou –heredera de la dinastía familiar de industriales Stratou– para candidaturas destacadas y puestos de liderazgo dentro de su partido). Un miembro clave de la rama italiana del MeRA25 dimitió tras la revelación del privilegio conyugal, supuestamente lamentando lo que se había convertido en un negocio familiar.

El otoño pasado, Fotini Bakadimas se convirtió en la tercera diputada en abandonar el MeRA25. Varoufakis declaró a través de un tuit: “(Fotini) ha optado por abstenerse de las batallas… ¡en un momento en que MeRA25 está sufriendo un ataque total por parte de los oligarcas!”. La Sra. Bakadimas sirvió como «mano derecha» y confidente cercana de Varoufakis durante su efímero servicio como ministro de Finanzas en 2015, cuando SYRIZA lo nombró después de ganar las elecciones con sus promesas incumplidas de enfrentarse a los tecnócratas de la Unión Europea y la Troika. Se ha vuelto a unir a SYRIZA. Otra diputada, Constantina Adamou, se pasó al desprestigiado PASOK. SYRIZA o la «Alianza Progresista» es el partido que Varoufakis había denunciado una vez, antes de que Diem25, o MeRA (una palabra griega para «mañana», ya que el amanecer está reservado por la derecha en Grecia) se fundara en gran parte como una revuelta contra la capitulación notoria y autodenigrante de SYRIZA a los planes de austeridad antidemocráticos de Bruselas, el FMI y Berlín, todos los cuales se convirtieron en los nuevos amos de Tsipras.

Ante la noticia de estas deserciones, los excompañeros del MeRA25 tomaron Twitter: “Seguimos con los que insisten en luchar por el pueblo y no por los cargos personales y el poder a toda costa, como los nuevos interlocutores de nuestras exdiputadas, a los que no les molesta la capitulación de 2015 ni los delirios del señor Tsipras…”.

La declaración original de dimisión de la Sra. Adamopolou se lee como un intento digno de preservar su partido:

“En los más de dos años y medio de mi mandato como miembro de la Asamblea Nacional de Atenas de MERA25, (…) serví fielmente a las posiciones de la izquierda moderna con una clara orientación patriótica, promoví propuestas para una Grecia mejor y más justa, defendí el Estado de Derecho, la igualdad y la humanidad. De este modo, contribuí con coherencia, seriedad y sentido del deber a la mejora de la imagen pública de MERA25 y al fortalecimiento de la resonancia del partido entre los ciudadanos. (…)”

“Sin embargo, con gran tristeza y creciente frustración, observo casi inmediatamente después de las elecciones de 2019 y gradualmente hasta hoy, que MeRA25 se está transformando internamente: de ser un colectivo pluralista y polifónico se ha convertido en un club cerrado de la élite. Desgraciadamente, la cúpula de MeRA25 y, en concreto, sus bien avenidos directivos, tratan a diario, con modos autoritarios y arbitrarios, de imponerse sin diálogo y sin procedimientos colectivos. En aras de la decencia, no deseo extenderme en incidentes concretos y alimentar el canibalismo mediático generalizado de nuestro tiempo. Sin embargo, debo a mis conciudadanos declarar públicamente que MeRA muestra una grave falta de democracia, meritocracia, igualdad, responsabilidad y transparencia; así como un exceso de dominio familiar y nepotismo, un exceso de discriminación que favorece a determinados diputados y ejecutivos, (…) En resumen, el alejamiento de MeRA25 de su propio núcleo ideológico y moral, junto con su lógica de propiedad –el factor de la oligarquía– me han alienado por completo…”

Adampolou concluyó deseando a los viejos camaradas “un retorno a los puros y elevados ideales que hace unos años unieron los puños en alto de todos aquellos que apoyamos sin vacilar la visión de una Grecia más justa en un mundo más justo”.

A su vez, Varoufakis replicó a las acusaciones sugiriendo motivaciones arribistas: “Le deseamos mucha suerte a Angeliki en su nuevo partido, ahora que huele que se acercan las elecciones. Hoy, en el Día (Internacional) de la Mujer, nosotros [MeRA25] estamos en la calle: ¡por las mujeres, no por los cargos!” (Adamopolou se había convertido en independiente, y en aquel momento aún no pertenecía a SYRIZA). La incómoda invocación al feminismo machista, aunque no tan extraña como el trascendental mensaje de Varoufakis en Twitter a las mujeres afganas mientras los talibanes asaltaban Kabul –“¡Aguantad, hermanas!”– se ha convertido en una característica del movimiento, que actualmente se proclama a sí mismo como una organización “feminista interseccional” con muchos más debates internos sobre género, “fragilidad blanca” y ecofeminismo, que sobre la política anti-austeridad sobre la que se fundó.

Diem25 es atacada regularmente por las fuerzas de la oligarquía que controlan los medios de comunicación griegos. Pero eso era de esperar de un partido con un mensaje disidente. El miedo de Varoufakis y sus asesores a la capacidad de difamación de la prensa griega e internacional ha influido probablemente en decisiones importantes en la escena internacional, como el insulto y la negativa de Varoufakis a las peticiones de asesoramiento de Caracas sobre la reorganización de la economía de Venezuela para que el pueblo venezolano pueda sobrevivir mejor a la crisis.

Todo esto dista mucho de la esperanza y el alborozo con que despegó el movimiento hacia 2016, en un teatro de Berlín Oriental.


La teoría del game over

Varoufakis, junto a sus aliados más cercanos, se había distanciado en 2015 –con éxito ante la opinión pública– de la notoria autotraición de la izquierda griega. La farsa de Tsipras, que descorazonó y perjudicó a movimientos simpatizantes de todo el mundo, desde España hasta Argentina, fue vista como algo exclusivo de Tsipras y SYRIZA. Sin embargo, seguía sin estar claro por qué Varoufakis, en su efímera actuación como ministro de Finanzas, había desestimado las presiones de SYRIZA para desbancar al economista neoliberal y eurófilo pro-Troika Ianis Stournaras de su puesto como presidente del Banco Central griego. Varoufakis había aludido a una intrincada y compleja estrategia basada en la «teoría de juegos», que haría completamente innecesaria una acción política tan agresiva. Quizá los resultados hablen por sí solos. Las élites alemanas vieron que podían apagar el farol griego, ya que la permanencia de su hombre de acción en el Banco Central heleno, firmemente sentado en sus laureles, disipó cualquier temor de que Grecia pudiera llegar a socavar la superestructura de la UE saliendo de la Eurozona si no se satisfacían las demandas griegas.

En este esquema chapucero y sobreactuado, podemos rastrear las semillas de la posterior autodestrucción del movimiento MeRA: una excesiva confianza en los gestos simbólicos y retóricos, una «estrategia» de relaciones públicas performativa y excesivamente intelectualizada: Varoufakis, el académico, se especializó durante años en el estudio de la «teoría de juegos» fundada por John Nash. En Diem25 la «teoría de juegos» y el branding acaban sustituyendo a la organización política. Cuando los líderes fracasan en sus funciones representativas y organizativas, lo compensan recurriendo al papel de intelectual público ajeno a la política –por ejemplo, citando a Hannah Arendt sobre la falsa conciencia crédula de los votantes en vísperas de un desastre electoral–.

En este modelo, una política claramente definida y con base material, se sustituye por apariciones de famosos y un reality show de think-tank destinado a entretener a los seguidores de la clase media europea occidental. Esta no era en absoluto la intención original de gran parte de la dirección, y ha dado lugar a una fórmula que gana en base a las visitas a YouTube –nuestro sistema de audiencia contemporáneo–, pero que pierde como partido político.

En 2018, el movimiento Diem25 se reinventó prematuramente como partido, con el Europarlamento en el punto de mira. Sorprendentemente, Varoufakis anunció que haría campaña por el escaño parlamentario europeo en Alemania. La decisión, que parecía contraproducente desde el principio, alienó a los aliados alemanes del DieLinke de Sahra Wagenknecht, que habían aceptado representar a Diem25 en las elecciones. También ignoró la eficacia de la insidiosa propaganda antigriega que todavía irradiaban los medios de comunicación alemanes en aquel momento. Poco después, en las conferencias televisadas, se oyó a Varoufakis prometer que, si era elegido para el Parlamento Europeo, pronunciaría un último discurso periclitado y luego dimitiría. Esto preanunciaba la oferta de campaña como una forma de política gestual: una denuncia vanguardista y teatral contra el poder y la injusticia, invocando frívolamente la «sociedad del espectáculo» de Debord. Podría haber funcionado en la antigua Yugoslavia, donde, por ejemplo, el grupo de art-rock Laibachconstituye un partido político activo de gran notoriedad en Eslovenia. Pero no en Alemania.

Las posturas vanguardistas, o el «teatro de la disidencia», alcanzaron su punto álgido cuando nuestros principales activistas destacaron a la bomba de Baywatch, Pamela Anderson, como cabeza visible de la campaña “Primavera Europea” y “Nuevo Pacto Verde para Europa”. Es probable que Anderson hubiera cosechado votos con una campaña en Italia (patria de Ilona Staller, la actriz porno convertida en política, más conocida como “La Cicciolina”, antepasada de Meloni). En Alemania, sin embargo, la espectacular fusión de iconos culturales pop con política revolucionaria estaba fuera de contexto entre un público notoriamente sobrio y luterano.

No obstante, la extraña autopostulación de Varoufakis en Alemania podría haber tenido alguna oportunidad si hubiera ofrecido un programa más orientado a los antiguos votantes de la clase obrera de Alemania Oriental, que se identificaron con los griegos durante la evisceración de Grecia por la terapia de choque liberal de Wolfgang Schaüble. La arrogancia de sus élites recordó inevitablemente, a los antiguos alemanes orientales, la conquista económica occidental de sus regiones después de 1989, a la que muchos vivieron como una humillación. Pero el equipo de Varoufakis no se concentró en esos barrios: en su lugar, los esfuerzos de Diem25 se dirigieron a las clases medias alemanas: las que se habían empapado del chivo expiatorio de los medios corporativos alemanes y del sentimiento antigriego de los años anteriores. Diem25 basó su programa electoral en un manifiesto en el que pedía un “Nuevo Pacto Verde para Europa”. El documento, en el que es difícil encontrar el concepto de clase, utilizaba como piedra angular una referencia al New Deal que apela a la memoria colectiva estadounidense, más que a la europea; y a las tradiciones políticas norteamericanas, antes que a la socialdemocracia de posguerra. Hacer demasiado hincapié en lo «verde» llevó a Diem25 a la trampa de hacer campaña, inadvertidamente, a favor de los partidos verdes europeos, hoy dirigidos por figuras de línea dura, como Baerbock, que agitan a favor de la guerra nuclear.

Como era de esperar, perdimos la carrera europarlamentaria. Pero gracias a estas campañas, Diem25 consiguió aumentar considerablemente el número de miembros y la participación de alemanes y eurófilos. Entre ellos había veteranos del surrealista “Movimiento Antialemán” alemán, conocido por sus actuaciones autoflagelantes y por ondear banderas arco iris, de la UE e israelíes en las marchas.

Siguiendo la línea argumental de Rebelión en la granja de Orwell, DiEM25 se había convertido en un microcosmos de la propia UE a la que se había propuesto combatir: un microcosmos en el que, una vez más, un bloque europeo noroccidental ejercía una influencia desmesurada –tanto en la base como en el liderazgo– a la hora de establecer el tono y los valores; denunciando a los morenos sureños de albergar una cultura de corrupción y machismo. Los miembros alemanes, holandeses y belgas se situaron en primera línea, acusando a los líderes, en su mayoría mediterráneos, de corrupción y «patriarcado». Esto se manifestó como una batalla cultural interna: la idealista iluminación woke frente a la política materialista.

La brigada de política exterior, de la que yo era un orgulloso miembro cofundador, constituía una isla de excepción. Levantamos la «polémica» señalando que las bases militares estadounidenses son las principales consumidoras mundiales de combustible de aviación, y que no puede haber un “Nuevo Pacto Verde” sin poner fin al imperialismo militar occidental. Varoufakis había dejado atónitos a los creadores del grupo de política exterior en Belgrado –sede de los históricos bombardeos de la OTAN contra los europeos– al insistir categóricamente en que la política exterior europea nunca cambiará.

Sin embargo, quedó claro que una forma de expresar la identidad radical del movimiento, y de poner fin a las estúpidas guerras culturales, sería desafiar a la clase dirigente de la política exterior europea. Nuestro grupo fue calumniado como una marioneta pro-Kremlin/Ássad cuando organizamos una “Conferencia de Seguridad Alternativa de Múnich”, con invitados como los podcasters estadounidenses Katie Halper, Rania Khalek y Aaron Maté, en 2020, para analizar el escenario y los desafíos del probable ascenso del «imperialismo woke». Antes de eso, fuimos atacados regularmente por nuestros compañeros activistas, especialmente después de anunciar nuestro desarrollo de un programa para cambiar la posición quietista de Europa en el conflicto Israel-Palestina. Los miembros de Leipzig (ciudad natal del gánster original –según la wokeness– Martín Lutero) a menudo tachaban a todos nuestros camaradas y miembros judíos y árabes de antisemitas, siguiendo el ejemplo de los laboristas starmeritas. Pero, en última instancia, nuestra propuesta a favor de un Medio Oriente totalmente desnuclearizado y del cumplimiento del compromiso europeo de poner fin a todo apoyo a los asentamientos ilegales, aunque obtuvo la firma de Noam Chomsky, pareció a la dirección demasiado suave e insuficientemente telegénica o «radical». La dirección hizo entonces campaña contra nosotros, y ganó. Pero ha permanecido inactiva a la hora de hacer cumplir su programa supuestamente más radical, que es básicamente el llamamiento de Yannis a abolir Israel: una postura que nunca deja de suscitar aplausos dentro de la fortaleza de la izquierda griega, pero que siempre fracasa a la hora de generar algún resultado que pueda ayudar a mejorar la vida de los palestinos.

En medio de toda esta batalla cultural, nuestros líderes se cansaron de amontonar aún más luchas sectarias en su plato, e intentaron bailar tranquilamente alrededor de la cuestión de la OTAN. Una de las tareas de nuestro grupo de política exterior había sido realizar entrevistas masivas al movimiento. Estas sesiones revelaron que la mayoría de los miembros de a pie de Diem25 se oponían en aquel momento a la OTAN. La dirección temía que revelar demasiado pronto estos resultados de nuestra ardua investigación pudiera alejar a los camaradas polacos y bálticos del resto de la base. La estrategia quietista de «ganar tiempo» durante años antes de anunciar lo que todos pensábamos realmente sobre la OTAN, resultó ser una bomba de relojería detonada por los acontecimientos de febrero de 2022. A esa altura, ya era demasiado tarde para mantener un movimiento paneuropeo integral. Habríamos necesitado asambleas y plenarios urgentes en todo el movimiento para debatir sobre la OTAN y sobre la guerra civil que asolaba Ucrania desde 2014, mucho antes de la escalada. En cambio, nuestros líderes sorprendieron a los miembros polacos y bálticos –que solían ver a la OTAN como un protector– en el último minuto, poniendo fin al encubrimiento subrepticiamente. Los temores de alienar a los europeos del Este se convirtieron en una profecía autocumplida cuando Lewica Razem, antiguo aliado polaco de Diem25, anunció en Twitter su ruptura de todos los lazos con Diem25 y la Internacional Progresista, en vísperas de la invasión.

Slavoj Žižek, antiguo miembro destacado del estelar panel asesor de Diem25, proporcionó un cómico anticlímax al abandonar histriónicamente el partido por Ucrania y declararse activista pro-OTAN en el Financial Times. Hablando con podcasts pro-ucranianos, Žižek llamó a Yanis “mi ex amigo”, mientras hacía afirmaciones infundadas y sin pruebas de que los mercenarios rusos del Grupo Wagner ya están acampados en las montañas de Kosovo. Acabó como empezó: con acrobacias teatrales de profesores.

Si Diem, sin interferencias ni maquinaciones de la «teoría del juego», hubiera primero construido los espacios necesarios, posibilitando una cultura discursiva en la que la gente pudiera unida imaginar una alianza de seguridad europea post-OTAN, no alineada, no sólo se habría evitado todo esto. También habríamos tenido un frente que ofreciera respuestas necesarias y complejas a los problemas históricos que envuelven a Ucrania, Polonia y Bielorrusia, convirtiendo el movimiento en un verdadero y potente desafío internacionalista al establishment de la UE, en lugar de un concurso online emitido desde el Monte Olimpo.

Arturo Desimone