Fotografía: Jorge Ariza (ANRed)
Nota.— Hace unos días, se cumplió en Argentina un nuevo aniversario de la primera revuelta norpatagónica de Cutral Có y Plaza Huincul (Neuquén, 1996). Hablamos de un episodio crucial en la génesis del movimiento piquetero, un hito insoslayable en el desarrollo de la resistencia popular al neoliberalismo menemista. Para rememorar aquel suceso clave de nuestro pasado reciente, publicamos en nuestra sección histórica Clionautas una breve crónica de nuestro compañero Ariel Petruccelli, historiador y profesor de la Universidad Nacional del Comahue. En este texto, Ariel ha recuperado y reescrito parcialmente algunos pasajes de su libro Docentes y piqueteros (Bs. As., El Cielo por Asalto, 2005).
Luego del traumático proceso hiperinflacionario que puso fin prematuramente al gobierno de Alfonsín, bajo el mandato de Carlos Menem se aplicó la más dura de las baterías de recetas neoliberales conocidas hasta entonces en la Argentina. Se privatizó un importante número de empresas públicas y la desocupación creció exponencialmente. La resistencia social, política y sindical a las privatizaciones fue sistemáticamente derrotada. En parte por complicidad de la burocracia sindical, en parte por el efecto «disciplinador» de la hiperinflación, en parte por debilidad de la propia resistencia. Como sea, en la primera mitad de los años noventa las reformas avanzaban raudamente, las huelgas de resistencia eran aplastadas y el creciente número de desocupados carecía de organización y de vías de acción por las que canalizar sus urgentes reclamos.
Pero en 1996, una original acción de masas inventaría el método, el nombre y la simbología de un nuevo actor clave en la resistencia al neoliberalismo: los desocupados en rebeldía. En la helada estepa patagónica nacían los piqueteros. En sus rasgos fundamentales, la historia fue así.
En la noche del 19 de junio de 1996, el gobernador de Neuquén, Felipe Sapag, anunció la ruptura del contrato con la empresa canadiense Agrium para construir una planta de fertilizantes. El acuerdo había sido firmado por el anterior mandatario provincial, Jorge Sobisch. Se trataba de un contrato leonino: el Estado cedía los terrenos y la provisión de agua y energía eléctrica, renunciaba a las regalías gasíferas del yacimiento “El Mangrullo” y, como si ello fuera poco, se comprometía a invertir 100 millones de dólares para la instalación.
Los pobladores de las localidades de Cutral Có y Plaza Huincul no conocían en detalle los términos del acuerdo, pero la construcción de la planta suponía empleo temporario para unas 1.500 personas, más unos 200 puestos permanentes. La desaparición de estos largamente esperados puestos laborales encendió la mecha de la rebelión, en unas localidades donde la desocupación se había convertido en una verdadera plaga.
La privatización de YPF, la antigua empresa petrolífera estatal, había dejado en la calle a unos 4.000 trabajadores en una zona donde, prácticamente, no había otra fuente de trabajo remunerado. A dos años de la privatización, las indemnizaciones se habían evaporado y en ambas ciudades había un tendal de desocupados, mientras la pobreza se extendía como una mancha de aceite.
En la mañana del 20 de junio de 1996, Radio Victoria, una FM cutralquense, trasmitió la noticia de la ruptura del acuerdo con la empresa canadiense y abrió sus micrófonos para que los oyentes dieran sus opiniones. Su papel fue muy importante para la convocatoria de lo que, a la postre, sería una pueblada.
Poco a poco la población se fue plegando a los llamados, y empezó a prender la idea de concentrar en la ruta, tentativamente frente a la Torre petrolera ubicada en el acceso este de Plaza Huincul, sobre la ruta nacional 22. Hacia las cuatro de la tarde, la gente comenzó a ganar masivamente la ruta.
En la convocatoria inicial y en los primeros momentos de instalación de los piquetes, jugaron un rol los «punteros» de la línea blanca del Movimiento Popular Neuquino (MPN), y en particular el ex intendente Grittinni. Su objetivo era crearle un conflicto a Sapag, siguiendo la lógica del enfrentamiento encarnizado que por entonces imperaba dentro del partido gobernante. Sin embargo, el proceso se les fue rápida y completamente de las manos. Hacia la hora 20, improvisadas reuniones sobre el terreno habían decidido que el corte de la ruta sería total.
Para cortar la ruta se improvisaron barricadas con piedras y escombros, y se incendiaron neumáticos, cuyo fuego servía también para combatir las bajísimas temperaturas del helado invierno patagónico. Los lugares donde la ruta estaba cortada fueron bautizados con un nombre que haría historia: “piquetes”. Quienes bloqueaban la ruta eran, pues, los “piqueteros”.
La protesta de Cutral Có y Plaza Huincul no fue exclusivamente una acción de desocupados. Los comercios apoyaron, cerrando sus locales o enviando víveres; y una gran cantidad de instituciones civiles se plegaron a la medida. Miles de personas se concentraban en la ruta: llegaban caminando, en bicicleta o en automóviles. Ello no obstante, eran básicamente desocupados los que montaban guardia en los más de veinte piquetes, alimentaban con neumáticos las hogueras de la rebelión, y se enfrentaban a los camioneros y automovilistas que pretendían pasar.
Poco a poco, sobre las rutas, se fue formando una interminable fila de camiones atascados. El jueves 20 de junio por la noche, ya nadie salía y nadie entraba de Cutral Có y Plaza Huincul.
El viernes, a las 8 de la mañana, la Municipalidad de Cutral Có dispuso asueto. La siguieron la Cooperativa Copelco (electricidad) y la comuna de Plaza Huincul. Se suspendió la actividad de los establecimientos escolares. Rutas cortadas, aeropuerto paralizado, escuelas y comercios cerrados: tal era el panorama imperante en la comarca petrolera cuando comenzó a cobrar fuerza un reclamo que parecía ser el punto de acuerdo de todos los manifestantes: “¡Que venga Sapag!”.
Entretanto, las autoridades provinciales comenzaban a tomar nota de lo que sucedía. Sapag, con muy poco tacto, echó más leña al fuego manifestando que ni él ni ninguno de sus funcionarios viajaría a Cutral Có mientras hubiera “insubordinación”, y que no negociaría con delincuentes. Lejos de comprender que lo que tenía en frente era una auténtica pueblada, Sapag veía la realidad bajo el lente deformante de la interna partidaria: para él todo era una zancadilla montada por los “blancos”.
Durante las seis primeras horas del sábado 22, Radio Victoria, que había sido la gran convocante de la pueblada, dejó de transmitir. La idea de su propietario –que comenzaba a sentirse desbordado por la situación y que se creía responsable de lo que ocurría– era descomprimir la situación. Pero si la radio había sido el medio por el cual la convocatoria se motorizó inicialmente, una vez que el proceso se puso en marcha ya no dependió en absoluto de la pequeña emisora de FM. El sábado por la mañana, lejos de descomprimirse, la protesta creció.
El domingo 23 es día de tensa calma. Los cortes de ruta no dan muestra de debilidad. Sapag manifiesta su disposición a dialogar, pero sólo con una delegación que viaje a Neuquén. El obispo Agustín Radrizzani celebra una misa en Cutral Có y respalda la pueblada. Mientras tanto, la jueza federal Margarita Gudiño de Argüelles toma cartas en el asunto, al tiempo que crecen los rumores de un eventual desalojo violento a cargo de fuerzas de gendarmería.
El lunes 24 es un día de angustia y agitación. La jueza ya ha redactado la orden de desalojo y solicitado al ministro nacional del Interior, Carlos Corach, el envío de los gendarmes. Una multitudinaria asamblea tiene lugar en la Torre. Algunos –entre los que se cuentan ambos intendentes– opinan que hay que enviar una delegación a la capital para negociar. Otros se mantienen firmes en el reclamo de que Sapag negocie en Cutral Có. La asamblea no toma ninguna decisión.
El martes 25 es el día clave. A las ocho y cuarto llegan la jueza y los gendarmes al primer piquete. Son 400 hombres con 33 vehículos, un carro hidrante y seis perros. La noticia de la llegada de las tropas se expande por las ciudades a toda velocidad, y espontáneamente miles de personas comienzan a concentrarse en la Torre.
Los gendarmes pasan la primera barricada sin encontrar resistencia. Las fuerzas represivas, sin embargo, se topan con los primeros signos de malos augurios: el carro hidrante queda inutilizado por una hora larga, a causa de un alambre de púas que se le enrosca en el diferencial. Para su sorpresa, además, lo que tienen en frente es una verdadera multitud que incluye a casi todos los segmentos y clases sociales, y no meramente –como esperaban– una turba de desocupados zaparrastrosos. Mientras tanto, en la Torre se discute ansiosa y acaloradamente las acciones a seguir. Cuando las tropas finalmente se aproximan, comienza la refriega: un numeroso grupo de piqueteros enfrenta a piedrazos a los gendarmes que avanzan arrojando agua y gases. Son las 10 de la mañana.
Nuevamente, los represores no las tienen todas consigo: un potente viento patagónico dispersa los gases, inutilizándolos, y vuelve contra las tropas el agua arrojada por el hidrante. El marcial avance se detiene. Desconcertada, la jueza se dispone a dialogar. En una combi se aproxima al núcleo de la concentración humana que rodea la Torre. La gente pide que la jueza salga de la camioneta para hablar. Margarita Gudiño accede, y en un episodio memorable es prácticamente izada hasta el techo de la camioneta por un joven cuyo rostro se halla cubierto por un pasamontañas y que levanta a la pálida jueza tomándola de las honorables asentaderas. Margarita Gudiño se esfuerza por disimular el temblequeo de sus rodillas y de su voz. Finalmente, dirigiéndose a los manifestantes, se declara incompetente y se retira del lugar.
Entre los 20 mil manifestantes hay júbilo, algarabía. Y no son pocos los que se dirigen a despedir a las tropas a piedrazo limpio. Pasadas las 15, los gendarmes, humillados, se retiran definitivamente.
Con la salida represiva descalabrada por completo, Sapag debe abandonar intempestivamente el Encuentro de Gobernadores Patagónicos reunido en La Pampa. A las 17:30 llega a Cutral Có y se instala en el municipio. En una conferencia de prensa, anuncia que no irá a la Torre. Pero cuatro horas después debe cambiar su posición, aceptando dialogar con los piqueteros en la vieja Torre de YPF. Los piquetes no se levantan, pero se acuerda un encuentro entre una comisión de piqueteros y el gobernador para el día siguiente.
El miércoles 26 de junio, una comisión de piqueteros formada por 17 representantes elegidos en asamblea, espontáneamente liderados por la hasta entonces ignota Laura Padilla, presentan a Sapag un petitorio. Así, luego de una semana de tensión se llega a un arreglo por medio de la firma de un acuerdo manuscrito entre el gobernador –muy abatido– y representantes de la pueblada.
Pasada las cuatro de la tarde, una eufórica asamblea aprueba en la Torre el acuerdo y levanta las medidas de fuerza. En Cutral Có y Plaza Huincul todo el mundo festeja. Pero la alegría durará poco tiempo. Con tal de descomprimir la situación, Sapag les ha prometido a los piqueteros el oro y el moro. Pero una vez que las rutas estén despejadas, los acuerdos serán papel mojado.
En la región petrolera, comenzó a crecer el descontento y a hablarse de traición. Las condiciones para una segunda pueblada comenzaban a gestarse. Menos de un año después, el volcán volvería a estallar.
Ariel Petruccelli