Compartimos una entrevista que nuestro compañero Santiago Díaz, pocos días atrás, le hizo al intelectual argentino Mariano Féliz, doctor en Economía y Ciencias Sociales, profesor de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e investigador del Centro de Investigaciones Geográficas del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (CIG-IdIHCS) del CONICET y la UNLP. Féliz integra también la colectiva Al Borde (construyendo pensamiento indisciplinado) y la Sociedad de Economía Crítica de Argentina y Uruguay (SEC). Es autor de numerosos artículos y libros sobre economía política.
Proponés una revisión de la teoría marxista de la dependencia (TMD) que apuntale un proceso de revitalización de la misma, incorporando las aportaciones provenientes del campo del ecologismo, del feminismo marxista o los recientes debates en torno a la ley del valor. ¿Podrías, de forma resumida, exponer algunos de estos desarrollos?
Habiendo nacido en torno a los años sesenta (con la obra de Ruy Mauro Marini o Vania Bambirra, entre otres), la TMD se encuentra en un proceso de revitalización desde hace ya un tiempo. Esto supone el intento de integrar a la misma los debates más recientes en el campo del marxismo. En tal sentido, mi propio trabajo ha buscado aportar algunas pistas.
Por una parte, hay toda una reflexión que busca incorporar las recientes discusiones que provienen del marxismo ecologista. Entiendo que es fundamental incluir la idea del intercambio desigual ecológico que da cuenta de la pérdida de bienes comunes que los países dependientes sufren en el intercambio global del capital. Esta pérdida se produce en concomitancia con la pérdida de valor que opera en el proceso mismo de creación de valor económico y como resultado general de las diferenciales de productividad entre espacios nacionales de valor, tal cual analizaban Marini y Vambirra. Por otra parte, se hace imprescindible entender que las modalidades contemporáneas del saqueo de los bienes comunes actúan a través de mecanismos de racialización de los territorios (que incluyen a sus poblaciones humanas u otros seres vivos). De esta forma, la transformación de bienes comunes en recursos naturales para la exportación y bajo la forma de megaproyectos extractivos se produce desvalorizando simultáneamente los territorios de expolio y produciendo la destrucción de otras visiones de mundo y formas de vida.
Por otra parte, el feminismo marxista está teniendo una renovada discusión que permite incorporar de manera central el trabajo de reproducción y cuidados (retomando aportes clásicos de Mariarosa Dalla Costa o Silvia Federici), mayormente no remunerado, feminizado y racializado, al interior del proceso de superexplotación de la fuerza de trabajo. Esta lectura requiere integrar en la TMD las complejidades que presenta la producción de valor social cuando se incluyen las articulaciones entre trabajo y reproducción. ¿Cómo se formaliza el rol del trabajo reproductivo en la producción de valor y de qué forma contribuye al proceso de valorización del capital en territorios dependientes? ¿De qué manera pueden entenderse las transformaciones en la estructura social si incluimos de manera explícita el trabajo de reproducción y cuidados? Un punto clave es entender la existencia de cadenas globales y regionales del trabajo de cuidados (como explica, por ejemplo, Jules Falquet), que no solamente contribuyen a ampliar la crisis de los cuidados en territorios dependientes, sino que a su vez construyen flujos de valor desde los centros bajo la forma de remesas (que en algunos países representan volúmenes macroeconómicamente muy significativos).
Entre muchos otros puntos, es también indispensable revisar cómo la TMD considera el trabajo abstracto y su conexión con el valor. A nuestro entender, los debates actuales que comprenden el valor como forma-valor (por ejemplo, en Tony Smith o Werner Bonefeld) y, por lo tanto, como un mecanismo de imposición de la abstracción del trabajo, son centrales para sacar la idea del valor de la posición de una sustancia. En este sentido, estos debates pueden contribuir a comprender mejor tanto la articulación entre dependencia, uso y desarrollo de la tecnología, y conflicto social; pues permiten ver al valor como una relación social de imposición del trabajo –y por ende, de control social– y a la tecnología, en sentido amplio, como un mecanismo en ese proceso de «poner valor» en la forma mercancía. En este punto, también me resultan sugerentes los aportes de Harry Cleaver y George Caffentzis, por ejemplo.
¿Cuáles son, desde tu perspectiva, los fundamentos del intercambio desigual? Por lo que he leído, no estás muy de acuerdo con la noción de “transferencias de valor”. Si es así, ¿podrías explicar por qué?
El intercambio desigual es un concepto fundamental del marxismo. Su debate clásico se expresa en la discusión entre Arghiri Emmanuel, Charles Bettelheim y Samir Amin (y también el argentino Oscar Braun) desde los años sesenta, y contribuye a entender el proceso de la dependencia. El mismo remite a la pérdida de valor que sufren los capitales en territorios dependientes frente a los capitales que operan desde territorios centrales imperialistas. Esa pérdida se produce a través de la operación del mercado mundial y en el proceso mismo de formación de valor a escala global, como sugería Amin. Los capitales en territorios dependientes compiten por la producción y apropiación de valor global desde una posición de desventaja productiva (dicho simplemente, bajos niveles de productividad). Esa desventaja significa que parte del trabajo humano invertido en la producción «desaparece» como formador de valor. Es decir, ese trabajo se realiza y produce mercancías, pero por sus bajos niveles de productividad, no constituye trabajo abstracto y, por tanto, no crea (pone) valor en el mercado mundial. Ese trabajo aparece como “despotenciado”, como sugiere Rolando Astarita siguiendo a Marx. Al contrario, en territorios centrales, el capital puede forzar a las trabajadoras y trabajadores a realizar sus actividades con niveles de productividad superiores a la media y, al hacerlo, el resultado es la producción de un valor superlativo que resulta de que ese trabajo aparece como superpotenciado. Esto se manifiesta en tasas de rentabilidad más elevadas en el centro, y en formas de compensación a través de la superexplotación de la fuerza de trabajo en los territorios dependientes.
Esa pérdida de valor en la producción, en el marco de la dependencia, se percibe como una transferencia de valor, pero no lo es en realidad. Sólo aparece así. Podríamos decir que, en este proceso, que es el proceso mismo de formación de valor capitalista, hay intercambio desigual sin transferencia de valor. Por supuesto, puede haber transferencia de valor por otros medios, como los flujos de capital especulativo, la deuda o la remisión de utilidades, pero es un fenómeno distinto.
La noción de superexplotación de la naturaleza propuesta por vos y Haro Sly, entiendo que complementaria y solidaria a aquella formulada por Marini con respecto a la fuerza de trabajo, contribuye a la actualización de la TMD, abriendo una veta de amplias potencialidades analíticas para los estudios sobre la reproducción de capital en los espacios nacionales dependientes. Surgida al calor de la presión para compensar la pérdida de plusvalía generada por el intercambio desigual, se traduce en una sobreexpansión de la oferta de estas mercancías –commodities– en el mercado mundial. En este sentido, la renta diferencial, ¿configura una suerte de intercambio desigual «al revés», como parecen sugerir algunos autores?
Efectivamente, la idea de superexplotación de la naturaleza surge como una propuesta para incorporar con más precisión analítica el concepto de «saqueo» en el marco de la TMD. En paralelo con el concepto de superexplotación de la fuerza de trabajo (que supone un desgaste prematuro de la misma, por diversos mecanismos), superexplotación de la naturaleza implica su explotación sin considerar los ciclos naturales, sociales y políticos de reposición. No es sólo extraer aceleradamente los recursos, sino que remite también a los costos ambientales y sociales de ese proceso.
En lo que refiere a la renta diferencial del suelo, entiendo que la misma no crea valor, sino que se vincula a un proceso de apropiación diferencial por parte de quienes controlan un territorio o recursos relevantes con costos de producción relativamente bajos producto de ventajas «naturales». La producción de valor remite al proceso de poner valor por parte del trabajo en las mercancías producidas, y no tiene que ver con la aparición de renta como componente distributivo. Si aumenta el valor mundial (y eventualmente, el precio) de una mercancía particular producida en un territorio dependiente, esto no implica una transferencia «invertida» de valor en concepto de renta (por ejemplo, Juan Iñigo Carrera entiende distinto el tema). Cuando la mercancía es más cara, los productores reciben más valor (dinero) por la misma, más allá de si alguien se apropia de renta o no. La renta no crea valor adicional. Esto es igual para la producción de un automóvil o de una tonelada de soja. La renta es un fenómeno que opera a nivel de la apropiación en el territorio donde se produce la mercancía, y permite al rentista recibir una porción del valor creado, en detrimento de otros sectores dentro del espacio de valor.
Las causas profundas del intercambio desigual (al menos en sentido «amplio», como postula Bettelheim) se sustentan en la ley del valor, específicamente, en la fijación de precios de producción que no guardan estricta correspondencia con los valores generados en la esfera de la producción. Esta problemática obtura el desarrollo de las fuerzas productivas en los espacios nacionales dependientes (pienso en la Argentina, por ejemplo). Una de las medidas para hacerle frente ¿no tendría que ver con la puesta en marcha de un proceso de industrialización que permita un cambio radical de la estructura productiva, la elevación relativa de la productividad y la corrección de los precios de producción? ¿Pueden las clases dominantes locales, claramente coaligadas con el imperialismo, encarar ese proceso?
La pregunta es precisamente esa.
El capitalismo opera sobre la base del intercambio desigual. La existencia de territorios dependientes, por un lado, e imperialistas, por otro, es consustancial a su expansión. El desarrollo autocentrado de las fuerzas productivas (“cambio radical de la estructura productiva, la elevación relativa de la productividad y la corrección de los precios de producción”) se torna casi imposible sin un proceso político que opere alguna forma de “desconexión” –usando el concepto de Amin– de las economías dependientes.
La cuestión es: ¿ese cambio supone esencialmente un proceso de industrialización, o es en realidad otra cosa? Entiendo que el cambio radical que se necesita incluye resolver tanto el intercambio desigual de valor como el intercambio desigual ecológico, pero también reorganizar las relaciones de producción y reproducción social. El salto cualitativo que se requiere para construir el cambio social radical va mucho más allá de la acumulación de capital industrial, o la “producción de valor agregado”.
Sin estos cambios que menciono, la industrialización en contextos dependientes sólo exacerba desequilibrios y desigualdades, como muestra la experiencia latinoamericana. Incluso procesos «exitosos» de industrialización (como el de Corea del Sur o China, por ejemplo) se apoyan en estrategias de superexplotación y saqueo (interno u externo), en marcos políticos que –como mínimo– pueden denominarse autocráticos (el caso de China es paradigmático, pero Corea «pegó el salto» a través de décadas de dictadura). Es importante notar que la superexplotación de la fuerza de trabajo no implica meramente población abiertamente empobrecida, sino que supone condiciones de reproducción de la vida miserables en relación a las posibilidades de disfrute de la sociedad contemporánea. Vivir en habitaciones diminutas o con jornadas laborales agobiantes (como experimenta una enorme porción de la fuerza de trabajo en esos países) es también superexplotación.
Siguiendo con la pregunta, en el caso de Argentina, donde las clases dominantes están claramente trasnacionalizadas, es ilusorio esperar de ellas un cambio de rumbo a favor de una transformación social más allá del capital (que es de lo que estamos hablando). Al margen de las dificultades reales que tenemos para construir coaliciones políticas que puedan impulsar una transformación radical, es claro que las burguesías locales en los países dependientes no pueden ser parte de la solución, pues son parte del problema.