Fotografía: www.consalud.es

Nota.— Hace casi exactamente tres años, allá por junio de 2020, en medio de la «locura» pandémica, nuestro compañero Ariel Petruccelli publicó en La izquierda Diario una entrevista al médico, docente e investigador español Juan Gérvas, quien ha colaborado con Kalewche coescribiendo –junto a su compañera y colega Mercedes Pérez Fernández– una reseña del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado. A continuación, volvemos a reproducir dicha conversación, a la que Ariel le ha agregado algunos datos en la presentación y un puñado de nuevas preguntas. Juan, por su parte, ha hecho varias apostillas a sus antiguas respuestas, actualizándolas o ampliándolas a la luz de las experiencias y los aprendizajes del último trienio. Tanto las apostillas como las nuevas preguntas y respuestas se hallan debidamente indicadas en el texto, las primeras entre corchetes y con cursivas, las segundas –todas al final– bajo el título “Adenda 2023”. Las respuestas originales no se han modificado en lo más mínimo (y rogamos al público lector no olvidar que los datos ofrecidos en las mismas corresponden siempre a mayo/junio de 2020).


A modo de presentación

Juan Gérvas suele presentarse como “médico general jubilado”. La definición es correcta pero parcial. Habla de la modestia y de la actitud ante la vida de quien la enuncia. Escasamente conocido por el público general en Argentina, Gérvas es una autoridad internacionalmente reconocida en el campo de la medicina que, por ejemplo, ha participado en la organización y coordinación de dos seminarios de innovación en atención primaria (SIAP) en Buenos Aires, con cientos de participantes del mundo entero y sin patrocinio industrial alguno (en noviembre de 2012, sobre “Prevención cuaternaria y medicalización”; y en noviembre de 2019, sobre “Dolor, salud y sociedad, una mirada desde la atención primaria”). Junto a su compañera de la vida, Mercedes Pérez Fernández, ha combinado a lo largo de más de cincuenta años la práctica de la medicina, la investigación científica y la docencia universitaria. En los últimos años, agregaron a este tríptico una dimensión fundamental: la divulgación, por medio de libros como El encarnizamiento médico con las mujeresLa expropiación de la salud Sano y salvo. La jubilación no ha disminuido su trabajo de difusión del conocimiento entre profesionales sanitarios y público en general, y sus textos son fáciles de encontrar en la Red.

Gérvas piensa la salud de modo integral, a nivel social y personal, a nivel micro y macro. Su enfoque propugna una ciencia rigurosa pero humana, una medicina consciente de sus límites, con sólidos fundamentos éticos, respetuosa de los pacientes y de la diversidad. Es un enemigo declarado de la medicina como negocio y un iconoclasta del «pensamiento único» (es bien conocido su nivel empírico, pedagógico y respetuoso en los múltiples debates donde participa). Si hubiera que definirlo ideológicamente, podríamos decir que es un comunista democrático, por más que una cierta izquierda lo vea como “un tipo peligroso, incontrolable y asilvestrado”. Desde 1980, es animador del equipo CESCA (Madrid), un oasis de pensamiento crítico en medio de una medicina dominada por las corporaciones. En 1987, ayudó a fundar una red de profesionales de atención primaria, para fomentar la docencia y la investigación, la Red Española de Atención Primaria; y en 2008 participó en la fundación de NoGracias, una organización civil independiente que se sostiene de las cuotas voluntarias de inscripción, que no acepta patrocinios ni industriales ni gubernamentales; y que promueve la transparencia, la integridad y la equidad en las políticas de salud, la asistencia sanitaria y la investigación biomédica. Desde 2005 coordina los SIAP, encuentros de libertad y convivencia con pedagogía inversa, libres de «humos industriales» (hasta mayo de 2023, un total de 47), básicamente en Madrid, pero también en otras ciudades españolas como Barcelona, Bilbao, Granada, Murcia, Valencia y Zaragoza; amén de otras urbes del mundo como Buenos Aires, Florianópolis, Lima, Oxford, Quito, Río de Janeiro y Santiago de Chile. El lema: “Los SIAP, donde todos tenemos algo que enseñar y mucho que aprender”.

Todos los lunes publica una nota en Espacio Sanitario, dentro de su sección de opinión El Mirador. La secuencia de textos producidos durante la pandemia del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 es sumamente recomendable, combinando diferentes registros discursivos y temáticos.


La pandemia del covid-19 ha colocado a la sanidad en el centro de las preocupaciones políticas a nivel mundial, convirtiendo a la salud en el bien más preciado, y a «salvar vidas» en el objetivo fundamental. Desde mucho antes de la pandemia usted ha sido un crítico de lo que ha llamado la «arrogancia sanitaria», e incluso de consignas aparentemente incuestionables como “lo importante es salvar vidas” o “mejor es prevenir que curar” (que hoy parecen ser la base del abordaje público de la sanidad). ¿Qué es la arrogancia sanitaria? ¿Qué es lo equivocado en la idea de “salvar vidas”? ¿Por qué no es cierto –o no del todo cierto– que sea “mejor prevenir que curar”?

La Medicina ha logrado milagros laicos, como evitar la muerte por rabia, reparar una fractura abierta sin dolor, resolver un parto imposible con una cesárea, ayudar a morir con dignidad, curar una tuberculosis sin dejar minusvalía, ayudar a dormir en caso de insomnio o devolver la vista a quien estaba ciego por cataratas. Con sus medios potentes, la Medicina ha hecho creer que podría eliminar el sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte, y ha «expropiado» a la sociedad de sus conocimientos y habilidades para sobrellevar tales contingencias sin dejar de disfrutar de la vida. Ahora todo depende de los médicos, que han acaparado no sólo el campo de la enfermedad, sino también el de la salud a través de los «factores de riesgo» (como el «colesterol» o la «osteoporosis»), una nada inocente ambigüedad en el corazón de la Medicina actual que transforma la vida en el factor de riesgo «máximo» para morir.

Pareciera que el poder de los médicos es omnímodo, y su hábito autoritario no ha dejado de expandirse hasta la arrogancia. Una arrogancia agresivamente asertiva en el sentido de prescribir y ordenar cambios, medicamentos y/o intervenciones sin dudas ni matices. Es, además, presuntuosa, en el sentido de no dudar de su eficacia, de su valor acerca de beneficios sin daños. Y es soberbia, arremetiendo contra los que cuestionan el valor de sus recomendaciones. Lamentablemente, además, esta Medicina es presuntuosa desde torres de arrogancia sobre cimientos de ignorancia. Son cientos los ejemplos de prácticas médicas universales que carecen de conocimiento científico; sirva de ejemplo el «bajar la fiebre», recomendación que se basa en el empleo de medios farmacológicos (acetilsalicílico, paracetamol, ibuprofeno, etc.) y/o físicos (paños fríos, baños, etc.) que en conjunto son contraproducentes y carecen de fundamento científico, pues «bajar la fiebre» quizá sea sólo beneficioso en la fiebre que acompaña a la hemorragia cerebral.

La vida es un valor, algo que apreciamos socialmente hablando. Pero la vida como valor compite con otros muchos valores, como el propio disfrute de la vida. Es decir, la vida es un valor cuando permite disfrutar y vivir. Pero cuando vivir se convierte en una condena, cabe desear y pedir la muerte (eutanasia). La salud es parte de ese disfrute de la vida, en el sentido de superar los inconvenientes de la misma. La salud es también un valor, pero como la vida, la salud no vale por sí misma. Quien, por ejemplo, hace ejercicio físico por salud, o come «saludable» por salud, es alguien profundamente enfermo. El ejercicio y el comer son actividades placenteras que permiten disfrutar de la salud y de la vida, pero no son fines en sí mismos. No es la salud lo más preciado sino el disfrute de la vida, de las oportunidades que nos trae la misma, y en ese sentido es clave la organización social que hace posible dichas oportunidades. Además, la salud no es un estado dicotómico: se puede tener una enfermedad, incluso grave e invalidante, y todavía disfrutar con humor de un chiste o broma, por ejemplo. Se puede tener «algo de enfermedad», en el sentido de que tal enfermedad no anule por completo el disfrute de la vida. Sirva de ejemplo el Jean-Dominique de Le Scaphandre et le Papillon.

Hablando propiamente, nadie «salva vida», pues todos moriremos. Podemos creer que Jesús «resucitó» a Lázaro, pero incluso Lázaro está muerto hoy. Nadie salva vidas, tampoco los médicos. Los médicos, como mucho, evitan algunas causas de muerte, ayudan a tener calidad de vida, y prolongan algunas vidas, que no es poco. Pero muere todo el que nace. Por supuesto, coloquialmente decimos que los médicos «salvan vidas», como decimos que el Sol «se pone» al atardecer, pero son formas simples de hablar que no podemos sostener científicamente. Cuando la sociedad es consciente de que la Medicina no salva vidas empieza a preocuparse de la calidad de la vida, pues no se trata de «sobrevivir a toda costa», hasta llegar, por ejemplo, a mantener con vida al Johnny de Johnny Got His Gun. Por ello, es importante dejar de hablar de «salvar vidas» para disminuir la arrogancia médica, ese hábito autoritario que puede llegar al síndrome de hubris en tocoginecólogos, capaces de una violencia obstétrica sin límite, sin ciencia ni ética.

Puede parecer tautológico, pero es mejor prevenir que curar cuando prevenir es mejor que curar. En el ejemplo citado de evitar la muerte por rabia, es mejor vacunar contra la rabia después de la mordedura del animal (perro, zorro, murciélago, etc.) en uso terapéutico o curativo, que antes de la mordedura en uso preventivo, pues la vacuna tiene efectos adversos y la probabilidad de mordedura es muy baja en la población general. Otra cosa es, por ejemplo, en estudiosos de los murciélagos en cuevas, a los que vale la pena vacunar «preventivamente» de la rabia. Son pocas las ocasiones donde, en Medicina, valga más prevenir que curar; sirvan de ejemplo algunas vacunas, el suplemento de ácido fólico en el periodo periconcepcional, el consejo para dejar el tabaco, el cribado en neonatos del hipotiroidismo y la fenilcetonuria, el suplemento de yodo en zonas remotas, el tratamiento de la hipertensión moderada-grave, etc. La prevención tiene un «aura» de beneficio que no se justifica, y actividades preventivas muy populares hacen mucho daño sin beneficios. Por ejemplo, hacen más daño que beneficio los cribados (tamizajes, screening) del cáncer, los chequeos, las revisiones del niño sano, las visitas anuales al ginecólogo, el «control del colesterol», etc. En general, sólo vale la pena prevenir cuando el beneficio es claro sobre el curar, y eso sucede con escasas actividades médicas, y en situaciones muy específicas.

Las actividades médicas, curativas y preventivas, apenas dan cuenta del 10% de la salud de una población. Por ejemplo, en Madagascar, hay miles de carencias en el terreno sanitario, pero para la salud lo clave sería lograr la alfabetización del 100% de la población, especialmente de las mujeres, y conseguir una buena alimentación general. En la pasada epidemia de sarampión (más de 100.000 casos, más de 1.000 muertos), la infección puso el broche final al desastre de no tener acceso a la vacuna, pero la mortaja la puso la desnutrición infantil. Para la salud, lo clave es la educación, la nutrición, la democracia, la vivienda, el trabajo digno y sin riesgos, el aporte y depuración de agua, la distribución de la riqueza, la transparencia política, los subsidios en el desempleo y en la jubilación, la ayudas a las familias, etc.

Ha sido usted un crítico de las medidas sanitarias adoptadas en España (concentradas en una severa cuarentena), por considerarlas poco eficaces ante el virus. ¿Cuáles son sus argumentos para pensar de esa manera?

En España, la cuarentena ha sido estricta como en ningún otro país del mundo. Por ejemplo, la infancia y adolescencia estuvieron recluidas en domicilio seis semanas, sin poder salir en ningún caso para nada, de forma que los niños terminaron ladrando desesperados, pues a los perros se les dejaba salir dos veces al día. Por supuesto, se cerraron todas las instituciones educativas y desde marzo no se han vuelto a abrir, suponiendo que hay «teleeducación». Se llegó a paralizar al país, por completo. Todo con el objetivo de «aplanar la curva», según los modelos matemáticos tipo «Imperial College of London». Esos modelos son deslumbrantes, pero carecen del menor valor práctico, pues consideran una sociedad teórica que no existe, donde las interacciones son entre «individuos soberanos». Por ejemplo, no consideran las dinámicas de contagio en establecimientos sociosanitarios, como asilos de ancianos (nursing homes) y hospitales, ni en los domicilios comunitarios, justo donde se producen básicamente los contagios. 

En todo caso, las cuarentenas no han funcionado nunca y carecen de fundamento científico. Tampoco el uso de los controles de temperatura en los aeropuertos, el uso de mascarillas (tapabocas, barbijos) ni la distancia física entre personas. Todo ello es el «teatro de la seguridad», y se demuestra bien por la falta de asociación entre dichas medidas y la extensión e impacto de la pandemia por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2). Lo que funciona, y lo sabemos bien por el caso de la tuberculosis, es la mejora de las condiciones de vida; y en el plano médico, el diagnóstico precoz de los pacientes sospechosos, su aislamiento y la búsqueda activa de sus contactos que pueden haber sido contagiados o ser los contagiadores. En estos casos, sí cabe la «cuarentena», en el sentido de aislamiento en el propio domicilio o en alojamiento que cumpla condiciones higiénicas suficientes. También tienen sentido y eficacia las medidas de higiene personal como el lavado de las manos después de defecar-orinar y antes de comer, así como el evitar las aglomeraciones y hacinamientos, especialmente en recintos mal ventilados.

España era caldo de cultivo ideal, y el nuevo coronavirus se encontró un «ambiente» favorecedor. No sólo por los errores en la respuesta a la pandemia (más dolorosos por ser evitables), sino porque la sociedad es corrupta, la democracia es débil, el sistema sanitario ha sido diezmado con recortes inmisericordes, las residencias de ancianos son «morideros» (por el afán de lucro y la falta de control), el exceso de medicación es un mal nacional (y muchos medicamentos predisponen a sufrir neumonía) y la población es callada, sumisa y temerosa. Así, las políticas frente a la pandemia se han impuesto a sangre y fuego, transformando de facto un estado de alarma en lo que recuerda un golpe de estado, con la Policía y el Ejército controlando sin sentido.

Probablemente, la adopción por España e Italia de la cuarentena estilo «China», rígida y dictatorial, tiene que ver con el modelo chino que promovió la Organización Mundial de la Salud (OMS), un modelo de un país no democrático y muy ineficiente comparado con el de Taiwán. Lamentablemente, Taiwán, un país democrático, es considerado una provincia insular por China, de forma que Taiwán no es miembro de la OMS, ni la OMS tiene libertad para promover la figura de Taiwán. En Taiwán, las medidas contra la pandemia se empezaron a tomar el 31 de diciembre de 2019, al tener conocimiento directo de los casos de «extraña neumonía» en Wuhan; y fueron lógicas y sencillas, de localización de casos y de sus contactos, con aislamiento de los mismos. Después se aplicaron medidas tecnológicas, quizá excesivas, de «cerco telemático» mediante el uso de aplicaciones en los teléfonos móviles, pero en ningún caso se estableció una cuarentena tipo China, ni se cerraron las escuelas, por ejemplo. Con 23 millones de habitantes, Taiwán ha tenido 443 casos y 17 muertos.

En todo caso, en España la transparencia ha sido escasa (el gobierno suspende con un 2,75 sobre 10 respecto a transparencia en la pandemia), por lo que no tenemos acceso ni a los informes de los expertos ni a las actas de las reuniones en que se tomaron las decisiones de la cuarentena estricta, lo que dificulta la evaluación de las mismas.

Usted ha planteado que las medidas sanitarias drásticas podían traer males mayores que los que pretenden evitar. ¿Podría desarrollar este razonamiento?

“Muchas veces la enfermedad nace del propio remedio”, resumió lacónicamente Baltasar Gracián, y sirva la pandemia del nuevo coronavirus como demostración de la veracidad de tal concepto. La cuarentena estricta de España –e Italia– es un proceso ideológico sólo posible en países con fuerte raíces totalitarias, donde el ordeno y mando subsiste floreciente, y se acompaña del desprecio de la atención primaria y del médico de cabecera (médico general, de familia, el «médico de pueblo» en lo rural). Puesto que el nuevo coronavirus resiste poco a la luz solar, su contagio es improbable al aire libre, y más fácil y cierto en ambientes cerrados. Además, en países como España, Italia y Reino Unido, los profesionales de primera línea recibieron tarde los equipos de protección, de forma que se contagiaron en masa, y se convirtieron en agentes contagiadores.

Todo ello actuó como una bomba dispersante del virus, con impacto tremendo en la mortalidad. De hecho, se puede considerar la muerte por covid-19 como muerte por infección nosocomial, siendo infección nosocomial la que se adquiere en las instituciones sociosanitarias en que se recluye a los pacientes. Todo ello es más irónico en España, pues era creencia –irracional– entre políticos, profesionales y legos, que su sistema sanitario era «el mejor del mundo».

La desconfianza en la atención primaria y en los médicos de cabecera llevó a la concentración del esfuerzo en los hospitales, hospitalocentrismo, cerrando incluso muchos centros de atención primaria para reforzar estructuras hospitalarias (especialmente en Madrid y Barcelona). Allí, en los hospitales, el contagio era inevitable, al concentrar pacientes y al ofrecer atención por profesionales mal equipados y contagiados. En el otro sentido, el confinamiento estricto de la cuarentena dejó hacinados y mal atendidos a los casi 380.000 ancianos recluidos en los asilos, tratados además con medicamentos que favorecen las neumonías, como los neurolépticos con los que los «tranquilizan», y de ellos han muerto casi 20.000 por covid-19 (de un total, quizá, de 30.000 muertes en España). Por último, en los domicilios de barrios pobres, también se hacinan familias enteras incluso en una habitación, o en condiciones de escasa higiene, lo que ha conllevado el incremento de los contagios y de la mortalidad, agravado todo ello por el tipo de trabajo de sus moradores, de primera línea e imposible de traducir en teletrabajo (guardias de seguridad, limpiadoras, cajeras, cuidadoras, etc.).

La cuarentena estricta de España ha «concentrado» a pacientes frágiles en hospitales, asilos y domicilios, y provocado su muerte por covid-19. Además, la respuesta de la Medicina arrogante ha sido la del Salvaje Oeste, pues el tratamiento debería haber sido de puro mantenimiento, de sostén, pero se ha empleado todo tipo de medicación, sin freno ni ciencia alguna, de la hidroxicloroquina a la azitromicina y los antivíricos, con los daños esperables y sin ningún beneficio. El daño ha sido para los pacientes en el momento, pero también a largo plazo, por ejemplo, por la irradiación innecesaria con radiografías y tomografías (TAC, scanner) del tórax, y para la sociedad por el abuso de antibióticos y el incremento de las resistencias bacterianas.

Todo ello sin entrar en las muertes por consecuencia del propio confinamiento, por la «focalización» del sistema sanitario en la pandemia, y por el daño futuro del incremento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad en el aspecto económico.

En el Mediterráneo ha habido países con muchísimo mejores resultados que España e Italia, como Eslovenia (52 muertos por millón de habitantes), Grecia (19 pmmh) y Portugal (150 mpmh). Y, desde luego, ha habido países con medidas lógicas y prudentes, como Japón, que han logrado resultados también mejores. Japón ha tenido 7 muertos por millón (Reino Unido, 628; España, 606; Italia, 573). Japón tiene 126 millones de habitantes, el 28% con 65 o más años, lo que le convierte en el país más envejecido del mundo. Sus medidas han sido simples, de ética, respeto y cortesía, y de evitación de aglomeraciones y hacinamiento, especialmente en lugares mal ventilados.

[Tras declararse el fin de la pandemia covid-19, en mayo de 2023, los resultados en España, en muertos por millón, son mucho peores (2.589) que los de Japón (595) y Taiwán (796), similares a los de Portugal (2.621) y Argentina (2.836), pero no peores que los de Italia (3151), Brasil (3260), Reino Unido (3261), Eslovenia (3.417) y Grecia (3.563). En España, fueron 34.000 los ancianos muertos por covid-19 que vivían en asilos (de un total de 121.000 muertes por covid-19 en todo el país). La mortalidad por covid-19 fue altísima en Perú (6.537) y baja en Cuba (754), y por contraste bajísima en los países de África.]

[Se puede concluir que la pandemia ha tenido impacto muy variado en distintos países y situaciones, y que las medidas contra la pandemia han incrementado dicho impacto, dada su falta de fundamento científico. Por ejemplo, Argentina logró el máximo en la dureza sin mejor impacto en salud que Brasil, con una respuesta laxa y tardía («era Bolsonaro»), y en Europa sucede lo mismo al comparar el daño de la dureza en España e Italia con la respuesta relajada de Suecia.]

Además de hacer críticas a las medidas adoptadas, ha propuesto usted muchas medidas para afrontar la pandemia. ¿Podría ofrecernos un resumen de las más importantes?

En sentido positivo, ¿qué hacer?

1) Tranquilidad y actuar como en todas las epidemias de virus respiratorios (buena higiene personal y de hogares-zonas de trabajo, lavado meticuloso de manos, evitar aglomeraciones y especialmente lugares como hospitales y centros de salud, buena alimentación y evitar métodos físicos y farmacológicos contra la fiebre). Disminuir las situaciones inevitables de hacinamiento; por ejemplo, «aclarar» –con medidas varias como «permisos» y traslados– residencias de ancianos, prisiones, centros de menores, centros de internamiento de extranjeros, dormitorios comunales y otros lugares de convivencia estrecha de grupos humanos. Regularizar a todos los inmigrantes sin documentos y proveer su atención.

2) Aislar y conservar a todos los enfermos que se pueda en casa, en cuarentena voluntaria, atendidos por sus propios profesionales de atención primaria (también fuera del «horario laboral», noches y festivos incluidos). Es clave atender en casa a quienes no precisan el hospital, porque su enfermedad es leve o puede ser tratada en domicilio (por ejemplo, muchas neumonías) o porque son tan graves que acabarán inevitablemente en muerte. Intentar la formulación de voluntades anticipadas para que podamos saber de todo el mundo qué condiciones prefiere en caso de desenlace fatal, especialmente si quiere morir en casa.

3) Medidas extremas de higiene en profesionales, tanto en domicilio como con pacientes hospitalizados y en los propios pacientes, con dotación de material adecuado de protección.

4) Aceptar (sociedad y profesionales) que muchas muertes por covid-19 no son evitables, que el virus cambia la causa de la muerte, que hay que evitar el «encarnizamiento terapéutico» pues es mala medicina, sin ética (hay un tiempo para morir, para lograr morir en paz, para acompañar la agonía y para dejar en paz a los moribundos).

5) Inyectar dinero en el sistema público para que no colapse y

6) Eliminar el estado de alarma y las cuarentenas forzadas de millones de personas, e introducir medidas anti-pánico, como a) participación popular en las decisiones; b) decisiones que incluyan siempre costes y valoración de daños evitados/provocados; c) comités de ética amplios (que incluyan, por ejemplo, filósofos y cajeras de supermercados) que valoren las medidas; d) transparencia e información (no sólo número de casos, sino también hospitalizaciones y muertes, por grupos de edad, sexo, clase social, enfermedades y consumo de medicamentos para estas enfermedades); e) fomento de redes de solidaridad; y g) introducir equidad en todas las medidas, de forma que se considere siempre el impacto en todos los grupos de población, también los que están marginados y los más frágiles.

La reacción mundial ante el coronavirus no tiene precedentes: una cuarentena casi planetaria era algo desconocido. ¿Ha sido proporcional la alarma generada en relación a la amenaza, o ha habido una desproporción entre la percepción de la amenaza y la peligrosidad real del virus?

El problema de fondo ha sido que no se ha controlado el pánico, y en cierta forma se ha empleado el miedo para favorecer el acatamiento y bloquear las resistencias. El proceso ha sido una bola de nieve, provocada por la respuesta inicial de China y amplificada por la OMS. Italia y España copiaron dicho modelo, y ya fue imposible optar por medidas lógicas y sencillas, del estilo de las citadas en Japón y Taiwán, o en Australia (4 muertos por millón en una población de 26 millones de habitantes), o en Kerala (un estado de la India, con 35 millones de habitantes y 0,1 muertos por millón de habitantes). De hecho, no se han difundido datos ni información de países que no han tenido casos de covid-19, o no han tenido muertes por dicha enfermedad. Por ejemplo, Vietnam. Vietnam no ha tenido muertes por covid-19. Vietnam tiene un régimen comunista y 95 millones de habitantes. Mantiene un intenso comercio con China, con la que comparte casi 1.500 km de frontera. En Vietnam, los dos primeros casos de covid-19 se diagnosticaron en ciudadanos chinos el 23 de enero, y en total se han diagnosticado 328 casos, sin ninguna muerte (cero muertes por covid-19). En el mismo sentido, el «experimento» de Suecia, de ciudadanía responsable, se denigra de mil maneras por más que no se haya cumplido la previsión apocalíptica de los modelos matemáticos que le auguraban casi 100.000 muertes por covid-19 (en realidad, apenas pasan de 5.000). 

La OMS y el Imperial College of London llevan décadas promoviendo una cultura del miedo, con anuncios varios sobre pandemias con cientos de millones de muertes (como la gripe aviar, por ejemplo). En parte, porque ello justifica su existencia, y en parte porque el miedo es una forma de controlar a la sociedad. No basta el control tecnológico constante que ha demostrado Eduard Snowden (el espía de Estados Unidos). Se precisa también la obediencia sumisa, y la pandemia del nuevo coronavirus es una oportunidad única que cuadra con unas políticas globales de «acallamiento del pensamiento alternativo». La pandemia ha permitido la entronización definitiva del experto como dios (o emperador), y de la ciencia y la salud como religión. Son dos hechos que permiten un gobierno mundial tecnocrático y antidemocrático. Los dos mandamientos de la «nueva normalidad» que resumen la cuestión. Expertos y científicos, ciencia y salud, y unos resultados patéticos. Eso sí: de continuo se establecen comparaciones ilegítimas con la gripe, especialmente con la pandemia de la gripe «española» de 1918-19, en que básicamente murieron jóvenes y pobres, con una mortalidad que sería equivalente a casi 400 millones de personas en la actualidad. En realidad, hay como medio millón de muertes de viejos y pobres en el mundo por covid-19, para tener una idea numérica.

Mientras tanto, la desigualdad social se incrementa, los ricos son cada vez más ricos y la sociedad más insolidaria, lo que conlleva muertes, sin más. En el tablero mundial, las decisiones no tienen nada que ver con el sufrimiento de personas y poblaciones. “Hay muchos asuntos relacionados con la desigualdad, la exclusión, la violencia, la adicción, la soledad, la vejez, la pobreza o el sufrimiento mental, que tienen que ser abordados desde posiciones más cercanas, más humildes y más empáticas. No es argumentando(les) cómo vamos a sumarlos, sino compartiendo. No siempre son más eficaces las herramientas de diagnóstico. A veces, son más urgentes las de escucha” (Antonio Lafuente y Elea Giménez Toledo, “La lengua de la ciencia y su (inaplazable) conexión con la sociedad”, en The Conversation, jun. 2020). Los pobres de los países ricos, y los de los países empobrecidos, no tienen a nadie que les escuchen.

[El caso de Australia demuestra que las medidas extremas pueden lograr buenos resultados (783 muertos de covid-19 por millón de habitantes), pero se pueden lograr mejores si se aplican medidas más sensatas, como en el caso de Vietnam (437). El caso de Suecia es importantísimo, puesto que fue el único país que aplicó las medidas previstas para una pandemia por virus respiratorio, una filosofía basada en la resistencia a largo plazo («no es un sprint, sino una maratón») y el respeto a la ciudadanía; y los resultados finales lo demuestran, al tener en cuenta los tres años de pandemia y su impacto no sólo en la mortalidad, sino también en la sociedad y la economía. Por ejemplo, al no cerrar escuelas y colegios, la pandemia no ha causado daños en el proceso de formación en infancia y adolescencia, en gran contraste con países como Argentina y Brasil.]

[Además del miedo utilizado por las autoridades para conseguir la adhesión de la ciudadanía a sus normas sin ciencia ni ética, conviene no olvidar la sistemática culpabilización social de los pacientes de covid-19, pese a que, como enfermedad infecciosa, es más importante la sociedad que el virus. La covid-19 es una enfermedad «social» (como casi todas, pero más las epidemias), y por ello fue importante recordar que padecerla 1) no es un «castigo», 2) no es un «delito», 3) no es un «pecado», 4) no es un «crimen» y 5) no es una «vergüenza».]

[Por último, la pandemia ha producido una baja mortalidad en los infectados, pues la tasa de letalidad por la infección del SARS-CoV-2 ha estado por debajo del 0,1% en la población menor de 60 años. No mueren por covid-19, pese a tener infección por el virus, el 99,97% entre 0-59 años, y el 99,93% entre 0-69 años. Por supuesto, el virus ha matado, pero no ha sido tanto el virus como una sociedad enferma, como demuestra la alta letalidad en los ancianos encerrados en los asilos (nursing homes).]

Las cifras de mortalidad semanal por todas las causas, disponibles en Euromomo, parecen indicar que, a la postre, el impacto de la pandemia en la mortalidad general no ha sido demasiado significativo en el primer semestre como totalidad. ¿Cómo analiza estas cifras y cuál cree que podría ser el escenario cuando se haga el recuento anual final?

En epidemiología se define «cosechar» o harvesting al efecto de un evento que provoca la concentración de muertes, en un corto periodo de tiempo, de una mortalidad que iba a producirse en todo caso en un periodo más largo de tiempo. Pasa, por ejemplo, con las epidemias estacionales invernales de virus respiratorios (de gripe, sincitial y otros) y con las olas de calor en verano, que en muchos casos simplemente acumulan muertes de quienes iban a morir por su mal estado general y por su medicación excesiva e innecesaria. En el caso de la pandemia por el nuevo coronavirus, por ejemplo, la Unión Europea –incluyendo al Reino Unido– tiene una población de unos 512 millones, de los que mueren al año unos 5,3 millones. Pues bien, siendo la Unión Europea uno de los sectores más afectados por la mortalidad por covid-19, se han dado unas 175.000 muertes, lo que equivale al 3,3% del total anual. Es probable que muchas muertes por covid-19 se hayan dado entre quienes iban a morir de todas maneras a lo largo del año 2020, y que el resultado final sea de un impacto insignificante.

[En total, en la Unión Europa, durante los tres años de pandemia, se ha contabilizado 1,1 millones de muertes por covid-19 (más del 90% en mayores de 60 años). Es decir, aproximadamente 350.000 al año. La cifra es alta, pero conviene verla en perspectiva. Así, por ejemplo, se calcula que la contaminación atmosférica produce en la Unión Europea medio millón de muertes anuales prematuras.]

La estrategia de «aplanar la curva de contagios» fue inicialmente diseñada, si no me equivoco, con el objetivo de ganar tiempo para preparar al sistema sanitario, asumiendo que un virus ya en circulación afectará antes o después a toda la población susceptible de ser contagiada. Sin embargo, hay autoridades políticas que parecen pensar que el confinamiento no sólo permite ganar tiempo, sino incluso reducir drásticamente la cantidad total de contagios. ¿Es esto verosímil?

No se ha aplanado la curva. Tal expresión ha sido un mantra sin fundamento científico, del estilo de los modelos matemáticos tipo Imperial College of London. Las infecciones víricas respiratorias tienen una curva típica, que se ha reproducido en la pandemia por SARS-CoV-2, con o sin confinamiento. No hay correlación entre muertes y rigurosidad de las medidas de confinamiento. Los resultados dependen de otras cuestiones, como he analizado previamente. El objetivo no es disminuir el número de casos, sino disminuir el número de muertes; en la consecución del primero, se han incrementado las muertes, como demuestra el ejemplo de España.

[Las sucesivas «olas» de covid-19 demuestran que no «aplanaron la curva» ni los confinamientos, ni el distanciamiento social, ni las mascarillas (barbijos), ni las vacunas, sino la propia evolución del virus, como sucede con todos los virus respiratorios, por ejemplo, la gripe estacional].

Pero en Argentina, cuando las autoridades flexibilizan las medidas de cuarentena aumentan los casos (lo que muchas veces ha motivado que se vuelva hacia atrás). Habitualmente esto es interpretado como que la cuarentena efectivamente «aplana la curva», y en favor de su mantenimiento, e inclusive su reforzamiento. ¿Qué nos puede decir al respecto?

La respuesta la tiene en una pregunta anterior, sobre «qué hacer»: en ningún caso se recomienda la cuarentena, sino el conjunto de medidas más efectivas, con mayor fundamento científico; más «humanas», éticas y solidarias; y más respetuosas con personas y poblaciones. Si se quiere de verdad «aplanar la curva», hay que emplear con urgencia vacunas sociales, del estilo de un ingreso mínimo vital a toda persona que lo precise; las mejoras de las condiciones de higiene de los domicilios y estructuras en barrios pobres y alojamientos comunitarios; la regularización de los inmigrantes sin papeles; la mejora fiscal que facilite la redistribución de la riqueza; ayudas a personas en situación de pobreza, y sobre todo, a quienes viven en la calle; la seguridad e higiene en los lugares de trabajo, especialmente de trabajadores manuales, etc. Lo demás es retórica propia de políticos que sirven a la burguesía y a sus intereses, esos que se pueden «quedar en casa» porque sus casas son confortables y pueden teletrabajar, por ejemplo.

La asociación entre relajación de normas del confinamiento y aumento de casos es el típico ejemplo de sesgo de confirmación, en que los hechos confirman aparentemente lo que pensamos. Incluso si fuera cierto, no es por sí un problema si el nuevo coronavirus ha venido para quedarse, pues habrá que aprender a convivir con un nuevo virus respiratorio. El objetivo no es impedir casos, sino lograr que las muertes sean solo las «inevitables», y en ello el confinamiento no logra más éxito que las medidas básicas citadas, como la detección precoz de casos, su aislamiento y el seguimiento de los contactos con el consiguiente aislamiento de los infectados. No podemos ni debemos parar la sociedad para siempre, pues es imposible; y el intento carece de ciencia, ética y moral.

En todo caso, llevamos apenas unos meses con un nuevo virus y una nueva enfermedad, de forma que la incertidumbre es la norma. Conviene recordar que, en el sentido clínico, por ejemplo, “hacen falta 3 meses para aprender a hacer una operación, tres años para saber cuándo hacerla y 30 años para saber cuándo no hacerla”. Lo difícil, pues, es saber cuándo no hacer algo. En ello estamos.

[Las revisiones Cochrane respecto a las medidas para contener el contagio por virus respiratorios ya demostraban, antes de la pandemia de covid-19, que lo único con cierto impacto es el lavado de manos. Y que medidas como el confinamiento, el distanciamiento social y el uso de mascarillas (barbijos) no tenían impacto apreciable. Una actualización, en enero de 2023, ya incluyendo el SARS-CoV-2, demostró de nuevo la inutilidad de todas las medidas impuestas a sangre y fuego e, insisto, sin ciencia ni ética. Por supuesto, con tal revisión llegó el escándalo de quienes incluso niegan los resultados.]

Hay una verdadera expectativa mundial a la espera de la vacuna contra el covid-19. ¿Qué podríamos esperar de una vacuna contra el coronavirus?

Es de suponer que finalmente se logre una vacuna, pero conviene la precaución. Las industrias están logrando que los gobiernos del mundo se comprometan con contratos condicionados a la compra de futuras vacunas. Tales contratos se dan en un ambiente de incertidumbre y miedo, que genera cambios similares a los que llevaron en la anterior pandemia (gripe H1N1, gripe A, 2009-2010) al fiasco del Tamiflú. Parece que lo dominante es el interés de las industrias y de los países ricos, y lo secundario la salud pública (en el sentido mundial), de forma que se olvida lo lógico: la compra de las patentes de las vacunas por los gobiernos.

Por otra parte, no es una vacuna simple. Gran parte del proceso que lleva a la muerte por covid-19 es la propia reacción del sistema inmunológico humano, una «tormenta» similar a lo que lleva a la muerte en el caso del dengue. Y, como en el caso del dengue, habría que tener en cuenta la posibilidad de que la propia vacuna «sensibilizara» al sistema inmunológico y llevara a un resultado fatal. Además, la vacuna podría tener interacciones con otras vacunas contra virus respiratorios, como la vacuna de la gripe, lo que disminuiría su eficacia. Entre las dificultades, la oposición de grupos católicos y «antiabortistas» a las vacunas en cuyo desarrollo se emplean células fetales «inmortales» procedentes de antiguos abortos voluntarios.

[Lamentablemente, el afán de lucro, la codicia, el negocio de las vacunas covid-19, eliminó toda preocupación; y se puede decir, en mayo de 2023, que siendo las vacunas fundamentalmente medicamentos para uso en la salud pública, que resulta dañino, inútil y peligroso recomendarlas, ya que: 1) no evitan casos de covid; 2) no impiden la transmisión de la covid; 3) no producen inmunidad de grupo; 4) no disminuyen las hospitalizaciones por covid; 5) no disminuyen la mortalidad por covid; y 6) tienen graves efectos adversos, en individuos y quizás en sus descendientes.]

[La campaña de vacunación covid-19 ha sido y sigue siendo una estafa, la más gigantesca estafa de la historia de la humanidad. Y lo sabíamos. Somos muchos los que, incluso en 2020, pero sobre todo en 2021, criticamos las expectativas absurdas y la falta de eficacia y seguridad de las vacunas covid en publicaciones varias. Por ejemplo, Peter Doshi, John Ioannidis, Juan Erviti, Tom Jefferson y otros muchos, incluyendo a Mercedes Pérez-Fernández y a mí mismo. De nuevo fue vergonzoso cómo se forzó la vacunación, mintiendo, con lemas tipo “por mí y por los demás”, “por mí y por mis abuelos”, creando sentimientos de culpabilidad. Y, al tiempo, generando discriminación contra los no vacunados, hasta llegar a hacer creer en alguna ola que la pandemia era de no-vacunados”.]

[El colmo de los despropósitos, la exigencia del pasaporte vacunal para hacer la vida diaria normal, como en Italia y España, o para los viajes, como en el mundo entero. De nuevo, pasaportes vacunales sin ciencia ni ética, con el claro propósito de incrementar las ganancias de los accionistas de las compañías farmacéuticas.]

Usted ha sido muy crítico de muchas vacunas (no de todas). ¿Cuáles son sus criterios para evaluar la conveniencia –o no– de su aplicación? ¿Por qué es crítico de la vacuna contra la gripe?

Hablar de vacunas en general es como hablar de antibióticos en general. Todo medicamento tiene un uso racional, en que sus beneficios superan en mucho a sus daños, y también las vacunas. Por ejemplo, la vacuna de la fiebre amarilla tiene un uso apropiado que restringe su aplicación a determinados ámbitos geográficos, en los que puede incluso ser obligatoria. En otro ejemplo, la vacuna del dengue es valiosa, pero útil sólo en pacientes que hayan ya tenido contacto previo con el virus, de forma que hay que hacer análisis antes de vacunar. Asimismo, la vacuna contra el cólera, que es utilísima, pero se debe utilizar temporalmente, pues la solución no es vacunar a la población contra el cólera sino aportar agua potable y depurar las residuales para evitar el conjunto de enfermedades que transmite el agua. Un último ejemplo: la vacuna de la varicela, que, si se pone en la primera infancia, traslada el peso de la morbilidad y muerte a adultos y ancianos, con mayor impacto que en la población infantil. Por todo ello, hay que mejorar las vacunas en todos los sentidos, desde su eficacia a sus efectos adversos, desde el calendario a la población en que se apliquen.

La mejor defensa contra las infecciones es el desarrollo social armónico, en todos los sentidos. Es decir, buena nutrición, familias con vivienda y trabajo dignos, suministro y depuración de aguas, educación formal de toda la población, democracia que redistribuya la riqueza, establecimiento de un sistema sanitario público de cobertura universal, retirada de basuras y limpieza de calles, cumplimiento de normas de higiene alimentaria, etc. El beneficio lo consigue el desarrollo científico, económico y social, que incluye la higiene individual y pública; y también políticas de salud en todas las políticas. Como bien se dice: “contra las infecciones no hay mejor vacuna que lavarse las manos”, lo que incluye el suministro de agua, tener jabón, el hábito de la higiene, etc. Lamentablemente, la higiene es cuestión pendiente incluso en el sistema sanitario, pues ni los profesionales sanitarios se lavan las manos siempre que deben.

La vacuna de la gripe es una vacuna fallida. No disminuye ni complicaciones ni muertes, y sin embargo se promociona universalmente. Las Revisiones Cochrane demuestran reiteradamente su inutilidad, pero los gobiernos prefieren el «teatro de la seguridad», y más ahora con la pandemia del nuevo coronavirus.

Se escucha en muchos medios de comunicación que el distanciamiento social podría ser indefinido de aquí en adelante, que ya no será posible abrazarse y que el uso de barbijos deberá ser la norma de aquí en más. ¿Qué opina al respecto?

No hay demostración empírica de que dicha distancia «física» (no social) disminuya los contagios. Hay sólo cálculos matemáticos teóricos y algún estudio observacional, no ensayos clínicos. Conviene la prudencia, la cortesía y la piedad con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Los humanos somos seres sociales, y es clave la solidaridad y el acompañamiento, lo que nos ha hecho «humanos». Es inhumano mucho de los que se ha hecho y está haciendo respecto a la pandemia del nuevo coronavirus, como dejar morir en soledad a los ancianos, una brutalidad sin ciencia ni ética.

Seamos humanos en nuestras relaciones personales, seamos prudentes, utilicemos a tiempo la razón y el corazón. Por ejemplo, es totalmente absurdo el uso de la mascarilla (barbijo) al aire libre, donde la interacción social es fugaz y distante, y quizá valga la pena en ambientes cerrados mal ventilados y establecimientos sociosanitarios (que, en todo caso, hay que evitar en lo posible). El contagio se da durante el contacto estrecho, pero más por compartir objetos y superficies que por otra cosa.

La vida no es un valor supremo, la salud tampoco. Si vale la pena vivir la vida y tener salud, es para disfrutar de la vida. No vale la pena vivir en un sarcófago para lograr una larga vida. Hay que saber encontrar un equilibrio entre riesgos y beneficios, que es social, pero sobre todo personal.

En un artículo relativamente reciente ha planteado usted que las generaciones venideras nos juzgarán por lo que hagamos con: a) las cárceles, b) las granjas, c) los asilos de ancianos y d) el cambio climático. ¿Por qué le parecen tan fundamentales estos cuatro problemas?

La especie humana ha sido tolerante con sus miembros y con la Tierra que le acoge. Así ha sido por cientos de miles de años, y de ello ha dependido nuestra supervivencia. Hay que tolerar la disidencia, hay que comprender el sufrimiento personal y colectivo, también de los animales y plantas que con-viven con nosotros. Si transformamos en un horror las cárceles, las granjas, los asilos de ancianos y el medio ambiente estaremos suicidándonos como especie y las generaciones venideras nos juzgarán severamente. Es un «egoísmo inteligente» el que nos exige tolerancia para que no existan, o sean amables, las cárceles, granjas y asilos y para conservar el medio ambiente. Puede que parezca que somos ajenos a todo ello pero es falso. El mundo es ancho, cierto, pero no es ajeno. Todo lo humano nos concierne, y no conviene perder la humanidad de ser piadosos y tiernos con quienes ocupan cárceles, granjas y asilos, y quienes sufren el cambio climático; es decir, con todos y con nosotros mismos.

[En este sentido, la pandemia de covid-19 ha demostrado nuestra inhumanidad, en concreto por la respuesta en los asilos (las «residencias de ancianos», nursing homes), donde la mortalidad se debió en gran parte a una respuesta asesina, de aislamiento extremo que llevó a que muchos ancianos murieran de sed, deshidratados. En conjunto, España fue de los países en que menos se protegió a los ancianos recluidos en los asilos. De hecho, muchos murieron de abandono, de sed y hambre, aislados y «empastillados» (especialmente con medicamentos para «contenerlos»). Estar recluido en un asilo fue el factor mortal, añadido a la polimedicación. Fue el virus, pero sobre todo fueron las circunstancias de los morideros que llamamos asilos. De ello también se pretende el olvido, como de toda la inhumanidad de las políticas de Zero-Covid, que carecieron siempre de ciencia y ética, por más que contaran con el apoyo de cientos de firmantes del “Memorándum John Snow” (en contra de la postura más «humana», más ética y científica, de la “Declaración de Great Barrington”, una propuesta de medidas racionales y ajustadas a necesidades).]


ADENDA 2023

Recientemente ha sido incluido en el selecto grupo del 2% de los científicos más citados del mundo. ¿Cómo ha tomado la noticia?

Con asombro. Era lo último que hubiera esperado en mi vida, a la que ya queda poco (tengo 74 años, ninguna enfermedad crónica, sin consumo diario de ningún medicamento, pero…). Por otro lado, este hecho demuestra que los «controles», el «ninguneo» y la «cancelación» pueden tener impacto en la vida social, pero en la vida científica quedan resquicios que permiten el impacto de quienes «estamos fuera de la caja», de quienes somos independientes, «pequeños» y sin «crédito». Es decir, que esté incluido en ese 2% un tipo como yo, médico rural español jubilado, demuestra que otro mundo es posible.

Tenemos la impresión de que los defensores públicos de las medidas adoptadas se muestran más que reacios a realizar ningún balance de la gestión pandémica, ni a examinar las afirmaciones que hicieron en su momento. Los críticos científicos de lo actuado, por el contrario –usted entre ellos–, parecen haber visto refrendadas sus previsiones y advertencias. ¿Qué opina al respecto?

Es una vergüenza. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud ha dado por finalizada la alarma de la pandemia covid-19 en mayo de 2023. Pero, ¿con alguna autocrítica, o algo parecido? No. No identifica ni analiza sus errores específicos en la respuesta. No pide perdón por ellos. No toma medidas para no repetirlos. No prevé sistema alguno de reparación de daños. Pretenden que olvidemos, y que no exijamos el reconocimiento de errores y la reparación de los daños (inmensos y en muchos casos de por vida, como por ejemplo la falta de escolarización de la infancia pobre). La consigna es que las medidas contra la pandemia han funcionado; que los confinamientos, las vacunas y demás ha funcionado; y que quienes los criticamos somos «capitanes a posteriori», sólo capaces de criticar cuando ya todo ha pasado. Pretenden salir impunes de su tropelía, y parece que lo están logrando.

Además, siguen faltando datos básicos que –parece– no se van a compartir. Me refiero, por ejemplo, a la distribución de la mortalidad covid-19 según clase social y según ocupación, información imprescindible para la toma de decisiones, y para las reivindicaciones. Ni siquiera los sindicatos de clase parece mostrar interés por la cuestión. En otro campo, resulta inadmisible que tres años después no tengamos claro el origen del virus SARS-CoV-2, si de procedencia natural o si producto de manipulación artificial.

En este final sin «examen de conciencia» es clamorosa la impunidad con que los «expertos» siguen proclamando «verdades», sin analizar errores, ni pedir perdón, ni reparar daños por sus proclamas durante la pandemia de covid-19. Ellos están incluidos, con los políticos profesionales, entre los “asesinos sociales”, en un editorial del British Medical Journal: “Asesinos sociales en covid-19. Los políticos (y sus expertos, y sus negocios). Fueron elegidos, pero ni rinden cuentas ni se arrepienten, ni reparan daños” (“Social murder, they wrote—elected, unaccountable, and unrepentant”, en BMJ, n° 372, feb. 2021).

A pesar de las advertencias y los llamados a la precaución, el mundo entero se embarcó en una carrera vacunal masiva: ¿qué balance del impacto vacunal podemos hacer, a dos años de iniciado el proceso?

¿El balance? El descrédito de las vacunas, la pérdida de confianza en las vacunas, y un reguero de millones de personas con graves efectos adversos por las vacunas covid-19 (más en mujeres). La narrativa llegó al engaño para forzar la vacunación, al hacer creer que la inmunidad natural no existía, o duraba apenas meses, y que era mucho mejor la inmunidad artificial vacunal. En el mismo sentido de mentir, el hacer creer que las vacunas disminuían la posibilidad de infectarse y de contagiar a los demás; es decir, mintieron al difundir la idea de que las vacunas covid-19 producen inmunidad de grupo.

Las vacunas covid-19 son vacunas fallidas, como las de la gripe; y es asombroso que haya sido obligatoria la vacunación, como en Francia para el personal de educación y de sanidad. El colmo es que compañías como Pfizer lograron contratos ventajosos cuyas condiciones exactas no se conocen todavía. En este totum revolutum, además, no se está estudiando la distinta eficacia y seguridad de las diversas vacunas, quizá para que sigan «reinando» las de ARNm (de Pfizer y Moderna).

En síntesis, si fuéramos prudentes, pediríamos lo mismo que Juan Erviti al analizar el uso de dichas vacunas tras dos años de experiencia: la “suspensión cautelar de las vacunas covid-19, dada la incertidumbre en torno a su eficacia y seguridad”.

En reiteradas ocasiones, dijo usted que mucha de la gente que sabe, permanecía callada ante los desaguisados de la gestión pandémica: ¿ha cambiado algo, se oyen ahora más voces?

No, no se oyen más. La consigna durante estos años de pandemia ha sido «no salirse del consenso», algo que va totalmente en contra de la ciencia y de la salud pública. Se logró un consenso falso, a base de reprimir cualquier disenso. Por otra parte, estando con el rebaño se pastorea rico, se lamen las migajas del poder. Y en eso seguimos, en mantener el falso «consenso» de que todo se hizo bien, o al menos que se hizo lo mejor posible. Es típico hablar de la «torre de marfil» para referirse a la situación de los privilegiados que se aíslan en su mundo y son insensibles a las necesidades de la población, de los Otros. El refugio en la «torre de marfil» tiene explicaciones varias, incluyendo la comodidad y la cobardía. Es cómodo estar en situación privilegiada, por encima de la masa, sin mancharse las manos, sin ofender a nadie, sin compromiso personal, encerrados en la «torre de marfil». Es de cobardes, también, ese encierro en la «torre de marfil», ese miedo paralizante a la acción, ese evitar tomar partido, esa crítica a los que se equivocan por participar con los que lo necesitan, esa condescendencia altiva con los pecados y vicios de los que salen a partirse el pecho en la lucha diaria, ese asco ante el barro y la sangre que salpican a los que se comprometen.

En este asunto del silencio de los que saben, hay que incluir a los especialistas en salud pública y epidemiología, a virólogos y microbiólogos, y a otros muchos científicos y académicos; pero también a muchos profesionales de a pie que, por ejemplo, no han declarado ni declaran los casos que ven en sus pacientes de sospechas de reacciones adversas a las vacunas covid-19 (en Europa, es la primera vez que, respecto a una vacuna, hay más declaraciones de sospechas de reacciones adversas de pacientes y población general que de profesionales sanitarios). Con todo ello, se sigue generando un falso consenso, un consenso teledirigido que obedece normas y criterios propios del capitalismo, pues logra poner los medios de comunicación, las redes sociales (Twitter, Facebook, etc.) y los buscadores (Google y otros) al servicio del poder económico, para censurar a quien discrepe. En ciencia, además, como escribió Petr Skrabanek, “Non sensus consensus”.

¿Qué deberíamos aprender de la crisis de la covid-19, de cara al futuro?

Tenemos una derecha «crecida» y un capitalismo salvaje que carece de freno y de miedo. La pandemia debería haber sido una ocasión única para la solidaridad y la participación popular, pero ha servido para lo contrario, para incrementar la riqueza de los más ricos y la pobreza de los más pobres; es decir, para aumentar la desigualdad social. La izquierda ha olvidado la lucha de clases y se ha refugiado en las teorías woke, que sirven de consuelo, pero no van a la raíz de los problemas. La respuesta a la pandemia ha abierto del todo la puerta a la extrema derecha y al totalitarismo.

De cara al futuro, conviene la producción colectiva de conocimiento a partir del análisis del triunfo de la tecnocracia, de la seguridad sobre la libertad. Las opciones son sólo dos: tecnocracia o democracia. Lamentablemente, tenemos una izquierda de salón que apoya a la tecnocracia contra la democracia, que secunda el lema de seguridad a costa de libertad. Hay que reaccionar con claridad y rapidez. La respuesta a la pandemia es una lección más en nuestra larga vida de «perdedores de largo recorrido». Perdedores sí, pero sin cejar. La derrota no vuelve injusta una causa. Al contrario, debería enardecernos para continuar por aquello de “estamos en derrota, que no en doma”.

De la crisis conviene que salga reforzado el principio ético de que el fin no justifica los medios; es decir, no habría que haber aceptado el autoritarismo, aunque hubieran estado justificadas las medidas contra la pandemia covid-19. El salutismo coercitivo y el paternalismo salubrista están dispuestos a «salvarnos», pero la vida y la sociedad corren peligro si la salud se convierte en religión que justifica, por ejemplo, las medidas tomadas durante la pandemia de covid-19.