Ilustración: detalle de El sembrador, de Vincent Van Gogh. Óleo sobre lienzo, 1888, Museo Van Gogh, Ámsterdam.
Volvemos a difundir en Naglfar, nuestra sección literaria, la obra del escritor y periodista ácrata Ricardo Flores Magón (Oaxaca, 1873 – Kansas, 1922), una de las mayores luminarias y mártires de la Revolución Mexicana y del anarquismo latinoamericano. La vez anterior publicamos –con una brevísima semblanza que sugerimos releer– una de las muchas cartas que redactó desde su exilio carcelario en Leavenworth, EE.UU., donde habría de morir prematuramente a los 49 años, por una acumulación de dolencias que no recibieron atención médica adecuada. Hoy editamos otras dos prosas suyas, fuertemente entrelazadas en contenido y forma. Ambas desarrollan con elocuencia romántica y pulsión utópica (lirismo de la sensibilidad, optimismo de la voluntad) la clásica metáfora del intelectual revolucionario como –citamos textualmente sus palabras– “sembrador de ideales”. Se trata de uno de los tropos predilectos del autor, en el que se dan la mano el agrarismo vernáculo del México profundo –las tradiciones ancestrales del campesinado indígena y mestizo de Oaxaca, de Mesoamérica toda– y la moderna retórica revolucionaria del socialismo internacional, fuertemente influida por la novela Germinal de Zola.
La primera prosa fue escrita en Los Ángeles, California, pocos días antes del alzamiento maderista en el norte de México contra la dictadura de Porfirio Díaz (es decir, en vísperas del estallido de la Revolución Mexicana). Lleva por título “Sembrando”, y salió a la luz en el número 10 de Regeneración (cuarta época), con fecha 5 de noviembre de 1910. Flores Magón había estado tres años preso en Arizona por propaganda sediciosa y “violación de las leyes de neutralidad”, debido a los reclamos diplomáticos del Porfiriato en Washington. Durante su cautiverio, él y sus compañeros del Partido Liberal Mexicano (PLM) se habían radicalizado, abrazando el maximalismo revolucionario –comunismo anárquico y vía insurreccional– bajo la consigna “Tierra y Libertad”.
El segundo texto es una epístola que Flores Magón, envejecido y muy enfermo, remitió a su camarada Irene Benton –en Minnesota– el 2 de mayo de 1922, desde la penitenciaría federal de Leavenworth, donde fallecería ese mismo año. Habían pasado casi doce años desde que redactara “Sembrando”… La Revolución Mexicana ya había sufrido su Termidor… Y sin embargo, a pesar de todas calamidades padecidas, Ricardo Flores Magón fue capaz de volver a irradiar con su pluma la metáfora del “sembrador de ideales”. Desterrado y solo, recluido en un calabozo inhumano, lleno de achaques y dolores, casi moribundo, sus esperanzas utópicas de redención social seguían intactas.
Hemos extraído ambas prosas del Archivo Magón, sección “Obras completas”. Es un invaluable reservorio documental que vale la pena explorar.
SEMBRANDO
Yo me imagino las satisfacciones y las angustias del sembrador. ¡Cuántas emociones debe sentir el hombre que pone el grano en la tierra! He aquí un yermo; pero el sembrador viene y remueve la tierra, la rebana, desmenuza los toscos terrones, la peina, echa el grano y riega. Luego, ¡a esperar! Mas no consiste esa espera en cruzarse de brazos: hay que luchar; hay que luchar contra las aves que bajan a comerse el grano, contra los animales que se alimentan de las plantitas tiernas, contra el frío o la acequia que amenaza desbordarse, contra el yerbajo que se extiende y va a sepultar la siembra. ¡Con qué emoción aguarda cada nuevo día, esperando ver las puntitas verdes de las plantas saliendo de la tierra negra! Por fin aparecen, y entonces levanta angustiado la vista al cielo; sabe leer en las nubes el tiempo que va a haber; la dirección con que sopla el viento, tiene, igualmente, grande importancia. Viendo las nubes, reconociendo el viento, se le ve palidecer o iluminarse su rostro, según se deduce de la apariencia del medio, buen o mal tiempo.
Empero, estas torturas nada son comparándolas con las que sufre el sembrador de ideales. La tierra recibe con cariño. El cerebro de las masas humanas rehúsa recibir los ideales que en él pone el sembrador. La mala yerba, las malezas representadas por los ideales viejos, por las preocupaciones, las tradiciones, los prejuicios, han arraigado tanto, han profundizado sus raíces de tal modo y se han entremezclado a tal grado, que no es fácil extirparlas sin resistencia, sin hacer sufrir al paciente. El sembrador de ideales echa el grano; pero las malezas son tan espesas y proyectan sombras tan densas, que la mayor parte de las veces; no germina; y si, a pesar de las resistencias, la simiente-ideal está dotada de tal vitalidad, de tan vigorosa potencia, que logra hacer salir el brote, crece éste débil, enfermizo, porque todos los jugos los aprovechan las malezas viejas y es por esto por lo que con tanto trabajo logran enraizar las ideas nuevas.
El miedo a lo desconocido entra con mucho en la resistencia que el cerebro de las masas ofrece a los ideales nuevos. La cobardía del rebaño queda perfectamente expresada en la frase que anda en boca de todos los taimados: vale más malo por conocido que bueno por conocer. Son amargos los frutos de las viejas ideas: sin embargo, la imbecilidad o cobardía de las masas los prefieren mejor que entregarse al cultivo de nuevos y sanos ideales.
El sembrador de ideales tiene que luchar contra la masa, que es conservadora; contra las instituciones, que son conservadoras igualmente; y solo, en medio del ir y venir del rebaño que no lo entiende, marcha por el mundo no esperando por recompensa más que el bofetón de los estultos, el calabozo de los tiranos y el cadalso en cualquier momento. Pero mientras, va sembrando, sembrando, sembrando; el sembrador de ideales que llega va sembrando, sembrando, sembrando…
Penitenciaría Federal de EE.UU.
Leavenworth, Kansas
Mayo 2 de 1922
Señorita Irene Benton
Granada, Minn.
Mi querida camarada:
Tu carta, tan perfectamente calculada para difundir algún calor en mi corazón adolorido, tuvo éxito en su generosa misión, y especialmente la última parte de ella, en donde dices lo que tu querida madre piensa acerca de mí, tocó las más delicadas fibras de mi corazón. Me conmovió casi al punto de derramar lágrimas, porque pensé en mi propia madre, muerta hace tanto tiempo. ¡Hace 21 años! Estaba yo en la prisión en ese tiempo, castigado por haber denunciado la tiranía sangrienta de Porfirio Díaz, y, por lo tanto, no pude estar al lado de su lecho, no pude darle mi último beso, ni pude oír sus últimas palabras. Esto pasó en la ciudad de México el 14 de junio de 1900, un poco menos de tres años antes de mi venida a este país, como un refugiado político en busca de libertad.
Muchas gracias a ti y a tu querida madre por sus simpatías hacia mí, expresadas en tu hermosa carta.
Tu información de la obra realizada ya en los campos y de la que está en preparación, es de lo más interesante, pues no puedes imaginarte cuánto amo al campo, las selvas, las montañas. Los hombres –dices– han estado ocupados en los campos preparando el terreno para recibir la semilla. ¡Qué mundo de emociones y pensamientos fomentan esas pocas palabras en mi ser! Porque yo también he sido sembrador, aunque sembrador de ideales… y he sentido lo que el sembrador de semillas siente, y la semejanza de emociones me impulsa a llamarle mi hermano y colaborador. Él deposita sus semillas en las generosas entrañas de la tierra, y yo deposito las mías en los cerebros de mis semejantes, y ambos esperamos, esperamos, esperamos… y las agonías que él sufre en su espera, son mis agonías. La más pequeña muestra de mala suerte oprime nuestro corazón, y conteniendo su aliento espera que la roturación de la costra de la tierra le anuncie que la semilla ha brotado; y yo, con mi corazón comprimido, espero la palabra, la acción, el gesto que indique la germinación de la semilla en un cerebro fértil… La única diferencia entre el sembrador de semillas y el sembrador de ideales reside en el tiempo y la manera de trabajar, pues mientras que el primero tiene la noche para solaz y descanso de su cuerpo, y, además, espera hasta que la estación sea favorable para su siembra, y solamente planta en donde el suelo es generoso, el último no tiene noches ni estaciones del año; todas las tierras merecen sus atenciones y trabajos. Siembra en la primavera, así como en el invierno; en el día y en la noche, en la noche y en el día; en todos los climas, bajo todos los cielos y cualquiera que pueda ser la calidad del cerebro, sin tener en cuenta el tiempo… Aunque el rayo truene a las alturas en donde residen los arbitrios de los destinos humanos.
El sembrador de ideales no detiene su obra: camina hacia un futuro que mira con los ojos de su mente, sembrando, sembrando, sembrando. Puños muy agitados pueden agitarse amenazadoramente, y toda la atmósfera que lo envuelve puede temblar y llegar a arder con el odio difundido por aquéllos cuyo interés es dejar sin cultivo el cerebro de las masas… El sembrador de ideales no retrocede; el sembrador de ideales continúa sembrando, sembrando, sembrando… Lejos y cerca, aquí y allá, bajo cielos lívidos iluminados por un sol amarillo que, proyectando sus lúgubres siluetas contra ceñudos horizontes que presagian cadalsos, extiende sus siniestros brazos como antenas de monstruosas criaturas engendradas por la fiebre o producidas por la locura, mientras enormes puertas negras de fierro anhelan por su carne y su alma… El sembrador no retrocede, el sembrador continúa sembrando, sembrando, sembrando… y ésta ha sido su tarea desde tiempo inmemorial, y éste ha sido su destino aun desde antes de que la humanidad surgiera dignificada y erecta, de la selva, en donde transcurrió su infancia a gatas con los demás cuadrúpedos, la fauna; porque el sembrador de ideales ha tenido siempre una misión de combate; pero sereno y majestuosamente, con un amplio movimiento de su brazo, tan amplio que parece trazar en el aire hostil la órbita de un sol. Él siembra, siembra, siembra la semilla que hace avanzar a la humanidad, aunque con grandes tropiezos, hacia ese futuro que él ve con los ojos de su mente…
¡Tu carta es tan tierna! ¡Oh mi querida camarada!; eres tan amable como tu querida madre. Sí, tu simpatía me calma, me hace mucho bien; gracias un millón de veces. Los recortes son muy interesantes y las pinturas muy simpáticas. Ahora me despido.
Di a Rivera tu recado; está muy agradecido. Tuyo fraternalmente.
Ricardo Flores Magón