Fotografía: Rossiya Segodnya.
Desde la colonia penitenciaria de Torzhok, óblast de Tver, Rusia central, donde purga una condena de cinco años por “apología del terrorismo” (sin más razón que haber criticado la política belicista de Putin contra Ucrania), el intelectual marxista ruso Borís Kagarlitski ha concedido recientemente dos entrevistas. Ambas en julio, ambas por mail, ambas con periódicos de su país, ambas interesantísimas.
La primera entrevista, fechada el 6/7, es con Istoricheskaia Ekspertiza. En ella, Kagarlitski expone con cierta amplitud y hondura teórica “su punto de vista sobre las razones de la crisis de la izquierda. Sugiere que los militantes de izquierda no han estado preparados para una crisis sistémica y que, en consecuencia, el movimiento izquierdista tendrá que fundarse de nuevo. También habla del colapso de la utopía de izquierda, del neoliberalismo, de la herencia soviética, de la idea de una ‘renta básica universal’, del destino de la socialdemocracia europea y del ‘socialismo del siglo XXI’ latinoamericano, del peligro que supone para la democracia la ultraderecha y de la posibilidad de una guerra nuclear. En su opinión, la izquierda tiene una sólida base teórica, pero necesita éxitos prácticos para demostrar la viabilidad del proyecto socialista”.
La segunda interviú, más somera y coyuntural, es con el camarada Sasha de Rabkor, una revista socialista de la cual Kagarlitski también es parte. Salió a la luz el 26 de julio. La conversación giró en torno al ascenso de las extremas derechas populistas en Occidente, el panorama político en Francia y Gran Bretaña a la luz de los últimos resultados electorales, y la situación en Estados Unidos con Trump y la interna del Partido Demócrata.
Como Istoricheskaia Ekspertiza y Rabkor se editan solamente en ruso, una lengua que no dominamos, tuvimos que realizar traducciones indirectas a través del inglés. Utilizamos las traslaciones que Renfrey Clarke realizó para LINKS International Journal of Socialist Renewal: “‘A black swan will inevitably alight’: Boris Kagarlitsky on why the left movement will have to be constructed afresh”, con fecha 12/7; y “‘The left should not be making concessions, but dictating its terms’: Boris Kagarlitsky on the far right threat, British Labour, and the French left’s chances of success”, con fecha 31/7.
Borís Kagarlitski nació en Moscú, allá por 1958. Es sociólogo, filósofo, historiador y politólogo, con una dilatada trayectoria como ensayista, docente, periodista, editor de revistas y militante socialista. Licenciado en crítica teatral por el Instituto Ruso de Arte Teatral (GITIS), doctorado en ciencias políticas por la Universidad Social Estatal de Rusia, se desempeñó como profesor e investigador en la Academia Rusa de Ciencias. Dirige el Instituto de Estudios de la Globalización y los Movimientos Sociales. Su activismo disidente de izquierdas en Rusia se remonta a los tiempos soviéticos y postsoviéticos (fue preso político en los ochenta, antes de la Perestroika, por criticar la deriva burocrático-autoritaria del bolchevismo; y también estuvo en problemas durante el Octubre Negro del 93, cuando Yeltsin, resuelto a profundizar sus reformas neoliberales de shock sin escatimar costos, ordenó clausurar y bombardear el parlamento, decisión que Kagarlitski denunció como golpista y reaccionaria). Integró el Partido Socialista de Rusia y cofundó el Partido Laborista. Ha escrito una veintena de libros, casi todos traducidos al inglés. Su última obra es The Long Retreat: Strategies to Reverse the Decline of the Left (Londres, Pluto Press, 2024).
Huelga aclarar que la oposición de este intelectual moscovita a la invasión rusa de Ucrania es ajena a cualquier simpatía otanista o inclinación neonazi. De hecho, fue muy crítico con el Maidán, avaló la anexión rusa de Crimea y celebró la insurgencia separatista del Dombás. Lo que rechazó –como guerra imperialista– fue la Operación Militar Especial (OME) implementada por el Kremlin en febrero de 2022. Quienes deseen apoyar la campaña por la liberación de Kagarlitski, pueden firmar la petición aquí. Nuestra total solidaridad con él.
“UN CISNE NEGRO SE POSARÁ INEVITABLEMENTE“
POR QUÉ EL MOVIMIENTO DE IZQUIERDAS TENDRÁ QUE REHACERSE
Axel Honneth observa un fenómeno paradójico: la crisis de la izquierda ha emergido en un contexto de desilusión con el capitalismo. ¿Está de acuerdo con que la izquierda está en crisis? ¿Cuáles son las razones de esta crisis?
Honneth tiene indudable razón al hablar de una crisis de la izquierda, algo que yo también traté en mis libros Between Class and Discourse y The Long Retreat. Esta crisis es notoria a simple vista. Pero también se da la aparente paradoja de que la crisis de la izquierda se produce en el contexto de una crisis del capitalismo y de la disminución de la confianza en él en la mayoría de las sociedades. En realidad, no se trata de ninguna paradoja en particular. Podríamos recordar la bancarrota de la Segunda Internacional (no sólo el artículo de Lenin con este nombre, sino también la propia bancarrota). Al igual que los generales siempre se preparan para luchar en la guerra anterior, los políticos, y especialmente los políticos de izquierdas, se preparan para enfrentarse a la crisis anterior. Sus tácticas y estrategias siempre van por detrás de los cambios en la sociedad. Los vuelcos revolucionarios no sólo están ligados al radicalismo de las diversas medidas proyectadas, sino que siempre reflejan un cambio radical en la táctica y la estrategia, que se «ponen al día» con la realidad. Mientras tanto, es importante señalar que casi todas las revoluciones significativas han sido criticadas como «incorrectas» por las fuerzas de izquierda que eran ortodoxas en ese momento concreto. En este sentido, vale la pena recordar el título del otrora célebre libro de Régis Debray, La revolución en la revolución.
Por supuesto, sería un error sostener que la táctica y el programa de la izquierda no han cambiado en los últimos veinte años. Pero, por desgracia, estos cambios no se han dirigido a desarrollar un programa diseñado para contrarrestar los problemas y las contradicciones del capitalismo actual. Por el contrario, el objetivo ha sido adaptarse al capitalismo, encontrar un lugar para la izquierda dentro del capitalismo, de modo que los partidarios de la izquierda puedan establecerse cómodamente dentro del sistema. Básicamente, este objetivo se ha logrado. Pero ahora nos ha golpeado una crisis sistémica, y la izquierda se ha encontrado no sólo no preparada, sino superflua, un elemento en un paisaje que se desvanece. En consecuencia, el movimiento de izquierda tendrá que rehacerse, y no por primera vez. Lo decisivo, sin embargo, es la necesidad de éxitos prácticos, no en el plano de las victorias electorales, sino en el de cambios sociales realmente exitosos y significativos, que puedan señalarse como ejemplos. Las personas que consigan esto conformarán el modelo político del movimiento para los próximos años.
¿En qué momento se encuentra el mundo? ¿Es correcto decir que estamos en la época del neoliberalismo? ¿Y qué es el neoliberalismo? ¿Qué relación tiene con la transición de la sociedad industrial a la sociedad de la información?
Por desgracia, el término “neoliberalismo” se utiliza con demasiada frecuencia sin prestar atención a su contenido. Podríamos, por supuesto, remitirnos al excelente libro de David Harvey Una breve historia del neoliberalismo. Pero, en resumen, de lo que se trata es del desmantelamiento de las instituciones del estado de bienestar que se establecieron en el siglo XX, y de la mercantilización de bienes y servicios que antes se producían y distribuían sobre una base diferente. De este modo, el capital crea nuevos mercados para sí mismo y contrarresta la tendencia a la baja de las tasas de ganancia, al tiempo que recupera posiciones sociales a las que antes había renunciado. El problema es que los recursos incluidos en el ámbito de la distribución privada del mercado se están agotando y esto está dando lugar a una crisis sistémica. Los partidarios del sistema hacen hincapié en la libertad del mercado, pero esto es correcto sólo hasta cierto punto. La supresión de los límites a las prácticas de mercado tiene como efecto el fortalecimiento de las grandes empresas, que son las que mejor pueden aprovecharse de esta situación. En resumen, asistimos a la monopolización y al sometimiento de las pequeñas y medianas empresas a las corporaciones. Por supuesto, todos conocemos ejemplos contrarios, de personas exitosas como Pavel Durov y Elon Musk. Pero estas personas hace tiempo que dejaron de pertenecer a la categoría de pequeños empresarios; el quid con ellos es que fundaron corporaciones.
¿Está todo esto ligado a la aparición de nuevas tecnologías? Sí, pero sólo en parte. Cualquier cambio serio en el capitalismo, y en la economía en general, siempre se produce en un contexto de cambios tecnológicos. La cuestión es si estas tecnologías pueden utilizarse de otra manera, de forma no capitalista, y esto es algo que está plagado de luchas. Los conflictos en torno a los códigos de programa abiertos en la industria informática, en torno a la propiedad intelectual, etc., demuestran que sí existe una alternativa, y es interesante que ahora haya una notable afluencia de especialistas en informática al movimiento de izquierdas. Antes, este medio se inclinaba principalmente por el liberalismo, pero ahora la tendencia ha cambiado. No sólo se mueve hacia la izquierda, sino que se radicaliza.
El “socialismo realmente existente” del siglo XX desprestigió al movimiento de izquierdas. Tras el “archipiélago gulag”, muchos se convencieron de que la puesta en práctica de cualquier proyecto encaminado a crear una sociedad basada en los principios de la justicia social conduciría inevitablemente a un nuevo gulag. ¿Cómo deben relacionarse los miembros de la izquierda con la trágica experiencia de la URSS? ¿Cómo podemos convencer a la gente de que hablar de socialismo es hablar del futuro, y no de la historia de la Unión Soviética? Al fin y al cabo, hoy en día hay mucha gente que no distingue entre la economía de mercado neoliberal y la democracia, del mismo modo que los pueblos indígenas americanos imaginaban que el caballo y el conquistador eran el mismo animal. Como resultado, la gente considera el socialismo como una amenaza para la democracia. ¿Es posible un socialismo basado en principios democráticos?
Comparar la opinión pública con la visión de los aztecas, que no distinguían entre el caballo y su jinete, me parece bastante acertado. Sin embargo, la respuesta al problema no reside en la teoría, sino en la experiencia; los mismos indígenas americanos aprendieron con la práctica viva no sólo a entender a los caballos, sino a montarlos. Decenas de textos muy persuasivos, empezando por las primeras críticas al experimento soviético por parte de Rosa Luxemburgo y los mencheviques de izquierda, se han propuesto demostrar que el socialismo sin democracia es imposible, y que el colapso de la Unión Soviética estuvo vinculado al hecho de que el sistema no era democrático (que la URSS no podía llevar a buen puerto el proyecto socialista, sino que se limitaba a modernizar la sociedad y llevar a cabo la industrialización, antes de volver a asentarse finalmente sobre los rieles del capitalismo). Sin embargo, todo esto no cambia nada. Lo que hace falta es el éxito práctico, y en cuanto éste se produzca la discusión cesará por sí sola, igual que la discusión sobre si eran posibles las máquinas voladoras más pesadas que el aire. En cuanto el primer avión levantó vuelo, la discusión terminó. En nuestro caso, hasta ahora todos los «vuelos» han terminado en accidentes. No de forma inmediata, como vimos en la historia de la URSS, pero los accidentes se han producido de todos modos. Esta es la experiencia que invariablemente citarán los partidarios de la derecha. Hemos utilizado muchas veces nuestra teoría para refutar sus argumentos, pero ha sido en vano. Tenemos que demostrarlo en la práctica.
Zygmunt Bauman escribió que la sociedad moderna es incapaz de imaginar un mundo mejor que aquel del que forma parte actualmente. ¿Es correcto considerar que el declive de la popularidad de la izquierda refleja su falta de una visión atractiva del futuro? ¿Cómo debería ser el socialismo del siglo XXI? ¿Qué opina de la idea de una renta básica universal?
Bauman, por supuesto, tenía razón en lo que afirmaba. Sólo que la respuesta no hay que buscarla en el campo de la teoría. No hay nada más inútil que intentar imaginar un futuro resplandeciente. Lo que necesitamos son soluciones prácticas a problemas concretos. ¿Es una renta básica universal la respuesta? Estoy convencido de que no. En esencia, la idea de una RBU es un intento a corto plazo de atenuar la crisis de demanda provocada por las políticas neoliberales (o más exactamente, por el agotamiento de los recursos que el neoliberalismo utilizó para crear nuevos mercados). La RBU consiste en dar más dinero a la gente para que pueda comprar más. A largo plazo, esto no resuelve nada, ni siquiera dentro del marco del neoliberalismo: el estímulo proporcionado por las inyecciones extra de dinero se agotará, y nos encontraremos con el mismo problema a un nivel superior. Y lo que es más importante, una RBU no presupone ningún cambio estructural, ni en el ámbito de la producción ni en el de la distribución. Lo único que ocurrirá es que se simplificará y reorganizará el sistema de pagos y prestaciones sociales. A los burócratas se les facilitará un poco el trabajo. Lo más probable es que los salarios disminuyan un poco, ya que las empresas reasignarán al Estado parte del costo de reproducción de la fuerza de trabajo. No, esto es un callejón sin salida, como he escrito en repetidas ocasiones. La izquierda apoya esta idea por impotencia, incluida la impotencia intelectual. Una auténtica perspectiva de izquierdas se concentra en reformar y ampliar un sector social renovado (y democratizado) que se caracterice por la desmercantilización, algo sobre lo que Patrick Bond ha escrito largo y tendido. Diversos ámbitos de la vida, como la sanidad, la educación, la vivienda, el transporte, etc., se liberan gradualmente del mercado, de modo que los resultados de la actividad dejan de ser mercancías. El proceso puede llevar cierto tiempo, y no siempre será sencillo, pero lo importante es la dirección de los cambios. La reproducción de la existencia humana, de la vida cotidiana y de las relaciones, no debe reducirse a una suma de transacciones de mercado. Mientras tanto, el nuevo factor social representado por la planificación democrática es un tema especial, que en general ha sido bastante bien explorado. Aquí puedo citar varios trabajos de la década del 60 (los de Ota Šik, Włodzimierz Brus y otros), mi propio libro La politología de la revolución, etc. En definitiva, está claro lo que hay que hacer, pero la cuestión pasa por la voluntad política.
El siglo XX estuvo marcado por un enfrentamiento entre capitalismo y socialismo en el curso del cual se produjo una «convergencia» en Occidente, que condujo a la aparición del estado de bienestar. Hoy en día, el conflicto crucial es entre las patrias de la democracia neoliberal (convencionalmente descrita como Occidente) y los partidarios de los llamados “valores tradicionales”. ¿Qué cree que puede surgir de esta confrontación? ¿Qué posición debería adoptar la izquierda al respecto?
Hoy no hay sustento para hablar de una confrontación sistémica. Los mecanismos fundamentales del sistema económico y social en Rusia y Estados Unidos, en Irán y en Italia, son completamente idénticos. Las diferentes formas ideológicas reflejan las peculiaridades del proceso político en estos países y las tradiciones de las burocracias locales. Recordemos que en Rusia la mayoría de los defensores de los “valores tradicionales” empezaron siendo liberales. En Medio Oriente, por su parte, fueron precisamente los islamistas quienes aplicaron muchas de las reformas económicas neoliberales. ¿Qué se esconde tras estas pantallas ideológicas? En primer lugar, un deseo de controlar la sociedad (a este respecto, carece totalmente de importancia lo que las autoridades fomenten, ya sea un desfile gay o una cruzada; lo principal es que exista un conjunto de prácticas mediante las cuales se ritualice la lealtad al sistema). En segundo lugar, está la ambición de las élites de varios países de la periferia y semiperiferia, mediante el aprovechamiento de una coyuntura favorable en los mercados de materias primas, de elevar su estatus en el sistema-mundo y establecer sus propias esferas de influencia, protegidas contra la competencia de Occidente. Si las políticas de este tipo tienen éxito, los antiguos aliados se rasgarán inmediatamente las vestiduras. Lo más probable, sin embargo, es que no haya ningún éxito, porque lo que está en juego no es el progreso socioeconómico ni el desarrollo tecnológico e industrial, sino los mercados de materias primas y la fuerza militar. En otras palabras, el tipo de desarrollo sigue siendo totalmente periférico y no se produce una modernización global de todos los aspectos de la vida, como ocurrió en la URSS.
Está claro que la izquierda no tiene nada que ganar involucrándose en tales contiendas, del mismo modo que no tenía sentido para los trabajadores distinguir entre imperialistas «buenos» y «malos» durante la Primera Guerra Mundial. De esto no se deduce que no existan diferencias: las hay. Pero desde el punto de vista de la estrategia de izquierdas, estas diferencias no son lo principal. Debemos tenerlas en cuenta, pero no podemos construir nuestra política sobre esta base.
¿Por qué la izquierda no desempeña un papel clave en los cambios de régimen actuales, que la gente se ha acostumbrado a llamar «revoluciones»? ¿Es esto una prueba de que la izquierda rechaza las formas revolucionarias de lucha? ¿O son las revoluciones clásicas un vestigio de la época de la sociedad industrial, es decir, de la Edad Moderna, y algo que ya no responde a las exigencias de la civilización de la información que está naciendo?
La verdad es que las llamadas “revoluciones naranjas” no tienen nada en común con las revoluciones en sentido político o histórico. Evidentemente, la democracia es mejor que la dictadura. Pero una transición a la democracia, por muy propicia que sea para el desarrollo de la sociedad, no es lo mismo que una revolución. Aquí el problema es diferente. Muchas revoluciones sociales auténticas también han comenzado con cambios políticos bastante superficiales, con vuelcos democráticos e incluso con reformas desde arriba. Pero posteriormente, el proceso se ha hecho más profundo y más amplio, empezando a afectar a las estructuras sociales, las relaciones económicas, las instituciones políticas clave, la cultura, etc. Es entonces cuando los cambios o los vuelcos desembocan en la revolución. Es significativo que los líderes de las llamadas “revoluciones de colores” entiendan esto perfectamente. Así que desde el principio hacen todo lo posible por restringir y controlar el proceso, para impedir que siga desarrollándose. Todo debe limitarse a un cambio de liderazgo o, como mucho, a una reestructuración parcial de las élites bajo el lema de la democratización. El problema es que, como resultado, incluso los logros democráticos formales conseguidos durante la fase inicial se pierden muy rápidamente. Si el proceso no se profundiza, retrocede. La política de izquierda tiene que construirse precisamente sobre la base de la lucha por la profundización y ampliación de ese proceso. Sin transformaciones sociales, la democracia tampoco tendrá éxito. Y si en una sola localidad, en un solo país, el proceso rebasa los límites de una mera remodelación de las élites, entonces llegamos a ver algo completamente diferente: lo que la ciencia política llama una “revolución”.
En la América Latina de principios del siglo XXI, el “giro a la izquierda” asociado a Hugo Chávez provocó una oleada de entusiasmo. Pero es difícil describir a la Venezuela de hoy como un país exitoso: está marcada por la crisis económica, la inflación y los problemas con su democracia. ¿Ha quedado en la nada este “giro a la izquierda”? ¿Tienen los gobiernos de Brasil, Chile o Colombia el potencial para revivirlo?
El “socialismo del siglo XXI” proclamado por Hugo Chávez fue un hermoso eslogan, una promesa que desgraciadamente no pudo cumplirse. El “giro a la izquierda” en América Latina aún está lejos de agotarse, pero por el momento no podemos hablar de su éxito. Los gobiernos de izquierda suelen apoyarse en amplias pero inestables coaliciones populistas que pronto se desintegran tras ganar las elecciones. Además, suele ocurrir que los presidentes de izquierdas no cuenten con mayoría parlamentaria. Con todo, ha habido algunos éxitos. En Colombia, Gustavo Petro consiguió inesperadamente que su proyecto de reforma de las pensiones fuera aprobado por el parlamento, después de que su reforma del sistema sanitario fuera derrotada. En México, Claudia Sheinbaum fue elegida presidenta, al tiempo que obtenía una sólida mayoría en el Congreso. En general, Sheinbaum merece que se le preste mucha atención. Su predecesor López Obrador dejó un legado contradictorio. Por un lado, los salarios experimentaron un crecimiento récord, pero por otro aparecieron notables tendencias autoritarias. ¿Será capaz Sheinbaum de profundizar las reformas sociales, manteniendo al mismo tiempo las instituciones democráticas? Desde luego, espero que sí. Pero la conclusión general es que, por el momento, la izquierda latinoamericana no ha logrado superar la crisis de estrategia que apareció tras el colapso del experimento chavista en Venezuela.
En Europa hemos asistido en los últimos años a un creciente apoyo a la ultraderecha. En algunos países se ha roto el llamado “cordón sanitario”, y radicales de derechas han entrado en los gobiernos. Las elecciones al Parlamento Europeo nos obligaron una vez más a hablar de amenaza fascista. Aunque la ultraderecha sólo aumentó su representación en el Parlamento Europeo en una cantidad insignificante, sus éxitos en Francia y Alemania fueron un shock. ¿Existe el peligro de que las dictaduras de derechas lleguen al poder en Europa? ¿Se puede comparar a los ultraderechistas actuales con los fascistas? ¿Qué debería hacer la izquierda para contrarrestar la amenaza de la ultraderecha?
La amenaza que supone la ultraderecha para la democracia es real, pero por el momento no veo motivos para el pánico. Los radicales de derechas de hoy no son los fascistas de los años veinte (han parasitado de la crisis del neoliberalismo, pero se parecen más a populistas que juegan con eslóganes y emociones). No hay ninguna señal de que los representantes de las grandes empresas hayan apostado por estas fuerzas, que no tienen ninguna estrategia para rescatar el capital. La extrema derecha está llenando un vacío emocional y político que ha aparecido desde que la izquierda abandonó la política de clase, entendida en el sentido socialdemócrata o comunista, y en su lugar apostó por lo políticamente correcto, por las minorías, etcétera. La clase obrera se ha sentido traicionada y, de hecho, ha sido traicionada: esto es lo que están aprovechando los populistas de derechas. Aquí no hay nada fundamentalmente nuevo. Lo que es realmente interesante es el hecho de que, con el crecimiento del populismo de derechas, una parte de la burguesía liberal ha empezado a entrar en pánico. Esto está abriendo ciertas oportunidades para la izquierda, con la gente mirando a las fuerzas de izquierdas como contrapeso a la ultraderecha. Es en Francia donde este cambio ha sido especialmente notable, pero también hay algunos signos de ello en Estados Unidos y Alemania. Se está abriendo una ventana de oportunidad, y es esencial aprovecharla. Lo que se necesita en este caso, sin embargo, no son eslóganes políticamente correctos ni discursos populistas, sino propuestas concretas que en las nuevas circunstancias devuelvan a la izquierda la confianza y el apoyo de los trabajadores. Fijémonos en las políticas de Mélenchon en Francia, y de Claudia Sheinbaum en México. Todavía no hay nada decidido, pero es posible que se produzcan giros interesantes.
¿Por qué los partidos socialdemócratas se han convertido en paladines del neoliberalismo y por qué desempeñan cada vez más a menudo el papel de socios menores de las fuerzas políticas neoliberales?
Desde los años 90, la política de los socialdemócratas se ha reducido al principio de “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. La cuestión es que si bien el bloque soviético, con sus represiones, desacreditó por supuesto al socialismo, también ejerció presión sobre Occidente y creó allí condiciones favorables para las reformas sociales que servían a los intereses de los trabajadores. Después de 1989-91 la situación cambió y, para los socialdemócratas, la relación de fuerzas se hizo más adversa. Si los socialdemócratas lograron recuperar el gobierno, o mantenerse en él, fue gracias a un compromiso con los neoliberales y, al mismo tiempo, a la promesa de suavizar las consecuencias sociales de las reformas neoliberales. Los socialdemócratas se convirtieron en rehenes de sus socios neoliberales y de sus propias decisiones anteriores. Las protestas de las bases del partido contra estas políticas tomaron la forma de revueltas que acabaron siendo aplastadas (podríamos considerar el destino de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, y también los intentos, utilizando métodos similares, de asfixiar a Mélenchon). El problema es que una victoria del aparato sobre los activistas se convierte en un vacío político. El aparato carece de la capacidad de desarrollar estrategias a largo plazo, lo que significa que las revueltas se repetirán.
Ahora se habla mucho de descolonización y neocolonialismo. ¿Qué peligros entraña el neocolonialismo para el mundo?
El término “neocolonialismo”, como otros elementos del vocabulario político, está cargado de emotividad y, al mismo tiempo, es sumamente oscuro. Lo que hay que examinar no son los eslóganes, sino las estrategias de desarrollo económico y social de los países de la periferia. No es casualidad que repita la palabra «estrategia», quizás hasta el punto de resultar cansador. Simplemente tenemos que tener en cuenta las consecuencias de las decisiones que tomamos y asumir la responsabilidad de las mismas. ¿Qué políticas están aplicando los gobiernos del Sur Global con respecto a sus propias poblaciones? Ese es el criterio principal, y todo lo demás no es más que retórica. Es cierto que existen limitaciones globales. Pero cuando intentamos superarlas o mitigarlas, lo primero que tenemos que hacer es formular nuestros objetivos y tareas, antes de ponernos a entender quién y qué se interpone en nuestro camino.
¿Qué obras de pensadores de izquierdas aparecidas en la última década presentan, en su opinión, los modelos más interesantes para un futuro que difiera tanto del “socialismo real” del siglo pasado como del neoliberalismo actual?
Como he dicho antes, no es una cuestión de teoría. La izquierda no tiene problemas con sus pensadores. Si simplemente necesitamos sugerencias de lecturas interesantes, recomiendo los libros de Nick Srnicek. También está el utilísimo blog en inglés del economista marxista Michael Roberts. Desde la izquierda keynesiana, hay obras de varios partidarios de la teoría monetaria moderna. A menudo se les malinterpreta, como si sostuvieran que simplemente es necesario imprimir más dinero, pero en realidad no es eso de lo que hablan. Lo que realmente dicen es que es necesario utilizar recursos financieros para movilizar recursos materiales y laborales en beneficio de la sociedad.
Los fundadores del análisis del sistema mundial –Wallerstein, Samir Amin y André Gunder Frank– ya han fallecido, y existe una crisis notable en ese ámbito. Aun así, me parece que el potencial de esa escuela no se ha agotado. También merece la pena tener presente al economista singapurense Martin Hoare, recientemente fallecido. En resumen, hay mucho que leer. Incluso desde que estoy en la cárcel han aparecido nuevos libros, y corro el riesgo de quedarme atrás en el debate. Sin embargo, las cuestiones principales no están en el campo de la teoría, sino en el de la práctica política. Por muchos libros maravillosos que escribamos, no encontraremos respuesta a la pregunta principal, que es: ¿quién va a lograr un avance decisivo en el desarrollo social, y dónde, cómo? Leer y pensar son necesarios no sólo por sí mismos, sino para poder actuar, y actuar políticamente.
Cada vez con más frecuencia, los políticos afirman que la época de paz está llegando a su fin. ¿Tiene la humanidad alguna posibilidad de evitar una Tercera Guerra Mundial y un Armagedón nuclear? ¿Qué debería hacer la izquierda para evitarlo?
Permítanme ser franco: si las élites gobernantes del mundo están decididas a iniciar otra guerra mundial, no vamos a poder detenerlas. De la misma manera, la Segunda Internacional no pudo evitar la Primera Guerra Mundial, a pesar de abrazar el concepto de revolución y celebrar congresos. Cuando Jean Jaurès intentó hacer algo, lo mataron.
A pesar de todo, soy optimista. El conflicto global se está desarrollando ahora siguiendo unas líneas muy distintas a las de la experiencia del siglo XX. Si tenemos la sensación de que los acontecimientos se repiten, es porque estamos pensando en términos de analogías con el pasado: si China y Estados Unidos se pelean por Taiwán, eso significa que inevitablemente entrarán en guerra; si Rusia se pelea con la Unión Europea, el conflicto necesariamente empezará a extenderse. Nada de esto es obvio en absoluto. Me parece que todos los principales conflictos internacionales actuales están llegando a su punto álgido, y la preocupación básica de las élites es cómo escapar de ellos. Pero ahí es donde radica el problema: las élites no encuentran soluciones convenientes que les permitan desescalar. En todos los países envueltos en conflictos, la salida de estas disputas viene inevitablemente asociada, directa o indirectamente, a crisis internas. Alguien tiene que ser tachado de culpable y alguien tiene que reparar a las víctimas. Alguien tiene que pagar para cambiar la relación de fuerzas dentro de los grupos gobernantes, y alguien tiene que aportar soluciones, no sólo medidas de compromiso, sino acuerdos viables.
Hasta ahora, nada ha funcionado. El proceso histórico está empantanado. Sin embargo, tarde o temprano ocurrirá algo y el “equilibrio catastrófico” se destruirá. Un cisne negro se posará inevitablemente. No excluyo, por cierto, que este cisne (un fenómeno absolutamente imprevisto, que confunde todas las ideas preconcebidas) se posara hace mucho tiempo y esté posado en algún lugar no muy lejano, mientras nosotros simplemente no nos damos cuenta, o nos negamos a verlo.
¿Cuál es entonces la tarea de la izquierda? Seguir con nuestras rutinas habituales no tiene sentido. Cuando aparece en escena un proceso social de enormes dimensiones, tenemos que implicarnos en él, intentando darle forma política, convirtiendo las necesidades de las masas en demandas concretas, sus estados de ánimo en consignas y sus expectativas en un programa. El trabajo político no puede hacerse por adelantado, y no hay forma de preparar un programa por adelantado y ponerlo sobre la mesa mientras esperamos el momento adecuado. Cuando llegue ese momento, como mínimo habrá que modificar el programa. Y el programa no puede limitarse a reflejar valores o ideas abstractas. Aunque se base en nuestros valores, tiene que responder a las preguntas que surgen en un momento concreto, marcado por una correlación de fuerzas definida, pero cambiante.
Para una política de izquierdas –es decir, para una política exitosa, transformadora y liberadora– son necesarias ciertas condiciones, condiciones creadas por una crisis de las élites y por una revitalización de las masas. Este es un tema que abordó Lenin, y debemos observar cómo llamó la atención sobre el hecho de que las masas populares son atraídas a la política por las propias masas populares. En Francia, por ejemplo, las elecciones al Parlamento Europeo no jugaron un gran papel: la población era pasiva. Pero el presidente Macron, alarmado por el crecimiento de la extrema derecha, convocó elecciones anticipadas al parlamento nacional, estimulando un debate público que politizó la sociedad.
Veremos qué nuevas oportunidades se abren ante nosotros en el próximo periodo. Estoy seguro de que nos esperan grandes acontecimientos, en los que participará un gran número de personas.
“LA IZQUIERDA NO DEBERÍA HACER CONCESIONES, SINO DICTAR SUS CONDICIONES”
ACERCA DE LA AMENAZA DE LA EXTREMA DERECHA, EL LABORISMO BRITÁNICO
Y LAS POSIBILIDADES DE ÉXITO DE LA IZQUIERDA FRANCESA
La izquierda y los medios liberales de Europa y EE.UU. escriben y hablan cada vez más de la nueva amenaza que representa la ultraderecha. Esta amenaza también es evidente en los éxitos registrados por los partidos de extrema derecha en Europa, donde estas corrientes tienen buenas perspectivas de disputar el poder o incluso de llegar al gobierno. ¿Hasta qué punto es real y acuciante el peligro de una fascistización de la sociedad y la política? ¿Podrán los ultraderechistas de hoy acabar por completo con los restos de las estructuras democráticas y construir un nuevo sistema totalitario, como ocurrió durante el siglo pasado?
Llevo varios años diciendo que no debemos alarmarnos por el crecimiento del populismo de derechas en Europa, ni tampoco en Estados Unidos. En esencia, el centro liberal ha utilizado la “amenaza de la derecha” para obligar a los integrantes de la izquierda a abandonar su propia agenda, aunque sea reformista, y a apoyar a los liberales y a la derecha moderada en nombre de la “salvación de la democracia”. La izquierda ha seguido al pie de la letra las instrucciones de los liberales, ¿y qué hemos conseguido? La influencia de la izquierda se ha reducido a un mínimo histórico, y sus fuerzas se han convertido en una reserva móvil para la burguesía “progresista”, que en cuestiones económicas es incluso más reaccionaria que muchos conservadores empedernidos.
Al mismo tiempo, la influencia de la ultraderecha ha seguido creciendo precisamente en la medida en que la izquierda se ha retirado de su anterior política de clase. Una proporción desmesurada de trabajadores y pobres votan ahora a la extrema derecha, porque ven que la izquierda les ha vendido. Mientras tanto, los éxitos de los nacional-populistas están creando una situación donde una parte de la burguesía está empezando a ver a esta gente como una fuerza con futuro, y está invirtiendo dinero en ellos. Es cierto que esto va a provocar que los derechistas abandonen su populismo social, lo que en teoría podría permitir a la izquierda recuperar a dicho electorado. Pero esto es sólo una posibilidad, y mientras tanto, la situación empeora.
En Francia, la ultraderechista Agrupación Nacional [RN, por sus siglas en francés] ha subido como espuma en las encuestas. Justo antes de las elecciones parlamentarias convocadas por Macron, parecía que la extrema derecha ganaría la mayoría absoluta o relativa, pero al final terminaron en tercer lugar. El favorito resultó ser el Nuevo Frente Popular (NFP). ¿Qué opina usted? ¿Podrá el NFP lograr al menos los éxitos del antiguo Frente Popular, o la alianza está ya condenada a la derrota?
En mi libro Between Class and Discourse, predije algunos aspectos de lo que está sucediendo en Francia (en particular, que Macron y sus políticas permitirían a la extrema derecha tomar la apariencia de una alternativa antisistémica a los ojos de un sector importante de las masas, y que esto haría de los ultraderechistas verdaderos contendientes por el poder, o al menos, los vería emerger como la corriente single más grande. También escribí que el populismo de izquierda de Mélenchon ofrecía una alternativa, pero que otras organizaciones de izquierda harían todo lo posible para impedir que esta alternativa –tanto al macronismo como a la extrema derecha– llegara a existir.
Varias lecciones de fracasos previos siguen influyendo en Mélenchon a la hora de elegir sus alianzas electorales, pero en términos políticos, por desgracia, persiste la línea anterior de unirse al centro. Se trata de un enfoque catastrófico, pero muy difícil de superar mientras la izquierda radical no se enfrente a los moderados con una potente movilización popular. El resultado de la lucha electoral dependerá también del éxito de esta movilización. Por el momento, Mélenchon se ve obligado a hacer concesiones, ya que la amplitud del ascenso no es suficiente. Existe, pero es insuficiente. En esencia, Mélenchon ha intentado entrar en el Hôtel Matignon a hombros de un electorado centrista desmoralizado. Sin embargo, la debacle del centro no ha sido completa: el cadáver sigue dando ciertas señales de vida. Incluso después de haber caído derrotado, el programa centrista se impone a la izquierda. Y ello a pesar de que la izquierda se ha anotado una victoria, aunque no completa.
¿Cree que la izquierda radical, liderada por La France Insoumise (LFI), tiene alguna posibilidad de cambiar la situación a su favor?
Los insumisos no sólo son capaces de convertir las cosas a su favor, sino que es esencial que lo hagan. ¿Pero funcionará? Desde mi lejana posición, no puedo decirlo con certeza.
En Gran Bretaña, las elecciones han llevado al Partido Laborista al poder. ¿Conducirá el gobierno moderado de Keir Starmer a una desilusión masiva de la población y a un posible crecimiento del partido de extrema derecha Reform UK de Nigel Farage, que obtuvo más de cuatro millones de votos en esas elecciones?
Predecir la inminente caída de Keir Starmer es un lugar común para los analistas de izquierdas, y no sólo para los de izquierdas. Esto se debe a que Starmer no tiene ni una agenda precisa ni un programa claro y, en palabras de los compañeros del programa de TG-Canal The Wheatfields of Theresa May, es “tan aburrido como la cerveza sin alcohol”. Es muy probable que estos pronósticos se cumplan. Pero, al menos en aras del equilibrio intelectual, intentemos analizar otra variante.
El hecho de que Starmer no tenga una identidad política definida, que carezca de ideas y programa propios, podría resultar no sólo una debilidad, sino también una especie de ventaja: puede que, como una veleta, gire en cualquier dirección. Desde que llegó al poder ha «purgado» a la izquierda, ya que le ha impedido consolidar su control sobre el partido y lograr una cobertura positiva de su actividad en la prensa burguesa. Si por alguna razón descubre que necesita girar a la izquierda, lo hará con la misma despreocupación y falta de principios que mostró antes al girar el partido a la derecha. Recuerdo que mientras Corbyn era líder, Starmer le era completamente leal, no por razones ideológicas sino simplemente porque le convenía más. Así que no se trata de la personalidad de Starmer o de su programa, que no existe, sino de las circunstancias generales. ¿Podría algo –por ejemplo, las presiones de una crisis social y económica– obligar a los oportunistas que dirigen el partido a cambiar de rumbo hacia la izquierda?
Hay también una segunda pregunta: ¿quiénes son estos 410 diputados laboristas que acaban de ser elegidos? En la mayoría de los casos, son desconocidos. Pero lo más importante es que ni ellos mismos saben quiénes son. ¿Cómo interactuarán con sus electores y cómo construirán sus carreras? El éxito de Tony Blair no impidió el posterior regreso de la izquierda a la dirección del Partido Laborista, ni detuvo el ascenso de Corbyn.
En teoría, un giro a la izquierda es posible incluso bajo Starmer, y especialmente después de que se vaya. ¿Habrá que esperar a que fracasen los laboristas para que se produzcan cambios en el partido? ¿Y si se inicia algún tipo de giro a nivel municipal y regional? No debemos olvidar el resurgimiento del laborismo en Escocia (mi abuela Anna Kolinz se habría alegrado mucho por ello). En Gran Bretaña, hay hoy aperturas interesantes en la política regional. ¿Y podemos ignorar realmente el éxito del Sinn Féin en Irlanda del Norte? De ser nacionalistas católicos, se han transformado en populistas de izquierda, y sus perspectivas dependen de si pueden ganarse la confianza de los obreros protestantes. En resumen, hay oportunidades para la política de izquierdas en Gran Bretaña incluso ahora, y no es obligatorio esperar de tres a cinco años.
Por último, volvamos a Starmer. Es un apparatchik y un tipo gerencial (más que probable, uno capaz). La cuestión es si será capaz de hacer frente a las tareas de gobierno, que son completamente diferentes a tejer intrigas en el partido. Pero quizás lo haga, así que, en general, concedamos a este aburrido individuo el beneficio de la duda. No estoy seguro en absoluto de que las posibilidades que he esbozado vayan a hacerse realidad, sobre todo porque hay muchos factores en contra. Simplemente hago un llamamiento a todos para que estén más atentos a los detalles y, cuando aparezcan oportunidades, no las dejen escapar.
Hace algún tiempo, el New York Times publicó un artículo de Bernie Sanders titulado “Joe Biden for President”, donde Sanders apoyaba a Biden e instaba a los demócratas a no pedir su sustitución durante la campaña electoral. En general, ¿deberían los miembros de la izquierda pensar en términos de “mal menor” de cara a las elecciones? Ante la amenaza de la extrema derecha, ¿es correcto insistir en la selección de un único candidato burgués?
Sanders ha intentado una y otra vez salvar al Partido Demócrata haciendo concesiones, pero los resultados han sido poco impresionantes. En 2016 capituló ante el aparato del partido y ante Hillary Clinton para evitar una victoria de Trump, con el resultado de que Trump ganó. Bernie también se ha abstenido de criticar a Biden, lo que no ha ayudado en nada a Biden. Bernie se ha propuesto demostrar a la dirigencia del Partido Demócrata que es un partidario leal y que no hay por qué tenerle miedo. Sin embargo, no le han dejado acercarse al poder. Veremos cómo funciona ahora.
Es posible que le traten con más amabilidad, pero no serán menos hostiles a su agenda. En cualquier caso, aquí se aplica la misma lógica que en Francia y, en cierta medida, en Alemania: la izquierda se desplaza hacia el centro, mientras que el centro pierde influencia y apoyo en la sociedad. Hace falta algo muy distinto, una movilización radical. La izquierda no debería hacer concesiones, sino dictar sus condiciones. Cuando se está en guerra, se actúa como si se estuviera en guerra. Si la democracia está realmente en peligro, con más razón hay que ser duros y fuertes.