Fotografía: AIDA


Nota.— Desde La Massana, Andorra, el intelectual español Adrián Almazán nos hizo llegar gentilmente esta interesante y bella reseña, que no dudamos en publicar dentro de nuestra sección Parley. Almazán es licenciado en Física y doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, donde lo tuvo a Jorge Riechmann como tutor. Crítico del progreso y la tecnología capitalistas, partidario del decrecimiento y una nueva ruralidad como alternativas civilizatorias, ha militado en diversos colectivos libertarios y ecosocialistas de España (entre otros, Ediciones El Salmón y Ecologistas en Acción). Dio clases en la Universidad de Deusto (Bilbao), de donde fue expulsado a causa de su activismo. Ha colaborado en varias obras colectivas –por ejemplo, Ecosocialismo descalzo (Icaria, 2018, con J. Riechmann et al.)– y escrito numerosos artículos para revistas digitales como CTXT y 15/15\15.


“Escuchar es casi escribir”. Con esa hermosa cita de Alfredo Molano, da comienzo el viaje al que Eduardo Romero nos embarca en su reciente libro ¿Cómo va a ser la montaña un dios? (Pepitas de Calabaza, España, 2022). Un recorrido de ida vuelta, atado con la soga nudosa de marinos mercantes, entre Colombia y Asturias. Escuchar es casi escribir, sí. Pero solo casi. Y es que, en las páginas de este libro arrebatador, se produce la alquimia de hacer de la escucha relato, historia, informe… a veces testamento, a veces caricia. Una alquimia que solo unos pocos afortunados, como Eduardo, pueden practicar con grandeza.

No somos pocos los que, de manera torpe, tratamos de cartografiar nuestro presente y su zozobra. Y así llenamos innumerables cuartillas de datos de consumo de energía, de porcentajes de especies muertas, de informes de personas desaparecidas, de conceptos que traten de capturar nuestro criminal orden social. Y Eduardo lo sabe bien. De esa cartografía es conocedor, pero también genial sintetizador en las propias páginas de su libro. No obstante, si su escritura es más alquímica que cartográfica, es porque a través de ella los datos saben a tierra y levantan una nube de humo, los porcentajes sangran, los informes lloran al pensar en sus hijos muertos y los conceptos se convierten en la historia de una dominación ruin que se alarga ya por más de cinco siglos.

Es por eso difícil anticipar a la lectora, o al lector, lo que encontrarán en estas páginas. Sin duda, una historia muy documentada de la explotación, venta y mercadeo del carbón en uno y otro continente. Es más, una historia global de una industria que se desplaza como un cuervo negro por todo el planeta, depositando semillas de muerte que germinan con explosiones que conflagran comunidades, vidas y naturaleza. Pero también encontrarán un relato de la reproducción de la dominación y la desigualdad con nombres y apellidos. En este libro, Piketty cambio datos económicos por árboles genealógicos. Ante nuestros ojos se despliega la historia de las sagas familiares, como los Alvargonzález, que llevan siglos enriqueciéndose gracias a una dinámica vampírica.

Pero eso no es todo. Línea a línea, el libro de Eduardo nos trae el dolor de los que resisten y luchan contra la transfiguración del mundo. Aquellos para los que criticar el mundo industrial significa poner el cuerpo en defensa del territorio, llorar a sus hijos y buscar justicia para ellos sin importar el precio, habitar barriadas inmundas sacrificadas en los altares del progreso. Mineros, emigradas, sindicalistas, indígenas, activistas, abogadas… Todas personas que son parte de la gran familia caída en desgracia por una necropolítica que, en su insaciable búsqueda de beneficios, ya no duda en atragantarse de tierra, fauna, historia, vida y cuerpos (¿es que alguna vez dudó?).

Así, resonando tras la pregunta que inaugura la arcada de este viaje cuasi dantesco, Eduardo nos ofrece un salvoconducto para mirar de frente a la esquizofrénica situación de nuestro mundo. Un descenso a los infiernos zarandeados por el oleaje de un vaivén continuo entre continentes trufado de matanzas, de esclavitud, de muerte, de impotencia… Pero, a su lado, germinando con una aspiración de infinito, Eduardo arroja luz a todas las esquinas donde habitan el amor y la ternura. El gesto medido con el que se ayuda a caminar a un anciano, la caricia que Eduardo lleva décadas regalando a todos aquellos condenados por este mundo, y la solidaridad como esa ternura entre los pueblos de la que él ha hecho siempre un modus vivendi.

En suma, estas páginas son un regalo. Amargo, sin duda, como nuestro tiempo. Pero también revulsivo. Una descarga eléctrica destinada a desactivar la apatía de los que dan todo por perdido desde el confort de vidas imperiales. Un fogonazo de nieve que retumba en nuestros oídos con las voces de los sin voz, los que pagan con sangre nuestras vidas de despilfarro. Y un faro para pensar los rumbos que tomar.

Porque ninguna historia mejor que la de la Colombia para mostrarnos que solo el pueblo salva el pueblo. De las grandes trasnacionales, poco podemos esperar. Tan solo una continuación ininterrumpida de sus regalos envenenados, de su parasitismo de la vida a cambio de la calderilla, de su camorrismo. Pero no deberíamos seguir incurriendo en la ilusión de ver en el estado un dique de contención, un parapeto frente al caos de las mafias y la violencia de los órdenes fallidos. El estado, como muestra bien la historia colombiana, es en muchos lugares un agente del caos. Un instigador del derrumbe. Un organizador de la violencia que tiene como objetivo prioritario el de siempre: aterrorizar el territorio para privarle de sus custodios. Paralizar con miedo a los humanos para extender el apocalipsis en el tejido de la vida. Avituallar a los sicarios del horror para apagar toda esperanza, toda ilusión, toda imaginación.

Si la historia de la extracción, del trabajo y del imperialismo nos une con maromas ásperas e impregnadas de sal, la experiencia del horror también debería enseñarnos que nadie está a salvo de la codicia del mundo industrial, un Jano bifronte en el que el poder económico y el político comparten una única mente. Y al terminar la última línea y cerrar la tapa del libro con un eco profundo, una pregunta resuena en el aire: ahora que las minas vuelven con fuerza, ahora que nuestro territorio va camino de ser una zona de sacrificio más (como ya lo fueron en el pasado Almadén, Aboño…), ¿cuánto tardará el Jano industrial en traer la muerte hasta nuestras costas, hasta nuestros hogares? ¿Tendremos el corazón suficiente para resistir?

Adrián Almazán