Nota.— Publicamos una entrevista que nuestro compañero Santiago Díaz le hizo a Claudio Katz, economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI (Economistas de Izquierda) y uno de los principales exponentes de la teoría de la dependencia a nivel latinoamericano. Su página web es www.lahaine.org/katz.
Tras la caída del Muro de Berlín, se firmaron una serie de actas de defunción. Se decretó la muerte de los grandes relatos (Lyotard dixit), y, necesariamente, de aquellas grandes categorías propias de una «era pasada». Uno de esos conceptos considerados perimidos o anacrónicos por parte del mainstream intelectual es el de la dependencia. En tu opinión, ¿cuál es su vigencia, en términos de análisis de las problemáticas más acuciantes de las sociedades latinoamericanas?
Desde hace cuatro décadas, vivimos bajo la sombra del capitalismo neoliberal. Ese período comenzó con el thatcherismo, se reforzó con el desplome de la Unión Soviética y persiste en la actualidad. Modificó el funcionamiento de la economía con atropellos a las conquistas sociales, que facilitaron la gran ampliación de actividades y territorios sometidos a la lógica de la ganancia. Todas las corrientes de pensamiento coinciden en resaltar los efectos negativos de esa etapa para América Latina. Pero la teoría marxista de la dependencia aporta importantes instrumentos adicionales para esa evaluación. Yo me ubico en ese terreno de reivindicación de la teoría, señalando al mismo tiempo la necesidad de introducir importantes actualizaciones y modificaciones.
En este plano hay varios temas en discusión. El primero es la superexplotación. En sus últimos trabajos, Marini sostuvo que ese rasgo ya no constituía una peculiaridad de América Latina o la periferia, sino que integraba las características del capitalismo globalizado. Esa reformulación abrió un debate entre quienes ampliamos y reconsideramos la dinámica de ese principio y los autores que defienden su formato tradicional. El segundo tema –que todavía no suscitó polémicas abiertas, pero que seguramente va a derivar en intensas discusiones– es la renta. Algunos pensadores cuestionan la teoría de la dependencia por omitir esa categoría y otros responden que no tiene relevancia específica. Yo coincido con la tesis de reintegrar el concepto al dependentismo, con una caracterización peculiar de la renta agraria y petrolera a escala internacional. Este problema tiene importantes consecuencias para la evaluación de la economía argentina o venezolana.
También se ha renovado el viejo debate sobre el intercambio desigual, ya no con las referencias de los años 70 al modelo de Emmanuel, sino considerando las nuevas modalidades de la división global del trabajo. Hay investigaciones muy interesantes sobre la forma en que la plusvalía es transferida a empresas ubicadas en la cúspide de la cadena de valor. El mismo proceso se verifica en las maquilas y en ciertas empresas transnacionales. Las ideas dependentistas son muy gravitantes en estos terrenos. Un tercer problema en debate es la validez o alcance del concepto de subimperialismo. Hay llamativas evaluaciones de Brasil y Sudáfrica, y sobre todo del papel de los BRICS. Yo creo que esa categoría rige más bien para países como Turquía o India. No es una noción meramente económica. Es un concepto geopolítico, referido a la capacidad de una potencia intermedia para actuar en el plano militar. Es lo que hace Turquía en Siria contra los kurdos. Brasil ha quedado situado en otro plano, desde que perdió capacidad de acción autónoma. Otro tema muy conectado a estos debates es la configuración actual de China. La controversia gira en torno a su clasificación dentro del denominado Sur Global.
Un enfoque renovado de la teoría marxista de la dependencia clarifica las causas del retroceso económico latinoamericano durante el neoliberalismo. Ilustra cómo el extractivismo recrea el subdesarrollo y explica el repliegue de la industria frente a la competencia asiática. También, resalta la coexistencia de la brecha internacional de los salarios, con la segmentación laboral en la periferia y la precarización en el centro. Destaca que el creciente endeudamiento expresa la fragilidad del capitalismo dependiente y la asociación de las clases dominantes con sus pares foráneos. Y, finalmente, esclarece la combinación de crisis por desequilibrios externos y asfixias del poder adquisitivo.
En relación a la pregunta anterior, ¿qué opinas de aquellas perspectivas o enfoques «posdesarrollistas», fuertemente refractarios a la idea de desarrollo?
El primer rasgo dominante de la economía latinoamericana es la primarización y el extractivismo. Desde los años 80, rige un patrón de especialización exportadora, que recrea la antigua especialización de la región como proveedora de productos básicos. Se han consolidado los cultivos de exportación en desmedro del abastecimiento local, a través de un empresariado que maneja los negocios rurales con criterios de inversión y rentabilidad. Estos datos ilustran el agravamiento de los problemas estructurales que estudiaba la teoría de la dependencia.
La primarización y el extractivismo son las denominaciones contemporáneas del subdesarrollo, generado por la sumisión de la región a los precios externos de las commodities. A diferencia del pasado, los estudios de este problema ya no se inspiran en simples presupuestos de desvalorización de las exportaciones básicas. Registran, por ejemplo, la dinámica ascendente de esas cotizaciones durante la década pasada. El movimiento de esos precios es investigado tomando en cuenta su patrón cíclico. Ese vaivén refleja la menor flexibilidad de los productos primarios a la innovación tecnológica, en comparación a sus pares del universo fabril. Por su mayor rigidez, esos insumos tienden a encarecerse suscitando procesos reactivos de industrialización de las materias primas. El doble movimiento de presiones encarecedoras y reacciones de abaratamiento explica la oscilación periódica de esos precios. Pero esas fluctuaciones siempre afectan a la región. Por su condición dependiente, América Latina nunca aprovecha los momentos de vacas gordas y siempre padece los períodos de vacas flacas.
La primarización y el extractivismo exportador reproducen un escenario clásico del dependentismo. El análisis de la renta y del patrón cíclico de los precios de las materias primas complementa la clarificación que introdujo ese enfoque.
Con respecto a las llamadas corrientes posdesarrollistas, también ahí existe una dualidad de situaciones. Hay por un lado un gran espectro de convergencias entre ambas corrientes [teoría de la dependencia y posdesarrollismo] en la denuncia de la reprimarización y en la defensa del medio ambiente. Muchos autores trabajan con razonamientos de las dos concepciones. El desencuentro se ubica con lo que podríamos denominar posdesarrollismo. Hay vertientes antiextractivistas que objetan la idea del desarrollo, en contraposición al programa marxista de forjar otro desarrollo. Esa meta es clave en América Latina como corolario directo de la crítica al subdesarrollo. Además, existe una fuerte divergencia con las perspectivas localistas, meramente comunitarias y antiestatales de esas corrientes. La teoría de la dependencia se inscribe en una tradición de intervención estatal radical, con la mira puesta en la gestación de una sociedad socialista. El postdesarrollismo se opone a esa perspectiva.
¿Cuál es tu evaluación general de las experiencias neoprogresistas en América Latina?
Desde una óptica dependentista, cabría señalar que el ciclo progresista se frustró por no encarar la superación del subdesarrollo. Y eso vale para Argentina, Brasil, pero también para Venezuela. La crítica dependentista destaca que esas orientaciones soslayaron los cambios estructurales requeridos para erradicar el subdesarrollo. En Argentina eludieron el manejo estatal del comercio exterior, en Brasil convalidaron la primacía de las finanzas, y a escala regional congelaron los proyectos de integración (Banco del Sur, fondo común de reservas, sistema cambiario coordinado). Por esa razón, las mejoras logradas en el debut de esos modelos se disiparon, cuando se consolidó la adversidad económica internacional.
La teoría de la dependencia permite entender los límites de las experiencias neodesarrollistas. Esos proyectos minimizan la escala e intensidad de los conflictos vigentes bajo el capitalismo. Relativizan el sometimiento de la región a la dominación imperial y apuestan ingenuamente a un funcionamiento amigable de las economías asentadas en el lucro. Ciertamente el ciclo progresista de la década pasada permitió desahogos políticos, conquistas democráticas y mejoras sociales. Pero no llegó a conformar una etapa posliberal. Los gobiernos mantuvieron los privilegios de los grupos dominantes y se asustaron frente a las protestas sociales. Por eso toleraron la demagogia de la derecha y abrieron el camino a la restauración conservadora.
El balance crítico debe extenderse también al proceso más radicalizado de Venezuela, que continúa afrontando la guerra económica y las conspiraciones criminales. El chavismo implementó políticas de redistribución del ingreso, que afectaron a las clases dominantes y mejoraron inicialmente el ingreso de las mayorías. Pero nunca transformó la renta petrolera en el pilar de un proyecto productivo. Todas las iniciativas de industrialización quedaron bloqueadas por el mal uso de las divisas y los compromisos con la boliburguesía.
Las experiencias de los últimos años confirman la necesidad de respuestas socialistas a los problemas de la región. Ese horizonte fue postulado por la teoría de la dependencia en contraposición a las ilusiones de forjar modelos humanitarios, inclusivos o redistributivos del capitalismo. Esos atributos contradicen la lógica de un sistema regido por explotación y la desigualdad. Ninguna modalidad del capitalismo de estado resuelve los desequilibrios del capitalismo privado. Las mismas contradicciones que generan la competencia, el beneficio y la explotación afectan a ambas variantes. La superación del capitalismo dependiente exige una renovada batalla por el socialismo.
¿Qué relaciones de fuerza expresa el gobierno de Milei? ¿Cómo derrotarlo?
Milei pretende consolidar la demolición del nivel de vida popular, con una recesión que genere altas tasas de desempleo. Espera disuadir la resistencia social con esa masa de desocupados. Menem recurrió a esa receta y su émulo la recrea, paralizando la obra pública y reduciendo las transferencias a las provincias. El ocupante de la Casa Rosada supone que, con esa topadora, la economía encontrará un punto de inflexión, cuando la depresión pulverice el consumo interno. Prevé que la estabilidad monetaria inducirá en ese momento un ciclo de reactivación, manejado por los poderosos que sobrevivan al hundimiento del resto. Pero no computa la posibilidad de una estanflación perdurable por los desequilibrios que introduce su ajuste. Si, por ejemplo, la recaudación decrece –junto al declive del nivel de actividad– más que el recorte del gasto público, la economía quedará entrampada en un círculo vicioso de sucesivas regresiones. También la inflación puede carcomer la devaluación y forzar en poco tiempo otro ajuste del tipo de cambio, con el consiguiente rebrote de los precios. Estas eventualidades son conocidas, pero omitidas por el grueso de las clases dominantes. Todas sus fracciones sostienen la feroz arremetida del nuevo mandatario. Celebran la fenomenal transferencia regresiva de los ingresos que ha impuesto la remarcación de los precios.
Milei no disimula su convocatoria a reforzar la primacía económica de un grupo de empresas. El eje de su megadecreto son los cambios en el Código Civil y Comercial, que otorgan a esas compañías la última palabra en cualquier controversia jurídica. Para estabilizar un modelo neoliberal parecido al que impera en Chile, Colombia o Perú propicia el fulminante predominio del gran capital. La anulación de la ley de góndolas es para Coto; los cambios en los clubs de fútbol, para Macri; la remodelación del azúcar, para Blaquier; la desregulación financiera, para Galperín; el desmembramiento de YPF, para Rocca; y el descontrol de los alimentos para Arcor, Danone y Molinos. También pone fin a las normas de los alquileres por pedido de la Cámara Inmobiliaria, Airbnb y Booking. Avanza en la demolición de las obras sociales a favor de OSDE, Swiss Medical, Galeno y OMINT. La derogación de la Ley de Tierras es un presente para Joe Lewis y Luciano Benetton, y las modificaciones del régimen farmacéutico se amoldan a Farmacity. La desregulación satelital ha sido explícitamente concebida a medida de Starlink.
Por otro lado, Milei inauguró su mandato con la megadevaluación que exigían los exportadores del agro. Ya tenían el dólar-soja que les otorgó Massa y ahora obtuvieron la cotización que ambicionan para sus ventas. Ese beneficio es solventado con el empobrecimiento de la población, que sufrió el inmediato traslado a los precios internos de la duplicada cotización del dólar. Nunca el país soportó un encarecimiento tan descontrolado de la comida para engordar a los terratenientes, los contratistas y los comercializadores de granos. Con ese zarpazo comenzó el alineamiento estratégico de las cotizaciones internas de los alimentos y los combustibles con los promedios internacionales. Un territorio inmensamente rico en nutrientes y energía quedará habitado por pobladores subnutridos, que no pueden refrigerar o calefaccionar sus hogares. Lo más chocante de este ajuste es su implementación en un año de cosecha récord, con novedoso excedente energético. Esos lucros serán embolsados por el puñado de privilegiados, que Milei defiende con elogios a la oligarquía que exterminó a los pueblos originarios. De esa devastación surgieron los latifundios que obstruyeron el desarrollo de Argentina.
El principal obstáculo que afronta la agresión de Milei es su potencial rechazo popular. Si esa oposición se masifica en la calle, el ajuste del «libertario» quedará neutralizado y será recordado como otro fracasado intento de doblegar al pueblo argentino. Esa posibilidad atormenta a las clases dominantes. La resistencia al ajuste ha comenzado y la pulseada con Milei exige motorizar la movilización.
Milei motoriza el ajuste con vertiginosa celeridad para desconcertar a los opositores. Si se lo deja actuar, reforzará esa tónica en el futuro. Si por el contrario afronta un freno, sus iniciativas perderán cohesión. El éxito de esta batalla también transita por forjar un amplio espacio de fuerzas, que exhiba potencia callejera y atraiga a los votantes desilusionados con el «libertario». Resulta indispensable apuntalar la unidad y repetir la masiva acción que socavó a Macri en diciembre del 2017.