Ilustración original de Andrés Casciani



Nota.— Este ensayo de parresía urgente escrito por nuestro compañero Federico Mare se nutre de varias publicaciones anteriores del semanario Kalewche, tanto de otros camaradas como suyas. Puede accederse a todo ese material haciendo clic aquí.

Los procesos electorales de las «democracias» capitalistas suelen ser volátiles, sobre todo si se desarrollan en contextos de crisis económica, malestar social y crispación política, contra el telón de fondo de una cultura degradada: masificación, consumismo, medios hegemónicos, redes sociales, smartphones adictivos y un largo etcétera. Tal es el caso de Argentina este año. Un año al que le resta todavía un bimestre entero y un balotaje presidencial, previsto para el 19 de noviembre.

Grosso modo, podríamos resumir el proceso que va de las PASO –las primarias argentinas– a los comicios generales de hace una semana, como el tránsito del voto bronca al voto miedo. Primeramente, voto castigo contra el oficialismo, que se canalizó por derecha. Luego, voto resignación a favor del oficialismo, por temor a que la derecha empeore lo que ya es muy malo. La clave fundamental –aunque no excluyente– de este giro de 180 grados en el humor social es, como tantas otras veces, la economía.

En las PASO de agosto, fue determinante, crucial, la realidad económica objetiva del presente, con independencia del relato gubernamental (su optimismo panglossiano, sus justificaciones acrobáticas, sus anuncios de rectificación del rumbo); mientras que en las generales de octubre pesaron mucho, muchísimo, las expectativas económicas subjetivas a corto y largo plazo, concretamente, el terror a que las derechas que prometían ajustar y/o dolarizar, abrieran la caja de Pandora de una hiperinflación de magnitud alfonsinista, escenario peor que la actual inflación albertista. En solo dos meses, la ciudadanía argentina pasó, pues, del voto punitivo al voto «malmenorista».


Acercando la lupa

En agosto, cuando se celebraron las PASO, vimos con asombro alcanzar la pole position al economista gurú e influencer Javier Milei, el líder demagogo de las emergentes derechas libertarianas coaligadas en La Libertad Avanza (LLA). Hablamos de una versión extrema de neoliberalismo, entremezclada confusamente con la ética ultraindividualista, el populismo iliberal, la moral neoconservadora y el cosmopolitismo burgués posmoderno, en un indigesto cóctel ideológico no exento de tensiones y contradicciones ideológicas: tecnocratismo de CEOs, culto dogmático a la Escuela Austríaca, hedonismo juvenil libertino, subcultura geek, machismo y homofobia, tribu urbana de los incels, retórica securitista o de mano dura, prédica antiinmigración, patrioterismo de “Argentina Potencia”, teorías conspiranoicas, guiños al cristianismo evangélico, militancia celeste o «pro vida», reivindicación de la “guerra contra la subversión” de la última dictadura, minarquismo de corto plazo, «anarcocapitalismo» de largo plazo, negación del cambio climático…

Aunque debe recordarse que el 30% de votos cosechado por Milei en las PASO –espaldarazo que incluyó la adhesión de gran parte de los sectores populares y del Interior profundo– se debió, esencialmente, a sus mesiánicas promesas –pragmáticas y palingenésicas a la vez– de estabilidad y prosperidad económicas, y de saneamiento moral de la república. Por un lado, la «panacea» de la dolarización, con el anexo de «dinamitar» el Banco Central. Por otro lado, la cruzada de austeridad y anticorrupción (parafraseando a Milei, «la motosierra contra la casta», entendiendo por «casta» todo esto que sigue: partidocracia, kirchnerismo, cleptocracia, asistencialismo, clientelismo, «ñoquis», punteros, vagos «planeros», sindicalistas «chorros», empresarios prebendarios, periodistas «ensobrados», artistas e intelectuales del «zurdaje» y otras «lacras colgadas de la teta del estado»).

Nada nuevo bajo el sol… Se trata de la manida cháchara del «cuco del estatismo», indistintamente llamado también, por la derecha libertariana, «colectivismo» o «comunismo». Una chicana o falacia de espantapájaros que ha rendido pingües réditos de popularidad a una alt-right argenta que ha sabido moverse como pez en el agua en esta sociedad atomizada, despolitizada y embrutecida de individuos consumidores, de sujetos heterónomos enfrascados en el fetichismo tecnológico de la «nueva normalidad» pospandemia, formateados por el capitalismo de vigilancia, con sus burbujas virtuales y manipulaciones algorítmicas, con sus hordas digitales de haters y trolls que reducen sin más la complejidad de la política a la disyuntiva maniquea y moralista «gobernantes que roban o no roban», o bien, «impunidad o cárcel». Todo ello sin ninguna preocupación por cuestiones como la estructura económica, las relaciones de producción e intercambio, la explotación y concentración capitalistas, los intereses y antagonismos de clase, las asimetrías geopolíticas centro-periferia y las premisas plutocráticas de la mentada «malversación de fondos públicos» (los lobbies empresariales que corrompen a la dirigencia política, o dicho en criollo, «los que le dan de comer al chancho», que nunca son noticia para la prensa hegemónica).

Pero dejemos de lado esta aproximación sociológica al fenómeno Milei, que intenta comprender su sorprendente eclosión, y volvamos al proceso electoral argentino en su totalidad. En los comicios generales del domingo pasado, apenas dos meses después de las primarias, asistimos con no menos perplejidad al triunfo del peronista Sergio Massa, el candidato de Unión por la Patria (UxP). Massa es el actual ministro de Economía. Más aún: es el virtual «presidente interino» de la República Argentina, porque Alberto Fernández le ha cedido de hecho el timón del gobierno hasta que su mandato expire formalmente el 10 de diciembre.

Decía “con no menos perplejidad”, refiriéndome a la victoria justicialista en las generales, porque la situación económica de la Argentina albertista-massista es todo menos buena. Devaluación crónica de la moneda nacional y múltiples corridas cambiarias, con una inflación galopante, desmadrada: 138% interanual, 103% acumulada en lo que va de 2023 (hasta septiembre, según el INDEC). Añádase a esta bomba de tiempo, a esta espada de Damocles, la astronómica deuda externa del país, mayormente heredada (tres cuartas partes) del macrismo, que hoy ronda los 400.000 millones de dólares, cifra que representa dos tercios del PBI argentino. Una deuda externa que conlleva, desde luego, todos los condicionamientos –reclamos o presiones de ajuste– habidos y por haber de los organismos internacionales de crédito, con el FMI a la cabeza. Sin olvidarnos de la sequía en la Pampa Húmeda, que provocó una merma importante en las exportaciones agropecuarias, el motor principal de la economía argentina, y su mayor fuente de divisas. Y sin omitir, tampoco, los indicadores sociales: descenso de la desocupación al 6,2 por ciento, pero con altas tasas de subempleo y trabajo informal (44,6%), precarización laboral generalizada, escandalosos niveles de desigualdad en ingresos y en calidad de vida, una pobreza por arriba del 40% (que trepa al 56% en el caso de la población infantil) y una indigencia de casi el 10%.


El problema

¿Cómo diablos pudo Massa forzar una segunda vuelta electoral con esta desastrosa performance económica, pasando su coalición oficialista del 27% y monedas en las primarias (contando los votos de Grabois), a casi el 37 en las generales, lo que significa un incremento relativo del diez por ciento? ¿Cómo logró UxP el milagro de superar la cifra de 9,6 millones de sufragios en octubre, con más de 2,9 millones de votos nuevos respecto a las PASO, mientras Milei y su LLA permanecieron estancados, sin poder superar el techo del 30%, e incluso con una pequeña caída absoluta de medio millón de votos? Jorge Rial, un popular periodista de Buenos Aires, comentó en broma, el lunes siguiente a los comicios, que “Hay una idea de ir a Luján y pedir en la Basílica que al lado de la virgencita (coloquen) una imagen de Massa, porque el resultado de ayer, su victoria, es el milagro más grande de la historia después de la licuación de la sangre de San Genaro”.

A continuación, intentaré esbozar una explicación de lo ocurrido. Explicación necesariamente multicausal, porque la política es siempre compleja, como todos los fenómenos sociales. No tengo certezas, sino hipótesis. Apenas algunos aportes provisionales, en caliente. Un puñado de apuntes para el análisis, la reflexión y el debate, que se sustentan en lo que he leído y meditado sobre el problema. Puede que me equivoque parcial o totalmente en mis argumentos y conclusiones. Nadie es dueño de la verdad, de la infalibilidad. Pero, aunque errara en mucho o en todo, creo que el texto podría servir de algo como «materia prima» para pensar y discutir entre todos y todas, con cierto rigor racional y mesura crítica, y con un compromiso de parresía militante no exento de serenidad, la política argentina de esta coyuntura endemoniada. Una coyuntura donde señorean demasiado el desconcierto, la polarización, el frenesí y la vehemencia.

Ordenaré las hipótesis de menor a mayor, según la importancia creciente que tengo en mente. También en esta jerarquización causal puedo equivocarme, por supuesto, como en todo lo demás. En las ciencias sociales, a diferencia de aquellas que son de laboratorio, no podemos aislar y medir variables con facilidad y exactitud, puesto que los fenómenos sociales son extremadamente complejos, con demasiados factores o niveles, y con demasiadas interdependencias entre ellos. Por no hablar de la dificultad adicional del factor antrópico en sí mismo considerado: la subjetividad humana, dotada de inteligencia, conciencia, sentimientos, voluntad, capacidad de elección y acción. Una ciudadanía votando por distintas fuerzas políticas es algo más complejo que una piedra cayendo, un hierro oxidándose, una planta respirando, un insecto cazando. ¿Las estadísticas? ¿Las encuestas? Son un paliativo importante, sin dudas. Pero no siempre las hay y no siempre resultan fiables (a veces porque yerran, otras porque mienten). Debemos aceptar con humildad –aquí lo hago, aquí invito a hacerlo– que las ciencias sociales producen un conocimiento con un componente conjetural muy elevado, mayor que en las ciencias duras.


Las hipótesis

Podríamos empezar este apartado mencionando el factor distensión de las PASO. Vale decir, las primarias como válvula de escape antes de las generales «por los porotos». Las primarias parecen haber servido para que un electorado furioso se desahogara, se desfogara, «hiciera catarsis» con un masivo voto justiciero, de escarmiento al mal gobierno de Alberto Fernández. ¿Mucho o poco? Pareciera que un poco sí, pero tampoco hay que exagerar… La situación económica sigue siendo muy mala, más allá de algunos paliativos tardíos y oportunistas improvisados por un oficialismo preocupado por su penoso desempeño electoral. Sigue habiendo mucha bronca todavía.

No faltan analistas malpensados que sugieren este otro «detalle» para entender la recuperación de UxP en octubre: un ajuste de tuercas en la maquinaria electoral del peronismo. En las PASO, varios gobernadores e intendentes del PJ que ya se habían asegurado su reelección, habrían «cuidado» los votos de Milei en sus respectivos territorios para perjudicar a JxC, asumiendo que las primarias no eran tan importantes. Pero se les habría «ido la mano» con esa estratagema, beneficiando demasiado a LLA. Para las generales, donde ya había en juego bancas legislativas, el «aparato» oficialista volvió a operar con celo y eficiencia en sus cotos territoriales, a fin de garantizar la victoria del peronismo. Jorge Asís es uno de los analistas que sostienen esta explicación. El propio Massa dio a entender en una entrevista que lo habían «boludeado» en las PASO, que varios intendentes y gobernadores de su color político no habían trabajado lo suficiente. Como no soy amigo de las lecturas conspirativas, opto por restarle importancia a esta conjetura o rumor.

En el repunte milagroso de UxP, algo podría haber influido la «deswokización» del peronismo, inducida por el liderazgo conservador de Massa. El albertismo heredó del kirchnerismo la agenda woke, es decir, las veleidades reformistas y paternalistas de la progresía de clase media «ilustrada»: políticas de identidad, feminismo liberal sin conciencia anticapitalista, módicas discriminaciones positivas, reparaciones simbólicas a favor de minorías, vacunación contra la pandemia de covid-19, promoción de hábitos saludables. Se prodigó demasiada energía en batallas culturales que, independientemente de cómo las valoremos (en lo personal, algunas me parecieron buenas, otras no, por razones que aquí no puedo desarrollar), a ojos de una mayoría proletaria empobrecida por la precarización y la inflación, desesperada o preocupada por el deterioro de su situación material, resultaban excentricidades elitistas irritantes, o bien, inoportunas tormentas en vasos de agua para un país sumido en la miseria: lenguaje inclusivo, etiquetado frontal, cupo trans, DNI no binario, pregunta por afrodescendencia en el censo, etc. (harina de otro costal fue la despenalización y legalización del aborto, que sí significó un avance real muy importante para la salud y autonomía de las mujeres, y que fue apoyado por la mayoría de la sociedad según las encuestas, aunque la minoría «pro vida» también fue numerosa). Tras la debacle del peronismo en las PASO, con una UxP urgida por recuperar el apoyo popular de cara a los comicios generales de octubre, se notó cierta variación tonal –énfasis u omisiones de implicación ideológica– en el discurso de Massa y compañía: más invocaciones a Dios, más alusiones a la patria, más guiños a la familia tradicional (matrimonio heterosexual con hijos/as), más referencias al tópico seguridad; menos perspectiva de género, menos retórica de minorías, menos lenguaje inclusivo, loas a la meritocracia, sinuosidades en materia de educación (“capital humano”, “quiero a los docentes en el aula”)… El peronismo se derechizó, se tornó más conservador, se «massificó». Moderó su progresismo cultural para pescar votos. El kirchnerismo, resignado, convertido en furgón de cola de un tren del que no se puede desenganchar sin quedar en un abandono impotente, se acomodó a esta deriva general de UxP, adoptando un perfil más bajo, con menos estridencias woke. Como los indicios de este proceso ideológico en el seno del peronismo son bastante sutiles y subjetivos, prefiero no darle tanta relevancia electoral, aun a riesgo de incurrir en una infravaloración.

Probablemente haya gravitado más cierto cansancio social con eso que el Turco Asís ha llamado, con su humor sagaz y chispeante, “exceso de antikirchnerismo en sangre”. Esto se aplica sin duda a LLA, pero acaso aún más a Juntos por el Cambio (JxC), la variopinta coalición neoliberal de centroderecha liderada por el expresidente Mauricio Macri. JxC venía de dirimir su interna con la victoria –sobre el moderado y conciliador Rodríguez Larreta– de Patricia Bullrich, representante del ala más conservadora y dura, rabiosamente «gorila» y «anti-K». Una candidata obsesionada con Cristina Fernández, obcecada con La Cámpora. Bullrich hizo de la repetición ad nauseam de la consigna «debemos destruir el kirchnerismo» su caballito de batalla. Pero como bien ha explicado Asís, hay algo de demodé en esa pasión triste, porque el albertismo y el massismo son peronismo, pero no kirchnerismo. De hecho, el kirchnerismo se ha vuelto un sector minoritario dentro del peronismo. Hacer campaña agitando el «fantasma K» como en 2015, cuando JxC debía ganarle la pulseada electoral a un kirchnerismo gobernante y robusto, tenía utilidad táctica. Hacerlo ocho años después que Cristina Fernández haya dejado el sillón de Rivadavia, con cuatro años calamitosos del «cambiemita» Macri en la presidencia, y otros cuatro de un gobierno albertista-massista más peronista que kirchnerista, con un justicialismo que abarca mucho más que un kirchnerismo hoy debilitado, resulta un tanto anacrónico. Otrora, el antikirchnerismo garpaba mucho. Hoy ya no tanto. Bullrich parece haber quedado atrapada en el pasado. Por eso salió tercera en las elecciones generales, con menos de la cuarta parte de los votos emitidos (en las primarias JxC totalizó un 28%, pero la vieja coalición del PRO y sus socios fue eclipsada por el triunfo de Milei, que supo poner el acento en la crisis económica, y que, sin desatender el «nicho» demagógico de la corrupción, tuvo la astucia de ampliar el espectro de acusados a toda «la casta», incluyendo al macribullrichismo, con el que ahora, por conveniencia, ha decidido aliarse para no perderle el paso a Massa). El halcón Bullrich supo destrozar a picotazos a la paloma Rodríguez Larreta, pero nada pudo hacer cuando el águila Milei se le abalanzó con sus garras. Por otro lado, una de las razones que podría explicar la imposibilidad de LLA para crecer en las elecciones generales pudo haber sido el uso abusivo de la retórica antikirchnerista. Esta retórica le funcionó en las PASO, cuando había que disputarle a JxC el electorado de las clases altas y medias, donde el «gorilismo» tiene numerosos adeptos. Pero Milei ya había sacado una buena tajada de ese salchichón, y se suponía que en las generales debía seducir al electorado independiente, indeciso y/o moderado. Insistir tanto con el odio o resentimiento «anti-K» podía servir para «convencer a los convencidos», pero no para captar nuevos caudales de votos en el centro del espectro político-ideológico.

Sumemos a la lista un factor de mayor peso: la alarma del establishment económico con Milei y el fin del blindaje mediático de su figura. Al principio, gran parte de la élite empresarial parecía sentirse atraída por el economista celebrity. Sus ideas teóricas y proyectos «utópicos», que basculaban entre el minarquismo y el «anarcocapitalismo», no podían desagradarle mucho, pues no eran otra cosa que un neoliberalismo radicalizado. La prensa hegemónica, por ende, fogoneaba sin escrúpulos al líder de LLA, alimentando irresponsablemente el monstruo, un poco por cálculo político (desgastar la imagen pública del gobierno de Alberto Fernández y la coalición política que lo catapultó a la Casa Rosada) y otro poco por mero sensacionalismo (incrementar el rating televisivo, la audiencia radial y la masa de lectores explotando su «incorrección política», tanto entre sus admiradores como entre quienes lo siguen por «consumo irónico»). Pero a medida que se acercaban las PASO, el establishment económico empezó a ver con otros ojos el fenómeno Milei. Ojos menos relajados y más inquietos, ojos menos condescendientes y más rigurosos, ojos menos idealistas y más pragmáticos. El idilio se fue enfriando. El encantamiento de las serpientes comenzó a romperse. Ni hablar cuando el «partido amistoso» de las primarias terminó en victoria impensada del precandidato despeinado, y los popes de la economía argentina cayeron en la cuenta de que la cosa no era en joda. Con el «partido por los puntos» (comicios generales) a la vuelta de la esquina, la plutocracia se tomó mucho más en serio al demente demagogo y fanático que podía incendiar el país con su inexperiencia en la gestión pública, su extremismo dogmático, su desequilibrio emocional, su falta de espalda y cintura políticas. Desde luego que al establishment no le importaba –ni le importa– el bienestar popular, sino la estabilidad económica, la gobernabilidad, la «paz social», la sacrosanta rentabilidad, sus intereses particulares. Una dolarización irresponsable, aventurera, con megadevaluación y alto riesgo de hiperinflación, podría derivar en una crisis colosal como la de 2001: colapso económico y estallido social. ¿Cómo hacer negocios en un país implosionado? Además, Milei llegó a declarar que un gobierno suyo rompería relaciones con Brasil y China, los dos mayores socios comerciales de la Argentina (14% y 9% de nuestras exportaciones, respectivamente), por razones ideológicas, a saber: “son comunistas” (sic). No hace falta aclarar que este «anticomunismo» (falta de realismo y pragmatismo) en materia de relaciones exteriores no fue de ningún agrado para el establishment económico… Como no podía ser de otro modo, el cambio de parecer en el círculo rojo respecto al fenómeno Milei se vio reflejado en la prensa hegemónica. Los grandes medios, asustados de su propia criatura, que tanto habían cebado y agigantado, le fueron soltando la mano ya en vísperas de las PASO. Luego de ellas, el tratamiento noticioso negativo del fenómeno Milei se volvió cada vez más y más hostil, impiadoso, machacante, encarnizado. No parece casual que este giro coincidiera con las amenazas del candidato libertariano –enojado con la lluvia de críticas y denuncias periodísticas en su contra– de cancelar la pauta publicitaria oficial si se convertía en presidente. Ni al Grupo Clarín, ni a ninguno de los otros pulpos corporativos que dominan el oligopolio mediático argentino, les hicieron ninguna gracia esas advertencias de represalia (hay en juego más de 8.600 millones de pesos). Entonces, la prensa hegemónica redobló como nunca sus esfuerzos por desprestigiar a Milei, algo que parece haber logrado en parte (aunque el propio candidato y sus secuaces facilitaron mucho la faena con su incontinencia verbal triunfalista posterior a las PASO, cuando quedaron sobreexpuestos ante la opinión pública por su victoria electoral). Enfatizo “en parte” porque el aura de político maldito no la ha perdido totalmente al quedar desblindado.

“It’s the economy, stupid!”, le espetó Bill Clinton a George Bush (padre) en la campaña electoral de 1992, donde el presidenciable demócrata logró imponerse sobre el presidente republicano, que iba por su reelección. No descubrimos la pólvora si decimos que la economía es clave en toda votación. Massa lo comprendió. Con mucha demora, es cierto. Pero lo comprendió. Después del duro revés en las primarias y la tremenda devaluación del lunes subsiguiente, se apresuró a lanzar una batería de medidas redistributivas. El contraste entre esta repentina hiperactividad y la larga parsimonia de su gestión ministerial, que se remontaba a más de un año (asumió la cartera de Economía en julio de 2022), y que vino a prolongar la de sus predecesores albertistas (Martín Guzmán y Silvina Batakis), dejó al desnudo la intencionalidad electoralista del oficialismo: lo que se dice un manotazo de ahogado. El volantazo redistributivo incluyó sumas fijas para empleados estatales pagaderas en dos cuotas, refuerzos en las jubilaciones mínimas y la Tarjeta Alimentar, suspensión del aumento de las prepagas por 90 días, exención impositiva temporal para monotributistas, descuentos del IVA, eliminación de la cuarta categoría del impuesto a las ganancias y beneficios a las PYMES. El paquete económico de Massa no ha revertido la mala situación económica del país, pero sirvió para mitigarla y descomprimir la olla a presión de la bronca popular. Es probable que el repunte electoral de octubre se deba, en parte, al «plan platita». ¿Voto agradecido o voto vergonzante? Imposible saberlo con exactitud, pero no sería raro que fuese más lo segundo que lo primero, teniendo en cuenta lo grosera que fue la motivación electoralista (en menos de cuatro semanas el oficialismo hizo lo que no hizo en casi cuatro años). Populismo peronista en el peor de los sentidos: aquel que da letra a la maledicencia «gorila».

La transa descarada de Milei con «la casta» luego de las primarias –con personajes nefastos como el burócrata sindical Luis Barrionuevo, epítome de la politiquería y corrupción argentinas– sin duda no lo benefició en las generales. Al contrario: cabe suponer que lo haya perjudicado bastante, algo que probablemente se agrave en estas semanas de cara al balotaje, debido al escandaloso contubernio con el macribullrichismo, que muchos votantes no vacilan en considerar parte de la misma podredumbre partidocrática, igual que el kirchnerismo. La popularidad de LLA se cimentaba en su mística de fuerza política novel, «no contaminada» por la vieja política. Haciendo una alianza non sancta con «la casta» que tanto denunciaron, Milei y sus correligionarios podrían haber dilapidado uno de sus mayores activos electorales. Volverse una coalición «atrapalotodo» es un arma de doble filo… Habrá que ver qué sucede en la segunda vuelta, pero muchos analistas consideran que Milei se cavó su propia fosa. No se trata solo de los votos posiblemente perdidos en la primera vuelta, ni de los que pueda perder en el balotaje, sino de la crisis que el proceder maquiavélico del líder libertariano ha generado al interior de su coalición, donde muchos se han desilusionado y enojado ante lo que juzgan una traición, una claudicación.

Muy importante considero la catarata de errores no forzados de Milei y sus correligionarios luego de las PASO, que traccionó el voto miedo –económico y no solo económico– eclipsando el voto bronca de las primarias. Cuando todos los reflectores se posaron en los ganadores y se imponía declarar con cautela o habilidad, la euforia triunfalista les jugó una mala pasada. Hablaron de más, y el pez por la boca muere. A Milei se lo comió su propio personaje, como les ha pasado a tantos ídolos (desde Maradona hasta Iorio). La gran equivocación de LLA fue creer que la gente había comprado el combo completo de su ideario político, cuando en realidad solo se trataba de magnetismo carismático, creencia ingenua en la receta de la dolarización y acierto proselitista de dos metáforas políticas: la «casta» y la «motosierra». No mucho más. Pero Milei y su coalición asumieron que las mayorías populares acordarían con cada cosa que propusieran u opinaran a bocajarro: eliminación del Banco Central, libre tenencia de armas, vouchers educativos, privatización de la salud, negación del cambio climático, mercantilización del agua de los ríos, declaraciones calumniosas contra el papa Francisco (“tiene afinidad por los comunistas asesinos”, “viola los Diez Mandamientos al defender la justicia social”), ruptura de relaciones con Brasil y China (y también con el Vaticano), paternidad optativa, autodeterminación para los kelpers de las Malvinas, comentarios alarmantes o despectivos sobre la moneda nacional (“cuanto más alto esté el dólar, más fácil será dolarizar”, “el peso no puede valer ni excremento”), reivindicación de Margaret Thatcher, rehabilitación histórica de los españoles realistas que se opusieron a la Revolución de Mayo y la independencia del Río de la Plata, apología de la «guerra sucia» del Proceso contra las organizaciones armadas de izquierda… No mencionamos sus disquisiciones propietaristas «en abstracto» sobre la venta de órganos e hijos, ni tampoco sus floridas divagaciones teológicas en torno al viejo mito protestante según el cual el papa sería la encarnación del Anticristo (“el maligno en la Tierra que ocupa el trono de la casa de Dios”), tan citadas y comentadas en estos días, porque son material de archivo recuperado por la prensa, ya sea como operación política o por simple amarillismo. Lo cierto es que tantos y tantos sincericidios han dañado seriamente la imagen de Milei, Villarroel, Marra, Lemoine y compañía. Su extravagante y antipática verborragia de cruzada ideológica parece haber sido decisiva en el estancamiento electoral de LLA. Añádase a este párrafo la inestabilidad emocional de Milei, que no es nueva pero que parece haberse agudizado con el estrés electoral. Cuando era un precandidato para las primarias, ese rasgo suscitaba más atracción que repulsión. El cuadro se invirtió cuando Milei se transformó en un exitoso candidato para las generales. Entonces, bajo la atenta lupa que observa a los políticos presidenciables, su inestabilidad emocional devino fuente mayúscula de desconfianza, igual que muchas de sus ideas y propuestas que antes eran ignoradas o tomadas en broma, o con displicencia. El electorado pasó de la bronca al miedo. Miedo a varias cosas, pero sobre todo a una en particular: una megadevaluación seguida de hiperinflación. Ahí radica la clave para comprender por qué Milei se estancó electoralmente este mes de octubre, por qué no pudo captar nuevos apoyos en la ciudadanía indecisa, independiente o moderada.

He dejado para el final lo que considero el factor más determinante del triunfo peronista en primera vuelta. Es tan obvio que podemos olvidar su enorme relevancia: una oposición de derecha dividida. Los votos sumados de LLA y JxC ascienden a casi el 54 por ciento de los sufragios emitidos (sic), esto es, 18% más que el tercio con creces conseguido por UxP. Pero en aritmética electoral, 30 más 24 no supera a 36. Habrá segunda vuelta en noviembre.


A manera de colofón

La noche misma en que Massa ganó la primera vuelta y quedó asegurado su ingreso al balotaje junto a Milei, JxC se hundió en una profunda crisis. Con celeridad pasmosa, de forma inconsulta, secretamente, a espaldas de su coalición, Macri y Bullrich se reunieron con Milei y pactaron con él. Los detalles del toma y daca no se conocen, pero son previsibles: cargos en un eventual gobierno de LLA, a cambio de apoyo político y financiero en la segunda vuelta. Tanto el radicalismo como los partidos más minoritarios de JxC salieron a condenar con dureza la traición macribullrichista. También lo hizo el ala blanda del PRO, encabezada por Larreta. Todo indica que se ha producido una fractura, aunque habrá que esperar unos días más para tener claro el panorama.

No es nada seguro que esta alianza improvisada, informal e indecorosa, acordada entre gallos y medianoche, pueda ganarle a Massa. Menos dudas genera la perspectiva de que buena parte del voto de la UCR –con cinco gobernaciones y cientos de intendencias– migre a UxP. Algo parecido, pero en menor medida, podría suceder con el voto del PRO no alineado con Macri y Bullrich, que también tiene una presencia territorial considerable. Pocos dirigentes cambiemitas de importancia han llamado a votar al peronismo, pero se sospecha que detrás de los anuncios oficiales de voto en blanco podría haber mucho voto positivo contra Milei, o sea, voto furtivo a favor de Massa. El escándalo del pacto libertariano-macribullrichista y la implosión de JxC podría darle la victoria a UxP, aunque nadie tiene la bola de cristal. La política argentina es tan volátil como su economía, y ambas podrían sorprendernos.

Lo que sí está claro es que el próximo gobierno –sea cual fuere– no la tendrá fácil. En primer lugar, porque en el Congreso las bancas oficialistas estarán muy por debajo del quórum, especialmente en la Cámara de Diputados, debido a la fragmentación electoral que hubo en la primera vuelta; por lo que deberá tejer alianzas, antes o después del 10 de diciembre. En segundo lugar, el nuevo oficialismo no contará con una base territorial muy amplia, pues la distribución de provincias y municipios entre fuerzas políticas ya es bastante dispersa, y podría aumentar aún más si JxC se rompe en dos o más tendencias, algo que parece inevitable. En tercer lugar, los problemas económicos: deuda externa, escasez de divisas, inflación…

El nuevo gobierno, de Massa o Milei, hará un ajuste. Qué tan grande será, no lo sabemos bien. El FMI pide un ajuste del 2,4% del PBI, que es un montón de dinero. Milei ha dicho que quiere una reducción mucho mayor. Primero afirmó que el ajuste debería rondar el 15% del PBI, un porcentaje delirante. Luego de las PASO, teorema de Baglini mediante, aseveró que debería ser no menor al 5 por ciento. Posiblemente Massa intente negociar con el FMI un ajuste algunas décimas más abajo del 2,4% requerido… Pero ajuste habrá, y será duro.

Otra cosa más importante está clara: si la derecha sacó más de la mitad de los votos en la primera vuelta (LLA + JxC), perdiendo aun así con el oficialismo por estar partida en dos, el peronismo que viene de ganar en octubre es un peronismo massificado, y por lo tanto, centroderechizado. Hacemos por Nuestro País, el partido del cordobés Schiaretti, también es un partido más de centroderecha que de centroizquierda o centro-centro: obtuvo casi el 7% de los votos. De modo que, si sumamos todos los sufragios conseguidos por las fuerzas de derecha y centroderecha, caemos en la cuenta de que superan el 97% de los votos.

Que la casi totalidad de la ciudadanía que participó en primera vuelta (un 22% se abstuvo) votara por listas de derecha o centroderecha, no significa que la sociedad se haya derechizado en sus ideas y aspiraciones. Hay, por supuesto, un neoliberalismo popular muy extendido, anclado en el precariado, la informalidad, el emprendedurismo y la moral individualista del sálvese quien pueda. Hay también un conservadurismo cultural bastante arraigado en muchos bolsones (por ejemplo, las iglesias evangélicas). Pero esto es así desde hace bastante tiempo. No se trata de ninguna novedad de este 2023. Votar a la derecha no significa necesariamente votar desde la derecha. Puede tratarse, como ocurrió en Argentina con el fenómeno Milei durante las PASO, de un voto bronca por la crisis económica. Mal canalizado ciertamente, pero no por ello programático. Las mayorías populares votaron a Milei más por lo que simbolizaba, más por lo que captaba y transmitía a nivel emocional, que por sus ideas, casi todas desconocidas, otras no tanto pero incomprendidas.

La izquierda, el FITU, sacó poquísimos votos: menos del 3%. Se hace necesario reflexionar, ejercitar la autocrítica. ¿Se hizo algo mal? ¿Se pudo haber hecho algo mejor? En teoría, se supone que las crisis económicas y de representación política, en las que tanto sufre la clase trabajadora, en las que el pueblo se indigna y estremece, debieran ser ventanas de oportunidad para la propaganda socialista, para la agitación anticapitalista…

Se viene el balotaje, y con él, el debate estratégico con el posibilismo, con el malmenorismo. ¿Tan distinto es Massa a Milei como para que se justifique un voto pragmático a favor del peronismo para impedir un gobierno libertariano-macribullrichista? ¿Es acaso Massa un progresista Allende enfrentado a un golpista Pinochet? ¿El capitalismo o la democracia están en juego en la segunda vuelta de noviembre? ¿O se trata de pequeñas diferencias al interior del extremo centro neoliberal, más apreciables si dirigimos la mirada a la superestructura y sus espectaculares «guerras culturales», pero apenas de matiz si prestamos atención –como debemos– a la estructura profunda de la sociedad? Me refiero a su base material, a sus relaciones de producción y apropiación, al capital que explota al trabajo, a las clases sociales, a la lucha de clases…

Próximamente, publicaremos en Kalewche un artículo sobre el balotaje Milei-Massa, las izquierdas y el voto en blanco. En esta misma sección, que se llama Cartas Náuticas, o quizás en Naumaquia. No se llaman así en vano. Hay que navegar, hay que combatir. Por la utopía. Siempre.

Federico Mare