Recuerdo haber escuchado alguna vez a Alejandro Dolina quejarse con sorna, en su programa de radio, de todas esas monótonas entrevistas promocionales de TV donde directores y actores de Hollywood hacen malabares para contarles a periodistas y público de qué trata la película que se estrena, pero sin incurrir en revelaciones indiscretas que arruinen el goce estético de la incertidumbre y el factor sorpresa (suspenso, intriga, misterio, susto, gag, giro argumental, bofetada trágica, deus ex machina, identidad del asesino, desenlace, etc.). ¿El resultado? Narraciones que se esfuerzan en describir con la mayor minuciosidad posible la trama, pero limitando los spoilers a la parte introductoria, a los primeros minutos del largometraje. El conductor de La venganza será terrible tenía razón en su crítica. Aunque se lo haya dicho muchas veces, se ha olvidado muchas más que la reseña de un film o un libro –formal o improvisada, escrita u oral– no debería tener como propósito principal, y mucho menos como propósito exclusivo, resumir su trama, replicarla en pequeña escala, condensarla, sino incitar a la lectura de la obra –o desalentarla– entablando un diálogo crítico-analítico y reflexivo con ella.

Si hay un lugar donde este saludable criterio es olímpicamente ignorado, ese lugar es la academia. Claro que hay un aliciente no menor: la reseña de un libro científico, filosófico o técnico –un tratado de biología o un manual de sociología, por poner dos ejemplos– no debe cumplir con ninguna exigencia anti-spoiler, ya que su objeto no es una ficción literaria, de la que se espere centralmente un goce intenso del factor sorpresa. Así y todo, el defecto subsiste. No en este caso porque se peque de indiscreción, sino porque se peca de descriptivismo. Las recensiones académicas informan, diseccionan, citan textualmente, parafrasean, glosan y compendian, pero rara vez piensan los libros que tematizan, al menos no de manera suficientemente activa, original o incisiva. De tanto en tanto alguna lo hace, pero es un pensamiento sobre y para la obra reseñada, y nada más que sobre y para la obra reseñada, quedando clausurada la posibilidad de un pensamiento desde la obra reseñada, a modo de ventana o trampolín, en aras de objetivos propios del reseñista –teóricos o prácticos– total o parcialmente distintos a los del autor, o similares pero enmarcados en otras circunstancias que aportan fecundas diferencias de matiz aquí y allá.

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Ariel Petruccelli y yo nos conocemos desde hace quince años. Nuestra amistad a distancia (ambos vivimos en Argentina, pero en provincias diferentes, a cientos de kilómetros) siempre se ha basado en una intensa camaradería intelectual, política y literaria: intercambiar a través de distintos medios –correos, llamadas, videochats, etc.– lecturas, borradores, escritos publicados, datos, opiniones, análisis, reflexiones, críticas, sugerencias, etc., sobre los más diversos asuntos y proyectos. Sin embargo, durante mucho tiempo, nuestra camaradería no se plasmó en ningún texto de coautoría. Hablamos de ello más de una vez. Estaba el deseo, la intención. Pero por hache o por be la cosa nunca se concretó. Esta situación dio un vuelco a fines del verano austral de 2020, bajo el poderoso estímulo de la crisis pandémica, y del profundo malestar y disenso que tuvimos desde un primer momento con las interpretaciones y propuestas dominantes.

Tempranamente, Ariel y yo coincidimos en nuestras posiciones radicalmente heterodoxas y críticas, en un contexto de irracionalidad e intolerancia desmadradas, de creciente soledad intelectual y marginación política, que hizo cada vez más difícil el ejercicio de la parresía (¡hasta la izquierda anticapitalista se plegó a la ortodoxia covidiana!). Podríamos agrupar ese consenso en cuatro puntos fundamentales:

1) Diagnóstico epidemiológico de situación.— Convergimos en una mesura racional y prudente, alejada por igual de todo negacionismo y de todo catastrofismo. Sin negar en ningún momento la existencia del nuevo virus SARS-CoV-2, sin minimizar jamás sus preocupantes efectos negativos, aceptando siempre que estábamos ante un problema de salud pública serio, ante una emergencia sanitaria que demandaba urgentes y eficientes respuestas de las autoridades, nos dimos cuenta, sin embargo, comparando los datos oficiales de morbilidad y mortalidad tanto a nivel sincrónico como diacrónico, que la pandemia de covid-19, aun siendo una amenaza bastante más grave que las pandemias recientes de los últimos veinte años (SARS-CoV-1, gripe aviar, gripe porcina), está a años luz de las peores pandemias que azotaron a la especie humana, como la peste negra medieval o la llamada gripe española de 1918. Sin embargo, contra toda evidencia, se creyó lo contrario, y se actuó en consecuencia… Por otro lado, no tardamos en advertir que la peligrosidad del virus no era indiscriminada, sino que estaba muy fuertemente concentrada en la población anciana y las personas con comorbilidades específicas.

2) Explicación del fenómeno.— Se trataba, para ambos, de una zoonosis previsible, cuyo origen era imposible entender si se hacía abstracción del factor antrópico y de la realidad social contemporánea. Acordamos en que la pandemia de covid-19 había sido causada por el destructivo impacto ambiental del sistema económico capitalista sobre la geosfera y biosfera: calentamiento global, deforestación, megagranjas aviares y porcinas, etc. Coincidimos, también, a la hora de explicar por qué la desmesura pandémica de las sociedades y sus gobiernos, una vez gestada y alumbrada, perduró tanto tiempo: la obsesión por la seguridad y la salud de las clases acomodadas globales del capitalismo tardío –una suerte de nueva religión secular de la posmodernidad– se proyectó como una sombra por doquier, determinando fuertemente las percepciones colectivas y las agendas sanitarias.

3) Cuestionamiento de las políticas implementadas.— Denunciamos la ineficacia –o escasa eficacia– de lo que dimos en llamar talibanismo sanitario, y sus negativas consecuencias colaterales no solo a nivel económico, sociocultural, político y psicológico, sino también en el propio campo de la salud física, en cuyo nombre se lo quería justificar todo. Medidas como los confinamientos masivos e indiscriminados, el uso obligatorio de mascarillas al aire libre o la suspensión de clases presenciales en las escuelas, nos parecieron un desatino irresponsable, igual que la posterior aplicación de vacunas de baja efectividad (un problema que existe con todos los virus respiratorios gripales o flu-like) en segmentos de población que no eran vulnerables, con el agravante de que las vacunas no estaban suficientemente testeadas, y de que había indicios de contraindicaciones alarmantes en algunos pacientes.

4) Necesidad de políticas focalizadas.— En concordancia con la Declaración de Great Barrington, entendimos que no era viable ni conveniente tratar de erradicar el virus SARS-CoV-2, y que la estrategia sanitaria debía ser no entorpecer ni demorar la transición inevitable del covid-19 desde epidemia a endemia –vale decir, desde la inmunodeficiencia a la inmunidad de grupo o rebaño– priorizando el desarrollo de la inmunidad natural en la población –más efectiva, duradera y segura– por sobre el desarrollo de la inmunidad artificial (vacunas de eficacia dudosa o muy limitada y efímera, con serios problemas o riesgos desde un punto de vista iatrogénico). Dicha transición, por supuesto, debía ir acompañada de políticas activas que mitigaran todo lo posible el impacto pandémico en términos de morbilidad y –sobre todo– mortalidad. Nos parecía que lo más necesario y urgente era tomar medidas de protección focalizadas en los grupos de riesgo: población anciana –especialmente aquella que residía en geriátricos y/o superaba los 70 años de edad– y personas con ciertas comorbilidades específicas como hipertensión, diabetes, problemas cardiovasculares, obesidad, etc. No tenía justificación científica ni ética, si lo que realmente más importaba era la salud pública y el bienestar general, imponer encierros masivos e indiscriminados, o semiparalizar la economía ignorando sus desastrosos efectos sociales (aumento del desempleo, cierre de comercios, hundimiento del cuentapropismo informal, pauperización, crecimiento de la desigualdad, etc.). Tampoco la tenía suspender las clases presenciales indefinidamente, a sabiendas de sus calamitosas consecuencias pedagógicas (y no solo pedagógicas); o exigir el uso de barbijo al aire libre o en lugares bien ventilados; o relegar sine die la atención de todos los problemas de sanidad que no fueran el covid-19.

En base a este consenso de cuatro puntos, Petruccelli y yo escribimos un par de artículos durante los primeros meses de la pandemia, que salieron publicados en diferentes medios nacionales e internacionales; y participamos, asimismo, en la obra colectiva La fiebre. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia (ASPO, 2020). Posteriormente, Ariel escribió un libro con dos autores españoles, el médico José Ramón Loayssa y la abogada Paz Francés, intitulado Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo (Ediciones El Salmón, 2021), para el cual colaboré con el capítulo 1, “Breve historia de las pandemias”, que buscaba aportar una perspectiva diacrónico-comparativa de larga duración. Esta obra tuvo una segunda edición actualizada y ampliada, que vio la luz a fines de 2021. Debe hacerse notar que Francés y Loayssa tenían a sus espaldas una trayectoria pública de activa disidencia en España, pues habían criticado frontalmente la ortodoxia covidiana y militado contra el talibanismo sanitario desde los primeros meses de la pandemia.

En Covid-19. La respuesta…, sus autores mantuvieron, en lo esencial, las tesis y los argumentos que ya venían esgrimiendo, pero con mayor abundancia y rigor en la base empírica (fuentes bibliográficas y hemerográficas, información científica y periodística, datos epidemiológicos y estadísticos, etc.), amén de mayor profundidad en los análisis y las reflexiones. Esto se debió a varias circunstancias. En primer lugar, las ventajas asociadas al cambio de formato: la extensión del libro contra la brevedad del artículo (hablamos de libro en el sentido estricto de la palabra, vale decir, una obra de largo aliento y dotada de unidad, no una mera compilación o rejunte de textos cortos). En segundo lugar, la interdisciplinariedad vinculada a la autoría coral, con toda su sinergia intelectual: medicina, ciencias sociales, derecho, etc. Y en tercer lugar –aunque no menos importante– el paso del tiempo, que ofreció una mejor panorámica del proceso pandémico en curso (los primeros meses, muchas tendencias todavía no estaban claras, en gran medida porque faltaban datos o porque estos no habían sido todavía suficientemente sistematizados, analizados, comparados y/o difundidos).

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Petruccelli y Loayssa regresaron al ruedo como dúo en 2022, con algunos artículos y un segundo libro: Una pandemia sin ciencia ni ética. Covid-19: fracaso sanitario, manipulación política y desastre socioeconómico, nuevamente en conjunción con la editorial española El Salmón. Reseñar este libro es el propósito del presente artículo.

Todas las virtudes evidenciadas en la primera obra –solidez empírica, consistencia lógica, sagacidad analítica, hondura reflexiva, amplitud de miras, complejidad con matices, claridad expositiva, mesura crítica, interdisciplinariedad, unidad orgánica de la obra a pesar de la autoría múltiple, originalidad, perspectiva comparativa macro, conciencia histórica, sensibilidad humana y social, coraje público en la heterodoxia y el disenso, compromiso político anticapitalista de izquierda– vuelven a estar presentes en Una pandemia sin ciencia ni ética. No solo vuelven a estar presentes, sino que, en varios casos, cabe hablar de una superación.

Covid-19. La respuesta… fue un libro escrito en caliente y con urgencia, en medio del pandemónium pandémico, contra reloj y sin la ventaja –permítaseme la metáfora futbolera– del diario del lunes, es decir, sin una mirada retrospectiva del proceso lo suficientemente totalizadora. Cosas que resultaban confusas o dudosas en el primer año de la pandemia, se volvieron más discernibles para el segundo año. En Una pandemia sin ciencia ni ética, Petruccelli y Loayssa han podido acceder –por ejemplo– a datos y gráficos estadísticos cruciales sobre exceso de mortalidad en EuroMOMO, que corroboraron la justeza de su línea interpretativa: la pandemia de covid-19 no ha sido ninguna catástrofe cuasi-apocalíptica, las medidas de aislamiento y distanciamiento adoptadas han resultado poco beneficiosas (cuando no lisa y llanamente contraproducentes), las vacunas no han representado ninguna panacea, etc. Aunque cueste creerlo, la mortalidad general en este 2022 de «nueva normalidad» está resultando bastante peor que la del annus horribilis de 2020, al menos en Europa, el continente con mejor cobertura estadística… O sea: hace dos años nos alarmamos mucho más de lo que era sensato, y ahora mucho menos de lo que deberíamos… ¡El mundo al revés! Todo parece indicar que este exceso de mortalidad inusualmente elevado estaría asociado a la iatrogenia de la mala gestión pandémica: patologías ajenas al covid-19 no detectadas a tiempo o largamente desatendidas (cáncer y problemas cardiovasculares, por ejemplo), efectos colaterales de vacunas insuficientemente testeadas, morbilidad vinculada a la dramática pauperización de 2020, etc.

Por lo demás, los autores tuvieron más tiempo –por ende, más calma– para buscar y «masticar» la información, para meditar y escribir el libro. Eso se palpa en la lectura: la claridad expositiva, el estilo literario y la cohesión interna del nuevo libro no tienen altibajos. Nada de lo dicho aquí busca desmerecer al más febril Covid-19. La respuesta…, una obra de gran lucidez y coraje que, para aquel singular momento de vorágine e histeria colectiva en que vio la luz, resultó una contribución invaluable al pensamiento crítico.

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Presentemos sucintamente el plan de obra de Una pandemia sin ciencia ni ética. El libro comienza con un elocuente prólogo del médico español Juan Gérvas, referente indiscutible de la sanidad pública en su país y una de las voces críticas más perspicaces, valientes y perseverantes que ha tenido la gestión pandémica en el mundo de habla castellana. Sigue con una introducción a cargo de los dos autores, donde estos enuncian sus tesis y sintetizan sus argumentos.

En el capítulo 1, se ofrece una aproximación propedéutica –una “primera mirada”, para usar las propias palabras de Petruccelli y Loayssa– a la crisis pandémica: ¿cómo reaccionaron las sociedades y los gobiernos? ¿Qué diagnóstico se hizo e impuso? ¿Cuál fue la tónica general de las medidas sanitarias implementadas? En el capítulo 2, el análisis se sumerge en una dimensión más estrictamente médico-científica, buceando en las complejas aguas de la epidemiología: ¿cómo se originó y se comporta el virus SARS-CoV-2? ¿Cuáles son los síntomas y modos de transmisión de la enfermedad covid-19? ¿Cuán contagiosa y letal es esta, en comparación con otras patologías virales respiratorias afines, del grupo flu-like? ¿Qué tan uniforme o diverso es su impacto en la población, conforme a variables como la edad o las comorbilidades? ¿Es correcto hablar de pandemia, o sería mejor considerarla una sindemia? ¿Cómo ha sido su evolución? ¿Hubo ciclos? ¿Qué hay de las mutaciones o variantes del SARS-CoV-2? ¿Qué tan buena o mala ha sido la respuesta inmunitaria natural del cuerpo humano? ¿Cómo se ha diagnosticado y cómo se debería diagnosticar la enfermedad?

Los capítulos 3 y 4 son un examen crítico a fondo, sin concesiones, de las principales medidas salubristas adoptadas por los gobiernos: confinamientos, mascarillas, pasaportes sanitarios, vacunas. El balance es sumamente pesimista, pero realista. En general, las políticas adoptadas fueron de nula o escasa utilidad, y de muy endeble fundamentación científica. Peor que eso: en no pocos casos, conllevaron una violación flagrante del precepto hipocrático primum non nocere, principio ético troncal de la medicina, axioma deontológico irrenunciable de la profesión galénica. Por no hablar de las funestas consecuencias del talibanismo sanitario y la codicia de la Big Pharma en materia de libertades democráticas y tejido social…

El quinto capítulo está consagrado a la ciencia. Petruccelli y Loayssa hilvanan una crítica medular al cientificismo como ideología coadyuvante de la desmesura pandémica, sin por ello caer en ningún momento en excesos misológicos o desvaríos irracionalistas. Sus filosos dardos van dirigidos no a la ciencia como conocimiento racional-crítico per se, sino a las instituciones y prácticas dominantes dentro del campo científico, bajo las coordenadas –límites y presiones estructurales– de la economía capitalista. Su conclusión es contundente y acertada: una ciencia cientificista, como esta que ha estimulado y bendecido sin pudor el catastrofismo epidemiológico y el talibanismo sanitario, constituye un oxímoron, una contradicción en los términos. Muy necesario es, asimismo, el llamado de alerta que hacen los autores en relación a la censura autoritaria y la autocensura por conformismo gregario o temor al escarnio, pues este tipo de retrocesos oscurantistas debilitan gravemente las raíces que nutren la praxis científica: libertad de pensamiento y expresión, respeto del disenso, apertura al debate público. El capítulo sexto lleva esta reflexión crítica al terreno de los medios de comunicación y las redes sociales, que han sido instrumentos clave en el amordazamiento autoritario y en el disciplinamiento paternalista de la sociedad. El capitalismo de vigilancia y la cultura de la cancelación alcanzaron ribetes escandalosos durante la pandemia, algo que proyecta sombras distópicas sobre el futuro –no lejano– de la humanidad.

El capítulo 7 está dedicado a una problemática crucial: los efectos colaterales de la gestión pandémica en estrictos términos de salud pública, carta considerada como el «as ganador» en todos los debates. ¿Cuáles fueron las consecuencias prácticas de asumir un criterio epidemiológico catastrofista respecto al virus SARS-CoV-2? ¿Cuál fue el resultado concreto de orientar drásticamente todo el sistema de sanidad a la atención de la enfermedad covid-19, como si se tratara de la peste negra medieval? ¿Qué fue de nuestra inmunidad natural como especie, en medio de la loca carrera vacunal acicateada por los grandes laboratorios? De algo podemos estar seguros: la política sanitaria frente al covid-19 se ha ganado merecidamente un lugar rutilante en los anales universales de la iatrogenia. El capítulo octavo –que el público lector de Kalewche ya conoce, pues lo publicamos hace pocas semanas– es un excelente complemento del séptimo, pues en él, las españolas Manuela Contreras García e Isabel Canales Arrasate nos hablan con franqueza –desde su experiencia y sapiencia concretas como trabajadoras de la salud– del tremendo impacto que tuvo el talibanismo sanitario sobre la población infantil y juvenil, a la cual se le pidió toda clase de sacrificios y postergaciones apelando a bajos métodos intimidatorios, estigmatizantes y culpógenos. ¿El corolario? Cientos de millones de infantes y adolescentes, antaño considerados por la ONU y la OMS como un segmento poblacional de cuidado prioritario, hogaño cercenados en sus derechos humanos básicos: educación, salud física y mental, esparcimiento, seguridad e integridad (los confinamientos domésticos prolongados causaron un gran incremento de los casos de violencia parental, de abuso sexual y suicidios)… También en su derecho a la nutrición, en contextos de pobreza donde la escuela cumple funciones asistenciales de comedor.

El capítulo 9 busca responder una pregunta acuciante: “¿Había alternativas a la gestión autoritaria y al extremismo sanitario?”. Leyéndolo con detenimiento y sin anteojeras, queda claro que sí. Las cosas pudieron haber sido de otro modo, de mejor forma. Lo hecho es imperdonable, porque no era inevitable. Ojalá algún día seamos capaces de recapacitar…

El décimo capítulo, a cargo del médico Juan Simó, tematiza la variante ómicron: ¿en qué consiste?, ¿cómo se la interpretó?, ¿qué se hizo frente a ella?, ¿qué se debió haber hecho? Los análisis y las reflexiones de Simó arrojan mucha luz crítica sobre estas cuestiones, sepultadas bajo toneladas de inexactitudes, falacias y bulos de la prensa hegemónica.

El capítulo 11 acomete la ímproba tarea de esbozar una explicación causal y funcional –también intencional, en menor medida– de la desmesura pandémica. ¿Cómo se gestó y alumbró este delirio global? ¿Cómo luego se sostuvo tanto tiempo? Con buen tino, Petruccelli y Loayssa establecen tres niveles de por qué en su indagación: las precondiciones (condiciones estructurales de posibilidad, factores de largo plazo), los desencadenantes (detonantes coyunturales, factores inmediatos) y los motores de continuidad (elementos funcionales que tienden a reproducir lo ya causado, lo ya originado, lo ya existente). El capítulo 11 es, sin dudas, el pasaje del libro con mayor densidad y profundidad sociológicas, y probablemente el más ambicioso en sus designios intelectuales. El resultado es excelente, a mi juicio. Los autores logran ofrecer un bosquejo de explicación satisfactorio de la desmesura pandémica, que, desde luego, necesita ser desarrollado y complejizado por muchas investigaciones empíricas en el campo de las ciencias sociales.

El capítulo duodécimo abre un debate estratégico central para las izquierdas. Petruccelli y Loayssa sostienen convincentemente que las fuerzas socialistas revolucionarias no han sabido pensar críticamente, ni actuar autónomamente, durante la pandemia. Salvo honrosas excepciones (pequeños colectivos anarquistas que han mantenido en alto la antorcha de la libertad), compraron el discurso catastrofista de la ortodoxia covidiana y fueron furgón de cola del talibanismo sanitario, llegando al desatino de ser más papistas que el papa en sus propuestas o reclamos salubristas. La intervención de las izquierdas en la crisis pandémica ha sido, en general, muy decepcionante y preocupante.

Los capítulos 13 y 14 cierran el libro con una serie de reflexiones en torno al futuro de nuestra especie, bajo la doble espada de Damocles de un capitalismo tardío signado por la crisis ecológica y la crisis democrática; dos tendencias que la pandemia ciertamente no ha creado, pero sí reforzado o acelerado. Los ejes están puestos en dos grandes cuestiones: los riesgos de un colapso ambiental (capitalismo consumista y extractivista sin frenos) y los peligros de una sociedad atomizada e hipertecnológica regida por un estado policial (capitalismo digital de vigilancia).

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Una pandemia sin ciencia ni ética es, a mi entender, el mejor libro que se ha escrito hasta ahora en castellano sobre la crisis global del covid-19. Toda la ciencia y la ética que faltaron en la ortodoxia covidiana y el talibanismo sanitario, se hacen presentes en las 237 páginas de esta esclarecedora obra, llamada convertirse en un clásico con la lenta decantación de los años, cuando finalmente seamos capaces de revisar todo lo ocurrido –por acción u omisión– con la serena y mesurada racionalidad crítica que hoy, por desgracia, hemos perdido.

Concluyo esta reseña citando lo que dicen los autores en la última página del libro: “Para construir otro mundo posible es necesario descreer de las promesas del capital y organizar la resistencia. Y será indispensable restituir alguna forma de horizonte utópico, de otro mundo posible no gobernado por la codicia y el miedo, en el que todas las personas puedan desarrollarse en libertad y en armonía con la naturaleza. No menos indispensable será tener muy presente la advertencia que alguna vez nos lanzara Aldous Huxley: ‘Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre’.

“Han transcurrido noventa años desde que Huxley publicara la frase precedente. En su tiempo, a la mayoría de la gente le pareció una sentencia ingeniosa pero una realidad imposible. […] En las últimas décadas, empero, la prisión sin muros ha tomado forma definida y no ha dejado de crecer. Nuestro mundo real/virtual se parece mucho, demasiado, a la distopía de Un mundo feliz. Sin embargo, todavía, al menos una parte de la masa esclavizada resiste y pugna por liberarse. En esa resistencia reside la esperanza. Pero tengamos claro que no alcanza con la crítica y la acción individual. Para enfrentar el poder de las corporaciones que dominan nuestra vida y destruyen la naturaleza es imprescindible la organización colectiva, y ante todo la organización de la gran mayoría: la clase trabajadora”.

Hago mía esta reflexión. La hago mía no solo en todo lo que tiene de diagnóstico realista del presente, sino también en todo lo que encierra de esperanza utópica de cara al mañana.

Federico Mare


Nota.— Quienes deseen adquirir un ejemplar de Una pandemia sin ciencia ni ética en formato papel o e-book, pueden hacerlo aquí, en la página web de Ediciones El Salmón. Pueden también escribirle un correo electrónico a Ariel Petrucelli, cuya dirección es arpetrus@gmail.com