Fotografía: Gustav Landauer en Múnich, camino a la cárcel de Starnberg, custodiado por una patrulla paramilitar de Freikorps, la víspera de su asesinato (mayo de 1919). Fuente: Instituto Internacional de Historia Social (Ámsterdam)
Este escrito histórico de Federico Mare, que viene a engrosar nuestra sección de semblanzas Kraken, ha sido extraído de la nueva edición castellana de Aufruf zum Sozialismus, de Gustav Landauer: Llamamiento al socialismo, en la colección Utopía Libertaria (Bs. As, Libros de Anarres, 2022, pp. 17-32). Aprovechando la ocasión, el autor hizo algunas correcciones y adiciones menores al texto, y también le modificó ligeramente el título.
El corazón no se ha moldeado según la pequeñez del mundo.
El papel del corazón es convertirse en himno.
E. M. Cioran
El intelectual alemán Gustav Landauer, una de las figuras más lúcidas que ha tenido el anarquismo en toda su historia, es –paradójicamente– una de las menos conocidas y valoradas, incluso en el seno mismo del movimiento ácrata. Sólo en las esferas libertarias de tradición germana y judía la figura de Landauer goza del prestigio debido. Su exuberante y compleja obra, alejada de los moldes doctrinales, irreductible a las clasificaciones simplistas, ha quedado excluida del canon anarquista clásico. Humanista y librepensador, autodidacta ejemplar, escritor y orador extraordinario, Landauer poseía una sagacidad intelectual y una cultura erudita verdaderamente extraordinarias, así como una intensa sensibilidad Sturm und Drang que hizo de él uno de los principales referentes del neorromanticismo alemán de finales del siglo XIX y principios del XX. Hombre multifacético en sus inquietudes, cultivó con igual fruición la filosofía y la germanística, la novelística y la dramaturgia, la crítica y la historia del arte, así como el periodismo y la propaganda política. Fue, además, un prolífico traductor y editor, un conferencista notable y un infatigable militante y propagandista del socialismo libertario.
Nació en la ciudad renana de Karlsruhe, al pie de la Selva Negra, un 7 de abril de 1870, en el seno de una familia judía asimilada y liberal de clase media. Karlsruhe era la capital del gran ducado de Baden, por entonces un estado independiente, todavía al margen del proceso de unificación nacional, pero que, en menos de un año, habría de incorporarse al Kaiserreich, el nuevo Imperio Alemán,1 que se instauraría bajo los auspicios y la hegemonía de la Prusia bismarckiana.
Ya desde su adolescencia, siendo un colegial, Landauer demostró poseer un talento fuera de lo común, así como un elevadísimo sentido de su libertad y dignidad. Brillante y rebelde, el joven Gustav padecía grandemente la mediocridad del medio escolar, y no vacilaba en discutir y desobedecer la autoridad de sus progenitores y maestros. El Sr. Hermann Landauer, que aspiraba a que su segundo hijo siguiera la carrera de odontología, y que, en aras de ello, habíale inscripto en un colegio de orientación científica, tuvo finalmente que claudicar y cambiarle a un bachillerato, opción más acorde a los intereses humanísticos del muchacho.
En 1888 –que pasaría a la posteridad como el «año de los tres emperadores» (Dreikaiserjahr)–2, habiendo egresado del Bismarck-Gymnasium de su ciudad natal, Landauer se matricula en la universidad, donde durante un período de tres años habría de estudiar filosofía, germanística e historia del arte, primero en Heidelberg, luego en Berlín –la capital del Imperio– y finalmente en Estrasburgo. Nunca concluiría sus estudios superiores formales: la acentuación de su vocación autodidacta y su vuelco a la militancia socialista le alejarían irremediablemente de una academia a la que no puede ni quiere perdonar su filisteísmo burgués. Luego de abandonar la universidad de Estrasburgo, retorna a Berlín en busca de un ambiente cultural y político más adecuado a sus proyectos.
Allí frecuentará la bohemia de Friedrichshagen, trabará amistades con variadas personalidades de la cultura (intelectuales, artistas) y profundizará su conocimiento del anarquismo, concepción que, al cabo de un tiempo, abrazaría ardientemente. En la metrópoli alemana, Landauer conoce a varios escritores del movimiento expresionista, muy especialmente a Georg Kaiser y Ernst Toller. También se relaciona con el intelectual Benedikt Friedländer, ácrata individualista que había adquirido cierta notoriedad por luchar contra la homofobia, crear una comunidad basada en el amor libre y divulgar las críticas del profesor Eugen Dühring al marxismo. Se relaciona, asimismo, con el escritor y pensador Fritz Mauthner, sintiéndose fuertemente atraído por su filosofía del lenguaje. Landauer colabora con la revista que aquél edita, al principio con artículos literarios y luego también con escritos de tono social y político.
Poco después, se suma a die Berliner Jungen (los Jóvenes Berlineses), un grupo de marxistas heterodoxos que habían sido expulsados del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por sus siglas en alemán). Landauer pronto se convertiría en el referente indiscutido de este movimiento, al que imprimiría una orientación libertaria cada vez más definida. En noviembre de 1891, sale el primer número de Der Sozialist (El Socialista), órgano de difusión del grupo. Landauer, que a la sazón tiene 21 años, asume la dirección. Bajo su influjo, el semanario –lejos de circunscribirse a la mera labor propagandística– habría de alcanzar cierto vuelo teórico y unos horizontes temáticos de notable amplitud: política, sociedad, economía y cultura en sus distintas expresiones (literatura, teatro, artes plásticas, historia, filosofía…).
Por entonces, conoce al anarquista Bruno Wille, propulsor del Freie Volksbühne (Teatro Libre del Pueblo), un promisorio emprendimiento de dramaturgia social que pretendía hacer asequibles las obras de Henrik Ibsen y otros exponentes del naturalismo al proletariado berlinés. Gustav Landauer se suma a la iniciativa con entusiasmo, pero un año después, él y otros compañeros se alejan del proyecto a raíz de desavenencias ideológicas con la dirección y fundan el Neue Freie Volksbühne (Nuevo Teatro Libre del Pueblo). El intelectual badenés permanecerá ligado al mismo hasta su muerte. En este nuevo espacio de arte dramático conoce a Margarethe Leuschner, joven costurera con la que entabla una relación amorosa y habría de casarse pocos meses más tarde.
En 1893, asiste al Congreso Socialista Internacional de Zúrich. Pero August Bebel obstruye su participación. El líder socialdemócrata no les perdona a los Jóvenes Berlineses sus lacerantes críticas al parlamentarismo, reformismo y centralismo del partido. Esta amarga experiencia de marginación precipita la conversión de Der Sozialist al anarquismo, y hace que Landauer encare la redacción de su primera novela, Der Todesprediger (El predicador de la muerte), obra animada por un acendrado espíritu antiautoritario y antidogmático. Pero en octubre de ese mismo año, el autor es arrestado, juzgado y condenado a prisión por incitar a la desobediencia civil. Permanecerá en la cárcel de Sorau (Silesia) durante dos meses.
Ya en libertad, Landauer reasume la dirección del Sozialist. Pero en enero de 1895, la reacción gubernamental, siempre insatisfecha, se ceba con la clausura del semanario. Se lo acusa de agitación sediciosa. Los manuscritos de la revista son confiscados, al igual que los modestos fondos reunidos a través de donativos, única fuente de retribución para los integrantes del staff.
Preocupado por la precariedad económica de su familia, Landauer intenta inscribirse en la carrera de medicina de la Universidad de Friburgo. Su solicitud es rechazada a causa de su prontuario. A lo largo del decenio de 1890, las fuerzas del orden no cejarán en su persecución política e ideológica. Acusado una y otra vez de redactar libelos subversivos, Landauer consumirá buena parte de su vida en cautiverio. Mas no será un tiempo perdido, sino una inmejorable oportunidad para el trabajo intelectual intensivo y prolongado. Escribirá su Diario de prisión, y también su segunda novela, Lebendig Tot (Muerto viviente); preparará la edición de Contribuciones a la crítica del lenguaje de su amigo Mauthner; y traducirá al alemán moderno los sermones del Maestro Eckhart, un prominente místico germano de la Edad Media.
Luego de una breve y fallida experiencia periodística en la ciudad austríaca de Bregenz, vuelve a Berlín hacia agosto de 1895 y relanza su querido Sozialist. Por entonces nace su primera hija, Charlotte. La situación financiera de Gustav Landauer se vuelve más precaria que nunca, y la conflictiva relación con su pareja se agudiza, hasta desembocar, dos años más tarde, en la separación. No obstante, su fervor militante se mantiene intacto.
A comienzos de 1896 publica El pionero mutualista, opúsculo en el cual aboga por la creación de colonias cooperativistas por fuera del capitalismo y el estado, en la convicción profunda –compartida por el viejo Tolstoi– de que al socialismo sólo se puede llegar si se lo deja de considerar una meta lejana, ulterior a la revolución, y se lo empieza a construir desde ahora. Esta concepción fue injustamente tildada de «reformista» y «pequeñoburguesa» no sólo por los marxistas, sino también por aquellos anarquistas –la mayoría– que cifraban todas sus esperanzas de redención social en la huelga general insurreccional.
En agosto de 1896, se celebra en Londres un nuevo congreso de la Internacional Socialista. Landauer asiste, pero por segunda vez la socialdemocracia alemana objeta la participación de los anarquistas. Merced a la intercesión de los laboristas independientes británicos, Landauer logra que se le ceda la palabra. Denuncia, una vez más, el autoritarismo y la intolerancia de sus detractores, y reclama la incorporación inmediata de los delegados ácratas al congreso. Todo resulta en vano. Él y todos los concurrentes de tendencia libertaria –entre ellos Piotr Kropotkin, Errico Malatesta, Elisée Reclus y Louise Michel– son expulsados del salón. Será la última vez que los anarquistas procuren participar de la Internacional Socialista.
En 1897, Landauer inicia una campaña de repudio contra los infames Procesos de Montjuïc que se desarrollan en Barcelona. Bajo el pretexto de castigar a los autores del cruento atentado cometido contra la procesión del Corpus Christi el 7 de junio de 1896 en la capital catalana, el gobierno español había ordenado el arresto de 400 anarquistas y su reclusión en el tristemente célebre presidio de Montjuïc –la Bastilla catalana–, quedando 87 de ellos procesados. Sin más pruebas que un puñado de testimonios obtenidos mediante tortura, el Tribunal Militar hallaría culpables a 24 de los acusados, aplicando la pena capital a cinco de ellos y al resto la pena de prisión; los 63 absueltos serían desterrados. Landauer, con su folleto Los horrores de la Justicia en Barcelona, logra que numerosos artistas e intelectuales alemanes manifiesten públicamente su rechazo a los Procesos de Montjuïc.
Por aquella época comienzan las desavenencias entre los hacedores del Sozialist. Se le reprocha a Landauer haber impreso a la revista un sesgo excesivamente teorizante y culturalista incompatible con las exigencias –y urgencias– de la propaganda proletaria. Con el correr de los meses, el disenso se agrava. En diciembre de 1899, Der Sozialist deja de ser editado, entrando en un prolongado impasse de nueve años.
A comienzos del siglo XX, Gustav Landauer se suma a la Neue Gemeinschaft (Nueva Comunidad), una colonia libertaria y deísta fundada en las afueras de Berlín por los hermanos Heinrich y Julius Hart, escritores ligados al naturalismo. Landauer se emplea a fondo en la difusión de sus ideas dentro del grupo; mas los magros resultados obtenidos, sumados a la vacuidad pseudo-religiosa que impregna a la comunidad, hacen mella en su entusiasmo. Antes del año, Landauer decide abandonar la colonia. Pese a todo, la experiencia fue positiva. En efecto, durante su breve estadía en la Neue Gemeinschaft pudo conocer a su segundo gran amor, Hedwig Lachmann, joven poetisa y traductora oriunda de Krumbach (Suabia), y a otras tres talentosas individualidades con las que tejería una estrecha relación de camaradería, y sobre las que ejercería una profunda influencia ideológica: el poeta Erich Mühsam, el dramaturgo Julius Bab y el filósofo Martin Buber. Merced a este último, Landauer habría de descubrir el jasidismo (una corriente heterodoxa de la religión judía con una fuerte impronta mística, comunitaria y utópico-mesiánica), además de hacerse conocido en los ambientes israelitas más progresistas.
Pero hostigados por la policía, Landauer y su nueva compañera deciden exiliarse en Inglaterra. Luego de una corta estadía en Londres, la pareja se radica en Bromley, condado de Kent, a poca distancia de la capital. Era una buena excusa para conocer personalmente a Kropotkin, pensador por el que Landauer sentía una gran admiración –más allá de algunas discrepancias– y que, por ese entonces, se hallaba residiendo en dicha localidad. En casa del sabio ruso, la pareja alemana conoce al ingeniero Fernando Tarrida del Mármol, camarada cubano de ascendencia hispana que brega por la reconciliación entre las distintas tendencias del movimiento libertario, posición a la que él mismo denomina “anarquismo sin adjetivos”. Landauer simpatiza de inmediato con Tarrida del Mármol y su noble lucha contra el sectarismo. Durante su exilio en Gran Bretaña, conoce también a su compatriota Rudolf Rocker, llamado a ser uno de los mayores pensadores ácratas del siglo XX, y traba amistad con el historiador austríaco Max Nettlau, el Heródoto del anarquismo.
El cambio de siglo coincide con un viraje en el pensamiento económico de Gustav Landauer. Si en su juventud se había identificado con el colectivismo de Bakunin y el comunismo de Kropotkin, en su madurez, hacia los treinta años de edad, adhiere fervorosamente al mutualismo del pensador francés Pierre-Joseph Proudhon. Simultáneamente, el intelectual badenés se vuelve cada vez más renuente al uso de la violencia, distanciándose tanto de los insurreccionalistas como de aquellos que practicaban la llamada propaganda por el hecho –la consumación de atentados contra monarcas, gobernantes y otros personajes emblemáticos del establishment–. En este giro operan dos poderosas influencias: el pacifismo del escritor ruso Lev Tolstoi y el impactante Discurso sobre la servidumbre voluntaria del filósofo francés Étienne de La Boétie (1530-63), verdadero precursor de la resistencia pasiva a la opresión, también llamada desobediencia civil o no violencia. Sin embargo, Landauer –fiel en su adhesión al anarquismo sin adjetivos de su amigo Tarrida del Mármol– jamás daría la espalda a los ácratas que abogaban por un régimen económico diferente al mutualismo o que justificaban la violencia revolucionaria.
En junio de 1902, Landauer y su compañera regresan a Alemania. Se establecen en Hermsdorf, a muy corta distancia de Berlín. Hacia fin de año la pareja tiene su primera niña, Gudula. Por esta época, apremiado por su situación económica, el intelectual alemán comienza a dar conferencias sobre filosofía y literatura en salones privados. También comienza a trabajar en la librería de Axel Junker Nachfolger, quien antaño había editado varias de sus obras. Pero el novel librero está muy lejos de abandonar la pluma: en 1903 publica su ensayo Escepticismo y mística,3 obra filosófica con hondas raíces en la metafísica de Eckhart y la crítica del lenguaje de Mauthner.
Ese mismo año, Gustav Landauer se vincula a la Deutsche Gartenstadt Gesellschaft(Sociedad Alemana Ciudad-Jardín), la filial local del movimiento de renovación urbanística impulsado desde Gran Bretaña por el genial Ebenezer Howard. Emparentado a la estética neorromántica del Arts & Crafts de William Morris y John Ruskin, el Garden City proyectaba ciudades pequeñas y acogedoras, con amplios espacios verdes en su interior e inmediaciones.
A lo largo de la primera década del siglo XX, Landauer publica una multitud de estudios literarios, traducciones y compilaciones: Kropotkin, Bakunin, Proudhon, La Boétie, William Shakespeare, Oscar Wilde, Bernard Shaw, Walt Whitman… Muchas de estas traducciones las lleva a cabo junto con Hedwig, su entrañable compañera. Entre 1907 y 1911 publica tres de sus obras capitales: las Treinta tesis socialistas, La Revolución e Incitación al socialismo. Finalmente, en enero de 1909 vuelve a editar, tras un paréntesis de casi un decenio, la revista Der Sozialist.
Pero esta ingente labor intelectual le parecía a Landauer insuficiente. Deseoso de llevar a la práctica su visión del socialismo como una posibilidad concreta y actual, funda en Berlín, hacia 1908, la Sozialistischen Bund (Liga Socialista). Invitado por los anarquistas y socialistas independientes a exponer públicamente su proyecto, Landauer hizo gala no sólo de su brillo intelectual sino también de su notable oratoria, convenciendo a muchos de las bondades de su iniciativa.
No obstante, la Liga Socialista nunca llegará a convertirse en una gran organización de masas. Los sectores anarcosindicalistas le dan la espalda. El proletariado urbano se mantiene dócil bajo el férreo yugo del SPD. Marginada y hostilizada a causa de sus ideas pacifistas y cooperativistas, así como de su distanciamiento crítico frente al obrerismo, la Liga consigue, de todos modos, afianzarse y multiplicarse. Hacia 1912 la federación estará integrada por dieciocho grupos: cuatro en Berlín; dos en Leipzig; uno en Múnich, Stuttgart, Hamburgo, Colonia, Oranienburg, Breslavia, Mannheim y Hof an der Saale; y cuatro más en Suiza. Varios de ellos, inclusive, lograrán convertirse en comunas anárquicas económicamente autogestionadas, donde convivirán armónica y solidariamente, en pie de igualdad, campesinos, artesanos e intelectuales.
De vital importancia en este proceso será la labor de la joven suiza Margarethe Faas-Hardegger. Sin su denodado concurso, la Liga Socialista nunca hubiese prosperado en tierras helvéticas. También Der Sozialist experimentó una renovación merced a sus colaboraciones en la redacción. Landauer y Faas-Hardegger mantuvieron en secreto una relación amorosa durante los primeros tiempos de su militancia en la Liga.
A finales de 1910, Gustav Landauer organiza una serie de protestas callejeras en Berlín y Berna contra la inminente ejecución de varios anarquistas japoneses acusados de complotar contra la vida del emperador Meiji. La campaña es en vano: Shūsui Kōtoku y otros once militantes libertarios nipones son ahorcados en Tokio a comienzos de 1911, tras un juicio plagado de irregularidades bochornosas.
En 1914 se desata la Primera Guerra Mundial. Las tropas del Reich invaden Francia a través del territorio belga, a la vez que colisionan con las fuerzas rusas en la Prusia Oriental. El SPD, haciendo gala de su oportunismo, traiciona el ideal internacionalista y apoya activamente al patriotero y belicoso gobierno germano.4 Inmune al delirio chauvinista, Landauer es uno de los pocos en oponerse a la conflagración. De hecho, hacía varios años que venía alertando a sus contemporáneos de la inminente barbarie y promoviendo sin descanso la causa antibélica. Lamentablemente, sus reiterados llamamientos a la paz son ignorados. La voracidad imperialista avanzaría implacable, como una aplanadora, sobre los principios de fraternidad y autodeterminación de los pueblos.
En marzo de 1915, el impresor del Sozialist se ve forzado a enrolarse en el ejército alemán. La revista no logra sortear este escollo, y ya no volverá a editarse. El monstruo de la guerra se devora también a esa bella pero frágil rosa que es la Liga Socialista. En 1917, Landauer y su compañera, huyendo de la amargura y la miseria, se mudan a Krumbach, la pequeña ciudad suaba donde antaño viviera Hedwig. La Revolución de Febrero en Rusia, así como el agravamiento de la situación socioeconómica en su país natal, hacen renacer en Landauer el optimismo. Juzgando inminente el estallido de una insurrección popular, se prepara para poner en práctica, en una escala mayor a la de la Liga Socialista, sus concepciones.
Pero le aguardan días aciagos en su vida familiar. Hedwig, su amada Hedwig, contrae neumonía. Fallecerá a comienzos del año siguiente. Será esta la mayor tragedia en la existencia de Gustav Landauer. Su espíritu ya nunca podrá recuperar la alegría de antaño.
Entretanto, los efectos de la Gran Guerra sobre el Reich se manifiestan con crudeza: millones de muertos y lisiados, incalculables pérdidas materiales, graves descalabros en la economía y tensiones sociales de magnitud explosiva. Las huelgas y las protestas se multiplican. Para agosto de 1918, los Aliados logran traspasar las líneas defensivas germanas. La derrota de Alemania es inminente. Berlín inicia las negociaciones de paz. El presidente estadounidense Woodrow Wilson exige la democratización del sistema político germano. El imperio de los Hohenzollern tiene los días contados.
En noviembre, los marineros de la flota de Kiel se amotinan, y siguiendo el reciente ejemplo de sus camaradas rusos, forman un sóviet o consejo (Rat en alemán). La Revolución Alemana, la Novemberrevolution, ha comenzado. La ola insurreccional se propaga como fuego por todo el país. A los pocos días, el Kaiser Guillermo II presenta su abdicación y huye a Holanda. Se proclama entonces la República, y los socialdemócratas mayoritarios establecen un gobierno provisional que, inmediatamente después de firmar el armisticio con las potencias vencedoras, procura por todos los medios congelar la revolución en curso. La política reaccionaria impulsada por el nuevo canciller Friedrich Ebert hace prever nuevos estallidos insurreccionales.
En enero del 1919, la Liga Espartaquista –una agrupación marxista de tendencia revolucionaria– protagoniza una sublevación en la capital, Berlín. El nuevo gobierno reprime con ferocidad el alzamiento. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, principales referentes del espartaquismo, son brutalmente asesinados.
El otro gran conato insurreccional se produce en Baviera, tres meses más tarde. La onda expansiva de la Revolución de Noviembre también había llegado al sur del país, acrecentada por impacto de la Revolución de los Crisantemos (Hungría). Luis III de Baviera, siguiendo los pasos del Kaiser, había abdicado y abandonado Múnich, la convulsionada capital del reino. Rápidamente, los insurgentes proclaman la República. Pero también aquí el nuevo régimen se esfuerza por contener la marea revolucionaria. No puede lograrlo.
Cuando en febrero del 19 el primer ministro Kurt Eisner –un socialista independiente– muere asesinado por el aristócrata Antón Arco-Valley, y Johannes Hoffmann –un socialdemócrata mayoritario hostil a la revolución– es electo sucesor, el movimiento insurreccional recobra su vigor y el 6 de abril se constituye en Múnich un Rat. Lo integran socialistas independientes –como el escritor expresionista Ernst Toller–, comunistas y también anarquistas –como el economista germano-argentino Silvio Gessell, el poeta Erich Mühsam y el propio Gustav Landauer. Al calor de lo sucedido en la capital, proliferan sóvietsde obreros, campesinos y soldados por toda la región. Nace así la Bayrische Räterepublik (República Bávara de los Consejos). Entretanto, el primer ministroHoffmann traslada la sede de su gobierno a la ciudad de Bamberg, al norte de Baviera, y solicita al gobierno federal que envíe tropas con el propósito de reprimir a los insurgentes.
Landauer toma a su cargo la cartera de Cultura y Educación, y se fija como meta la reestructuración total de la instrucción pública de Baviera a partir de las enseñanzas teóricas y prácticas suministradas por el movimiento internacional de Escuelas Modernas. La simpatía del intelectual nacido en Karlsruhe por la pedagogía libertaria de Francisco Ferrer y Guardia no es nueva. Ya había analizado, elogiado y difundido en Der Sozialist sus renovadores postulados: racionalismo humanista, laicismo y anticlericalismo, coeducación de sexos, pacifismo, visión holística de la subjetividad del niño, fundamentación de la pedagogía en la psicología evolutiva infantil, supresión de los métodos coercitivos, eliminación de los exámenes, repulsa del patriotismo (entendido como una nueva y funesta forma de religión), valoración de los aprendizajes prácticos y del trabajo manual, preocupación por el medio ambiente, rechazo del sistema de premios y castigos… De hecho, el malogrado pedagogo catalán le había ofrecido un decenio atrás que fuera el representante alemán de la Liga para la Educación Racional; tentador ofrecimiento que no pudo aceptar a causa de sus numerosos y absorbentes compromisos.
¿Cuál es la esperanzadora visión que anima a Gustav Landauer en su desempeño? Él mismo lo aclara: “Todo niño bávaro de diez años conocerá a Walt Whitman de corazón. Ésta es la piedra angular de mi programa educativo”.
También se interesa por la Universidad de Múnich. Proyecta eliminar todas las restricciones al ingreso, abolir los exámenes y crear un Rat de estudiantes. Paralelamente, acaricia la idea de crear en Baviera un Teatro Libre del Pueblo similar al de Berlín.
Pero el 12 de abril de 1919, a tan sólo seis días de haberse creado la República Bávara de los Consejos, los comunistas –que hasta ese momento se habían rehusado a colaborar con la nueva administración con el propósito de desestabilizarla– deciden seguir el ejemplo de sus camaradas rusos; y aprovechando el pánico generado por un contragolpe de la derecha, asumen el rol de vanguardia revolucionaria e instalan una dictadura del proletariado. Landauer y los demás comisionados de la Räterepublik son despedidos. Indignado, el fundador de la antigua Liga Socialista denuncia las maniobras autoritarias de Eugen Leviné y sus hombres, comparándolas a las de los bolcheviques en Rusia; maniobras que –más allá de su eficacia práctica o no para desbaratar a la reacción blanca– entraban en conflicto con la democracia directa de los consejos obreros.
Pero las protestas y advertencias de Landauer no son escuchadas… El nuevo régimen comunista realiza expropiaciones y requisas, crea una Guardia Roja y persigue a los sospechosos de servir a la contrarrevolución. Su accionar, sin embargo, se circunscribe al sur de Baviera, ya que, en el norte, el gobierno de Hoffmann ha logrado capear el temporal revolucionario y consolidar su poder gracias al respaldo de la derecha bávara y el flamante gobierno nacional.
Finalmente, el ministro nacional de Defensa decide intervenir en Baviera y liquidar la revolución. El socialdemócrata Gustav Noske ya tiene experiencia en estos asuntos: viene de ahogar en sangre la sublevación espartaquista de Berlín. Llega a Baviera acompañado de 9 mil soldados de línea y 30 mil Freikorps, contingentes paramilitares que él ha sabido reclutar, organizar y poner bajo sus órdenes; veteranos de guerra resentidos por la derrota, ultraderechistas obcecados que culpan a los judíos y los rojos de todas las desgracias nacionales.5
A comienzos de mayo, Noske y sus hombres derrotan a la Guardia Roja y ocupan Múnich. Cerca de mil defensores mueren en el transcurso de la refriega, y otros 700 más durante el terror blanco que le sigue, como resultado de los linchamientos y las ejecuciones sumarísimas. Leviné, el Lenin de la revolución bávara, es arrestado y fusilado. El 3 de mayo de 1919, cuando aún no había cumplido un mes de existencia, la República Bávara de los Consejos llega a su fin, y con ella, la Revolución Alemana.
Landauer sigue en Múnich. Pudo marcharse antes, luego de ser destituido por los comunistas, pero no quiso hacerlo. Sus amigos, temiendo por su vida, le habían alertado de cuán peligroso era, para un hombre como él, permanecer en una ciudad sitiada por Noske y sus feroces Freikorps; y le habían sugerido que buscase sin demora asilo en Suiza. No era para menos: por toda Alemania corría el rumor difamatorio de que el comisionado de Cultura y Educación de la Räterepublik, un anarquista “carente de moral”, había instituido en Baviera la “comunidad de mujeres”. Pero el intelectual badenés desoyó todas las advertencias y sugerencias que le hicieran, y permaneció en Múnich hasta el final.
El 1º de mayo es arrestado por una patrulla de paramilitares y trasladado a una cárcel situada fuera de la capital, en Starnberg. A la mañana siguiente es transferido a la prisión de Stadelheim, en Múnich. En la sala de interrogatorios, un oficial golpea su rostro y exclama: “¡Sucio bolchevique! ¡Acabemos con él!”. Una avalancha de culatazos se desata sobre su cuerpo. Landauer se levanta del suelo y les dice a sus agresores: “Yo no los he traicionado. Ustedes no saben cuán terriblemente se han traicionado a sí mismos”. El oficial, furioso, le propina un garrotazo. Landauer vuelve a erguirse e intenta hablar, pero recibe un disparo en la cabeza. Agonizante, es ultimado a puntapiés, desnudado y sepultado en una fosa común. De acuerdo a otro testigo, las últimas palabras del intelectual alemán habrían sido: “¡Mátenme de una vez para que pueda pensar que son seres humanos!”.
Cuatro años más tarde, a instancias de su hija Charlotte, los restos de Gustav Landauer serían inhumados en el cementerio muniqués de Waldfriedhof. En 1925, con el auxilio financiero del dramaturgo Georg Kaiser, la Unión Anarcosindicalista de Múnich le haría erigir en su honor un monumento. Pero en 1933 los nazis habrían de profanar la tumba y enviar la urna funeraria a la congregación judía de dicha ciudad, cargándole los costos. Los restos fueron finalmente sepultados en el cementerio israelita muniqués de la Ungererstrasse.
Poco antes de morir, Gustav Landauer había escrito: “¿Qué hay en la vida? Morimos pronto, morimos todos; no vivimos. Nada vive sino lo que hacemos de nosotros mismos, lo que hicimos con nosotros; la creación vive; la criatura no, sólo el creador. Nada vive más que la acción de las manos honestas y la obra del espíritu verdaderamente puro”. Y tenía razón. Sus ideas, pletóricas de utopía, habrían de fecundar el pensamiento de numerosos intelectuales socialistas del siglo XX, desde los libertarios Rudolf Rocker, Martin Buber, Max Nettlau, Diego Abad de Santillán y Agustin Souchy, hasta los marxistas heterodoxos Walter Benjamin, Ernst Bloch y Michael Löwy. Sus concepciones habrían de florecer también en algunos de los primeros kibbutzim vinculados a la prédica buberiana,antes de que la implantación colonial del Estado de Israel –y la consiguiente hegemonización del sionismo por la derecha burguesa, religiosa y etnonacionalista– despojara a la Aliyá –la migración judía a la Palestina histórica– de todo contenido emancipador o progresivo.6
Federico Mare
NOTAS
1 El primer Reich alemán había sido el milenario Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806), forjado por la dinastía de los Otones en las brumas de la Alta Edad Media y naufragado en la moderna tempestad de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas.
2 El 9 de marzo de 1888, a los 90 años de edad, fallece Guillermo I, sucediéndole como Kaiser de Alemania su hijo Federico III. Pero éste no dura mucho en el trono: el 15 de junio de ese mismo año, a solo tres meses de iniciado su reinado, muere de un cáncer de laringe fulminante. Le releva su hijo Guillermo II, quien regiría el imperio durante treinta años, hasta su derrumbe en 1918. Si se exceptúan los primeros 19 meses, que constituyen la etapa final del período bismarckiano (el todopoderoso Canciller de Hierro dimite recién en marzo de 1890), este largo reinado recibe el nombre de guillerminismo o era guillermina.
3 Ya hay una edición castellana, felizmente: Gustav Landauer, Escepticismo y mística. Aproximaciones a la crítica del lenguaje de Mauthner, Barcelona, Herder, 2015 (trad. de Héctor A. Piccoli).
4 Es preciso matizar esta afirmación: el ala izquierda del SPD se opuso a la guerra. Pero, al estar en franca minoría, no pudo enderezar el rumbo del partido. En marzo de 1916, las crecientes desavenencias decantaron finalmente en una escisión, la cual, un año después (abril de 1917), daría lugar a la fundación del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD, por sus siglas en alemán). Para evitar confusiones, el SPD «ortodoxo» pasó a denominarse a partir de entonces Partido Socialdemócrata Mayoritario de Alemania (MSPD).
5 Hago referencia a la Dolchstoßlegende o «leyenda de la puñalada por la espalda», mito colectivo de amplia difusión en la Alemania weimariana y nazi según el cual la derrota del Reich en la Gran Guerra no se debió a factores de orden militar o geoestratégico sino al artero sabotaje desde adentro del «elemento judío» y el «izquierdismo».
6 Aunque sea una verdad incómoda y penosa, debe reconocerse que todas las corrientes del sionismo fueron colonialistas en mayor o menor medida, incluso las más secularizadas y radicalmente socialistas. Los kibbutzim no se crearon en un territorio vacío, virgen, despoblado, sino en una Palestina habitada desde tiempos ancestrales (Medioevo, siglo VII) por numerosas comunidades árabes, musulmanas en su inmensa mayoría. El cooperativismo agrario de la izquierda laica sionista no fue inocuo ni inmaculado. Tuvo costos sociales y humanitarios, y también ambientales (en una región árida donde las tierras fértiles y los recursos hídricos no abundan)… Además, no debe olvidarse que la Aliyá anterior a la fundación del Estado de Israel se desarrolló bajo el permiso benévolo –y fomento deliberado– del imperialismo inglés: el muy colonial Mandato Británico de Palestina (1920-1948), que llevó a la práctica la Declaración de Balfour (1917), documento clave del llamado sionismo cristiano, una ideología asociada al fundamentalismo protestante anglosajón, para nada exenta de prejuicios y motivaciones antisemitas (tanto a nivel religioso como racista).
BIBLIOGRAFÍA
Avrich, Paul, “Landauer”, en Bicicleta. Revista de comunicaciones libertarias, nº 11, Valencia, s/f (ca. dic. de 1978). Edición digital en Almeralia. Portal Libertario, www.almeralia.com/bicicleta/bicicleta/ciclo/11/33.htm.
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