Fotografía: palestinos marchándose de Jerusalén en la gran Nakba de 1948. Fuente: Intercontinentale-AFP.
Nota preliminar.— Si el bombardeo militar de Israel sobre la Franja de Gaza es excepcionalmente virulento, no menos virulento es el bombardeo mediático de la hasbará –la propaganda sionista o prosionista– sobre la opinión pública mundial. Si aquel mata personas, este mata verdades. De allí la acuciante necesidad de contextualizar e historiar la cuestión palestina.
Y si de contextualizar e historiar se trata, no viene nada mal recurrir a la experticia de un académico judío-israelí de enjundia, con perspectiva crítica de izquierdas. Un analista internacional e historiador riguroso, un investigador mesurado del presente y pasado, que lleva décadas cuestionando con coraje y sin concesiones al sionismo, tanto desde el claustro como desde la tribuna, dando clases y conferencias, escribiendo libros y artículos, interviniendo en el debate público con entrevistas y columnas de opinión… Hablamos de Ilan Pappé, toda una eminencia en el estudio del conflicto israelí-palestino. La importancia de su militancia político-intelectual por la causa palestina difícilmente pueda ser exagerada.
Nació en la ciudad de Haifa, allá por 1954, pocos años después de la fundación del Estado de Israel, en el seno de una familia de judíos alemanes refugiados del nazismo en los años 30, luego de la implementación de las leyes racistas y segregacionistas de Núremberg. Habiendo concluido la escuela secundaria, fue enrolado por el Tzáhal para combatir en las Aturas del Golán contra los sirios, en el marco de la guerra de Yom Kippur (1973), una amarga experiencia que lo marcó a fuego para siempre. A su regreso de la contienda, inició sus estudios superiores y se sumó al movimiento estudiantil, cofundando en 1977 el partido Jadash, una agrupación revolucionaria marxista de composición judeoárabe. Hacia 1978 se licenció en Relaciones Internacionales e Historia del Medio Oriente por la Universidad Hebrea de Jerusalén, y en 1984 obtuvo el doctorado de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Desde entonces y hasta 2007, trabajó de profesor en la Universidad de Haifa. Entre 1993 y 2000 fue director académico del Centro Árabe-Judío para la Paz de Givat Haviva, y también del Instituto Emil Touma de Estudios Palestinos. En 2007, Pappé tuvo que emigrar a Gran Bretaña debido a las presiones y el acoso que sufrió de las autoridades académicas y políticas –y, en general, de los sectores más reaccionarios o conservadores de la sociedad civil– por haber apoyado un boicot contra las universidades, en solidaridad con la causa palestina. Desde entonces, vive en Inglaterra, donde se desempeña como docente en la Universidad de Exeter, y donde codirige el Centro Exeter de Estudios Etno-Políticos. Es autor, entre otros libros, de Historia de la Palestina moderna: un territorio, dos pueblos (2003), La limpieza étnica de Palestina (2006), Los demonios de la Nakba. Las libertades fundamentales en la universidad israelí (2008), Gaza en crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos (2011, con Noam Chomsky) y La idea de Israel. Una historia de poder y conocimiento (2015), todos estos con traducción castellana; como así también los precursores The Making of the Arab-Israeli Conflict, 1947-1951 (1992) y The Israel/Palestine Question (1999).
Una de las claves de la historiografía de Pappé es la conceptualización del sionismo como nacionalismo étnico, como racismo supremacista y como cuña imperialista de Occidente en Medio Oriente, rasgos que se camuflan o edulcoran bajo el mantra inquisitorial del «antisemitismo» y la manipulación victimista de la Shoá. Otra de las claves, que va de la mano con lo anterior, es la catalogación del moderno Estado de Israel como un caso emblemático de settler colonialism o «colonialismo de poblamiento», categoría de análisis que tomó prestada del historiador australiano Patrick Wolfe (1946-2016). Wolfe distinguía dos tipos de colonias: las de explotación y las de poblamiento. Las primeras son aquellas donde los colonos europeos constituyen una minoría muy exigua (una élite de comerciantes, hacendados, empresarios, burócratas, oficiales, misioneros, etc.) que no pretende exterminar ni deportar a la población nativa, sino, primordialmente, parasitar su fuerza de trabajo y saquear sus recursos naturales (como la India del Raj británico y las Indias Orientales holandesas). Las segundas son aquellas donde los settlers blancos venidos de ultramar representan una mayoría (como la Norteamérica anglosajona y Australasia) o, cuanto menos, una minoría «de masas» que incluye granjeros, obreros y empleados de clase media (como en Sudáfrica o la Argelia francesa). Retomando este planteo, Pappé ha caracterizado el sionismo como colonialismo de poblamiento, ya que la comunidad judía de origen inmigrante constituye prácticamente la mitad de la población existente en Israel, incluyendo los territorios ocupados (Cisjordania, Jerusalén Este, Franja de Gaza, etc.). Como tal, es un colonialismo particularmente insaciable y violento, puesto que tiene fortísimas tendencias intolerantes o eliminacionistas, en sus distintas formas o grados: apartheid (segregación en guetos o zonas marginales), usurpación de tierras con deportación o desplazamiento de comunidades («limpieza étnica»), exterminio liso y llano (matanzas, genocidio). Algo que lo hace sumamente problemático, no solo por sus desastrosas consecuencias sociales y humanitarias, sino también por su extrema rigidez política, vale decir, su enorme dificultad a la hora de transigir y transitar un proceso de descolonización, dado que resulta estructuralmente inviable –por razones demográficas– cualquier retorno al status quo precolonial. No se trataría de «repatriar» a la metrópoli una élite blanca de unos pocos cientos o miles de individuos trasplantados, sino de deportar en masa casi siete millones de personas… Sería impolítico e inmoral encarar semejante reingeniería a gran escala: otra «limpieza étnica», inversa a la Nakba.
Para Pappé, igual que para quienes hacemos Kalewche, la única solución realista pasa por la construcción a largo plazo –en paz y justicia, en respeto y fraternidad, en democracia y socialismo– de un estado plurinacional, laico e intercultural. Suena quimérico en medio de esta cruenta escalada del conflicto, que ya ha arrebatado la vida a más de 13 mil civiles en menos de mes y medio. Puede ser, pero no parece haber un camino mejor…
Tres son los textos de Ilan Pappé que publicamos aquí, en nuestra sección de política internacional Brulote. Pensamos que se complementan muy bien.
El primero de ellos se titula “Why Israel wants to erase context and history in the war on Gaza”, y se trata de una columna de opinión que apareció en el portal de la cadena árabe Al Jazeera el 5 de noviembre, con este encabezado: “La deshistorización de lo que está ocurriendo ayuda a Israel a aplicar políticas genocidas en Gaza”. La hemos traducido del inglés.
El segundo artículo de Pappé, “Judea vs Fantasy Israel”: salió a la luz en el sitio web estadounidense The Palestine Chronicle, el 31 de julio. Es, pues, anterior a la Operación Inundación de Al-Aqsa, que ocurrió el 7 de octubre. La traslación del inglés al castellano es nuestra.
El tercer y último texto, “Crisis in Zionism, Opportunity for Palestine?”, es la transcripción de una conferencia que dio el intelectual israelí en el Auditorio Booth de la Universidad de California en Berkeley, el 19 de octubre. La traducción del inglés es de Paloma Ferré, y la hemos obtenido de CTXT, que la publicó bajo el título de “El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la eliminación del nativo”, con fecha 7/11. Quienes deseen ver el video completo de la conferencia en su idioma original, pueden hacerlo aquí.
POR QUÉ ISRAEL QUIERE BORRAR EL CONTEXTO Y LA HISTORIA EN LA GUERRA CONTRA GAZA
El 24 de octubre, una declaración del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, provocó una aguda reacción por parte de Israel. Al dirigirse al Consejo de Seguridad de la ONU, el jefe de la ONU dijo que, aunque condenaba en los términos más enérgicos la masacre cometida por Hamás el 7 de octubre, deseaba recordar al mundo que no se había producido en el vacío. Explicó que no se pueden disociar 56 años de ocupación, de nuestro compromiso con la tragedia que se desencadenó aquel día [la Operación Inundación de Al-Aqsa realizada por las brigadas de la resistencia palestina en el sur de Israel, que derivó en cerca 1.400 israelíes muertos y otros 200 secuestrados, en su mayoría civiles].
El gobierno israelí no tardó en condenar la declaración. Funcionarios israelíes exigieron la dimisión de Guterres, alegando que apoyaba a Hamás y justificaba la masacre que llevó a cabo. Los medios de comunicación israelíes también se subieron al carro, afirmando entre otras cosas que el jefe de la ONU “ha demostrado un grado asombroso de bancarrota moral”.
Esta reacción sugiere que ahora puede estar sobre la mesa un nuevo tipo de acusación de antisemitismo. Hasta el 7 de octubre, Israel había presionado para que la definición de antisemitismo se ampliara para incluir las críticas al estado israelí y el cuestionamiento de la base moral del sionismo. Ahora, [el mero acto de] contextualizar e historizar lo que está ocurriendo, podría desencadenar también una acusación de antisemitismo.
La deshistorización de estos acontecimientos ayuda a Israel y a los gobiernos occidentales a aplicar políticas que en el pasado rechazaron por consideraciones éticas, tácticas o estratégicas.
Así, Israel utiliza el atentado del 7 de octubre como pretexto para aplicar políticas genocidas en la Franja de Gaza. También es un pretexto para que los Estados Unidos intenten reafirmar su presencia en Medio Oriente. Y es un pretexto para que algunos países europeos violen y limiten las libertades democráticas en nombre de una nueva “guerra contra el terrorismo”.
Pero hay varios contextos históricos para lo que está ocurriendo ahora en Israel-Palestina, que no pueden ignorarse. El contexto histórico más amplio se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el cristianismo evangélico de Occidente convirtió la idea del «retorno de los judíos» en un imperativo religioso milenario y abogó por el establecimiento de un estado judío en Palestina como parte de los pasos que conducirían a la resurrección de los muertos, el regreso del Mesías y el fin de los tiempos [lo que se conoce como sionismo cristiano, particularmente vigoroso e influyente en Gran Bretaña y EE.UU.].
La teología se convirtió en política hacia finales del siglo XIX, y en los años previos a la Primera Guerra Mundial, por dos razones.
En primer lugar, favorecía a los británicos que deseaban desmantelar el Imperio Otomano e incorporar partes del mismo al Imperio Británico. En segundo lugar, resonó entre los miembros de la aristocracia británica, tanto judíos como cristianos, que quedaron encantados con la idea del sionismo como «panacea» para el problema del antisemitismo en Europa central y oriental [las persecuciones y los pogromos, particularmente en el Imperio Ruso], que había producido una ola indeseada de inmigración judía a Gran Bretaña.
Cuando estos dos intereses se fusionaron, impulsaron al gobierno británico a emitir la famosa –o infame– Declaración Balfour en 1917. [“El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país.”]
Los pensadores y activistas judíos que redefinieron el judaísmo como nacionalismo [un nacionalismo étnico y estatizante] esperaban que esta definición protegiera a las comunidades judías del peligro existencial en Europa, al centrarse en Palestina como el espacio deseado para el «renacimiento de la nación judía».
En el proceso, el proyecto cultural e intelectual sionista se transformó en un proyecto colonial de settlers [pobladores o colonos], cuyo objetivo era judaizar la Palestina histórica, ignorando el hecho de que estaba habitada por una población indígena [mayoritariamente árabe musulmana, con minorías cristianas ortodoxas y drusas, y también israelitas].
A su vez, la sociedad palestina, bastante pastoril en aquella época y en su fase inicial de modernización y construcción de una identidad nacional, produjo su propio movimiento anticolonial. Su primera acción significativa contra el proyecto de colonización sionista se produjo con el levantamiento de Al-Buraq de 1929, y no ha cesado desde entonces.
Otro contexto histórico relevante para la crisis actual es la limpieza étnica de Palestina de 1948 [con la masificación de la Aliyá y la creación del Estado de Israel, tras la Segunda Guerra Mundial y la Shoá], que incluyó la expulsión forzosa de palestinos [la violenta Nakba, que no excluyó masacres] a la Franja de Gaza desde pueblos sobre cuyas ruinas se construyeron algunos de los asentamientos israelíes atacados el 7 de octubre. Estos palestinos desarraigados formaban parte de los 750 mil palestinos que perdieron sus hogares y se convirtieron en refugiados [muchos de los cuales debieron migrar a Jordania, Líbano y otros países vecinos o lejanos].
El mundo tomó nota de esta limpieza étnica, pero no la condenó. Como resultado, Israel siguió recurriendo a la limpieza étnica como parte de su esfuerzo por asegurarse el control total de la Palestina histórica con el menor número posible de palestinos nativos. Esto incluyó la expulsión de otros 300 mil palestinos [la segunda Nakba] durante y después de la guerra de 1967 [la Guerra de los Seis Días], y la expulsión de más de 600 mil desde Cisjordania, Jerusalén [Este] y la Franja de Gaza desde entonces.
También está el contexto de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza. Durante los últimos cincuenta años, las fuerzas de ocupación han infligido un castigo colectivo persistente a los palestinos de estos territorios, exponiéndolos al acoso constante de los colonos y las fuerzas de seguridad israelíes y encarcelando a cientos de miles de ellos.
Desde la elección del actual gobierno fundamentalista mesiánico israelí [dirigido por el primer ministro Benjamín Netanyahu, líder del partido derechista Likud] en noviembre de 2022, todas estas duras políticas alcanzaron niveles sin precedentes. El número de palestinos muertos, heridos y detenidos en la Cisjordania ocupada [y crecientemente colonizada con asentamientos judíos ilegales] se disparó. Además, las políticas del gobierno israelí hacia los lugares sagrados cristianos y musulmanes de Jerusalén [la Iglesia del Santo Sepulcro, la Mezquita Al-Aqsa, etc.] se volvieron aún más agresivas.
Por último, también está el contexto histórico de los 16 años de asedio a Gaza [desde 2007, cuando la Autoridad Nacional Palestina con sede en Ramala, Cisjordania, perdió el control fáctico de dicha zona meridional], donde casi la mitad de la población son niños. En 2018, la ONU ya advertía de que la Franja de Gaza se convertiría en un lugar no apto para seres humanos en 2020.
Es importante recordar que el asedio se impuso en respuesta a las elecciones democráticas ganadas por Hamás [a Fatah] tras la retirada unilateral israelí del territorio. Más importante aún es remontarse a la década del 90, cuando la Franja de Gaza, tras los Acuerdos de Oslo, fue cercada con alambre de espino y desconectada de la Cisjordania y Jerusalén Este ocupadas.
El aislamiento de Gaza, la valla que la rodea y la creciente judaización de Cisjordania [expansión de los asentamientos ilegales de colonos] fueron un claro indicio de que, a ojos de los israelíes, Oslo significaba una ocupación por otros medios, no un camino hacia una paz auténtica.
Israel controlaba los puntos de entrada y salida del gueto de Gaza, vigilando incluso el tipo de alimentos que entraban, a veces limitándolos a un cierto número de calorías. Hamás reaccionó a este asedio debilitador lanzando cohetes sobre zonas civiles de Israel.
El gobierno israelí alegó que estos ataques estaban motivados por el deseo ideológico del movimiento [de resistencia palestina] de matar judíos –una nueva forma de nazismo–, sin tener en cuenta el contexto tanto de la Nakba como del asedio inhumano y bárbaro impuesto a dos millones de personas y la opresión de sus compatriotas en otras partes de la Palestina histórica.
Hamás, en muchos sentidos, fue el único grupo palestino que prometió vengar o responder a estas políticas. Sin embargo, la forma en que decidió responder puede acarrear su propia desaparición, al menos en la Franja de Gaza, y también puede servir de pretexto para una mayor opresión del pueblo palestino.
La brutalidad de su ataque no puede justificarse de ninguna manera, pero eso no significa que no pueda explicarse y contextualizarse. Por horrible que haya sido, la mala noticia es que no es un acontecimiento que cambie las reglas del juego, a pesar del enorme coste humano en ambos bandos. ¿Qué significa esto para el futuro?
Israel seguirá siendo un estado establecido por un movimiento colonial de settlers [pobladores o colonos], que continuará influyendo en su ADN político y determinando su naturaleza ideológica. Esto significa que, a pesar de autodefinirse como la única democracia de Medio Oriente, seguirá siendo una democracia sólo para sus ciudadanos judíos.
La lucha interna dentro de Israel entre lo que se puede llamar el Estado de Judea –el enclave de los colonos que desea que Israel sea más teocrático y racista– y el Estado de Israel –que desea mantener el statu quo–, que preocupó a Tel Aviv hasta el 7 de octubre, estallará de nuevo. De hecho, ya hay indicios de su regreso.
Israel seguirá siendo un estado de apartheid –como han declarado varias organizaciones de derechos humanos–, independientemente de cómo se desarrolle la situación en Gaza. Los palestinos no desaparecerán y continuarán su lucha por la liberación, con muchas sociedades civiles de su lado, aunque sus gobiernos respalden a Israel y le proporcionen una inmunidad excepcional.
La salida sigue siendo la misma: un cambio de régimen en Israel que traiga la igualdad de derechos para todos, desde río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo], y permita el regreso de los refugiados palestinos. De lo contrario, el ciclo de derramamiento de sangre no terminará.
JUDEA VS. ISRAEL DE FANTASÍA
La legitimidad de Israel, de hecho, su propia viabilidad, descansa sobre dos pilares principales.
En primer lugar, el pilar material, que incluye su fuerza militar, sus capacidades de alta tecnología y un sólido sistema económico.
Estos factores permiten al estado construir una sólida red de alianzas con países que desean beneficiarse de lo que Israel puede ofrecer: armas, seguridad, programas espía, conocimientos de alta tecnología y sistemas modernizados de producción agrícola.
A cambio, Israel no sólo pide dinero, sino también apoyo contra su erosionada imagen internacional.
En segundo lugar, el pilar moral. Este aspecto fue especialmente importante en los inicios del proyecto sionista y de la creación del Estado.
Israel vendió al mundo una doble narrativa: primero, que la creación de Israel era la única panacea para el antisemitismo; y segundo, que Israel se construía en un lugar que religiosa y culturalmente pertenecía al pueblo judío.
Al principio se negó por completo la presencia de una población nativa, el pueblo palestino; después se empequeñeció. Y cuando por fin se reconoció la existencia de los palestinos, se presentó como una desafortunada coincidencia.
Entonces, Israel, la sedicente “única democracia de Oriente Medio”, se autoproclamó como un generoso pacificador dispuesto a resolver el problema ofreciendo «concesiones» sobre su supuesto derecho a la totalidad de la Palestina histórica.
El colapso de la «moralidad»
Es difícil precisar con exactitud cuándo empezó a erosionarse el pilar moral sobre el que se sostenía Israel, hasta el punto de que ahora se está desmoronando ante nuestros propios ojos.
Algunos dirían que la invasión israelí del Líbano en 1982 inició este proceso de erosión, mientras que otros consideran la primera Intifada palestina de 1987 como el momento transformador. En cualquier caso, la imagen de Israel en la opinión pública mundial lleva décadas cambiando.
Pero lo que a menudo se ignora es que, de no haber sido por la resistencia y resiliencia palestinas, la legitimidad y la moralidad del estado judío no se habrían puesto a prueba. Mientras que ahora se examinan constantemente en relación con el derecho internacional, el sentido común y el comportamiento ético.
Yo diría que ya en 1948 –cuando se declaró el Estado de Israel sobre las ruinas de la Palestina histórica– los hechos sobre el terreno empezaron a ser conocidos por cada vez más personas en todo el mundo. Este ha sido un resultado directo de los esfuerzos realizados por los palestinos y sus redes de solidaridad, cada vez mayores.
La imagen de Israel –tanto a nivel interno como internacional– como estado democrático y miembro de las «naciones civilizadas» no parecía corresponderse con la nueva información. Cada vez más, la llamada democracia israelí quedaba expuesta como un régimen de apartheid, que conculca a diario los derechos civiles y humanos de los palestinos.
Sin embargo, la revelación de la verdadera naturaleza de Israel y el rechazo generalizado de la opinión pública a la narrativa israelí no parecieron calar en las élites políticas y los gobiernos de todo el mundo, cuya actitud hacia Israel permaneció prácticamente inalterada.
Por el contrario, los gobiernos del Norte global son los que encabezan la carga contra los diversos movimientos de solidaridad con los palestinos. Parecen decididos a suprimir la libertad de expresión de sus propias sociedades legislando contra las iniciativas civiles que piden boicotear, sancionar y retirar inversiones a Tel Aviv.
El Sur global no está mucho mejor, donde gobiernos y gobernantes ignoran la exigencia de sus sociedades de adoptar una postura firme contra Israel. Esto incluye a los regímenes árabes, que hacen cola para normalizar sus lazos diplomáticos con Tel Aviv [recuérdese que Pappé escribió este artículo a fines de julio, más de dos meses antes de la Operación Inundación de Al-Aqsa, cuando –por ejemplo– los Acuerdos de Abraham encandilaban la atención mundial].
Hasta las últimas elecciones de noviembre de 2022 en Israel, parecía que el silencio y/o la complicidad internacionales habían salvado a Israel de la necesidad de traducir el cambio en la opinión pública en acciones concretas. La prueba de ello era que la valiente y realmente impresionante labor de movimientos como el de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) no había influido ni un ápice en la realidad sobre el terreno.
Hasta noviembre de 2022, yo suponía que la incapacidad de traducir la opinión pública en políticas tangibles era consecuencia del cinismo de nuestros sistemas políticos en todo el mundo. Ahora, sin embargo, creo sinceramente que sólo un cambio en la forma de hacer política desde arriba traducirá la increíble solidaridad con los palestinos en un poder formativo sobre el terreno.
Cuando Israel ofreció a Alemania misiles por un valor de cuatro mil millones de euros y ofreció a Países Bajos otro tipo de misiles por valor de 300 millones de euros (¿para protegerles de qué, exactamente?), los comentaristas políticos de Israel argumentaron que esas armas servirían como el mejor antídoto contra lo que ellos llamaban la campaña para deslegitimar a Israel.
De hecho, los medios de comunicación israelíes se enorgullecían de anunciar que las armas permiten al país comprar el silencio de Europa, de tal modo que las palabras de condena contra las atrocidades que los soldados y colonos israelíes cometen en Palestina no se traduzcan en hechos.
El «Israel de Fantasía» vs. Judea
Y aún hay más. Cierto electorado judío dentro de Israel llegó a engañarse a sí mismo –de hecho, todavía lo hacen– al creer que Occidente apoya a Israel porque se adhiere a un «sistema de valores» occidental basado en la democracia y el liberalismo.
Yo llamo a esta construcción “Israel de Fantasía”.
En noviembre de 2022, el Israel de Fantasía se derrumbó a todos los efectos.
El electorado judío israelí, que se impuso en los comicios, nunca ha sentido gran admiración por los «sistemas de valores» occidentales de la democracia y el liberalismo.
Por el contrario, desea vivir en un estado judío más teocrático, nacionalista, racista e incluso fascista; un estado que se extienda por toda la Palestina histórica, incluidas Cisjordania y la Franja de Gaza.
Los israelíes llaman “Judea” a esta idea alternativa de estado, que ahora está en guerra con el Israel de Fantasía.
A los habitantes de Judea no les importa la legitimidad internacional. Sus líderes y gurús están muy impresionados por los nuevos aliados de Israel en el mundo, ya sean los referentes de los partidos de ultraderecha en Occidente o los movimientos de extrema derecha en países como la India.
Estos líderes nacionalistas y fascistas parecen admirar al Estado de Judea y están dispuestos a proporcionarle una red internacional de apoyo. Esto ya se ha traducido en política en países donde la ultraderecha es muy poderosa, como Italia, Hungría, Polonia, Grecia, Suecia, España y, si vuelve a ganar Trump, también Estados Unidos.
A primera vista, parecía que en noviembre de 2022 se había desplegado un escenario muy sombrío.
Sin embargo, esto no es del todo cierto.
El fracaso del Israel de Fantasía ha dejado al descubierto un intrigante nexo entre el pilar moral y el pilar material.
Resultó que el sistema neoliberal y capitalista no tiene motivos para invertir en el Estado de Judea, si es que este sustituye al Israel de Fantasía. Las corporaciones financieras internacionales y la industria internacional de alta tecnología consideran estados del tipo de Judea como destinos inestables y arriesgados para la inversión extranjera.
De hecho, ya están retirando sus fondos e inversiones de Israel. El movimiento BDS tendría que trabajar muy duro para convencer a sindicatos e iglesias de todo el mundo de que desinviertan en Israel miles de millones de dólares para igualar los fondos que ya se han sacado fuera de Israel desde noviembre de 2022.
Este tipo de desinversión no tiene una motivación moral. En el pasado, Israel ha sido un destino atractivo para la inversión financiera internacional a pesar de su despiadada opresión de los palestinos.
Pero parece que la imagen del Israel de Fantasía, y, en particular, la noción de que su sistema judicial era capaz de proteger las inversiones neoliberales y capitalistas, persuadió a los inversores extranjeros a verter dinero en Israel con la expectativa de obtener buenos dividendos a cambio.
Ahora, las perspectivas de que el Estado de Judea sustituya al Israel de Fantasía están afectando gravemente a la viabilidad económica del estado judío. Por lo tanto, la capacidad de Israel de utilizar su industria o su dinero para influir en las políticas de otros países a favor del estado judío es más limitada.
La hora de la movilización
El colapso del Israel de Fantasía también ha dejado al descubierto grietas en la cohesión social y en la disposición de muchos israelíes a dedicar tanto tiempo y energía al servicio militar como en el pasado.
Además, el ataque al sistema judicial israelí y la erosión de su supuesta independencia expondrán a los soldados y pilotos israelíes a posibles acusaciones como criminales de guerra en el extranjero, por parte de países individuales o de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). De hecho, el derecho internacional no puede intervenir en asuntos internos si los sistemas judiciales locales se consideran independientes y sólidos.
Este es un raro momento de la historia que abre oportunidades a quienes luchan por la liberación y la justicia en Palestina.
En una reunión celebrada en Teherán, Irán aconsejó al movimiento palestino Hamás y al libanés Hezbolá que se abstuvieran de toda acción y permitieran que se produjera una implosión desde el interior de Israel.
No estoy de acuerdo, aunque no quiero decir que no exista, o no haya existido alguna vez, la posibilidad militar de liberar Palestina. Sin embargo, es el momento de dinamizar la resistencia popular palestina y unir tanto a los palestinos como a sus partidarios en torno a una visión y un programa consensuados. Esta movilización tiene sus raíces en la lucha nacional palestina por la democracia y la autodeterminación desde 1918.
La futura Palestina liberada y des-sionizada puede parecer ahora una fantasía, pero a diferencia del Israel de Fantasía, tiene la mejor oportunidad de galvanizar –a nivel local, regional y mundial– a todas las personas con un mínimo de decencia. También proporcionaría un lugar seguro para cualquiera que viva en la Palestina histórica en la actualidad, o para quienquiera que haya sido expulsado de allí: los refugiados palestinos de todo el mundo.
CRISIS EN EL SIONISMO: ¿OPORTUNIDAD PARA PALESTINA?
Les agradezco mucho que dediquen su tiempo en este momento tan crucial y doloroso de la historia de Israel y Palestina. Antes del 7 de octubre de 2023, la mayor parte de la sociedad judía israelí observaba con cierto temor y aprensión la situación creada durante las últimas semanas de este mes, y el principal debate en Israel versaba sobre su futuro. Las manifestaciones semanales de cientos de miles de israelíes formaban parte de un movimiento de protesta contra el intento del Gobierno de cambiar la legislación constitucional en Israel y crear un nuevo sistema político mediante el cual los poderes políticos tendrían un control total sobre el sistema judicial y la esfera pública estaría mucho más controlada por grupos judíos mesiánicos y religiosos.
En uno de mis artículos [se refiere a “Judea vs. Israel de Fantasía”, publicado en The Palestine Chronicle el 31/7 e incluido aquí más arriba] describo esa lucha particular por la identidad de Israel –que era el tema principal hasta el 7 de octubre de 2023– como una lucha entre el «Estado de Judea» y el Estado de Israel. El «Estado de Judea» [un enclave de poder fáctico, un «estado dentro de otro estado»] lo establecieron los colonos judíos en Cisjordania y es una combinación de judaísmo mesiánico, fanatismo sionista y racismo que se convirtió en una especie de estructura de poder, que se hizo mucho más notoria e importante en los últimos años –especialmente bajo el gobierno de Netanyahu– y que estaba a punto de imponer su forma de vida al resto de Israel más allá de lo que llamamos Judea y, en cierto sentido, más allá de Cisjordania o del espacio judío en Cisjordania. En su contra, se alzó el Estado de Israel o, si se quiere, la ciudad de Tel Aviv, su mayor exponente. La idea de que Israel es pluralista, democrático, laico –y lo más importante, occidental o europeo– y que está luchando por su vida contra el «Estado de Judea» parecía ser el foco de atención de lo que podríamos llamar, si no una verdadera guerra civil, al menos una guerra civil fría, sin duda una guerra cultural entre los judíos israelíes, entre ellos mismos.
Cuando algunas personas preguntamos a los dos bandos de este conflicto interno israelí si, por ejemplo, la ocupación de Cisjordania no debería formar parte del debate sobre el futuro de Israel, se nos respondió que no, que ninguna de las partes debía mencionar la ocupación, que es irrelevante para el futuro de Israel. De hecho, a cualquiera que intentara introducir el tema de la ocupación en las protestas semanales contra la reforma judicial (o “revolución judicial”, como les gusta llamarla), se le pidió que se marchara y que no se dejara ver con el grupo más numeroso de manifestantes que ondeaban la bandera israelí. Sin duda, si alguien llevara la bandera palestina a esa manifestación, recibiría una paliza y le echarían, del mismo modo que si alguien mencionara el hecho de que tal vez el futuro de Israel también son las condiciones y la situación de los casi dos millones de ciudadanos palestinos de Israel que en el último año han atravesado un proceso de persecución por parte de bandas criminales que aterrorizan sus vidas. Por todo Israel hay bandas criminales fuertemente armadas –muchas de ellas formadas por antiguos colaboradores de Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza que fueron sacados de estos territorios tras los Acuerdos de Oslo, y que son totalmente inmunes a cualquier tipo de persecución policial o acción penal efectiva–, lo que supone que, como muchos de ustedes sabrán, los palestinos que viven en el propio Israel [frontera de 1948 o pre-1967], me refiero a ciudadanos israelíes [musulmanes o árabes], tienen miedo de salir por la noche debido a la nueva realidad en sus calles y espacios. Tampoco se permitía que este tema formara parte del debate público sobre el futuro de Israel.
Si se intentaba mencionar Jerusalén Este y la limpieza étnica de los barrios árabes de Jerusalén, los manifestantes y sus líderes declaraban, de nuevo, que no era un tema importante. O como dijo Amira Hass, la valiente periodista de Haaretz, por lo que respecta a los israelíes, hasta el 7 de octubre de 2023, la ocupación no existía, lo que significaba que ya no existía como problema. Está resuelto; hay una enorme presencia de asentamientos judíos en Cisjordania, ya nadie tiene que ocuparse de ello. De hecho, en las últimas cuatro campañas electorales en Israel (y hubo una cada año), nadie mencionó el tema, la cuestión u ocupación palestina, como quieran llamarlo. No se les pidió a los israelíes que votaran sobre este tema porque ya no existía como problema. Si alguien mencionaba la Franja de Gaza y se volvía a hablar del asedio, le respondían: ¿de qué estás hablando? Se trataba de una cuestión que ya no preocupaba a nadie, del mismo modo que la matanza diaria de palestinos en los últimos dos años en Cisjordania. Pero la constante y recurrente invasión de la mezquita Al-Aqsa no pasa desapercibida, y el hecho de que las débiles autoridades palestinas sean incapaces de proteger a los palestinos de la violencia ejercida por los colonos, el ejército israelí y la policía fronteriza israelí, no significa que no haya grupos dispuestos a defender a los palestinos, no sólo en la Franja de Gaza, sino también en otras partes de la Palestina histórica. Esto se ha comunicado una y otra vez a la opinión pública israelí, a los responsables políticos, a los jefes del Ejército y de los servicios secretos israelíes, pero todos sostenían que no había ningún problema. El único problema era la reforma legal, nos gustase o no.
Y estaba muy claro por qué no se trataban todas estas otras cuestiones. Porque, en esencia, lo que teníamos en Israel era una lucha entre dos formas de apartheid [segregación]. Por una parte, estaba el apartheid israelí laico, en el que los judíos israelíes sin duda disfrutan de la vida en una democracia plural, al estilo occidental. Por otra parte, tenías la versión contraria del apartheid, la mesiánica, la religiosa, la teocrática. De modo que la lucha era una cuestión interna judía sobre el tipo de vida judía en la esfera pública, sin ninguna referencia a la vida de los palestinos, ya fueran palestinos sometidos a la ocupación en Cisjordania, al asedio en la Franja de Gaza o a un sistema discriminatorio dentro de Israel [propiamente dicho], por no hablar de los muchos millones de refugiados palestinos [en países extranjeros como Líbano y Jordania]: todo esto no estaba allí.
La mañana del 7 de octubre, todo esto explotó en la cara de los israelíes. Y ahora existe la ilusión óptica de que, debido a la conmoción que sin duda sufrió Israel esa mañana, todas estas grietas del edificio sionista han desaparecido porque el ataque de Hamás fue tan brutal, tan devastador, que todos los debates internos se han olvidado, y todo el mundo está unido en torno al Ejército y su plan actual de invasión a la Franja de Gaza para proseguir con lo que ya estaba en marcha: las políticas genocidas sobre el terreno. Creo que es una ilusión óptica, que el conflicto interno israelí no va a desaparecer. Volverá. No sé cuándo, pero volverá. Sin embargo, lo más importante es que, como activistas, como académicos, cualquiera que de un modo u otro esté relacionado con Palestina y la lucha palestina, independientemente de cómo entendamos y enfoquemos los acontecimientos del 7 de octubre desde un punto de vista humano, estratégico, moral, como quiera que lo hagamos, no caigamos en la trampa de descontextualizar y eliminar la perspectiva histórica de estos acontecimientos –y parece que hay bastante gente buena en este país que está cayendo en ello–. Esto es algo que no va a cambiar en las próximas semanas. La realidad básica sobre el terreno sigue siendo la misma que existía antes del 7 de octubre.
El pueblo palestino está inmerso en una lucha por la liberación probablemente desde 1929. Es una lucha contra sus colonizadores y, como toda lucha anticolonial, tiene sus altibajos, sus momentos de gloria y sus difíciles momentos de violencia. La descolonización no es un proceso farmacéutico y aséptico, es un asunto desordenado. Y cuanto más duren el colonialismo y la opresión, más probable será que el estallido sea violento y desesperado en muchísimos sentidos. Es sumamente importante recordar a la gente la historia de las rebeliones de los esclavos en este país [Estados Unidos] y cómo se acabó con las revueltas de los nativos americanos, las rebeliones de los argelinos contra los colonos en Argelia, la masacre de Orán durante la lucha del FLN por la liberación. En ocasiones se pueden cuestionar algunas de las ideas estratégicas, se puede tener momentos de inquietud, y con razón, sobre la forma en que se están haciendo las cosas. Sin embargo, si no se descontextualiza, si no se elimina la perspectiva histórica del propio acontecimiento, nunca se pierde la brújula moral.
Parece que estemos luchando contra una cobertura típica (tanto por parte de los medios de comunicación como del mundo académico de este país, de Occidente y del hemisferio norte en general), que tiene esa capacidad de tratar un acontecimiento como si no tuviera historia ni consecuencias. Incluso los relatos sobre el festival que fue atacado el 7 de octubre no mencionan el hecho de que se trataba de un festival sobre el amor y la paz: a kilómetro y medio del gueto de Gaza, la gente estaba celebrando el amor y la paz mientras la población gazatí estaba siendo sometida a uno de los asedios más brutales de la historia de la humanidad, que se prolonga desde hace más de quince años. Los israelíes deciden cuántas calorías ingresan en la Franja de Gaza [abasto racionado de carnes], quién entra y sale, y retienen a dos millones de personas en la mayor cárcel a cielo abierto del planeta.
Todos estos contextos permiten navegar con moralidad sin perder esa brújula. Sin embargo, mucho más importante que el contexto inmediato e incluso el contexto del asedio –y en esto me gustaría centrarme hoy– es el hecho de que uno de nuestros mayores retos como activistas en pro de Palestina, o estudiosos de Palestina comprometidos, es que no podemos desafiar décadas de propaganda e invención, enfrentarnos a esa narrativa, con frases cortas. Creo que este es nuestro principal problema. Necesitamos espacio y tiempo para explicar la realidad ante la enorme cantidad de canales, fuentes de información e instituciones culturales que han proyectado una imagen y un análisis de Palestina falso, inventado, que se ha construido a lo largo de los años con la ayuda del mundo académico, los medios de comunicación, Hollywood, las series de televisión, etcétera. Todo esto influye en las mentes y las emociones de la gente y crea una historia determinada que no se puede cuestionar con una sola frase. Ni siquiera se puede desafiar únicamente con el sentido de la justicia, sino con un sentido de la justicia basado en un profundo conocimiento de la historia, con un análisis profundo y preciso de la realidad mediante el uso del lenguaje adecuado, porque el que utilizan incluso las fuerzas liberales, llamadas progresistas, es un lenguaje que inmuniza a Israel y no permite que la lucha anticolonial palestina se justifique, se acepte y se legitime. Y ya saben: en el panteón de la lucha anticolonialista, en el que mucha gente pondría a un montón de héroes –desde Nelson Mandela hasta Gandhi, pasando por otros importantes líderes del movimiento por la liberación–, no encontrarán a ningún palestino. Siempre serán tratados como terroristas, cuando en esencia es un movimiento anticolonialista. Y para emplear el lenguaje adecuado, conocer la historia del lugar y llevar a cabo un análisis correcto se necesita, como he dicho, espacio; no puedes llegar y decirle a alguien: tú estás equivocado y yo tengo razón. Y es un enorme reto para todos nosotros en un momento como el que se está viviendo estos días en Estados Unidos, por ejemplo, donde parece haber un apoyo incondicional a Israel y una postura hipócrita ante el sufrimiento de los israelíes que no se mostró ante el sufrimiento de los palestinos en ningún momento de la historia de Palestina.
Las lecciones de Historia, por así decirlo, son el antídoto a la eliminación de la perspectiva histórica de los acontecimientos del 7 de octubre y los que se están desarrollando ante nuestros ojos hoy –y probablemente en las próximas semanas, si no meses–. El contexto histórico tiene dos niveles, dos pilares básicos sobre los que deberían apoyarse el ámbito académico o el de los medios de comunicación, y que considero muy importantes para cualquiera que participe en debates públicos a título individual o institucional. Uno es no dejar nunca de insistir en una definición precisa del sionismo, esto es muy importante: no se debería permitir ninguna discusión sobre lo que ocurre hoy en Israel o en Palestina sin hablar del sionismo. Israel y sus partidarios han invertido mucho esfuerzo en equiparar el antisionismo con el antisemitismo para que, si alguna vez mencionas la palabra «sionismo», estés pisando el terreno peligroso de ser considerado antisemita, y, por lo tanto, seas silenciado. Sin embargo, eso no significa que esta no sea la única manera correcta de iniciar el relato, que comienza con una ideología que es racista y muy dura. El sionismo pertenece a la genealogía del racismo, no a la historia de los movimientos de liberación –que es como se enseña en la mayoría de las universidades estadounidenses–, no a la historia de los movimientos nacionales –que es como se enseña en la mayor parte del hemisferio norte o de la que hablan o cubren los medios de comunicación occidentales–. No, pertenece a la historia del racismo, que originalmente no era una ideología, y que se manifestó como tal en la tierra de Palestina.
Y este racismo forma parte de la naturaleza colonialista del movimiento sionista, que no es excepcional y con la que ustedes también están familiarizados en este país de europeos que no eran aceptados como tales [puritanos, cuáqueros y otras minorías protestantes disidentes], que fueron expulsados de Europa y tuvieron que encontrar un lugar diferente. Y encontraron países en los que vivían otras personas y, como dijo el difunto Patrick Wolf, en ese encuentro se activó la lógica de la eliminación del nativo, en el momento en que esos colonos se encontraron con los indígenas. Y eso también es cierto en el caso de Palestina. Las políticas de eliminación forman parte del ADN sionista desde el inicio mismo del movimiento a finales del siglo XIX. Para decirlo con palabras menos académicas, se quería la mayor parte posible de Palestina con el menor número posible de palestinos. Siempre existieron la dimensión demográfica y la geográfica, la de la población y la del espacio: cuanto más espacio quieres, menos quieres a la población indígena que hay en él.
Las políticas de eliminación pueden ser el genocidio, la limpieza étnica o el apartheid [segregación]. Adoptan formas diferentes en lugares diferentes o en el mismo lugar, según la capacidad, las circunstancias históricas y la situación. Sin embargo, no se puede separar lo que pasa en Gaza de estas políticas israelíes de eliminación del nativo, que tienen su origen en el pensamiento sionista –en los cuadros de los pintores sionistas, en la escritura de los intelectuales sionistas–, y que en 1930 se convirtieron en una estrategia, la cual se implementó por primera vez en 1948, con la limpieza étnica que terminó con la expulsión de la mitad de los palestinos y la destrucción de la mitad de los pueblos de Palestina [la Nakba]. Por cierto, muchos pueblos israelíes están construidos sobre las ruinas de aquellos; algunos kibutzim que fueron ocupados por Hamás durante unas horas, se construyeron sobre las ruinas de esos pueblos palestinos de 1948, y una cantidad considerable de los palestinos que entraron en los kibutzim eran una tercera generación de refugiados de estos mismos pueblos destruidos no lejos de Gaza. Esto también forma parte de la historia. No estoy justificando lo que se hizo, sino que trato de ofrecer un contexto histórico, sin el cual no se llega al origen de la violencia [la resistencia armada palestina] y sólo se abordan sus síntomas. Hay que ir al origen de la violencia, que es una determinada ideología racista que, en su esencia, es la idea de la eliminación del nativo y, como digo, no es algo exclusivo del sionismo.
Hubo otros movimientos coloniales europeos que, sin duda, estaban motivados e inspirados por la idea de la eliminación del nativo. De modo que, si observamos esa historia de un modo superficial, se infiere que lo verdaderamente importante de un movimiento ideológico que está motivado por la idea de poseer la mayor cantidad posible del nuevo territorio, con la menor cantidad posible de su gente nativa, es el período histórico en que fue concebido y en que se promulgaron sus políticas de eliminación. Ahora bien, si esas políticas de eliminación se promulgan en el siglo XIX, como se hizo en Estados Unidos, estamos hablando de un mundo bastante indiferente al colonialismo, al racismo y a los derechos humanos o derechos civiles colectivos. Sin embargo, si te paras un minuto a pensar, te das cuenta de que esto se hizo después de la Segunda Guerra Mundial, [en 1948,] el año que se promulgó la Declaración Universal de Derechos Humanos que el hemisferio norte estaba tan orgulloso de mostrar al mundo para manifestar que ya teníamos las bases morales que aseguraran que la matanza masiva de personas y el racismo que habíamos visto en tantos lugares serían erradicados, porque existía un consenso moral. Cuando te das cuenta de que, ese mismo año, Sudáfrica promulgó la ley del apartheid e Israel ejerció la limpieza étnica de Palestina, empiezas a comprender el mensaje que, en 1948, recibieron tanto el régimen del apartheid en Sudáfrica como –lo que es más importante– el estado sionista [de Israel] por parte de la comunidad internacional: sí, anunciamos con orgullo la Declaración de Derechos Humanos, pero también les decimos que a ustedes no se les aplica. El mensaje del mundo era que la limpieza étnica de Palestina era aceptable, principalmente por una razón (esta era la propaganda, yo no creo que fuera la verdadera razón), que un intelectual estadounidense resumió así: tolerar una pequeña injusticia para subsanar una injusticia mucho mayor. Concretamente, los palestinos tenían que compensar a los judíos por mil años de antisemitismo europeo y cristiano. El trato estaba muy claro, y por eso Israel fue el primer estado en reconocer una nueva Alemania. La gente en Europa y en Occidente dudaba mucho si aceptar a Alemania Occidental como miembro de las naciones civilizadas tan pocos años después del régimen nazi. Israel pretendía, y no con razón, representar tanto a los supervivientes como a las víctimas del Holocausto. Como máximos representantes de la Shoá, los israelíes dijeron: reconoceremos una nueva Alemania y, a cambio, queremos la no injerencia de Occidente en lo que estamos haciendo en Palestina. Se habría esperado que Israel fuera, como mínimo, el tercer país que reconociera una nueva Alemania, no el primero. Pero llegar a este acuerdo era muy importante para los sionistas. También implicó que la nueva Alemania proporcionara a Israel una enorme ayuda financiera, que contribuyó a construir el moderno Ejército israelí a principios de la década del cincuenta.
Ahora bien, como el mensaje que lanzó el mundo fue que, en el caso del Estado de Israel, la limpieza étnica era un método aceptable de estrategia para la seguridad nacional, no es sorprendente que la limpieza étnica continuara. Israel expulsó a 36 pueblos entre 1948 y 1967 dentro de Israel [primera Nakba], Israel expulsó a 300 mil palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza [segunda Nakba] durante la guerra de junio de 1967 [la Guerra de los Seis Días]. Desde 1967 hasta hoy, Israel ha expulsado a casi 700 mil palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Y mientras hablamos, Israel continúa la limpieza étnica en lugares como Maghazi [un campamento de refugiados en territorio gazatí], el sur, las montañas de Hebrón, la zona del Gran Jerusalén y otros lugares de Palestina. La limpieza étnica se ha convertido en el ADN de la política israelí hacia los palestinos, y emplea a cientos de miles de personas para llevarla a cabo, porque no se trata de limpiezas étnicas masivas como en 1948, sino de limpiezas étnicas graduales. A veces es la expulsión de una persona o de una familia, a veces es el cierre de un pueblo o el cerco de la Franja de Gaza, que también es una forma de limpieza étnica, porque si creas el gueto de Gaza, no tienes que incluir a esos dos millones de palestinos dentro del balance demográfico de árabes y judíos, porque estos palestinos no tienen voz ni voto en el futuro de la Palestina histórica.
Este es el único pilar histórico necesario para responder cuando alguien nos diga que si ondeamos la bandera palestina estamos apoyando el terrorismo, o cuando alguien emplee ese vil lenguaje que la gente utiliza ahora contra los palestinos. Si la gente compara lo que ocurrió el 7 de octubre por la mañana con el Holocausto –y con ello tergiversan totalmente el Holocausto, su memoria–, o no lo entienden o no saben lo que hacen. Pero incluso si insisten y tratan de dar lecciones de moralidad, es muy importante situar este acontecimiento concreto en la historia más amplia de la Palestina moderna, y en la historia particular del asedio inhumano de dos millones de personas en Gaza que comenzó en 2007 –probablemente el más largo que jamás haya sufrido un número tan grande de personas en lo que respecta a alimentos, agua, libertad de movimiento y otras necesidades básicas de la vida–, y que, en 2020, llevó a las Naciones Unidas a considerar que la vida en la Franja de Gaza era insostenible para los seres humanos. Hace ya tres años pensaban que ya habíamos cruzado la línea roja en Gaza, así que no se sorprendan cuando el pueblo [palestino] se desborde: hay indignación, hay sed de venganza, hay violencia… Por supuesto que la hay.
Esto mismo ocurrió con las rebeliones de los esclavos, de los indígenas americanos, de los pueblos colonizados desde la India hasta el norte de África. La lucha anticolonial, como he dicho antes, no es cosa de cuáqueros y pacifistas. Puede ser muy violenta o muy pacífica, y en gran parte eso depende de hasta qué punto el colonizador, el perpetrador de la limpieza étnica, esté dispuesto a asumir el hecho de que las personas a las que colonizaron u oprimieron no van a desaparecer y no van a abandonar su lucha. Cuanto antes lo entiendan, más probabilidades habrá de que se produzca una transformación mucho más pacífica de una realidad colonial a una realidad poscolonial. Si se niegan a entenderlo, les golpeará en la cara una y otra vez, y el 7 de octubre no será el último momento de dicha circunstancia.
Sin embargo, también hay otro pilar histórico sobre el que me gustaría poner el foco. Es muy importante porque en todo el discurso que acompañó la cobertura de los medios de comunicación y de los políticos de este país [EE.UU.], y de Occidente en general, era muy fácil ver cómo se tiende a generalizar sobre los palestinos. Lo hemos oído antes sobre los musulmanes en general después del 11-S, contra cualquier pueblo que se atreviera a desafiar a los imperios durante el período colonial. No hay nada nuevo en ello, pero es importante recordar a la gente que el sionismo fue un desastre que destruyó una Palestina que habría sido diferente sin el sionismo. Es muy importante recordar a la gente cómo era Palestina antes de 1948: un lugar donde musulmanes, cristianos y judíos coexistían, cuando la coexistencia no era una idea imaginaria de vive y deja vivir, sino que era una forma genuina de convivir. No hay que idealizarla. Por supuesto que tuvo su tensión y sus momentos de crisis; pero era un mosaico de vida que, en particular en Palestina, permitía a la gente disfrutar también de lo que la tierra ofrecía, algo que hoy no existe, como por ejemplo, abundancia de agua. Únicamente las personas que recuerdan la Palestina anterior a 1948 saben que cada pueblo palestino tenía un arroyo de agua dulce. Esa fábula sionista que acaba de repetir la presidenta de la Comisión Europea [Ursula von der Leyden] al afirmar que el sionismo hizo florecer el desierto, es una tremenda invención. En muchos lugares, el sionismo convirtió un país floreciente en un desierto. Hay que recordarlo, pero sólo se puede hacer si, con la ayuda de historiadores, se reconstruye la Palestina anterior a 1948 en lo que respecta tanto a las relaciones humanas como a la ecología; la conexión que había entre los palestinos y los pastizales, por ejemplo; en la naturaleza que el sionismo destruyó y que formaba parte de la calidad de vida que tenían los palestinos. O, como dijo el difunto Imil Habibi: “Cuando vivía en la calle Abbas de Haifa, antes de 1948, no sabía quién era cristiano o musulmán en mi calle”. Y creo que no es una mera cuestión nostálgica. Si se quiere, se trata de una historia alternativa [o ucronía], en el sentido de que existía la posibilidad de una Palestina diferente.
Y en esa historia hay que incluir también el hecho de que el movimiento nacional anticolonialista palestino, desde el momento en que el sionismo puso un pie en la Palestina histórica, fue fiel a dos principios –y esto está tan bien documentado que no hay que esforzarse mucho para encontrarlo–, que comunicaron a los estadounidenses porque fueron estos los que llevaron estos principios al mundo árabe a través del presidente Woodrow Wilson, especialmente al Mediterráneo oriental en 1919; y después fue la ONU la que, de algún modo, insistió sobre estos principios. Uno de los principios era el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los palestinos dijeron que también merecían el derecho a la autodeterminación, como los iraquíes, los libaneses, los egipcios. El otro principio era la democracia. Lo razonaron en estos términos: si nos apartan del dominio otomano, bajo el que estuvimos 400 años, y quieren que decidamos nuestro futuro post-otomano, cabe preguntarse cuál será la naturaleza de nuestro régimen, de nuestro estado, de nuestra existencia política. Queremos decidir democráticamente, a través del voto de la mayoría, si queremos formar parte de la Gran Siria, ser una Palestina árabe independiente o formar parte de una república panárabe federada. En cualquier caso, depende de nosotros. Y todas las delegaciones estadounidenses que fueron a Palestina desde 1918 hasta 1948 respondieron a los palestinos que, aunque los principios de democracia y autodeterminación eran apreciados por el mundo occidental y los consideraban los pilares sobre los que construir el nuevo mundo árabe post-otomano, no podían aplicarse a Palestina. El Imperio Británico [en consonancia con el sionismo cristiano, que también era muy fuerte en EE.UU.] había prometido que Palestina se convertiría en un estado judío, y como los judíos son una minoría tan pequeña, el principio de autodeterminación no podía aplicarse a los palestinos. Y, por supuesto, el principio de elección mayoritaria o democrática estaba descartado para ellos [pues si se plebiscitaba el proyecto sionista, habría más votos en contra que a favor]. Esto también es importante en el marco de nuestro viaje histórico al pasado, para contextualizar el tipo de opresión, el tipo de historia o genealogía del racismo que fue respaldado y apoyado por Occidente en el caso de Palestina.
Ahora bien, este otro pilar no sólo es importante para recordarnos lo que hizo el sionismo o lo que podría haber sido Palestina. Constituye la base sobre la que construiremos una Palestina liberada, poscolonial. Son los cimientos. Y hay que pensar en los elementos de este pasado y en cómo se relacionan con una realidad diferente de la que tuvimos, sin dejar que el actual ataque a la Franja de Gaza, las políticas genocidas de Israel, impidan seguir pensando en la emancipación de Palestina y en cómo sería la Palestina liberada. Y hay que hablar con los palestinos que no sólo piensan en el movimiento táctico de mañana, sino que también visualizan una Palestina liberada. Eso es lo que hice en el libro que escribí con Ramzy Baroud [Our Vision For Liberation,2022]: hablamos con cuarenta intelectuales palestinos y les preguntamos cómo visualizaban una Palestina liberada. Y su visión de la liberación no sólo incluye cómo luchar por ella, sino lo que traerá consigo, que es todo lo que tenían en Palestina antes de 1948: una sociedad que no discrimina por motivos de religión, secta o identidad cultural; una sociedad que respeta la democracia y el principio de vive y deja vivir. Y lo que es más importante, tal vez más que cualquier otra cosa: una sociedad que devuelva Palestina al mundo árabe, al mundo musulmán; que le permita volver, de forma natural, al lugar del que fue sacada por la fuerza.
Ahora bien, formar parte del mundo árabe no es un escenario fácil para mucha gente, y con razón. Pero es imposible ser parte de la solución, o de escenarios más positivos para el mundo árabe, si no se forma parte de los problemas del mundo árabe. No se puede debatir sobre los derechos humanos en Irán o los derechos civiles en Egipto sin incluir los derechos humanos y civiles de los palestinos. Estos debates no tienen sentido porque siempre se llega a la excepcionalidad de los palestinos por esa falta de derechos, y a una posición de inferioridad si, desde fuera, se pretende ayudar al mundo árabe a tratar estas cuestiones de derechos humanos y civiles. Y únicamente cuando la Palestina del futuro forme parte del mundo árabe, será parte de sus problemas, pero también será parte de su solución.
Terminaré diciendo –sólo para insistir en el punto principal que realmente quiero plantear hoy– que siempre hay un espejismo dentro del drama, y no se puede subestimar el drama que estamos viendo. Desgraciadamente, creo que sólo es el principio: Israel va a imponer una catástrofe humanitaria no sólo en la Franja de Gaza, sino lamentablemente también en Cisjordania, porque van a utilizar lo que está ocurriendo como pretexto para cambiar también las políticas en Cisjordania. Por supuesto, lo más urgente es intentar pararlo desde Occidente con todos los medios a nuestro alcance, presionar para que haya una intervención internacional que ponga fin a estas políticas genocidas que, mucho me temo, se extenderán también a Cisjordania. Sin embargo, también tenemos que elaborar estrategias para el futuro, porque las cuestiones básicas seguirán ahí después de que este momento concreto termine de un modo u otro. Y, en mi opinión, este tipo de debate es el que garantiza que no perdamos nuestra brújula moral. No nos disuade el que la gente intente decirnos, después de lo que ocurrió el 7 de octubre, que ya no podemos mantener nuestras antiguas posturas sobre moralidad. Debemos recordarles que nadie ha cuestionado el derecho de Argelia, Kenia e India a liberarse del colonialismo, a pesar de los incidentes que hubo en la lucha por la liberación, independientemente de su nivel de violencia. Cualquiera que fuera el modo en que se produjera el enfrentamiento entre las fuerzas coloniales y anticoloniales, nunca hemos cuestionado el derecho básico a la liberación y la independencia, y tampoco deberíamos hacerlo en el caso de Palestina. Si queremos una Palestina en paz, hay que hablar, ante todo, de una Palestina libre. Gracias.
Ilan Pappé
Nota final.— El contraste que Pappé plantea entre, por un lado, el Estado de Israel propiamente dicho, sobre todo la metrópoli de Tel Aviv, laica y globalizada, donde residen los judíos más urbanitas y progresistas (los hilonim), a la que podríamos añadir Haifa; y, por otro lado, el enclave profundo de Cisjordania –o Ribera Occidental– allende la Línea Verde (lo que él llama Judea en inglés, y los judíos en general denominan Yehudah ve-shomrón o “Judea y Samaria” en hebreo), donde proliferan y señorean los granjeros israelitas ultraortodoxos o jaredim, con sus familias patriarcales supernumerosas y su chovinismo sionista a flor de piel, enfrascados en la expansión colonial y la violencia paramilitar contra los palestinos, nos hace recordar a la vieja Sudáfrica del Apartheid. Había en esta también una zona costera, económica y culturalmente abierta al mar, de una primera oleada de colonización europea, con mayores niveles de urbanización y modernidad, con una sociabilidad relativamente cosmopolita y secularizada, donde la white supremacy y las discriminaciones raciales contra la mayoría negra nativa estaban algo atemperadas (provincia de El Cabo, fundada por pioneros holandeses calvinistas en el siglo XVII, quienes se acriollaron gradualmente como «afrikáneres» hablantes del dialecto afrikaans, y que posteriormente se mezclaron con la inmigración británica anglófona de credo anglicano, metodista o presbiteriano); y una zona interior de colonización tardía, de impronta más rural y conservadora, con reductos de colonos granjeros fuertemente apegados al fundamentalismo religioso y la cultura racista (originalmente la esclavitud, luego la segregación), e imbuidos de un nacionalismo étnico radicalizado y confesionalista, anclado en la tradición bíblica del Antiguo Testamento y el excepcionalismo mesiánico, con sus ideologemas del «pueblo elegido» y el «éxodo a la Tierra Prometida» (los bóeres separatistas que protagonizaron el Groot Trek o «Gran Viaje» hacia Orange, Natal y Transvaal durante el segundo tercio del siglo XIX, huyendo del Imperio Británico en aras de preservar su supremacía blanca y su fe ortodoxa centrada en una Iglesia Reformada Holandesa «a salvo» de la «blasfemia» de las nuevas ideas ilustradas dieciochescas que habían «inoculado» los jóvenes clérigos protestantes venidos de Europa).
Salvando todas las distancias, los judíos jaredíes de la actual Cisjordania guardan un parecido notable con los bóeres calvinistas de la vieja Sudáfrica: expansionismo colonial agropecuario «tierra adentro» tipo settler (acciones sistemáticas de desalojo, deportación o segregación contra las comunidades campesinas nativas), nacionalismo étnico exacerbado, fanatismo religioso con ínfulas providencialistas-teocráticas de base veterotestamentaria, tradicionalismo rural, supremacismo racializado, propietarismo y securitismo pequeñoburgueses en forma de milicias vecinales o bandas armadas de farmers. En un futuro más o menos lejano, ¿los colonos judíos ultraortodoxos de “Judea y Samaria” le darán un giro separatista o autonomista a su patriotismo confesional y racista, como los bóeres decimonónicos de Transvaal y Orange en disputa «existencial» con Ciudad del Cabo? ¿Qué tan lejos llegarán los jaredim de la ruralidad cisjordana, «halcones» del sionismo a la vanguardia de la colonización, en su resentimiento con las «palomas» citadinas y seculares de Tel Aviv y Haifa? Por ahora, no tenemos indicios concretos de una deriva político-ideológica de esa magnitud. Pero la tensión ideológica o cosmovisional ya existe. Hay que tomar nota de ella, como propone Ilan Pappé.