Ilustración: obra anónima en rare-gallery.com
Nota.— En un mundo cada vez más caliente, dos son los epicentros donde el peligroso caminar sobre la cornisa puede dar lugar a un dominó de acontecimientos de consecuencias imprevisibles: Ucrania e Israel/Palestina. Aunque tendemos a considerar que lo más probable es que ambos conflictos se prolonguen sin una resolución definitiva y que, en ambos sitios, las acciones militares de alta intensidad no se detengan en breve (con el riesgo de un verdadero genocidio en la franja de Gaza), la posibilidad de escaladas incontrolables no debe ser subestimada. Hemos ofrecido amplios y diferentes análisis de estas dos guerras en curso –una simétrica y otra asimétrica– en números anteriores, pero nunca habíamos ofrecido lecturas que las aborden al unísono. Esto es lo que nos proponemos hoy, con dos textos diferentes.
“Gaza no solo complica a Ucrania” fue escrito por el analista español Rafael Poch-de-Feliu, quien lo compartió en su blog el 10 de noviembre, con este mensaje de presentación: “El escenario de una gran guerra regional de consecuencias imprevisibles está servido”. El otro artículo, “Due guerre”, que hemos traducido del italiano, pertenece a Enrico Tomaselli, y salió publicado en Giubbe Rosse el 12/11 con este copete: “La que se libra en Ucrania, y la que se libra en Palestina, no son simplemente dos guerras que enfrentan al Occidente colectivo contra el mundo multipolar, sino que en realidad son observables como dos batallas de una misma y gran guerra global, en la que la hegemonía estadounidense en declive se enfrenta a las potencias emergentes. Un conflicto destinado a durar años y que estará marcado por nuevas ‘batallas’ en diferentes cuadrantes del tablero mundial”.
Ambos textos están redactados desde una perspectiva geopolítica, que prescinde de la dimensión de clase y, en el caso de Tomaselli, recurre al discutible concepto de «Occidente colectivo», muy en la línea de los análisis en clave de «choque de civilizaciones», aunque en este caso desde una perspectiva de izquierdas. Esperamos poder ofrecer análisis que incorporen la dimensión económica y de clase de ambos conflictos, antes de iniciar el receso por el verano austral.
GAZA NO SOLO COMPLICA A UCRANIA
Las cosas no le iban nada bien al mundo con Ucrania y en eso aparece Gaza. La famosa «contraofensiva» ucraniana, en condiciones de inferioridad artillera, aérea y numérica, ya se reconoce como desastre incluso en los medios occidentales. Su resultado práctico, una gran carnicería: decenas de miles de muertos, mutilados, huérfanos y viudas. Cerca de 90 mil bajas entre el 4 de junio y septiembre, según el presidente Putin. Pero la aparición de la aún más terrible e ignominiosa masacre israelí en Gaza lo complica aún más todo para Kiev.
Las dudas sobre la «rentabilidad» de la ayuda de Estados Unidos a Ucrania en armas y dinero se han disparado en Washington. La mitad de los congresistas republicanos, por lo menos, se oponen a seguir financiando un pozo sin fondo cuya motivación reconocida, «agotar a Rusia» con miras al cambio de régimen en Moscú, se demuestra ilusoria. El régimen ruso, no se ha debilitado, como nosotros mismos preveíamos erróneamente en febrero de 2022, sino que, al contrario, se ha fortalecido. Rusia es hoy más fuerte que entonces. Las sanciones han incentivado una gran reconversión industrial y geopolítica que parece funcionar a todo vapor. Las bajas rusas, muy inferiores a las ucranianas pero también cuantiosas, están geográficamente repartidas. Afectan poco a las grandes urbes como Moscú y Petersburgo, donde se concentran los sectores de la élite más prooccidentales, y mucho más a las regiones pobres del país, principal cantera de voluntarios bien pagados. El sistema de compensaciones por heridas de guerra o muerte parece funcionar y amortiguar las consecuencias en la sociedad. La industria de guerra actúa como locomotora económica dinamizadora de cierto giro keynesiano, y el propio conflicto hace irreversible la ruptura con Occidente y el enfoque «euroasiático» de Moscú hacia Oriente y el Sur global. Es verdad que en el frente tampoco hay una ofensiva rusa, sino solo una lenta presión, sin exponer demasiado a la propia tropa, pero avanzando muy lentamente. Se podría hacer pasar eso por una situación de estancamiento militar que desgasta a ambas partes, si no fuera porque el tiempo trabaja para Moscú y erosiona la voluntad ucraniana.
En ausencia de unas mínimas perspectivas de que las cosas pueden mejorar, la resistencia numantina no tiene sentido, y, se mire como se mire, Ucrania carece de esas perspectivas.
En Washington se abre paso la idea de que no se puede con todo. Ayudar a Ucrania en Europa, ayudar a Israel en Medio Oriente y prepararse para una posible guerra con China en Asia oriental. Si hay que elegir entre Ucrania e Israel, está claro que gana Israel, así que va a haber menos munición y menos dinero para Kiev. Ese es el cuadro donde el gobierno de Ucrania se está corroyendo.
Con su discurso numantino, el presidente Zelensky ha pasado de superstar a actor secundario del espectáculo occidental. Hay mayor realismo entre los mandos de su ejército, con una creciente y vieja tensión y rivalidad entre el presidente y el general Valery Zaluzhny, jefe de las fuerzas armadas y posible rival político. Desde la presidencia se han afeado las entrevistas y artículos de Zaluzhny en The Economist sobre el estado real de las cosas en el campo de batalla. Zelensky ha cesado al jefe de las fuerzas especiales, Gral. Viktor Jorenko, sin consultar a Zaluzhny ni dar motivo. Otro colaborador del jefe militar ha muerto esta semana al abrir, o manipular, un explosivo regalo de cumpleaños en lo que podría ser un atentado. Y otro excolaborador presidencial, Aleksei (ahora Oleksi) Arestovich, ha fijado su residencia en Suiza por razones de seguridad, después de elevar el tono de sus críticas al presidente. Ya nadie se acuerda de cuando, en junio, el sobrado y ahora realista Arestovich auguraba la victoria de la fallida contraofensiva “en dos o tres semanas”. Ahora ese personaje, un rusófono con gancho entre los ucranianos rusoparlantes, insinúa su posible candidatura presidencial en unas elecciones que Zelensky descarta… En Kiev ha llegado la hora de las conjuras, y quién sabe si no también de los golpes de estado que hagan posible algún tipo de acuerdo con dolorosas cesiones territoriales a Rusia. Tal como están las cosas, solo podría ser un acuerdo sumamente desfavorable y sin Zelensky, porque el presidente de la “victoria hasta recuperar las fronteras de 2014”, no lo podría asumir…
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Mas allá de todo eso, lo de Gaza incrementa sobremanera la temperatura global. El ataque de Hamás del 7 de octubre fue un completo desastre para Israel. La clave de su larga y discreta preparación fue un regreso a la época predigital, con líneas de comunicación cerradas orales o por cable, y sin que los amigos del Líbano o Teherán estuvieran al corriente. Nadie duda de que hubo crueldad, víctimas civiles y crímenes de guerra. Otro eslabón sangriento e indigno de una cadena histórica de justa y legítima resistencia, como las barbaridades contra civiles del FLN en Argelia o las de los indios en el Far West. Pero a menos que nos conformemos con la versión del Ejército israelí, lo que ocurrió exactamente está por aclararse. Las propias víctimas israelíes, y los edificios calcinados, hablan de la intensidad del «fuego amigo» con armas pesadas de las que los palestinos carecen. Los atacantes han explicado que no esperaban lograr tanto. Parece que actuaron «espontáneos» que se colaron por la brecha del muro. ¿Cómo se explica si no que tomaran rehenes tailandeses sin valor de canje para comerciarlos con los miles de rehenes que Israel mantiene en sus prisiones? Todo se sabrá, pero la humillación del cuarto o quinto ejército del mundo, de sus sofisticados sistemas de escucha e información, y de sus políticos racistas y ultraderechistas para los que Palestina era tema resuelto, ha sido enorme y constituye el hecho central.
Ahora de lo que se trata es de restablecer el miedo de los árabes a ese Israel militarmente humillado. La actual masacre cumple esa función: restablecer el miedo, arrasándolo todo y aprovechar la situación para acelerar la limpieza étnica mantenida con diferente intensidad desde 1948. A principios de noviembre, ya han matado a más niños palestinos de los que mataron desde 1967. En Cisjordania, desde el 7 de octubre el Ejército y la colonos armados, a los que el gobierno ha repartido 150 mil armas de fuego, han matado a 136 palestinos, 43 de ellos niños. El resultado para los palestinos es más que ambiguo, porque militarmente no pueden ganar, como lo era para los sublevados del gueto de Varsovia. Son decisiones que, seguramente, solo quienes ya no tienen nada que perder pueden comprender…
El esperado discurso del 3 de noviembre del líder de Hezbolá, Hasan Nasrallah, dejó claro que Hezbolá no abrirá un segundo frente contra Israel en la frontera del Líbano motu proprio. La situación en Líbano es crítica, y atraer a la aviación israelí sería desastroso. De momento, Hezbolá se limita a mantener una tensión que obliga a Israel a destacar en esa frontera a la tercera parte de su Ejército, una forma modesta de ayudar a Gaza. Pero Nasrallah, que es un hombre que mide sus palabras, también dijo “no dejaremos que aniquilen a Hamás”. A Estados Unidos, que ha enviado su flota a la región, le dijo que se lo piense dos veces antes de bendecir la aniquilación de Gaza. También Irán, que se beneficia de la distensión con Arabia Saudita y del respaldo recibido de China, ha lanzado claras señales de no querer una guerra regional, que tampoco a los Estados Unidos les interesa. Pero mucho depende de Israel. Sus autoridades están más desatadas que nunca, desatadas en su loca carrera. Las cosas se pueden ir de las manos. A un año de las presidenciales y en pleno fragor de las amenazas judiciales con sus rivales políticos, Biden no puede perder la cara aún más tras el desastre de Afganistán.
En Siria hay ataques diarios de la aviación israelí y combates que implican a tropas estadounidenses. Egipto y Jordania rechazan el plan israelí de transferirles a los palestinos deportados. Mas preocupante para Israel puede resultar la actitud de Turquía… Toda la región está al rojo vivo. En cualquier caso, si no se abre un segundo frente en la frontera libanesa, Gaza y Hamás pueden ser literalmente aniquilados por la apisonadora militar israelí. Por otro lado, si ese frente se abriera y estalla una guerra regional, sus consecuencias serían imprevisibles. Irán y Hezbolá tienen capacidad misilística para responder con ataques a la flota de EE.UU., destruir sus bases militares en la región, interrumpir el tráfico petrolero en el estrecho de Ormuz y ocasionar gran destrucción en las ciudades israelíes. En tal caso, Israel podría usar sus armas nucleares contra Irán. Lo de menos es el orden de los acontecimientos. Lo que cuenta es la cadena potencial hacia una catástrofe. El asunto es serio.
Hace poco, no había nada peor que los peligros derivados de la guerra de Ucrania. Hoy tenemos algo peor. Nunca, ni siquiera durante la guerra fría, habíamos vivido tan peligrosamente como estamos viviendo ahora.
Rafael Poch-de-Feliu
DOS GUERRAS
Quizá por primera vez desde 1945, el llamado Occidente colectivo se enfrenta a dos guerras importantes al mismo tiempo. Esto ya es una situación excepcional en sí misma, pero lo es aún más porque el mundo occidental está atravesando una fase cuanto menos complicada, y en la que ciertamente su poder (no sólo militar) está siendo abiertamente cuestionado y puesto en tela de juicio, por diversos actores de la escena internacional. Y aunque, sobre todo en los círculos angloamericanos, una larga familiaridad con la geopolítica y las estrategias globales debería ayudar a leer correctamente la fase, no parece que este sea el caso. O al menos, no del todo.
Desde el punto de vista de Occidente, de hecho, parece que –simplemente– una guerra elimina a la otra. Después de haber archivado efectivamente la de Ucrania, que se daba esencialmente por perdida y que en cualquier caso es ahora más bien una fuente de vergüenza y molestia, Estados Unidos y la OTAN parecen haberse lanzado a la –renovada– guerra israelí-palestina, con el mismo entusiasmo que durante los primeros meses en Ucrania.
Aunque por el momento son sólo los Estados Unidos quienes apoyan económicamente a Israel, mientras que los países europeos se limitan a un apoyo político total e incondicional,1 es evidente que la onda larga de esta guerra acabará afectando de nuevo a estos últimos. Y una vez más donde más duele, en las fuentes de abastecimiento energético. Con ello, se pone de manifiesto una vez más cómo las clases dirigentes europeas no sólo están completamente supeditadas al imperio estadounidense, sino que además están formadas por dirigentes de una mediocridad absoluta, si no peor.
Lo que resulta, sin embargo, es que la percepción de estas guerras, en Occidente, es del todo superficial. Se trata, por supuesto, de un viejo problema, que afecta a todas las guerras que han seguido a la Segunda Guerra Mundial. Todos los conflictos en los que se han visto implicados los países del Occidente colectivo han sido, de hecho, asimétricos (contra enemigos decididamente menos poderosos), de impacto limitado (relativamente pocas bajas, balance económico generalmente siempre positivo); en cualquier caso, políticamente ventajosos (incluso cuando terminan en derrota, el legado del caos siempre beneficia al hegemón); y más que nada, todos ellos se han librado lejos de casa.
Existe, por tanto, una percepción diferente de la guerra por parte del mundo occidental, que se ha ido formando a lo largo de los últimos ochenta años. Una percepción que, fundamentalmente, se resume en la idea de que podemos librar tantas guerras como queramos en condiciones de seguridad. Seguridad que, precisamente, nos vendría dada por una abrumadora superioridad tecnológica y militar, tal que nos permitiera proyectar nuestro poder bélico siempre y en todo caso en casa del enemigo de turno, manteniendo a raya todas las consecuencias desagradables que siempre acompañan a una guerra.
Este paradigma sigue siendo válido, pero ya empieza a resquebrajarse. Los costos económicos, especialmente para los países europeos, se están volviendo insostenibles; y es evidente que para mantener el ritmo de su –inevitable– crecimiento, el modelo de bienestar al que estamos acostumbrados se verá cada vez más erosionado.2 Los costos políticos crecen en paralelo, tanto en términos de mayor y creciente pérdida de cualquier espacio de autonomía (respecto al imperio washingtoniano), como en términos de pérdida de credibilidad y fiabilidad internacionales.
Nos queda –quién sabe por cuánto tiempo más– la posibilidad de exportar siempre las guerras a casa ajena. Pero la línea del frente está cada vez más cerca.
Un dato fundamental, que escapa al liderazgo occidental (y a la opinión pública), o que en todo caso se lee en clave mistificadora, es la profunda conexión entre las guerras en nuestras fronteras. Mientras tanto, y esto no es poca cosa, por primera vez tenemos dos conflictos extremadamente duros, y extremadamente peligrosos, al mismo tiempo. Ambos tienen lugar cerca del limes del imperio, al este y al sur, y ambos nos ven profundamente alineados e implicados. Sólo falta esa última línea roja por cruzar: el involucramiento directo.
En cualquier caso, no es sólo la proximidad lo que hace que estas dos guerras estén conectadas. De hecho, en ambos casos, es mucho más relevante la naturaleza profunda de las mismas, que las conecta. Son, de diferentes maneras, y con distintas razones contingentes, dos momentos en el desafío que el resto del mundo plantea al imperio, a su hegemonía. Es más, incluso pueden leerse como concatenados: sin el conflicto de Ucrania (sin lo que lo hizo posible, sin su desenlace), probablemente el actual conflicto de Palestina no habría podido manifestarse, no al menos en estos términos.
La cuestión es que ambos son como dos batallas distintas, pero de la misma Gran Guerra Global.
Esta guerra se libra, y se librará cada vez más, con batallas siempre nuevas, según un esquema políticamente asimétrico, en el sentido de que los objetivos de las partes beligerantes son diferentes y no simplemente opuestos. Para Occidente, se trata de intentar mantener su hegemonía, de intentar desgastar al enemigo para retrasar lo más posible su crecimiento (económico, militar y político). Para el resto del mundo, se trata de deshacerse de esa hegemonía, no de sustituirla por otra.
Esta asimetría tiene una consecuencia inmediata en las formas, y sobre todo en los tiempos, en que se enfrentan las partes en conflicto. Para el Occidente hegemónico, se trata de una carrera contra el tiempo, lo que le obliga a ser cada vez más agresivo y beligerante. Para el mundo multipolar, el tiempo es el mejor aliado, por lo que sólo entrará en batalla cuando sea estrictamente necesario, y en cualquier caso nunca dejando que el enemigo determine las reglas. Cada batalla se librará cuando y como se considere oportuno.
Es el imperio el que busca la confrontación, pero debe temerla siempre.
El General Tiempo es un poco la versión contemporánea de lo que fue General Invierno en las campañas rusas. Todos los actores internacionales, que se encuentran –voluntaria o involuntariamente– frente a la agresión hegemónica de Occidente, son conscientes de ello y confían en ello. Y también extraen sistemáticamente de ello importantes indicaciones estratégicas y tácticas.
A pesar de que Rusia tenía, por ejemplo, el potencial militar para doblegar a Ucrania en poco tiempo, prefirió adoptar un enfoque diferente, basado en desgastar al enemigo. Gracias a este enfoque, la guerra en Ucrania está produciendo mucho más que la derrota del régimen de Kiev, que habría dejado –de haber sido rápida– un reguero de problemas sin resolver. Al poner en marcha al General Tiempo en su lugar, Moscú está logrando muchos y muy importantes resultados.
En primer lugar, está demoliendo al ejército ucraniano. Por mucho que la OTAN haya comprometido considerables recursos, al menos desde 2014, para reforzarlas y ponerlas a su nivel, hoy las AFU [Fuerzas Armadas de Ucrania, por sus siglas en inglés] están en una situación desesperada; baste decir que la edad promedio de los militares en activo es de 40 años, la edad de alistamiento se está rebajando a 17 y la movilización ha llegado a las mujeres. Incluso sin contar con el alto nivel de deserciones, fomentado por la enorme corrupción, esto significa que generaciones de jóvenes varones han sido más que diezmadas.3
La guerra de desgaste también ha llevado a la destrucción de colosales arsenales militares, no sólo ucranianos sino de todo Occidente. Mientras que la industria bélica rusa ha dado pasos de gigante, multiplicando la producción y utilizando la experiencia de combate para desarrollar sistemas de armas más avanzados y eficaces.4 Y lo que es más importante: en Ucrania, Rusia ha demostrado que las armas y las tácticas de la OTAN no son en absoluto invencibles, sino al contrario, que es posible desafiar y derrotar al hegemón precisamente allí donde se sentía más seguro, es decir, en el campo de batalla.
Por supuesto, la OTAN sigue creyendo que tiene esta superioridad, pues sus fuerza aérea y naval se considera enormemente superior. Pero, como informa la revista Military Watch, “la OTAN es significativamente inferior a Rusia en cantidad y calidad de misiles antiaéreos”.
En cualquier caso, el conflicto ucraniano ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema bélico de la OTAN y, por tanto, su sfidabilità [capacidad de desafío].
Todo esto –el fracaso ucraniano en la victoria, la derrota del armamento de la OTAN, el gran desarrollo de la industria bélica rusa, por no hablar de la creación de facto de un sólido frente antihegemónico con Irán, Corea del Norte y China– es un gran obstáculo para los designios estratégicos de EE.UU., por lo que se traduce en la necesidad de ralentizar su puesta en práctica, dando así tiempo a sus enemigos.
En efecto, al enemigo estratégico de EE.UU., China, por un lado se le mantiene bajo presión (con sanciones, amenazas de endurecerlas por la colaboración con Rusia e Irán, provocaciones militares en torno a Taiwán y los empujes expansivos de la OTAN en el Indo-Pacífico) y, por otro, se le ablanda con declaraciones de distensión y propuestas de coexistencia pacífica. Washington sabe que es poco probable que gane económicamente la competición con Pekín, por lo que debe intentar ralentizar su desarrollo y, al mismo tiempo, acelerarlo de cara al enfrentamiento, siempre que crea que tiene margen suficiente para asegurarse una victoria militar. Dentro de este marco estratégico, la guerra de Ucrania acabó siendo un retroceso más que un paso adelante.
Del mismo modo, el repentino recrudecimiento del conflicto palestino-israelí se presenta como un obstáculo para las estrategias globales estadounidenses. Para EE.UU., de hecho, el control sobre Medio Oriente es tan fundamental como el control sobre Europa, siendo estos dos activos estratégicos indispensables, por razones obvias. En particular, por lo que respecta al modus operandi, Israel representa el pivote sobre el que se basa toda la estrategia de control sobre la región; una estrategia que, a su vez, se articula fundamentalmente en dividir el frente árabe, vinculándolo precisamente a Tel Aviv, y para ello requiere que el principal motivo de tensión –la cuestión palestina, precisamente– sea silenciado constantemente. Este delicado equilibrio, ya amenazado por la mediación china que puso fin a la hostilidad entre Arabia Saudita e Irán,5 saltó por los aires con la iniciativa palestina del 7 de octubre.
Con el lanzamiento de la operación Al-Aqsa Flood, de hecho, la resistencia palestina no sólo ha roto estos equilibrios, sino que, exactamente igual que hizo antes el conflicto ucraniano, ha hecho añicos el mito de la invencibilidad del Tzáhal y de los servicios israelíes, ha mostrado su capacidad de desafío.
No sólo eso: el movimiento palestino volvió a situar a Palestina en el centro del debate mundial y, al allanar el camino para la previsible reacción israelí, obligó a Estados Unidos a precipitarse sobre el terreno para apoyar a su aliado, ahondando así la grieta de desconfianza entre Occidente y el resto del mundo.
Aunque era obvio que las formaciones de combatientes de la resistencia no podrían vencer a las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés] en ataque, del mismo modo que era obvio que Israel reaccionaría salvajemente, la tormenta funciona brillantemente cuando se contempla desde su perspectiva estratégica, que una vez más se centra en desgastar al enemigo. Como dijo el líder de Hezbolá durante su discurso del Día de los Mártires, “estamos en una batalla de constancia, paciencia y acumulación de resultados, una batalla para ganar puntos con el tiempo”6.
Las fuerzas de la resistencia, en Palestina y fuera de ella, son sin duda absolutamente capaces de resistir al ejército israelí y, por tanto, de mantener a los Estados Unidos inmovilizados en Oriente Próximo, obligados a apoyar otra guerra –esta vez de baja intensidad– que su aliado es incapaz de ganar por sí solo.
Incluso en Palestina, por tanto, el General Tiempo vuelve a frustrar los designios del imperio estadounidense. Tanto Netanyahu como su ministro de Defensa, Gallant, hablan abiertamente de una guerra que durará meses, si no más, para derrotar a Hamás. Pero, ¿puede resistir un enfrentamiento de esta duración, teniendo que hacer frente no sólo a una durísima batalla urbana con las fuerzas de la resistencia en Gaza, sino también al exigente enfrentamiento con Hezbolá en la frontera libanesa, a pinchazos de alfiler desde Yemen y Siria, y a la creciente revuelta en Cisjordania?
Por mucho que tenga detrás el poder de Estados Unidos, Israel se enfrenta a enormes dificultades, que trascienden el mero aspecto militar. Incluso dejando de lado el enfrentamiento interno en el país, que es anterior al 7 de octubre pero que sólo ha remitido ligeramente desde entonces, está la cuestión de la responsabilidad (política y militar) en la debacle, está la cuestión de los prisioneros civiles y militares, está la cuestión –que ahora emerge con fuerza– de las numerosas muertes israelíes debidas al propio fuego del Ejército.
Pero, aún con más fuerza, está el costo económico del conflicto.
Que no es simplemente el costo en vidas de la operación militar, especialmente si durase mucho, sino el impacto global en la economía israelí. Que, por un lado, se ve privada de la mano de obra de los reservistas retirados y, por otro, de los miles de palestinos que han sido expulsados a Gaza. Hay un cese de la actividad económica en todo el norte, evacuado en gran parte por razones de seguridad, y lo mismo ocurre a lo largo de las fronteras con la Franja de Gaza. Los evacuados de ambas regiones necesitarán tarde o temprano ayuda pública. Por no mencionar el hecho de que más de un cuarto de millón de israelíes abandonaron el país tras el ataque del 7/10. Todo ello, en un marco de creciente aislamiento internacional; y aunque los gobiernos de la OTAN no defeccionen en su solidaridad con Tel Aviv, es evidente que el comportamiento de este último crea enormes vergüenzas, que acabarán por abrir grietas.
La situación es tal, que tanto Israel como Estados Unidos necesitarían salir rápidamente de este atolladero, pero ambos saben que esto no será posible. Y en Washington están que trinan, porque son conscientes de cómo esta crisis está poniendo en serias dificultades todo su entramado de relaciones con Oriente Próximo. Tanto es así que –por necesidad– Biden se dispone a pedir a Xi Jinping que interceda ante Teherán para que se abstenga de intervenir.
Sólo que Irán no tiene prisa por hacerlo; se sienta metafóricamente en la orilla del Jordán, y espera…
Enrico Tomaselli
NOTAS
1 De hecho, el gobierno alemán ha aumentado recientemente de forma masiva las autorizaciones de exportación de armas a Israel. Desde el 2 de noviembre, el gobierno ha autorizado exportaciones por valor de unos 303 millones de euros. En 2022, eran sólo unos 32 millones de euros. (Fuente: Deutsche Welle Politics).
2 Como declaró recientemente el jefe de la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, “los países de la UE deben estar políticamente preparados para compensar los recortes de la ayuda estadounidense a Ucrania”.
3 “Las bajas de las fuerzas armadas ucranianas son exorbitantes”; así lo afirmó el expresidente del comité militar de la OTAN y exinspector general de la Bundeswehr, el general Harold Kujat, en el canal de YouTube HKCM.
4 Según la cadena de televisión alemana ZDF, “Rusia está a la vanguardia de la innovación militar en Ucrania, mientras que las armas occidentales se están quedando atrás”.
5 La mediación de Pekín, además de permitirle hacer una aparición con autoridad en la región, ha producido una cascada de acontecimientos no deseados por el imperio: el reingreso de Siria a la Liga Árabe, el inicio de una posible resolución de los problemas que la enfrentan a Turquía, el fin del conflicto entre Riad y Saná.
6 Sayyed Hassan Nasrallah, 11 de noviembre de 2023, Rumble.