Fotografía: gentileza de Lautaro Riveiro, de Editorial Marat.
En la segunda mitad del año pasado, la Editorial Marat dio a conocer la edición argentina del libro de Carlos Taibo Ecofascismo: una introducción, publicado originalmente en España por Catarata, en 2022. Se trata de una obra polémica, que incide en un campo político-intelectual –el del ecologismo– que ha dado lugar a un número elevado de obras de gran calidad al otro lado del Atlántico y en lengua castellana. A este lado del gran charco, el abordaje ha sido mucho más escueto, sin grandes controversias ni tampoco grandes aportes. Pero se trata de un conjunto de problemáticas que la cultura de izquierdas debe afrontar y debatir con rigor conceptual, amplitud de miras, solidez empírica y, en lo posible, generosidad intelectual y audacia política.
Carlos Taibo (Madrid, 1956) es un académico actualmente jubilado, que se especializó en procesos de transición política, económica y social en los países de Europa central y oriental (el antiguo bloque soviético). Se trata de un autor sumamente prolífico: ha publicado algo así como medio centenar de libros desde 1989 a la actualidad. Buena parte de su obra está conformada por libros relativamente breves, pensados para acercar a un público amplio determinadas problemáticas. Y algo muy importante: Taibo es un activista libertario de izquierdas, un anarquista, un comunista anárquico (para no confundirnos con los «anarcocapitalistas» hoy tan en boga, que se hallan en sus antípodas ideológicas).
Ecofascismo es, en sus propias palabras “el más especulativo” de sus libros. No podría ser de otro modo, dado que lo que se propone es avizorar el futuro. Vicio condenable en muchas circunstancias, el pensamiento conjetural es en este caso inevitable y, en consecuencia, aceptable. Por lo demás, Taibo se embarca en una tarea de especulación futurista que intenta ser crítica, controlada. Si sus empeños lograrán convencer a sus lectores, es harina de otro costal. En cualquier caso, la tarea que acomete es necesaria, incluso urgente. Quien a la postre no coincida con su mirada y sus análisis, tendrá de todos modos mucho que aprender de esta obra breve y punzante. Y por cierto, los escritos de Taibo son esencialmente polémicos, cosa que su autor sabe muy bien: “Soy consciente (…) de que este libro no ayudará a poner de acuerdo a quienes piensan que soy un optimista desaforado y a quienes estiman que están ante un pesimista patológico”. ¿Cómo puede un autor generar lecturas tan disímiles? En realidad, la explicación es sencilla: los que lo consideran un “optimista desaforado” tienen en mira su confianza en las comunidades locales, la pequeña producción, los espacios descentralizados para hacer frente a una situación crítica. En síntesis: su espíritu y su horizonte libertarios. Quienes, por el contrario, lo consideran un “pesimista patológico”, colocan en el centro la convicción de Taibo de que el colapso de la sociedad industrial es ya virtualmente ineludible. Tanto la confianza en las comunidades autónomas, cuanto el pronóstico de un colapso inminente, no son cosas recientes. Exploró ambas dinámicas en un libro anterior (Colapso, 2016), pero sus raíces se hunden más profundamente en el anarquismo primigenio de Taibo y en su perspectiva decrecentista. Algunos críticos suyos –como Emilio Santiago Muiño– han visto en ambas cosas un vínculo estrecho: el colapsismo encajaría muy bien con la perspectiva anarquista que confía en las pequeñas comunidades y desconfía del estado. Así, el colapso haría innecesaria la construcción y articulación de una fuerza política que intente solucionar la crisis ecológica. La crítica es sólida, aunque la propuesta alternativa de Emilio Santiago nos parezca de una candidez astronómica: piensa la política en términos esencialmente electorales y, aunque menos catastrofista en sus análisis del presente y del futuro, emplea la urgencia de la crisis climática como un argumento para validar una política ecológica que no se propone atacar al capitalismo (verdadero motor de la ruptura metabólica con la naturaleza), sino hacerlo sustentable. “Primero garantizar la subsistencia de la especie”, parece pensar Emilio Santiago, “luego pensar en el socialismo”. Evidentemente, los usos ideológicos son infinitos. La misma urgencia ecológica que lleva a Taibo a concluir que es imperioso poner fin no sólo al capitalismo sino al grueso de la sociedad industrial, lleva a algunos de sus antagonistas a defender que, hasta que no hayamos frenado el cambio climático, ni pensar se puede en un cambio social: la transición energética reemplaza a la transición socialista. Digámoslo de entrada: el maximalismo de Taibo nos simpatiza mucho más que el timorato posibilismo de Santiago. Pero ello no significa que tengamos su misma confianza en las “comunidades locales”, o que pensemos que se puede prescindir de la política a nivel estatal. Y digamos también: aunque su concepción del «colapso» es menos dramática y su definición más precisa que la de otros autores, nos sigue pareciendo, con todo, demasiado imprecisa y con resonancias más catastrofistas de lo que consideramos plausible. ¿Qué sería el colapso en los términos de nuestro autor? Lo ha resumido así: “cambios sustanciales, e irreversibles, en muchas relaciones, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos –acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores–, la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de comunicación, del orden antecesor”. La definición es clara, pero lo suficientemente laxa como para que se pueda afirmar o negar con toda verosimilitud que un mismo hecho representa un colapso. Por lo pronto, no nos parece altamente probable –como Taibo da a entender– que de aquí a pocos años (unas décadas) la civilización industrial haya sucumbido por los efectos del cambio climático y sea incapaz de garantizar las vías de suministro a gran escala, siendo reemplazada por un mundo organizado más localmente, menos globalmente, donde habrá tanto intentos neofascistas como neolibertarios para afrontar la situación. Sin embargo, incluso cuando exagere, Taibo apunta a riesgos reales, ante los cuales no podemos simplemente mirar hacia otro lado.
El cambio climático y la crisis energética debida al agotamiento de los combustibles fósiles a bajo precio son problemas reales, desafíos de enorme magnitud. Se trata de auténticas crisis de largo plazo y hondas consecuencias, que se conjugan con otras: económicas, políticas, geopolíticas. El panorama actual se halla marcado por la crisis (“policrisis”, “permacrisis”, son neologismos recientes que intentan capturar el fenómeno). Y cabe esperar un escenario aún más crítico en los años por venir. No se puede esperar a escala mundial ningún tranquilo período de estabilidad y crecimiento, como los que supo conocer el capitalismo en algunos momentos precedentes.
En este contexto crítico, las tendencias hacia salidas autoritarias se tornan ciertamente poderosas. Comprensiblemente, el término fascismo ha regresado, aunque la más de las veces se lo emplea de manera confusa e impresionista. Taibo hace un repaso de esta literatura. Separa la paja del trigo. No le interesan especialmente ni las corrientes «verdepardas» que existieron en el partido nazi, ni la identidad de los reales o potenciales ecofascismos contemporáneos con el fascismo histórico de los años veinte a cuarenta. Se detiene, más bien, en los genes autoritarios que la crisis ecosocial podría reactivar, dando por descontado que en los proyectos autoritarios de la actualidad no están ni podrán estar presentes todos los rasgos del fascismo del pasado, y que por fuerza poseerán otros nuevos. ¿Cuáles serían, a su juicio, los rasgos de los ecofascismos contemporáneos? El primero es “el peso de la autoridad y de la jerarquía, combinado con una apuesta consistente en favor de la ciencia y, en particular, de la técnica, y con un empleo intenso, intensísimo, de la propaganda. Esto es muy importante, y le permite a Taibo desplazar la mirada de grupos marginales ultraideologizados, para observar las potenciales fuentes ecofascistas presentes en la muy «correcta» tecnocracia neoliberal, tanto estatal como empresarial. Por eso nos advierte que los ecofascismos no necesariamente se presentarán “como una propuesta estrictamente antidemocrática”, y que bien podría ocurrir que se sirvieran “siquiera parcialmente, de las reglas de la democracia liberal para satisfacer sus objetivos”. Un proyecto autoritario puede fundar sólidos consensos, sólo que los mismos serán producto de la propaganda masiva, no de la libre deliberación democrática. En tal sentido, sostiene, “desempeñarán un papel decisivo los medios de comunicación, sí, pero también el sistema educativo como un todo”. Otra característica del ecofascismo sería el “imperialismo belicista”, en nombre del cual “se hará valer un rechazo de todo lo que suponga proteger la vida, ayudar a los débiles, pacificar las relaciones o alentar la igualdad”. Por último, cabe esperar la construcción de una formidable maquinaria de producción de indiferencia moral y, de forma más general, de deslegitimación de los preceptos morales”.
Con estos rasgos sobre la mesa, parece evidente que Taibo tiene en mente proyectos autoritarios de diferente tipo, algunos de los cuales podrían ser muy distintos de los fascismos del pasado, aunque todos puedan ser englobados –grosso modo– bajo el rótulo de “extrema derecha” o “ultraderecha”. Inclusive, tales proyectos podrían ser propugnados por quienes creen que poco o nada tienen que ver con el fascismo. En este sentido, es iluminador el capítulo 3, que lleva el sugerente título de “Una estación intermedia: la pandemia”. Aquí se pone en primer plano la preocupante proliferación de medidas autoritarias (confinamientos obligatorios, pases sanitarios, vacunación compulsiva, censura redoblada, execración de las disidencias) con que la mayor parte de los estados reaccionaron ante un virus respiratorio, y la aquiescencia que obtuvieron de parte de las poblaciones: un sorprendente fenómeno de “servidumbre voluntaria” en una situación de pánico (bastante injustificado, por lo demás). Taibo muestra también cómo este autoritarismo –talibanismo sanitario o paternalismo salubrista lo hemos llamado con sorna en otras partes– favoreció a los sectores más concentrados del capital, y tuvo como resultado una profunda transferencia de riquezas de los más pobres a los más ricos. El capítulo explora, pues, el preocupante giro autoritario que una situación de excepción imprimió a unas democracias neoliberales que ya adolecían de baja intensidad. Y analiza lo que podría tener de “ensayo general” ante la crisis ecológica y energética que, a no dudarlo, se incrementará en los años venideros.
Los pasajes dedicados a la crítica de la tecnocracia y su contenido intrínsecamente autoritario son de lectura muy recomendable. También aquellos donde explora la potencialidad de las pequeñas comunidades como alternativa a las diferentes versiones de ecofascismo, por mucho escepticismo que tengamos en ellas como fenómeno generalizado. Como era de esperar, el libro incluye un capítulo sobre la situación de las mujeres en un eventual régimen ecofascista.
Polémico, provocador, acuciante, apasionado. Ecofascismo es un libro que merece ser leído y debatido. Eso buscamos alentar con nuestra reseña.
Ariel Petruccelli
Nota.— Quienes deseen adquirir un ejemplar de la edición argentina de Ecofascismo, pueden hacerlo aquí, la página web de Editorial Marat. Su catálogo, por lo demás, no tiene desperdicio. Bien vale la pena echarle un vistazo. Esta es la «carta de presentación» del colectivo editorial rioplatense, tal como aparece en su portal: “La Editorial Marat pretende contribuir, con sus publicaciones, a la difusión de una cultura socialista y libertaria, recuperando textos centrales de la tradición emancipatoria y presentando nuevos aportes que nos permiten comprender nuestra época”. ¡Salud, camaradas de Marat, amis de Peuple, utopistas de estirpe jacobina!