Ilustración: Human Freedom, por Karen Haydock. Fuente: www.khaydock.com
Nota.— El 13 de diciembre del año pasado, la renombrada escritora y activista de izquierda Arundhati Roy recibió el premio P. Govinda Pillai en la ciudad de Trivandrum, estado de Kerala, sur de la India, su país natal. A continuación, reproducimos su discurso, traducido del inglés. Se titula “Our country has lost its moral compass”, y lo hemos extraído de la revista Frontline. Las notas al pie son nuestras, no de la autora.
El discurso de Roy versa sobre la candente cuestión palestina. No escatima críticas, por cierto: a Israel, a la derecha sionista, al imperialismo estadounidense, al gobierno islamofóbico de su propio país liderado por Modi… Y aunque su solidaridad internacionalista y anticolonial con el pueblo palestino es apasionada e intransigente, su parresía pacifista y laica se desmarca críticamente de Hamás (aunque sin caer en condenas moralistas salomónicas que le hagan el juego al status quo).
El público lector de Kalewche ya conoce a Arundhati Roy, tanto en su faceta artística de narradora como en su faceta militante de oradora. Principiando la primavera austral de 2023, publicamos dos textos suyos: “El funeral de Sophie Mol”, bello relato entresacado de su célebre novela El dios de las pequeñas cosas (1997), y “El desmantelamiento de la democracia en India”, elocuente discurso pronunciado el año pasado en Lausana, Suiza, con motivo de otro galardón literario. Pueden acceder a ambos escritos haciendo clic aquí.
Gracias por concederme este honor en nombre de P. Govinda Pillai, uno de los más destacados estudiosos de la teoría marxista de Kerala. Y gracias por pedir a N. Ram que sea la persona que engalane esta ocasión. Sé que ganó este premio el año pasado, pero en muchos aspectos también comparte el honor de éste conmigo. En 1998, como director de Frontline –junto con Vinod Mehta, director de Outlook– publicó mi primer ensayo político, The End of Imagination, sobre las pruebas nucleares de la India. Durante años publicó mis trabajos, y el hecho de que hubiera un editor como él –preciso, incisivo, pero intrépido– me dio la confianza necesaria para convertirme en la escritora que soy.
No voy a hablar sobre el fin de la prensa libre en la India. Quienes estamos aquí estamos enterados de eso. Tampoco voy a hablar acerca de lo que ha pasado con las instituciones que se supone que actúan como sistema de controles y equilibrios en el funcionamiento de nuestra democracia. Eso lo he estado haciendo durante 20 años y estoy segura de que todos los que están aquí conocen mis puntos de vista.
Viniendo del norte de la India a Kerala, o prácticamente a cualquiera de los estados sureños, por momentos me tranquiliza y en otros me pone ansiosa que el terror con que muchos vivimos en el norte, estando aquí parece lejano. No está tan lejos como imaginamos. Si el actual régimen regresa al poder el año entrante,* el ejercicio de delimitación probablemente dejará sin poder a toda India del sur hacia 2026, ya que se reducirá el número de miembros del parlamento que le corresponde. La delimitación no es la única amenaza que enfrentamos. El federalismo, la fuerza esencial de nuestro país diverso está en subasta. El gobierno central se arroga vastos poderes y, mientras esto sucede, somos testigos del penoso espectáculo de que dignamente electos primeros ministros de estados gobernados por la oposición se ven obligados a –literalmente– rogar por la parte del presupuesto público que les corresponden a sus estados. El más reciente golpe al federalismo fue la sentencia de la Suprema Corte que mantiene la derogación de la sección 370, que otorgaba estatus semiautónomo al estado de Jammu y Cachemira. No es el único estado de la India que tiene estatus especial. Es un serio error imaginar que esta sentencia sólo tiene que ver con Cachemira. Afecta la estructura fundamental de nuestro sistema gubernamental.
Pero hoy quiero hablar acerca de algo más urgente. Nuestro país ha perdido su brújula moral. Los más atroces crímenes, las más horribles declaraciones que llaman al genocidio y a una limpieza étnica son recibidas con aplausos y premios políticos. La riqueza se concentra en cada vez menos manos, pero, al mismo tiempo, al aventar migajas a los pobres, los mismos poderes que los empobrecen consiguen su apoyo.
En todo el mundo, el más desconcertante enigma de nuestro tiempo es que la gente parece estar votando para quedarse sin poder. Lo hacen según la información que reciben. Qué información es y quién la controla, ese es el cáliz envenenado del mundo moderno. Quien controla la tecnología controla el mundo. Pero, eventualmente, creo que la gente no puede ni será controlada. Creo que una nueva generación se rebelará. Habrá una revolución. Perdón, déjenme reformular eso. Habrá revoluciones. Plural.
Dije que nosotros, como país, perdimos nuestra brújula moral. En todo el mundo, millones de personas –judías, musulmanas, cristianas, hindúes, comunistas, ateas, agnósticas– marchan, llaman por un inmediato cese al fuego en Gaza. Pero las calles de nuestro país (que alguna vez fue un verdadero amigo de los pueblos colonizados, un verdadero amigo de Palestina, que alguna vez también había visto a millones marchando) están hoy en silencio. Y qué triste muestra de falta de visión. Mientras presenciamos el sistemático desmantelamiento de nuestra democracia y nuestra tierra, con su increíble diversidad; y mientras vemos cómo ellas son metidas a la fuerza en una espuria y estrecha idea de nacionalismo, al menos aquellos que se llaman a sí mismos intelectuales deberían saber que nuestro país también podría explotar.
Si no nos pronunciamos sobre la descarada masacre de palestinos, aun mientras es transmitida en vivo, hasta en los más privados descansos de nuestras vidas personales, somos cómplices de ella. Algo de nuestro ser moral será alterado para siempre. ¿Simplemente vamos a quedarnos parados mirando cómo bombardean hogares, hospitales, campos de refugiados, escuelas, universidades y archivos; cómo desplazan a millones de personas y cómo sacan a niños muertos de debajo de los escombros? Las fronteras de Gaza están selladas. La gente no tiene adónde ir. No tiene techo, ni comida, ni agua. Las Naciones Unidas dicen que más de la mitad de la población se está muriendo de hambre. Y aun así los bombardean implacablemente. ¿De nuevo vamos a quedarnos mirando cómo deshumanizan a todo un pueblo, al punto de que su aniquilamiento no importa?
El proyecto de deshumanizar a los palestinos no comenzó con Benjamín Netanyahu y su equipo, sino hace décadas.
Hacia 2002, en Estados Unidos, con motivo del primer aniversario del 11 de septiembre de 2001, di una conferencia llamada Ven, septiembre, en la cual hablé de otros aniversarios del 11 de septiembre –el golpe de estado respaldado por la CIA en 1973, en esa auspiciosa fecha, contra el presidente Salvador Allende, en Chile; y luego el discurso, el 11 de septiembre de 1990, de George W. Bush (padre), entonces presidente de EE.UU., ante una sesión conjunta del Congreso, anunciando la decisión de su gobierno de ir a la guerra contra Irak. Y luego hablé sobre Palestina. Leeré esa sección y verán que si no les hubiera dicho que fue escrita hace 21 años, pensarían que se trata de hoy.
“El 11 de septiembre también tiene una trágica resonancia en Medio Oriente. El 11 de septiembre de 1922, ignorando la furia árabe, el gobierno británico proclamó un mandato en Palestina, siguiendo a la Declaración de Balfour de 1917, que la Gran Bretaña imperial había emitido mientras su ejército se encontraba agrupado afuera de las puertas de Gaza. La Declaración de Balfour prometía a los sionistas europeos un hogar nacional para los judíos. (En ese momento, el imperio en el que el sol nunca se pone era libre de arrebatar y legar tierras, así como un acosador de escuela distribuye canicas.) Con cuánta irresponsabilidad el poder imperial viviseccionaba civilizaciones antiguas. Palestina y Cachemira son los regalos al mundo moderno, ulcerados y manchados de sangre. Ambas son fallas geológicas en los intensos conflictos internacionales de hoy.”
“En 1937, Winston Churchill indicó de los palestinos, y cito: ‘No estoy de acuerdo en que el perro tiene el derecho final al comedero, aunque haya estado en él durante mucho tiempo. No admito ese derecho. No admito, por ejemplo, que se haya hecho un gran mal a los pieles rojas de Estados Unidos o a los negros de Australia. No admito que se les haya hecho un mal a estas personas por el hecho de que una raza más fuerte, una raza superior, una raza más cosmopolita, por decirlo de alguna manera, ha llegado y tomado su lugar’. Eso puso la pauta para la actitud del Estado de Israel hacia los palestinos. En 1969, la primera ministra israelí, Golda Meir, dijo: ‘Los palestinos no existen’. Su sucesor, el primer ministro Levi Eschol dijo: ‘¿Qué son los palestinos? Cuando llegué [a Palestina], había 250 mil no judíos, sobre todo árabes y beduinos. Era un desierto, más que subdesarrollado. Nada’. El primer ministro Menachem Begin llamó a los palestinos ‘bestias de dos piernas’. El primer ministro Yitzhak Shamir los llamó ‘chapulines’ que podían ser aplastados. Este es el lenguaje de los jefes de estado, no las palabras de la gente ordinaria.”
Así comenzó ese terrible mito sobre la tierra sin un pueblo para un pueblo sin tierra.
“En 1947, la ONU dividió formalmente Palestina y asignó el 55% de la tierra palestina a los sionistas. Al año, habían capturado el 76 por ciento. El 14 de mayo de 1948, se proclamó el Estado de Israel. Minutos después de la proclamación, los Estados Unidos reconocieron a Israel. Cisjordania fue anexada por Jordania. La Franja de Gaza pasó a estar bajo el control militar egipcio, y Palestina dejó formalmente de existir, pero no en las mentes y los corazones de cientos de miles de palestinos que se volvieron refugiados. En 1967, Israel ocupó la Cisjordania y la Franja de Gaza. A lo largo de décadas ha habido levantamientos, guerras, intifadas. Decenas de miles de personas han perdido la vida. Se han firmado acuerdos y tratados. Se han declarado y violado altos al fuego. Pero el derramamiento de sangre no cesa. Palestina sigue ilegalmente ocupada. Su pueblo vive en condiciones inhumanas, en virtuales bantustanes**, donde los someten a castigos colectivos, a toques de queda de 24 horas, y a diario son humillados y maltratados. Nunca saben cuándo podrían ser demolidos sus hogares, cuándo podrían disparar contra sus hijos, cuándo podrían talar sus preciosos árboles, cuándo cerrarán sus carreteras, cuándo les permitirán caminar al mercado y comprar alimentos o remedios. Y cuándo no. Viven sin un atisbo de dignidad. Sin mucha esperanza a la vista. No tienen control sobre sus tierras, su seguridad, sus movimientos, sus comunicaciones, su suministro de agua. Así que cuando se firman acuerdos, y lanzan palabras como ‘autonomía’ y hasta ‘estado’, siempre vale la pena preguntar: ¿Qué tipo de autonomía? ¿Qué tipo de Estado? ¿Qué tipo de derechos tendrán sus ciudadanos? Jóvenes palestinos que no pueden controlar su ira, se transforman en bombas humanas y merodean las calles y sitios públicos de Israel, haciéndose explotar y matando a personas comunes, inyectan terror en la vida cotidiana y, con el tiempo, refuerzan la sospecha entre ambas sociedades y el odio mutuo. Cada bombardeo invita a una represalia sin piedad, y a todavía más adversidades para el pueblo palestino. Pero bueno, una bomba suicida es un acto de desesperación individual, no una táctica revolucionaria. Aunque los ataques palestinos siembran el terror entre los ciudadanos israelíes, ofrecen el pretexto perfecto para las diarias incursiones del gobierno israelí en territorio palestino, la perfecta excusa para un colonialismo del siglo XIX, anticuado, disfrazado de estar a la última moda: la de la ‘guerra’ de siglo XXI. El acérrimo aliado político y militar son y siempre serán Estados Unidos.”
“El gobierno de Estados Unidos ha bloqueado, junto con Israel, prácticamente todas las resoluciones de Naciones Unidas que buscaban una solución pacífica y equitativa al conflicto. Ha apoyado prácticamente todas las guerras que Israel ha combatido. Cuando Israel ataca a Palestina, los misiles que destrozan los hogares palestinos son estadunidenses. Y cada año, Israel recibe varios miles de millones de dólares de EE.UU., dinero de los contribuyentes.”
Hoy, todas las bombas que Israel lanza sobre población civil, cada tanque y cada bala, traen el nombre de Estados Unidos. Nada de esto sucedería si los EE.UU. no estuvieran respaldándolo incondicionalmente. Todos vimos lo que pasó en la asamblea del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el 8 de diciembre, cuando trece estados miembros votaron por un alto al fuego, y los EE.UU. votaron en contra. El perturbador video del embajador adjunto de Estados Unidos, un afroestadunidense, levantando la mano para vetar la resolución, se quedó impregnado en nuestras mentes. Algunos amargados comentaristas en redes sociales lo llaman imperialismo interseccional.
Lo que EE.UU. parecían estar diciendo era: terminen el trabajo. Pero háganlo con delicadeza.
“¿Qué lecciones deberíamos sacar de este trágico conflicto? ¿Realmente es imposible para los judíos, que sufrieron tan cruelmente ellos mismos, quizá más cruelmente que ningún otro pueblo en la historia, comprender la vulnerabilidad y el anhelo de aquellos que han sido desplazados? ¿El sufrimiento extremo siempre despierta la crueldad? ¿Qué esperanza deja esto a la raza humana? ¿Qué pasará con el pueblo palestino en caso de una victoria? Cuando una nación sin estado finalmente proclama un estado, ¿qué tipo de estado será? ¿Qué horrores serán perpetrados bajo su bandera? ¿Deberíamos estar luchando por un estado separado o por los derechos a una vida de libertad y dignidad para todos, sin importar su etnicidad o religión? Palestina fue un bastión secular en Medio Oriente. Pero ahora, la débil y no democrática, corrupta, pero abiertamente no sectaria OLP está perdiendo terreno ante Hamas, que apoya una ideología abiertamente sectaria y lucha en nombre del Islam. Cito su manifiesto: ‘Seremos sus soldados y la leña de su fuego, que incendiará a los enemigos’. El mundo es llamado a condenar las bombas suicidas. ¿Pero podemos ignorar el largo camino que han andado antes de llegar a este destino? Del 11 de septiembre de 1922 al 11 de septiembre de 2002, ochenta años es mucho tiempo para librar una guerra. ¿Hay algún consejo que el mundo pueda darle al pueblo palestino? ¿Deberían simplemente tomar la recomendación de Golda Meir y hacer un esfuerzo real de no existir?”
La idea de borrar, de aniquilar a los palestinos, es claramente articulada por los funcionarios políticos y militares. Un abogado estadunidense que presentó una demanda contra la administración Biden por su “fracaso en prevenir un genocidio” (que en sí mismo es un crimen) habló acerca de lo raro que es que un intento de genocidio sea desplegado de forma tan clara y pública. Una vez que hayan logrado esa meta, quizá el plan es tener museos mostrando la cultura y artesanía palestinas, restaurantes que ofrezcan comida étnica palestina, tal vez un espectáculo de luz y sonido que muestre lo animado que era el viejo Gaza, en el nuevo Puerto de Gaza, a la cabeza del proyecto del canal de Ben Gurión,*** que supuestamente planean, para competir con el Canal de Suez. Al parecer ya se están firmando contratos de exploraciones petroleras en el mar.
Hace 21 años, cuando leí Ven, septiembre en Nuevo México, había una especie de omertà en Estados Unidos respecto a Palestina. Aquellos que hablaban del tema pagaban un enorme precio por hacerlo. Hoy, los jóvenes están en las calles, encabezados por judíos y palestinos, furiosos con lo que su gobierno, el gobierno estadunidense, está haciendo. Las universidades, incluso las más elitistas, hierven de ira. El capitalismo se está moviendo rápido para callarlas. Los donantes amenazan con retener los fondos, y, de esta manera, deciden lo que los estudiantes estadunidenses pueden o no decir, o cómo pueden o no pensar. Un disparo al corazón de los principios fundacionales de la llamada educación liberal. Adiós a cualquier pretensión de poscolonialismo, multiculturalismo, legislación internacional, Convenios de Ginebra, Declaración Universal de Derechos Humanos. Adiós a cualquier pretensión de libre expresión o moral pública. Está en marcha una «guerra» que los abogados y académicos especializados en leyes internacionales dicen que reúne todas las características de un genocidio. En ella, los perpetradores se han puesto en el papel de víctimas, los colonizadores que manejan un estado de apartheid se han puesto en el papel de los oprimidos. En Estados Unidos, si se cuestiona esto, se es acusado de antisemitismo, aunque sean judíos quienes lo cuestionen. Es alucinante. Ni Israel (donde ciudadanos israelíes disidentes como Gideon Levy son los más expertos e incisivos críticos de las acciones de Israel) controla la libertad de expresión de la forma en que lo hace Estados Unidos (aunque eso también está cambiando rápidamente). En Estados Unidos, hablar sobre la intifada (levantamiento, resistencia), en este caso, contra el genocidio, contra su propia anulación, es considerado un llamado al genocidio de los judíos. Al parecer, la única cosa moral que los civiles palestinos pueden hacer es morir. La única cosa legal que el resto de nosotros puede hacer es verlos morir. Y quedarnos en silencio. Si no, arriesgamos nuestras becas, honorarios por conferencias y sustento.
Después del 11 de septiembre [los atentados de 2001], la guerra estadounidense contra el terror dio pretexto a los regímenes de todo el mundo para desmantelar los derechos civiles y construir un complejo e invasivo aparato de vigilancia con el cual nuestros gobiernos saben todo acerca de nosotros y nosotros sabemos nada acerca de ellos. De modo similar, bajo el paraguas del nuevo macartismo estadunidense, crecen y florecen cosas monstruosas en países de todo el planeta. En nuestro país, claro, comenzó hace años. Pero a menos de que nos pronunciemos, tomará impulso y nos eliminará. Ayer se dio a conocer que la Universidad Jawaharlal Nehru, en Delhi, alguna vez entre las principales universidades de India, emitió nuevas reglas de conducta para los estudiantes. Una multa de 20 mil rupias a cualquier alumno que haga dharna o huelga de hambre. Y 10 mil rupias por “consignas antinacionales”. Aún no hay una lista de cuáles son esas consignas, pero podemos estar bastante seguros de que hacer un llamado al genocidio y a una limpieza étnica de los musulmanes no estará incluida. Así que la batalla en Palestina es nuestra también.
Lo que queda por decirse, debe ser dicho –repetido– con claridad.
La ocupación israelí de Cisjordania y el asedio a Gaza son crímenes de lesa humanidad. Estados Unidos y otros países que financian la ocupación son cómplices del crimen. El horror que estamos atestiguando ahora mismo, la inadmisible masacre de civiles por Hamas y por Israel, son consecuencia del asedio y la ocupación.
Ninguna cantidad de comentarios acerca de la crueldad, ninguna cantidad de condenas de los excesos cometidos por ambos lados, y ninguna cantidad de falsas equivalencias acerca de la escala de estas atrocidades, llevarán a una solución.
La ocupación está criando esta monstruosidad. Violenta a los perpetradores y a las víctimas. Las víctimas están muertas. Los perpetradores tendrán que vivir con lo que han hecho. Así como sus hijos. Durante generaciones.
La solución no puede ser militar. Sólo puede ser política, en la cual israelíes y palestinos vivan juntos o unos al lado de los otros, en dignidad, con derechos iguales. El mundo debe intervenir. La ocupación debe terminar. Los palestinos deben tener un país viable. Y los refugiados palestinos deben tener el derecho a retornar.
Si no es así, la arquitectura moral del liberalismo occidental dejará de existir. Siempre fue hipócrita, lo sabemos. Pero aún eso ofrecía algún tipo de refugio. Ese refugio está desapareciendo frente a nuestros ojos.
Así que, por favor, por el bien de Palestina e Israel, por el bien de los vivos y en nombre de los muertos, por el bien de los secuestrados retenidos por Hamas y de los palestinos en las prisiones de Israel, por el bien de toda la humanidad, frenen esta masacre.
De nuevo, gracias por elegirme para este honor. Gracias, también, por las 300 mil rupias que vienen con el premio. No se quedarán conmigo. Lo destinaré a los activistas y periodistas que continúan luchando, a un enorme costo para ellos.
Arundhati Roy
NOTAS
* Recuérdese que Arundhati Roy pronunció este discurso a fines de 2023. Por ende, cuando dice “Si el actual régimen regresa al poder el año entrante…”, se está refiriendo a 2024. En efecto, entre abril y mayo de 2024 habrá elecciones generales en India. Todo indicaría que el nuevo parlamento seguirá hegemonizado por el oficialismo, es decir, por el ultranacionalista y neoliberal Partido Popular Indio (BJP, por sus siglas en inglés); y que su líder, Narendra Modi, continuará ejerciendo el cargo de primer ministro, que detenta ininterrumpidamente desde 2014. A lo largo de la última década, el BJP y Modi han impulsado una vigorosa política económica de neodesarrolismo capitalista con desastrosas consecuencias socioambientales: precarización laboral, extractivismo desmadrado, aumento de la desigualdad social, etc. Esa política ha ido de la mano con un populismo de derechas y una agenda cultural neoconservadora (demagogia chovinista, autoritarismo gubernamental, supremacismo hindú, intolerancia religiosa, sexismo, discriminaciones y pogromos contra minorías étnicas) cada vez más virulentos, que han dañado severamente la democracia, la laicidad y los derechos humanos.
** Nombre que se le daba en la vieja Sudáfrica racista del Apartheid a los guetos o zonas segregadas donde vivía relegada la población negra.
*** El canal de Ben Gurión es un proyecto del Estado de Israel que aspira a conectar los mares Mediterráneo y Rojo construyendo una vía náutica que compita con el canal de Suez, en manos de Egipto. El Ben Gurión se extendería al este del Suez, en el límite opuesto de la península de Sinaí. Atravesaría el desierto del Néguev, al sur de Israel, enlazando el puerto israelí de Eilat –a orillas del golfo de Áqaba– con la costa mediterránea israelí situada al norte de la Franja de Gaza.