Ilustración original de Andrés Casciani
Nota preliminar.— Mixturar la fábula con la sátira para criticar al poder tiránico (su arbitrariedad, su opresión, su desmesura, su violencia, su injusticia, su inmoralidad) es una praxis político-literaria tan antigua como fecunda. Desde aquella célebre parábola del halcón y el ruiseñor que el clásico poeta griego Hesíodo incluyó en sus Trabajos y días hace más de 2.700 años (aunque hay antecedentes más remotos en la tradición sapiencial del Cercano Oriente), ambos géneros, amalgamados o separados, han servido mucho y bien a la causa de la parresía. Los ejemplos modernos y contemporáneos también abundan: el francés Jean de La Fontaine en el siglo XVII, el polaco Ignacy Krasicki en el siglo XVIII, el norteamericano Ambrose Bierce en el siglo XIX, el angloíndio George Orwell en el siglo XX…
En vísperas de navidad, nuestro camarada Nicolás Torre Giménez nos envió una fábula satírica de su autoría sobre la Argentina ultraliberal del flamante presidente Javier Milei, el «Rey León» como gustan llamarlo y retratarlo sus fervientes acólitos (ocurrencia que el economista-gurú y demagogo-influencer no solo aprueba y celebra, sino también asume y promueve motu proprio, sin ruborizarse, como estrategia de marketing político). No pudimos publicar el texto de Nicolás en aquel entonces, pues ya habíamos entrado en el receso vacacional de verano. Pero nos complace hacerlo hoy, en la primera edición del ciclo 2024, dentro de nuestra sección literaria Naglfar, la misma donde ya publicamos su “Breve alegoría sobre la libertad (de mercado)”, otra sátira acerca de la Argentina mileísta (en clave distópica más que fabulesca), la cual vio la luz el 10 de diciembre, el mismo aciago domingo en que Milei asumió la presidencia y proclamó, con ínfulas mesiánicas y palingenésicas, la refundación minarquista de la República.
El relato “Mi ley es la ley del más fuerte” salió originalmente publicado en La Izquierda Diario, sección Tribuna Abierta, el 26 de diciembre. Con permiso del autor, volvemos a compartir el texto, en una versión revisada por él.
Nótese la chispeante paronimia que encierra tácitamente el título: «Mi ley» y «Milei». Nótese también su cadencia: “Mi ley es la ley…” (que va jalonando como un «mantra» toda la narración). El título posee una pregnancia potentísima, porque remite a uno de los más populares y amargos aforismos de la filosofía política acerca del poder: “la ley del más fuerte” o “la ley de la selva”, que en el imaginario cultural siempre ha estado asociado a la metáfora del león como superdepredador de la cadena trófica, “el rey de la selva”. Es el aforismo que Kropotkin y Montague sistematizaron acuñando un culterano neologismo basado en el griego: kratocracia o kraterocracia, «gobierno de la fuerza» o «gobierno de los fuertes». De esto trata precisamente la fábula: de la tiranía (y de qué hacer con ella).
Y un día el león fue elegido rey de la selva. Las cebras, las gacelas, los búfalos y los antílopes aplaudían el resultado de una elección que les había parecido muy justa. Las cebras habían sido convencidas con el argumento de que las gacelas estaban comiendo demasiada hierba y, de seguir así, pronto se acabarían todo el alimento. A las gacelas, por su parte, les pareció conveniente que la mesa del león fuera abastecida con una mayor cantidad de búfalos. Los búfalos nos están dejando sin pastos de qué alimentarnos, decían preocupadas. Los búfalos consideraban que los antílopes estaban abusando de las hierbas. Y los antílopes, a su vez, culpaban a las cebras. Unas y otros se acusaban mutuamente, pero todas y todos estaban contentos con la coronación del león.
Al día siguiente habló el rey. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Para acabar con el problema de los pastos, exijo que sacrifiquen una cebra, una gacela, un búfalo y un antílope por día, y me los acerquen, bien adobados, al palacio real a las 12:30. Allí tendrá lugar diariamente la reunión de gabinete en la que la hiena, la serpiente, el águila y yo, el león, resolveremos los problemas que aquejan a la selva. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Los animales se miraban preocupados. El león nos había dicho que su plato favorito eran las gacelas, decían las cebras. Nosotras habíamos entendido que a partir de ahora se alimentaría sólo de búfalos, se quejaban las gacelas. Los búfalos decían que el problema eran los antílopes y que por eso el león tenía que comerse a los antílopes, y estos últimos responsabilizaban a las cebras.
Al cabo de tres meses llegó el otoño. La población de la selva se había reducido considerablemente, y los pastos también. Desde el palacio, el rey exigió duplicar los sacrificios. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Las cebras están muy flacas, las gacelas son puro hueso, los búfalos son piel y cuernos, la carne de los antílopes está más seca y desabrida que nunca. Para acabar con el problema de los pastos, exijo que ahora sacrifiquen dos cebras, dos gacelas, dos búfalos y dos antílopes por día, los más gordos que encuentren, y me los acerquen, bien adobados, al palacio real a las 12:30. Allí tendrá lugar diariamente la reunión de gabinete en la que la hiena, la serpiente, el águila y yo, el león, seguiremos resolviendo los problemas que aquejan a la selva. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Los animales que seguían con vida se mostraron más preocupados que antes, pero volvieron a obedecer en silencio.
Al cabo de tres meses más llegó el invierno. La población de la selva era menos que la mitad al principio de esta historia, y ya no quedaban pastos frescos, sino tan solo raíces medio congeladas y cortezas. El león exigió triplicar los esfuerzos. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Las cebras ya no son ni la mitad de lo que eran, las gacelas ya no me tapan una muela, la carne de los búfalos y los antílopes no rinde. Para acabar con el problema de los pastos, exijo que ahora sacrifiquen tres cebras, tres gacelas, tres búfalos y tres antílopes por día, los más corpulentos que encuentren, y me los acerquen, bien adobados, al palacio real a las 12:30. Allí tendrá lugar diariamente la reunión de gabinete en la que la hiena, la serpiente, el águila y yo, el león, seguiremos de forma incansable resolviendo los problemas que aquejan a la selva. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Los animales estaban cada vez más preocupados, pero bajaron la cabeza y obedecieron una vez más.
Tres meses después llegó la primavera. Los pocos animales que quedaban pudieron ver cómo comenzaban a surgir brotes verdes. El rey y su consejo se entusiasmaron porque empezaron a imaginarse que las cebras, las gacelas, los búfalos y los antílopes volverían a engordar y recobrar el tamaño y el sabor que tenían al principio de esta historia. No obstante, embriagado por sus propias ensoñaciones y por una gula insaciable, el rey exigió cuadruplicar los sacrificios. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Las cebras y las gacelas siguen flacas, los búfalos y los antílopes también. Para acabar de una vez por todas con el problema de los pastos, exijo que ahora sacrifiquen cuatro cebras, cuatro gacelas, cuatro búfalos y cuatro antílopes por día, los más gordos y rechonchos que encuentren, y me los acerquen, bien adobados, al palacio real a las 12:30. Allí tendrá lugar diariamente la reunión de gabinete en la que la hiena, la serpiente, el águila y yo, el león, continuaremos resolviendo los problemas que aquejan a la selva. Mi ley es la ley del más fuerte y es natural que así sea. Los pocos animales que quedaban con vida, hartos del sacrificio que se seguía exigiendo de ellos, decidieron trabar las puertas del palacio con candados, cuyas llaves fueron destruidas y reducidas a polvo. Las cebras, las gacelas, los búfalos y los antílopes decidieron hacer las paces y compartir el alimento que, según pudieron constatar a partir de entonces, siempre había alcanzado para todos.
Nadie sabe bien qué pasó dentro del palacio. Dice la leyenda que primero la hiena, la serpiente y el águila se confabularon contra el león, lo destrozaron y se alimentaron de sus restos. Después el águila y la serpiente se comieron a la hiena. Al poco tiempo la serpiente picó al águila y se alimentó de su cadáver. La serpiente, aquejada por el hambre, se retorció sobre sí y empezó a engullir su propia cola hasta desaparecer por completo. El palacio, abandonado, fue tomado por la selva hasta desaparecer detrás de la frondosa vegetación.
Nicolás Torre Giménez
Nota final.— Como tantas veces se ha dicho, la realidad termina superando a la ficción. La semana que pasó, en medio del agitado debate parlamentario por la ley ómnibus y la brutal represión de la protesta popular en las calles, Milei difundió desde su cuenta de Instagram una imagen cursi, demagógica, ególatra y megalómana (véase abajo) en la cual se aprecia un gigantesco y mayestático león abriendo las puertas de una jaula cerca del Congreso, atestada de personas que flamean banderas argentinas. Generada por inteligencia artificial, la imagen resulta torpemente confusa, tragicómicamente ambigua. Es obvio que la intención del presidente era mostrarse como un paternal y benévolo mesías redentor de «los argentinos de bien» que han sufrido durante un siglo el latrocinio y el despotismo de «la casta» corrupta. Pero Milei –o el esbirro libertariano que estuvo jugueteando con la IA, cual mono con navaja– cometió un desliz: toda la gente aparece de espalda, no de frente. La impresión que transmite ese detalle es que la multitud albiceleste estaría entrando a la jaula en vez de saliendo. El Rey León no estaría, pues, liberando a sus súbditos, sino encerrándolos. Como no podía ser de otro modo, el lapsus ha generado todo tipo de chanzas y sarcasmos en las redes sociales. Téngase en cuenta que el jueves en que Milei publicó la imagen, la plaza y otras inmediaciones del Congreso estaban llenas de manifestantes contrarios al gobierno libertariano, y de uniformados que se afanaban en reprimirlos por orden de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Esta circunstancia también dio alas a la interpretación socarrona de la alegoría.