Ilustración de Calvin Shen para Common Dreams (2021).
Nota.— Tradujimos al castellano dos recientes artículos –fuertemente interrelacionados– del pensador italiano de izquierdas Andrea Zhok, profesor de filosofía moral en la Universidad de Milán. Llevan por título “La parabola dell’Occidente e i nuovi potlatch” y “La logica dell’escalation”, y salieron publicados en L’Antidiplomatico el 25 y 29 de mayo, respectivamente. Para una definición del término potlatch, utilizado por algunos pueblos originarios del litoral pacífico de Norteamérica, véase aquí. Quienes deseen leer otros ensayos de Zhok publicados en Kalewche, pueden hacerlo en este enlace.
LA PARÁBOLA DE OCCIDENTE Y EL NUEVO POTLATCH
En el marco político internacional que caracteriza esta fase histórica, hay un factor que me parece sumamente preocupante. Se trata de la combinación, en el mundo occidental, de 1) un factor estructural y 2) un factor cultural. Intentaré esbozar los aspectos básicos de esto de forma deliberadamente esquemática.
El trasfondo estructural
Es sabido que Occidente ha adquirido una posición hegemónica mundial en los últimos tres siglos. Lo ha hecho gracias a ciertas innovaciones (europeas) que le han permitido aumentar decisivamente la producción industrial y la tecnología militar.
Durante el siglo XIX, Occidente impuso sus leyes, o contratos, a prácticamente todo el mundo. Algunas partes del mundo, como América del Norte y Oceanía, han cambiado radicalmente su configuración étnica, convirtiéndose en asentamientos estables de poblaciones de origen europeo. Los imperios asiáticos de miles de años de antigüedad se encontraron en un estado de protectorado, colonia o sometimiento. África se convirtió en una fuente de mano de obra y materias primas gratuitas.
Todo esto ocurrió a la luz de un modelo económico que estructuralmente necesitaba un crecimiento constante para mantener su funcionalidad, incluida la paz interna.
El dinamismo expansivo de Occidente estaba impulsado decisivamente por el hecho de que el sistema necesitaba márgenes de beneficio constantes y las empresas extranjeras garantizaban rendimientos sustanciales (lo que las hacía sólidamente financiables). Este proceso continuó entre altibajos hasta principios del siglo XXI.
Más o menos con la crisis de las hipotecas de alto riesgo (2007-2008), se señaló una gran dificultad para mantener el dominio sobre un sistema-mundo demográfica, política y culturalmente demasiado vasto. El sistema de desarrollo occidental, basado en gran medida en la libre empresa descentralizada, cometió, en su búsqueda de márgenes de beneficio, algunos errores imperdonables para una potencia imperial, como en la que se había convertido entretanto (primero como imperio británico, luego como imperio estadounidense). Dado que la esfera financiera tiene mayores márgenes de beneficio que la industrial, se ha producido una constante deslocalización de la fabricación en Occidente hacia países remotos con salarios bajos. Si bien esta operación ha tenido éxito en algunos países con una frágil organización interna, que han sido y siguen siendo meros productores subsidiarios, subordinados políticamente a las potencias occidentales, no lo ha tenido en algunos países que ofrecían más resistencia por razones culturales, China a la cabeza.
La aparición de ciertas contrapotencias en el mundo es ya un hecho histórico incontrovertible e ineludible. Un Occidente que durante años ha jugado todas sus cartas al dominio financiero y tecnológico se ve desafiado por contrapotencias capaces de oponer una resistencia eficaz tanto económica como militarmente. En este sentido, la guerra ruso-ucraniana, con los errores fatales cometidos por Occidente, representa un momento de transición histórica: haber empujado a Rusia y China a una alianza forzada ha creado el único polo mundial verdaderamente invencible, incluso para el Occidente unificado. Los EE.UU. estaban tan preocupados por interrumpir una posible colaboración fructífera entre Europa (Alemania en particular) y Rusia, que descuidó una colaboración mucho más poderosa y decisiva: la que existe precisamente entre Rusia y China.
Pero ¿qué ocurre cuando un Occidente dirigido por EE.UU. se enfrenta a una contrapotencia insuperable? Sencillamente, el modelo (experimentado en la última fase bajo el nombre de “globalización”) basado en la expectativa de una expansión incontestable y unos márgenes de beneficio continuamente dilatables se detiene bruscamente. Las cadenas de suministro parecen sobredimensionadas e incontrolables, en un momento en que EE.UU. ya no es el único pistolero del pueblo. Se avecina la pesadilla sistémica del modelo liberal-capitalista: la pérdida de un horizonte de expansión. Sin perspectivas de expansión, todo el sistema, empezando por la esfera financiera, entra en una crisis sin salida.
El trasfondo cultural
Aquí es donde entra el segundo protagonista del escenario actual, es decir, el factor cultural. La cultura elaborada durante los últimos tres siglos en Occidente es algo bastante distintivo. Se trata de un enfoque cultural universalista, ahistórico y naturalista que –también gracias a los éxitos alcanzados en el plano tecnocientífico– ha acabado interpretándose a sí mismo como la Verdad Última, en el plano epistémico, político y existencial. La cultura occidental, que ha conquistado el mundo no gracias a la capacidad persuasiva de sus virtudes morales, sino a la de sus obuses, ha imaginado sin embargo que una cultura capaz de construir obuses tan eficaces sólo podía ser intrínsecamente Verdadera.
El universalismo naturalista nos ha despojado del hábito de evaluar las diferencias históricas y culturales, asumiendo su carácter contingente, de meros prejuicios que serán superados. Este enfoque cultural ha creado un daño devastador, que ha coincidido en Europa con la norteamericanización galopante de sus propias grandes tradiciones: Occidente, convertido en el sistema de vasallaje del poder estadounidense, parece hoy culturalmente incapaz, por completo, de comprender su propio carácter de determinación histórica, que no puede ser serenamente universalizado. Occidente, al creerse la encarnación de lo Verdadero (la Democracia Liberal, los Derechos Humanos, la Ciencia), no dispone por tanto de las herramientas culturales para pensar que otro mundo (y de hecho más de uno) es posible.
El callejón sin salida d la historia occidental
Así pues, si combinamos ahora los dos factores, estructural y cultural, que hemos mencionado, llegamos al siguiente cuadro: el Occidente dirigido por Estados Unidos no puede mantener su estatus de poder, garantizado por la perspectiva de una expansión ilimitada, y por otra parte ni siquiera puede imaginar ningún modelo alternativo, ya que se concibe a sí mismo como la Última Verdad.
Esta aporía produce un trágico escenario de época.
El Occidente dirigido por Estados Unidos es incapaz de reconocer ningún «Plan B» y, por otra parte, comprende que el «Plan A» resulta físicamente impracticable por la existencia de innegables contrapotencias. Esta situación sólo produce una tendencia obstinada: la de operar para hacer desaparecer esos contrapoderes internacionales.
Dicho en términos simplificados: EE.UU. no tiene otra perspectiva en el terreno que llevar a las contrapotencias eurasiáticas (Rusia, China, Irán-Persia; la India ya está sustancialmente bajo control) a una condición subordinada, como lo estuvieron en el pasado. Pero esta sumisión hoy sólo puede pasar por un conflicto, ya sea una guerra abierta o una suma de guerras híbridas destinadas a desestabilizar al «enemigo».
Pero, en este punto, la situación se hace especialmente dramática por otro factor estructural. Aunque EE.UU. sabe que no puede afrontar una guerra abierta sin cuartel (nuclear), tiene un incentivo muy fuerte para mantener la guerra en el plano híbrido de «bajo voltaje». Esto se debe a la razón estructural vista anteriormente: se necesita una perspectiva de incremento productivo.
Pero ¿cómo puede garantizarse una perspectiva de aumento productivo en unas condiciones en las que la expansión física ya no es posible (o es demasiado incierta)? La respuesta, desgraciadamente, es sencilla: una perspectiva de crecimiento de la producción en estas condiciones sólo puede garantizarse si se crean simultáneamente hornos en los que se pueda quemar constantemente lo que se produce. Existe una necesidad sistémica de inventar colosales –y sangrientos– potlatches que, a diferencia del potlatch de los indígenas norteamericanos, no sólo deben destruir objetos materiales, sino también seres humanos.
En otros términos, el Occidente dirigido por Estados Unidos tiene un interés inconfesable pero imperativo en crear cada vez más heridas sistémicas de las que drenar sangre, para que las fuerzas productivas estén llamadas a trabajar a toda máquina y se vitalicen los márgenes de beneficio. ¿Y qué formas pueden adoptar estas heridas que destruyen cíclica y poderosamente los recursos?
A primera vista, se me ocurren dos: las guerras y las pandemias.
Sólo un nuevo horizonte de sacrificios humanos puede permitir que la Verdad Última de Occidente se mantenga en pie, siga siendo creída y venerada.
Y si nada cambia en la conciencia generalizada de las poblaciones europeas –los principales perdedores de este juego–, creo que estas dos cartas destructivas se jugarán sin piedad, repetidamente.
LA LÓGICA DE LA ESCALADA
Hay una noticia, con implicaciones potencialmente devastadoras, que se ha pasado por alto en gran medida en el debate público de los últimos días. El 24 de mayo, misiles de origen desconocido (o al menos de origen declarado como desconocido) alcanzaron el sistema de radar ruso Voronezh, cerca de Armavir, en la región de Krasnodar [en el Cáucaso], entre los mares Negro y Caspio.
Se trata de uno de los diez radares de alta frecuencia que tienen la función específica de detectar ataques nucleares estratégicos a larga distancia.
Se trata de instalaciones colosales, extremadamente sensibles y costosas, que forman parte del aparato de disuasión nuclear ruso.
Según un documento publicado en junio de 2020, titulado Principios fundamentales de la política estatal de la Federación Rusa en materia de disuasión nuclear, Rusia define muy claramente las condiciones en las que puede ser posible una respuesta nuclear estratégica. En el artículo 19, encontramos escrito lo siguiente:
“Las condiciones que especifican la posibilidad del uso de armas nucleares por parte de la Federación Rusa son las siguientes:
a) recepción de datos fiables sobre el lanzamiento de misiles balísticos contra el territorio de la Federación Rusa y/o sus aliados;
b) uso de armas nucleares u otros tipos de armas de destrucción masiva por un adversario contra la Federación Rusa y/o sus aliados;
c) el ataque del adversario contra emplazamientos gubernamentales o militares críticos de la Federación Rusa cuya interrupción comprometería las acciones de respuesta de las fuerzas nucleares; [énfasis del autor]
d) la agresión contra la Federación Rusa con el uso de armas convencionales cuando esté amenazada la existencia misma del Estado.”
El punto C corresponde precisamente a lo que acaba de ocurrir, es decir, el ataque al radar de Armavir.
Es importante darse cuenta de que este ataque no debería tener ninguna importancia militar para el conflicto ruso-ucraniano, al menos no si se produjera realmente con intercambios limitados a los territorios ruso y ucraniano. El territorio ucraniano está fuertemente vigilado por otros sistemas de corto alcance. Podría, en cambio, tener cierta relevancia si se produjera un ataque a Crimea con misiles de largo alcance de países de la OTAN, porque el daño antes mencionado [el ataque al radir de Armavir] limitaría la detección temprana del sistema de defensa ruso en la zona sur de la Federación (la zona donde, por cierto, están estacionados los submarinos nucleares estadounidenses).
Ahora bien, lo que creo que merece alguna reflexión es la lógica de la escalada.
Está claro, y así lo ha manifestado públicamente el antiguo jefe de la agencia espacial rusa Roscosmos, que un ataque de este tipo sólo podría haberse llevado a cabo con los sistemas de misiles y de precisión más avanzados de la OTAN.
La verdadera pregunta ahora es: ¿qué importancia tiene un ataque de este tipo?
Me temo que la respuesta es tan sencilla como preocupante. Es evidente que los dirigentes de la OTAN saben que han cruzado una línea roja explícitamente definida como posible causa de una respuesta nuclear. También sabe que, a pesar de la publicidad sobre la locura de Putin, el presidente ruso es extremadamente equilibrado y racional, y que no desea iniciar un conflicto nuclear del que todos –incluida Rusia– saldrían gravemente perjudicados, si no extinguidos.
Por tanto, el cálculo de la OTAN puede expresarse probablemente en los siguientes términos:
Cruzamos una línea roja y demostramos que sabemos que el adversario no responderá de forma nuclear; al hacerlo, demostramos la naturaleza ilusoria de sus amenazas de disuasión nuclear y socavamos su credibilidad. También le empujamos a algunas «faltas de reacción» sobre Ucrania, que pueden desacreditarle aún más.
Este cálculo podría ser correcto.
Sin embargo, aquí nos enfrentamos a un sutil y muy peligroso juego de expectativas mutuas.
La razón por la que un ataque contra el sistema de detección de amenazas nucleares estratégicas se equipara, en la lista de posibles respuestas, a un ataque nuclear es que, una vez cegado el sistema de radar de una zona, ésta se vuelve vulnerable a ataques nucleares incapacitantes (la doctrina del “ataque preventivo” se lleva estudiando desde los años 70), es decir, ataques que paralizan la capacidad de respuesta nuclear del país afectado.
Ahora bien, ante un punto ciego, una reducción significativa de la capacidad de detectar amenazas de misiles de largo alcance y su exacta naturaleza, la probabilidad de que un ataque convencional sea interpretado como un “ataque preventivo” aumenta exponencialmente. El contendiente fuerte puede afinar sus respuestas, el contrincante debilitado puede perder esta capacidad y prepararse para una respuesta al peor de los casos.
A esto hay que añadir otra ambigüedad creada por las definiciones actuales en torno a la naturaleza de las armas que pueden utilizarse. Las llamadas “armas nucleares tácticas” se consideran parte del arsenal ordinario y, por tanto, formalmente, su uso no supondría el inicio de una “guerra nuclear”. Pero, de hecho, no es posible evaluar con precisión, y mucho menos en el plazo rápido de toma de decisiones, si un arma nuclear debe considerarse táctica o estratégica, si su potencial debe considerarse “limitado” o no. Esta situación crea un «tobogán» muy peligroso, que puede llevar del temor a un ataque estratégico, a una respuesta nuclear táctica a modo de disuasión, desencadenando en definitiva un conflicto ilimitado, aunque nadie lo desee.
Andrea Zhok