Ilustración: detalle de Deviant, por Heather Barry. Acrílico sobre lienzo, s/f, MopiloFineArt. Fuente: www.etsy.com
El filósofo rumano-francés Emil Cioran (Rășinari, Transilvania, 1911 – Barrio Latino, París, 1995) es célebre por su pensamiento pesimista, nihilista. Influido por los alemanes Schopenhauer, Mainländer, Nietzsche y Spengler, y también por autores existencialistas como Kierkegaard y Chestov, amén de los antiguos cínicos y epicúreos, sus ensayos y aforismos amalgaman lucidez con melancolía, sabiduría con amargura, hondura con angustia, abordando de forma radicalmente descarnada cuestiones como la enfermedad, el insomnio, la muerte, el absurdo, la soledad, el sufrimiento, la locura, el suicidio, la decadencia, el desencanto y la misantropía. Muchos de sus lectores y críticos no olvidan –ni le perdonan– su coqueteo juvenil con la Guardia de Hierro y el nazifascismo, a pesar de que luego –entrada la posguerra– se detractara de sus convicciones ultraderechistas (nacionalismo, totalitarismo, belicismo, etc.).
Aquí, en nuestra sección literaria Naglfar, donde la “cultura de la cancelación” woke no tiene cabida, ni tampoco el optimismo panglossiano-filisteo que patologiza el pesimismo y el nihilismo filosóficos en nombre de presuntas «verdades» neurocientíficas, preferimos no obstante rescatar el lirismo del filósofo transilvano, su sensibilidad poética a flor de piel, que no carecen, por cierto, de raros y exquisitos momentos de luminosidad (ni tampoco, desde luego, de agudeza intelectual). Ese lirismo, esa sensibilidad poética a flor de piel, son particularmente intensos en su etapa de juventud, que osciló entre Bucarest y Berlín durante los años treinta de entreguerras, cuando todavía era estudiante universitario y escribía en rumano, su lengua materna; o sea, antes de que se radicara y consagrara en París, adoptando definitivamente el idioma francés en busca de mayor proyección internacional.
Su ópera prima, En las cimas de la desesperación, publicada allá por 1934 (título original: Pe culmile disperarii), nos parece el mejor ejemplo de su elocuencia romántica de escritor veinteañero con pulsión de vate. Precisamente de este libro hemos seleccionado dos prosas poético-filosóficas muy breves, de apenas un párrafo: “El baño de fuego” y “La belleza de las llamas”. Tematizan el fuego y su potencia de sugestión casi hipnótica, las llamas subjetivadas como experiencia de goce estético y metáfora de reflexión existencial. “Lirismo ígneo” nos pareció un buen título para esta selección mínima.
La traducción castellana es de Rafael Panizo, para la editorial Tusquets (Barcelona, 1991). No es, lamentablemente, una traslación directa del rumano, sino a través del francés (la segunda lengua de Cioran por excelencia, en la cual finalmente escribiría la mayor parte de sus obras, tanto las de madurez como las de senectud): Sur les cimes du désespoir, por Éditions de l’Herne (París, 1990), a cargo de André Vornic, con revisión de Christiane Frémont.
Grandes artistas de la fotografía han retratado a Emil Cioran en numerosas ocasiones. La foto de abajo, nuestra favorita, es de la finlandesa Irmeli Jung y data de 1988, cuando el pensador rumano tenía 77 años.
EL BAÑO DE FUEGO
Para lograr experimentar la sensación de la inmaterialidad, existen tantos caminos que toda tentativa de establecer una jerarquía sería extremadamente arriesgada, por no decir inútil. Cada uno toma una vía diferente según su temperamento. Por lo que a mí respecta, pienso que el baño de fuego constituye la tentativa más fecunda. Sentir en todo nuestro ser un incendio, un calor absoluto, notar que brotan en nuestro interior llamas voraces, no ser más que relámpago y resplandor: eso es un baño de fuego. Se realiza entonces una purificación capaz de anunciar a la propia existencia. ¿Acaso las olas de calor y las llamas no devastan hasta su núcleo, no consumen la vida, no reducen su fuerza quitándole todo carácter agresivo, a una simple aspiración? Experimentar un baño de fuego, soportar los caprichos de un violento calor interior, ¿no es alcanzar una pureza inmaterial semejante a una danza de llamas? La liberación de la gravedad gracias a ese baño de fuego, ¿no convierte la vida en una ilusión o en un sueño? Y ello no es apenas nada comparado con la sensación final –tan paradójica– en la que el sentimiento de esa irrealidad onírica es sustituido por la sensación de ser reducido a cenizas –sensación que corona inevitablemente todo baño de fuego interior–. Se puede hablar con razón, a partir de ese momento, de inmaterialidad. Quemados hasta el último grado por nuestras propias llamas, privados de toda existencia individual, transformados en un montón de cenizas, ¿cómo podríamos experimentar aún la sensación de vivir? Una loca voluptuosidad de una ironía infinita se apodera de mí cuando imagino mis cenizas desperdigadas por todo el planeta, frenéticamente agitadas por el viento, diseminándose en el espacio como un eterno reproche contra este mundo.
LA BELLEZA DE LAS LLAMAS
El encanto de las llamas subyuga gracias a un movimiento extraño que se halla más allá de la armonía, de las proporciones y de las medidas. Su ímpetu impalpable ¿no simboliza acaso la tragedia y la gracia, la desesperación y la ingenuidad, la tristeza y la voluptuosidad? ¿No encontramos en su devoradora transparencia y su abrasadora inmaterialidad el vuelo y la levedad de las grandes purificaciones y de los incendios interiores? Me gustaría ser levantado por la transcendencia de las llamas, ser zarandeado por sus ondas delicadas e insinuantes, flotar sobre un mar de fuego, consumirme en una muerte de sueño. La belleza de las llamas produce la ilusión de una muerte pura y sublime, semejante a una aurora. Inmaterial, la muerte en las llamas evoca alas incandescentes. ¿Es posible que sólo las mariposas mueran así? ¿Y quienes mueren a causa de sus propias llamas?
Emil Cioran