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Federico Mare Naglfar

Mi ateísmo

11 de mayo de 20253 de agosto de 2025
Kalewche

Imagen: detalle de The Navigator (2001), de Robert y Shana ParkeHarrison. Fotograbado, Museo de Arte Moderno Gran Duque Juan, Luxemburgo. Fuente: www.mudam.com.


Se dice con demasiada ligereza –y visos de superioridad– que quien se declara ateo se estaría tendiendo una trampa a sí mismo, pues el uso de la partícula privativa en “a-teo” lo pondría a uno en una posición negativa con respecto a una positividad: la existencia de Dios. De esta manera, uno quedaría indefectiblemente encerrado en la lógica del teísmo, en su empeño –declarado «inútil» de antemano– por negarla. «¡Touché!», se apresuran a sentenciar algunos teístas. Pero piénsese en el absurdo que encierra esta logomaquia, en los dos sentidos de la palabra: en tanto discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto, y en cuanto lucha declarada contra la razón: la negación se vuelve lógicamente imposible.
Lo que se pasa por alto es que el carácter “positivo” del teísmo reside, en todo caso, en un
positum originario y arbitrario: una acción de poner. La idea de Dios y la de su existencia, es aquí lo establecido, instituido, puesto por los seres humanos, en su empeño –demasiado humano– por dar sentido a una realidad que no se logra asir en su complejidad (ver El mito de Sísifo de Albert Camus). Si bien nadie se ve obligado a declararse en contra de la creencia en la existencia de la tetera interplanetaria de Bertrand Russell –lo que constituiría un «sinsentido»–, no pasa lo mismo en el caso de una posición intelectual como la del teísmo, elevada –casi– a «sentido común». Aquí la definición por la negativa se vuelve una necesidad, a pesar de que la carga de la prueba recaiga lógicamente en el teísmo. Cabe recordar que la negación del hombre rebelde camusiano es un corolario de un sí anterior que afirma la condición humana en toda su extensión.
La presente prosa poético-filosófica de nuestro compañero Federico Mare, que lleva por título “Mi ateísmo”, lo hemos extraído de su libro Gođlauss. Ateísmo, librepensamiento y existencialismo (Mendoza, Grito Manso, 2022, pp. 247-249), de donde también ya recuperamos “El nudo gordiano del absurdo: fe religiosa y existencialismo ateo” y “El concepto de religión en Marx. Crítica al reduccionismo dogmático”. Una versión anterior de “Mi ateísmo” fue publicada en la revista Panero (Argentina) y el Observatorio del Laicismo (España), allá por septiembre de 2016.
La nueva versión incluida en el libro tiene una dedicatoria, que dice así: “In memoriam de mi amigo Gonzalo Puente Ojea (1924-2017), rara avis del enciclopedismo razonado, ensayista disidente, contradictor de la fe, adalid de la razón, luminaria del ateísmo, faro del laicismo, en homenaje a su dilatada y brillante trayectoria de librepensador, con admiración, gratitud y afecto”. Sobre el texto que presentamos aquí, el gran filósofo e historiador español dijo que merecía “un puesto de honor en una antología escogida sobre crítica de la religión”. En el futuro, publicaremos en Kalewche el obituario que le dedicara Federico, titulado “Gonzalo Puente Ojea: contradictor de la fe, adalid de la razón”.
Pablo Scatizza reseñó Gođlauss en “La levadura del hombre rebelde”, para nuestra sección de recensiones bibliográficas Parley. Pueden leer este artículo aquí.
El prólogo del libro, “Con erudición, racionalismo temperado y sin sectarismo”, escrito por el intelectual español Salvador López Arnal, está disponible en Rebelión.



Sísifo enseña la fidelidad superior
que niega a los dioses y levanta las rocas.
(…) Este universo en adelante sin amo
no le parece estéril ni fútil. (…)
Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
 Albert Camus


Rechazar la idea de Dios es hacerse cargo radicalmente de nuestra humana existencia. La libertad a pleno, pero también, inexorablemente, la responsabilidad a pleno. Es entender que ningún ser supremo guarda nuestras espaldas, que no somos inmortales y que nuestra razón, sin ser todopoderosa, puede mucho, pero mucho, si la fe no la señorea. Es vivir sin ese abigarrado más allá de absolutos, tutelas, mandatos, terrores, garantías, velos, muletas, placebos, pretextos, culpas, premios y castigos que llamamos religión. Es correrse de un lugar preestablecido de minusvalía ontológica y gnoseológica para asumir, sin vergüenza y sin soberbia, pero con dignidad y una pizca de orgullo prometeico, nuestra fragilidad y finitud. Hacer el bien por el bien mismo, y no para ganar el paraíso o eludir el infierno. Restituirle a la vida y a la muerte el valor que la metafísica, a fuerza de fabulaciones (la inmortalidad del alma, el pecado original, la divina providencia, el valle de lágrimas, el reino de los cielos y tantas otras), le ha escamoteado.

Ateísmo es hacerse a la mar en la barca del logos sin las amarras de ningún dogma prefabricado, desembarazados del veto teológico, juramentados contra la bárbara alienación del sacrificium intellectus. Es echarse a caminar por los senderos de la praxis sin los grilletes de ninguna hierocracia iluminada, apartados de la mansedumbre del rebaño, enfrentados a los pastores de almas con ínfulas redentoras y punitivas. Ateísmo es librepensamiento y libre albedrío. Es, en una palabra, libertad.

Se dice a la ligera que los ateos somos soberbios, desmesurados. ¿No sería acaso al revés? ¿La soberbia, la desmesura, no estaría en quienes aspiran a la vida inmortal, a la verdad absoluta, a la perfección total? En mi convicción atea, soy más modesto, pues lejos de aspirar a la bienaventuranza eterna, me conformo con ser apenas un grato recuerdo en la frágil memoria de mis seres queridos. Ése es mi paraíso. Tampoco pretendo actuar conforme a la Verdad revelada, sino ser coherente con mi verdad relativa. No quiero la perfección del más allá; me basta con la perfectibilidad del más acá. No necesito el amor de ningún ser superior, pues el amor de mis semejantes me colma.

Un instante de alegría o tristeza (amoroso, estético, intelectual, político, lúdico o cualquier otro), en toda su fugacidad e imperfección profanas, vale más, mucho más, que todas las promesas fabulosas de la religión. “Dichosos los que pueden vivir en el instante, sentir el presente constantemente, atentos únicamente a la beatitud del momento y al arrobamiento que procura la presencia íntegra de las cosas” (Cioran).

No hay mejor vida más allá de esta vida porque no hay un más allá de esta vida. Por lo demás, esta vida, con sus luces y sombras, es nuestra; y sin dejar de serlo, puede ser mejor. Puede ser mejor si queremos, si lo intentamos, si perseveramos. Y mucho mejor si somos muchos quienes nos decidimos a luchar mancomunadamente por ella. El cielo nunca estuvo allá arriba, tan lejos de la vida que vivimos. Siempre nos ha estado esperando en nuestros propios corazones, y allí todavía nos espera. Y algún día –lo presiento– será la tierra que hoy trajinamos. La gloria está al alcance de la mano. Nuestro destino es aquí y ahora.

Federico Mare

Etiquetado en: ateísmo crítica de la religión existencialismo filosofía humanismo librepensamiento

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