Ilustración: mapa hecho al parecer por el jesuita Ströbel para ilustrar el viaje de otro jesuita, el padre Havestadt, que recorrió el territorio pehuenche desde Chile al Neuquén y hasta Malargüe en el verano austral de 1751-1752. Es, según afirma Ramiro Martínez Sierra en su libro El mapa de las pampas (Bs. As., Archivo General de la Nación, t. I, p. 117), «el primer documento cartográfico que los registra» (se refiere «a esos lugares»). La representación cartográfica en cuestión figura en la página siguiente a dicha cita. Aparecen claramente mencionados los tres Vutanmapus más orientales: el Ragitun Lelvun Vutan Mapu (el de los Llanos), el Ina Pire Vutan Mapu (el de los «arribanos») y la Cordillera de los Pehuenches vel Pire Vutan Mapu, seguido hacia el este por las planicies de las Pampas o Llanos de los Puelches o Patagones. Por limitaciones técnicas en el diseño, hemos debido colocar el mapa con el norte mirando hacia la izquierda.


Nota.— En Mendoza, Argentina, la «cruzada antimpauche» no cesa. Sus axiomas, objetivos y niveles de virulencia no son demasiado diferentes a los que hemos visto durante años en Norpatagonia y Chile. El establishment económico, político y mediático, enfurecido por las reivindicaciones territoriales de las comunidades originarias del sur de la provincia (departamentos de Malargüe y San Rafael), lleva muchas semanas intoxicando a la opinión pública de Cuyo y de todo el país con un aluvión de discursos de odio y falacias negacionistas. Su furia también se debe a que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) ha reconocido la posesión territorial de comunidades pertenecientes al pueblo mapuche en la provincia de Mendoza, conforme a la ley de Emergencia de la Posesión y Propiedad Comunitarias Indígenas, la Constitución Nacional (art. 75, inc. 17) y diversos tratados internacionales de derechos humanos.
En esta «guerra sucia» de difamación y demonización, en esta violenta campaña de mendacidad y sofisterías donde el racismo no está ausente, la derecha cuenta con sus laderos y voceros intelectuales: un grupo minoritario de historiadores, arqueólogos y profesores improvisadamente lanzados a la divulgación y opinión, con escasa o nula experiticia en la temática, sin representatividad o consenso –cuanto menos mayoritarios– dentro de la comunidad académica y científica, con planteos antropológicos e historiográficos obsoletos donde campean los anacronismos más groseros. En el marco de esta campaña, también hubo graves hechos de censura, tanto por parte de medios privados hegemónicos como por parte de la prensa pública de la UNCuyo. Quienes sufrieron este atropello, el antropólogo Diego Escolar y su colega Julieta Magallanes (docentes de dicha casa de estudios), lo denunciaron, concitando la solidaridad de varios sectores, entre ellos un gran número de investigadores del CONICET, que repudiaron lo ocurrido (véase al respecto el perfil de Facebook de Escolar). Nos sumamos a estos pronunciamientos de solidaridad y repudio.
Nuestro semanario dominical Kalewche no se llama así en vano. Nos enorgullecemos de nuestro nombre indígena, de nuestra denominación en mapudungún. Es un tributo, un homenaje, un acto político de posicionamiento y solidaridad. Apoyamos con convicción y firmeza las luchas territoriales y culturales de los pueblos originarios de este continente. Por eso, el año pasado, les hicimos una entrevista a los intelectuales y militantes mapuche Pedro Carimán y Daniel Loncon. Por eso, un mes atrás, publicamos un artículo de Escolar, intitulado «La ínsula mendocina y su paranoia mapuche». Y por eso, hoy, nos complace compartir este texto inédito de Florencia Roulet, que es una adaptación de la ponencia que esta especialista argentina preparó y expuso vía Zoom, desde Suiza, ante la Comisión de Derechos y Garantías de la Cámara de Diputados de la Legislatura de Mendoza, en una audiencia realizada el jueves 9 de marzo, de la que también participaron Diego Escolar y Julieta Magallanes –ambos docentes de la UNCuyo e integrantes del CONICET–, Gabriel Jofré (werken de la organización Identidad Territorial Malalweche) y representantes del INAI.
Florencia Roulet es historiadora y doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, se desempeña como investigadora asociada del CRAEC (Centre de Recherches sur l’Amérique Espagnole Coloniale) en la Sorbonne Nouvelle, Paris 3. Es autora de numerosos artículos académicos sobre la temática aquí abordada, y también de varios libros, entre ellos Huincas en tierra de indios. Mediaciones e identidades en los relatos de viajeros tardocoloniales (2016), Capitanes de amigos en la frontera de Mendoza. Los usos indígenas de una institución colonial (2015) y De cautivos a aliados. Los «Indios Fronterizos» de Mendoza (2001). Recientemente, publicó en el nro. 660 de Todo es Historia (enero 2023) un texto de alta divulgación cuya lectura no dudamos en recomendar: «La cuestión mapuche: una controversia de más de tres siglos».
Nuestra profunda gratitud con Florencia, por su generosidad, predisposición y cordialidad. También con Julieta, por sus gestiones y sugerencias, sin las cuales esta publicación no sería posible. Esperamos poder publicar más textos de Roulet, Escolar y Magallanes en el futuro.


“Los mapuches nunca vivieron en Mendoza”; “El mapuche no es un pueblo originario de la Patagonia Argentina. Es un pueblo invasor”; “El pueblo mapuche es un fenómeno tardío en el sur de Mendoza”; “Recién a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX llegaron al sur de Mendoza los Mapuche atacando a los pueblos originarios del este de la cordillera: Puelches y Pehuenches”; “Los pueblos ancestrales de Mendoza fueron exterminados por los mapuches”; “Los autopercibidos o falsos mapuches, muchos de ellos son delincuentes, bandidos en la noche con cara tapada que van y prenden fuego el bosque”; “Hay un proyecto en marcha de la creación de un Estado Autónomo Mapuche, con injerencia de viejos montoneros, en toda esa zona patagónica vinculada a las principales riquezas del país”; “Por suerte apareció Roca, hizo la Campaña del Desierto y ocupó la Patagonia”.

En la interminable letanía de propósitos agraviantes y racistas que se han publicado en las últimas semanas en los medios masivos acerca de los mapuches, se advierte una progresión que va de la negación de la existencia de ese pueblo en el actual territorio argentino, a la acusación de exterminio de los supuestos verdaderos originarios, pasando por la insinuación de intenciones separatistas alentadas por “viejos mononeros” y por la reivindicación explícita de la campaña genocida de Julio A. Roca contra los pueblos originarios de la Pampa y la Patagonia. Quienes tenemos aún fresca en la memoria la manipulación discursiva de la última dictadura, y algo sabemos de historia, vemos desplegarse ante nuestros ojos las mismas estrategias que se usaron entonces –y en todos los tiempos y latitudes– para construir un enemigo interno: “Miente, miente: siempre quedará algo”, rezaba un dicho inspirado en una frase de Voltaire, de la que se hacía eco Goebbels con su sentencia: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Como si no tuviéramos bastante los argentinos con la inflación imparable, la deuda impagable, los alarmantes índices de pobreza, el narcotráfico, la sequía pavorosa y la desesperanza que gana terreno, surge de pronto –en un oportuno contexto preelectoral– la inquietud por las demandas territoriales de comunidades indígenas que ciertos medios se regodean en calificar de “pseudo-mapuches”.

La polémica, con agresivas declaraciones y llamados a caravanas anti-mapuche, es particularmente intensa en la provincia de Mendoza, a partir de la publicación en el Boletín Oficial de tres resoluciones del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) dando cuenta de la finalización del relevamiento técnico, jurídico y catastral de tres comunidades indígenas del sur de la provincia, donde se reconoce la ocupación tradicional y pública de un total de 28.900 hectáreas pertenecientes al pueblo mapuche. Las máximas autoridades políticas de la provincia reaccionaron con virulencia, denunciando lo actuado por el INAI y negando la existencia pasada y presente de mapuches en Mendoza. En el ámbito de la Comisión de Derechos y Garantías de la Cámara de Diputados de la Provincia de Mendoza se realizaron dos audiencias, el 2 y el 9 de marzo de 2023, a las que fueron convocados distintos expertos externos para exponer sus conocimientos históricos y jurídicos sobre el tema. Los párrafos que siguen resumen mi intervención en la audiencia del 9 de marzo.

Los Dres. Pablo Lacoste, Andrea Greco (historiadores) y Gustavo Neme (arqueólogo), que tomaron la palabra el 2 de marzo de 2023, coincidieron en identificar como pueblos originarios de Mendoza a huarpes, puelches (incluidos los chiquillanes, que eran un subgrupo del conjunto conocido como puelche) y pehuenches. Una primera cuestión a dilucidar es cuál es el hito temporal a partir del cual se puede determinar que una determinada población es reconocida como «originaria», en el sentido de preexistente al estado nacional al que pertenece en la actualidad.

Los tres consultores consideraron implícitamente que el hito a partir del cual se determina la condición de «originario» es la conquista española, lo que supone moverse entre dos fechas:

a) 1551: año del «descubrimiento» de la provincia de Cuyo por Francisco de Villagra y del primer reparto de indios huarpes en encomienda para tributar en los lavaderos de oro de Chile.

b) 1561: año de la fundación de la ciudad de Mendoza.

Sin embargo, no se mencionó que la ocupación efectiva por los españoles del territorio mendocino no superó, hacia el sur, el valle de Jaurúa en todo el período colonial. Lo que hoy es el centro y sur de Mendoza era territorio indígena en el que se seguían dando las dinámicas de poblamiento propias de pueblos cazadores y recolectores, que se desplazaban a lo largo del año según circuitos perfectamente preestablecidos.1 Los españoles sólo penetraban en las regiones no conquistadas a sacar indios, en expediciones conocidas como «malocas» o «corredurías», cuyo objetivo era obtener un botín humano que beneficiara a quienes no habían sido favorecidos con una encomienda. “Podemos sospechar –afirma la historiadora María del Rosario Prieto– que Mendoza era una especie de centro proveedor de indígenas que se vendían para ser sometidos a un régimen de esclavitud”2. Este tipo de incursiones no daban lugar a crónicas ni a informes, por los cuales los historiadores podríamos detectar alguna información etnográfica. De manera que es casi inexistente la documentación escrita en Mendoza acerca de los grupos que habitaban al sur del Atuel y el Diamante en el período temprano de contacto. Los pocos datos que poseemos provienen de los cronistas chilenos.

Si las evidencias arqueológicas sugieren que huarpes, puelches y pehuenches estuvieron presentes “en los últimos mil años” –como afirmó el Dr. Neme– es fundamental tener en cuenta que, cuando hablamos de preexistencia étnica y cultural en el sentido que le otorga el artículo 75, inciso 17, de la Constitución nacional, se trata –en el caso de grupos tardíamente sometidos, como fueron los habitantes del sur de Mendoza– de preexistencia “al establecimiento de las fronteras actuales del Estado”, según reza la definición del Convenio 169 de la OIT (art. 1b), ratificado por la Argentina en el año 2000.


Redes de integración transcordillerana en tiempos prehispánicos

Se afirmó, asimismo, que las evidencias arqueológicas sugieren una vinculación de los grupos indígenas del sur de Mendoza con los de la Patagonia. A lo cual quisiéramos añadir que otros arqueólogos encuentran evidencias materiales de la existencia de amplias redes de intercambio que involucraban a sociedades de cazadores a un lado y otro de la cordillera, vinculando a sociedades del oeste pampeano con grupos extrarregionales muy distantes. En particular, se hallaron en la localidad Tapera Moreira en Curicó, provincia de La Pampa, fragmentos de alfarería chilena conocida con el nombre de Valdivia pintada, datados por radiocarbono en fechas que corresponden a los años 1275-1305 d.C.; un raspador de obsidiana procedente de la cordillera; plaquetas grabadas y una punta de proyectil típica del norte de la Patagonia3, todo lo cual indica una circulación de objetos –y presumiblemente también de personas– entre el Pacífico y el Atlántico en épocas muy tempranas.

Una prueba documental (por tanto, más tardía) de esos contactos de larga distancia la aporta la carta al rey escrita por Juan de Garay en 1582, donde relata lo que vio cuando salió a “correr la tierra” al sur de la recién fundada Buenos Aires. A la altura de la actual sierra de Balcarce, observó gente vestida con mantos de pieles. Pero no sólo eso: “Hallamos entre estos indios alguna ropa de lana muy buena; dicen que la traen de la Cordillera, de las espaldas de Chile y que los indios que tienen aquella ropa, traen unas planchas de metal amarillo en unas rodelas que traen cuando pelean y que el metal [lo] sacan de unos arroyos4. Tanto el registro arqueológico como el histórico sustentan, por lo tanto, la existencia de contactos transcordilleranos que arrancan en tiempos prehispánicos. La arqueóloga Mónica Berón concluye que “el denominado ‘proceso de araucanización’ […] sólo pudo ser posible en función de redes de interacción previa y sólidamente constituidas”5, perceptibles en el registro arqueológico regional desde tiempos anteriores a la conquista.


Puelches y pehuenches después de la conquista

En cuanto a los pobladores del sur de la provincia de Mendoza, las crónicas tempranas sobre la conquista de Chile señalan una intensa circulación de puelches y pehuenches en sentido este-oeste y oeste-este. En tiempos históricos (es decir, desde la aparición de registros escritos), los territorios de ambos grupos estaban a caballo entre las vertientes pacífica y atlántica de la cordillera, mediante lo cual participaban en los eventos comerciales, militares y diplomáticos tanto a uno como a otro lado de los Andes.

Gerónimo de Vivar afirmaba en 1558 que los puelches bajaban cada verano a las tierras bajas de Chile a comerciar y a realizar razzias.6 También participaron desde el siglo XVII –como los pehuenches– en los parlamentos de paz que reunían a los principales líderes de la Araucanía con las autoridades del reino de Chile. En 1647 ya figura Ruya, un cacique “de la tierra de los puelches”, en el parlamento celebrado con el gobernador Martín de Mujica, en Quillín. En esa misma ocasión, se hicieron presentes nueve caciques “de la tierra de la cordillera”, todos ellos con nombres en mapudungún: “Aliante, toqui general, Guayquimilla en nombre de Tinaqueupu (enfermo), Piculai, Piutullanca, Metoneley, Nanquepangue, Fualcoyan, Eputureu y Alebueno, caciques”7. Los caciques pehuenches que asistirán en adelante a los parlamentos de paz llevan en todos los casos nombres en mapudungún.

La cuestión del nombre no es trivial: indica la lengua que habla el grupo y su marco cultural de referencia. Es cierto que los puelches de Mendoza hablaban otra lengua, de la que a fines del siglo XVIII aún quedaban vestigios (algunos nombres propios y topónimos), aunque por entonces todos los puelches mendocinos habían adoptado la lengua general de los indios de Chile. El fenómeno de difusión del mapudungún entre los puelches es perceptible desde el siglo XVII, por influencia de los pehuenches, con quienes los puelches comercian, se casan formando familias mixtas, se alían militarmente para atacar la frontera mendocina (como en el abortado malón de 1658) y también se enfrentan a medida que aquellos amplían su territorio hacia el norte.8 Hacia fines del siglo XVII, el jesuita José de Zúñiga menciona a los habitantes pehuenches del territorio cordillerano frente a Villarrica y afirma que “en todas estas tierras se habla la lengua de Chile, aunque los de Nahuelhuapi hablan dos lenguas, la de Chile y la de los pampas”9.

Es decir que no hubo una sustitución tardía de los pueblos originarios huarpes, puelches y pehuenches por presuntos «mapuches» que “comienzan a llegar al sur de Mendoza a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX” –como se afirmó– sino que el principal vehículo de la lengua y la cultura mapuches en la región fueron, desde al menos el siglo XVII, los pehuenches. El historiador chileno José Manuel Zavala observa que, desde fines de esa centuria, “los pehuenches pueden ser identificados a los mapuche, siendo su adaptación al medio andino de bosques de araucarias la única gran diferencia respecto de los grupos de las tierras bajas”10. Los testimonios de la época lo confirman. En 1729, un oficial chileno los describió como indios “que están entre las dos cordilleras, hablan la misma lengua que estos fronterizos, siguen los mismos ritos y costumbres”, aunque debido a las características de su medio montañoso no practican la agricultura sino que basan su dieta en piñones y carne de yegua.11

Esto lleva al arqueólogo mendocino Víctor Durán a afirmar que “la araucanización fue un proceso de cambio cultural que afectó a todos los grupos cazadores-recolectores que habitaban al oriente cordillerano entre los siglos XVIII y XIX”, cuyo motor principal no lo constituyeron las migraciones sino la emergencia de una nueva forma de organización económica, que volvió a los grupos indígenas cada vez más dependientes de la sociedad blanca.12 Ya en la década de 1550 los pehuenches aparecen en la crónica de Jerónimo de Bibar bajando a los llanos del valle central de Chile al final de cada verano, por el mes de febrero en que estaban derretidas las nieves, a “rescatar” –comerciar– con los “conocidos y amigos” que tienen en las tierras bajas, “y huélganse este tiempo con ellos. Y traen de aquellas mantas que llaman llunques y también traen plumas de avestruces. Y de que se vuelven –a fines de marzo– llevan maíz y comida de los tratos que tienen”13. Hábiles comerciantes, los pehuenches pronto se interesarán por los productos de la economía colonial, contituyéndose en uno de los vértices del intercambio triangular que vincula la economía colonial con las sociedades indígenas a uno y otro lado de los Andes. De ahí que –concluye Víctor Durán– el proceso de «araucanización» en Mendoza también habría podido ser definido “como ‘pehuenchización’ o aun como ‘hispanización’”.

Una última evidencia de la íntima vinculación de los pehuenches con el mundo indígena trascordillerano la brinda su inserción en el sistema cuatripartito de organización espacial de los pueblos indígenas de la Araucanía. En sus tratos con los indios no sometidos, las autoridades coloniales chilenas reconocieron una forma de organización política del territorio propia de la cosmovisión mapuche, que dividía el espacio en cuatro grandes franjas longitudinales, correspondientes a cuatro ecosistemas distintos: el de la costa, el de los llanos interiores, el del pedemonte andino y el de los valles cordilleranos. Cada uno de ellos –conocidos como Vutanmapus– constituía una alianza política y militar entre los ayllarehues o comunidades que lo componían. El cuarto Vutanmapu –el Pirevutanmapu– es el de los pehuenches, que bajaban de la cordillera a parlamentar con las autoridades trayendo a veces en su comitiva –como fue el caso en Lonquilmo hacia 1783– “nuevas parcialidades desde la parte oriental del río Neuquén y de los países interiores inmediatos a las pampas de Buenos Aires, que hasta ahora no se conocían”14. Aliados fieles de los españoles de Chile, los pehuenches –mapuches de la cordillera– lo serían pronto de los cuyanos.


Pehuenches y puelches en la frontera de Mendoza a fines de la etapa colonial

¿Qué pasaba en los territorios indígenas del sur de Mendoza en el último tercio del siglo XVIII y los primeros años del XIX, cuando según los dichos de algunos autopercibidos «expertos» se habría producido el ingreso violento de los «mapuches» en la región? Se trata de una etapa que he estudiado en detalle. He aquí una breve síntesis de mis trabajos sobre el período.

La provincia de Cuyo formó parte de la Capitanía General de Chile hasta 1776, cuando se la integró al Virreinato del Río de la Plata. A partir de entonces, Mendoza siguió los lineamientos generales de la política indígena definida por los sucesivos virreyes, pero manteniendo siempre presente como ejemplo y modelo la larga experiencia chilena de diplomacia interétnica, donde a partir de las paces de Quillín (1641) y vista la envergadura y el éxito de las rebeliones mapuches contra las imposiciones coloniales, el poder español ensayaría “formas más negociadas y persuasivas para lograr sus objetivos en la Araucanía”15. En Mendoza, a las primeras campañas militares en territorio indígena pronto se sucedieron aperturas diplomáticas que tenían por objeto no sólo garantizar el cese de hostilidades, sino, ante todo, una alianza militar que transferiría gradualmente a los indios los costos materiales y humanos de la defensa del territorio. Quien diseñó y llevó adelante esta política en el último tercio del siglo XVIII fue el comandante de frontera don José Francisco de Amigorena. Sus aliados en el campo indígena fueron los pehuenches, en sucesivas etapas:

a) En 1781, se celebran en el cabildo de Mendoza los tratados con el cacique pehuenche Roco y sus cuñados, cuyas familias habían sido capturadas en una campaña al cerro Campanario el año anterior. Para recuperar a su gente, los caciques se comprometen a asentarse en el paraje de los Papagayos y “defender la frontera y castigar los demas Indios Ladrones”. Este tratado dará origen a la creación de un enclave de indios amigos pehuenches en el valle de Uco, conocidos como los “pehuenches fronterizos”, que subsistirá al menos hasta entrada la primera década del siglo XIX. Apartados de su territorio malargüino, los pehuenches fronterizos servirán de mediadores con los de Malargüe y prestarán asistencia militar y logística a los cristianos como baqueanos y correos, a cambio de lo cual podrán comerciar libremente en Mendoza y recuperar poco a poco a sus parientes, aunque dejando siempre algún rehén en la ciudad.16

b) En 1783, el cacique principal de los pehuenches de Malargüe, Ancán Amún, firmó un tratado con Amigorena en el que se declaró “enemigo de las otras naciones enemigas y no sujetas a obediencia y amigo de los españoles”. Lo siguieron un año después su hermano Pichintur, y más de una veintena de caciques hasta 1786. Mediante esos acuerdos, Amigorena estableció un segundo cordón defensivo pehuenche en torno a Mendoza, que no volvió a sufrir ningún malón, a costa de una creciente conflictividad entre grupos indígenas. Obligados por los tratados, los pehuenches hacían la guerra a los puelches que aún vivían entre el Atuel y el Diamante, a los ranqueles de Mamül Mapu –en el corazón de la Pampa– y a los huilliches del Neuquén. Enfurecido, el cacique ranquel Llanquetur los amenazaba: “por causa de vosotros que estáis en estos caminos no vamos a Mendoza a maloquear porque dais parte, pero algún día iremos”17.

c) En 1787, la alianza militar se extendió a los pehuenches de la región de los Piñones, al sur del río Neuquén, cuyo cacique Currilipi era primo de Ancán Amún y Pichintur. Con este tercer cordón defensivo pehuenche se terminaba de consolidar la defensa de la frontera mendocina, pero los caciques exigieron que, en adelante, como era el uso en Chile, algunos soldados españoles los acompañaran en sus incursiones, apoyo que se concretó en dos expediciones contra los huilliches del Neuquén, en 1788 y 1792.

La alianza hispano-pehuenche aseguró eficazmente la defensa de la frontera mendocina, pero debilitó demográficamente a los pehuenches a raíz del incesante conflicto con puelches, ranqueles y huilliches. Muchos puelches terminaron refugiándose al este del Chadileuvú entre los ranqueles, con quienes estaban emparentados (como por cierto lo estaban también los pehuenches). Pero otros pudieron permanecer en sus tierras entre el Diamante y el Atuel, amparados por caciques pehuenches.

Hacia fines del siglo XVIII, se hizo evidente a los españoles de Mendoza que la estrategia de fomentar una guerra permanente entre los pehuenches y sus vecinos había tenido éxito en desplazar la zona de conflicto al sur del Neuquén, sin prácticamente ningún costo para las armas españolas. Pero había terminado por exacerbar odios, promover ciclos de venganza entre linajes y, a la larga, desgastar a sus aliados. En 1799, pocos meses antes de morir, el comandante Amigorena presidió en el fuerte de San Carlos un parlamento de reconciliación entre sus fieles aliados pehuenches, los puelches de la frontera y el cacique principal de los ranqueles, Carripilum, que cerró un largo y sangriento ciclo de conflictos al sur y al este de la frontera mendocina.18

Tras largos años de paz, el virrey Rafael de Sobremonte creyó por fin posible fundar un fuerte sobre el Diamante, en territorio indígena. El 2 de abril de 1805, pehuenches y puelches, reunidos con las autoridades mendocinas en la confluencia de los ríos Diamante y Atuel (que entonces se juntaban en ese punto), y “considerándose con derecho a los terrenos que hacen la confluencia de dichos ríos”, cedieron por tratado “en la posesión de ellos para el establecimiento” del fuerte de San Rafael, origen de la actual ciudad del mismo nombre, fuerte del que esperan que les facilite el comercio con Mendoza y les garantice protección militar contra sus enemigos.19 Allí seguían asentados los pehuenches cuando, en septiembre de 1816, apenas declarada la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fueron convocados por el general José de San Martín, como dueños de los principales pasos cordilleranos, a reunirse con él. El parlamento, que tenía por objeto solicitarles permiso para pasar por sus tierras hacia Chile y pedirles auxilio de caballadas, tuvo lugar en el fuerte de San Carlos, donde acudieron en gran número.20

Llegamos así a las primicias de lo que, con el tiempo, se convertirá en la República Argentina. Mendoza seguía contando con la indefectible amistad de los pehuenches. A la luz de estas evidencias, cabe preguntarse quiénes son los supuestos «mapuches» invasores que habrían penetrado en territorio mendocino a fines del siglo XVIII y principios del XIX. No sólo no hubo entonces tal ingreso de población desde el sur, sino que fueron más bien los pehuenches, en virtud de su alianza con los españoles y contando con su auxilio militar, quienes en varias ocasiones incursionaron en territorio de los huilliches del Neuquén. En los albores de nuestra existencia como nación, los pehuenches –en plena posesión de sus territorios ancestrales y totalmente mapuches en lengua, cultura, organización política, creencias y ritos– son reconocidos por el general San Martín como legítimos dueños de las tierras al sur del Diamante. La historia no se escribe con mitos reductores sino con evidencias documentales.


De pehuenches y puelches a mapuches

Quisiera concluir con una reflexión sobre el triple uso de la palabra «mapuche» que existe en la actualidad. Antes una precisión: el término está totalmente ausente de la documentación colonial hasta por lo menos mediados del siglo XVIII, y no se generalizará sino a fines del XIX y principios del XX. Los habitantes originarios de Chile se llamaban a sí mismos reche, la «gente auténtica». En el siglo XVI, los españoles habían extendido la designación de «araucanos» al conjunto de los indios que moraban al sur del río Bío Bío, rótulo que cayó en desuso en los siglos siguientes, para resurgir en el XIX, en el contexto de las guerras de la Independencia, cuando por un breve momento se ensalzó la memoria de su heroica resistencia a la conquista. Por extensión, se aplicó también tardíamente el rótulo de «araucanos» a los indios de allende la cordillera instalados en las pampas desde por lo menos inicios del siglo XVIII (entonces se los solía designar como «aucas»). Los mapuches, por lo tanto, no existieron como tales sino al cabo de un largo proceso histórico –finamente descrito por el antropólogo Guillaume Boccara– que implicó cambios en su cultura material, en su organización social, económica, política y militar, en sus relaciones entre sí y con la sociedad colonial, y desembocó por fin en una redefinición identitaria.21

Hoy, un primer uso del término es el que hacemos los historiadores y antropólogos, conscientes del anacronismo en el que incurrimos, para designar al conjunto de pueblos y comunidades que, a uno y otro lado de la cordillera, compartieron el uso de la lengua mapudungún y un conjunto de rasgos culturales (elaboración, uso y comercialización de textiles ; largas lanzas con punta de hierro ; platería ; adornos corporales; etc.), así como a sus descendientes contemporáneos. En palabras de José Manuel Zavala, “entre dos términos no contemporáneos a la documentación, araucano y mapuche, elegimos el que hoy es reconocido como su verdadero nombre por aquellos a quienes designa, a saber, mapuche“22.

Un segundo uso es el que hacen los propios interesados, quienes al definirse mapuche, «gente de la tierra», resaltan su vínculo con el territorio y su condición de originarios con respecto a quienes los despojaron de sus tierras, de su modo de vida, de su previa organización social y a menudo de su lengua, sus creencias y sus rituales. El nombre que hoy asumen como propio, y con el que desean ser reconocidos, engloba y sustituye a sus previas designaciones.

Por último, el tercer uso de la palabra es el que hacen buena parte de los medios y de la opinión pública retomando la fuerte carga negativa que las élites decimonónicas imprimieron al rótulo de «araucanos», en lo que el historiador chileno Jorge Pinto designa como una “ideología de la ocupación”23. Con el fin de legitimar las operaciones militares del estado, los araucanos fueron presentados como encarnación de la barbarie que la civilización se había propuesto erradicar. Si entonces en Chile se los describió como animales de rapiña, hordas de fieras y salvajes incorregibles que impedían el ejercicio de la soberanía estatal sobre el conjunto del territorio, en Argentina se sumaron a esos rasgos negativos la acusación de «extranjería» y la afirmación de su carácter «violento» y su actitud «invasora».24

Ojalá este breve repaso acerca de la historia de la ocupación indígena del sur de Mendoza en tiempos coloniales contribuya a desmontar el burdo intento de resurrección del enemigo interno que algunos nos proponen, y permita acercarnos a ese pasado no tan remoto de modo más informado y ecuánime, haciendo a un lado prejuicios arraigados y aprioris sin fundamentos.

Florencia Roulet


NOTAS

1 Víctor Durán, “Las poblaciones indígenas del sur Mendocino durante los siglos XVI y XVII”, en Anales de Arqueología y Etnología, Editorial de la FFyL de la UNCuyo, 1994, p. 28.
2 M. del Rosario Prieto Nardi, “Formación y consolidación de una sociedad en un área marginal del Reino de Chile: la Provincia de Cuyo en el siglo XVII”, en Anales de Arqueología y Etnología, n° 52-53, 1997/98, p. 94.
3 Gustavo Politis, “Los cazadores de la llanura”, en Myriam N. Tarragó (dir.), Los pueblos originarios y la conquista, Bs. As., Sudamericana, Colección Nueva Historia Argentina, 2000, pp. 95-96; y Mónica Berón, “Relaciones interétnicas e identidad social en el registro arqueológico”, en Género y etnicidad en la arqueología sudamericana, Serie Teórica n° 4, INCUAPA, FACSO, Olavarría, 2006, pp. 119-138, disponible en https://www.academia.edu/880688/Contacto_intercambio_relaciones_interétnicas_e_implicancias_arqueológicas.
4 Carta de Juan de Garay al rey. Santa Fe, 20 de abril de 1582, disponible en https://argentoria.wordpress.com/2018/09/12/juan-de-garay-en-buenos-aires-1582.
5 Berón, art. cit., p. 127.
6 En José M. Zavala, Les Indiens Mapuche du Chili. Dynamiques inter-ethniques et stratégies de résistance, XVIIIe siècle, París, L’Harmattan, 2000, p. 33.
7 Cit. en Getrudis Payás Puigarnau, Los parlamentos hispano-mapuches, 1593-1803. Textos fundamentales (versión para la lectura actual), Editorial de la Universidad Católica de Temuco, 2018, p. 144.
8 Víctor Durán, “La araucanización de las poblaciones indígenas del sur mendocino (siglos XVIII y XIX)”, en Anales de Arqueología y Etnologia, n° 48/49, 1993/94; y Florencia Roulet, Huincas en tierra de indios. Mediaciones e identidades en los relatos de viajeros tardocoloniales, Bs. As., EUDEBA, 2016, pp. 86-93.
9 Cit. por Sergio Villalobos, Los Pehuenches en la vida fronteriza, Santiago, Universidad Católica de Chile, 1989, p. 54.
10 Zavala, op. cit., pp. 38 y 114, nota 24.
11 Gerónimo Pietas, “Noticias sobre las costumbres de los araucanos” (1729), en Claudio Gay, Historia física y política de Chile, t. 7, docs. II, París, Imprenta E. Thunot y Cía., 1846, p. 499.
12 Durán, “La araucanización…”, art. cit., pp. 50-51.
13 En Villalobos, op. cit., pp. 26-27.
14 Acta del parlamento de Lonquilmo, en Payás Puigarnau, op. cit., p. 450.
15 Jaime Valenzuela Márquez, “La cruz en la cristianización jesuita de Chile meridional : signo, significados y paradojas (1608-1655)”, en G. Payás Puigarnau y J. M. Zavala, La mediación lingüístico-cultural en tiempos de guerra: cruce de miradas desde España y América, Universidad Católica de Temuco, 2012, p. 189.
16 Florencia Roulet, “De cautivos a aliados: los ‘Indios Fronterizos’ de Mendoza (1780-1806)”, en Xama, 12-14, Mendoza, INCIHUSA/CRICYT, 1999-2001, p. 205; F. Roulet, “Mujeres, rehenes y secretarios: mediadores indígenas en la frontera sur del Río de la Plata durante el período hispánico”, en Colonial Latin American Review, vol. 18, n° 3, 2009, pp. 303-337.
17 Cit. en carta de Amigorena al virrey, 25 de agosto de 1787, en Archivo Histórico de Mendoza, Época colonial, carpeta 55, doc. 18.
18 F. Roulet, “Guerra y diplomacia en la frontera de Mendoza: la política indígena del Comandante José Francisco de Amigorena 1779-1799”, en Lidia Nacuzzi (comp.), Funcionarios, diplomáticos, guerreros. Miradas hacia el otro en las fronteras de Pampa y Patagonia (siglos XVIII y XIX), Bs. As., Sociedad Argentina de Antropología, 2002, pp. 65-117.
19 Archivo Histórico de Mendoza, Época Colonial, Gobierno, Indios, carpeta 30, documento 49. Para un análisis del tratado, véase F. Roulet, Huincas en tierra…, ob. cit., pp. 161-171.
20 Abelardo Levaggi, Paz en la frontera. Historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglos XVI-XIX), Bs. As., Universidad del Museo Social Argentino, 2000, p. 174.
21 Guillaume Boccara, Guerre et ethnogenèse mapuche dans le Chili colonial. L’invention de soi, París, L’Harmattan, 1998 (publicado en castellano como Los Vencedores. Historia del pueblo mapuche en la época colonial, Santiago, Línea Editorial IIAM/Ocho Libros Editores, 2007).
22 Zavala, Les indiens mapuche…, ob. cit., p. 13.
23 Jorge Pinto, “Las heridas no cicatrizadas. La exclusión del mapuche en Chile en la segunda mitad del siglo XIX”, en G. Boccara, Colonización, resistencia y mestizaje en las Américas, siglos XVI-XX, Quito, IFEA/Abya Yala, 2002, pp. 329-357.
24 F. Roulet, “La ‘cuestión mapuche’: una controversia de más de tres siglos”, en Todo es Historia, n° 660, 2023, pp. 6-29.