Ilustración: Un barco francés y piratas de Berbería, de Aert Anthoniszoon.


En vísperas de zarpar, con las bodegas cargadas a rebosar, la quilla calafateada, la tripulación lista, las velas bien zurcidas y la artillería empavonada, ofrecemos sin más preámbulos una andanada de fragmento de las municiones del número 1 de Corsario Rojo, nuestra revista trimestral, cuya portada puede verse aquí. Quienes se atrevan, ¡que se preparen para el abordaje!

Colectivo Kalewche

SECCIÓN BITÁCORA DE DERROTAS

Por debajo de la espuma de las controversias verbales, detrás de diferentes sensibilidades culturales, conservadores y progresistas tienen enormes puntos de convergencia: el capitalismo no se toca (¡faltaba más!). La creciente desigualdad de riqueza, tampoco. Se la puede aceptar con entusiasmo, con preocupación o con pena real o fingida: en cualquier caso, se la acepta. Tampoco hay grandes diferencias en lo que se ha dado en llamar eufemísticamente «flexibilización laboral»: con euforia o con recelo, hacia allí van tanto conservadores como progresistas. La expansión del agronegocio, el capitalismo digital, las «tecnologías extremas» de extracción de energía y el auge de la industria farmacológica también los encuentra del mismo lado. Puede haber diferencias de matices o de énfasis, como mucho. Quizá los conservadores sean un poco más sensibles ante las nocivas consecuencias individuales y colectivas del crecimiento imparable de las redes sociales, y los progresistas tiendan a lamentar más el acoso de los campesinos por el agronegocio o las consecuencias sociales de las «tecnologías extremas», pero nadie piensa en enfrentar, redireccionar ni mucho menos detener a estas fuerzas. En el grado de servilismo y obsecuencia ante las farmacéuticas, compiten a la par. Ante la crisis energética y la dramática situación ecológica tampoco se observan grandes clivajes. Ni unos ni otros están dispuestos a hacer nada serio: hacerlo implicaría discutir las bases de la acumulación de capitales, y eso está fuera de la discusión. Algunos conservadores (no todos), dado que estos problemas no pueden ser abordados seriamente sin cambios radicales, prefieren negarlos. Los progresistas no los niegan, pero se refugian en ilusiones consoladoras: coches eléctricos, energías renovables. Cuando el agua llegue al cuello vendrán las acciones drásticas, que ya podemos imaginar a quiénes afectarán.

Ariel Petruccelli, “Crítica de la política y la sin(razón) posmodernas”


El capitalismo es caníbal por naturaleza y sólo se estremece cuando se mira al espejo o cuando algún arúspice se atreve a hurgar en sus entrañas para hallar, en ese festín de sangre, incontables restos humanos […] En El Capital, Marx [recuerda que, según Linguet,] “los acreedores patricios organizaban de cuando en cuando, del otro lado del Tíber, festines con la carne convenientemente aderezada de sus deudores”. En su viaje por las entrañas del infierno capitalista, Engels recogió unos versos que desnudan la naturaleza antropófaga del capital. El poema de Edward P. Mead, de Birmingham, titulado “El rey vapor”, dice Engels, “corresponde al sentimiento de los obreros mismos sobre el sistema de fábricas”. Entre sus estrofas se lee: “Como el antiguo y sombrío Moloch, su amo / que en el valle de Hinón moraba, / sus entrañas son vivo fuego / y los niños son su alimento. / Sus sacerdotes son una banda hambrienta / sedienta de sangre, arrogante y violenta / que guía su mano gigantesca / para convertir la sangre en oro”. En Metrópolis (1927), de Fritz Lang, el antiguo dios caníbal de los fenicios aparece tal como lo describe el poema de Mead. Una gigantesca máquina de vapor se transforma en la cabeza del mismísimo Moloch; sus enormes fauces, custodiadas por sacerdotes, devoran sin cesar a los trabajadores esclavizados. De todos modos, no hace falta releer a Engels, ni ver películas, ni forzar la imaginación hacia zonas oscuras y sangrientas. Basta encender la televisión cualquier mañana y contemplar –no sólo mirar– esas masas de trabajadores que se apiñan en los trenes y colectivos rumbo a las fábricas, oficinas, talleres y tiendas. Cuando trasponen la puerta de la fábrica, ya no son totalmente dueños de sus cuerpos porque tales cuerpos portan una mercancía que han vendido voluntariamente, diría [Javier] Milei. Y ese cuerpo, cuyas partes tienen precio –miren, si no, las cláusulas del seguro– será puesto al servicio del trabajo muerto dirigido por capataces y gerentes, encargados de extraer hasta la última gota de sangre y sudor –expresiones visibles del gasto de la invisible fuerza de trabajo. Como Shylock, los capitalistas –incluso los bonachones dueños de una empresa metalúrgica familiar, que tratan como hijos a sus empleados– no pueden dejar de reclamar su libra de carne y devorarla por completo. Lo dice el contrato, así está convenido.

Fernando Lizárraga, “Los libertarianos y el contrato caníbal”


Para el decolonial, no hay mayor mérito que la marginación. Ése es su presupuesto histórico. Ser marginado es el logro máximo del individuo porque lo hace candidato inmediato al reconocimiento compasivo del poder hegemónico, quien lo sube a la palestra para oírlo quejarse de todo aquello que ha sufrido por la insensibilidad histórica de la colonización. Su ética es una ética de plañideras. Como recompensa, el poder hegemónico puede lavar su culpa y comer en la misma mesa que el ofendido. Él paga el salón, los platillos y todo lo que adorna el espectáculo; la víctima se encarga de recriminarlo y hacerlo sentirse mal por ello. Al final, curiosamente, todos terminan contentos. El poderoso sigue siendo poderoso, pero se siente bien porque le ha dado de comer al excluido; el excluido, por su parte, se dice satisfecho, pero señala que aún hay mucho por hacer, que la herida colonial no ha sanado, que tal vez nunca sane… En fin, se consolida en su papel de víctima para seguir siendo convidado al banquete.

Carlos Herrera, “La impostura decolonial”


No es nada osado concluir que estas medidas, y la educación virtualizada, han radicalizado la alienación respecto a la naturaleza y respecto a otros seres humanos, y han llevado a un grado mucho más profundo las condiciones antinaturales de vida. Marx, es necesario aclarar, nunca defendió una concepción de la naturaleza humana rígida ni caracterizada por una esencia inmutable, pero sí expresó una visión para la que había ciertas características que se podían señalar como definitorias del ser humano, aunque estas fueran muy plásticas y flexibles. Una de ellas es el carácter social de nuestra especie. El ser humano se caracteriza por un desarrollo de vínculos que no son equiparables a los de ninguna otra especie «social». No existe un individuo humano aislado, el individuo es un producto de la sociedad, somos la especie social por excelencia, y estas medidas han llevado hasta extremos nunca vistos anteriormente el aislamiento y el debilitamiento de lazos que nos unen con otros seres humanos.

Alexis Capobianco, “Dos años de enclaustramiento educativo”


…la relación con cristianos de izquierda y cristianos comunistas en España es el ambiente vital que marca fuertemente el aprecio que Fernández Buey tenía del cristianismo emancipador. Miguel Riera, director de El Viejo Topo y una de las personas que mejor lo conocían, ha destacado este hecho en su intervención en el homenaje que tuvo lugar en la Universidad Pompeu Fabra el 13 de diciembre de 2012:“Paco era comunista. Siempre se definió así a pesar de que esta palabra en algunas épocas y dicha en según qué bocas era un insulto. Su comunismo estaba, sin embargo, mucho más cerca del comunismo primitivo, casi podría decir del comunismo evangélico, que del comunismo que decían practicar los países del Este europeo. Quizá por eso, Paco, que era ateo, se llevaba tan bien con los cristianos de base. Les unía su amor por «los de abajo»”.

Rafael Díaz-Salazar, “Un intelectual gramsciano abierto al cristianismo emancipador”


SECCIÓN MAR DE LOS SARGAZOS

La ensayística, que supo tener sus tiempos de esplendor, es hoy un género literario cada vez menos cultivado y más infravalorado, casi en vías de extinción (permítaseme esta hipérbole, como un llamado de alerta). Por un lado, quienes escriben con inquietudes artísticas, se decantan por la poesía, el cuento, la novela, el teatro y la crónica, desentendiéndose de la argumentación analítica o reflexiva más compleja y profunda, aquello que en la antigua Grecia se llamaba dialéctica. Por otro lado, quienes escriben con inquietudes intelectuales, optan por formatos académicos convencionales como la monografía, el paper, la ponencia y la reseña, textos sin vuelo estético ni retórico y, por lo general, sin afán de intervención pública polémica en los temas candentes de la sociedad y la política, con niveles de fragmentación y descriptivismo cada vez más extremos. […] Este escrito nada a contracorriente de esta tendencia, sin vergüenza ni culpa, y acaso con una pizca de provocación y orgullo. ¿Mérito o defecto? El veredicto queda en manos del público lector, como debe ser. En lo que a mí concierne, me limito a constatar que este texto, como la mayoría de los que publicamos en Kalewche y Corsario Rojo, se inscriben, para bien o para mal, en el género del ensayo, en el sentido estricto y primigenio de la palabra […]. En estas páginas, intentaré dar cuenta de un modo peculiar de concebir y practicar el ensayismo, donde el oficio literario, la curiosidad intelectual, las humanidades, el racionalismo crítico, la parresía urgente de izquierda y la vieja tradición renacentista e ilustrada de la polimatía se dan la mano, en una búsqueda que tiene como horizonte tres ideales muy antiguos, pero aún llenos de potencia y fecundidad: la verdad, la belleza y la justicia. Es el camino que he elegido transitar como ensayista, y que me ha llevado a cofundar Kalewche y Corsario Rojo con un grupo de camaradas que, por su propia cuenta, habían arribado a ideas y afanes parecidos a los míos. No faltaría a la verdad, ni incurriría en una exageración, si dijera que ambos proyectos tienen, entre sus designios principales, revalorizar el género ensayístico.

Federico Mare, “Centauromaquia. Reflexiones sobre el ensayo y la ensayística”


Es imposible contar la vida de Emilio Salgari porque en él hay dos vidas: la que tuvo que vivir y no quiso tener, y la que supo escribir y no pudo vivir. Y no se trata de vidas paralelas porque, al final, las dos confluyen y concluyen en la doble rareza de una muerte propia y una autobiografía ajena. Dice el estupendo poeta brasileño Ferreira Gullar: “El arte existe porque la vida no basta”. En el caso de Emilio Salgari, dicha verdad alcanzó la forma material de la locura.

Daniel Ares, “Las dos vidas de Salgari”, en nuestro dossier sobre el escritor italiano


SECCIÓN AL ABORDAJE

Vuelvo sobre una cuestión central: hoy, en un solo día, consumimos unos 7.000 años de la acumulación fotosintética que llevó a la formación de los combustibles fósiles. A medida que va agotándose el inmenso tesoro fósil que ha posibilitado dos siglos de crecimiento económico acelerado (en los países centrales del sistema), las ilusiones se disipan. Al mismo tiempo que los efectos climáticos de esa desacumulación de carbono fósil amenazan con llevarse por delante a la especie humana y tornar el planeta inhabitable para la mayor parte de las otras especies con las que hoy lo compartimos. Cualquier política seria para hacer frente al calentamiento global implica cierta clase de empobrecimiento, por dos vías: dejar bajo tierra la mayor parte de los combustibles fósiles hoy aún existentes, y desviar recursos enormes de inversión hacia la nueva infraestructura energética renovable, que no puede permitirnos usar demasiada energía.

Jorge Riechmann, “¿Hacia dónde vamos? Ecología y decrecimiento” (entrevista)


Interesado tanto por la literatura, la cultura y la política modernas latinoamericanas como por el pensamiento teórico contemporáneo, Bosteels aboga –y esto ya sea en su rol de lector, investigador o docente– por una tajante supresión y superación de la división internacional del trabajo intelectual y la algo más general (y obviamente falsa) concepción de las capacidades cognoscitivas o epistemológicas que existirían al interior del género humano, de aquélla derivada. Esto a lo que el autor aspira se pone especialmente en práctica en su último libro, el cual, en lo fundamental, no constituye una traducción del inglés al castellano, sino que ha sido escrito de forma íntegra en esta última lengua.

Santiago Roggerone, “La comuna contra el Estado”. Reseña sobre La comuna mexicana, de Bruno Bosteels