Fotografía: Acorazado Potemkin ensayando. Fuente: Viento del Sur.
Nota.— Nuestro compañero Mario Castells, escritor y coeditor de la sección literaria Lobodon de Kalewche, entrevistó recientemente al músico argentino Juan Pablo Fernández Bussy, cantante, guitarrista, compositor y letrista de la banda de rock Acorazado Potemkin, power trío del que también son parte Federico Ghazarossian (bajo) y Luciano Esaín (batería). Hablaron de muchos temas interesantes y cuestiones profundas, como los nexos entre el arte y la política, las tensiones entre el rock under y mainstream, los vínculos entre las letras de rock y la poesía, la década menemista de los 90, la cultura machista… Reproducimos su diálogo, originalmente publicado en la revista Viento del Sur de Neuquén, el miércoles 16 de noviembre. No tiene desperdicio.
Vamos a empezar por donde empiezan los anhelantes, por las conclusiones. Te propongo discurrir sobre arte y política. Las bandas que integraste están marcadas hasta nominalmente por esta trama. ¿Cómo se propició en tu proceso creativo este cruce?
Te voy a responder esta y todas las demás preguntas con lo que pienso ahora, que seguramente pueda cambiar en otro momento… O sea, que lea distinto lo hecho o lo que pasaba con lo que hacíamos. O bien, te voy a responder con lo que fui madurando, y como me fueron templando esas sensaciones al paso del tiempo. Si yo te dijera que nunca quise estar del lado de los psicobolches, en términos de discurso, de bajada de línea, del artista del partido, te diría que siempre preferí estar lejos de ese lugar. Después, algunas cosas te van corriendo y obvio, en los 90, al lado de la movida sónica los Reincidentes, éramos re psicobolches pero no lo podíamos evitar. Era el menemismo o nosotros, lo vivíamos así. Y con Potemkin lo mismo, nunca fuimos K, pero con gusto quedamos del lado del antimacrismo junto a ellos en varias situaciones que nos llevaron a acompañar algunos reclamos. Después, de la puerta para adentro de la sala de ensayo, yo no siento que haya cambiado esa forma de mezclar lo personal con lo público, lo íntimo con lo social. Mil veces en la vida me pasó. A veces me di cuenta a tiempo y otras no, que muchas de las cosas que me pasaban en lo personal tenían que ver con una situación colectiva. Y viceversa, espejarse en un problema colectivo era inevitable para entender lo que le pasaba a uno. Entonces no querés ser un artista comprometido entre comillas, como se decía en los 70, pero vivís las cosas que están atravesadas por la política, las relaciones de poder, la falta de guita, la ruptura del tejido social. Y bueno, terminamos escribiendo letras que hablan de esas cosas también.
El rock y el declive de su poética. Esto me lleva a pensar metafóricamente en lo que acontece hoy con la música. Enchiquerada entre el mainstream y el under veo en muchas bandas de rock esa alienación que me hace acordar del hidalgo que mandaba a mendigar al Lazarillo. La pose. ¿Cuál es tu relación con el ambiente del rock? ¿Cómo convivís con lo que abominamos de él?
¿Que sería la pose en este ejemplo? ¿que algo ya completamente mainstream se disfrace de pobre para tratar de conservar una empatía con el público? Si entiendo bien el ejemplo, me gusta y lo comparto. Una legitimación biempensante sería, y eso es muy común a que el rock, además de generacional, quedó enredado en una industria cultural de clase media profesional, y ya no va a salir de ahí. Pero como tanto movimiento artístico, el rock nos va a seguir sirviendo para entender el momento y el lugar que nos toca vivir. Y eso va a ser siempre un hecho activo, un hecho vital, y contrahegemónico de su propio kitsch, de su propio canon o cliché, y ahí entra mucho más la parte musical. Es más fácil hablar de poéticas y explicar con palabras temas que uno quiere abordar en las letras. Hablar de música es difícil. Por eso queda un territorio más inabarcable y siempre fértil, cuando se rompen las fronteras de géneros musicales, los cruces reales con músicos que son compositores también, siempre termina apareciendo una subjetividad y terminan corriéndose las reglas del juego o lo que se espera de lo que pase en el medio.
Está claro que tu relación con la literatura es muy estrecha y no meramente instrumental, como la de algunos letristas que se fascinaron eventual y/o superficialmente con un libro o que despertaron al arte pisando la mina de un intertexto. Pienso en tantos fans de Leonard Cohen o de Bowie que se zambulleron en la poesía teniéndolos como su Virgilio. Contanos tus vínculos con la literatura; hablemos también de la marca de Caín de la poesía escrita para ser musicalizada, ya que entre otras actividades tuyas has dado varios talleres de escritura de canciones, de letras.
Bueno, vos sos un escritor, y sabes que yo te leo y te admiro, así que voy a tratar de responderte como si quisiéramos encontrar respuestas comunes, frase a frase, puntos de entendimiento de algo que quizás no tiene una respuesta clara. Sí siento que mi forma de escribir es de método y no instrumental, está bien eso que decís. Yo sentí en un momento que me tenía que hacer fuerte como letrista, aun a riesgo de postergar un rato la poesía. Y creo que hice bien. Pero tuve maestras en Claudia Prado y Diana Bellessi que me hicieron acercar a la poesía de verdad, a la lectura personal y en taller, que me han cambiado la forma de entender la literatura. Leo pocas novelas, me gusta lo que escribís vos, Selva Almada, Claudia Aboaf, Dolores Reyes. En general (como con la música), me interesan los de mi generación, años más, años menos. Como si entendiera, o pudiera entender por dónde van, qué se propusieron, y disfrutar también, cuando rompen con los techos que tenemos. Y en poesía me gustan siempre Claudia Prado, Paula Jiménez España, Sonia Scarabelli, Yaki Setton, Eduardo Mileo, Gabi Franco, Martín Pucheta, Marcelo Cutró.
Una vez cursé de oyente Literatura del Siglo XIX en Puán, y Américo Cristóforo contó una anécdota de que a Mallarmé se le acercan y le dicen: “maestro, le puse música a su poema”; “qué lástima que se tomó ese trabajo porque ya tenía música”. Así que entiendo que haya algo pretencioso de parte de uno de querer agregar algo a lo que se supone no está incompleto. Pero bueno, pensémoslo en el ejercicio de llevarlo al formato canción. A mí me sirve entender la forma de la estructura de un poema y traducirla a las secciones de una canción. Y también a mí mismo me sirve salirme del yo, nombrar distinto lo que nunca diré, ser otrx y, por supuesto, apropiarme al cantar de versos más lindos que los que uno haría. Yo doy talleres y últimamente usamos “Batman” de Viel Temperley y “Amor se fue” de Macedonio Fernández. Es increíble cómo cada quién interpreta distinto y canta lo que quiere. Y es lindo, si uno lo hace con humildad, sabiendo que es algo que uno no podría escribir y llevarlo a como uno haría una canción. En mi caso, tiene un detalle extra, porque yo no escribo antes de la melodía. Yo no musicalizo mis letras, mis letras se escriben sobre la métrica de la melodía, las hago después. Por eso, cuando encuentro poetas que me gustan o textos que quiero que digan cosas precisas, los llevo al formato canción como hice con Jose Saffiotti o Idea Vilariño o Gabi Franco.
Hay un problema grave con las letras de rock. Cuando relevo ciertas poéticas de hoy me subleva el esnobismo tanto como la estupidez proliferante. Sin embargo, otras pocas me generan una tristeza y un sosiego uniduales, simétricos. Me hacen pensar, metafóricamente, en la caspa del ciruelo, esa belleza ínfima e intrascendente de las pequeñas flores que se despojan de su rama y caen. Digo esto y me refiero, en concreto, a poéticas como la de Palo Pandolfo o la de Gabo Ferro. Ambos, sin embargo, se autoexiliaron del rock durante un tiempo. ¿Qué relación tenés con otras músicas, con otras artes? ¿No sentís que te puede hartar el rock?
Diana Bellessi tiene un poema de los pétalos del ciruelo. Tiene varios de ciruelos, pero uno habla del círculo en el piso de los pétalos que cayeron. Y habla de un colibrí que atraviesa esa pared imaginaria. Yo ese poema lo uso en el taller para dar un ejemplo de cómo la poesía logra romper los ejes de lectura, la sintaxis tradicional, sin quebrar las lógicas del pensamiento. Es como ese efecto de la película Matrix en que encontramos esa caspa y la congelamos y la movemos hacia arriba y hacia abajo, y cambiamos el punto de vista para entender mejor y agregar capas de sentido sin perder el asombro por esa abstracción inicial, que queda congelada, eternizada. Y no es habitual encontrar poetas como Gabo o Palo que logren generar esos recortes, que vean ciertos detalles. Hay muy poco. Han sido los más grandes compositores de nuestra generación, y son deudores de la poesía también, de las síntesis y de contraponer cosas que parecía que nunca podrían estar juntas. Son buenos ejemplos también desde lo musical, ya que nunca se atuvieron a géneros. El rock yo lo tomo como coartada. No hay casi un rock definido, no hay estilos. No es un género musical fijo. Por eso Palo y Gabo siempre trataron de mezclarlo con la música popular. Hay algo de la forma musical, cuando se rompe, que te obliga a escribir distinto. No escriben en octosílabos rimados. Aparece otra cosa. Y sí, ellos se hartaron del rock y yo también. Cuando estábamos en los Reincidentes, el rock eran los Ratones y Memphis, y el rock chabón, obvio. Entonces nosotros decíamos que no hacíamos rock. Porque era un plomo estar en esa bolsa, pero bueno… qué sé yo, ya es generacional. Es una forma de trabajo también. Vos fijate que el Cuarteto Cedrón tiene un formato, con arreglos para viola y bandoneón y guitarra, que es siempre igual variando los músicos y los temas. Eso es de banda. Y el rock se hace en banda.
Hablemos de la angustia de las influencias y de la furia epocal que nos recortó generacionalmente: los 90. Fuimos la juventud de la redota, digo yo, tomando el emblema artiguista, y usándolo para definir el mambo negro neoliberal. Quiero que hablemos de Pequeña Orquesta Reincidentes y sus letras, al menos de las que escribiste vos. En ellas destacan, una línea de continuidad en los tópicos, el realismo social (“Tren blanco”, “El camión”), la poesía objetivista, un cruce entre Raimondi y Nick Cave. ¿Qué leías en aquellos años? No te pregunto qué escuchabas porque es más claro y has respondido en otras entrevistas.
Bueno, qué sé yo, es raro, porque capaz no tiene nada que ver, porque en esa época estudiaba inglés y leía muchísimo esa camada de novelistas ingleses: Barnes, Ishiguro, Amis, Kureishi. La frase “Sticks and stones may break my bones” es de un libro de Julian Barnes. Así que leía todo eso en las traducciones de Anagrama, y también conocí en un viaje a Perú al poeta José Watanabe, al que publicamos en la revista Ricardito, en 2001. Watanabe me abrió un mundo hermoso, un cruce raro entre el campo y la ciudad, la cultura japonesa y la peruana. Fusión, cocina fusión. De vuelta ahí podríamos poner lo de los géneros musicales bastardos, cruza de una cosa que no es del todo pura o clara, y el resultado es otra cosa que no se parece a nada y ya no tiene explicación. Puedo seguir con ese juego de palabras, el zambo es el hijo de india y negro. Eso también me traje de Lima, un cassette del Zambo Cavero y Oscar Avilés. Lo sigo escuchando. Pero lo que sí me importa decirte es que el “Tren Blanco” sale de un ensayo fotográfico de Sol Aramendi, precisamente sobre el tren. Fuimos juntos a hacer todo el viaje que hacían los cartoneros cada noche y no me lo olvidé más. Esas dos letras que nombrás, o “Sin dinero” o “Siempre”, hablan un poco de lo mismo. Alguien que no puede distinguir entre el deber y el deseo, el laburo y el amor, alienado por llegar temprano al trabajo de vender corbatas, por sostener el cotidiano de lo que creemos que nos hace bien, se convierte en un ritual obsesivo que se quiebra cuando olvida darle un beso a su compañera. O alguien que deja un camión, porque dice no puedo más, no puedo seguir más si la extraño, voy a volver a buscarla porque me parece que la vi sobre tal puente en tal camino. Para mí eran el antídoto frente al menemismo que trajo el todo vale por la guita y terminó de romper el tejido social que empezó a romper la dictadura. Haber vivido esa época es crucial, Cutral Có… Hay cosas que nos han marcado, en la derrota como decís vos, pero con los ojos abiertos, los vimos a todos, veíamos todo.
Ya en Acorazado creo que tus letras cambiaron la paleta. Encendieron los colores, se desportuarizaron y se tiñeron del Litoral. Aparece una cierta fascinación por el río. Uno sabe que por allí está Bellessi, está Juanele. Y aún en las continuidades, pongamos las canciones dedicadas al mundo laboral (“La carbonera”), se percibe una nueva sensibilidad. ¿Creés que pasa algo de eso?
Yo creo que ahí, en Acorazado, apareció lo que te decía: que en un momento me sentí más asumido, más plantado como letrista. No me importó más si tenía poemas o un proyecto de novela. Nada, todo tenía que caber en una canción. Entonces empecé a jugar con los distintos yoes. Algo tipo que empezó en la letra de “Peluca”. Y después aparecen formas más caprichosas, que luego se contienen por la estructura de la canción. Y sí, claro: el agua, el río. Pero no como portadores de una magia per se, sino –como dice Paula Jiménez– algo que se mira con otro al lado. Para soñar cruzarlo y volar, aunque los remolinos nos tiren para abajo, o para el contrabando y los vínculos al paso de Santo Tomé. Siempre es con la gente, el amigo, el hermano, la persona que amamos, con quienes cruzamos y nadamos esos ríos.
Tester de violencia. Tester de nuevas sensibilidades. ¿Cómo ves el lastre del machismo en el rock? Hablo también de ese machismo llorón que practicamos asiduamente, el del gesto Pavese.
El otro día me saqué un gusto y fui a ver una charla de Laurie Anderson en ocasión de que vino al FILBA. Y contaba, hablando de no sé qué, de una reunión de artistas, que se encuentra hablando con un señor de entre 50 y 60 años… patriarcal, dijo. Ya está, estaba todo dicho para ella simplemente con la edad. Hay una definición generacional, es así. Los privilegios patriarcales hay que asumirlos, son un lastre y hay que hacer un esfuerzo para que mueran con nosotros y no bajen a nuestrxs hijxs. Y lo del machismo llorón de Pavese, también lo ves acá en Favio, el hombre tierno que grita su sensibilidad y quiere que su compañera lo escuche y se lo reconozca. A mí me encanta Favio pero eso es patriarcal también, ni hablar. Por suerte no es del rock, atraviesa todas las músicas y las artes, hay que seguir con el tester, controlándonos. Y oíme, ¿no te gustan las novelas de Pavese tipo La casa en la colina, esas de jóvenes, amigos? Eso es lo que más me gusta. Esa época es muy linda, me imagino que en diálogo con el Primo Levi de El sistema periódico o los primeros de Natalia Ginzburg, ese espíritu libre que anuncia al fascismo que vendría después.
La depresión. Los consumos problemáticos. ¿Cómo ves esta situación en la que nos debatimos un poco como pesimistas revolucionarios?
El otro día un amigo me dijo: “la somatización es un lujo que ya no me puedo permitir”. Me encantó. Como el de Riff Raff que dice: no me puedo deprimir porque mañana a las 7 entro al trabajo. Desde el lugar del arte, cuanto más cerca del trabajo, del oficio, más libre para mí va a ser la obra. Y la obra es lo único que nos hace independientes y hace andar la rueda, y uno se encuentra con su público y con otros artistas. Para la revolución no nos va a alcanzar con el pesimismo, pero bueno, haremos guerra de retaguardias para aguantar contra las formas más retrógradas, fachas y autoritarias, y confiemos en que las generaciones nuevas construirán otra cosa en la vanguardia, en la punta de la flecha.
Quizás estas preguntas sean capciosas. No es que quiera atrapar, como Hamlet, en ellas, la conciencia del rey. Pero sí intento ver las reformulaciones de una subjetividad poética, algo sumamente distinguible en el repertorio de Acorazado, en poemas como “Mundo lego” de Josefina Saffioti.
La letra de Josefina es toda de ella, toda su subjetividad. Acorazado la toma y ojalá pase a ser nuestra subjetividad. Ojalá esos juegos del yo narrativo tengan que ver con un patrón de reformulaciones de cajas que se abren, que seguro van a hablar de una cosa permeable, algo vivo, una estética en movimiento, en constitución. Pero también van a hablar de nosotros tratando de aprender y entender lo que hacemos. Creo que es una de las cosas que más nos preocupa es no darnos cuenta de lo que vemos alrededor, y por eso pretendo dar cuenta de eso. El registro de lo que se vive… de cantar y contar lo que nos pasa, y por eso que cada disco, cada canción, sean una muestra de eso. Podrá salirnos mejor o peor, pero la canción va a ser hija de lo que estamos viviendo.
Volvemos a mordernos la cola: hablemos del socialismo y sus verosímiles. En tus canciones hay una apuesta que reincide en estas prédicas… Sin embargo, prima, aun entre muchos compañeros, un escepticismo fisheriano. ¿Cómo ves el futuro?
Ya me han dicho que tengo que leer a Fisher. Yo no tengo la formación política que tenés vos, o que tienen amigos míos que militan o militaron en la izquierda, pero veo ese escepticismo que ves vos en todos lados y uno va a seguir escribiendo canciones que conectan con el sentido íntimo de cada microbatalla. Hay un historiador inglés que dice que hay que tener cuidado con decir que todo es político porque después nada lo es. Hay que construir pequeñas sintaxis melódicas de sentido, y en esos relieves estarán los mojones que le den un color político a una letra o a una canción. También la edad del rock, que no hemos hablado de eso. La mayoría de los que vimos crecer al rock o al punk somos grandes, con hijos, responsabilidades, y en el mejor de los casos, con suerte podremos transmitir las experiencias de lo hecho. Así que puede ser que el pesimismo sea una forma de mirar de reojo, no ver nuevas soluciones o construcciones. Aun así, creo que van a seguir dándose luchas hermosas en lo sindical, y por supuesto en el movimiento de mujeres o la marea verde.