Fotografía: Vicente Zito Lema visitando una comunidad mapuche de la Patagonia, a fines de los 80. La imagen, hasta hoy inédita, fue capturada por su compañera, Regine Bergmeier, a quien le agradecemos la gentileza de habernos permitido su reproducción.


Nota.— El domingo pasado, en Buenos Aires (la ciudad donde nació y trajinó toda su vida, a excepción del exilio durante la dictadura), murió Vicente Zito Lema. Falleció a los 83 años de edad, tras luchar contra el cáncer con la misma entereza con la que supo militar por la memoria, la verdad y la justicia desde su juventud en los 60 y 70. Zito Lema ha sido uno de los intelectuales, escritores y artistas más notables de la Argentina contemporánea. Poeta, dramaturgo, ensayista, periodista, psicólogo social, abogado y activista de los derechos humanos, profesor universitario, militante de izquierda, nos ha dejado un legado cultural invaluable: decenas de poemarios y obras de teatro, varios libros de psicología y filosofía, numerosos artículos periodísticos… Su escritura en prosa y en verso es de una lucidez, sensibilidad, belleza, hondura, erudición, variedad, compromiso y originalidad difíciles de igualar. Como editor, creó y dirigió varias revistas que hicieron historia en la Argentina del último medio siglo: Cero, Talismán, Liberación, Crisis, Fin de Siglo, Cultura y Utopía, etc. Fundó, asimismo, la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo y la Universidad de lxs Trabajadores (IMPA). Discípulo de Enrique PIchon-Rivière, sus contribuciones a la psicología social y la salud mental –tanto en el campo teórico como en el educativo– resultan imposibles de soslayar o minimizar. Otro tanto cabe decir de su activismo por los derechos humanos, como abogado y como docente, como pensador y como artista.
Kalewche rinde tributo a Zito Lema desempolvando una vieja antología poética suya, presentada por nuestro compañero Federico Mare, historiador y ensayista, sobrino del escritor. Se trata de un breve poemario en formato artesanal de cuadernillo, intitulado Resucitaciones (la poesía puede más que la muerte). Poemas inéditos de Vicente Zito Lema, originalmente publicado –con prólogo del autor– allá por septiembre de 2010, en Mendoza (Argentina), por el colectivo cultural de izquierda La Hidra de Mil Cabezas, dentro de la colección de poesía Parnaso en Llamas. Aquel cuadernillo tuvo una tirada muy reducida y solo circuló localmente, en tierras cuyanas. De modo que, hasta esta reedición digital, ha sido un «incunable», una pequeña joya hemerográfica.
Como se puede intuir o sospechar a partir del título-metáfora y las circunstancias que hoy nos convocan, la decisión de republicar Resucitaciones (la poesía puede más que la muerte) no tiene nada de casual. Es un testimonio de nuestro duelo y congoja, a la vez que de nuestro optimismo y esperanza.
Horas después del deceso, Mare homenajeó a su tío con estas líneas en su muro de Facebook: “Nadie muere del todo cuando muere, si quienes perviven saben honrar su amor con la tenacidad de la memoria. Tú tampoco, Vicente Zito Lema, has muerto del todo. Nos has dejado tu poesía, tu dramaturgia, tu ensayística, y también un sinfín de gratos recuerdos y sabias enseñanzas. Tu arte siempre fue –así lo creías, así lo expresaste– una «ceremonia de resurrección», un ritual de anástasis contra el absurdo del silencio y el olvido. Con tus palabras de belleza y justicia, resucitaste a muchos compañeros y compañeras, mártires de la utopía setentista. Ahora te toca descansar. Ahora tú serás quien retorne a la vida cada vez que tus versos y prosas sean leídos. Tu arte –legado de tu espíritu, rescoldo de tus entrañas– le ganará la pulseada a la parca. Vivirás sin fin en tus obras y en nuestros corazones. Hasta siempre, querido tío”. La tarde del lunes 5 de diciembre, Mare publicó un aforismo, que también juzgamos oportuno reproducir aquí: “No podemos evitar que la oscura marea de la muerte, de tanto en tanto, arrase las playas de nuestra felicidad. Pero sí podemos evitar que su reflujo lo arrastre todo al abismo del océano. El abismo es el olvido. Lo que queda en pie con la bajamar es la memoria. ¿Poco o mucho? Eso también depende de nosotrxs…”.

Vicente Zito Lema junto a su gato Juan Gris



RESUCITACIONES
(LA POESÍA PUEDE MÁS QUE LA MUERTE)


Prefacio del editor

Para los antiguos griegos, Hades era, a la vez, dios de la muerte y la opulencia. Tan fuerte era la asociación, que el oscuro señor del inframundo era conocido, también, por el nombre de Πλούτων (Ploutōn), que significa «riqueza». En Pluto, su última comedia, Aristófanes nos da una pista para entender esta dualidad: “Cuando se han hecho ricos –sentencia la deidad–, desaparecen todos los límites a su maldad”, y la maldad incluye, lo sabemos bien (la historia es inapelable), el crimen, el fratricidio, el homo homini lupus, la bestialidad caínica. También lo sabía Virgilio, y por eso escribió en su Eneida: “¡A qué no arrastras a los mortales corazones, impía sed del oro!”.

Volvemos a encontrar al Pluto bifronte en Marx: “El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que succionando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo succiona”. En otro pasaje de El capital insiste: “El obrero no es ningún agente libre, y su vampiro no cesa en su empeño, mientras quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar”. Y cuando analiza el fenómeno de la acumulación originaria, señala que “los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos”.

Pero, al igual que Hades, el capitalismo no solo se apropia de la vida por medio de las Keres salvajemente cruentas y alevosas: la guerra, los regímenes de excepción, la dictadura, el terrorismo de estado. También lo hace valiéndose del incruento y cotidianamente subrepticio Tánatos: la propiedad privada, el mercado, la explotación, la miseria. Las Keres tienen la impaciencia de las aves de rapiña, y Tánatos la paciencia de las carroñeras. Pero unas y otro hacen su macabra faena con igual eficacia.

 Si es verdad que el capitalismo –nuestro Pluto moderno y secular– es la muerte, entonces el socialismo es vida; y la revolución, una resurrección. Pero no se puede luchar por la vida si no se está realmente vivo, si nada se sabe acerca de la vida auténtica por venir. Sin prognosis la muerte sería ubicua y omnipotente. Vicente Zito Lema lo sabe, siempre lo ha sabido. Toda su poética, de principio a fin, es una euporía consciente y deliberada a esta aporía desesperante. Ante el interrogante de cómo vivir en ausencia y en espera de la utopía, él nos responde: la poesía. Y ante la pregunta de cómo vivir en aras de la utopía, él también nos responde: la poesía. Porque en la noche sin luna de la barbarie, los poemas son relámpagos que iluminan por un instante el horizonte.

Pero se sabe: no toda poesía relampaguea. Si es evasión o placebo, fosforece –como los fuegos fatuos–, pero no relampaguea; no ilumina el cielo y la tierra. La poesía relampaguea cuando es propedéutica y compañera de lucha, como en los ocho poemas que aquí reunimos y publicamos.

En este presente plutónico, la poesía de Zito Lema es una mímesis (en sentido aristotélico) de la revolución, una anábasis interna que nos devuelve por un momento a la vida verdadera. No se puede tomar esta experiencia a la ligera. Hay demasiado en juego. Si en la larga huida del Hades prescindimos del arte y sus anticipaciones utópicas, corremos serio riesgo de caernos o extraviarnos. Es la plena conciencia de su importancia vital –figurada y literalmente hablando–, lo que ha llevado a Vicente Zito Lema a concebir su poesía como una «ceremonia de resurrección».

Federico Mare
Mendoza, sep. 2010


Por amor a la vida (prólogo del autor)

Son tiempos en que la memoria del horror se convierte en materia a destruir, en peligro a convertir en el mismo polvo de la nada, en objeto que será demonizado hasta el hartazgo. Es un anuncio que llega desnudo, un discurso sin vueltas, más que una amenaza resulta un ultimátum.

Los que fueron la mano del horror, los que pensaron el horror en lo pequeño y en lo gigante, y quienes lucraron con el horror –porque el horror dejó muertos y muertos, pero también generó ganancias y hasta elevó por los cielos las tablas de la usura–, cierran filas más que nunca y otra vez plantan batalla a cara de perro. (¡Estamos hartos de hablar del Terrorismo de Estado!, vociferan algunos, y otros con tono doctoral agregan: ¡enterremos el pasado!)

Habrá que hacerlo carne y sabiduría: el combate es eterno entre la luz y las tinieblas. Frente al poder y las voces de la muerte, entonces, nosotros aquí, lo nuestro aquí, desde la palabra de poesía que nos nutre y sostiene, con el pensamiento que convertimos en un arma filosa que corta las amarras y hace trizas las cadenas.

Nosotros, dispuestos a no ceder, a no abandonar en el olvido a nuestros muertos, a las víctimas que se niegan al puro silencio, porque el silencio sería volver a matarlos. Somos humildes con nuestras herramientas, hasta antiguos en la mirada del mundo, pero también obstinados en la construcción de la historia. Llevamos a cuestas el fuego y el primer amor por la vida. Sentimos que la realidad es un sueño de justicia y de belleza.

Así, desde lo pequeño en lo pequeño, pero con conciencia de que cada parte integra el universo del mañana, nos hacemos cargo de un instante, frágil y eterno como todo instante, en la escritura de los grandes desafíos, que se dan en el papel pero también en los cuerpos, en la tierra y en los cielos. 

Por ello respondemos con alegría ante el fraternal pedido de La Hidra de Mil Cabezas para editar un conjunto de nuestros poemas. Los hemos seleccionado con cuidado amoroso, es un material escrito a lo largo de nuestros días, en el país y en el exilio; algunos fueron ya leídos, otros aspiran a serlo, todos nos representan hoy, para que el mañana no abandone el futuro, he aquí nuestro deseo.

Son poemas que intentan rescatar historias que no debemos olvidar, nacieron de dolores que demandan seguir doliendo, lo que está detrás son aventuras que merecen también nuestra aventura. Cuentan que navegar ya es el puerto y es la gloria. 

Estamos convencidos que el único cementerio es la memoria, y allí ponemos nuestras flores, aun a los desaparecidos. La poesía puede más que la muerte, ya que resucita a los que perdieron la vida por amor a la vida, la de todos, la tan sagrada, la que nunca debió morir.

Vicente Zito Lema
Bs. As., sep. 2010


La oración de Trelew

Leída en la tumba de María Angélica Sabelli

Señor no sé si María Angélica creía
o no creía en vos / y si la fe existe por fuera de los actos /
como un río de cristal que nunca tuvo cauce
Tampoco sé si al final del día / a la hora de los lobos
y las nubes negras / ante el espejo del justo amor
que deja su huella / eso sirve para algo / más que un ruego / 
una servidumbre o las costosas indulgencias
Pero no dudo que estuviste a su lado (¡fuiste su costado!)
cuando la torturaron y otras agonías / como lluvia de vidrio
en la comisaría de Villa Martelli (hablo de un tablado del infierno)
Y fuiste vos quien arrimó un poco de paz
por piedad o bondad una gota de rocío / agua del milagro
¡ese instante! sobre su cuerpo enloquecido / vuelto carne 
en la carne machucada de tanto golpe / 
a pura picana / ese cuerpo abierto y padecido hasta convertirse
en muchedumbre de dolor / en sinfonía del espanto

Señor ella tenía el pelo negro (como ala de pájaro)
los ojos traían la luz matutina de quien mira más allá
y su mano pequeña había escrita alguna vez / bien grande
y a los apurones
PERÓN VUELVE
EL CHE VIVE
o acaso ¡dulce patria mía!
como quien dice vuelve la alegría / los niños no vivirán para la muerte
vuelve a limpiarse un poquito el cielo que abundó en la sangre
esa sangre de inocentes / o mejor aún como quien siente 
que la patria es un murmullo de vientos
y de músicas sagradas
un aliento que tiembla / una arenita que se queda
para siempre en los dedos…

Señor recuerdas cuando en la cárcel de Villa Devoto
ella se subía a la ventana y miraba los cielos que nacían
detrás de los rojos cielos / tenebrosos / mal de augurios
¿Miraba la muerte que le venía pronto?
¿Miraba esos pasos que no daría?
¿Ese mar silencioso que le esperaba?
¿Pero sus ojos eran el mar / sus manos eran el fuego
en la mañana breve?
¿Su vida una esperanza que se desvanecía / una nube 
de ángeles desnudos?

Señor no habrás olvidado 
cuando a María Angélica la llevaron al sur (como si fuera ganado
y no boca de aleluyas)
y que en la celda de su último penal
en sus precarios días
ella acomodaba su poca ropa / leía
poemas para sus compañeros (donde la belleza
dormía en brazos de la verdad)
planeaba la libertad como quien alza una hoguera
y esperaba alegre la llegada de cada último
domingo del mes
para ahuyentar la tristeza de sus padres / su sonrisa
y su gracia de mariposa que se detiene en el vuelo
eran una gracia para ellos…

Señor conoces toda la historia
la fuga / la toma del aeropuerto / un avión que no aterriza /
su entrega a los jueces / la promesa / las fuerzas de la Marina /
sus últimas noches en la base Almirante Zar (de espaldas al mar)
y de cómo vejaron su cuerpo de niña / su alma de niña 
que anhelaba pasiones sin limosnas…
ella estaba en un pasillo con la cabeza baja (¿y las nubes… y las nubes…?)
llevaba sus mantas y esperaba
un nuevo interrogatorio
una nueva crucifixión… (¿un abandono sin respuesta para el 
ayúdame Dios mío…? / Un clamor de sombras que interroga:
¿Por qué me abandonaste…?

Señor primero fue un tiro en el brazo / después le destrozaron la nuca
y aunque ya estaba muerta 
volvieron a pegarle un balazo en la cabeza (…la sangre / la sangre… y 
esa mirada sin espejo de quien derrama la sangre…)
Señor para esa madrugada no quedan pájaros del cielo 
ni belleza de la tierra
no tengo otra cosa que el recuerdo de la madre de María Angélica
mientras viajábamos a rescatar su cuerpo
no tengo más y apenas esa sonrisa de antes
que conocía de María Angélica
la sonrisa de quien tenía veinte años el pelo negro (que no se agitará)
y alguna vez había escrito en la paredes / en los muros / en el agua…
su grito de vida / su grito de tempestad
su grito por el grito de los 16 asesinados
por su muerte en las paredes en los pisos
en las caras en las manos en el país en los olvidos…

Señor la joven viajera no se resigna
no se resignará Señor
¿Señor esperas de nosotros el olvido?
¿El olvido Señor y así perder el amor de ella / ella que
era criatura bienaventurada del amor…?
¿Y así perder la revolución de ella / ella que 
vivía como si fueran eternas cada hora de la revolución…?
¿Y así dejar marchar el tren que lleva a los sueños
que nos sueñan con la frente celeste 
como olas bravas a la mar / como savia al girasol /
o sea la vida a la vida… aún en el tiempo en que la historia 
es sal que quema en las heridas…?

Quien olvida traiciona Señor
Nuestra gran memoria
Nuestra única riqueza
La debida aventura
Esa estrella gigante 
El único camino
Para que las tumbas de Trelew
no se cubran de oscuras hierbas / más que secas
sin rocío…

Memoria de aquel agosto de 1972
(Texto revisado para la presente edición)


Sueña una vez más Salvador Allende

Si las manos de la abuela no tuvieran
esa mala enfermedad que las tiembla
por cierto cumpliría las reglas de su oficio
y haría un buen pan que tendría las formas
del rostro de Salvador
lo comeríamos en silencio cuando anochece
y así quedaría en nosotros mucha de la fuerza
del compañero asesinado
Tampoco cuesta imaginar que si la muerte al abuelo
no lo hubiera buscado
podaría sabiamente las ramas de la viña
para que otra vez su vino fuera una fiesta
lo pondría sobre la mesa
larga y de madera perfumada que resiste todo
como la patria de Salvador
la luna brillaría sobre la tierra
y el aire del patio sería el espeso aire
de las minas de cobre
por las que también luchaba
el compañero asesinado
El resto de nosotros no tiene buen oficio
las mujeres aman y sueñan
socorridas por la esperanza
arreglan la casa
o trabajan en inútiles oficinas
mi padre a su vez tiene los ojos azules
día a día más ausentes
y carga y descarga ese viejo revólver de
cowboy que nunca usó
Qué pueden ofrendar entonces
al compañero asesinado
más que una nueva tristeza o un brindis
de duelo en una vieja historia
Y si hay un oficio para esta noche
francamente estéril / acaso macabro
es este de escribir / sobre el agua / en el viento
cuando las palabras son herramientas
que han perdido todo su conjuro
ya no calman al tigre ni detienen el veneno
y si digo Salvador Salvador no aparece
ni se para la sangre de su boca
ni mira una vez más los celestes
ni ayuda a crecer al árbol que amaba
y por más que grite miserables / asesinos
los miserables y asesinos
seguirán fusilando por la espalda
uno a uno
a los francotiradores de lo único posible
seguirán bombardeando las fábricas la minas
seguirán enlutando
paseando las perras del exterminio
por los barrios de Santiago y Valparaíso
Pero aún así las palabras
esta noche de duelo
son carne podrida 
es necesario sacarlas
hasta quedar más desnudos que nunca
más en hueso todavía
la guerra es larga continúa
y nuestro es sólo el balbuceo
estamos aprendiendo a hablar y a caminar
Ven Salvador
deja por un instante los silencios
danos tu mano que nunca será fría
y sueña una vez más con nosotros
en voz alta en alto cielo
Ha llegado el día de mañana
Ha llegado y para siempre.

Memoria de aquel septiembre de 1973
(Texto revisado para la presente edición)


Carta de Matilde

A Matilde Herrera

¿Cuál es mi fortaleza para esperar aún?
¿Y cuál mi fin para dilatar mi vida?
(Libro de Job)

Cuando secuestraron a sus hijos –uno a uno cuando
los arrancaron con fórceps de la vida ¡ay Matilde
tus hijos! –Matilde su alma mecida en su brillo
de súbito un lóbrego páramo
el aire del temblor mismo
Exigió / rogó / clamó tanto hasta quedar
ahogada en ira y lloro (tus lágrimas Matilde desde
la ventana abierta a las palmeras a la aurora
abierta más que negra infinita del Parque Lezama)
Llorabas Matilde caminabas a nadie veías
ya era tarde de ausencias
por la rue Junot tan lejos Matilde ¡que sombrío
sueño nuestra patria!
Ante ella –una rama igual a otra consumida
en el fuego de un tiempo perverso–
Los verdugos de sus hijos callaron (y el silencio
fue otra agonía)
Mintieron (y las palabras acuchillaron
con su frío de chacras la razón)
Amenazaron con peor tortuoso espanto para sus hijos
(¡sus ojos de los cielos! ¡sus ojos! )
Matilde sintió como crecía el muro
que apesta sin pausas a cadáver…
Conoció el temblor la soledad de la víctima
en un impune coto de caza
Y recurrió en cruel desespero / agónica y suplicante
a los jueces los diarios el alto clero
las fuerzas vivas los políticos respetables
A todo aquel henchido de palabras que podía hacer
o decir algo (¡una mínima fugacidad de luz
en la alta noche!)
Sólo encontró un desierto de piedras negras…

Matilde pudo verse en gordas horas
de espera nocturna y pesadumbre
la más seca de las mujeres
Pudo gritar con boca exhausta
y desgraciada: ¡mi vientre sólo es
un enorme sepulcro!
Pudo maldecir a una divinidad perdida a unos hombres
que blandían como gloria la guadaña
a los perversos de perversa indiferencia contemplando
el cortejo de la muerte sin el cuerpo de los muertos (¡ la vida
era anterior al aire!)
Abierto a sus pies estaba un desnudo pozo
de la mayor demencia: ¡ese acto de suicidio! ¡esa lengua
de suplicio! (Toma esta cruz y sígueme y sepúltate de
tinieblas… la voz en tus oídos Matilde la voz)
Pero Matilde mujer vejada en el dolor
convirtiendo su dolor en lluvia de humanas
resurrecciones (¡oh, sí, el alma, que es luz de la memoria
y tan fugaz como eterno movimiento!)
Tomó un lápiz y un papel que semejaba la piel de dios
Puso su corazón bien desnudo sobre la mesa
Y escribió una carta que resplandece de vida
como música de amor sobre la tierra viviente…

Desde aquel día de la celebración Matilde
anda con su carta a cuestas
Lo que es igual a decir que lleva no la dicha
pero sí la pasión de sus hijos
otra vez en brazos
Cuenta Matilde que el 26 de julio de l976 cuando
fue invierno en la boca del infierno
su hijo Martín –cumplía 20 años al día siguiente–
y la mujer de su hijo –casi una niña de peinado antiguo–
(yo vi su foto estaba embarazada / su vientre lucía
goloso de ventura…)
en el momento en que entraban en la casa
terminada la jornada de trabajo
se encontraron frente a 15 hombres armados…
Los estaban aguardando
Escondidos como fieras / acechando en un luctuoso bosque
Los llamados grupos de tareas forzaron la entrada
–las metralletas cortando el aire / a patadas las puertas–
Obligaron a los vecinos a cerrar las ventanas a cerrar 
las estrellas y los cielos / que ya no lucieron serenos ni diáfanos
y se llevaron a Martín y a María Cristina temblando
Sus manos muy blancas sobre el vientre redondo
Sus cabezas cubiertas por una capucha
Y de pronto el silencio que huele a peste / a maldición
de Biblia
Como si alguien anunciara que también las piedras
y los frutos del olivo deberán dar sangre…

Y Matilde ahora se pregunta / sin ver que el crepúsculo
volvió moradas sus alas: ¿Dónde están ellos? ¿Quién
los tiene? ¿Sólo lluvia y lluvia? ¿Nada más que desgracia
sobre las desgracias? ¿Muerte en el sinfín de la muerte?
¿Si los han matado por qué no devuelven
sus cuerpos –¡oh, cuerpos de mi cuerpo!– a unos
padres desesperados?
Nadie le responde a Matilde
El país es un desierto de piedras negras…

El 13 de mayo de 1977 y ese día no es en la historia
de la noche un día más –sigue contando Matilde /
sigue la sal que baña en frío la surgente llaga–
Personas que no se identificaron y no ocultaron
sus armas / tampoco sus caras cuando abunda
más que el pasto duro la impunidad /
Dejaron en un hospital del oeste de Buenos Aires
a una criatura con una pancarta atada
al cuello que decía: soy la hija de Valeria
Como la pequeña lloraba muy excitada en una tarde
de piedad gastada
le dieron un calmante que tampoco fue amor
Luego la llevaron a la comisaria (tu arcángel
de inocencia tu nietita el agua de tu sed Matilde)
¿Clamabas tu en ella en sus labios
nuevos de gloria nueva y ya perfecta?
Lo que no cuenta Matilde lo que la congoja
desciende y calla
pero yo puedo recordarlo –Oh yo el poeta naufrago
del manto blanco / Oh yo guardián
devoto de recuerdos– es que Valeria tiene en los ojos
el aire celeste del que siempre sueña –la dicha se
construye entre todos y en la tierra: decía–
Y Ricardo su compañero –abrazando a la pequeña–
¡Cambiaremos el mundo!
Gritaba como el primero que se quemó en la hoguera…

Nada sabe Matilde ahora
de su hija Valeria y de Ricardo / ellos dos la guía en su cansancio
Si volverán ellos a ver a la pequeña –también tiene
los ojos del agua y del aire y mal duerme nerviosa
por las noches que ahora son la garganta de un fantasma–
¡Ah, Matilde! que no sabe de sus hijos
si están vivos (cualquiera fuera su destino)
torturados y presos en algún campo clandestino (sería buenaventura)
O si son una tumba más (un soplo de pavor)
en el desierto de piedras negras…

El 30 de mayo de 1977 y otra vez la fecha es una marca
de fuego a lo largo del alma
Fuerzas armadas conjuntas irrumpieron en un apartamento
en el centro de Buenos Aires frente a una plaza de flores
ahora ahogadas / siempre a oscuras / donde vivía mi hijo José
y su mujer Electra que se reía de su nombre y amaba
el teatro de tragedias pero nunca como a su niño
de apenas 20 meses –continúa Matilde y en su pecho
hay un gemido ronco como la ola contra la piedra–
Ya en la vereda José alcanzó a gritar –Matilde recuerda y tiembla–
¡Nos secuestran! ¡Nos secuestran!… y resistió y resistió
Aferrado a la tierra resistió
Imposible / digno / solo
Aferrado a los cielos como un sol que se apaga
en la bruma y manchado con su sangre resistió…
¿…Y no es cierto Matilde que aunque muchos
los escucharon y los vieron y los conocían
nadie se movió ni rasgó sus vestiduras ni llamó a los dioses
ni respondió en auxilio de quien no hizo mucho más
en su hermosa vida de cielos abiertos y de rama
de sauce que crece junto al fuego
que abrir su alma a la desdicha ajena que no fue
ya ajena…?

En menos de un año la familia entera de Matilde
ha sido secuestrada y desaparecida (hablo de una fosa
de mar donde se vuelven hilachas las palabras fuertes)
Así de simple y silencioso es el terror (pienso en la sudadera
de un ángel dormido sobre las brasas)
Así vasto y comulgado por millares
el pan de la tragedia
Lo sabe Matilde desfallecida hasta el fondo
del barro que la ahoga cuando dice:
No creo poseer más dolor que nadie
He dado a conocer mi historia
pero quiero también hacer mía / hondamente mía
la angustia de todas las madres que atraviesan
circunstancias parecidas…
…¿Es parecido y único el gemido del que
gime Matilde?
¿Es eterno el duelo por los hijos el duelo de
los justos sin justicia Matilde?
¿Siempre habrá lágrimas viejas y nuevas
lágrimas / rostros celestísimos aventurados
del destino Matilde?
¿Ya no dejarán de volar las malditas carroñas
del pico ducho
ensangrentado sobre el desierto
de piedras negras Matilde…?

Ayuda / Ayuda no compasión de corazón afuera
para lograr que la Junta Militar publique las listas
de los secuestrados / desaparecidos / y muertos
¡Que rindan cuenta de sus actos! Grita Matilde y
rasga los cielos para que despierten los dioses
más que sordos y mudos temerosos del horror que crece
y no deja de crecer y de caer como río en el deshielo
Como sangre que corre por las alcantarillas del matadero
Ay Matilde tu grito apenas el frágil eco
de una campana de vidrio
La humilde claridad de una conciencia que hierve de amor
no basta para arrancar la máscara de los ciegos ni mover
el ciego desierto de piedras negras…

Terminando su carta y no su fortaleza ante el dolor
Y no la desesperación que dilata
sin treguas los días de la vida escribe Matilde:
Si mis hijos están vivos pido a aquellos
que los detienen / sea en un pozo o en el fondo de la nada
me lo hagan saber
Si están muertos espero tener la fuerza
y el coraje de proseguir mi ruta y enseñar
a mis nietos el amor
a los hombres y a la vida…
…Sí / Matilde / sí y aun colmada tu alma
por un ladrido difunto dulce Matilde ¿también
enseñarás a tus nietos
que tus hijos guardaron como joyas la ambición
de que la patria no fuera para siempre
un callado desierto
de piedras negras…?

Ayer he visto a Matilde en Barcelona
El exilio nos hizo caminar por las ramblas abandonadas
Bajo una lluvia muy lejana y muy fuerte
Hablamos de sus hijos
La abracé
Me dio una copia de la carta…

¿Qué será de la poesía y de los viejos dioses de la infancia
si la memoria del horror se vuelve palabra más
que prohibida / vacía…?

Escrito en Barcelona, 1978, y revisado en Buenos Aires, 2010,
para esta nueva publicación, que resiste al olvido,
y que no alivia ninguna herida, bien se sabe…


La canción de Haroldo

Para Haroldo Conti, desaparecido

No dejes callar la música
de tu corazón
la muerte no calma la fiebre de
estar vivo
la muerte no es amor

viento de octubre trae
la vibración suave y dorada
de otros días
viento de octubre en una rama
y lleva y lleva y desparrama
sin tino
las cenizas sobre la tierra
aunque tiemble de gozo
la tierra no es humana
no dejes callar
la música de tu corazón

de un momento para otro llegará
la nieve
y aguas negras en el Norte 
me sorprenderá a mí no a 
los pájaros ¡ellos son tantos!
se habrán marchado
dejarán una estela moverán el cielo
lo callado pesará como eterno
por favor amigo nuestro
deja que escuchemos
la música de tu corazón

le has pedido al ciruelo
de tu puerta que florezca
aunque no volvieras tú
que florezca él
¿quién ha dicho que 
las flores calman a los muertos?
la muerte no es belleza
la muerte no es amor

no dejes callar la música
no dejes callar la música 
de tu corazón.

Amsterdam, 1980


Ya nadie te humilla

In memoriam de Jorge Di Pascuale;
cuyo cuerpo desaparecido en 1977 vuelve con nosotros…

Las sombras del ayer abren sus puertas, detrás
     está el abismo… la muerte sucede en el pasado…
Van y vienen los recuerdos, siempre ansiosos, encendidos, 
     como un caballo que galopa bajo una luna
     todavía en sangre, casi seca…
Ahí está la noticia; llega entre nubes rojas, 
     sin que el cielo se inmute, ningún ángel levante
     su espada, ninguno de los dioses ruja…
En la fosa clandestina, pasando el río
     de las grandes mugres y la vida deshecha
Hay restos de un hombre…
30 años y más del ayer, desaparecido…
Que identificado por el equipo forense…
Resultó ser…un líder sindical… 
De una generación que quiso construir
    el cielo en la tierra, alguien dijo…
Y se quedaron desnudos
Y era invierno
Y para colmo llovía…
Nadie cubrió con flores sus huesos
Ni tejió los días de la eternidad…
Van y vienen los recuerdos… La liviandad
     del tiempo nos espanta… El compañero dejó sus huellas
     en los bordes de nuestros cuerpos…
Cuando la patota militar entró a los golpes en su casa dijo: Nunca
     dejaré de odiarlos…
Lo torturaron mucho. La agonía fue lenta. Ni siquiera
     la piedad de un tiro de gracia…
El compañero es una historia –o mejor una leyenda–
     del buen amor –cuando todo tambalea–
     y la mejor lucha en los campos de Octubre
Que resucita…
Mientras su muerte sin castigo embiste
     a los gritos en la noche de los gritos
     contra la paz del inocente sin memoria
     que no sabe / no contesta / que con jeta
     de santurrón vomita: en algo andaban…
                                           pasaron tantas cosas…
El compañero ha vuelto a las andadas…
Su nombre alienta; otra vez galopa…
Su cuerpo estuvo en la tierra…
Humillado en la tierra…
Desaparecido en la tierra…
Su noche en la noche de las noches ha
     tocado fin…
Otra vez está aquí
     como una nube sobre el cielo de verano
     alentando el fuego / moviendo los sueños
En el viejo sindicato de la calle Rincón
Donde tu alma es tu memoria…
Y ahora hablaremos de vos entre los compañeros, 
     y alguno preparará el mate, y te abrazaremos
Como si estuvieras en el aire…
Porque el aire siempre nos abraza
Nadie pide clemencia / el barco sigue andando
     entre las aguas bravas…
Vos estás con nosotros y las estrellas relucen…
Lejanas, muy lejanas, pero relucen…

Buenos Aires, diciembre de 2009


Prosa del fagot

Para Regine, de Holanda

Si me hubieran llamado Walter, como quería mi madre, 
en sus dulces ilusiones de radioteatro, 
o Lucas, que es el nombre que soñé para ese hijo varón,
que nunca tuve, y que debía lanzar la pelota hasta el sol 
y otras estrellas, más allá del tiempo, entre las hierbas 
húmedas del Edén,
ahora tocaría el fagot, en alguna pequeña orquesta de
provincia, en el sur argentino, bajo su bóveda de raso
que nunca se arruga, 
cuando los vientos más fuertes de la tierra,
resucitan a los ángeles, perdidos entre las araucarias;
pero me bautizaron Vicente, 
por esos hombres de mirada severa,
que descubrí en gastadas fotos amarillas, y por mi padre, 
que me dejó su corazón aventurero, la lágrima pronta y una 
locura mansa, que viene de familia, 
igual que los lunares en la espalda y la sospecha
ante quien va o viene de uniforme;
así que tuve, como mi tío Orestes, una vida reservada
a la poesía, los grandes viajes y los peores naufragios;
por eso esta noche no toco a Mozart, 
junto a los fantasmas con dientes de plata,
del lago Aluminé, ni tampoco un tango de Piazzola entre 
las luces, como bocas que se apagan,
mirando el cauce de polvo, donde alguna vez 
estuvo el río Atuel, y refrescaron sus potros los mapuches,
tras el sol y tras la luna perseguidos, siempre 
perseguidos, sin tiempo para las danzas;
esta noche con pureza de noche, con hilos de eternidad, 
mientras se encarna otoño 
en el silencio de mi pieza, 
sobre el sigilo de los gatos sin maldad,
llevado de la mano por la música oscura de mi alma,
siento que me arrastra un remolino,
coronado con algas negras, y me aferro a una soga,
que me deja una llaga de señal,
y cruzo otra vez los puentes, palpo la tierra que espera
la flor del tulipán, 
debajo del horizonte y de las aguas,
y me abro paso en la claridad pobre de las velas
de los bares amarronados del Jordaan,
donde mejor suena el acordeón y mayor fue la resistencia,
cuando la segunda guerra, la madre del espanto,
hasta que el invasor de la cruz gamada amenazó con volar 
los diques (o sea: una marea de odio que arrima 
la sequedad de la muerte, sin misterio),
según cuentan los obreros jubilados, que vuelven rojos
sus iris celestes, y bajan
con pesada armonía sus cervezas,
en tanto llega el alba, que huele
a pescado frito en la feria de Lindengracht;
y yo aquí, sostenido a duras penas entre las nubes 
y los desgarros, escribo, recuerdo y sueño, más que sueños, 
delirios sobre el murmullo dorado de las hojas,
y me entrego a la antigua fantasía que me ampara,
igual que la Virgen de la Pietà, con los ojos muy cerrados,
igual que un niño, que escucha un cuento,
en espera de que pare la lluvia,
triste como todas las lluvias que vi caer,
sobre el desierto de la memoria;
hay un silencio sin prisa que deja oír,
la respiración de la muchacha que duerme cerca de mí,
ligera, sostenida y dulce, como la leche,
que pronto soltarán sus pechos,
para la niña que ya se anuncia y araña los cristales 
púrpuras, del cielo de la vida;

la noche en el destierro es un barco que ha encallado,
algo dice en duermevela la muchacha que ahora suspira
y se mueve como la ola de una bahía;
me ahoga, su belleza, 
es un diamante entre mis manos rústicas, su belleza;
ella vino de Leiden, con una gota de lluvia en la nariz,
ella entra y sale de la casa con su bicicleta, 
ella está en mi vida, y se va de mi vida, y abre
las puertas de la mañana,
con una llave que arroja al fuego, y sube al aire,
y calma mi corazón, que late a los tumbos, que teme la vigilia,
y me deja beber el perfume de su cuerpo,
igual que un jazmín de fiesta,
para que haya luz, donde hubo pesadilla;

ya no llueve, corro el velo que me separa
de los dioses –los viejos dioses de la infancia–,
y pienso una vez más en el fagot de mi otro destino,
que pude tocar junto a un lago, de pura quietud para las músicas,
pero en mi pasaporte azul, ajado en hoteles sin ascensor
y duras policías de frontera,
mi nombre es Vicente, nacido en Buenos Aires y domicilio
precario en Amsterdam, por gracia de la reina de Holanda;
así que dejo el fagot,
y salto a mi navío, que va por la mar, hacia la orilla
siempre fugaz de los deseos,
y trepo a mi estrella, la más pequeña de la bóveda celeste,
sobre las Tres Marías,
y soy un pez, entre las redes de la bajura, ciego,
y soy un animal de nubes, arrastrado por la tormenta,
–la tormenta viva de mi corazón–,
y bebo en el alcohol del pasado (es un áspero Beerenburger 
de sesenta y siete hierbas),
y sueño que esta noche rodean mi mesa ,
en la Calle del Árbol, en la ciudad del naufragio, en la soledad
de un hombre que conoce el adiós,
todos mis amigos; ellos mis bellos perdidos, 
que sonríen como nunca, y se embriagan, junto a mí, 
y hablan de sus amores eternos y de
la revolución que todavía los espera, junto a mí,
y llevan a su boca la fruta del paraíso perdido, junto a mí,
como si la muerte fuera una viejita de pelo blanco,
que jamás esgrimió su guadaña,
y el destierro –y la vuelta sin gloria, envejecidos–
apenas la excusa para escribir de países lejanos,
de combates que se perdieron con más penas que olvidos,
y del cuerpo de la muchacha que uno abrazaba,
sin entender el murmullo de sus labios.

Amsterdam/Buenos Aires, 1980/2010

Resucitaciones

Pequeñas sombras y míseros gritos, apenas lo humano, que ya ni conmueve a las estrellas. Algo está allí, desafía los sentidos, forcejea con la eternidad, se estremece pálido y al fin se aquieta. No hay músicas en la agonía…

Cae la lluvia y podría no caer; el corazón está seco y la tierra como nunca, árida… Ahora es momento de tormenta, los rayos bailotean en las torres y las aves de rapiña recogen sus alas. Ya volarán…

Un viento sin origen abre las puertas para una nueva vuelta de tuerca en la ciudad. ¡Hay más! Siempre hay más si el animal del aullido roe las frentes celestes… Lo atroz en el alma, anhela y espera…

Ante nuestras narices, un ángel de ausencias recorre las sombras sagradas; se detiene en ellas, diríase que las reconoce y las besa…

El temblor manso se extiende por las calles, se da la mano con el perfume espeso de las coronas mustias, apiladas en los bordes del cementerio.

Bajo las nubes de noviembre, todavía amenazadoras, aparecen los niños. El desierto de la salvación retrocede junto a ellos. Todo lo sucio, lo roto, lo descartado y lo expulsado de sí como pura porquería, está con ellos.

También Dios está en ellos, pero Dios, no lo sabe. La policía tampoco lo sabe, así que muestran sus pistolas como si fueran los diez mandamientos.

Los ojos de los niños no perdonan. Nacieron a la vida en un espacio cruel, en un tiempo de espanto, y a la espera de la muerte en la soledad de soledades que guarda la muerte viven. Como el aire del basural, apestan. Peor que las moscas, molestan. No hay lirios aquí. Que el hipócrita de culo limpio escupa contra su propia tumba.

Sin que cumpla cinco años la inocencia, antes que el astro más pálido gire alrededor de su belleza cinco años, millares de niños –oh, sí, niños, el llanto de sus cuerpitos–, morirán en el olvido, sin nombre quien no comió y sin nombre quien les quitó la comida, mientras las huellas de sus pies se pierden en el desierto…

Más allá de la tristeza. Por fuera del agobio. Las gotas de lluvia son iguales a las gotas de lluvia, apenas nos hacen pensar en el sol…

El hambre no perdona a los niños de la ciudad voraz. Igual que los perros callejeros que husmean al verdugo, igual que los dioses de labios fríos, así morirán.

Cuando lleguen nuevas lluvias porque se anuncian prontas lluvias, puede ser que resuciten los dioses, pero los niños del hambre no resucitarán.

Buenos Aires, 2009


La princesa, la niña pobre y la muerte de la tierra

La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Ha perdido 
su risa. Su boca está seca. La boca humana se cerró. Las palabras
que decían son silencio, en el polvo de la muerte que todo 
lo convierte en memoria sin sudor…
¿Dónde está la risa de la princesa de la infancia? ¿Dónde está la infancia
de quienes nunca tuvieron princesas de cuentos y poemas 
ni una infancia abierta a la mañana abierta
como un río de estrellas en el final de la noche…?
La princesa está triste. La niña de la pobreza que se come sus dedos
está triste. Mañana se comerá su mano, su brazo, su hígado, su corazón.
Mañana se comerá la mañana. ¿Habrá mañana…?
La princesa está perdida en la niebla de los sueños. La niña de la pobreza
está perdida y olvidada y vejada en la oscura luz de la pobreza…
La pobreza de los sueños. La pobreza de la realidad sin sueños. La pobreza
de la vida que se vive en la muerte…
Allí están los cielos. Opacos. Opacos…
Aquí está la tierra. ¿Han visto la tierra con ojos de tierra?
La tierra está triste. ¿Qué tendrá la tierra?
La tierra está pobre. ¿Quién trajo la pobreza?
¿Dónde está la riqueza que hizo la pobreza?
¿Qué fue de los sueños de la princesa?
¿Dónde está enterrada la niña de la pobreza?
¿En la tierra sin cielos? ¿En la tierra sin tierra?
¿Quién, dónde y cómo? ¿Por qué se entierra a la tierra?
¿No habrá una pasión de alegría para la triste princesa?
¿No habrá labios de amor para la niña de la pobreza?
¿Alguien le dirá a la muerte que si la tierra se muere
ni siquiera habrá muerte….?

Buenos Aires, 2009