Fotografía: Osvaldo Bayer. Fuente: archivo personal de Ana Bayer.
Nota.— Compartimos el segundo capítulo del libro inédito de Horacio Silva sobre el film La Patagonia Rebelde, que saldrá publicado póstumamente muy pronto –junio– por la editorial Anarres, en el marco de su colección Utopía Libertaria, con motivo del 50° aniversario del estreno de esta clásica película. El capítulo lleva por título “Un hombre de muchos oficios (1927-68)”, y está centrado en la figura de Osvaldo Bayer, coguionista y asesor histórico del largometraje, autor de la crónica Los vengadores de la Patagonia Trágica, en cuyos dos primeros tomos se basa fielmente el drama de época dirigido por Héctor Olivera, hito indiscutido del cine argentino y latinoamericano. Recuérdese o téngase en cuenta que el domingo pasado difundimos en esta misma sección –Clionautas– el capítulo I, “Buenos Aires, 1976”, y que dicha publicación fue acompañada de una nota de presentación donde se dan abundantes detalles acerca del libro póstumo de nuestro camarada Horacio, en pleno proceso de edición.
Por razones editoriales de brevedad, hemos obviado las notas a pie de página y suprimido algunos pasajes de índole digresiva. Cuando salga a la luz el libro en PDF, al que se podrá acceder de forma libre y gratuita (tanto desde la página web de Anarres como desde este mismo sitio), nuestro público tendrá la posibilidad de leer la versión completa del capítulo II si así lo deseara.
Yo escribí La Patagonia Rebelde para vencer
un gran problema interno…
Osvaldo Bayer, referente ineludible de la cultura contemporánea argentina, se definió alguna vez como “un hombre de muchos oficios”.
Una figura quizá demasiado modesta para una persona como él. Su familia era originaria de Humboldt, una colonia alemana ubicada en el centro de Santa Fe. Debido al azar de los destinos laborales de Gaspar Bayer, quien se dedicaba a la reparación y mantenimiento de la red telegráfica dependiente del correo estatal, fue concebido en Concepción del Uruguay (“mis padres eligieron bien el nombre de la ciudad”, bromeará años más tarde).
Mientras su padre era destinado en Tucumán, su madre, Albina de Bayer, viajó hacia Humboldt para dar a luz cerca de la familia, pero no llegó a tiempo: el pequeño Osvaldo nació en la capital de Santa Fe el 18 de febrero de 1927.
Radicada la familia en Tucumán, pasó allí los cuatro primeros años de su vida, de los cuales aún recuerda el paso de los carros cargados de caña, la plaza Lamadrid, y el imponente Aconquija.
En 1932, cuando Osvaldo tenía cinco años de edad, los Bayer se radicaron en Buenos Aires, en el barrio de Belgrano. Aunque Gaspar no era creyente, Albina era muy católica, motivo por el cual el pequeño Osvaldo concurrió a la parroquia de Belgrano para recibir clases de religión. Sus instructoras fueron dos mujeres, las señoritas De Nevares, de 81 y 83 años: “…y una vez, conversando con mi gran amigo el obispo Jaime de Nevares, me dice: ‘vos en tus escritos tenés algunas cosas cristianas’. Le contesté: ‘yo eso se lo debo a dos señoritas que tenían tu mismo apellido, que me enseñaron la doctrina social cristiana’. Y él se empezó a reír, y me dijo: ‘parece mentira, esas señoritas eran mis tías; y si yo soy cura, es por las enseñanzas que me dieron ellas… ¡y bueno! Uno salió obispo, y el otro salió anarquista’”.
Don Gaspar solía compartir con sus hijos, momentos especiales que ejercieron una influencia decisiva en sus vidas: “Ibamos en silencio para escuchar a los pájaros; entonces él se detenía sonriente, me señalaba con el dedo el árbol y decía el nombre del cantor. Pero también, cuando soplaba un viento que movía las hojas, volvía a detenerse y nos decía: oigan cómo hablan entre sí las hojas del ombú.
Con él aprendimos yo y mis hermanos Rodolfo y Franz a escuchar el sonido del silencio. Pero no sólo allí. También gozamos de esa delicia cuando en los atardeceres de los domingos leíamos en el patio de nuestra casa del barrio de Belgrano, cubierto de glicinas, los libros que permanentemente nos traía mi padre. Me acuerdo cuando me trajo el Werther de Goethe y me lo entregó exclamando casi en secreto: ‘Es el mejor libro que he leído, le va a gustar mucho’. Sí, es que nuestro padre nos trataba de usted.
Una vez le preguntamos por qué nos trataba de usted si los padres de nuestros amigos los tuteaban a ellos. Mi padre nos sonrió y nos contestó: ‘Es costumbre. Es que mis padres a sus hijos siempre nos trataron de usted’. Y enrojeció. Cuando a veces mi madre salía y quedábamos con nuestro padre, la casa guardaba absoluto silencio sin que nadie lo hubiera ordenado. Un silencio que contrastaba con el increíble ruido que provenía de la calle. Y leíamos, leíamos. No sólo libros sino también diarios –mi padre compraba dos– y lo que más nos interesaba –yo tenía 9 años– era la Guerra Civil Española. Mi padre estaba a favor de la República Española y contra Franco”.
Pero su amor por el silencio no le impedía conversar con sus hijos sobre temas históricos: “le interesaba muchísimo la historia, y en los almuerzos y cenas él siempre tomaba un tema histórico. Tanto es así, que yo desde chico quería ser historiador. Y él hablaba de su tiempo, de los años 20, 30; quizá de aquellas charlas venga mi interés por esa época, por las historias de los anarquistas”.
Durante su adolescencia en la década del 40, el joven Osvaldo trabajó en las vacaciones de verano como bañero del club Comunicaciones, ocasión en que tuvo oportunidad de conocer a un personaje que, con el tiempo, gravitará negativamente en su vida: Raúl Lastiri, el futuro presidente argentino: “… y todas las tardes, sin falta, entraba al club este caballero vestido de impecable traje azul marino, camisa de cuello duro y llamativa corbata; se dirigía hacia la piscina y me hacía siempre la misma pregunta: ‘Y pibe, ¿cómo están las minas?’. Ese señor, que me parecía un tanto ridículo con su atuendo poco deportivo, llegó a ser presidente de la Nación. Lastiri, en aquel tiempo –a fines de los 40–, era secretario privado del presidente del club. Un empleo tal vez inventado para darle sostén a este personaje que tenía un no sé qué de cafiolo porteño. Pero mi mente adolescente, a pesar de sueños y fantasías, no imaginó nunca, que este señor de diaria pregunta lasciva iba a regir ‘los destinos del país’, y también el mío, en 1973”.
Al terminar la secundaria, su hermano Franz le consiguió un puesto de aprendiz de timonel en la flota mercante estatal: “En esa época, si alguien quería ser escritor debía ser marinero, y por eso lo fui… Mi hermano era oficial de buques de mar. En esa época, lo único que me interesaba era escribir literatura y navegar. Me gustaba esa vida marinera, aunque era dura… El horario mío era de cero a cuatro y desde las doce del mediodía hasta las cuatro de la tarde. El horario nocturno era un verdadero paraíso. No sé cómo las empresas turísticas no hacen viajes para enamorados, con esas lunas enormes que nacen al borde del río y se van para arriba”.
Pero su carácter, fundamentalmente antiautoritario, lo llevará a encabezar una huelga que lo enfrentará por primera vez con un gobierno peronista: (a veces) “…se exacerban los términos y donde se traen dos o tres anécdotas me presentan como un antiperonista feroz. No fui peronista. Siempre consideré al peronismo un populismo que no nos iba a llevar a nada pero que mientras el país fuese rico iba a servir para vivir bien, como pasó. Como todo populismo iba a terminar en la extrema derecha desde el punto de vista económico. Soy enemigo de los autoritarismos. Viví intensamente ese período siendo obrero en la huelga marítima. En el gremio había socialistas y anarquistas, y no aceptábamos una ley por la cual se nos descontaba un porcentaje para la Fundación Eva Perón”.
La huelga, declarada en 1949, fue derrotada, y el joven timonel escuchó por primera vez la misma frase que le «regaló» el brigadier Santuccione en Ezeiza, como hemos visto al principio de este relato: “Mi tristeza fue enorme cuando me echaron del barco Madrid por haber encabezado la huelga. Sufrí mucho cuando el prefecto me rompió la libreta de desembarco y me dijo: ‘Usted nunca más va a navegar en los buques de la patria’ y quedé en tierra, vagando en esos nuevos horizontes”.
En 1950 Osvaldo Bayer comenzó a trabajar como colaborador para Continente, una revista de “viajes y costumbres”.
Su “vagar por nuevos horizontes” lo llevó a interesarse por la filosofía: y entendió que, para aprenderla en sus raíces, primero debía conocer el cuerpo humano. Con ese objetivo cursó durante un año la carrera de Medicina, para pasarse luego a la facultad de Filosofía: pero el bajo nivel académico y el ambiente estudiantil le eran muy hostiles: “Todo era Santo Tomás de Aquino… Perón entregó la facultad de Filosofía a la ultraderecha católica, y yo quería aprender Kant, Hegel, un poco de otras cosas… y resolví irme porque siempre me peleaba con el CEU, que era el centro de estudiantes universitarios; eran tipos que recorrían los pasillos y fajaban a quienes no pensaban como ellos, era una violencia… y yo no tuve ganas de seguir esa pelea, y me fui”.
Además, su espíritu –que rechazaba el culto a la personalidad–, no se sentía a gusto en un país que se había convertido a la adoración de dos figuras casi religiosas: el general Juan Domingo Perón y su esposa, María Eva Duarte de Perón.
Tuvo entonces la idea de realizar un periplo por Europa empezando por Alemania, la tierra de sus ancestros, donde desde hacía un año lo esperaba su novia Marlies Joos; y hacia allí partió en 1952. Encontró un país todavía devastado por la recién finalizada Segunda Guerra Mundial: “…en verdad era muy triste: estaba todo destruido… había mujeres, nomás, no había hombres…”. Sin embargo, las posibilidades de aprender filosofía y sus vivencias en la Alemania post-nazi lo hicieron afincarse, desistiendo pronto de continuar el largo viaje programado originalmente: (y finalmente) “…me quedé con mi futura mujer. Tuve una experiencia interesante con el estudiantado alemán después de la guerra, con las ciudades tiradas por el suelo”.
Los jóvenes Osvaldo y Marlies se casaron el 24 de enero de 1952, y al poco tiempo nació su primer hijo, Udo Bayer.
Uno de los temas que atraían al escritor por aquel entonces, era saber qué pensaban los estudiantes del nazismo, de la guerra, y de lo que habían hecho –u omitido hacer– sus padres en ella.
“…el tema del Holocausto no se hablaba para nada, porque gobernaba la Democracia Cristiana, la derecha; y Estados Unidos, que era la que dominaba allí, quería la Guerra Fría con la Unión Soviética; nada de hablar de la guerra anterior. Se hablaba solamente contra la Unión Soviética, lo que era el comunismo, y todo eso… era una propaganda diaria, así que todo esto se escondió”.
Bayer encontró que los jóvenes alemanes buscaban en la izquierda, en la socialdemocracia, una salida a la situación. Querían un socialismo en libertad; y como parte de esa búsqueda, comenzó a estudiar también la ideología anarquista.
“Recuerdo que comíamos una sola vez al día, pero había una especie de épica por querer mejorar el mundo, después de esa enorme derrota y después de la experiencia del nazismo. Me afilié a la Liga de Estudiantes Socialistas y tuve como maestro a Willy Brandt, un personaje discutible, pero de gran atracción para los estudiantes (…) Brandt era un tipo extraordinario; un bon vivant, que sabía decir las cosas… y que le gustaban mucho las alumnas (se ríe). Pero aprendimos mucho con él, que más tarde fue todo un personaje en la política. (Después) “empecé a escribir artículos para Argentina, con muchas ganas de volver”.
En 1953 nació Cristian, su segundo hijo. El regreso de Bayer se produjo en 1956, una vez abatido el gobierno peronista por una dictadura militar que, tras bombardear salvajemente a la población civil en Plaza de Mayo, provocará –a fuerza de fusilamientos y proscripciones, de apertura económica del país a la potencia vencedora de la guerra mundial (EE.UU.), y de la infantil pero sumamente dañina prohibición de mencionar el nombre de Perón– un justo proceso de reacción, naturalmente violento, que se conoció con el nombre de Resistencia Peronista.
La brutalidad inaudita que aplicaron los golpistas militares marcará las siguientes dos décadas de la historia de nuestro país. A la juventud –impaciente y con ansias de libertad, decidida a alcanzar algo tan elemental como la vigencia de las instituciones parlamentarias– no le quedó otro camino que el de la violencia.
A su regreso, Bayer fue a ver a su amigo Rogelio “Pajarito” García Lupo, quien le consiguió trabajo como periodista en Noticias Gráficas, un vespertino: “Muy simpático, el diario aquel. Y la redacción, que era una redacción de intelectuales, poetas y escritores. Yo quería trabajar en Policiales, porque era la sección que más me acercaba a los sectores ‘bajos’ de la sociedad; pero el director me dijo, ‘no, no va a ir a Policiales; va a ir a Gremiales, que total es lo mismo…”
En febrero de 1957 nació en Buenos Aires su tercer hijo, Esteban (Stefan).
Después de trabajar un año y medio en el vespertino, y movido por su necesidad de conocer el interior del país, Osvaldo Bayer se trasladó a la localidad de Esquel (Chubut), donde se dedicó a escribir sobre la responsabilidad de los terratenientes en la problemática de la comunidad mapuche. Pero sólo pudo estar allí nueve meses:
“Me fui a trabajar en el diario Esquel, de la Patagonia, y viví casi un año allá hasta que me expulsó la Gendarmería. Una cosa sin ningún sentido: vinieron una vez dos oficiales de Gendarmería, muy bien vestidos, con el uniforme ese verduzco que tienen. Los hago pasar, y me dicen que si yo desconozco que Esquel es una ciudad fronteriza. Digo: ‘sí, está a treinta kilómetros de la frontera… ¿qué pasa con eso?’. Dicen: ‘¿usted sabe que en zona fronteriza no se pueden escribir los artículos que usted escribe?’. Porque yo defendía a los mapuches de Nahuel Pan y de Cerro Cuche, y parece que eso estaba contra la ‘seguridad de las fronteras’. Esto era en el año 58, es decir, que había democracia, que estaba Frondizi. Bueno, semidemocracia, pero no había una dictadura”.
Además de escribir en Esquel, Bayer había fundado el periódico La Chispa, al que llamó pomposamente “el primer periódico independiente de la Patagonia”, y que se imprimía letra por letra, en una antigua máquina Minerva.
Era demasiado. Los gendarmes le hicieron saber –casi a punta de pistola– que su presencia estaba de más en el pequeño pueblo de frontera.
De regreso en Buenos Aires, el 6 de mayo de 1958 nació su hija Ana, cuarta y última hija del matrimonio.
Por esos días, un periodista de Clarín –al enterarse que estaba sin trabajo– le ofreció ingresar al matutino, fundado por Roberto Noble en agosto de 1945.
En la redacción, donde empezó como cronista, encontró a mucha gente del oficio; entre ellos, al poeta Raúl González Tuñón, quien será su “mejor compañero” y amigo.
Paralelamente se dedicó a la actividad gremial en el sindicato de periodistas –fue elegido secretario general de la organización, cargo que ejerció hasta 1962–, y a sus primeras investigaciones históricas.
En 1960 trabajó también como redactor, y luego como director, del semanario Imagen. Ese mismo año fue invitado, junto a otros gremialistas, a visitar la Cuba revolucionaria. Formaban parte de la delegación argentina la escritora Sara Gallardo “que falleció poco después; muy buena mujer, que se enamoró del Che cuando lo conoció”, una delegada general de los textiles, Rubén Queijo –secretario general de los canillitas–, un delegado de los obreros químicos, y Bayer en representación de los periodistas. […]
En 1962 Bayer fue invitado a dar una charla en la ciudad bonaerense de Rauch: “Como no sabía qué tema tocar, decidí hablar del patronímico de ellos, del coronel Rauch. Este era un oficial prusiano contratado por Rivadavia para ‘eliminar a los indios ranqueles’, según decreto del año 1826. Rivadavia, el mismo que tiene la calle más larga del país. A mí me había sorprendido mucho por los papeles que encontré en el Archivo General de la Nación; por ejemplo, en uno de sus partes Rauch dice: ‘hoy, para ahorrar balas, hemos degollado a 27 ranqueles’. Así nomás.
Después dice cosas sorprendentes, como que ‘los ranqueles no tienen salvación, porque no tienen sentido de la propiedad’. Claro, porque en el fondo, nosotros venimos al mundo para tener propiedades. ¿Si no, para qué venimos? Hasta que un joven ranquel llamado Arbolito lo esperó en una hondonada, le boleó el caballo, y le cortó la cabeza al oficial prusiano. Qué salvaje, ¿no?
Y entonces, para hacerla corta, propuse que se cambiara el nombre de la población; que se sacara el nombre de ese oficial tan asesino de los pueblos originarios, y que le pusieran ‘Arbolito’.
Cuando dije eso en la biblioteca, que estaba llena de gente, se retiraron todos. Hablando en porteño: se rajaron todos.
Siempre repito, a todos, que en esta vida hay que estar bien informados. ¿Quién era el ministro del Interior? El general Juan Enrique Rauch, bisnieto del coronel. De modo que, al regresar a Buenos Aires, me estaban esperando: directamente, fui en cana”.
Para encerrarlo, se le destinó un lugar muy particular: “Como siempre digo, soy el único intelectual argentino que estuvo preso en la cárcel de mujeres. Supongo que para humillarme más. Cuando me preguntan cómo la pasé ahí yo, para alimentar la imaginación de la gente, digo: ‘muy bien; debo decir que la pasé muy bien’. En realidad, estuve en una celda que no tenía nada que ver; no vi ni a una sola mujer. Pero bueno, todos se ríen, alguno por ahí aplaude…”.
Bayer estuvo preso tres meses y 17 días, que Clarín no le quiso reconocer. Como su situación laboral no estaba clara, decidió presentarse a la redacción del diario el siguiente lunes, ya que “si querían echarme tenían que pagarme la indemnización, porque estuve a disposición del Poder Ejecutivo, sin condena”. Ingresó sin problemas, se ubicó en su escritorio de cronista, pero los jefes no le daban trabajo que hacer.
Roberto Noble, propietario y director del matutino, tenía la costumbre de pasar los lunes por la redacción, elegir un empleado al azar, saludarlo y llamarlo por su nombre y apellido, y preguntarle cualquier cosa, desde qué opinaba sobre el periodismo, hasta cómo estaba su familia. Una costumbre paternalista, tradicional del patrón de estancia, para hacer ver que está en todo. Ese lunes, se detuvo frente al escritorio de Bayer:
“Y me dijo: ‘Osvaldo Bayer’. Dije: ‘Sí’. Entonces me paré, le di la mano, ‘qué tal, cómo le va’. Dice, ‘Fíjese: a usted lo voy a nombrar prosecretario de redacción y jefe de Política e informaciones de Fuerzas Armadas. Y se va a sentar allí’. A mí me dio un poco de risa, y le dije: ‘no, doctor; usted sabe que yo soy de izquierda’. ‘Por eso mismo. Fíjese que están diciendo que nuestra mesa de redacción es de derecha. Yo lo voy a poner ahí a usted. Entonces, cuando me lo digan de nuevo, yo voy a decir: ‘no, señor, ahí está Osvaldo Bayer’. Esto, Noble se lo copió de Botana, que también era así”.
De preso, a jefe en Clarín. Los designios del cielo son inescrutables.
En esos años comenzaba a debatirse el tema de la violencia de abajo para enfrentar a la violencia de arriba, y la vía guerrillera para la toma del poder. En las redacciones, receptoras naturales de todas las tensiones que hay en la sociedad, las discusiones eran cotidianas.
Bayer no veía a la táctica de la lucha armada guerrillera como una herramienta idónea para transformar la realidad. Como había expuesto frente al Che en Cuba, pensaba que no debía minimizarse la represión, ya que eso podía significar el exterminio de gente muy valiosa. Esta posición suya será motivo de una intensa preocupación y de muchas conversaciones y discusiones con sus amigos y compañeros, a quienes veía inclinarse fatalmente por la guerrilla en su búsqueda de una sociedad libre de la explotación del hombre por el hombre: “Entonces era muy difícil también discutir con los amigos que se habían pasado al montonerismo, porque muchos de ellos venían del Partido Comunista, después adhirieron al Partido Comunista Revolucionario, y de allí se pasaron a Montoneros, al peronismo. Y yo quería saber: ‘¿Cómo vos, de una doctrina científica como el marxismo, pasás al peronismo?’. La respuesta de Rodolfo Walsh, por ejemplo, era: ‘Y dónde está el pueblo?’. Yo le decía ‘sí, el pueblo es peronista, pero no es revolucionario; no se equivoquen’. Y él contestaba que a la revolución había que basarla en el pueblo peronista; que por eso habían tomado la línea de Montoneros. Y claro, para alguien que había estudiado las políticas de izquierda, sus fundamentos filosóficos y todo eso, era una manera de renunciar a todo y creer de pronto en Dios y en la santísima Virgen; yo, no podía. Sentí muchísimo la muerte de todos ellos, y sigo reivindicándolos como los mejores. Los admiro”.
En 1967, ya había sido promovido en Clarín al importante puesto de secretario de redacción. Entre los redactores de la sección Política estaba el periodista Félix Luna, quien en esos días puso en marcha el proyecto que se cristalizó en la revista Todo es Historia.
Como consecuencia de una época convulsionada por el anhelo de cambios profundos, en la cual palabras como “Che”, “Fidel”, “Vietnam”, “Angola” y tantas otras suscitaban pasiones, era natural que se abriera en el gran público un apetito insaciable por conocer el pasado argentino, hasta el momento limitado a la historiografía liberal o al revisionismo histórico; ambas miradas parciales, que no contemplaban los procesos subterráneos que se movían por debajo de la historia clásica.
En ese contexto, ambos compañeros de trabajo compartían un interés común en los hechos poco conocidos del pasado, o deliberadamente marginados de los textos históricos. De esa manera, en el primer año de la revista, Luna publicó los primeros trabajos de Bayer, la mayoría de los cuales fueron luego compilados en un volumen titulado Los anarquistas expropiadores, y otros ensayos.
Y así fue como los ávidos lectores de nuevas miradas sobre la realidad pudieron acceder a los siguientes trabajos: “Palomar: El negociado que conmovió a un régimen” (Nº 1, mayo de 1967); “La tragedia de la Rosales” (Nº 2 y 3, junio y julio de 1967); “Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?” (Nº 4, agosto de 1967) y “El fin del último corsario: Tragedia y supervivencia del Graf Spee” (Nº 6, octubre de 1967).
En las conversaciones que compartían durante las largas jornadas –de doce horas de trabajo– en la redacción de Clarín, Bayer solía mencionar lo que había sucedido en la lejana Santa Cruz en la década del 20: “Mi padre, que era técnico en telégrafos de la Siemens, fue destinado para trabajar en el Correo de Río Gallegos, en la época de las huelgas; y nos contaba siempre, cuando éramos chicos, lo que había ocurrido allí. El quedó muy impresionado…. Cuando yo tenía siete años, me contaba cómo el Ejército traía a latigazo, a lazazo limpio a los peones, para encerrarlos en la cárcel de Gallegos, que estaba a dos cuadras de donde vivían él y mi madre. Y a la noche, les pegaban unas palizas tremendas, y se oían los gritos. Todos esos detalles… Y la duda me quedó, porque mi mamá me daba otra versión; no quería problemas. Cuando mi padre se iba al trabajo, mi madre decía: ‘Bueno, pero no fue tan así. Me acuerdo cuando el jefe de policía nos decía que no saliésemos de la casa, porque los huelguistas venían a violar a las mujeres y a robar las casas’. Yo, que era un chico, me armé un lío bárbaro: ¿quién tenía razón? Y siempre me dio curiosidad por saber realmente lo que había sucedido. Eran dos versiones completamente diferentes. Yo escribí La Patagonia Rebelde para vencer un gran problema interno…. y al final lo resolví escribiendo los cuatro tomos de La Patagonia…(y) comprobé que mi padre no había mentido”.
Luna pensaba que el relato de su jefe y compañero era un buen tema para publicar en la revista, y un día le propuso que escribiera sobre él. A Bayer le gustó la idea, y le dijo: “Mirá, te voy a escribir las venganzas posteriores a la huelga, porque para la huelga me tengo que ir allá a Río Gallegos y pasar un tiempito. Y por eso el título fue Los vengadores de la Patagonia Trágica; porque iba a escribir sobre las venganzas posteriores”.
El título elegido por Bayer hacía referencia al libro publicado en 1928 por José María Borrero, La Patagonia Trágica, que trataba el tema de las huelgas patagónicas desde la peculiar visión de ese autor, un formidable polemista de espíritu aventurero y valores éticos adaptables a distintas situaciones. La segunda edición de la obra fue prologada por el ex juez de paz Ismael Viñas, padre del escritor David Viñas y uno de los protagonistas de esa historia.
Cuando el escritor regresó del exilio, en 1983, el hijo de Borrero lo llamó, “diciendo que me iba a iniciar un juicio por haber usado el nombre de la obra de su padre. El juicio lo hubiera ganado yo, porque si la hubiera titulado La Patagonia Trágica, sí me podía invalidar el libro; pero al decir Los vengadores de la Patagonia Trágica, es otro título. Pero bueno; me pareció muy pequeño lo de ese hombre, y le dije: ‘no se haga ningún problema’. Y como ya habíamos hecho la película La Patagonia Rebelde, le puse también ese título al libro, cuyas siguientes ediciones se publicaron bajo ese nombre”.
Es curioso cómo se encontraban allí, en la misma secuencia de tiempo y espacio, los familiares de personas que hoy ocupan un destacado lugar en el campo intelectual y en el de la política nacional: también vivía en Río Gallegos el abuelo del actual presidente de la Nación, Néstor Carlos Kirchner, de quien el matrimonio Bayer estaba profundamente distanciado: “Mi padre, a quien más odió en toda su vida, fue al abuelo de Kirchner. Don Kirchner venía de la Suiza alemana y se hizo amigo de mi padre, con quien se juntaban para hablar en alemán. De ahí venía la amistad. Una vez, el abuelo de Kirchner –que era usurero, prestaba dinero– le pidió 40.000 pesos prestados a mi padre, por un asunto de manejos de dinero que tenía que resolver. Mi padre se los prestó, y nunca se los devolvió… eran los ahorros de toda su vida.
Bueno, a partir de eso, siempre lo odió. Don Kirchner, en sociedad con un tal Cuiñas, tenía además un café con orquesta de señoritas; y las explotaban a las chicas, a los mozos, y todo eso…
Por ello, la Sociedad de Oficios Varios lo señaló varias veces como explotador… Y en el archivo judicial encuentro los volantes obreros denunciando a Cuiñas y Kirchner; dicen cada palabra impresionante… Y yo lo publiqué en el segundo tomo, acordándome de mi padre, y pensando: ‘cómo se va a sonreír en el cielo, con el escrache que le hicimos a éste…’” […]
Las notas escritas por Bayer salieron en los números 14 y 15 de Todo es Historia, de junio y julio de 1968, donde hizo un resumen muy apretado de los acontecimientos. Pero lejos de apaciguar su curiosidad con la publicación, ésta se amplió mucho más allá de los alcances iniciales del trabajo:
“…Y se me despertó la gran curiosidad de meterme con todo. Para averiguar, por ejemplo, la culpabilidad de Yrigoyen y el partido radical; la culpabilidad única del Ejército, o la culpabilidad de los estancieros, de quienes se decía que habían incitado a la represión… Además, quería saber qué eran los huelguistas, si eran ‘agitadores’, como se decía en la prensa oficial acá, o si eran realmente representantes obreros”.
La rueda que los arrastrarían a él y muchas personas más al éxito y al prestigio internacional, pero también al exilio y la amargura, había empezado a rodar.
Horacio Ricardo Silva