Fotografía: Nicolás Pousthomis para Agencia Tierra Viva.


La semana pasada, leímos entre las noticias de los principales diarios de Argentina que el intendente de la ciudad patagónica de Bariloche, Gustavo Gennuso, del partido Juntos Somos Río Negro (JSRN), había elevado un proyecto al Concejo Deliberante para la puesta en valor del Centro Cívico, que incluye el traslado del monumento de Julio Argentino Roca –ubicado en medio de dicho espacio público– hacia las inmediaciones. El proyecto contó con la aprobación de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación. Se argumenta que la idea de la iniciativa municipal es priorizar el sentido de pertenencia armonizando distintas expresiones. Se pretende integrar figuras históricas nacionales y locales junto a los pueblos originarios y las Madres de Plaza de Mayo. Una especie de síntesis ecléctica y salomónica que aspira a la reconciliación histórica y la concordia actual de la comunidad.

El impacto de la noticia generó enojo en un sector de la sociedad, y las reacciones no se hicieron esperar: desde una gobernadora del mismo color político que el intendente que se hizo la desentendida, hasta un bloque de diputados nacionales que denunciaba el proyecto, pasando por candidatos de centro a derecha que expresaban su rechazo, e incluso una movilización –que se realizó ayer, sábado 5 de agosto– de los Vecinos Autoconvocados por la Patria y Ciudad+Campo. Todo eso derivó con demasiada celeridad en una medida cautelar que prohíbe la reubicación de la estatua ecuestre de Roca, dictada por el juez Federico Corsiglia.

Pero lo que llama la atención es: ¿por qué semejante reacción a la posibilidad de mover un monumento histórico a pocos metros de distancia? Sucede que se trata de otro capítulo más de un conflicto que lleva tiempo. Quizá hacer un repaso de la construcción del monumento, y recapitular algunos antecedentes hasta llegar a la actualidad, pueda ayudarnos a entender mejor el asunto.

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Remontándonos hacia el pasado, el contexto político en que nace la idea de levantar este monumento es la presidencia del general Agustín P. Justo (1932-1938), el primer gobierno de la Concordancia (1932-1943), época recordada como la “Década Infame” debido a los atropellos de los conservadores y sus aliados contra la democracia (elecciones amañadas, proscripciones políticas, persecuciones y atentados contra opositores). Quien dirigía la Argentina, había llegado al poder mediante el fraude electoral, y tenía de vicepresidente a Julio Argentino Pascual Roca (hijo). Desde la mal llamada “Conquista al Desierto” (1878-1884) hasta aquel entonces, Argentina estaba dividida en catorce provincias autónomas y diez territorios nacionales. Entre estos últimos se encontraba Río Negro, territorio norpatagónico donde habrá de emplazarse el monumento, que por ley cumplía con las condiciones para su provincialización, pero que en los hechos todavía no se había concretado. Un amplio sector de la clase dirigente y dominante del país, creía que la historia nacional había perdido su rumbo durante los gobiernos radicales (1916-1930), especialmente con Yrigoyen; y asumía que la Concordancia estaba encauzando a la Argentina por la vieja senda abierta por el conservador Partido Autonomista Nacional (PAN) entre 1880 y 1916, cuyo líder y principal estadista había sido el general Julio Argentino Roca.

Con lo cual, este general del Ejército se volvía una referencia histórica importante para el gobierno de Justo. Por ello, ubicarlo dentro del panteón de próceres nacionales devendría una política de estado, una política orientada a la construcción de la memoria histórica de la nación argentina. Con esta idea y con aquel trazado territorial, la edificación del monumento se inscribiría en lo que podemos llamar un colonialismo interno tardío, marcado por un discurso que partía desde el estado nacional con el objetivo de imponer la versión de aquel gobierno en la memoria de los territorios. En suma, levantar un monumento en honor al pretendido prócer, al general Roca, era importante en vistas a tal objetivo.

Aunque podemos encontrar antecedentes en cuanto a intentos de homenajearlo, es con la Concordancia en el poder que esos intentos alcanzan una magnitud relevante. Tanto es así que durante el gobierno de Justo se crea un ente especial para rendirle culto: la Comisión Nacional Monumento al Teniente General Julio Argentino Roca (1935-1946). Esta comisión, presidida por Manuel Domeq García (militar nacido en Paraguay y sobreviviente de la guerra de la Triple Alianza, que hizo carrera en la Armada Argentina, donde conocería a Julio A. Roca y alcanzaría el grado de almirante; luego presidente de la Liga Patriótica Argentina y ministro de Marina del gobierno de Marcelo T. de Alvear), y que contaba con Agustín P. Justo como presidente honorario, crea más de 200 subcomisiones en todo el país. Con ellas realiza diversos tipos de actividades conmemorativas.

Entre todas estas, la que más nos interesa aquí es la subcomisión de Río Negro. Fue creada el mismo año que la comisión nacional, y estuvo presidida por el Dr. Oscar V. J. Berlingeri. El objetivo que dio origen a la Comisión era construir un monumento en honor a Roca en la capital porteña, pero terminará participando en la erección de otros cuatro: Choele Choel, San Carlos de Bariloche y Río Gallegos, en la Patagonia (el escenario de la “Conquista del Desierto”); y también San Miguel de Tucumán, en el Norte (recuérdese que Roca era tucumano). En el marco de la comisión, además, se escribieron en total más de veinte libros, entre los cuales se destaca una bibliografía inconclusa escrita por Leopoldo Lugones (mientras trabajaba en ella, terminará con su vida, hacia 1939). Asimismo, entre los trabajos de la Comisión podemos encontrar estudios topográficos de la Patagonia y compilaciones de documentación de las expediciones militares. Para darle más relevancia pública, la Comisión se encargó de hacer gestiones para imponer el nombre del prócer a calles y escuelas. Incluso entregó plaquetas y bustos conmemorativos. Para cerrar esta breve descripción, y a modo de parámetro, solo en 1939 se llevaron a cabo más de setenta homenajes a lo largo y ancho del país.

Toda esta labor, ¿qué narrativa intentaba construir? Por un lado, estaba el interés del propio Justo, que, sintiéndose reflejado en la figura de Roca como político y militar (ambos generales del Ejército, ambos presidentes de la República), creía que exaltando la imagen de su predecesor exaltaba la suya. No por nada eligió al hijo de Roca como vicepresidente. Pero, sobre todo, la narrativa que termina imponiéndose podríamos resumirla en dos puntos: 1) la idea del general Roca como héroe patrio y constructor definitivo del estado nacional, que proporcionó la prosperidad agraria y la estabilidad política que Argentina necesitaba para meterse de lleno en el proceso de modernización; y 2) la representación de la “Conquista al Desierto” como gesta civilizadora, que incorporó tierras productivas a la nación y colonizó una Patagonia “despoblada” y “atrasada”.

Esta trama formará parte de la historia oficial y gozará de un consenso prolongado en la memoria nacional, hasta la década del 90, cuando empieza a debilitarse. Antes de esto, difícilmente se puedan encontrar, desde el estado, discursos de amplio apoyo que contradigan esa visión. Primó una política de no cuestionamiento, de réplicas conmemorativas. Con mayor o menor grado de intensidad, la narrativa creada por la Comisión fue perpetuada por los sucesivos gobiernos. Lo concluyente aquí es que esto nos habla de su potencia pedagógica.

Sin embargo, con el tiempo, las respuestas a esta narrativa vendrán desde abajo. El fin de la dictadura del Proceso (1976-1983) condujo a discutir la violencia estatal, y con ello comenzó a revelarse que la Patagonia había vivido un genocidio. A la idea hegemónica de la “Campaña al Desierto” como gesta nacional, como hito civilizatorio, se le empieza a filtrar la sangre de los pueblos originarios. Paralelo a ello, la vuelta a la democracia también trajo la recuperación del espacio público como escenario de disputa política, y con ella, la organización y movilización de indígenas, luego de que individualmente emprendieran experiencias militantes en sindicatos o partidos. Añádase que la Argentina comienza a suscribir legislación internacional con el objeto de regular las relaciones entre el estado y las comunidades originarias. Van así emergiendo, desde la posdictadura, distintos movimientos y organizaciones indígenas. Sin embargo, pronto entenderán que los mecanismos legales no son conducentes para sus reclamos. Así es que empezarán a utilizar la vía pública y la acción directa para demandar mejores condiciones de vida y/o el respeto a la diversidad cultural. También por entonces aparecerán las tomas de tierras como método de lucha.

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Volviendo al contexto del gobierno de la Concordancia, un hijo de los más altos estratos del país, Exequiel Bustillo, fue nombrado presidente de Parques Nacionales de Argentina, ocupando el cargo durante diez años (1934-1944). Proyectaba en el parque nacional Nahuel Huapi, al pie de la cordillera de los Andes, con el lago y su entorno boscoso, una zona turística que se asemeje a Europa, algo así como una Suiza en Argentina, y así continuar el legado del general Roca y su “Campaña al Desierto”. Alejandro Bustillo, hermano del funcionario, se encargó de la construcción del lujoso hotel Llao Llao y la catedral de Bariloche. Pero fue Ernesto de Estrada quien diseño el Centro Cívico, aunque en el diseño original, no se encontraba el monumento al conquistador.

Fue el propio Bustillo quien, compartiendo la trama roquista, unió los cabos. Como no disponía del financiamiento para la construcción del Centro Cívico, se comunicó con el vicepresidente Roca y le propuso la erección de un monumento en homenaje a su difunto padre. Así se unieron la trama roquista del estado nacional y el propósito de Bustillo. El resultado: un monumento a Roca en el Centro Cívico de Bariloche. En 1940 se inaugura el Centro Cívico y se reinaugura el hotel Llao Llao, luego de haberse incendiado en 1939. Pero la estatua ecuestre de Roca se inauguró el 14 de enero de 1941. El escultor fue Emilio Jacinto Sarguinet y el diseño del pedestal lo hizo el Bustillo artista. El conjunto fue declarado monumento histórico nacional en 1987. Es interesante notar que el Roca de carne y hueso nunca llegó hasta allí. Sí lo hicieron sus órdenes, a través del coronel Villegas. Roca tenía 36 años cuando llegó con su campaña hasta la isla de Choele Choel, en el Valle Medio del Río Negro (unos 700 kilómetros al este de Bariloche). Pero el de la estatua luce mas viejo y cansado, similar al Gaucho Rasero del barrio porteño de Mataderos, la otra obra importante del escultor.

Pero un monumento no es algo inerte. Es arte reflejando memoria, un signo del pasado en la urbanidad. Y cuando lo que expresa recuerda un genocidio, más tarde o temprano habrá una respuesta. Decimos genocidio porque las pruebas son claras y contundentes: la “Conquista al Desierto” no sólo significó una gran matanza de indígenas durante la campaña, sino que incluso, posteriormente, los originarios fueron concentrados para ser repartidos entre las grandes familias de la élite nacional. Quienes no eran fusilados durante su concentración o traslado, eran enviados a realizar trabajos forzados, sin discriminar sexo o edad. Todo en nombre de “los derechos de la civilización”, fundamentados en las ideas del darwinismo social. Como consecuencia, se disuelven familias y comunidades, y con ellas su cultura. En espejo, se construía la idea de la “extinción de los indios” como resultado de un proceso natural y, por tanto, aun se dice que Argentina es el resultado de un “crisol de razas”, un país “blanco” donde se fusionaron criollos e inmigrantes europeos. Todo esto con un agravante: las tierras obtenidas durante la campaña, expropiadas a las comunidades, sirvieron para la consolidación de la Argentina latifundista, que solo benefició a unas pocas familias de la élite. Entre todo, así se niega la existencia y preexistencia indígenas, y las consecuencias de la “Conquista al Desierto”.

Sin duda, todo esto habría de tener enormes efectos en la ciudad de Bariloche. Entre ellos, el contraste entre el sueño europeizante de la “Suiza argentina” y la población de ascendencia originaria, condenada a la marginalidad. El monumento simboliza el legado de Roca y el sueño de Bustillo, pero desconoce el pasado de las comunidades indígenas y los actos del estado nacional contra ellas. A mediados de los noventa, todo aquello que se ocultaba o silenciaba encontró una reivindicación, por medio de una acción iconoclasta contra la escultura del general Roca en Bariloche.

Recordemos los eventos. En 1996, se organizó en el Centro Cívico un Recital de Resistencia Heavy-Punk, a modo de protesta contra el “Día de la Raza”, donde participaron jóvenes mapuches. Para el evento, se cubrió la estatua ecuestre con un manto negro con manchas rojas, siendo esta, quizá, su primera intervención. En el polo apuesto, apareció un grupo de vecinos molestos que reivindicaba la figura de Roca. La disputa comenzó ahí.

Al año siguiente, las repercusiones llevaron a que se juntaran firmas para la remoción de la estatua, pero las autoridades se negaron. A partir de entonces, podemos encontrar recurrentes actos de intervención sobre la escultura, que es una y otra vez restaurada por las autoridades locales. Uno de los más destacados fue el Kultrunazo, en la Semana de las Libertades, organizado en los años 2008 y 2009, entre el 5 y 11 de octubre (semana previa a la efeméride del 12 de octubre, en que se conmemora la llegada de Colón a nuestro continente). Allí se vestía la estatua del general con la forma del kultrum y se realizaban recitales de rock, punk y hip hop. Estos son algunos antecedentes, y podríamos seguir nombrado muchísimas más, no solo mapuches, sino también de movimientos o sectores vinculados a los derechos humanos, como Madres de Plaza de Mayo, partidos de izquierda y sindicatos.

Pero lo importante es notar que la plaza del Centro Cívico, pensada como postal turística, se convirtió en un punto de reunión para las luchas sociales. La imagen de la Bariloche «europea» contrasta con su zona norte marginada, que se visibiliza manifestándose en el corazón de la ciudad. Y así, las acciones iconoclastas sobre el monumento se volvieron recurrentes: intervenciones con pintura o aerosol, piedrazos, intentos de derribo, etcétera. Con otros monumentos asociados a Roca y su campaña, sucedió algo similar. Por ejemplo, en Choele Choel, hacia noviembre de 2017, se arrojó un baldazo de pintura sintética de color rojo –20 litros aprox.– sobre la figura indígena del Monumento a los Expedicionarios al Desierto (construcción faraónica de 30 metros de altura), en clara alusión a la sangre derramada por Roca y sus soldados, a pocos días del asesinato por la espalda del joven mapuche Rafael Nahuel a manos de las fuerzas represivas del estado.

Pero el episodio más interesante para pensar nuestro caso quizá sea el que tiene como referente a Osvaldo Bayer. Desde 1997, en el Microcentro de Buenos Aires, el reconocido periodista y escritor comenzó a organizar clases públicas frente al enorme monumento ecuestre del Gral. Roca ubicado en la avenida que lleva su nombre (popularmente conocida como Diagonal Sur), luego de la ronda de los jueves de Madres de Plaza de Mayo. El objetivo era bajar a Roca del pedestal de prócer nacional, revisando su impacto en la historia argentina, sobre todo en su época de campaña. El accionar del movimiento derivó en la redacción de un proyecto de ley para la remoción de la estatua, con la idea de instalar allí un Monumento a la Mujer Originaria. En el proceso, se irán sumando más participantes, entre ellos el GAC (Grupo de Arte Callejero) y el historiador Marcelo Valko. El primero actuará en intervenciones a monumentos de Roca, mientras que el segundo publicará el libro Desmonumentar a Roca (2013). La querella contra Roca, además de encontrar a Bayer en los medios de comunicación defendiendo su postura, lo llevará a dar charlas en varias localidades del interior. El eco de estas acciones comenzó a debilitar el consenso creado por la memoria roquista en todo el país, manifestándose, por ejemplo, en pedidos de modificación de la toponimia urbana, solicitudes de remoción de placas conmemorativas al centenario de la «Conquista al Desierto» (desde Posadas a San Martín de los Andes) e intervenciones callejeras en bustos y estatuas de Roca (desde Tucumán a Río Gallegos). Incluso, más hacia el centro de la Norpatagonia, un sector importante de la población de la ciudad de General Roca dejará de nombrarla así para comenzar a llamarla Fiske Menuco (denominación utilizada por las comunidades originarias para referirse a la región antes de la conquista).

Pero volviendo al asunto de la destrucción o intervención de monumentos históricos, hay que tener algo muy en claro: existe una enorme diferencia, entre lo que es romper por romper una obra de arte, y atacarla para impugnar su significado. Aquí radica la diferencia entre el mero vandalismo y la iconoclasia como acto político de protesta o rebelión.

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Las batallas culturales por los monumentos históricos no son algo excluyente de Argentina, para nada. Hace poco, por ejemplo, hubo una ola de iconoclastia en el Sur de Estados Unidos contra los monumentos confederados, considerados símbolos racistas por los activistas del Black Lives Matter. Simultáneamente, en Europa, Sudáfrica, Canadá y otros países anglosajones hubo intervenciones y derribos de estatuas asociadas al colonialismo y la esclavitud. Sin ir tan lejos, en Chile, durante el gran estallido popular que tuvo en jaque al gobierno de Piñera, comuneros mapuches y militantes de izquierda protagonizaron numerosas acciones iconoclastas en todo el país contra los monumentos que glorificaban la conquista española y la llamada “Pacificación de la Araucanía”.

Pero volvamos a la estatua ecuestre del general Roca en Bariloche. Algo de todo lo que rodea a este monumento puede develarse al indagar su pasado. Vimos que hay un sector identificado con lo que representa, frente a otro que lo siente como una provocación. Dos políticas de la memoria antagónicas, que se disputan el sentido de la historia.

Pero no podemos dejar fuera de este análisis al conflicto más importante de la actualidad en la región: la lucha entre la propiedad ancestral y la propiedad privada, que enfrenta a las comunidades originarias con los terratenientes y las empresas extractivistas. Hace tiempo que Norpatagonia es un hervidero, con momentos de mayor tensión que otros, como los conflictos por la tierra en la zona del lago Mascardi y el asesinato de Rafael Nahuel, entre tantas represiones contra el pueblo mapuche. Este enfrentamiento es otro parteaguas, en donde la defensa o el rechazo del monumento a Roca están imbricados. Las posiciones frente a ambas cuestiones –el monumento y la tierra– no están disociadas. Van de la mano en la disputa política. Las respuestas a la coyuntura son rápidas, muy dinámicas. Pero no novedosas, pues ambas vienen desarrollándose desde hace tiempo.

Pronto habrá elecciones en Bariloche. El intendente saliente quiere dejar en su lugar alguien que garantice la continuidad. Quizá vea en su proyecto un intento de situarse hacia el centro del abanico político. Para el sector ubicado a la derecha, que el monumento siga en su lugar pareciera asegurar o simbolizar la vigencia del status quo. Cada ataque contra él es interpretado como una ofensa a la patria. En cambio, los sectores ubicados hacia la izquierda, seguirán interviniendo el monumento mientras se encuentre allí. Moverlo a un lugar cercano no garantiza que eso deje de suceder. Las acciones iconoclastas solo cesarán si el monumento es destruido o guardado, o trasladado muy lejos. En este contexto, buscar una convivencia armónica entre el recuerdo de Roca, los pueblos originarios y las Madres de Plaza de Mayo en el Centro Cívico, parece algo muy difícil, hasta contradictorio. Tanto como las tentativas del oficialismo de encontrar un término medio o centro ideológico en este histórico conflicto.

Rodrigo Rabitti