Ilustración: «Registro de un sueño», de Martín Marroncle, en la obra inédita Regiones Sincrónicas, Part 0, 2022-23. Microfibras sobre papel, 25x35cm



Cuando Pedro salió a su ventana
no sabía, mi amor
no sabía
que la luz de esa clara mañana
era luz de su último día.
Y las causas lo fueron cercando
cotidianas, invisibles
Y el azar se le iba enredando
Poderoso, invencible.
Silvio Rodríguez*


En general sabemos, o podemos adivinar, que vivir es de alguna manera lo opuesto de la muerte. La muerte se encuentra ahí, a la espera de lo inevitable, como una certeza que iguala toda condición social, toda diferencia que hayamos construido a lo largo de la vida. Transitamos nuestra existencia navegando las aguas de la incertidumbre. Pero de una sola cosa tenemos certeza: algún día, vamos a morir. Y no sabemos si será dentro de cinco minutos, mañana, o dentro de veinte años. Tenemos consciencia de finitud. Sin embargo, en las últimas décadas, poco a poco se ha ido instalando una idea de la que no somos del todo conscientes: la vida y la muerte virtuales, o más bien la promesa de vida eterna a través de las redes sociales y los distintos servicios ofrecidos por internet.


Hasta que la muerte nos prepare

¡Ay muerte! ¡Muerta seas, bien muerta y malandante!
¡Mataste a la mi vieja! ¡Matases a mí antes!
¡Enemiga del mundo, no tienes semejante!
De tu amarga memoria no hay quien no se espante.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita

Ya se va para los cielos, ese querido angelito
a rogar por sus abuelos, por sus padres y hermanitos
cuando se muere la carne el alma busca su sitio,
adentro de una amapola o dentro de un pajarito.
Recopilación de Violeta Parra


A lo largo de la historia de la humanidad, desde el paleolítico en adelante y sin detenernos, los seres humanos hemos lidiado con la muerte de las formas más diversas. Así como hemos creado diferentes culturas que generan diferentes reglas sobre cómo vivir e interpretar el mundo, todas esas culturas fueron acuñando rituales y formas diversas de comprender y enfrentar la muerte. Sin ir más lejos, se puede enumerar distintas maneras de nombrarla, que la personifican y, a veces, hasta la caricaturizan: la tiznada, la calavera, la democrática, la fría, la trompada, la dama delgada, la parca, la patrona, Doña Osamenta, la huesuda, la liberadora, la cierta, la igualadora, la calaca, la hedionda, la calva, la jodida, la flaca, la tiesa, la liberadora, la justiciera, la hora de la hora, la que no pregunta, la veleidosa, la cruel, la muda, la ineludible, la corriente, etc. Y estos, sólo son algunos ejemplos en español.

De la misma manera, creamos canciones para la muerte, poemas, libros, disciplinas científicas para estudiarla, como la medicina forense y la tanatología. De igual modo, hemos construido rituales hasta el punto en que no existe sociedad en el mundo que carezca de una ceremonia para la muerte. Y ello es así porque, a pesar de la diversidad, todas las sociedades hemos aprendido que necesitamos procesar la muerte, de una u otra forma: hacer el duelo. Para poder seguir viviendo, necesitamos comprender que una persona murió. Sabemos también que lleva tiempo, pero que es necesario. Más allá de la corriente a la que pertenezca, la psicología ha llamado duelo patológico a la dificultad extrema para procesar la muerte de un ser querido. De hecho, existe cierto consenso en la importancia de aceptar la propia muerte cuando tenemos la certeza de que vamos a morir. La forma en que pasamos nuestros últimos días, son considerados de suma importancia dentro de los estudios de cuidados paliativos cuando enfermamos de forma terminal.

Aun así, en las últimas décadas hemos ido pasando de la sensata aceptación de la muerte a su demencial negación absoluta. Porque si bien una parte de la vida consiste en un como si fuésemos a vivir para siempre, hay una delgada línea entre hacer como que algo no existe y negarlo totalmente, aun ante la poderosa evidencia: la muerte misma. Hemos pasado, poco a poco, de los velorios de tres días y dentro de las casas (por ejemplo, en la tradición católica), a un breve adiós de unas cuantas horas en una sala velatoria que apenas podemos pagar. Ustedes podrán escoger los ejemplos que correspondan a sus propios orígenes. Pero pondremos uno centrado en el archipiélago de Chiloé, de los pagos del Kalewche1, región donde la conquista española y la Iglesia calaron muy hondo.

Al menos hasta la década del 90, era habitual que en las zonas rurales se velara a las personas durante lo que se nombraba como “tres días y tres noches”. Luego de eso, “el finado” era enterrado en el cementerio. También era común que, luego del enterramiento, se realizara “el novenario”, que consistía en “nueve días y nueve” noches rezando y comiendo. Esto implicaba todo un despliegue organizativo que integraba la muerte dentro del proyecto de vida, de forma muy concreta. Las casas, siempre de madera, eran construidas con un amplio comedor que sólo se utilizaba en ocasiones especiales: nacimientos, festividades y muertes. Para los hombres era sinónimo de paso de la mocedad a la vida adulta, y símbolo de independencia, el tener comprada la madera para su ataúd, que se solía guardar en el altillo. La madera permanecía allí, a veces durante más de medio siglo, hasta que era utilizada.

Asimismo, el sincrético despliegue alrededor de la muerte, con base en costumbres provenientes de la cultura mapuche y las imposiciones de la Iglesia católica, traía consigo todo un desafío de cooperación social. Se mataba una vaquilla para la gente que iba a trabajar y concurrir al novenario, ocupando el amplio comedor de madera. Había gente designada para cocinar, cortar leña, limpiar, servir las mesas, y más antiguamente se contaba con servicio de lloronas y cantoras. Había gente para rezar y gente para trabajar. Cabe aclarar que de estos trabajos estaban excluidos “los dolientes”, es decir las personas que habían sufrido la pérdida del ser querido. En muchos casos, dada la gran mortalidad infantil, se trataba de la muerte de “un angelito” (que es como se llamaba a los bebés que morían). En muchos casos, cuando se trataba de una pérdida muy importante y existían los medios necesarios, se realizaba un novenario anual. Es decir, se trataba de una sociedad que, aunque lejos de ser equitativa, tenía sus mecanismos para procesar la muerte y seguir viviendo sin negarla.

No ahondaremos, por ahora, en los procesos históricos que hicieron que estas costumbres fuesen desapareciendo, hasta ser reemplazadas por las típicas salas con prestaciones de veinticuatro horas, como en casi todos los lugares del mundo, adaptando su estructura a las diferencias culturales y el poder adquisitivo.


Pero, ¿qué podemos decir sobre la vida y la muerte virtuales?

Con la amplia difusión de internet, comenzaron a surgir preguntas a partir de la posibilidad de acceder a la “muerte virtual”, pensada casi como un derecho. Pero, ¿qué es la muerte virtual? La muerte virtual es una metáfora que implica, entre otras cosas, la posibilidad de desaparecer de internet una vez fallecidos/as, o en algunos casos, antes de fallecer. “Morir en vida,” cibernéticamente hablando, es prácticamente inaccesible para la clase trabajadora. Es decir, implica casi una pérdida de ciudadanía. Independientemente de tener o no redes sociales, nuestros datos se encuentran de una forma u otra en alguna parte de la web, a través de datos básicos: nacimiento, datos de registro civil, seguridad social, datos provistos por empleadores, etc. Dicho de otra manera, que nuestros datos no estén cargados en internet puede implicar la amputación de numerosos derechos, como lo es el derecho a tener un acta de nacimiento, documento nacional de identidad, un pasaporte, etc.; sin mencionar numerosos trámites que nos atraviesan, como los relacionados con tener un empleo, lo deseemos o no.

De la mano de esa «huella digital» que van generando nuestros datos en internet, y en el marco de la difusión de las llamadas nuevas tecnologías de comunicación, fue creciendo la idea de seguir viviendo en un más allá cibernético. En concreto, existe la posibilidad de que, luego de nuestra muerte, nuestras redes sociales sigan activas, y que nuestros seres queridos puedan seguir interactuando con los seres que han fallecido, como si la muerte no hubiese ocurrido jamás. De hecho, entre esas abrumadoras posibilidades que, como mínimo, nos pueden dar repelús, existen posibilidades intermedias. Un ejemplo de ello fue el de los denominados velatorios digitales desplegados en 2020.2 Tal es así, que tuvimos ejemplos cercanos de personas que «asistieron» a funerales por WhatsApp, Facebook, GoogleMeet, Zoom, etc. Pero la cosa no terminó allí. Por supuesto que aparecieron servicios en línea3 –algunos pagos y otros gratuitos– que permitían hacer llegar condolencias, fotos recordatorias, obituarios, etc.; todo a través de internet y sin movernos de nuestras casas.

Pero más allá del contingente año 2020, lo cierto es que esos velorios virtuales ya se han instalado como tendencia. Por ejemplo, la empresa WFN ofrece sus servicios en el inicio de su página web, bajo el siguiente lema: “Velatorio virtual: si aún no lo ofreces, te estás quedando atrás”. Y nos alienta: “Te contamos cómo puedes organizar un velorio virtual, las plataformas y herramientas más prácticas y algunos casos de éxito que te inspirarán para que tu funeraria aproveche todas las ventajas de este nuevo servicio”4. Una vez que ingresamos al sitio, nos encontramos con un amplio índice orientativo que ofrece información que va desde la definición de velorio virtual y cuáles son sus ventajas, hasta cómo organizarlo desde una página web o nuestras redes sociales, o por streaming; pasando, por si fuera poco, por ejemplos de velatorios virtuales en distintos países.

Como vemos, hasta aquí, más allá de las características alienantes de la oferta (dado el necesario contacto corporal-emocional que necesitamos compartir a la hora de la muerte, entendida como pérdida), las empresas se vienen adecuando a nuestra necesidad de ritualizar la muerte, aunque más no sea de forma express.

Sin embargo, estos rituales vía web son serviciales a un capitalismo que ha llegado al punto de impedirnos detenernos el tiempo que sea necesario, aunque sea por una vez, ante la muerte. De hecho, usted podrá despedir a su ser amado desde la fábrica, desde el escritorio, desde donde sea que usted trabaje. Usted puede condolerse todo lo que desee, mientras produzca. Las preguntas que dejamos para el debate son reales, no virtuales ni retóricas: ¿qué tan saludable es esto para nuestra salud mental? ¿Cómo nos afecta esto como seres sociales?

Con estas reflexiones no pretendemos negar que, desde siempre, hemos tenido formas de mantener «presentes», de una manera u otra, a nuestros muertos. Sin embargo, el problema de la virtualidad es su capacidad, justamente, para hacer que confundamos realidad con virtualidad. De allí que la definición de realidad virtual sea un oxímoron5 en sí mismo: el diccionario de Oxford define a la realidad virtual como el “conjunto de técnicas informáticas que permiten crear imágenes y espacios similares en los que una persona tiene la sensación de estar y poder desenvolverse dentro de ellos”6. La palabra clave es simulación. Ya no hablamos de la posibilidad de aceptar la muerte a través de mediaciones: monumentos, rituales, panegíricos, días de los muertos, visitas a cementerios. Estamos ante la posibilidad de simular que las personas que murieron siguen vivas en la pantalla de nuestro ordenador, o en una representación en tres dimensiones (3D). El problema no es la posibilidad en sí misma –que, por otra parte, para quienes hemos perdido a seres muy amados resulta, cuando menos, tentadora–. El problema radica en que la simulación de la realidad nos impide realizar un duelo que nos permita vivir, lo que quede por vivir, de maneras más saludables.

En enero de 2021, un sitio web llamado Xataka (entre otros) anunciaba que Microsoft había patentado un sistema de chat virtual que nos permitiría hablar con personas fallecidas. Con este sencillo acto, la empresa no sólo ofrecía la posibilidad de «hablar» con personas fallecidas, sino que la catapultaba al rango de propiedad privada. Y dentro del «servicio», se encontraba la promesa de “usar contenido consistente en imágenes, grabaciones de voz, publicaciones en redes sociales, y mensajes de correo electrónico, para crear esa especie de avatar para poder chatear. Incluso podrás ver a esa persona en 2D o 3D”7. Sin embargo, unos días después, CNN comunicaba que la empresa en cuestión había dado marcha atrás en su iniciativa, por considerarla una posibilidad “perturbadora”. Por supuesto, nada se dijo acerca de la patente.8

No obstante, a partir de ese momento, comenzaron a proliferar distintas «ofertas» que nos acercan a la concreción de la oportunidad de «hablar con los muertos» mediante inteligencia artificial. Ejemplo de ello es Rememory, una plataforma desarrollada por DeepBrain AI, empresa surcoreana que nos invita a vivir la experiencia presentándose como “los creadores del más allá. (…) La herramienta ofrece dos opciones a los interesados: recibir un mensaje grabado por parte de la persona que ya no está, o mantener una conversación con la misma en tiempo real. Para llevar a cabo el encuentro, el cliente tiene que acudir a una sala especial acondicionada con una pantalla de 400 pulgadas y aparatos de sonido de alta calidad, con el objetivo de que la charla sea lo más real posible. Asimismo, las personas pueden regresar al lugar posteriormente para sostener más pláticas con su ser querido”9. Lo más inquietante, es que la aplicación recibió un premio en la categoría Realidad Virtual y Aumentada en los Innovation Awards 2023, realizados en Las Vegas en enero de 2023.


El problema

El problema de la simulación en la llamada realidad virtual es que nos entrena constantemente, no para enfrentar las causas de las frustraciones y fracasos inherentes a la aventura humana, sino para evadirlos como si jamás hubieran ocurrido. Ese como si es el camino directo a la permanencia en la negación, la imposibilidad del duelo. Si nos convertimos en personas incapaces de convivir con la frustración, de la cual en gran parte está compuesta la aventura humana de forma intrínseca, el mercado nos ofrece la incitación a un perenne hedonismo: ¿por qué convivir con una realidad que no nos gusta, si requiere menos esfuerzo hacer como si no estuviese sucediendo? Es, en suma, una tentadora invitación a la parálisis social.

La forma en que morimos es importante, así como lo es la forma en que vivimos. De allí, en parte, la relevancia de los sitios de la memoria emplazados a lo largo de todo el mundo, recordando a las personas que han muerto producto de guerras, dictaduras, gobiernos totalitarios, desastres ecológicos, etc. De hecho, cuando nuestros seres queridos completan los rituales mortuorios de la forma que consideremos adecuada a nuestra tradición cultural, decimos que la persona fallecida “descansa en paz.” Porque descansamos en paz, porque eso nos proporciona cierta tranquilidad a pesar del dolor.

A los empresarios de la inmortalidad que acampan en el Sillicon Valley, a esos eternos niños malcriados que sabrán de tecnología, pero que nada saben de buen vivir ni de filosofía, hay que recordarles lo que hace ya veinte años escribiera con prestancia Terry Eagleton:

“Reconociendo que nuestras vidas son provisionales, podemos aflojar nuestra neurótica presa sobre ellas y por tanto saborearlas mucho más. Abrazar la muerte es en este sentido lo contrario de quedar morbosamente prendado de ella. Además, si pudiéramos de verdad tener en mente la muerte, casi con total seguridad nos comportaríamos de forma más virtuosa de lo que lo hacemos. Si viviéramos siempre al borde de la muerte, seguramente nos sería más fácil perdonar a nuestros enemigos, reparar nuestras relaciones, abandonar por indigno el problema de nuestra última campaña para comprar el barrio entero de Bayswater y desalojar a todos sus habitantes. Es en parte la ilusión de que viviremos para siempre lo que nos impide hacer estas cosas. La inmortalidad y la inmoralidad están estrechamente unidas”10.

A contrapelo de las tendencias actuales, aquí proponemos habitar nuestra consciencia de finitud individual y colectiva. Habitar los rituales necesarios para atravesar el duelo, sin negarlo. En definitiva, evitar los duelos patológicos sociales. Porque más allá de todas las promesas que nos puedan ofrecer las empresas creadoras de tecnología, la muerte sigue siendo eso: inevitable.

Lorena Vargas Ampuero
Paraje rural El Pedregoso
Cordillera chubutana


NOTAS

* Puede escucharse la canción aquí: https://www.youtube.com/watch?v=LjmYkh98Crw.
1 Elegimos este ejemplo por conocerlo de primera mano. De forma autobiográfica.
2 Ejemplos de estas prácticas se pueden leer en Carolina Rodríguez Cioffi, “El yo virtual y la muerte”, UNLP, 2020, disponible en http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/115357/Tesis.pdf-PDFA.pdf?sequence=7&isAllowed=y.
3 Un ejemplo de estas empresas es Eternify: “Ofrecemos a las familias un espacio online adecuado para recibir los pésames y rendir un homenaje al difunto. En lugar de recibir esas condolencias por WhatsApp, las reunimos en nuestra plataforma, y allí tiene un lugar único, que al finalizar los tres días que mantenemos abierto el velatorio virtual, se recopila la información y se le envía todo vía PDF a la persona que abrió el libro. De esta manera, la familia tendrá ese recuerdo para siempre”, explica Francisco Guerrero, CEO de Eternify. Véase “El yo virtual y la muerte”, art. cit.
4 https://news.wfuneralnet.com/es/velatorio-virtual.
5 Llamamos oxímoron a una figura retórica que consiste en complementar una palabra con otra de un significado contradictorio y opuesto. Ejemplos: pelado con trenzas, tensa calma, luz oscura, capitalismo serio, etc.
6 Para más definiciones, consúltese el Oxford Languages and Google en español, disponible aquí: https://languages.oup.com/google-dictionary-es. Usamos este diccionario porque es el utilizado por Google para dar sus definiciones. Es decir, tratándose del navegador más popular, instalado por defecto en nuestras computadoras, quisimos discutir con los conceptos y nociones que dicha empresa ofrece al público en general.
7 Véase https://www.xataka.com/robotica-e-ia/microsoft-patenta-chatbot-que-permitira-hablar-personas-que-han-muerto#:~:text=La%20empresa%20ha%20registrado%20una,con%20el%20que%20poder%20chatear.
8 Consúltese https://cnnespanol.cnn.com/video/muertos-tecnologia-chatbot-microsoft-inteligencia-artificial-guillermo-arduino-clix-cnne/?fbclid=IwAR3kGa8UUUb9zHbqn-BuziWGSrJbOpXMmS8AcX1pL299cyHYAgFwmTJz5U0.
9 Véase https://www.entrepreneur.com/es/tecnologia/rememory-la-plataforma-que-te-permite-hablar-con/442309.
10 Terry Eagleton, Después de la teoría, Bs. As., Debate, 2005 (2003).