Ilustración: LOOKSfilm
La sucesión de elecciones en los Länder (estados) orientales de Turingia, Sajonia y Brandemburgo, en la República Federal de Alemania, ha arrojado resultados tan interesantes como ambiguos. Si los mismos anticipan cierta tendencia para los comicios federales del año próximo, es prematuro para saberlo. Pero los resultados de este año ameritan que se les preste atención.
Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), la fuerza de ultraderecha, ha tenido en general muy buenas performances, aunque al final sólo consiguió imponerse en Turingia (con el 32% de los votos). El alguna vez socialdemócrata SPD (devenido cada vez más socio-neoliberal) triunfó en Brandemburgo. La democristiana CDU se impuso en Sajonia. Die Linke, una coalición ubicada a la izquierda del SPD y que desde su creación se propuso ser una suerte de socialdemocracia «en serio» (como ya no lo era el SPD), se ha desplomado, al igual que los Verdes, e incluso los demócratas libres (liberales). En contraste, la emergente fuerza encabezada por la diputada Sahra Wagenknecht (la Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia, BSW por sus siglas en alemán) ha tenido en general buenos resultados, ubicándose en tercer lugar en los tres Länder y superando en todos ellos el 11% de los votos: en dos con cierta holgura, alcanzando casi el 16% en Turingia. La BSW, recién creada tras su escisión de Die Linke, se presentó así por vez primera a la competencia electoral, cosechando un buen número de votos.
Hace dos semanas, publicamos un extenso dossier sobre Alemania, con motivo de los comicios estaduales en Sajonia y Turingia. Pueden leerlo aquí.
Aunque es indudable que la BSW le sustrajo muchos votos a Die Link, superándola en los tres distritos, en dos de ellos por varios cuerpos (lo que ha dado lugar a lamentos y reproches por «divisionismo»), también es cierto que Die Link nunca obtuvo resultados electorales tan halagüeños, ni siquiera cuando estaba en la cresta de su ola. Cálculos muy simples de aritmética demuestran que la BSW cosechó numerosos votos fuera del electorado clásico de Die Link. Mientras que las fuerzas tradicionales de la «izquierda» (una izquierda muy moderada y en absoluto revolucionaria, ni siquiera en la imaginación) mantuvieron a duras penas su caudal electoral (tal el caso del mayoritario SPD), o se desplomaron de manera abrupta (como los Verdes o Die Linke), la agrupación de Wagenknecht ha tenido una performance exitosa. Desde el punto de vista de la táctica electoral, sin ninguna duda, lo suyo ha sido todo un acierto.
Sin embargo, y aunque puede haber mucho de táctica, el hecho de que creara una nueva fuerza política puede estar hablando de cambios más profundos. Sahra Wagenknecht parte de un diagnóstico que incluye tendencias de más largo plazo. Ese diagnóstico no es original y ha sido formulado de muchas maneras en diferentes sitios. Consiste en lo siguiente: las fuerzas progresistas, las «izquierdas» en su sentido más lato, han tendido a asimilarse en las últimas décadas con las clases medias profesionales, asumiendo sin demasiadas críticas sus valores, prejuicios, visiones y expectativas. Lo han hecho, además, a la par que renunciaban a todo desafío serio al capitalismo. El énfasis se colocó en las demandas de reconocimiento antes que en las de redistribución; se priorizó la defensa de minorías antes que la organización de mayorías; se otorgó más importancia a la cultura que a la economía; la «raza» y el género desplazaron a la clase a la hora de pensar las divisiones sociales fundamentales. Todo esto ha generado un campo propicio para que fuerzas de derecha e incluso de ultraderecha pudieran interlocutar con importantes sectores de trabajadores y de población pobre, obteniendo en no pocas ocasiones su apoyo electoral. El extraño fenómeno de CEOs, ejecutivos y accionistas que gustan considerarse de «izquierda» y votan a fuerzas «progresistas» va de la mano con la existencia de importantes bolsones de trabajadores con «sensibilidad conservadora» que votan a la «derecha». No se trata de un fenómeno uniforme ni mucho menos universal, pero se registra en mayor o menor medida en países tan distintos como EE.UU., España, Argentina y Alemania.
El nuevo partido de Wagenknecht es precisamente una respuesta a esta situación. Toma clara distancia de la dominante “izquierda woke”. En realidad, cabe preguntarse si el wokismo es de izquierda. Y no faltan argumentos a quienes, como Susan Neiman, consideran que no es de izquierdas en absoluto. El discurso de Wagenknecht es más económico y menos cultural que el del progresismo al uso. Apela a intereses materiales (o los denuncia), antes que a valores morales. Se dirige expresamente a las mayorías desfavorecidas, mal remuneradas, precarizadas; y emplea más asiduamente un lenguaje de clase.
Ha sido crítica de dos de las piedras basales de la política dominante en Alemania en los últimos años: la gestión de la pandemia de Covid-19 y el envío de armas a Ucrania. En ambas cosas ha coincidido en la posición (no siempre en los argumentos que la sustentan) con la AfD. También se ha solidarizado valientemente –y solitariamente– con el pueblo palestino masacrado en la Franja de Gaza, una actitud que contrasta con la de la ultraderecha alemana, hoy más islamofóbica y proisraelí que «antisemita» (antijudía) debido a la problemática migratoria (la mayoría de los inmigrantes y refugiados son musulmanes, y entre ellos no faltan árabes de Palestina). De hecho, contrasta con la actitud de todo el establishment germano y de la mayoría de la sociedad alemana, cuyos sentimientos culposos con el pasado nazi (la barbarie del Holocausto, el horror de la Shoá) les ha vuelto proclives a un pro-sionismo extremadamente acrítico y sobreactuado.
Aunque sus candidaturas fueron las más multiétnicas de todas las fuerzas contendientes, su política no hace especial hincapié en lo multicultural. Y no ha mirado hacia el costado ante el candente asunto de la inmigración, que es uno de los motores de la ultraderecha (aunque su planteo regulacionista no obedece a motivaciones xenofóbicas, racistas o islamofóbicas). La extensa y nada complaciente entrevista que recientemente le hicieran Thomas Meaney y Joshua Rahtz para la New Left Review (nro. 146, mayo-junio de 2024, págs. 37-57), que aquí compartimos, merece ser leída con mucho detenimiento.
En materia de medio ambiente, la BSW también tiene una postura interesante en puntos fundamentales. Por ejemplo, se desmarca del antiecologismo obtuso, reaccionario y demagógico de la AfD; pero a la vez, cuestiona severamente la ortodoxia verde neoliberal, reclamando en tal sentido que los costos de la transición energética –muy necesaria, imprescindible, cada vez más urgente– lo paguen los grandes capitales y no la clase obrera, los granjeros, las pymes, los sectores populares y medios en general.
Desde luego, una política genuinamente de izquierdas no puede reducirse a una sucesión de tácticas electorales. ¿Hay en la BSW algo más que astucia discursiva? Es demasiado pronto para saberlo. Una organización basada en una personalidad tan fuerte como para tomar su nombre es algo que rompe con la tradición de izquierdas, pero su textura organizativa no es inexistente, y a su interior no son pocos los dirigentes sindicales con amplia experiencia en las construcciones colectivas. Ya hemos visto en tiempos recientes numerosos casos en los que, tras una fachada de autonomía y horizontalidad, se escondían fuertes personalismos y caudillajes. ¿Ocurrirá lo opuesto en este caso? ¿Se desarrollará, tras una apariencia personalista, una organización colectiva más genuina? No se pueden ignorar los riesgos. Pero, por supuesto, el tiempo dirá.
Cerremos con lo obvio: aunque las BSW emplea un lenguaje clasista, su orientación no es revolucionaria. Cabe el escepticismo para las posibilidades reformistas en los años venideros, incluso en países opulentos como Alemania. Si se hiciera con el poder, no es seguro que la BSW pueda hacer algo radicalmente diferente a lo conocido en las últimas décadas. Pero lo mismo puede predicarse de su rival ultraderechista, la AfD. Si la crisis se profundizara y la temperatura social subiera, todo podría cambiar. En un escenario convulsionado, ¿podría evolucionar la BSW hacia posiciones revolucionarias? Nada es menos seguro. Pero más allá de los deseos, nuestra tarea intelectual es conocer y entender lo que hay.
La traducción del inglés al castellano no es nuestra, sino de la propia New Left Review, que cuenta oficialmente con edición bilingüe desde hace diez años. Hemos revisado esta traslación, y le hemos hecho correcciones donde nos pareció necesario. Las aclaraciones entre corchetes sí son nuestras.
La economía alemana se enfrenta a la convergencia de múltiples crisis, tanto estructurales como coyunturales: precios disparados de la energía debido a la guerra con Rusia; conmoción por el aumento del coste de la vida, con una inflación elevada, tipos de interés altos y caída de los salarios reales; una austeridad impuesta por el freno constitucional al endeudamiento en un momento en el que los competidores estadounidenses apuestan por la expansión fiscal; una transición ecológica que golpeará a sectores clave como la industria automovilística, la siderurgia y la industria química y, por último, la transformación de China –hasta ahora uno de los socios comerciales más importantes del país– en un competidor en sectores clave como el de los vehículos eléctricos. ¿Nos podrías decir en primer lugar, qué regiones del país han sido las más afectadas por la crisis?
Alemania está inmersa en estos momentos en una crisis general, que es la más grave acontecida en décadas, y el país se halla en una situación peor que la de cualquiera de las restantes grandes economías. Las regiones más afectadas son las industriales, la columna vertebral hasta ahora del modelo alemán: el área de Múnich, Baden-Württemberg, la región metropolitana de Rin-Neckar y la cuenca del Ruhr. Durante la pandemia, los sectores más afectados fueron los servicios y el comercio al por menor. Pero ahora nuestros Mittelstand [pymes] esto es, el grueso de las empresas exportadoras alemanas, están soportando una enorme presión. En 2022 y 2023, las empresas industriales intensivas en energía sufrieron un descenso del 25 por ciento en su producción, lo cual no tiene precedentes. Están empezando a anunciar despidos masivos. Estas empresas familiares de tamaño pequeño y medio –muchas de ellas especializadas en trabajos de ingeniería, fabricantes de maquinaria industrial, componentes para autos o equipo eléctrico– son realmente importantes para la economía alemana.
En su mayoría están dirigidas por sus dueños o son empresas familiares, lo que significa que no cotizan en el mercado de valores y a menudo tienen una reputación y carácter realmente sólidos. Pero tienen su propia cultura empresarial, centrada en el largo plazo y en la siguiente generación en vez de concentrarse únicamente en los beneficios trimestrales. Están arraigadas en sus comunidades locales, a menudo desarrollando relaciones comerciales entre ellas. Quieren conservar a sus trabajadores en vez de explotar, como hacen las innumerables grandes corporaciones que también tenemos, cada resquicio legal que les favorezca.
Las empresas pertenecientes a este modelo Mittelstand son las que están sufriendo verdaderamente la actual crisis. Con unos precios energéticos en continuo ascenso, existe el peligro real de que se destruya una enorme cantidad de empleo industrial. Y cuando el sector industrial toma ese camino, todo lo demás va detrás: empleos con salarios decentes, capacidad adquisitiva, cohesión comunitaria. Solamente hay que fijarse en el norte de Inglaterra o en la desindustrialización de los Länder del este. El hecho de que tengamos esta sólida base industrial significa que todavía tenemos un número relativamente alto de empleos bien pagados. Pero las pymes llevan ya mucho tiempo bajo presión. A los políticos convencionales les gusta alabar sus cualidades, porque son muy populares en Alemania; es todo un logro haber conservado estas empresas familiares, pequeñas y muy especializadas, ante las presiones de las grandes corporaciones interesadas en su absorción y ante las presiones de la globalización. Ayudadas en parte por un euro barato y el precio bajo del gas ruso, algunas de ellas llegaron a tener discretas posiciones de liderazgo en los mercados mundiales. Pero los gobiernos alemanes, azuzados por el capital global, han estado tensando las condiciones en las que se desenvuelven, lo cual se debió en parte al giro neoliberal de la coalición rojiverde de Gerhard Schröder a principios del milenio. Schröder abolió el viejo modelo de bancos locales, que tenían grandes participaciones en las acciones de las compañías locales, lo cual al menos tenía la ventaja de que la mayoría de estas no podían negociarse libremente y no había presiones sobre el valor accionario por parte de grupos financieros o fondos especulativos, que buscaran maximizar los beneficios. Schröder también concedió una exención tributaria a las ganancias para tentar a los bancos a fin de que vendieran sus participaciones industriales: si no lo hubiera hecho, el modelo probablemente no se hubiera roto.
No pretendo idealizar las pymes. Son empresas familiares que explotan a sus empleados sin contemplaciones, pero sigue representando una cultura diferente a la de las compañías que cotizan en bolsa, cuyos inversores internacionales son mayoritariamente institucionales y cuyo único interés radica en la obtención de beneficios de dos dígitos. Dejar que se destruyan las pymes sería un verdadero error político, porque muchos aspectos de la crisis económica tienen sus raíces en malas decisiones políticas: decisiones como la guerra con Rusia, la manera en que se está gestionando la transición ecológica o el antagonismo con China, son actuaciones que van claramente en contra de los intereses económicos alemanes. Schröder fue der Genosse der Bosse –el camarada de los patronos, como solíamos llamarle–, pero por lo menos vio la situación y comprendió la importancia de asegurar un flujo de gas asequible. El gobierno actual ha optado por el gas natural licuado procedente de Estados Unidos por razones puramente políticas. Los tres partidos de la coalición gobernante –socialdemócratas, demócratas libres y Verdes– han caído en picada en las encuestas, porque la gente está harta de la manera en que se está gobernando el país.
Analicemos esas decisiones políticas específicamente. En primer lugar, la enorme subida de los costes de la energía en Alemania como resultado directo de la guerra en Ucrania. Desde tu punto de vista, ¿podría haberse evitado la invasión rusa? Es habitual decir que estuvo impulsada por el nacionalismo revanchista de la Gran Rusia, el cual únicamente podía detenerse por la fuerza de las armas.
Mi impresión es que Washington nunca trató realmente de detener la invasión rusa por otros medios que no fueran los militares. Dado que Ucrania se apresuraba a materializar su incorporación a la Unión Europea y a la OTAN, debía haber estado claro que se necesitaba algún tipo de régimen de seguridad que salvaguardara los intereses nacionales del estado ruso. Pero en 2020 Estados Unidos puso fin a todos los tratados sobre control de armas y terminó con las medidas encaminadas a fomentar la confianza entre las partes, mientras que en el invierno de 2021-2022 el gobierno de Biden declinó hablar con Rusia sobre el futuro estatus de Ucrania. No hace falta recurrir al «nacionalismo revanchista gran-ruso» para explicar por qué Rusia pensó que no podía seguir pasando por alto la conversión de Ucrania en una base fundamental de la OTAN.
Estados Unidos está presionando con fuerza para que Alemania reduzca sus lazos económicos con China. ¿Cómo ves esa relación?
La situación es un poco más ambigua que con Rusia. Está claro que el hecho de que China se esté convirtiendo en un competidor no es culpa de Alemania. Pero si renunciáramos al mercado chino, lo cual se añadiría a la renuncia a la energía barata, entonces realmente se hace de noche en el país, lo cual explica por qué existe cierta presión, incluso entre las grandes compañías, para que no se adopte una estrategia aislacionista. En términos de porcentaje del PBI, exportamos mucho más a China que a Estados Unidos, así que nuestra economía depende mucho más de esa relación. Pero los Verdes han sido intransigentes en este punto, porque se hallan tan completamente sometidos a Estados Unidos que han adoptado una posición virulentamente antichina. Baerbock, la ministra verde de Asuntos Exteriores, ha tenido verdaderas meteduras de pata diplomáticas. Al menos en una ocasión, en el Sarre, ahuyentó una importante inversión china, que traía aparejada una importante creación de empleo. Así que esta es una evolución preocupante. Los chinos poseen innumerables compañías en Alemania, que a menudo están funcionando mejor que las que han pasado a manos de fondos especuladores estadounidenses. Como norma, los chinos planean inversiones a largo plazo, no muestran la clase de visión trimestral característica de muchas compañías financieras estadounidenses. Desde luego quieren obtener un beneficio, y las tecnologías tampoco son altruistas, pero también proporcionan empleos estables.
Esto es muy importante para nuestra economía. No creo que Scholz haya acabado de decidir qué posición adoptar. El Partido Democrático Libre [FDP, por sus siglas en alemán] también está maniobrando bajo una gran presión del mundo empresarial alemán. Están teniendo un debate paralelo sobre las reservas monetarias rusas congeladas y sobre si se confiscan o no, o por lo menos sus rendimientos, lo cual, si se materializara, enviaría un inequívoco mensaje a China para que, si es posible, evite mantener sus reservas en euros. Algunas ya están siendo sustituidas por el oro. Por buenas razones, Estados Unidos no está confiscando las reservas rusas. Así que de nuevo son únicamente los europeos quienes están haciendo el ridículo. Estamos arruinando nuestras perspectivas económicas, de manera que los chinos puedan –porque realmente apuntan en esa dirección– volverse cada vez más autosuficientes. Todavía necesitan el comercio, pero quizá en veinte años lo necesitarán menos de lo que nosotros les necesitamos a ellos.
En opinión de Robert Habeck, ministro de Economía y antiguo copresidente de los Verdes, el mayor desafío económico de Alemania es la escasez de trabajadores, tanto cualificados como no cualificados, que se cuantifica en torno a 700 mil puestos de trabajo pendientes de cubrir. Habida cuenta del envejecimiento de su población, el gobierno calcula que Alemania tendrá un déficit de 7 millones de trabajadores en 2035. Si la salud del capitalismo alemán es una prioridad para la BSW [Alianza Sahra Wagenknecht, por sus siglas en alemán], tu nuevo partido, ¿no requiere esta situación un nivel significativo de inmigración?
El sistema educativo alemán se halla en un estado penoso. El número de jóvenes que no acaban sus estudios secundarios no ha dejado de crecer de forma continuada desde 2015. En 2022 había 2,86 millones de personas de edades comprendidas entre los 20 y los 34 años carentes de una titulación formal, incluyendo a muchos provenientes de la inmigración, lo cual supone casi la quinta parte del conjunto de este grupo etario. Más de 50 mil estudiantes abandonan la escuela cada año sin recibir un diploma, con graves consecuencias tanto para sí mismos como para la sociedad. Para ellos, el debate sobre la falta de trabajadores cualificados suena a burla. Nuestra prioridad es dar a esta gente una capacitación profesional.
No obstante, habida cuenta de la situación demográfica de Alemania, es necesario un cierto grado de inmigración, pero esta debe estar controlada de manera que se tengan en cuenta los intereses de todas las partes implicadas, esto es, de los países de origen, de la población del país receptor y de los propios migrantes, lo cual exige una planificación, que hasta ahora no se ha hecho. No pensamos que un régimen neoliberal de inmigración, donde cualquiera puede de hecho ir a cualquier sitio para después tratar de encajar allí y sobrevivir, sea una buena idea. Necesitamos dar la bienvenida a gente que quiera trabajar y vivir en nuestro país, y debemos aprender a hacerlo, pero ello no debería provocar la perturbación de las vidas de quienes ya viven aquí, ni hipertensionar los recursos colectivos por los que la gente ha trabajado y pagado impuestos. De lo contrario, el auge de una política nativista de derecha será inevitable. De hecho, Alternative für Deutschland (AfD) en su actual forma es, en gran parte, un legado de Angela Merkel. En Alemania tenemos una grave escasez de vivienda, especialmente para gente con bajos ingresos, y la calidad de la educación en la escuela pública se ha vuelto pésima en algunos lugares. Nuestra capacidad para ofrecer a los migrantes una oportunidad de participar igualitariamente en nuestra economía y sociedad no es inagotable. También pensamos que es mucho mejor, si la gente puede encontrar educación y empleo en sus países natales, y deberíamos sentirnos obligados a ayudarles a conseguirlo, especialmente facilitando el acceso a inversiones de capital y a un régimen comercial justo en vez de absorber en nuestra economía a algunos de los jóvenes más emprendedores y con más talento procedentes de esos mismos países para llenar nuestras lagunas demográficas. También deberíamos reembolsar a los países de origen los costes educativos de trabajadores muy especializados que vienen a Alemania, como los médicos, por ejemplo. Y deberíamos abordar el tráfico humano que hay alrededor de los flujos migratorios, las bandas que ganan millones trayendo a Europa a gente que realmente no necesita un asilo.
Mucha gente que podría simpatizar con la BSW está preocupada, porque declaraciones como las que realizaste el pasado mes de noviembre en Berlín con motivo de la cumbre sobre política de migración (“Alemania esta saturada, a Alemania no le queda más espacio”) contribuyan a crear una atmósfera xenófoba. ¿No es importante ser claros para evitar cualquier sugerencia de racismo o xenofobia, cuando se discute cuál podría ser una política justa de migración?
Siempre hay que combatir al racismo, no solo evitarlo, sino combatirlo. Pero señalar déficits sociales reales –una demanda que supera a la capacidad– no es xenofobia. Son simplemente hechos. Por ejemplo, hay un déficit habitacional de 700 mil viviendas en el país. Decenas de miles de empleos en la enseñanza siguen sin cubrirse. Desde luego, la repentina llegada de grandes cantidades de solicitantes de asilo que huyen de las guerras –en 2015 un millón de personas, principalmente de Siria, Irak y Afganistán; en 2022, un millón desde Ucrania– produce una gran sobrecarga de la demanda, que no se compensa con un aumento de la capacidad. Ello crea una intensa competencia por recursos que son escasos y eso alimenta la xenofobia. Esta situación no es justa para la gente que llega, pero tampoco lo es para las familias alemanas que necesitan una vivienda asequible o que tienen hijos que van a escuelas donde los profesores están completamente superados, porque la mitad de la clase no habla alemán. Y esto sucede siempre en las zonas urbanas más pobres, donde la gente ya está estresada.
No ayuda nada negar o pasar por alto estos problemas, que es lo que los otros partidos intentaron hacer, lo cual a la postre simplemente acabó por fortalecer a AfD. Las migraciones siempre se producirán en un mundo abierto, y a menudo pueden ser enriquecedoras para ambas partes. Pero es fundamental que su escala no se vaya de las manos y que sus aumentos repentinos se mantengan controlados.
Dices que el racismo debe ser combatido, pero cuando el manifiesto de la BSW en el Parlamento Europeo declara que en Francia y Alemania existen “sociedades paralelas condicionadas por el islamismo” en las que “los niños crecen odiando la cultura occidental”, eso suena a pura demonización. Sin embargo, al mismo tiempo, la dirección y la representación parlamentaria de la BSW es sin duda la más multicultural, si la comparamos con la de cualquier otro partido alemán. ¿Qué dices sobre esto?
En Alemania existen esos lugares, y aunque no son tan abundantes como en Suecia o en Francia, sí son evidentes. Si consideras a la gente únicamente como un factor de producción y a la sociedad como una economía defendida por una fuerza policial, ello no tiene por qué preocuparte mucho. Nosotros queremos evitar una espiral de desconfianza y hostilidad mutuas. La gente que en nuestro partido tiene lo que ustedes llaman un “origen multicultural” conoce ambos lados de la situación y tiene un interés vital por una sociedad en la que la totalidad de las personas pueda vivir en paz y libre de explotación. Conoce de primera mano el vacío de la política neoliberal sobre migraciones –las “fronteras abiertas” son exactamente eso– a la hora de cumplir las promesas efectuadas. Y particularmente, las mujeres de nuestra agrupación están contentas de vivir en un país que, en general, ha superado el patriarcado, y que no quieren ver cómo se reintroduce por la puerta trasera.
Citabas las políticas de transición ecológica como contrarias a los intereses económicos de Alemania. ¿En qué pensabas al decir esto?
El planteamiento de los Verdes sobre política medioambiental penaliza económicamente a la mayoría del pueblo. Están a favor de introducir precios altos para el CO2, de modo que los combustibles fósiles sean más caros para incentivar su abandono, lo cual pude servir para gente con capacidad de comprar un coche eléctrico, pero si no tienes recursos, sales perjudicado. Los Verdes irradian arrogancia hacia el pueblo más pobre y por ello una buena parte de la población les odia. Eso es algo con lo que juega AfD, que medra gracias a estas corrientes de odio hacia ellos o más bien hacia las políticas que los Verdes persiguen. A la gente no le gusta que los políticos le digan qué comer, cómo hablar, cómo pensar. Y los Verdes son el prototipo de esta actitud misionera a la hora de impulsar su agenda pseudo-progresista. Sin duda, si puedes permitirte un coche eléctrico deberías conducir uno, pero no deberías considerarte mejor persona que alguien que conduce un viejo diésel de media gama, porque no puede permitirse otra cosa. Estos días los votantes de los Verdes tienden a ser gente con recursos, y las encuestas muestran que son quienes «están más satisfechos económicamente», incluso más que los votantes de los liberales del Partido Democrático Libre. Representan un cierto sentido de autosatisfacción, aunque impulsen al alza el coste de la vida para gente que está luchando por salir adelante: Somos los virtuosos, porque podemos permitirnos comprar comida ecológica. Podemos permitirnos una bicicleta con motor eléctrico. Podemos permitirnos instalar una bomba de calor. Podemos permitirnos todo.
Te muestras crítica con los planteamientos de los Verdes, pero ¿cuál sería tu política medioambiental?
Las políticas que permitan que la amplia mayoría del pueblo de nuestro país pueda vivir con ellas, tanto económica como socialmente. Necesitamos una amplia provisión de políticas públicas para las consecuencias inmediatas del cambio climático, de la planificación urbana a la silvicultura, de la agricultura al transporte público. Esto será caro. Preferimos gasto público para mitigar el cambio climático antes que, por ejemplo, aumentar nuestro llamado presupuesto de «defensa» hasta el 3 por ciento o más del PBI. No podemos pagar todo a la vez. Necesitamos la paz con nuestros vecinos para poder declarar la guerra al calentamiento global. Destruir la industria automovilística del país haciendo obligatoria la fabricación de coches eléctricos, simplemente para ajustarse a algunos estándares arbitrarios sobre emisiones, no es algo que apoyemos. Nadie que esté vivo ahora vivirá lo suficiente como para ver un descenso de las temperaturas medias, al margen de lo mucho que reduzcamos las emisiones de carbono. Primero hay que equipar las casas de los mayores y los centros hospitalarios y guarderías con aire acondicionado financiado públicamente, y hacer que los lugares próximos a los ríos y arroyos queden protegidos contra las inundaciones. Asegurarse de que los costes de perseguir ambiciosos plazos para la reducción de emisiones no recaigan sobre la gente común, a la que ya le cuesta llegar a fin de mes.
Alemania también está convulsionada actualmente por una crisis cultural sobre la masacre israelí de 30 mil palestinos en Gaza. [Al día de hoy, la cifra oficial ya supera los 40 mil; pero se estima en no menos de 50 mil contando los cadáveres sin identificar bajo los escombros]. Tú eres una de las pocas voces que han desafiado la prohibición alemana de criticar a Israel y que se ha manifestado en contra del suministro de armas al gobierno de Netanyahu por parte de Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿La actual ofensiva cultural pro-sionista representa a la opinión popular en Alemania?
Bueno, evidentemente en Alemania existe un trasfondo histórico diferente, de manera que es comprensible y justo que tengamos una relación con Israel distinta de la que mantenemos con otros países. No puede olvidarse que Alemania fue la perpetradora del Holocausto, nunca puede olvidarse este hecho. Pero ello no justifica suministrar armas para los terribles crímenes de guerra que se están produciendo ahora en la Franja de Gaza. Y si te fijas en las encuestas de opinión, la mayoría de la población alemana no apoya eso. Desde luego, la cobertura de los medios de comunicación siempre es selectiva, pero incluso así es evidente que la gente no puede marcharse [de la Franja], que está siendo brutalmente bombardeada. La población palestina está pasando hambre, las enfermedades están fuera de control, los hospitales sufren ataques y están desesperadamente mal equipados. Todo esto es evidente y en Alemania hay posiciones muy críticas en la calle ante esta situación. Pero en política cualquiera que manifiesta una postura crítica inmediatamente es apaleado con el bastón del antisemitismo. Lo mismo pasa en el discurso social y cultural, como sucedió en la ceremonia de apertura de la Berlinale [el Festival Internacional de Cine de Berlín]; en el momento en que cuestionas las acciones del gobierno israelí –y desde luego muchos judíos también lo hacen– quedas catalogado como antisemita. Y eso es lógicamente intimidante, porque ¿quién quiere ser un antisemita?
En octubre de 2021, muchos pensaron que un gobierno encabezado por el SPD representaría un giro a la izquierda, después de los dieciséis años de Merkel al frente de la cancillería alemana. En vez de ello, Alemania ha dado un bandazo hacia la derecha. La “coalición semáforo” de socialdemócratas, Verdes y liberales ha elevado el presupuesto de defensa en 100 millardos de euros. La política exterior alemana ha asumido un cariz agresivamente atlantista. ¿La Zeitenwende de Scholz [el apoyo militar y económico a Ucrania, las sanciones contra Rusia] ha sido una sorpresa para ti? ¿Qué papel han desempeñado los socios del SPD en hacer que la coalición haya tomado este rumbo?
Las tendencias han estado ahí desde hace tiempo. El SPD llevó a Alemania a la guerra contra Yugoslavia en 1999, después a la ocupación militar de Afganistán en 2001. Schröder por lo menos se opuso a los estadounidenses en la invasión de Irak, contando con un fuerte apoyo en el seno del SPD. Pero el SPD ha perdido por completo su vieja personalidad y ahora se ha convertido en un partido belicista. Lo que asusta es que haya tan poca oposición dentro del partido. Sus actuales dirigentes son personajes que no tienen en absoluto ninguna posición propia. Podrían estar en la CDU-CSU [Unión Demócrata Cristiana de Alemania- Unión Social Cristiana de Baviera, por sus siglas en alemán; alianza también conocida como Partidos de la Unión, o simplemente la Unión. Es una alianza centroderechista de impronta conservadora y confesional, democristiana. La CDU, creada por Adenauer en la posguerra, es una fuerza de proyección nacional, tradicionalmente vinculada al luteranismo y otras iglesias protestantes. La CSU es un partido de carácter regional –y regionalista–, netamente bávaro y predominantemente católico]. Pero también ellos podrían estar con los liberales [el FDP]. Esta es la causa de que la imagen pública del SPD haya quedado en gran medida destruida. Ya no le queda nada auténtico. Ya no defiende la justicia social, sino que, por el contrario, el país se ha vuelto cada vez más injusto. La división social ha aumentado y cada vez hay más gente que es realmente pobre o se halla en riesgo de pobreza. También ha abandonado por completo su política [exterior] de détente [distensión]. Obviamente, el SPD está siendo encaminado en esa dirección por los Verdes y el FDP. Los primeros son el partido más belicista de Alemania, una notable evolución para una agrupación que surgió de las grandes manifestaciones pacifistas de la década del 80. Actualmente los Verdes son los más militaristas, siempre dispuestos a redoblar las exportaciones de armamento y el aumento de los gastos de defensa. Y esto fortalece la tendencia existente en el SPD, que apunta en esa dirección.
La escalada de la tensión con Rusia ha estado impulsada por esta dinámica. Al principio, parecía que Scholz estaba cediendo a determinadas presiones en algunas cuestiones, pero no en otras. Por ejemplo, creó un fondo especial para Ucrania, pero recelaba de verse arrastrado al conflicto e inicialmente solo suministró cinco mil cascos militares. Pero después esto cambió y emergió un modelo de comportamiento totalmente diferente. En un principio, Scholz duda. Entonces recibe los ataques de Friedrich Merz, el líder de la oposición CDU-CSU. Después, sus socios de coalición, los Verdes y el FDP, intensifican las presiones. Finalmente, Scholz pronuncia un discurso anunciando que se ha cruzado otra línea roja. El debate lleva al envío de blindados para transporte de tropas, después a los carros de combate y luego a los aviones de combate. Al principio, Scholz siempre dice Nein, no. Luego cambia a un Jein, un sí/no; para en algún momento decir Ja, sí.
Ahora se ha llegado al punto en que los países de la OTAN y Ucrania están presionando a Alemania para que suministre misiles de crucero Taurus, que pueden alcanzar objetivos tan lejanos como la propia ciudad de Moscú. Ello representa la escalada más peligrosa registrada hasta la fecha, porque este armamento se halla claramente destinado a ser utilizado ofensivamente contra objetivos rusos. No estoy segura de que su suministro por parte de Alemania concuerde con los intereses de Estados Unidos, porque los riesgos son extremadamente elevados. Si suministramos armas alemanas para destruir objetivos rusos, como el puente de Kerch entre Crimea y el continente, entonces Rusia reaccionará contra Alemania. Espero que la importancia de esta posibilidad baste para que no se realice ese suministro, pero no podemos estar seguros de ello habida cuenta la debilidad de Scholz y de su tendencia a ceder. Resulta difícil pensar en un canciller y en una coalición que acumulen un historial tan lamentable: nunca ha habido un gobierno en Alemania tan desprovisto de vida después de tan solo dos años y medio en el poder. Y por supuesto, la CDU-CSU no es la alternativa. Los planteos de Merz sobre la cuestión de la guerra y la paz son incluso peores, al igual que sobre las cuestiones económicas. La derecha no tiene ninguna estrategia, pero será la principal beneficiaria del desalentador historial del gobierno.
Quizá la pinchadura telefónica que mostraba a mandos de la Luftwaffe discutiendo si sería necesario personal alemán para manejar los misiles Taurus –y que revelaba que ya había tropas británicas y francesas en Ucrania disparando misiles Storm Shadow y Scalp– haya aparcado el tema por ahora. Pero ¿no consiste la estrategia de Merz en girar a la derecha para atraerse a los votantes de AfD? ¿No ha tenido bastante éxito con ello?
Merz simplemente no tiene una posición creíble sobre la mayoría de las cuestiones. AfD ha ganado apoyo basándose en tres cuestiones: en primer lugar, la inmigración, esto es, el número de solicitantes de asilo en Alemania; en segundo, los confinamientos durante la pandemia; y por último, la guerra de Ucrania. Merz se muestra errático en el tema del asilo. Algunas veces emula a AfD y despotrica contra los pequeños pachás que explotan nuestras políticas de bienestar, entonces recibe críticas y da marcha atrás. Pero, por supuesto, esto hay que anotarlo en el legado de Merkel, de manera que la CDU no tiene credibilidad alguna en este tema. Lo mismo sucede con la crisis de la Covid-19: la CDU-CSU también estuvo a favor de los confinamientos y la vacunación obligatoria, y actuó tan mal como todos los demás. Después vino la cuestión de la paz, que en Alemania es un tema muy traicionero. Antes de que lanzáramos la BSW, la AfD era el único partido que defendía consistentemente una negociación y se oponía a la entrega de armas a Ucrania, algo que era una cuestión vital para muchos votantes en el este. La CDU-CSU quería suministrar todavía más armas y Die Linke estaba dividido sobre el tema. Si querías volver a una política de distensión, si querías negociaciones, si no deseabas ser un partido belicista que suministrase armas, no tenías otro lugar al que ir. Desde luego, cuando se trata de Israel, AfD está a favor de suministrar todavía más armamento a Netanyahu, porque es un partido anti-musulmán, que aprueba las cosas terribles que están sucediendo allí. Esta fue una de las principales razones por las que finalmente dimos el paso de fundar un nuevo partido, para que la gente que se sentía legítimamente insatisfecha con la situación política actual, pero que no son extremistas de derecha –y eso incluye a una gran parte de los votantes de la AfD– tuvieran un partido serio al que dirigirse.
¿Cómo compararías a la actual cdu con el partido de Helmut Kohl? Fue él quien pisoteó la Grundgesetz [Constitución] para integrar a los nuevos Länder en la República Federal de Alemania.
Con Kohl, la CDU siempre tuvo una fuerte corriente social y sindical. Eso era lo que defendieron Norbert Blüm, y Heiner Geißler en sus primeros días. Estaban a favor de los derechos sociales y la seguridad social, lo que convertía a la CDU en algo parecido a un partido popular. Siempre tuvo un fuerte apoyo de los trabajadores, de la llamada kleinen Leute, la gente común, cuyos ingresos son bajos. Merz representa el capitalismo de BlackRock, no solo porque trabajó allí, sino porque representa ese punto de vista en términos de economía política. Quiere elevar la edad de jubilación, lo que significa un nuevo recorte de las pensiones. Quiere reducir los beneficios sociales; dice que el estado de bienestar es demasiado grande, que tiene que ser desmantelado. Está en contra de un salario mínimo más elevado, en contra de todas las cosas que la CDU solía apoyar. Eso era parte de la doctrina social católica, que ocupaba un lugar en la CDU. Abogaban por un capitalismo domesticado, por un orden económico que tuviera un fuerte componente social, por un estado de bienestar fuerte. Y ello resultaba creíble, porque en Alemania el verdadero asalto contra los derechos sociales se produjo en 2004 de la mano de Schröder y del gobierno SPD-Verdes. Así que ha sido un poco diferente a lo que sucedió en el Reino Unido. La CDU realmente retrasó la arremetida neoliberal. Merz supone una clara ruptura para ellos.
¿Puedes explicar por qué decidiste abandonar Die Linke después de tantos años?
La razón principal fue que Die Linke había cambiado. Ahora quiere ser más verde que los Verdes y copiar su modelo. Predominan las políticas identitarias y han dejado de lado las cuestiones sociales. Die Linke tuvo bastante éxito –en 2009 consiguió el 12% de los votos, más de 5 millones– pero en 2021 el porcentaje había caído por debajo del listón del 5%, con solamente 2,2 millones de votos. Esos discursos privilegiados, si se les puede llamar así, tienen éxito en los círculos académicos metropolitanos, pero no entre la gente común, que solía votar a la izquierda, a la cual simplemente expulsas con esos planteamientos. Die Linke tuvo una sólida posición en el este del país, pero allí la gente no puede asumir esos debates sobre la diversidad, por lo menos en el lenguaje en el que se emiten; simplemente alejan a unos votantes que quieren pensiones decentes, salarios decentes y, por supuesto, los mismos derechos que los demás. Estamos a favor de que todo el mundo pueda vivir y amar como cada quien quiera, pero existe un tipo hipertrofiado de política de la identidad, que te obliga a disculparte si hablas sobre un determinado tema sin tener un origen migrante o si eres heterosexual. Die Linke ha quedado inmersa en esa clase de discurso, y en consecuencia ha perdido votos. Algunos de sus electores se han pasado al campo abstencionista y otros a la derecha.
Ya no teníamos una mayoría en el partido, porque el medio que apoyaba a Die Linke había cambiado. Estaba claro que el partido no podía ser salvado. El grupo donde yo estaba planteó que, o continuábamos viendo como caía el partido, o hacíamos algo al respecto. Es importante que quienes no están satisfechos con la situación actual tengan algún sitio adonde ir. Un montón de gente estaba diciendo: ya no sabemos a quién votar. No queremos votar a AfD, pero tampoco podemos hacerlo por el resto de los partidos. Esa fue la motivación para decir: hagamos algo por nuestra cuenta y pongamos en marcha un partido nuevo. No todas las personas que integramos la BSW venimos de la izquierda. Somos algo más que un revival de la izquierda, por así decirlo. En alguna medida, también hemos incorporado –hasta cierto punto– otras tradiciones. En mi libro, Die Selbstgerechten (2021) [hay trad. castellana: Los engreídos, Madrid, Lola Books, 2024], lo describía como una “izquierda conservadora”. En otras palabras: social y políticamente estamos a la izquierda, pero en términos socioculturales queremos llegar a la gente allí donde está, no hacer proselitismo con ella a partir de cosas que rechazan.
¿Qué lecciones, negativas o positivas, aprendiste de la experiencia de Aufstehen, el movimiento que lanzaste en 2018?
Aufstehen obtuvo una abrumadora respuesta cuando fue fundado, con más de 170 mil personas interesadas. Las expectativas eran enormes. Mi mayor error entonces fue que no me preparé adecuadamente. Tenía la idea equivocada de que las estructuras se formarían una vez que nos pusiéramos en marcha; tan pronto como hubiera mucha gente, todo empezaría a funcionar. Pero pronto quedó claro que las estructuras necesarias para el funcionamiento de un movimiento –en los Länder, las ciudades y los municipios– no se crean de la noche a la mañana. Necesitan tiempo y atención. Esa fue una lección importante para el desarrollo de la BSW: una persona sola no puede fundar un partido, necesita buenos organizadores, gente con experiencia y un equipo fiable.
La BSW está siendo lanzada por un impresionante grupo de parlamentarios. ¿Qué experiencia tienen, cuáles son sus especialidades y áreas particulares de implicación?
El grupo de la BSW en el Bundestag [el parlamento federal de Alemania] conforma un equipo sólido. Klaus Ernst, el vicepresidente, es un experimentado sindicalista de IG-Metall [el mayor gremio metalúrgico de Alemania], cofundador y presidente de WASG [un extinto partido de izquierda, activo entre 2005 y 2007] y después de Die Linke. Alexander Ulrich es otro sindicalista con experiencia en la política partidaria. Amira Mohamed Ali, que presidió el grupo parlamentario de Die Linke, trabajó como abogada para una gran empresa antes de entrar en política. Sevim Dağdelen es una experimentada experta en política exterior, con una amplia red de contactos en Alemania y el resto del mundo. Otros parlamentarios de la BSW son Christian Leye, Jessica Tatti, Żaklin Nastić, Ali Al Dailami y Andrej Hunko. También hay personas importantes fuera del Bundestag.
¿Cuál es el programa de la BSW?
Nuestro documento fundacional tiene cuatro puntos clave. El primero es una política de sentido común económico. Eso suena vago, pero aborda la situación existente en Alemania, donde las políticas gubernamentales están destruyendo nuestra economía industrial. Y si se destruye la industria, se crea una mala situación para los asalariados y el estado de bienestar. Así que la primera prioridad es una política energética inteligente y una política industrial inteligente.
¿Esto equivale a una estrategia económica alternativa basada en el trabajo, como la que desarrolló la izquierda británica con Tony Benn en la década del 70, o se concibe como una política industrial-nacional convencional?
En Alemania nunca existió la misma conciencia de una identidad de la clase trabajadora como la que hubo en Gran Bretaña durante los 70 y 80 al compás de la huelga de los mineros, aunque ya no exista hoy. La República Federal siempre fue más una sociedad de clase media, donde los obreros tendían a verse a sí mismos como parte de esa clase media. Lo que importa en Alemania son los Mittelstand, el sólido bloque de pequeñas y medianas empresas, que pueden posicionarse contra las grandes corporaciones; esa oposición es tan importante como la polaridad trabajo-capital. En Alemania tienes que tomar en serio esta configuración socioeconómica. Si apelas a la gente simplemente en función de un criterio de clase, no tendrás ninguna respuesta. Pero si lo haces considerándola parte del sector de la sociedad que crea riqueza, incluyendo a las compañías dirigidas por sus propietarios –diferentes de las grandes corporaciones que canalizan sus beneficios hacia accionistas y altos ejecutivos, dejando prácticamente nada para los trabajadores– eso conecta con su sensibilidad. La gente puede entender lo que dices, puede identificarse con ello y movilizarse sobre esa base para defenderse. No encuentras la misma oposición en el seno de las empresas pequeñas, porque a menudo ellas mismas están luchando por sobrevivir. No tienen margen para subir los salarios, porque los precios bajos les vienen dictados por los grandes actores. Pero en este aspecto sé que Alemania es de algún modo diferente de Francia, Gran Bretaña o de otros países. Así que una política energética e industrial de sentido común empezaría por considerar las necesidades de las pymes, de este tipo específico de empresas y de su tejido social, de manera que se animara a sus propietarios y a sus familias a seguir adelante en vez de vender sus empresas a algún inversor financiero.
Esto marcaría una diferencia con la base tácita de la política gubernamental implementada durante los últimos veinte años al menos, que de la mano de la estrategia de Merek, más allá del florido debate sobre las pymes, estuvo claramente orientada hacia las grandes corporaciones, aderezada con una pizca de ecologismo, así como hacia las grandes ciudades. Lo mismo ocurre con el Partido Democrático Libre y, en la práctica, con los Verdes. Entonces, para ti, ¿la frontera más importante es la que corre a lo largo de la diferencia existente entre capital financiero y capital regional o intermedio?
Sí, pero como ya dije, tampoco quiero idealizar este último. Sin duda, hay explotación a todos los niveles, pero aun así hay una diferencia en comparación con Amazon o con algunas empresas del DAX, el índice de las cuarenta principales empresas alemanas que cotizan en la Bolsa de Fráncfort. Actualmente, por ejemplo, aunque la economía está contrayéndose, las empresas del DAX están pagando más dividendos que nunca. En algunos casos, están distribuyendo todos sus beneficios anuales, o incluso más. Desde hace años, Alemania tiene una tasa de inversión muy baja, porque una enorme cantidad de dinero se prorratea debido a la presión de los grupos financieros globales. Comparativamente, las pymes invierten significativamente más.
¿Cuáles son los demás puntos del programa de la BSW?
El segundo punto es la justicia social. Esto es absolutamente básico para nosotros. Incluso cuando la economía estaba funcionando bien, todavía existía un creciente sector con salarios bajos, mientras crecían la pobreza y la desigualdad social. Un estado de bienestar fuerte es vital. El servicio de salud alemán está sufriendo una tremenda tensión. Puedes tener que esperar meses antes de que te vea el especialista. El personal de enfermería está terriblemente sobrecargado de trabajo y mal pagado, y por ello nosotros apoyamos su huelga en 2021. El sistema escolar también está fallando. Como ya he dicho, una proporción considerable de jóvenes que abandonan la Realschule o la Hauptschule, los dos tipos de centros de enseñanza secundaria, no tienen los conocimientos básicos elementales para encontrar trabajo como aprendices o practicantes. Y las infraestructuras alemanas están cayendo en el abandono. Hay alrededor de tres mil puentes ruinosos, que no se están reparando y que en algún momento habrá que demoler. Deutsche Bahn, el servicio ferroviario, incumple sistemáticamente los horarios. La administración pública cuenta con dotaciones y recursos totalmente desfasados. Los políticos tradicionales son conscientes de todo ello, pero no hacen nada para solucionarlo.
El tercer punto es la paz. Nos oponemos a la militarización de la política exterior alemana de la mano de conflictos, que van escalando hacia la guerra. Nuestro objetivo es un nuevo orden europeo en materia de seguridad que, a largo plazo, debería incluir a Rusia. La paz y la seguridad en Europa no pueden garantizarse de manera estable y duradera a no ser que el conflicto con Rusia, una potencia nuclear, quede descartado. También sostenemos que Europa no debería permitir verse arrastrada a un conflicto entre Estados Unidos y China, sino que debería perseguir sus propios intereses por medio de unas relaciones comerciales y energéticas caracterizadas por la diversidad de sus socios. En lo que atañe a Ucrania, pedimos un alto al fuego y negociaciones de paz. La guerra es un sangriento conflicto entre Estados Unidos y Rusia, que se libra en Ucrania. Hasta la fecha, no ha habido ningún esfuerzo serio por parte de Occidente para ponerle fin, mediante la negociación. Las oportunidades que existían han sido desperdiciadas y, en consecuencia, la posición negociadora de Ucrania se ha deteriorado significativamente. Al margen de cómo acabe esta guerra, dejará a Europa con un país herido, empobrecido y despoblado en su seno. Pero por lo menos, el actual sufrimiento humano podría llegar a su fin.
¿Y el cuarto punto?
El cuarto punto es la libertad de expresión. Existe una presión cada vez más fuerte para amoldarse al menguante abanico de lo que se consideran opiniones admisibles. Hemos hablado sobre Gaza, pero el tema va mucho más lejos que lo que se desprende de este caso. La ministra del Interior, afiliada al SPD, Nancy Faeser, acaba de presentar un decreto de “Promoción de la Democracia”, que convertiría la burla hacia el gobierno en un acto criminal. Naturalmente nos oponemos a ello, precisamente en virtud de principios democráticos. La República Federal tiene una fea tradición en este tema, que siempre rebrota. No hace falta remontarse a la represión de la década del 70 y al intento de prohibición del acceso a empleos en el sector público a los “extremistas de izquierda”. Durante la pandemia, se recurrió de manera inmediata a la coerción ideológica, y ahora todavía más con las cuestiones de Ucrania y Gaza. Así que estas son las cuatro áreas principales de nuestro programa. Nuestro objetivo general es catalizar una vigorosa renovación política y asegurar que el descontento no siga derivando hacia la derecha, como ha sucedido durante los últimos años.
¿Cuáles son los planes electorales de la BSW para las próximas elecciones al Parlamento Europeo y a las legislaturas de los Länder? ¿Qué coaliciones te planteas en los Länder?
En cuanto a las coaliciones, no hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado, como solemos decir. Somos suficientemente diferentes de los demás partidos como para poder considerar cualquier propuesta que quieran hacernos sobre coaliciones u otras formas de participación en el gobierno, como el apoyo externo o las mayorías flexibles. Por el momento, simplemente queremos convencer a tantos de nuestros conciudadanos como sea posible que sus intereses están en buenas manos con nuestro partido. Como agrupación nueva, queremos irrumpir con fuerza en las elecciones europeas, que constituyen nuestra primera oportunidad de buscar apoyo para el nuevo planteamiento de la política que ofrecemos. Diremos a los votantes que los estados democráticos miembros de la UE deberían ser los principales responsables a la hora de tratar los problemas de las sociedades y economías europeas, en vez de la burocracia y la juristocracia de Bruselas.
Volviendo a tu propia definición de «izquierda conservadora», vemos que has hablado acaloradamente sobre la tradición de la vieja CDU, su doctrina social y su “capitalismo domesticado”. En tu opinión, ¿en qué se diferenciaría la BSW de la vieja CDU, si fuera unida a la política exterior de Willy Brandt?
La democracia cristiana de posguerra era conservadora, en el sentido de que no era neoliberal. La vieja CDU-CSU combinaba un elemento conservador con otro radical-liberal; el que pudiera hacerlo se debía a la imaginación política de un hombre como Konrad Adenauer, aunque algo similar también existió en Italia y en cierta medida en Francia. En aquel momento, el conservadurismo significaba la protección de la sociedad de la vorágine del «progreso» capitalista, a diferencia de lo que sucede en el momento actual en el que se pretende ajustar la sociedad a las necesidades del capitalismo, como sucede con el pseudo-conservadurismo neoliberal. Desde el punto de vista de la sociedad, el neoliberalismo es «revolucionario», no conservador. Hoy la CDU, encabezada por alguien como Merz, ha conseguido arrancar de raíz la vieja perspectiva democristiana de que la economía debe servir a la sociedad y no a la inversa. La socialdemocracia, el viejo SPD, también tenía un elemento «conservador», que situaba a la clase trabajadora –en vez de a la sociedad en su conjunto– como su centro. Todo ello acabó cuando la Tercera Vía en Gran Bretaña y Schröder en Alemania entregaron el mercado de trabajo y la economía a una mercadocracia globalista-tecnocrática. Igual que en política exterior, nosotros creemos que tenemos derecho a considerarnos legítimos herederos tanto del «capitalismo domesticado» del conservadurismo de posguerra, como del progresismo socialdemócrata –nacional y extranjero– de la era de Brandt, Kreisky y Palme, aplicado a las diferentes circunstancias políticas de nuestro tiempo.
A escala internacional, ¿qué fuerzas ves en la UE –o más allá de ella– que puedan ser potenciales aliados de la BSW?
No soy la persona más indicada para responder a esta pregunta, porque realmente mi atención se centra en la política nacional. Sé que en el exterior la gente tiene a menudo una imagen distorsionada de nosotros, y espero no ver a otros países de manera distorsionada. En los primeros días, teníamos lazos estrechos con La France Insoumise, pero no sé cómo han evolucionado en los últimos años. También hemos tenido determinadas coincidencias con el Movimento Cinque Stelle de Italia, que también es un partido en cierto sentido diferente. En general, estaríamos en la misma longitud de onda que cualquier otro partido de izquierda que estuviera fuertemente orientado hacia la justicia social, pero que no estuviera atrapado en un discurso identitario.
Dices que Die Linke se ha vuelto “más verde que los Verdes” a la hora de marginar las cuestiones sociales. Pero los propios Verdes contaron en su momento con un fuerte programa social, dotado de una estrategia industrial ecológica vertebrada por un poderoso componente social, que apostaba, desde luego, por la desmilitarización de Europa. En tu opinión, ¿qué sucedió en la década del 90, cuando perdieron esa dimensión?
Lo mismo que sucedió con muchos antiguos partidos de izquierda. Parte de la respuesta es que el entorno que los apoyaba ha cambiado. Tradicionalmente, los partidos de izquierda estaban anclados en la clase trabajadora, incluso aunque estuvieran dirigidos por intelectuales. Pero su electorado ha cambiado. [Thomas] Piketty recoge esto con mucho detalle en Capital et idéologie (2019). [Hay trad. castellana: Capital e ideología, Barcelona, Deusto, 2019]. Durante los últimos treinta años, ha crecido enormemente una nueva clase profesional con educación universitaria, que ha salido relativamente ilesa de la arremetida neoliberal, porque tiene buenos ingresos, una creciente riqueza en activos y no depende necesariamente del estado de bienestar. Los jóvenes que han crecido dentro de ese entorno nunca han conocido el miedo o las penurias sociales, porque han estado protegidos desde el principio. Este es ahora el principal entorno de los Verdes, gente relativamente acomodada, que está preocupada por el clima –lo que habla a su favor– pero que pretende resolver el problema mediante decisiones individuales de los consumidores. Una gente que nunca ha sufrido escaseces, pero que predica el sacrificio a aquellos para quienes la precariedad es parte de su vida cotidiana.
Pero, ¿no sucede lo mismo con los partidos mayoritarios? Quizás más acusadamente con los Verdes, si se compara con lo que eran en la década del 80. Pero, como tú misma dices, la CDU ha abandonado su componente social y el SPD encabezó el giro neoliberal. ¿Hay alguna causa más profunda que explique este movimiento hacia la derecha o hacia el capital financiero o global?
En primer lugar, como bien han analizado sociólogos como Andreas Reckwitz, aquí estamos enfrentándonos a un fuerte y creciente estrato social, que juega un papel directriz a la hora de conformar la opinión pública. Es predominante en los medios de comunicación, en la política, en las grandes ciudades, allí donde se forman las opiniones. No son los propietarios de las grandes compañías (ese es un estrato diferente), pero constituye una influencia poderosa y da forma a los actores de los demás partidos políticos. Aquí en Berlín, todos los políticos se mueven en este entorno –la CDU, el SPD– y les causa una fuerte impresión. La llamada gente común –que vive en pueblos y ciudades pequeñas, que carece de títulos universitarios– tiene cada vez menos acceso a la política. Los partidos solían ser auténticos partidos populares dotados de amplias bases: la CDU en las iglesias, el SPD en los sindicatos. Todo eso se ha acabado ahora. Los partidos son mucho más pequeños y sus candidatos se reclutan dentro de una base más reducida, normalmente la clase media con formación académica. A menudo, su experiencia está limitada a la sala de conferencias, al think tank o las reuniones plenarias. Se convierten en diputados sin haber experimentado el mundo más allá de la vida política profesional. Con la BSW estamos tratando de incorporar a la política a gente nueva, que ha trabajado en otros campos, en muchas otras áreas de la sociedad, para romper este entorno en la medida de nuestras posibilidades. Pero el viejo modelo del partido popular ha desaparecido, porque ya no existe la base que lo sostenía.
Finalmente, ¿podemos preguntarte sobre tu propia formación, personal y política? ¿Cuáles consideras que han sido las influencias más importantes, tanto experienciales como intelectuales, sobre tu concepción del mundo?
Siempre he leído mucho durante toda mi vida y ha habido epifanías, cuando he pasado a reflexionar en una nueva dirección. Estudié a Goethe en profundidad y ahí fue cuando empecé a pensar en la política y la sociedad, en la coexistencia humana y los futuros posibles. Para mí Rosa Luxemburg siempre ha sido una figura importante, habiéndome interesado especialmente sus cartas; me podría identificar con ella. Desde luego, Thomas Mann me influyó e impresionó. Cuando era joven, el escritor y dramaturgo Peter Hacks, fue un importante interlocutor intelectual. Marx fue una influencia importante y sigo considerando que sus análisis de las crisis y las relaciones de propiedad capitalistas son muy útiles. No estoy a favor de una nacionalización total o de una planificación central, pero sí estoy interesada en explorar terceras opciones entre la propiedad privada y la pública, fundaciones o consorcios, por ejemplo, que impidan que una empresa sea vaciada por los accionistas, cuestiones que analicé en Reichtum ohne Gier: Wie wir uns vor dem Kapitalismus retten (2016) [“Prosperidad sin codicia. Cómo nos salvamos del capitalismo”. No hay trad. castellana, pero sí inglesa: Prosperity without Greed: How to Save Ourselves from Capitalism, Berlín, Campus, 2017]. Otra experiencia formativa ha sido interactuar con el pueblo en los eventos que organizamos. Tomamos la decisión de recorrer el país, de hacer montones de reuniones y aprovechar todas las oportunidades de hablar con la gente, comprender qué es lo que la impulsa, cómo piensa y por qué lo hace. Es muy importante no limitarse a moverse dentro de una burbuja, viendo solamente a la gente que ya conoces. Eso ha modelado mi política y quizás me haya cambiado un poco. Creo que una persona que milita en política no debe pensar que entiende todo mejor que los votantes. Siempre hay una correspondencia entre los intereses y las perspectivas, no una relación biunívoca, pero a menudo, si lo piensas, puedes entender por qué la gente dice las cosas que dice.
¿Cómo describirías tu trayectoria política desde la década del 90?
Llevo en la política tres décadas. He ocupado posiciones clave en el PDS [el extinto Partido del Socialismo Democrático, por sus siglas en alemán] y Die Linke. He sido integrante del Bundestag desde 2009 y fui copresidenta del grupo parlamentario de Die Linke entre 2015 y 2019. Pero diría que he permanecido fiel a los objetivos que me trajeron a la política. Necesitamos un sistema económico diferente, que sitúe al pueblo en su centro, y no a las ganancias. Las actuales condiciones de vida pueden ser humillantes; no es raro ver a gente mayor revolviendo tachos de basura en busca de botellas retornables para poder llegar a fin de mes. No quiero ignorar cosas como esas. Quiero cambiar para mejor sus condiciones de existencia. Paso mucho tiempo en la calle, y veo por doquier un montón de gente que ya no se siente representada por ninguno de los partidos existentes. Hay un enorme vacío político. Eso lleva a la gente a enfadarse, no es bueno para la democracia. Es tiempo de construir algo nuevo y de hacer una intervención política seria. No quiero tener que decirme a mí misma en algún momento que hubo una ventana de oportunidad para haber cambiado cosas y que no la aprovechamos. Estamos creando nuestro nuevo partido para que las políticas actuales, que están dividiendo al país y poniendo en peligro su futuro, puedan ser superadas junto con la arrogancia e incompetencia de la burbuja berlinesa.