Ilustración: Fede Yankelevich (nov. 2023): Fuente: The Economist.
Nota.— Reunimos aquí, en nuestra sección de política internacional Brulote, bajo el título “Occidente, la guerra de Ucrania y la crisis en Medio Oriente”, los dos últimos artículos de coyuntura que Rafael Poch-de-Feliu escribió y publicó en su blog: “El mensaje iraní lo cambia todo en Oriente Medio” (24/4) y “Occidente se pone el uniforme y empuña la porra” (2/5). Agradecemos al autor que nos haya permitido reproducir sus textos en forma de díptico, para simplificar la tarea de edición. También le damos las gracias a Rafael por la ayuda prestada con los párrafos introductorios.
Finalmente, el Congreso de Estados Unidos le ha aprobado a la administración Biden el paquete de ayuda militar a Ucrania, Israel y Taiwán. Se da así otro paso más en la escalada intervencionista de la OTAN en la guerra entre Kiev y Moscú. En el Asia-Pacífico, las tensiones entre EE.UU. y China amenazan con subir de temperatura, o al menos no enfriarse. En Medio Oriente, donde el genocidio sionista de Gaza continúa, las cosas se están torciendo para Occidente y su protegido israelí. Teherán ha respondido al ataque de Israel en la embajada iraní de Damasco, de forma directa y desde su propio territorio, algo sin precedentes.
“La crisis de Gaza se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión, especialmente en Occidente”, dice la relatora de derechos civiles de la ONU. Las falaces acusaciones de “antisemitismo” están a la orden del día, incluso contra personas u organizaciones judías. En Norteamérica y Europa, donde se multiplican las voces de denuncia y las protestas estudiantiles, la censura y la represión se endurecen.
El mensaje iraní lo cambia todo en Oriente Medio
La luz verde del congreso de Estados Unidos al paquete de ayuda militar a Ucrania, además de al genocidio israelí en Gaza y a la confrontación militar con China en Taiwán (61, 23 y 8 millardos de dólares, respectivamente), ha sido una noticia inequívocamente mala para Moscú. Por razones de política interna, los republicanos y demócratas de Estados Unidos estaban enfrascados en una disputa sobre esa ayuda. Los rusos contaban con que el asunto se demorara varios meses más, pero al final se ha resuelto gracias a un giro al parecer determinado por los intereses electorales de Trump.
En cualquier caso, más dinero para Ucrania, marca un paso más en la escalada intervencionista occidental en el conflicto. Las armas servirán para atacar territorio ruso y Crimea con misiles de mayor alcance (los británicos quieren destruir el puente que comunica la península con Rusia) y, quizás, para contener la actual situación en el frente, caracterizada por pequeños pero continuados avances rusos. Pero a menos que la intervención militar occidental –que ya es un hecho conocido y admitido en inteligencia electrónica, de satélites, manejo de baterías antimisiles, consejeros y demás– se decida a enviar tropas regulares a combatir directamente, como ha sugerido en una ilusa improvisación el presidente francés Emmanuel Macron, para lo único que servirá esa ayuda será para alargar la perspectiva de la carnicería, con más víctimas ucranianas y rusas.
En Occidente se reconoce que la ayuda no permitirá a Ucrania tomar la iniciativa militar, pero se cree que, manteniendo la sangría hasta el último ucraniano, se debilita a Rusia y se acabarán creando condiciones para una negociación menos favorable para Moscú. Muchos ya se han hecho a la idea de que Ucrania tendrá que admitir renuncias territoriales, como Finlandia las hizo en 1940 tras la guerra de Invierno (algo que se asume en The Economist y en el Financial Times), pero creen que, a cambio, Rusia tendrá que admitir la pertenencia de lo que quede de Ucrania a la OTAN, cosa que es muy difícil que Moscú acepte, porque equivaldría a admitir que la guerra no ha servido para nada. Por eso, y teniendo en cuenta la falta de efectivos que sufre el ejército ucraniano y la manifiesta caída del entusiasmo de morir por la patria que se detecta entre la población, con centenares de miles de hombres en edad militar huidos del país, el principal efecto de la ayuda aprobada será alargar un poco más la contienda en la que hoy por hoy, Ucrania se lleva la peor parte, con mayor sacrificio y sufrimiento para su población.
Ha sido en el frente de Oriente Medio donde se ha producido el verdadero cambio. En su loco intento por ampliar la guerra e implicar directamente a Estados Unidos en ella, Israel atacó el 1° de abril la embajada iraní en Damasco. Fue una provocación que violó uno de los principios más sagrados del derecho internacional. Irán tenía que responder para no perder la cara ante su propia población, y ante sus socios y aliados en la región. Así que por primera vez, Irán respondió con un ataque, no desde el extranjero y utilizando a sus organizaciones afines en la región, sino abiertamente y desde su territorio nacional. Pero lo hizo con la inteligencia que caracteriza a su anciana y milenaria tradición política, y sin perder su demostrada prudencia estratégica. Y ese ejercicio sutil ha sido un éxito rotundo que cambia muchas cosas en Oriente Medio.
En primer lugar, el régimen de los ayatolás avisó que respondería renunciando a toda sorpresa y dando tiempo al adversario para prepararse. Lanzó 320 proyectiles, la mayor parte de ellos drones, pero también algunos misiles exclusivamente contra objetivos militares señalados y anunciados con antelación, lo que parece un sinsentido militar, pero, al contrario, contiene la esencia de todo el asunto. Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, que dieron por bueno el ataque a la embajada de Damasco y el asesinato de altos cargos iraníes allá, se apresuraron a condenar la respuesta. Además, sumaron también sus medios militares para proteger a Israel del anunciado ataque. Es decir: los medios de radar, información e interceptación antiaéreos y antimisiles más sofisticados y modernos del mundo se sumaron a la famosa “cúpula de hierro” israelí en la prevención del ataque iraní. Los sistemas antimisiles y antiaéreos se emplazan para proteger instalaciones, infraestructuras y bases militares concretas, pero Israel es un país pequeño y su sistema es “nacional” en el sentido de que protege a todo su territorio. Otros países árabes colaboraron también en la detección y Jordania, además, en la eliminación de algunos aparatos. La suma de todo ello es lo máximo de lo máximo. Pues bien: los misiles iraníes traspasaron esa barrera. El ex embajador de Estados Unidos en Arabia Saudí, Chas Freeman, dice que uno de ellos impactó en la piscina del club de oficiales de la base que era objetivo del ataque, y que había sido prudentemente evacuada. La mayoría de los drones fue interceptada –informando así a los iraníes de la localización de las baterías de la “cúpula de hierro”– pero no así los misiles, que ni siquiera eran los más modernos y veloces que dispone Irán. Freeman estima que el coste de todo lo que Irán lanzó contra Israel el día 13 de abril asciende a unos 20 millones de dólares, mientras que todo lo que se lanzó para interceptarlo ascendería a unos 1.300 millones de dólares. Si solo fuera una cuestión de dinero sería casi anecdótico. El verdadero mensaje de la sutil respuesta iraní es mucho más grave y crudo: se ha logrado traspasar la defensa más sofisticada del mundo con una docena de misiles, y ni siquiera de los más modernos y veloces. Irán dispone de miles de misiles más modernos, incluidos misiles hipersónicos, así que, si Israel se empeña en escalar, la próxima vez le podrían llover no una docena sino 1.500 misiles. Con el actual potencial militar iraní, bien protegido en infraestructuras subterráneas enterradas en montañas, ni siquiera el uso del arma nuclear contra Irán librería a Israel de una destrucción total y catastrófica con misiles convencionales, teniendo en cuenta el tamaño del país. Y eso no es todo. Freeman dice que Arabia Saudita y Emiratos Árabes advirtieron a Washington de que no consentirían la utilización de las bases militares de Estados Unidos en su territorio para ataques contra Irán. Todo eso, y sin contar con el hecho de que, naturalmente, avanzan en Teherán las presiones dentro del régimen iraní para hacerse con la bomba atómica –algo que los expertos rusos aseguran que, técnicamente, está al alcance de la mano y es solo una cuestión de mera voluntad política–, lo cambia todo para Israel y Estados Unidos en Oriente Medio.
Hemos citado en otro lugar (El año 24: Gaza, Ucrania y Eurasia en la crisis del declive occidental) que, dejando de lado la criminal demencia que todo esto dibuja, la situación general del mundo se está haciendo particularmente delicada para Washington. Incluso despejando el catastrófico escenario que una guerra nuclear supone para el conjunto de la humanidad y limitándose a un conflicto convencional, Estados Unidos podría perder una guerra si tuviera que actuar en tres frentes simultáneamente. En tal caso, la situación exigiría, en palabras de un ex alto funcionario, que “Estados Unidos tenga que ser fuerte en cada uno de los tres escenarios bélicos, mientras que sus tres adversarios, China, Rusia e Irán, solo tienen que ser fuertes en su propia región para alcanzar sus objetivos”. Y eso es, precisamente, lo que estamos viendo aquí y ahora.
Occidente se pone el uniforme y empuña la porra
Desde Estados Unidos, donde el Congreso acaba de aprobar una ley que viola la primera enmienda constitucional del país sobre protección del derecho a la libre expresión, y desde Europa, especialmente Francia y Alemania, llegan las mismas imágenes de dura represión policial contra campamentos estudiantiles, detenciones, expulsión de instituciones de enseñanza de estudiantes y profesores, prohibición de actos públicos de diputados y cargos electos que son convocados a comisaría. Y por encima de ello, la basura de unos medios de comunicación estructuralmente corruptos por estar mayoritariamente en manos de magnates y volcados en el apoyo a una masacre indiscriminada, descarada y anunciada de civiles que ha sido considerada como plausible genocidio hasta por el máximo tribunal internacional diseñado en la posguerra mundial para no irritar a sus creadores.
Criticar los crímenes de guerra de Israel te convierte en un “partidario de Hamás”, apuntar que la violencia del 7 de octubre contra ciudadanos israelíes, crónicamente sufrida durante décadas por la población palestina, no surgió de la nada, sino de un cúmulo de opresión, matanza e ilegalidad colonial, te convierte en “justificador del terrorismo”. Criticar el papel provocador de la OTAN en el estallido de la guerra de Ucrania y en el sabotaje de las negociaciones de paz de Minsk y Estambul te convierte en un “partidario de Putin”, y decir que la guerra no comenzó en febrero de 2022 sino muchos años antes, es “legitimar la invasión de Rusia”, como afirma en Europa no solo la derecha, sino también esa “izquierda de derechas” que en algunos casos –por ejemplo, los verdes alemanes– es aún peor que la derecha tradicional.
La falaz acusación de “antisemitismo”, que tumbó en Inglaterra a Jeremy Corbyn, un candidato laborista sensible hacia la cuestión palestina, se lanza en Alemania y Francia contra los raros políticos (Jean-Luc Melenchon, Sahra Wagenknecht) que se atreven a desafiar a la ignominia. Son “antisemitas” hasta los cada vez más sectores judíos del mundo entero que protestan contra los crímenes de Israel y sus aliados. En Estados Unidos han detenido hasta a la candidata presidencial del Partido Verde, Jill Stein. El “antisemitismo” se utiliza para prohibir actos e iniciativas políticas, para descalificar a académicos, particularmente en esa Alemania cuyo gobierno se sitúa una vez más en el apestoso campo de los genocidas, y para criminalizar al adversario de izquierdas.
Criminalizar e ilegalizar a la oposición es una tendencia recurrente en la historia europea, pero criminalizar la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un fuerte olor a los años treinta del pasado siglo. En nombre de la lucha contra el “antisemitismo”, es la Europa parda y autoritaria que entonces aniquiló a judíos, eslavos y gitanos la que se está abriendo paso de nuevo con toda claridad, especialmente en Francia, Alemania y, al otro lado del Atlántico, Estados Unidos.
“La crisis de Gaza se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión, especialmente en países conocidos por apoyar el derecho a la manifestación pacífica”, ha dicho esta semana la relatora especial de la ONU para la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y expresión, Irene Khan. Con la concentración de cada vez más riqueza en cada vez menos manos, y con la “libertad de información” convertida en periodismo tóxico promotor de la represión y el belicismo, se están borrando las últimas fronteras entre los sistemas democráticos de baja y diferente intensidad de puertas adentro –característicos de las potencias occidentales y compatibles con el imperialismo y la masacre de puertas afuera– y las denostadas “autocracias” de los países adversarios y/o emergentes que se han demostrado mucho menos dañinos en la esfera internacional. La crisis del capitalismo antropocénico y el declive del dominio occidental del mundo apuntan inequívocamente hacia la disolución de las efímeras pero importantes libertades públicas. Ante el panorama que nos ofrece la política institucional, donde los defensores de la verdad y la justicia son minoría marginal, va quedando claro que sin activismo social nada se moverá contra esta peligrosa ola parda y belicista que amenaza con llevárselo todo por delante.
Respeto, por tanto, hacia los trabajadores agrícolas de los invernaderos de Almería, uno de los colectivos más explotados y abusados del panorama laboral español mayoritariamente compuesto por extranjeros, por su movilización, estos días, en solidaridad con Palestina. Aquí son los que más se la juegan. También hacia los estibadores de Barcelona, que han decidido negarse a trajinar mercancías con destino o procedentes de Israel; hacia los sindicalistas de la CGT de Navantia, en El Ferrol, que han denunciado que dos barcos construidos allí están “integrados en la flotilla que acompaña al mayor portaaviones de la armada estadounidense, el Gerald R. Ford, enviado en apoyo de Israel”; y a los estudiantes de la Universidad de Valencia, que lanzaron hace unos días el primer campamento estudiantil español en solidaridad con Palestina.
Rafael Poch-de-Feliu