Fotografía: campamento de refugiados en Holanda, por Vincent Jannink (ANP)


Nota.— Arturo Desimone, quien ya ha colaborado con Kalewche más de una vez como poeta y ensayista (véase la noticia biográfica en la sección Autores), escribió hace varios años, en inglés, un artículo llamado “Portrait of the Deportation of the Artist as a Young Man”, que salió publicado en EuropeNow Journal el 1° de octubre de 2016. El título hace indirectamente referencia –así nos lo comunicó el autor– a la novela de Joyce A Portrait of the Artist as a Young Man, cuya traducción literal sería “Un retrato del artista como un hombre joven” (y no la usual “Retrato del artista adolescente”). Arturo tuvo la deferencia de hacernos llegar desde Aruba, la isla caribeña donde actualmente reside, una nueva versión castellana de su ensayo, que lleva por título “Retrato de la deportación del artista en su juventud”, y que pone en discusión –trayendo a colación el arte, la inmigración, el filisteísmo, la xenofobia, el neoliberalismo y la censura– la vigencia del prestigio proverbial de Holanda como sociedad democrática, tolerante y abierta, excepcionalmente amigable con las minorías diaspóricas y celosamente respetuosa de la libertad de expresión. Nos complace publicar este texto en Nocturlabio, nuestra sección cultural.


“Con el debido respeto por el talento del Sr. Kusuma, no hemos encontrado ningún indicio de que su presencia en los Países Bajos sea de alguna importancia cultural”, comenzaba la carta enviada por la oficina holandesa de migraciones y naturalizaciones al concertista Harimada Kusuma.

Tal vez la misma expresión “con el debido respeto”, siempre que la pronuncia alguna autoridad, sugiera que lo que va a seguir será probablemente lo contrario; más bien, un escarnio a la dignidad del referido.

La deportación de Kusuma tiene poco que ver con el hecho de que sea un pianista de una antigua colonia holandesa, Indonesia. Nació en 1983 en la ciudad portuaria javanesa de Surabaya. De niño, Kusuma tocaba regularmente en la sala de conciertos de la empresa Yamaha, y en centro cultural Casa Erasmo de la capital en expansión, Yakarta. El joven prodigio había ganado dos “premios a la excelencia” en concursos anuales de piano de Yakarta, antes de ser aceptado para seguir estudiando música en los Países Bajos, matriculado en el conservatorio de Róterdam. Como director de orquesta, dirigió varios coros en los Países Bajos.

Kusuma vivía principalmente de apasionadas interpretaciones de Prokófiev, entre otros compositores; como el músico anarquista Louis Andriessen, autor de la profética sinfonía holandesa El Estado (De Staat). E inevitablemente, del repertorio conocido como «las tres grandes B»: Bach, Beethoven y Brahms.

Los agentes del IND (el Servicio de Inmigración y Naturalización, en español) insistieron en que las contribuciones de Kusuma no eran suficientes para demostrar su relevancia cultural a la sociedad holandesa.

Los alumnos del músico, sus fans y compañeros del conservatorio de Róterdam se escandalizaron, y expresaron su solidaridad: circularon peticiones y se sucedieron las protestas, que acabaron llamando la atención de periodistas más allá del mundo de la música. Para prolongar su derecho de residencia, Kusuma se esforzó por demostrar sobre papel, en la jerga requerida, que era un artista que producía dentro del contexto holandés.

Según los funcionarios del IND, el fracaso de Kusuma a la hora de comprobar que es un artista profesional, radicó en su incapacidad, tal y como se estipulaba, de “comprobar (administrativamente) que ha obtenido subvenciones culturales, financiación del Consejo de las Artes o becas de algún instituto holandés aprobado por el Reino”.

En una retorcida paradoja, fue la capacidad de Kusuma de poder ganarse la vida tocando música sin depender del estado lo que provocó su incapacidad para ser acreditado por el IND como un artista profesional. Como nunca había necesitado hacer uso de los fondos disponibles de los comités holandeses, no podía poseer certificación alguna para sus acusadores, independientemente de las recepciones y aclamaciones de sus conciertos. (En este caso, la lógica de la derecha que apoyaba medidas de austeridad respecto de las artes y una política inmigratoria punitiva parecía volverse en contra: la retórica típica de la derecha en los Países Bajos, tal y como la expone la centroderecha, acusa a los artistas de vivir de subsidios y de parasitar a los contribuyentes para producir un arte que nadie, fuera de los ingratos y herméticos círculos de la izquierda, quiere ver u oír).

Resulta evidente que los funcionarios del IND se sirvieron de cualquier artificio burocrático con tal de justificar su entusiasmo por deportar a Kusuma. Por lo demás, desconocemos las preferencias personales de los funcionarios del IND en lo que a música respecta.

Las entrevistas con Kusuma, así como los artículos escritos en su defensa, aparecían de vez en cuando en el periódico Trouw, de tendencia más izquierdista (un diario fundado por rebeldes protestantes pasados a la clandestinidad durante la ocupación nazi). Las noticias sobre su caída en desgracia aparecían para desaparecer rápidamente en la corriente vistosa de la prensa holandesa. Las peticiones y concentraciones de sus estudiantes fueron apasionadas, pero en última instancia, insuficientes. Después de luchar durante años, Kusuma se dio por vencido. El cansancio había sobrevenido por el aplazamiento procesal de una expulsión inevitable, con posibilidad de encarcelamiento de por medio.

No quedaba para Kusuma otra opción que el regreso a Java. Ya de vuelta, los relatos sobre sus logros cosechados en los Países Bajos eran considerables. Le esperaban nuevas oportunidades.

Los funcionarios del IND hicieron una demostración pública de poder con el objeto de acosar a Kusuma mientras negaban su condición de artista, obviando a sus defensores. Algunos de sus partidarios y amigos no dudan en afirmar que se trató de una persecución política.

Ahora bien, ¿se puede calificar de censura al trato dado a Kusuma por el gobierno holandés?

Objetivamente, el artista fue acosado; sus logros, menospreciados.

Lo que parece inherente al intento de censura del poeta y pianista por parte de una oficina gubernamental no es tanto el típico accionar totalitario, sino la obsesión temerosa por parte del censor hacia la obra del artista, hacia el poder del arte.

En los Países Bajos –célebres como faro de la tolerancia y los valores occidentales– el caso de Kusuma parece, superficialmente, todo lo contrario a un caso de censura. Esta falta de reconocimiento del artista, a menudo invocada en nombre de la «igualdad» y la normalidad, es habitual en la cultura protestante y provinciana de los Países Bajos y Escandinavia. En la cultura holandesa otrora calvinista, cierto pragmatismo tiende a representarse a las artes como mera vanidad y ostentación.

La condición de artista de Kusuma fue negada por tecnicismos, y por los técnicos que los manejan. Pero Kusuma no es el único.

Existe un doloroso paralelismo con la experiencia de Kusuma en lo que respecta a la supremacía del pragmatismo y a la excesiva consideración holandesa a los tecnicismos. Estas tendencias también afectan a la poesía, una forma literaria emparentada con la música.

Las experiencias de migración han sido una fuente de material para el poeta holandés-iraquí Rodaan Al-Galidi. Pasó años vagando, tras huir de su país natal, Irak, devastado por la guerra. Soportó años de confinamiento en los laberínticos centros de detención de refugiados de los Países Bajos.

El hecho de no tener fecha de nacimiento (ya que no se llevaban registros en el remoto y pequeño pueblo donde nació) resultó especialmente sospechoso y difícil de tratar burocráticamente para las autoridades holandesas que tramitaban su caso.

En Holanda, aprendió que “rellenar formularios [lo era] todo. Una autoridad holandesa siempre prefiere una mentira pulcra y limpia a una verdad desordenada”. Ser un poeta, una persona desprolija, poco práctica y más creativa, lo convierte a uno, sin quererlo, en el Bartleby de Melville, que sin proponérselo trastorna al sistema.

En los centros de detención aprendió disciplina: su libro de memorias Cómo adquirí talento para la vida relata cómo los supervisores ordenaban a los refugiados que se colocasen como niños castigados en una esquina, entre otras rutinas.

También aprendió neerlandés y empezó a escribir poemas en ese idioma. Con el tiempo, adoptó la lengua de los Países Bajos como su lengua literaria, escribiendo versos desde su posición de indefensión perpetua en el laberinto de los detenidos. Aquí se cita mi traducción al inglés del poema “Si las puertas aumentan en número” (“Als Deuren Toenemen in Aantal”), de la colección Al ruiseñor en su huevo (Voor de Nachtegaal in het Ei).

Si las puertas aumentan
en número
entonces habrá problemas
a la hora de salir.
Hay alguien detrás de dos puertas:
una para entrar y salir,
la otra para el rescate
y ese es el que decide
sobre ambas.
Hay personas innobles
armadas de palabras y apariencias
detrás de cada puerta.
Si los escalones y los ascensores aumentan
en número
entonces hay problemas para subir;
puede que llegues
al piso equivocado.

El poemario de Al-Galidi El paciente autista y la paloma mensajera (De autist en de postduif) ganó el premio de literatura de la Unión Europea en 2011. Un mes después, Al-Galidi volvió a aparecer como una ondulación en el radar del Departamento de Inmigración, cuyos funcionarios habían llegado a conocerlo a lo largo de los años de su seguimiento y traslado como refugiado en limbos gubernamentales.

El poeta había sido asignado para realizar el «Test de Ciudadanía» (Inburgeringstoets), un curso sobre integración y cultura holandesa. Al-Galidi reprobó el examen, con una puntuación del 70%.

El examen obligatorio es costeado por el extranjero examinado (que en caso de ser pobre puede pedir un préstamo). Desaprobarlo dos veces, puede suponer la denegación del estatus de residente.

¿Cómo es posible que un extranjero empapado de literatura, historia y arte holandeses haya reprobado el curso de integración en Holanda? “En ninguna parte del examen había una pregunta sobre Van Gogh, o la Ronda nocturna [de Rembrandt], los canales, o Sint Maarten. En lugar de eso, había preguntas de examen como “Mo [abreviatura de Mohammed] vive de la asistencia social, y sin embargo también quiere poner a su hijo en la guardería. ¿Quién pagará la guardería?”. O “Mo y Amal tienen una casa asignada por el instituto de la vivienda. Si sus gastos superan la asistencia social, ¿qué pasará?”.

Al-Galidi recibió las hojas de preguntas después de haber visto unos cortometrajes –producidos especialmente para el curso– sobre el caricaturesco dúo de Mo y Amal, dos inmigrantes marroquíes que viven de la ayuda del estado. “Francamente, creo que la mitad de la población holandesa se avergonzaría si viera estas películas, y no sé qué dirían los marroquíes si las vieran”. Al-Galidi también declaró al periódico holandés Algemeen Dagblad que diez preguntas del test sólo podían ser contestadas correctamente por mujeres. “¿Cómo podría yo saber cuándo una mujer puede esperar tener su período después de un aborto? Nunca he sido una mujer embarazada, y tengo una prueba de eso”.

La prueba para solicitantes extranjeros de un pasaporte o permiso de residencia holandés fue concebida y diseñada por la legisladora Rita Verdonk, criminóloga y ex directora de dos prisiones en los Países Bajos, que llegó a ser ministra holandesa de Inmigración y Asimilación en el período que va de 2003 hasta 2007. Las políticas que ha dejado a su paso acusan su carrera como supervisora de prisiones, un papel muy admirado por el VVD, Partido Popular por la Libertad y la Democracia, al que abandonó en 2007. (A pesar del origen indonesio-holandés de Verdonk, fundó Orgullosos de Holanda, un partido de extrema derecha).

El curso de integración redujo a la mitad la cantidad anual de inmigrantes a los Países Bajos, y parece haber sido diseñado específicamente para detectar a aquellos que muestran ser promisorios en cuanto a su eventual «competencia» en el mercado laboral.

Tras tener que volver a realizar el humillante examen y haberse visto obligado a pagarlo él mismo, Al-Galidi recibió una carta oficial en la que se le comunicaba que se enfrentaba de nuevo a la deportación a Irak en cuestión de meses, pese a que el sur de Irak no era más tranquilo ni más seguro para él que en los años posteriores a su deserción del servicio militar en el ejército de Saddam Hussein.

El paciente autista y la paloma mensajera no fue la primera publicación de Al-Galidi. Es autor de numerosos libros en los que aparece a menudo refiriéndose a sí mismo como «Zorro». Antes de haber recibido el premio de literatura de la Unión Europea en 2011, había logrado una gran cantidad de nominaciones y preselecciones para los principales trofeos concedidos a los poetas de los Países Bajos.

Desde 2011 hasta ahora, Al-Galidi ha cosechado apoyos para su defensa legal, y en 2016 finalmente consiguió sus derechos de residencia en los Países Bajos. En sus memorias noveladas sobre los desgarradores años en los centros de detención, tituladas Cómo adquirí talento para la vida (Hoe ik Talent voor het leven kreeg), sus relatos recuerdan sorprendentemente al género literario sobre manicomios y la humillación infantilizante de los reclusos, como One Flew Over the Cuckoo’s Nest de Ken Kesey y The Bell Jar de Sylvia Plath (también una incursión de una poeta en la prosa), entre muchos otros libros. La prosa del diario holandés-iraquí no alcanza en absoluto la belleza de la de Kesey, ni tiene la riqueza de la poesía de Al-Galidi, pero es ingeniosa al exponer con claridad la condición de un centro de detención que convierte a sus habitantes en castrados y perturbados. Al-Galidi escribe con humor y afecto hacia sus compañeros detenidos. El libro, de prosa narrativa decididamente poco poética, resulta extraño como obra del poeta que introdujo las exaltadas metáforas orientales del árabe a la poesía holandesa. Las memorias noveladas han sido su primer éxito comercial, con 1.500 ejemplares vendidos en la primera semana tras su publicación.

“¿Dónde están los diplomas? ¿Dónde están los formularios? ¿Quién ha expedido su carnet?”, eran las preguntas de los inspectores. (Y quizás Al-Galidi, a pesar de sus publicaciones y su premio, era incapaz de convencer a sus examinadores de ser alguien útil).

Hay una cierta familiaridad histórica, un eco, respecto de esta situación opresiva y alienante en que un poeta suspende un examen destinado a comprobar si es un ciudadano productivo o un parásito social. Es similar a la situación de un músico al que un tribunal le pide que demuestre que es un artista, pero sin poder referirse a la música ni dar cuenta de su condición tocando el piano para ellos. El sordo examen burocrático se traduce en el juicio y el despojo.

Ciertamente, las experiencias de estos artistas no coinciden con la célebre imagen de la política holandesa como modelo de tolerancia, democracia y apertura de miras. La falta de libertad de estos y otros artistas en los Países Bajos guarda semejanzas con los relatos de artistas y poetas soviéticos que fueron enjuiciados, como Joseph Brodsky.

En noviembre de 1963, después de que el poeta ruso Joseph Brodsky fuera denunciado públicamente en un artículo periodístico como parásito social y traidor a la patria, se celebró un juicio en el que no pudo defenderse ni defender su condición de poeta. En una Unión Soviética obsesionada con las calificaciones oficiales, Brodsky había abandonado la escuela secundaria a los quince años. Autodidacta, tampoco se había relacionado con los institutos oficiales de la Unión de Escritores ni con las universidades rusas.

“¿Quién te destinó a las filas de los poetas? ¿Quién te dio tu talento como poeta?”, preguntó el juez, a lo que, según las transcripciones –y la leyenda– el autodidacta respondió: “Viene de Dios”, seguido de “¿Quién me destinó a las filas de la raza humana?”. Brodsky fue deportado a la tundra de Arcángel. El jurado recomendó «encarecidamente» que abandonara Rusia para siempre.

Tal vez sea pretencioso hacer comparaciones entre la post-democracia de los Países Bajos de 2013, y la Rusia post-estalinista de 1963. Sin embargo, durante el apogeo de las reformas de «austeridad», las sociedades europeas asisten al espectáculo de una inclinación sin resistencias hacia el militarismo, un sistema judicial defectuoso y una guerra contra la inmigración que se confunde con la «guerra contra el terrorismo». Tales tendencias han erosionado la memoria de la posguerra, y son comparables solo a la guerra contra la educación. Puede que dejen de impartirse clases de historia en los institutos secundarios holandeses: la comisión de educación considera, en completa sintonía con la época de gerenciamiento, que “hay que dinamizar la historia”, sirviéndose de ella solo en materia de complemento contextual para los estudios técnicos. La enseñanza de historia en los Países Bajos ya era en verdad muy deficiente. Tal vez la omisión de material problemático en las clases de historia de la enseñanza secundaria se deba a la cultura terapéutica de la consolación del sistema educativo y la sociedad holandesas. Mucho antes de las actuales medidas de austeridad, la educación básica en los Países Bajos era lo opuesto al sistema arcaico de las Antillas Holandesas; Montessori y otras escuelas experimentales permitían el libre desarrollo de los niños. Con todo, esta educación era rica en la forma pero pobre en el contenido, al menos en lo que respecta a la historia; por ejemplo, la verdad sobre la prolífica colaboración holandesa con la ocupación nazi o sobre el pasado colonial holandés solían estar ausentes de los programas, pese a que Holanda, durante su apogeo, sostuvo un imperio casi tan extenso como el británico. Pero ahora, incluso la enseñanza de historia podría desaparecer por completo, se lamenta el periodista holandés Bas Heijne.

En la actualidad, los holandeses han entrado en una fase conocida por los teóricos políticos como post-democracia. Entre los crecientes rasgos de autoritarismo, se encuentran las acciones cotidianas del Departamento de Inmigración, cuyos funcionarios gozan de impunidad, al tiempo que menosprecian los logros de los artistas en suelo europeo. El IND es conocido por hacer caso omiso de la independencia del poder judicial y de las resoluciones de los jueces de los tribunales, recurriendo constantemente al derecho de apelación cada vez que un juez falla en contra de la deportación inmediata.

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La censura en las artes raramente se asocia a los Países Bajos, o a cualquier democracia liberal en la era de la sociedad de consumo. Dichas sociedades parecen caracterizarse por lo contrario a la censura: la crisis de sobreproducción, en la que el ciudadano medio es incapaz de cualquier introversión o «autocensura» y permite que se publique un flujo constante de documentación sin sentido sobre sí mismo en distintas plataformas de Internet.

Los ideales de «transparencia» incorruptible y de libertad de cualquier ciudadano para expresarse abiertamente son inherentes a la identidad holandesa. A pesar de las actuales formas de consumismo siniestro, esa identidad está para siempre enraizada en la moral nacional, y se remonta a los tiempos de la Reforma y de la Revuelta de los Países Bajos, cuando las clases medias emergentes holandesas se convirtieron al calvinismo. Ámsterdam se volvió entonces una región semiautónoma donde los fugitivos de la persecución religiosa podían buscar refugio.

“La persecución religiosa es mala para los negocios” era la lógica de los comerciantes que presidían Ámsterdam. En la «ciudad libre» se concedió el estatuto de refugiados a los católicos, a los menonitas y a los judíos españoles fugitivos, como los de la familia Spinoza (estos judíos sefardíes son equivocadamente conocidos como «judíos portugueses»; los judíos que huían de la Corona española y de la Inquisición en busca de un santuario en el Norte, declaraban en sus documentos que eran portugueses para facilitar la toma de decisiones a los burócratas de migraciones, que servían a un estado holandés entonces en guerra con el imperialismo español.

Sin embargo, algunos requisitos para la inmunidad exigían que las colectividades católicas y judías se reunieran en locales clandestinos y con la máxima discreción, mientras que un mundo de negocios secular podía transitar por las calles, vías fluviales y paseos a la luz del día.

Aquel empirismo y protestantismo que concedían libertad de expresión son paradójicamente, también, las fuentes de un pragmatismo brutal, que en tiempos de crisis degeneró en fundamentalismo económico. Rembrandt vivió en la pobreza y el ostracismo, al margen de la sociedad, en los barrios judíos, donde se hizo amigo de Spinoza. Y fue en una época de crisis económica cuando la vulnerable minoría judía de los Países Bajos del siglo XVIII trató de desvincularse públicamente de cualquier subversivo o alborotador. La condición de desterrado de Spinoza significaba que ningún otro miembro de la comunidad judía podía saludarlo o ser visto en un radio de kilómetros del filósofo maldito, que pasó sus últimos años en un entorno rural lejos del mundo de su infancia y de las bibliotecas de las que se había servido.

El pragmatismo de los Países Bajos no ha hecho más que reforzarse en años recientes, a partir de una tendencia mundial hacia el utilitarismo y la disciplina neoliberal. La ideología de la privatización, el «neoliberalismo» –que en realidad no es nuevo ni liberal–, considera que todos los aspectos de la vida social humana tienen que orientarse al lucro económico o, de lo contrario, ser suprimidos.

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La censura tradicional parecía temer al aura del arte: el opuesto del burdo filisteísmo. Incluso en la Rusia estalinista, cuando la censura tenía lugar, parecía inevitablemente motivada por una especie de amor persecutorio: si Rusia no hubiera sido una sociedad en la que la poesía y los poetas son muy valorados y admirados como oráculos por los jóvenes y apasionados, poco peligro se habría visto en los poetas. En el ensayo de J. M. Coetzee sobre Mandelstam recogido en Contra la censura: ensayos sobre la pasión por silenciar, el disidente africano rebate el lugar común de que Stalin era un mero filisteo o un ogro de pocas luces que despreciaba la poesía: muchos pasajes exploran el miedo de Stalin, expresado en llamadas telefónicas a sus informantes. Iósif Stalin quería saber si este poeta oral y burlón, Mandelstam, era un “Maestro”; es decir, un gran poeta cuyas palabras y cuyo escarnio a Stalin sobrevivieran a todos, perviviendo la memoria rusa. Stalin temía la damnatio memoriae: la condena por las palabras del poeta en la posteridad. Y por lo tanto, trató de condenar y silenciar al poeta en un vicioso duelo entre el dictador y el bardo sin dinero ni poder. Mandelstam fue enviado a Siberia junto con su esposa, Nadezdha, que escribió las poderosas y beatíficas memorias Esperanza contra esperanza sobre la vida de Osyp Mandelstam durante la persecución que sufrió.

El surgimiento de una nueva censura podría ser señal de que ha llegado la hora de que los artistas y los intelectuales se atrevan a hacer un intento sincero –aunque pueda ser peligroso– de responder a la pregunta «¿qué es el arte?». La pregunta debe formularse buscando una respuesta desde el misterio, más allá del mero encogimiento de hombros del legado de Duchamp que apunta un millón de farsas.

Si los artistas e intelectuales no buscan definir qué es el arte, lo harán los censores. Y estos serán de la nueva estirpe de censores, que no se parecen a los censores clásicos de los que Robert Darnton, historiador de la censura, advierte en ensayos como El alma del censor: “Descartar la censura como una burda represión de burócratas ignorantes es equivocarse. Aunque variaba enormemente, solía ser un proceso complejo que requería talento y formación, y que se extendía hasta lo más profundo del orden social”. Darnton cita ejemplos como los de los eruditos censores estalinistas checos y rusos, que a menudo eran intelectuales, y los de “eminentes autores del siglo XVIII” que también trabajaban como censores. Los burócratas del IND holandés que persiguieron al poeta Al-Galidi se asemejan ciertamente al estereotipo superficial desechado por Darnton. Los círculos académicos que promueven las así llamadas «políticas identitarias» en las universidades, y que censuran el lenguaje «inapropiado» en textos literarios mientras publican su propia poesía, son probablemente candidatos mucho más cercanos a la definición del bibliotecario de Harvard de Darnton (aunque este último tipo contemporáneo también se rehúsa a captar las sutilezas de la ironía).

En una de sus últimas conferencias en Argentina, Umberto Eco diseccionó fabulosamente el método de censura típico de la posmodernidad: en lugar de imponer el silencio –el antiguo método preferido por los regímenes autoritarios del tipo que los argentinos conocen tan bien– el Occidente del siglo XXI censura produciendo mucho ruido, ofreciendo una oferta abrumadora de información casi idéntica que deslumbra y ahoga al consumidor. De este modo, no se escucha a nadie. Quizás Eco se hacía eco de la predicción del artista-profeta del consumismo –Andy Warhol– respecto de los quince minutos de fama, al tiempo que criticaba la saturación de los medios de comunicación.

Los debates sobre la libertad de expresión y la censura han fallado hasta el momento a la hora de establecer criterios separados para discernir lo que constituye censura en la prensa de alcance masivo, del tipo de amenazas a veces muy diferentes que pueden afectar a las artes.

La cuestión de la censura exige una mayor atención y exploración. Debemos preguntarnos no sólo «¿qué es el arte?» con la sincera intención de investigar el asunto más allá de responder con un encogimiento de hombros, o con las palabras «¡todo y nada!»; la época también pide que nos preguntemos “¿qué es la censura en las artes hoy en día?”. ¿En qué se diferencia de la censura del pasado, de la de los totalitarismos del siglo XX o de aquella asociada a la religión medieval? ¿Y en qué se parecen las distintas formas de censura a lo largo de la historia?

El propósito de mencionar las dificultades similares de Kusuma y del algo más afortunado Al-Galidi no es simplemente el de establecer una conexión entre la censura y el pragmatismo. La opresión y la falta de libertad de los viajeros e inmigrantes afectan invariablemente a la libertad artística y cultural, cosa evidente en la Europa actual, afligida por la crisis del tribalismo, la xenofobia y los valores nocivos de las sociedades de consumo tecnológicas. Estas tendencias anti-nómades son corrosivas para las artes en todas partes.

Para escritores y pensadores tan distintos como Melville, Freud y Machado, vagar y viajar estaban ligados a procesos creativos. La libertad de deambular y la libertad de hablar y pensar pueden muy bien estar interrelacionadas en maneras que sorprenderían a los tertulianos conservadores europeos, así como a sus antagonistas liberales, que casi por reflejo han llegado a asociar estrechamente cualquier defensa de la libertad de expresión con el terreno de los comentaristas opuestos a la inmigración.

Arturo Desimone